Coma

Текст
Автор:
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

7

Los días transcurrían todos iguales, uno tras otro, mientras los médicos transmitían seguridad al hermano de Luigi:

–Se nota la mejoría –le decían. –El paciente se comporta bien. Su cuerpo responde de manera adecuada al traumatismo sufrido.

Mario era feliz escuchando estas palabras, pero, de todas formas, no veía la hora de asistir al despertar del hermano, de poderlo abrazar de nuevo.

Quería verlo como lo recordaba antes del accidente de tráfico: siempre alegre, pimpante y, sobre todo, caminaba con sus propias piernas.

–Tendrá que hacer un poco de rehabilitación: al permanecer quieto durante días en la misma posición sus músculos habrán perdido fuerza. Durante un tiempo deberá hacer gimnasia para recuperarse plenamente –le explicó uno de los enfermeros.

–Hará todo lo que sea necesario para volver a ser el de antes –confirmó Mario Mazza –es un muchacho muy voluntarioso, por lo tanto no habrá problemas para que se comprometa en este sentido.

–Seguirá un programa muy preciso que lo llevará a una rehabilitación gradual pero completa.

–Perfecto, os doy las gracias por todo lo que estáis haciendo. Confiamos en vuestra experiencia.

–Si no le importa, ahora me voy a tomar un café –dijo el enfermero.

– ¡Por favor! Es más, le voy a hacer compañía, también yo necesito uno –replicó Mario.

Se fueron hasta la esquina destinada a las máquinas automáticas de bebidas y comida, puestas al fondo del pasillo.

Había una para las bebidas calientes, otra para los refrescos, una que distribuía aperitivos dulces y salados y una cuarta con bocadillos.

Mario metió las monedas y seleccionó un café exprés clásico mientras que el enfermero, usando una llave magnética suministrada para el personal del hospital, optó por un capuccino con chocolate.

–A veces me siento un poco goloso –dijo el hombre.

–Hace bien en permitirse un capricho de vez en cuando. Deberíamos hacerlo todos cada tanto.

Acabaron las bebidas y cada uno se fue por su lado.

–Ahora debo dejarle –dijo el enfermero –debo hacer unas cuantas cosas.

–Por favor, le dejo ir. Gracias por la compañía.

Mario Mazza se fue a la habitación de su hermano y se paró en el pasillo puesto que sabía que no podría entrar.

Estaba muy contento porque las condiciones de su hermano estaban mejorando cada día, le bastaba por el momento; una vez que estuviese completamente curado, tendría la posibilidad de estar junto a él y recuperar el tiempo perdido.

Todavía una semana y todo volvería a ser como antes. O casi.

Se quedó hasta el final del horario de visita, luego salió y se fue a casa: había pasado otro día.

8

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Me encuentro aquí solo, en medio de la oscuridad homogénea de esta habitación, con un volante delante de mí, mi única certeza. Sólo veo eso: el volante.

No entiendo qué ha ocurrido con el resto del coche. Porque estoy dentro de un automóvil, ¿verdad?

¡Eh, chicos! Sé que estáis en algún lugar. ¿Estoy en un coche? ¿Alguien me lo puede confirmar?

No me responde nadie. ¿Dónde están todos?

Se esconden, esa es la verdad. No desean ser vistos. Me están gastando una broma, esto lo he comprendido. Una broma de mal gusto.

Acaricio la oscuridad con una mano pero sin sentir nada al tacto; no siento movimientos de aire, no siento calor, no siento frío...

Sigo sin comprender dónde me encuentro, sin embargo estoy convencido de que me han dejado solo. Quien me ha traído aquí, se ha largado, o se ha escondido por algún sitio en los alrededores.

Venga, dejaos ver. Se que estáis ahí.

Nada, no obtengo ninguna respuesta.

¿Qué lugar es este? ¿Un sótano? No parece que sea un pasillo. Más bien parece un local cerrado, una habitación. Por lo menos es mi impresión, es lo que puedo intuir por los elementos que tengo a disposición. Si tuviese un poco más de información, quizás podría tener una mayor seguridad sobre mi situación. No se ni siquiera si corro algún peligro, no sé qué puedo esperar de un futuro próximo. En definitiva continúo sin saber nada que pueda ser útil para comprender.

¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde que he llegado aquí?

Me doy cuenta de que ninguna de las preguntas que he hecho hasta ahora ha obtenido respuesta: esto no me gusta, soy una persona que siempre ha basado sobre la certeza cada momento de su vida y perderla podría, a largo plazo, irritarme.

