Presencia y poder

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Capítulo segundo. El centro físico

Huevos fritos

Por fin estaba donde quería estar.

Los secretos de la alquimia me iban a ser desvelados. En esos fogones se habían elaborado los bocados más exquisitos. Sobre esa mesa, en esos papeles, se habían inventado las recetas más innovadoras y sorprendentes. Pura magia en boca que había conquistado los paladares más expertos y los mayores galardones de la cocina moderna.

Mis primeros días se limitaron a fregar platos, barrer y sacar la basura. A pesar de ello, estaba feliz. Aunque no tuve la oportunidad de ver al Chef en acción, podía sentir su presencia en cada plato que salía por la puerta, en la energía del lugar, en el modo en el que estaban colocadas todas y cada una de las piezas de menaje.

Mi entusiasmo con la basura debió conmover a más de uno porque rápidamente pude empezar a realizar labores de aprendiz. Al séptimo día –eran las cuatro de la noche– me quedé solo limpiando la cocina. Apareció el Chef, me puso la mano en el hombro y me dijo con una cálida sonrisa: «Buen trabajo. Me gusta como lo estás haciendo». Sin mediar más palabra se marchó comiendo unos pistachos.

Los siguientes cinco años fueron una experiencia que me resulta imposible describir con palabras. Aprendí lo que jamás creí que fuera capaz de aprender y lo hice a una velocidad vertiginosa. Todos sabían cocinar y además sabían enseñar. Eran auténticos maestros de la cocina.

Mi ascenso por la brigade fue igualmente rápido. Lo mejor de todo era que cuanta más responsabilidad tenía, más me relacionaba con el Chef y más aprendía.

Aquel hombre era un genio. No creaba recetas, hablaba recetas. Cada vez que abría el pico, surgía algo nuevo, delicioso y totalmente distinto a cualquier otra cosa que existiera. Lo hacía con la naturalidad del que no cree estar haciendo nada especial, del que simplemente se está limitando a hacer algo tan básico y natural como hablar en su propio idioma.

Pasaron los años. Acabé de sous-chef, su mano derecha.

Una noche, volviendo de una gala en la que recibió un prestigioso premio, nos fuimos al despacho de la cocina a tomar nota de unas ideas que habíamos tenido. Como siempre, nos pusimos hasta arriba de pistachos y, al recoger, mientras pasábamos la escoba, le pregunté:

–Chef… ¿cuál es tu secreto mejor guardado? ¿Qué es lo más importante que un chef debería saber?

Se quedó pensativo durante unos instantes. Finalmente, mirándome fijamente a los ojos, esbozó una leve sonrisa.

–No sé si realmente quieres saberlo… igual descubres que preferías no saberlo… Tampoco sé si te gustaría pagar el precio… igual no te hace mucha gracia…

–¡¡¿Cómo?!! ¡¡Estoy dispuesto a todo!!

–¿A todo?

–¡¡¡A todo!!!

–¿Seguro?

–¡¡¡Completamente!!

–¿Y necesitas que te lo cuente ahora mismo?

–¡¡¡Pues claro!!!

–Bien… Si es así, entonces sígueme.

Lo acompañé al sótano. Abrió la puerta de una cámara contigua a la bodega que, con excepción de algunos útiles de cocina, estaba vacía.

–¿Estás seguro de querer hacerlo?

Mi confianza en él era total.

–Por supuesto. ¡Qué pesado eres!

–Bien, entonces trae diez litros de agua y tres panecillos de los pequeños, los mini.

Mientras llevaba el agua y el pan, colocó una pila de mantas en la cámara.

–Pasa adentro –me dijo–. Si realmente quieres aprender lo más importante y lo quieres aprender de verdad, entonces tienes que quedarte aquí, con la puerta cerrada y no salir hasta que yo te lo diga. Solo puedes ir al baño de aquí al lado y asegurándote de que nadie te ve ni sabe que estás aquí.

