De la idealización estética al paisaje crítico

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En vez de poner en mi mapa solamente los nombres de trescientos lugares conocidos por sus considerables operaciones mineras, me propuse reunir todos los datos que pude obtener y discutir las diferencias de posición que a cada instante presentaban tantos materiales heterogéneos.43

Humboldt va más allá al colocar a los americanos en una posición de igualdad como interlocutores44 y, como hemos dicho, continuadores de su labor y depositarios de sus instrumentos:

La escuela de minas de México, en la que se estudian sólidamente las matemáticas, esparce también en la extensión de su vasto territorio gran número de jóvenes animados del mejor celo y capaces de servirse de los instrumentos que se pusieren en sus manos.45

Así, antes de proponer sus coordenadas geográficas para determinar la localización exacta de la Ciudad de México, Humboldt entabla un diálogo bibliográfico con científicos no sólo europeos (entre ellos españoles), sino también americanos. Los resultados que arrojan sus instrumentos lo hacen subrayar, sobre todo, la labor y la exactitud de los científicos novohispanos Velásquez y Gama entre una multitud de expertos tanto locales como europeos o norteamericanos. La lista de las fuentes que consulta es extensa. Entre ellos cita otros nombres como Galeano, Espinosa, Oltmanns, Bürg, Delambre, Jeffereys, Arrowsmith, Diego Rodriguez, Gabriel López de Bonilla, Carlos de Sigüenza, Martínez, Alzate, Bonaventura Suárez, Ramirez, Roberedo, Castillo, Anville, Covens, Doz, entre otros. Al leer dicha lista salta a la vista del lector de ENE el lugar que Humboldt otorga al saber americano en la medición de su propia tierra.46

Siguiendo un proceso similar al utilizado para la localización de la capital de la Nueva España, Humboldt ofrece las coordenadas geográficas de los puertos de Veracruz y Acapulco (los otros dos centros de importancia estratégica en el virreinato), al tiempo que hace un detallado reporte –apoyado en tablas– de los accidentes geográficos más relevantes en el resto de las provincias. El territorio novohispano es, pues, redibujado en el mapa europeo según la nueva épistème y es en ello el primero en toda la América Latina en serlo:

Por primera vez, una gran región americana es contemplada a través de los prismas científicos e históricos labrados por la Ilustración. Todo lo que el saber fundado en la observación y en la experimentación había ido alumbrando, y todo lo que había ido revelando e insinuando la Historia basada en el estudio integral del hombre, nutrirá e informará el largo inventario de Humboldt sobre la Nueva España (Miranda 118).

Frente al esmero de los mapas en algunos litorales de la Nueva España, Humboldt apuesta por una marcha para reconocer el interior. Esa arenga de Humboldt de emprender el conocimiento del interior será el estandarte o bandeira que adopten los letrados en la configuración de la identidad literaria tanto en Hispanoamérica como en el Brasil:

Los detalles minuciosos de la historia natural descriptiva no pertenecen a la estadística; no se tener una idea precisa de la riqueza territorial de un estado sin conocer la estructura de sus montañas, la altura a la que se elevan las grandes mesetas del interior y la temperatura que es propia de aquellas regiones en las que los climas se suceden como si fuesen estratos, uno encima del otro.47

Ahora bien, aunque, tal vez, recurriendo al recurso de la falsa modestia, Humboldt haya revelado la imperfección de lo producido por su cuidadosa labor en la elaboración del mapa de Nueva España – “Pude prever que, a pesar de un arduo trabajo de tres o cuatro meses, mi mapa de México sería aún muy imperfecto, si lo comparásemos con los de las partes civilizadas más antiguas de Europa”–48 es el gesto de la consulta rigurosa de la biblioteca sobre y en América así como la inclusión de una variedad de fuentes antiguas y contemporáneas lo que siembra precedente para lo que será el acopio bibliográfico –sui generis, en algunos casos– de obras posteriores como Facundo u Os Sertões. En cierta manera, dichas obras habrán de proponerse llenar las lagunas dejadas por Humboldt:

La mayoría de los mapas de América, hechos en Europa, están llenos de nombres de lugares cuya existencia se desconoce en el propio país. Estos errores se perpetúan y, a menudo, es difícil adivinar la fuente. Preferí dejar muchos espacios vacíos en mi mapa, antes que abandonarme a fuentes sospechosas.49

La renovación que entrañó la escritura de Humboldt en la gestación de una identidad literaria americana no sólo supuso la superación de los modelos anteriores, sino, también, el diálogo con ellos y, al lado de todo eso, el depósito en manos americanas de la tarea de expandir su labor. En ENE, Humboldt se construye como un lector de todo cuanto se había escrito sobre el territorio de la Nueva España y América. La escritura del ensayo está respaldada por una lectura que abarca desde los primeros exploradores y cronistas que escribieron sobre la Nueva España hasta los científicos que se ocupaban del mareamiento del territorio en aquel momento. Así, aparecen menciones y alusiones a Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de Las Casas, Francisco Clavijero, José de Acosta, entre otros. Humboldt es, pues, utilizando la retórica de Roberto González Echevarría, un lector del archivo y, a la vez, iniciador del patrón que aludimos arriba, el cual dominó la literatura latinoamericana a lo largo del siglo XIX y parte del XX. Ese arquetipo que inaugura Humboldt en nuestra literatura no habría de consolidarse sin la lectura que los americanos –especialmente los criollos– hicieron de textos como ENE y EC.

Frente a los libros que, hasta entonces, se habían escrito sobre América, los ensayos de Humboldt sobre la Nueva España y Cuba representan una reflexión sobre la validez de la información contenida en textos producidos al calor de un viaje o producto de una breve estancia en las regiones en cuestión: “¿Cómo puede un viajero, después de haber llegado a una isla, después de haber permanecido durante un tiempo en un país distante, atribuirse el derecho de pronunciar sobre las diversas facultades del alma, sobre la preponderancia de la razón, del espíritu y la imaginación de los pueblos?”.50

Tanto en ENE como en EC, Humboldt tiene especial cuidado en deslindar sus ensayos de la superficialidad característica –según él mismo apunta– de esa mirada extranjera y, a la vez, subraya la condición autónoma de su escritura con respecto al poder colonial español. Ésta no estaba determinada por el ejercicio de ningún cargo conferido por la metrópoli, sino amparada en el discurso de la ciencia. Humboldt, pues, legitima sus ensayos al entenderlos como productos de un proceso opuesto al que critica en la cita anterior. El contenido de sus textos está apoyado en su estancia prolongada en ambos territorios, en su investigación de campo avalada en el rigor de los instrumentos, en su documentación y, sobre todo, en el nivel de profundidad con la que mira tanto a la Nueva España como a Cuba.

Es en este sentido que ENE destaca con respecto a otros textos sobre tales territorios. Si bien el espíritu ilustrado y la vena romántica que lo anima representan un cambio estilístico con respecto a la forma en que otros tratados se acercaban a estas posesiones de la Corona española, es la visión de totalidad que ofrece y su grado de profundidad lo que explica su trascendencia en la gestación de las señas de identidad de la literatura latinoamericana. Hay en la escritura de Humboldt una voluntad de aleph borgesino avant la lettre que intenta ofrecer una visión de todo el conjunto, de observarlo todo, de explicarlo e, incluso, de hacer prospecciones, pues como afirma Miranda, “[E]sa obra [ENE] parece escrita tanto para mostrar el presente como para iluminar y encaminar el futuro; tanto para explicar lo ya hecho como para aleccionar sobre lo que se debía hacer” (Miranda 164). Así, ENE está configurado por una amplia y variada suma de información sobre el territorio novohispano. Allí se encuentran consideraciones territoriales –tanto del interior como de las costas–, estudios de las actividades agropecuarias, reflexiones sobre el comercio y la minería, análisis sobre la pigmentocracia que era la compleja sociedad de Nueva España, explicaciones sobre la distribución desigual de la población y la riqueza, acercamientos a los pormenores de la producción e industria en el virreinato, así como también, cavilaciones y reportes sobre áreas tan importantes como la tesorería y la defensa del territorio. Todo ello va acompañado y, en ocasiones, fundamentado con digresiones y precisiones históricas provenientes del extenso acervo bibliográfico que había consultado.51