¿Es posible que no haya nadie a quien pedir ayuda? Una ayuda cualquiera...

Incluso me duele la cabeza, por lo que un analgésico no me vendría mal, pero no sé a quién pedirlo. ¿Hay alguien?, grito, pero por respuesta sólo obtengo el silencio.

¡Necesito algo que me quite este dolor de cabeza! Por favor, si hay alguien escondido ahí detrás, ¡estaría bien que saliese al descubierto!

No veo nada, el local parece vacío, aparte del auto en el que estoy.

Ya he visto esta escena en algún sitio: yo solo en este vehículo.

La oscuridad reina alrededor, ¿dónde están todos?

Existirá alguien más, aparte de mí, en este Mundo, ¿no?

¡Dios mío! En mi cabeza se está abriendo camino un pensamiento bastante preocupante, por lo menos para mí: ¿y si por casualidad me encontrase en otro Mundo? ¿Un Mundo paralelo a aquel donde habitualmente se encuentran los humanos? ¿He sido raptado por alienígenas?

Espero obtener alguna respuesta a todos estos interrogantes que están naciendo dentro de mí. Y espero conseguirlas enseguida, de lo contrario me arriesgo a enloquecer.

Si hay un alma buena en algún sitio que sepa algo con respecto a las pocas cosas que sé yo, le agradecería que se mostrase y me explicase un poco la situación.

No se ve a nadie. Nadie sale para dejarse ver, aquí todos son unos cobardes, gallinas, porque saben que se han equivocado y porque saben que les podría dar unos puñetazos por lo que me están haciendo. ¡Haceos ver, tened el valor de mostraros!

Nada ha cambiado. Nadie responde.

Sólo me queda esperar, pero espero que pronto alguien me explique qué está sucediendo aquí, porque dentro de poco perderé la paciencia, y cuando pierdo la paciencia.... ¡sálvese quien pueda!

9

De vez en cuando, volviendo a pensar en lo que había pasado junto a su hermano menor y viendo sus condiciones actuales de salud, a Mario Mazza le entraban ganas de llorar.

Lo había cuidado cuando era un niño y siempre estuvo a su lado en los años siguientes; habían pasado juntos muchos momentos felices.

Sus personalidades eran parecidas, otro motivo para estar de acuerdo, y se sentían realmente bien cuando estaban juntos.

Le vino a la mente la imagen de Luigi sonriente, bromista, y se acordó sólo de pocos momentos de tristeza, ya que su hermano, como él, era optimista y positivo por naturaleza.

A pesar de la discreta diferencia de edad y la pertenencia, de hecho, a dos generaciones sucesivas distintas, Luigi y Mario hacían una buena pareja: se complementaban y entre ellos había un entendimiento indescriptible.

Eran como uña y carne: uno se consideraba la mitad perfecta del otro, al menos desde cierto punto de vista, y esta situación se había reforzado cada vez más con el pasar de los años, sobre todo después de que Mario quedase viudo.

Luigi se sentía en deuda con él por todo lo que el hermano mayor había hecho por él:

–Ciertas cosas no se olvidan –le había dicho el día en que había muerto su mujer –siempre estaré a tu lado, cada vez más.

Y Luigi había mantenido su promesa.

No pasaba un día sin que se viesen o, en el peor de los casos, no hablasen por teléfono; conocían sus recíprocas obligaciones, cuando tenían necesidad, se consultaban y se daban consejos.

Ahora ya, desde hacía años, ambos estaban solteros y, aunque habían decidido de común acuerdo vivir en pisos distintos, se sentían de todas formas juntos, uno al lado de otro.

A veces tenían la impresión de que, con el paso del tiempo, se había creado entre ellos una especie de telepatía, y que se había desarrollado poco a poco. Se entendían enseguida, era como si se transmitiesen sus pensamientos con una mirada y a menudo no tenían ni necesidad de hablar para decidir ciertas cosas.

No habría pensado jamás que todo esto pudiese romperse en unos pocos segundos, pensó Mario mientras se encontraba delante del cuerpo de su hermano, extendido inmóvil en estado de coma.

Las condiciones de Luigi seguían mejorando día a día y esto al menos era una buena noticia, pero verlo siempre allí, en la misma posición, le hacía sentirse incómodo: le creaba un nudo en la garganta que difícilmente se desharía antes de que despertase.

Todos los días discurrían de la misma manera desde el accidente: todos eran iguales como fotocopias.