No creas que me sorprendió demasiado. Ya le conocía y conocía a fondo sus nada convencionales «métodos» de enseñanza. Podían ser estrafalarios pero aprendías rápido y profundo.

Así que me quité el esmoquin, monté una suerte de cama con las mantas y me tumbé con las manos en la cabeza, bien repanchingado, en actitud desafiante.

–¡Adelante!, acepto el reto –le dije. Y cerró la puerta.

Aquella noche dormí como un tronco. Al despertarme no recordaba dónde estaba. Tardé un poco en ubicarme de nuevo en el tiempo y en el espacio. Escribí un whatsApp a la gente del equipo: «Estoy con fiebre, Matthieu me releva». «La ventaja de no tener vida familiar es que no hay que informar a nadie de nada especial» pensé.

Las horas se hacían largas. Al principio me distraía merodeando por Facebook. Después ya no podía soportar leer más posts. «A ver si me voy a quedar sin batería –pensé–, mejor apago el teléfono». Las horas siguieron pasando lentamente.

Los diez litros de agua y los tres panecillos empezaron a convertirse en una pista de lo que iba a durar la experiencia. Como ya me había anticipado el Chef, la cosa empezó a no hacerme ninguna gracia, pero confiaba en él y además había aceptado el reto. Estaba dispuesto a lo que hiciera falta para conocer el secreto, para descubrir lo más importante que él me podía enseñar.

Pasaron tres días.

En mitad de la tercera noche, se abrió la puerta.

–Está claro que realmente querías saberlo, ¿eh? ¡Jajá!... ¡Sígueme! ¡Te lo has ganado!

Lo acompañé a la cocina y él me hizo sentar en la mesita que los de la brigade empleábamos para comer. En silencio, puso la mesa para mí.

Me sirvió agua en un vaso. Se fue a los fogones y empezó a cocinar.

–¿Puedo verlo?

–No, por favor, quédate ahí. Pero te dejo olerlo… ¡jajá!

En unos minutos estaba emplatando. Lo trajo a la mesa.

Entonces lo vi.

os fritos con patatas? –pregunté.

–Sí. Huevos fritos con patatas. Come.

Tras quince años trabajando para el Chef, había tenido la oportunidad de probar los platos más sofisticados y sabrosos que uno puede llegar a imaginar.

Sin embargo, unos simples huevos fritos con patatas resultaron ser el manjar más delicioso que comería jamás en toda mi vida.


Presencia en la dimensión física

Acostumbramos a imaginar una presencia poderosa como alguien con buen aspecto, que está en forma, a poder ser una persona guapa, bien arreglada, vestida con estilo y si es posible con un sutil toque de perfume. Si además sale de una berlina de lujo último modelo que acaba de aparcar delante de su mansión, entonces ya tenemos una presencia casi de anuncio.

Y sí, es cierto que todo esto ayuda. Que es bueno cuidar el aspecto físico, especialmente cuando queremos causar una buena primera impresión.

Incluso es cierto que la manera en la que nos vistamos, el modo en el que cuidemos nuestro aspecto, afecta a nuestra propia auto-imagen y acaba tocando nuestra autoestima. Por no hablar de la importancia que tiene para nuestra salud estar en buena forma y tener una alimentación y unos hábitos saludables.

Pero cuando observas las imágenes del pequeño y, por qué no decirlo, feúcho Mohandas Gandhi, que está siendo entrevistado sentado en el suelo de un pajar, sin más ropa que sus calzones, delgadísimo y con un aspecto casi famélico, no puedes evitar sentir como cada una de sus escasas palabras te impacta con fuerza, como cada pequeño gesto hace vibrar algo en tu interior.2

Cuando visualizas el vídeo una y otra vez, también acabas por darte cuenta de que en el plano físico tanto te impacta una presencia rodeada del máximo lujo como una presencia en la más absoluta pobreza. Igualmente te impacta un cuerpo escultural, que un cuerpo demacrado y con signos de inanición. Es decir, a menudo lo que impacta son los extremos.