La escritura de Humboldt se mueve en un radio que no sólo se circunscribe al presente, sino que incorpora los acontecimientos del pasado y, como decíamos más arriba, se adentra en el terreno del futuro al hacer predicciones y sugerir proyectos que deberían realizarse para el progreso de la Nueva España. Dicho futuro es casi siempre expresado en términos hipotéticos –hay una profusión en el uso del condicional y el subjuntivo–, en el marco de frases condicionales que involucran recomendaciones, cuya puesta en marcha, el prusiano consideraba imperativa para el progreso de la Nueva España. Veamos un ejemplo que no recuerda poco al Facundo Sarmiento:

[S]ería fácil probar que si México tuviese una administración sensata; si abriese sus puertos a todas las naciones amigas; si recibiese colonos chinos y malayos para poblar sus costas occidentales, desde Acapulco hasta Colima; si aumentase las plantaciones de algodón, café y caña de azúcar; y si, en fin, estableciese un justo equilibrio entre los trabajos agrícolas, la explotación de las minas y su industria manufacturera, podría por sí solo, en pocos años, ofrecer al fisco español un producto neto que doblase al que actualmente suministra toda la América española.52

 

Es, pues, entendible y, a la vez, paradójico, el entusiasmo que la lectura de ENE generó entre las élites criollas si consideramos la poca experiencia que éstas tenían en el gobierno al momento de la independencia y, además, el desconocimiento que privaba en el mismo virreinato sobre grandes porciones territoriales (especialmente el interior). A dichas élites el texto de Humboldt se les presentó como una visión totalizadora para entender el país que, años más tarde, regirían; como un manual para mejorar su administración y, al mismo tiempo, como una prefiguración y garantía –olvidando, en muchos casos, las condiciones que, antes, habían de cumplirse–53 de la grandeza a la que estaba destinada la Nueva España:

La situación física de la Ciudad de México ofrece ventajas inestimables cuando se la considera en términos de comunicación con el resto del mundo civilizado. Situado entre Europa y Asia en un istmo que está bañado por el Mar del Sur y el Océano Atlántico, México parece destinado a ejercer un día una gran influencia en los acontecimientos políticos que sacuden a los dos continentes. Un rey de España, con residencia en la capital de México, enviaría sus órdenes en cinco semanas a la península, en seis semanas a las Filipinas. El vasto reino de Nueva España, cultivado con cuidado, produciría por sí mismo todo lo que el comercio reúne en el resto del mundo, azúcar, cochinilla, cacao, algodón, café, trigo, cáñamo, lino, seda, aceites y vino. Suministraría todos los metales, sin excluir el propio mercurio.54

En la construcción de la Nueva España como una cornucopia, Humboldt hace ocupar a la naturaleza un lugar preponderante pues la concibe como elemento central para el esplendor futuro de esa colonia e, incluso, para el de todo el imperio español. Es sumamente reveladora la sugerencia de Humboldt sobre los beneficios de la mudanza del rey y su corte a la Ciudad de México. A pesar de que dicha mudanza jamás se llevó a cabo –como sí ocurrió en el caso brasileño–, el apuntar la posibilidad debió calar hondo en la mente de los letrados criollos pues no sólo colocaba en posición de igualdad a una colonia americana –su patria– con la metrópoli, sino por encima de ésta. Así, pues, al combinar la mención de la singularidad geográfica del territorio novohispano con la abundancia de recursos naturales o la posibilidad de su explotación industrial, Humboldt sentó las bases de la primera estética con la que representó a América independiente aquella generación de criollos que se puso al frente de la administración de las antiguas colonias. El influjo de los textos de Humboldt hizo que los criollos entendieran que el futuro de las recién formadas naciones estaba cifrado en el aprovechamiento de la naturaleza que las constituía y que, en la mayoría de los casos, se extendía más allá de las urbes donde se asentaba el poder colonial, es decir, en el interior. La escritura de Humboldt representa, así, el inicio de una genealogía de textos que pretendían ser aleph y brújula en la comprensión de una América que comenzaba su vida independiente al amparo del influjo cultural francés, lengua en la cual Humboldt escribió todos sus libros sobre su expedición americana.