E incluso aquel día llegó la noche sin que Mario Mazza se diese cuenta, tan absorto estaba en sus pensamientos. Cuando fue despertado por la voz de un empleado que lo invitaba a dejar el hospital porque había terminado el horario de visita a los pacientes, el hombre se encaminó hacia la salida, bajó las escaleras y, con el abrigo bien cerrado, se preparó a afrontar la intemperie: afuera había comenzado a nevar.

10

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy aquí solo, ya desde hace unos días, con una migraña que me late en las sienes con una intensidad variable y nadie que me pueda ayudar a superarla. De vez en cuando me siento como atontado, aturdido por el dolor. Intento no pensar en ello, pero esto no sirve de nada porque, de todas formas, el dolor de cabeza permanece.

 

Sigo sentado sobre el único asiento de este auto, viendo el volante delante de mí, pero ahora he decidido quitar las manos y extenderlas a los lados: no conseguiré conducir con un dolor de cabeza tan fuerte. La oscuridad persiste a mi alrededor y de vez en cuando la acaricio con los dedos, como buscando una solución a mis problemas.

A pesar de todos mis intentos por comprender dónde me encuentro, todavía no he comprendido nada, y esto ha comenzado a molestarme: cuando me falta la certidumbre es como si estuviese suspendido en el aire. No veo a nadie aquí, no oigo ningún ruido a mi alrededor, quizás estoy aislado del resto del mundo, envuelto en la oscuridad, bajo una campana de vidrio que me aísla.

Girando a mi izquierda me parece ver una sombra, pero es demasiado vaga para mi vista. Esto, sin embargo, me da alguna esperanza, comienzo a pensar que haya alguien conmigo, aunque este alguien quiere permanecer anónimo, no quiere darse a conocer, quizás porque tiene miedo de algo.

Intento estar atento a posibles movimientos, para intentar ver de nuevo aquella sombra, pero ya no veo a nadie.

Quizás nunca ha estado nadie aparte de mí mismo, y la sombra que veía estaba solo en mi cabeza, era fruto de mi fantasía. ¿Esta especie de aislamiento está teniendo un efecto negativo sobre mí? ¿Sobre mi cuerpo pero también sobre mi mente? ¿Me está destruyendo psíquica mente, carcomiéndome poco a poco?

Espero que no, todavía vislumbro esa sombra, como si pasase de manera furtiva y se escondiese por cualquier sitio, moviéndose de vez en cuando.

Justo es esto lo que sucede: alguien está jugando conmigo.

Sí, empiezo a estar convencido, pero es un juego que no me gusta nada, ¿sabéis? ¿Dónde se han escondido? Ya no veo la sombra de antes.

Mejor dicho, la estoy viendo, aquí al lado, muy cerca.

Giro hacia mi izquierda y veo algo: el perfil de una figura humana, de un gris muy oscuro, que consigo distinguir en medio del negro oscuro y uniforme sólo por esta ligera diferencia de tonalidad.

Un analgésico, digo, necesito un analgésico. ¿Pero cómo puedo pensar en conseguir algo, una respuesta de cualquier tipo, de una presencia inconsistente?

El semi-humano retrocede después de unos minutos y yo permanezco todavía otra vez solo, intentando durante un momento no pensar en nada, sin esperanza de que, mientras tanto, me pase el dolor de cabeza. Me surge una pregunta: ¿dónde estoy ahora, el tiempo corre o está parado? Parece que estoy fuera del Mundo, en un Mundo paralelo, o quizás en un lugar, un sistema, aislado de todo el resto gracias a una burbuja de aire o a una esfera de cristal.

¿Dónde estoy?

Tengo un dolor de cabeza muy molesto. ¿Alguien me puede ayudar? Dadme algo que me ayude a que pase, o por lo menos que sea capaz de atenuarlo. Si continúa así me estallarán las sienes dentro de unas horas.

Vuelvo a ver esa sombra.

Se acerca de nuevo a mí, hasta llegar a mi izquierda.

Me mira... es un decir. Es inconsistente, como un halo, sin rostro, pero si lo tuviese, la mirada estaría en mi dirección, a menos de un metro.

Un analgésico, digo yo, necesito un analgésico. ¡Siento un dolor de mil demonios!

La extraña presencia se va; parece como si llegase hasta mí con la intención de quedarse un rato mirándome y, de repente, volver sobre sus pasos.

¿Quién es? ¿O quizás debería decir: qué es? No lo sé pero me gustaría saberlo.

Muchos pensamientos nacen y crecen en mi interior, estoy viviendo una profunda angustia, un estado de confusión, y debo aclarar muchas cosas: dónde me encuentro y por qué motivo, desde hace cuánto tiempo estoy aquí dentro y por cuánto tiempo deberé todavía permanecer...