En los extremos podemos encontrar el máximo impacto, pero cuidado, el máximo impacto tanto puede indicar una presencia centrada como una presencia totalmente descentrada. Puede ser precisamente una señal de excentricidad.

Para poder diferenciarlas, el indicador es claro: el contacto con una persona centrada te hace sentir bien y a largo plazo te transforma positivamente.

Si empezamos a explorar los diferentes niveles que hay en la dimensión física, descubriremos que las posesiones materiales serían el aspecto más periférico de la presencia. Es difícil evitar que la persona que aparece con su deportivo último modelo te deslumbre. Una presencia con un fuego llamativo, rápido y fácil pero, eso sí, que no dura más que unos segundos.

Porque las posesiones materiales no nos hablan necesariamente de la cualidad de la persona. Una cosa es lo que se posee y otra muy distinta lo que se es. Se puede tener mucho y ser muy poco, y viceversa. Y, muy a menudo, salvo excepciones, las posesiones materiales de una persona se deben mucho más a las condiciones de la cuna, la casa, el barrio y el país en los que nació, que a los méritos propios.

De hecho este factor se invierte con algunas de las presencias más poderosas de la Historia de la Humanidad, que precisamente se han caracterizado por su desnudez y su pobreza extrema. Despojarse de toda riqueza les ha permitido abandonar el foco de lo superficial y concentrarse en lo más profundo, duradero y real, convertirse en un símbolo que nos habla de lo que verdaderamente importa.

Pero sigamos avanzando. La vestimenta y el cuidado del aspecto están en un nivel un pelín más profundo. Requieren de buen gusto, de un cierto esfuerzo personal y foco en mantener un aspecto adecentado, correcto o incluso elegante, día tras día, pase lo que pase. Un buen corte de pelo nos hace sentir bien. Asearse y vestirse dignamente cada día es un acto de respeto hacia uno mismo que nos obliga a centrarnos en el momento presente. Y aunque esto no vaya a solucionar definitivamente nuestros problemas de autoestima, nos ayuda a mejorarla y nos permite proyectar mejor imagen.

 

Algunas presencias generan su particular impacto invirtiendo este factor. Por ejemplo la presencia del típico genio loco, descuidado, lleno de pintura o de restos de sus últimos experimentos artísticos o científicos, el pelo enmarañado. Lleva días sin peinarse (ni ducharse) porque ha estado entregado en cuerpo y alma a su obra más reciente.

No sabe ni qué día es, pero su presencia nos hace sentir que puede hablarnos del origen del Universo o de la verdadera naturaleza del amor. En casos como este conviene rascar un poco, no obstante, para verificar si es alguien muy centrado en su arte o simplemente se trata de alguien completamente descentrado, de un excéntrico. A menudo los extremos se tocan.

Desarrollar tu presencia con un buen fondo de armario está bien, pero no hay nada como estar en forma para que cualquier prenda te siente de maravilla. En un nivel todavía más profundo encontramos la forma física, algo que suele requerir de un esfuerzo personal considerable y que, ahora sí, ya puede empezar a ser un potente indicador (aunque no de manera inequívoca ni mucho menos) de rasgos más profundos de la personalidad de quien tienes delante tuyo.

Mantenerse en forma y practicar unos hábitos saludables requiere de constancia y de dosis elevadas de fuerza de voluntad. Especialmente si estás a cargo de una familia, tienes un trabajo exigente y más de cuarenta años. Mantener un vientre plano con veinte años, sin haber parido, pudiendo ir todos los días al gimnasio, cuando no tienes que controlar tu alimentación porque tu metabolismo lo quema todo y sin tener que preocuparte de cambiar el pañal a nadie, de hacer la comida o de terminar una jornada laboral de diez horas, es mucho más fácil. Como es natural, en este nivel más profundo la dificultad hace que encontremos a menos personas.

De nuevo, algunas presencias poderosas invierten completamente el color en este nivel: el activista político demacrado por la huelga de hambre, o el deportista paralímpico, que a pesar de las dificultades, es capaz de llegar increíblemente lejos. Exhiben un cuerpo que los sitúa en el otro extremo y que por ello impacta, mueve, y a menudo conmueve.