Es en una misiva de 1824 que Lorenzo de Zavala, como Secretario de Relaciones Exteriores de México, dirige a un Humboldt ya avecindado nuevamente en Europa, donde mejor pueden apreciarse los efectos que tuvo la lectura de ENE entre los criollos novohispanos que consiguieron la emancipación política de la Nueva España en 1821. Alamán era uno ellos:55

[L]os luminosos escritos de V.S. relativos a América, fruto de sus talentos y de sus viajes a esta parte del globo, han sido recibidos con aquella estimación que reclaman sus interesantes materias, y las noticias de que abundan. Ellas hacen formar un cabal concepto de lo que podrá ser México, bajo una buena y liberal constitución, por tener en su seno los elementos todos de la prosperidad, y su lectura no ha contribuido poco a avivar el espíritu de independencia que germinaba en muchos de sus habitantes, y a despertar a otros del letargo en que los tenía una dominación extranjera (Alamán 1823-1828, s/p).

Inclusive, de acuerdo con críticos como Pereyra y Miranda, la obra de la generación de letrados constituida por Lorenzo de Zavala, Lucas Alamán, José María Luis Mora y Fray Servando Teresa de Mier se dio a la tarea–tal y como lo había deseado y externado el mismo Humboldt al inicio de ENE– de completar los mapas sobre la Nueva España que el naturalista trazara en el ensayo. Zavala, Alamán, Mora y Teresa de Mier elaboraron proyectos de nación o propusieron ajustes al plano en boga que conversaban de alguna u otra manera con el ensayo político de Humboldt. El perfil de letrados al servicio del estado que actualizaban estos hombres obedecía a su vez a aquel delineado por Humboldt en ENE y EC.

El EC sigue muy de cerca los procedimientos discursivos que ya hemos señalado en ENE en medio de “un gran número de temas que van desde el clima de la isla, su flora y fauna hasta su población, agricultura y comercio exterior”.56 Sin embargo, su publicación tardía57 frente al ensayo sobre la Nueva España y a la obra de Humboldt sobre América, aunado a la peculiar senda histórica que recorrió la isla con respecto a las otras colonias españolas del continente,58 determinó algunas particularidades –tanto en su escritura como en su recepción– que vale la pena destacar.

La primera de ellas, como bien apunta Vladimir Acosta, es el grado de compromiso que la escritura del prusiano manifiesta frente a la Corona española y sus súbditos en América. En efecto, a diferencia de ENE, en EC no hay dedicatoria ni mención alguna a los monarcas españoles:

Es en el caso de Cuba donde Humboldt, más maduro y menos comprometido con los criollos y con los españoles, se explaya en un largo y documentado análisis de la esclavitud en la isla caribeña, comparando el sistema cubano con los que imperaban entonces en las Antillas francesas e inglesas y en el sur de los Estados Unidos (Acosta XXVII).

Si bien los tres lustros que median entre la publicación de ENE (1811) y de EC (1826) pudieron haber diluido el compromiso de Humboldt con la Corona de España, no pasó así con el diálogo que –como se veía ya en ENE–, entabla el naturalista con sus lectores; entre ellos no pocos criollos. Lejos, pues, de cualquier tipo de obligación hacia la monarquía española, en EC Humboldt no tiene empacho alguno en diferenciar de manera contundente a quienes, presumiblemente, serían criollos o indianos de la autoridad colonial ibérica, a la cual caracteriza como una entidad anquilosada en su indiferencia y pertinacia. Los criollos, en contraste, son figurados en términos de su probidad moral y de su relación con la isla determinada por el conocimiento profundo de la tierra y un interés sincero en sus asuntos internos. A lo largo de EC prima una distinción entre un allí (Cuba) y un más allá (España) que es en la mayoría de las veces contrario y hasta irreconciliable:

[M]uchos hombres juiciosos y vivamente interesados en la tranquilidad de las islas de azúcar y de esclavos son del sentir que se puede, por medio de un acuerdo libre entre los propietarios, y de medidas que dimanen de los que conocen las localidades, salir de un estado de crisis y de malestar, cuyos peligros se aumentarán con la indolencia y la obstinación. Procuraré dar al final de este capítulo algunas indicaciones acerca de la posibilidad de estas medidas, y probaré con citas sacadas de documentos oficiales, que mucho antes que la política exterior hubiese podido influir en las opiniones, las autoridades locales de La Habana, más afectas a la metrópoli, han manifestado de tiempo en tiempo disposiciones favorables para mejorar la situación de los negros.59

La principal disensión entre ambas esferas es el asunto de la esclavitud que se convierte en el centro de las reflexiones de Humboldt y a la cual le dedica todo un capítulo. Para acercarse a un asunto tan delicado en la Cuba de aquel tiempo, Humboldt se vale de comparaciones y alusiones a la realidad esclavista de la isla y las posiciona frente a la de otros países en la región en los que existía o había existido dicha práctica.60 En ese sentido, la mención más poderosa, por ser la que más temor entrañaba en la mente de los gobernantes y terratenientes cubanos, era el precedente ominoso que la revolución de independencia haitiana había sembrado. La memoria de la sangrienta insurrección de esclavos en Haití (1791-1804) que, para 1826, era un país que no sólo ocupaba la parte occidental de La Española sino que se extendía a lo largo y ancho de toda esa isla, es utilizada por Humboldt en EC como contra ejemplo o fábula de escarmiento [cautionary tale] de lo que debía evitarse a través de la abolición de la esclavitud en Cuba. La postura progresista de Humboldt con respecto a los esclavos no debe sorprender si consideramos la sensibilidad que ya mostraba en ENE hacia los indígenas mexicanos y el estado paupérrimo en el que vivían, despecho de las glorias pasadas:

Para dar una idea exacta de a los nativos de la Nueva España, no sería suficiente representarlos en su estado actual de degradación y miseria; sería, en cambio, necesario volver al período remoto cuando, gobernada por sus leyes, la nación podía desplegar su propia energía; deben consultarse las pinturas jeroglíficas, las construcciones de piedra tallada y las obras de escultura conservadas hasta nuestros días, las cuales, atestiguando la infancia de las artes, ofrecen sin embargo asombrosas analogías con varios monumentos de los pueblos más civilizados.61

Si ya es dolorida la descripción en ENE de los indígenas de la Nueva España, quince años después en EC, no lo es menos el pathos de la prosa humboldtiana al denunciar el comercio negrero:

Algún día no se querrá creer que antes de 1826 no había en ninguna de las Antillas mayores una ley que impidiese el vender los niños de corta edad y separarlos de sus padres, ni que prohibiese el método degradante de marcar los negros con un hierro caliente únicamente para reconocer con más facilidad el ganado humano.62

El énfasis de Humboldt en el esplendor del pasado indígena en ENE, así como el discurso abolicionista apoyado en la exacerbación del sentimentalismo en EC, anuncian el advenimiento de la literatura indianista en toda América Latina y de obras literarias abolicionistas como Sab (1841) de Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Los mapas que Humboldt traza en ENE se encaminan, por un lado, a denunciar la desigualdad social –“México es el país de la desigualdad. En ninguna parte existe una desigualdad más espantosa en la distribución de la fortuna del cultivo del suelo y de la civilización”–63 mientras, por la otra, anuncia la posibilidad de una prosperidad futura si se lograba el conocimiento profundo del territorio, la modernización de las técnicas de explotación y el mejoramiento de la administración. En EC, por su parte, la abolición de la esclavitud es la condición sine qua non para el progreso y la auténtica civilización en Cuba. Humboldt, incluso, insinúa mediante la mención del caso brasileño, la filiación entre el régimen esclavista y la continuidad de la circunstancia colonial. Abolir la esclavitud era, pues, dar un paso hacia la emancipación política:

En este archipiélago [las Antillas], así como en el Brasil (dos partes de la América que contienen casi tres millones y doscientos mil esclavos), el temor a una reacción por parte de los negros y a los peligros que amenazan a los blancos, han sido hasta ahora las causas más poderosas de la seguridad de las metrópolis y de la conservación de la dinastía portuguesa. ¿Puede esta seguridad, por su misma naturaleza, ser de larga duración? ¿Justifica acaso la inacción de los gobiernos que se descuidan en remediar el mal cuando aún es tiempo? Lo dudo.64

Por ende –razona Humboldt– el dar la espalda a la abolición de la esclavitud implicaba apostar por la propia ruina. En EC hay una escritura mucho más diáfana y menos empacho en la presentación de propuestas para el esbozo de un proyecto de nación:

[E]n los países de esclavos donde un hábito de mucho tiempo inclina a legitimar las instituciones más contrarias a la justicia, no se puede contar con la influencia de la Ilustración, de la cultura industrial, de la flexibilidad de las costumbres, sino en cuanto todos estos bienes aceleran el impulso dado por los gobiernos, y facilitan la ejecución de las medidas que una vez se adoptan. Sin esta acción directoria de los gobiernos y de las legislaturas no se debe esperar un cambio pacífico. El peligro se hace particularmente inminente cuando se apodera de los ánimos una inquietud general, y cuando en medio de las disensiones políticas que agitan a las naciones vecinas, se manifiestan los errores y las obligaciones de los gobiernos: entonces no puede renacer la calma sino por medio de una autoridad, que con el noble sentimiento de su fuerza y de su derecho, sabe dominar los acontecimientos, abriendo por sí misma el camino de las mejoras.65

 

En el EC, Humboldt termina el delineamiento –si bien indirecto– del perfil del letrado latinoamericano que había bosquejado en ENE. En el ensayo sobre Cuba, Humboldt sitúa al letrado a la vanguardia de los esfuerzos de modernización y civilización del país. Le otorga las riendas del gobierno por su tarea de legislador visionario y lo convierte en el rector par excellence de la patria, anunciando la escritura no sólo de Sarmiento, sino también la ensayística de José Martí.

A diferencia del eco de la postura abolicionista de Humboldt que encontramos en intelectuales como Martí, un importante sector del público –dentro y fuera de la isla– que leyó EC se manifestó en contra de esa visión. Éstos se sirvieron del texto mismo –mutilándolo, en algunos casos– para la consecución de fines opuestos a los propósitos que habían llevado a Humboldt a escribir EC. El ejemplo más destacado de este tipo de recepción involucra lecturas como la del norteamericano J.S. Trasher. Éste no sólo publicó su propia traducción al inglés del EC sin la autorización de Humboldt, sino que lo hizo eliminando el capítulo sobre la esclavitud, considerado por el prusiano como el centro mismo de su trabajo. En su versión del EC, Trasher añadió nuevos datos e incluyó información actualizada encaminada a inflamar el interés de la clase política norteamericana por la anexión política de la isla.66

Las reacciones adversas a los postulados de Humboldt también tuvieron eco dentro del ámbito isleño y peninsular. De hecho, aunque José Bustamante había traducido al castellano el texto de EC, el cual apareció en la península en 1826 –un año después de su publicación en el original francés–, la circulación del libro fue prohibida en la isla67 por las autoridades coloniales debido al revuelo que causara su postura abolicionista y “debido a la terrible, aunque exacta, representación de la situación de la población de color y de su inmensa fuerza en la isla”.68 A diferencia de la unanimidad en el entusiasmo que caracterizó la recepción de ENE por parte de sus lectores criollos, la lectura de EC generó un debate alrededor del futuro de Cuba en esa misma esfera que terminó por polarizarla: mientras que unos apostaban por la incorporación de la isla a Estados Unidos, otros apoyaban la independencia total y algunos más propugnaban por la preservación de los vínculos coloniales con España.69

No obstante, las disensiones que las separaban, cada una de las agendas coincidían en la consideración de la naturaleza como eje del proyecto nacional al que entendían en términos de progreso y civilización. Así como en ENE, en EC la naturaleza ocupa un lugar preponderante en el porvenir de los territorios descritos puesto que se la concibe no sólo como el eje del proyecto nacional, sino como la razón de ser del letrado, el arquitecto de dichos planos. El mismo Humboldt lo había comentado en ENE de la siguiente forma: “[S]i las obras que he publicado han hecho algún bien, sólo deben tal ventaja a mi amor a la verdad, a la ingenuidad de mis sentimientos y a la admiración por un país que la naturaleza ha llamado a elevados destinos” (Carta a Lorenzo de Zavala). De allí, habrían de derivar, posteriormente, nociones de identidad nacional y nacionalismo que, en el marco de la estética romántica, contribuiría a darle una fisonomía distinta a los textos literarios latinoamericanos.