Y también: ¿podré reducir el tiempo? Y si es así, ¿de qué manera?

Todos estos interrogantes no hacen más que empeorar mi migraña, por lo que cierro los ojos e intento relajarme, a la espera de algún cambio y de alguien que me pueda ayudar a salir de aquí.

11

Los días pasaban y, a pesar de que los médicos eran optimistas e intentasen hacer comprender a Mario que su hermano se curaría completamente en unos cuantos días, él siempre estaba pensativo, y lo estaría hasta que no hubiese visto con sus propios ojos a Luigi caminar por sí solo y volver a la vida de siempre.

Como cada día después del accidente, una vez más le volvieron a la mente como un destello los recuerdos, en medio a los cuales se perdía, un poco sonriendo y un poco conteniendo las lágrimas con dificultad.

Quién sabe si todavía podremos volver a divertirnos juntos, a cenar en esos bellos locales del centro de Bologna y de la provincia...

Fue despertado por la voz del enfermero que reía en el pasillo y de esta manera se dio cuenta de estaba sentado en aquella silla desde hacía una hora y media, delante de la habitación donde estaba su hermano, con la puerta cerrada y silencio en su interior.

Se levantó para consumir un café en la máquina automática, luego caminó adelante y atrás hasta que llegó la noche, como si tuviese confianza en el hecho de que, en breve, llegaría hasta él un médico con alguna buena noticia. Pero, evidentemente las condiciones de su hermano eran estacionarias porque no vio llegar a nadie durante toda la tarde, y cuando Mario Mazza salió del hospital para volver a casa, afuera nevaba otra vez.

Imprecando y cubriéndose lo mejor posible cogió el autobús en dirección al centro de Bologna, donde decidió pararse para la hora feliz en un pub de vía Zamboni.

12

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy. Estoy en un coche, con un volante delante de mí y nada más.

En este coche no hay asientos para los pasajeros y alrededor solo hay oscuridad.

No he comprendido el motivo, pero estoy seguro de que aquí al lado hay alguien que tiene malas intenciones hacia mí.

Y sobre todo, no sé porque estoy en este lugar totalmente desconocido para mí. Parece que he llegado por casualidad, como catapultado, casi contra mi voluntad.

Me está volviendo el dolor de cabeza, cada vez más fuerte y persistente. ¿Qué hacer?

¿Dónde estáis? Por favor, necesito algo para que me pase esta migraña.

Nadie me responde, todos han escapado, ¿quizás por miedo a algo?

¡Venga, salid de ahí detrás!

Nada que hacer, no cambia nada.

Intento mirar a derecha y a izquierda, mirar detrás de mí, en el caso de que consiga percibir algún movimiento, pero no veo nada.

Esta situación está comenzando a ponerme de los nervios, no soporto bien la oscuridad porque sé que puede esconder alguna trampa, no soporto que me tomen el pelo, sea un conocido o no, ahora ya no soporto más todo esto. Durante un momento veo...

Una sombra, esa que he visto la otra vez, está volviendo a mi lado.

Está a mi lado, noto que se para, me giro hacia la izquierda y me la encuentro delante de mí, inconsistente, sin los rasgos de la cara.

Un analgésico. ¿Tiene un analgésico para mí?, pregunto una vez más, dándome cuenta de nuevo, sólo después de haber hecho la pregunta, de no poder esperar una respuesta. No de una sombra.

Si tuviese ojos, me miraría.

¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

Sé que estas preguntas, como tantas otras que se me podrían ocurrir, no recibirán respuesta, pero si las hago es porque de esta manera podré encontrar una cierta seguridad dentro de mí.

La sombra vuelve enseguida sobre sus pasos, dejándome solo con muchos interrogantes no resueltos, luego vuelve a aparecer.

¿Puedo saber quién eres?, digo, casi gritando. Siento que estoy al límite de la histeria: debo calmarme, tranquilizarme, de lo contrario no resolveré nada, no saldré jamás de aquí.

Permanezco durante unos minutos en compañía de esta figura inconsistente, que luego se va enseguida; intento seguirla con la mirada para ver a dónde va, pero ya no la veo, es como si se hubiese desmaterializado en un momento.

Quizás todo está en mi cabeza, es fruto de mi fantasía, nada es real y auténtico.

Sin embargo, si es así, la mente gasta bromas pesadas. Y entonces: ¿realidad o ficción? ¿Sueño o estoy despierto?

Intento dejar de pensar: quizás me ayudará a calmarme y a recobrar la razón.

Cierro los ojos y espero.