Si seguimos avanzando, en un nivel mucho más profundo estaría el comportamiento observable, la manera en la que nos expresamos, lo que tradicionalmente se ha venido a llamar los modales, la educación.

Seguro que conoces a personas con un aspecto magnífico que en cuanto abren la boca pierden todo su atractivo. Seguro que también habrás conocido a personas quizás menos agraciadas pero que por su manera de hablar, a menudo solamente por la manera en la que se mueven, resultan simplemente irresistibles.


Figura 17. Círculos concéntricos de la dimensión física. Cuanto más externo, más visible a simple vista, pero menos indicador de una presencia realmente poderosa y centrada.

Con los modales ha ocurrido algo muy habitual: el nombre ha sustituido a la cosa, la forma al contenido, el ritual ha acabado con su propia razón de ser. En muchas ocasiones, el protocolo y la etiqueta se han convertido en una mera recopilación de comportamientos absurdos, arbitrarios, desconectados de su para qué, que repetimos de manera casi supersticiosa.

Mete a una gallina en una caja cerrada, con iluminación, un orificio para poder alimentarla y otro orificio para poder observarla (lo que en investigación científica se denomina una caja Skinner). Cada cinco minutos introduce sistemáticamente un grano de maíz. Entonces ocurre lo siguiente.

La gallina piensa que la aparición del primer grano tiene que ver con algún gesto que acaba de realizar. Para comprobar que esto es así, empieza a repetir el gesto más y más. Lógicamente, cuando al cabo de cinco minutos aparece otro grano de maíz, cree que es por el gesto que ha estado repitiendo, con lo que lo repite ahora con mucha más intensidad. Su «deducción» se «confirma» porque al cabo de cinco minutos aparece un nuevo grano de maíz.

Al cabo de una hora, si miras dentro de la caja, te encuentras con una gallina que repite como una loca el mismo gesto una y otra vez.

Si pones diez cajas Skinner una al lado de la otra, te encuentras con diez gallinas locas que repiten frenéticamente cada una un gesto diferente.

Un determinado comportamiento acaba resultando de «buena educación» porque así nos lo han enseñado, pero por ninguna otra razón. Y entonces resulta que tirarse un eructo después de comer es de mala educación en algunas culturas y de buena educación en otras. Hemos pervertido los buenos modales porque hemos olvidado su auténtica naturaleza, su razón de ser.

En cualquier cultura, los modales de una presencia profunda y centrada tienen originariamente un solo objetivo: hacerte sentir bien. Son comportamientos que comunican que para esa persona realmente existes y eres importante, que en definitiva te validan y te abren un espacio seguro para que puedas ser tú mismo con autenticidad. Esa es la verdadera esencia de los modales.

Por ello, en el plano físico, una presencia profunda y bien centrada suele ser esencialmente alguien presente y callado. Que está allí contigo y que te ofrece todo el espacio que necesitas para hablar, para expresarte y para ser en libertad. No es más rico el que más tiene sino el que más puede ofrecer. Y sin duda la generosidad de ese ofrecimiento callado, de ese espacio, te hace sentir bien. Esa satisfacción que experimentas al recibir ese regalo es lo que hace de esa presencia una presencia luminosa.

Pero no es solo ese influjo lo que le da su poder. Porque, como reza el dicho: «el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras». Quien calla mantiene sus posibilidades intactas, no se ha comprometido. Por ello, en una conversación, el silencio es el lugar de máximo potencial.

El negociador que calla hace hablar a la otra parte y ya se sabe que por la boca muere el pez. El gerente que permanece callado en una reunión profesional es quien, cuando hable, recibirá la mayor atención. El orador profesional que calla estratégicamente cuando toca, genera un momento de fuerte expectativa, es capaz de enfatizar con mayor fuerza y transmite una fuerte sensación de seguridad y control.