Como hemos visto, la genealogía de textos que la escritura de Humboldt anuncia en ENE y EC fue determinante en la definición de la

identidad literaria y nacional en la América española. En el Brasil dicha definición se dio en circunstancias distintas y motivada por actores inusitados. Enterada del paso de la expedición de Humboldt por tierras de la vecina Capitanía General de Venezuela, la Corona lusitana, a través de una carta de don Domingos de Souza Coutinho a Bernardo Manuel de Vasconcelos, gobernador de la Capitanía de Ceará (2 de junio de 1800), prohibió cualquier incursión del naturalista prusiano en los dominios portugueses bajo amenaza de apresarlo:

[D]ado que en tan críticas circunstancias y en el actual estado de cosas se hace sospechoso el viaje de tal Extranjero [Humboldt] que bajo especiosos pretextos tal vez quiera conseguir, en coyunturas tan rebuscadas y atrevidas, sorprender y alentar con nuevas ideas y capciosos principios los ánimos de los Pueblos vasallos existentes en esos vastos dominios; además de que por las leyes existentes de S.A. Real, ordena muy expresamente el muy augusto Señor que S. Señoría haga examinar con la mayor exactitud y escrúpulo si efectivamente el susodicho Barón de Humboldt o cualquier otro viajero Extranjero ha viajado o actualmente viaja por los territorios interiores de esa Capitanía, pues sería perjudicial a los intereses de la Corona de Portugal que se llevaran a cabo semejantes actos, y confía Su Alteza Real que Su Señoría, por su celo y eficaz desvelo emplee en un asunto de tanta importancia toda aquella destreza y sagacidad que es dable esperar de las luces y circunspección de su Señoría por el bien del Real Servicio, precaviendo esto y haciendo cesar tales investigaciones que, por las Leyes, son vedadas no sólo a los Extranjeros sino también a los Portugueses que se tornan sospechosos cuando no están autorizados por órdenes reales o las debidas licencias de los gobernadores de las respectivas Capitanías, mandándolos capturar.70

El celo de Portugal con respecto a la divulgación de los recursos naturales con los que contaba el Brasil –como había acontecido con España y sus colonias antes de Carlos III– databa de antiguo. Por ejemplo, un texto tan importante como lo es Cultura e Opulência do Brasil por suas Drogas e Minas escrito por el jesuita André João Antonil71 e impreso en Lisboa en 1711, fue inmediatamente recogido por orden expresa de las autoridades lusitanas72 al considerar que su lectura podría despertar la codicia de intereses extranjeros en la América portuguesa. Para el historiador Capistrano de Abreu el verdadero peligro del texto radicaba en las ideas que la exposición de tal opulencia podía tener entre los brasileiros:

El gobierno metropolitano le dio al libro una respuesta fulminante: lo confiscó y lo hizo con tanto rigor que aún ahora son rarísimos los ejemplares de la edición princeps que pueden encontrarse. El pretexto para esta desmesura era que el libro divulgaba el secreto del Brasil a los extranjeros. No se entiende bien cómo era éste el caso: se cultivaba caña y se elaboraba azúcar en colonias de otras naciones; se plantaba también tabaco, se criaba ganado, se trabajaban las minas. ¿Qué novedad podría revelarles la Cultura e opulência do Brasil por suas drogas e minas? La verdad es otra: el libro mostraba el secreto del Brasil a los brasileños, revelándoles toda la pujanza de aquella tierra, justificando todas sus ambiciones y esclareciendo toda su grandeza.73