13

Mario Mazza estaba nervioso desde hacía unos días: sabía que dentro de poco a su hermano lo sacarían del coma farmacológico. Los médicos se lo habían confirmado:

–Dentro de dos días, muy probablemente. El traumatismo craneal está casi curado: su hermano ha sido muy valiente, ha reaccionado perfectamente.

Y él era feliz: podría, por fin, comenzar a pensar en el después; volverían ambos a su vida normal de siempre. Casi no se lo podía creer: al principio tenía muchas esperanzas por Luigi pero, en su interior, pensaba que no lo conseguiría.

La noticia fue como una panacea que le hizo mejorar incluso el humor: habían sido días muy sombríos y ahora le había vuelto la sonrisa.

Volvió a recordar los momentos felices pasados juntos y, a diferencia de una semana antes, ahora comenzaba a creer que podrían volver a divertirse, volver a casa, volver a cenar en aquellos restaurantes que tanto les gustaba experimentar, ir al cine, o, incluso, simplemente, a un pub en el centro para beber una cerveza.

Si realmente las cosas habían ido según las previsiones, como parecía en este momento, se lo debía agradecer de corazón al equipo médico del hospital por todo lo que había hecho y por todo lo que estaban haciendo todavía.

Al principio era bastante pesimista, pero ahora ya estaba casi seguro de poder dejar atrás ciertos fantasmas: su hermano lo conseguiría.

Al día siguiente, cuando se presentó en el hospital, fue distinto de lo habitual: le había vuelto la sonrisa, algo que le faltaba desde hacía tiempo, por fin estaba contento e incluso empezó a bromear con los enfermeros. Después de unos días ahora había cogido confianza y sabía qué decir y qué hacer con ellos, de manera que les hacía sonreír sin enfadarles.

La noche llegó como un rayo y, cuando le dijeron que ya no podría permanecer allí por ese día, salió para ir a casa, esta vez con el corazón más ligero.

14

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

Estoy en un extraño coche, con el volante delante de mí, sin asientos para los pasajeros, y a mi alrededor el vacío y la oscuridad.

No logro comprender dónde me encuentro.

Me duele mucho la cabeza, me laten las sienes y me genera un fuerte dolor, que crece con cada minuto que pasa.

No estoy solo: veo una sombra que se acerca a mí, por lo que me armo de valor y le pregunto de todo, acribillándole a preguntas.

Cuando llega a mi lado la sombra aparece como algo... no sé cómo definirlo... justo, parece un halo. No tiene rostro, ni percibo su contorno bien definido, como si fuese una figura estilizada protagonista de un tebeo en blanco y negro.

¿Quién eres?, le pregunto, pero esta figura no responde. Estoy convencido, ni siquiera tiene una boca para hacerlo.

La figura humana estás girada hacia mí, como para mirarme, pero no puede verme ya que no tiene ojos.

Parece un figurante de una película de terror, donde yo soy el protagonista principal. Me doy cuenta, sin embargo, de que no tengo miedo, sino de sentirme en una situación incómoda: estoy confinado en este coche, sin posibilidad de salir y, aunque quisiese, quizás no conseguiría ir a ningún sitio.

Quizás el único modo para salir de este callejón sin salida, o por lo menos lo más sensato, sería matarme: estoy aquí desde hace ya un tiempo, ni siquiera sé desde cuándo, y todavía no tengo todavía indicios suficientes que me permitan aclarar las ideas. Esto me hace correr un enorme riesgo: el riesgo de volverme loco.

Siempre he sido una persona calmada y tranquila, pero que puede perder la razón si le falta la certidumbre, los puntos de referencia.

Vago en la oscuridad y no solamente en sentido figurado.

Todavía está ahí la sombra, parada, a mi lado. Mueve un brazo, o lo que sea, como para hacerme una señal. ¿Quién eres? ¿Hay alguien ahí dentro?, parece preguntar: yo hago el mismo gesto, pero es como si ninguno de los dos viese al otro. Sigo sin comprender nada.

Muevo un brazo para intentar tocar, acariciar, la sombra. No consigo hacer nada de lo que quisiera, es como si fuese inalcanzable.

 

No hay nada que hacer, quizás todavía no ha llegado el momento para ciertos movimientos.

Así que, ¿qué debo hacer? ¿Esperar todavía? ¿Quién decidirá cuándo cambiarán las cosas?

La sombra se retrae, regresa por donde ha venido, y yo me quedo quieto, sentado y sin ninguna posibilidad de saber qué está sucediendo realmente, por lo que decido cerrar los ojos: por lo menos de esta forma quizás consiga reposar la mente.