Las palabras son verdaderamente poderosas cuando vienen precedidas de un profundo silencio. Unos huevos fritos con patatas son el manjar más delicioso del mundo cuando llevas tres días casi sin probar bocado. Callar cuando toca, y hablar lo justo y necesario, siempre ha sido una virtud de todos conocida y de pocos practicada. Para los que queremos desarrollar nuestra presencia en la dimensión física, existe un camino sencillo: simplemente callar. Callar cada día un poco más de lo que nos pide el cuerpo. Y solo haciendo esto tan sencillo, sentiremos cómo al instante se multiplica la profundidad de nuestra presencia y, con ella, nuestra influencia y nuestro control.

Es mejor callar y parecer estúpido,

que hablar y despejar la duda definitivamente.

Groucho Marx

Callar no es lo mismo que estar en silencio

Sin palabras, sin caricias, sin contacto visual. Así es como César Millán, más conocido como «el encantador de perros» aconseja abordar un primer encuentro con un perro desconocido. La idea es evitar que nuestras señales invadan el espacio del perro en ninguna de sus dimensiones sensoriales, ejercer lo que sería una especie de silencio multisensorial y permitir que poco a poco el animal pueda acercarse, empiece a percibir nuestro olor y con él nuestra energía.

Igual que no es lo mismo oír que escuchar, no solemos caer en el hecho de que existe una diferencia abismal entre callar y estar en silencio. De hecho, es habitual estar callado sin estar en silencio.

Pues bien, una presencia poderosa en el plano físico, más que una presencia callada es una presencia realmente silenciosa, vacía.

Para ilustrar la diferencia, imagina que la persona con la que estás hablando está callada pero tiene una ceja arqueada y está con la boca un poco abierta como a punto de decir algo. Su semblante es de contrariedad. Su cuerpo está ligeramente inclinado hacia ti, sus gestos como indicando que está a punto de intervenir.

Efectivamente está callada, pero no está en silencio en absoluto. Es evidente que en su cabeza hay un ruido propio, quizás nuevos juicios o nuevas ideas para contra-argumentar. Su mente no está allí de manera plena y en su cuerpo resuenan vibraciones que empujan, que quieren ocupar tu espacio.

Todo esto se percibe. Consciente o inconscientemente. Y entonces, cuando sientes tu espacio invadido o a punto de ser invadido, tratarás de contrarrestarlo de alguna manera. Tomarás alguna medida para asegurar tu propio espacio y no permitir que la otra persona entre. No te dejarás influir.

Callar es hacer el silencio con tu voz. Pero, como diría Gandhi, el silencio de los labios cosidos no es silencio. El silencio de verdad lo es con toda tu corporalidad. Consiste en comunicar con todo tu cuerpo que permites a la otra persona hablar, intervenir, decir lo que quiera, hacer lo que quiera, ser ella misma siempre que quiera.

Una presencia profunda y centrada es un cuerpo entero haciendo el silencio para nosotros, dándonos paso, permitiéndonos entrar. Nos abre las puertas sin temor, como solo los realmente poderosos pueden hacer. Ese silencio absoluto es lo que le da su poder. Nos hace sentir bien y al mismo tiempo nos impresiona y nos subyuga.

Pero ¿cómo podemos hacer el silencio con todo nuestro cuerpo? ¿Cuál es esa postura?

Presencia centrada, postura centrada

La investigación en el campo de la comunicación no verbal acerca de la expresión de las relaciones de dominio y sumisión es extensa.

Comunicar quién manda es de hecho uno de los mensajes que subyace transversalmente en casi toda comunicación no verbal, tanto en los seres humanos como también en el resto del mundo animal, incluso en especies muy poco evolucionadas.


Figura 18. La comunicación no verbal en el mundo animal tiende a expresar las relaciones de dominancia y sumisión.

En una interesantísima conferencia de Ted Talks3, Amy Cudd, de la Harvard Business School, explica cómo en el mundo animal las posturas dominantes precisamente tienden a ser posturas amplias, que ocupan el espacio, que invaden. Complementariamente, las posturas de sumisión tienden a encogerse, a replegarse en el espacio.

Lo mismo ocurre con los seres humanos. Si observamos los gestos del deportista que acaba de lograr una victoria veremos como se expande, se ensancha, abre los brazos, en ocasiones las piernas, a veces también las manos.


Figura 19. Usain Bolt celebrando su victoria en los 100 m con una postura expansiva que comunica su dominio.

Amy Cudd explica cómo incluso los deportistas ciegos de nacimiento, que nunca han tenido la oportunidad de ver cómo otros celebraban sus victorias, se expresan prácticamente de la misma manera exhibiendo corporalidades expansivas cuando triunfan en sus competiciones, lo que demostraría hasta qué punto este tipo de comunicación es algo innato, intuitivo, no aprendido y por ello de una gran universalidad.

En el otro extremo del espectro, las posturas de sumisión y derrota se corresponden con corporalidades replegadas, que pretenden ocultarse, casi desaparecer.


Figura 20. La expresión corporal de la derrota y la sumisión.

Ahora que hemos identificado las posturas extremas de dominancia total y de sumisión absoluta, podemos hacer un interesante ejercicio. En la siguiente ilustración vamos a colocar entre estas dos posturas las posturas intermedias, representando lo que hay que hacer para pasar de una postura a otra.


Figura 21. Representación del continuo entre la postura de dominancia y la de sumisión.

 

Pues bien, parece lógico pensar que si en los extremos tenemos las posturas que comunican cosas opuestas, justo en el centro encontraremos un lugar neutro, donde no se comunica ni lo uno ni lo otro.

Si somos capaces de capturar la postura que está justo en el medio, en el centro, habremos hallado la postura que simplemente no transmite nada, la postura del silencio.

El centro físico

La postura más silenciosa es la del equilibrio estable. No requiere esfuerzo y no requiere tensión porque es una postura simétrica respecto al centro de gravedad, que se encuentra a un par de dedos por debajo del ombligo y que pasa a convertirse de esta manera en el centro tangible de la dimensión física.

En la cultura marcial japonesa, este centro físico o «Hara» es el lugar desde el que se desarrolla todo el trabajo. La postura debe estar siempre centrada en el Hara y todos los movimientos deben salir intencionalmente desde allí. El Hara es el centro físico a partir del cual todo se origina, que da estabilidad estática y dinámica, consistencia, fuerza y flexibilidad.


Figura 22. La postura del silencio, una postura sin tensión que se consigue al equilibrarse simétricamente respecto el centro de gravedad del cuerpo, situado a dos dedos por debajo del ombligo.

Pero el Hara es también considerado el centro de conexión con la energía vital del hombre y con la espiritualidad. Durante la gestación, el ser humano «surge» del cordón umbilical hacia el ombligo, lugar en el que se concentran todas las energías y desde el que es necesario aprender a canalizarlas. Por ello, cuando el samurái quiere darse muerte a sí mismo, se hace el «Harakiri» atravesando completamente su propio Hara.

En la cultura japonesa, una persona «que tiene Hara» es una persona madura, estable, de fiar. Es la máxima expresión de un ser humano desarrollado. Las personas de poca calidad «no tienen Hara» y eso se manifiesta, no solo en sus actos, sino también muy explícitamente en su postura.

El desarrollo del Hara a su máximo nivel conlleva, no solo cualidades físicas, sino también sensoriales: quien está centrado en su Hara es capaz de aprovechar el máximo potencial de sus sentidos y de alcanzar una percepción extraordinaria, en ocasiones casi extrasensorial. Se convierte en una especie de antena humana que capta rápidamente los mensajes que flotan en el aire. La palabra «haragei» hace referencia a esta cualidad, que es, no solo física, sino también sensorial.

En palabras de Dürckheim, gran estudioso y divulgador del Hara: «Haragei es el nivel de conciencia más alto que el hombre puede llegar a alcanzar a través del Hara».

«Un hombre va andando por la calle y a pocos pasos le sigue alguien. Sin volverse siente que este último tiene intenciones hostiles con respecto a él, pero continúa tranquilamente su camino. El otro, que efectivamente preparaba una mala jugada, siente que se han percibido sus intenciones y se dice: ‘debe ser fuerte, más vale renunciar’. Estos dos hombres disponen de haragei».

Extraído de Hara. Centro vital del hombre.Karlfried Graf Dürckheim

En muchas otras tradiciones el centro de gravedad del cuerpo o centro físico es también el lugar donde se ubica la fuerza vital y al mismo tiempo la conexión con las demás dimensiones de la experiencia.

Por ejemplo, habrás notado que algunas estatuas de Buda lo representan como un individuo gordito y panzón, normalmente sonriente. Pues bien, esa tripa protuberante, además de ser un símbolo de abundancia, representa también la presencia de un centro o Hara potente que sobresale y se convierte en el eje de la presencia.


Figura 23. La panza protuberante del Buda representa un centro físico poderoso y evidente.

En el centro físico no hay sensación física

Una postura centrada es una postura equilibrada, bien balanceada, que no requiere prácticamente ninguna tensión. No hay tensión y, por lo tanto, no hay sensación. Es en este sentido que la experimentas como una postura silenciosa, no solo hacia fuera, sino además, también hacia adentro.

El silencio físico, esta falta de sensación corporal, surge de una buena postura, pero también de estar en buena forma y gozar de buena salud.

Estando en buena forma, el silencio se manifiesta como la ausencia de cansancio. Cuando tu cuerpo se encuentra descansado, cuando has dormido bien, te sientes ligero, como si la gravedad hubiera disminuido. En realidad lo que «sientes» es la falta de sensación: no hay cansancio, no hay esfuerzo.

El silencio también se manifiesta en la dimensión física en forma de ausencia de dolor, consecuencia de un cuerpo sano y saludable. Cuando te encuentras bien lo sabes porque en realidad no sientes nada. De hecho la salud suele definirse como la ausencia de enfermedad. Y de hecho es precisamente esto lo que hace que a menudo no te des cuenta de lo bien que estás hasta que te pones enfermo.

En definitiva, en el centro físico no hay sensación física. Esta es la forma del silencio en esta dimensión.

La ausencia de dolor, de cansancio y también de tensión hacen que, a medida que te acercas al centro físico, vayas alcanzando un estado desde el que tienes más recursos para funcionar, en el que eres más fuerte, más capaz de controlar tus reacciones. Es el estado de mayor potencial.

Como es natural, este estado resulta visible a través de lo que comunica tu corporalidad y por ello los demás lo perciben, influyéndoles, de manera que tu poder personal aumenta todavía más.

Si, por el contrario, pierdes el centro y empiezas a sentir algún tipo de tensión en el cuerpo, o de cansancio, o incluso de dolor, tu presencia y tu manera de comunicar se verán alteradas inmediatamente. ¿Cómo te sientes, cómo hablas, cómo te relacionas con los demás cuando empiezas a sentir tensión, cansancio o dolor?

Luis, un brillante empresario, cliente y amigo, un día me enseñó: «Nunca se te ocurra emprender una negociación importante sin haber ido antes al baño». Este «insight» puede parecer gracioso pero, como el propio Luis me mostró, está científicamente comprobado que las ganas de orinar disminuyen nuestra capacidad atencional y el desempeño de nuestras funciones de memoria.4

Cuando tu cuerpo te envía señales en forma de dolor, cansancio, tensión (o ganas de orinar), te faltan recursos. Esa falta de recursos te descentra y se transmite inevitablemente sin que puedas hacer nada por evitarlo. Por mucho que te esfuerces, se notará. Y cuanto más te esfuerces por tratar de aparentar otra cosa, más se notará que estás haciendo un esfuerzo y que hay una inconsistencia entre lo que pretendes comunicar y lo que comunicas.

Importancia de las manos

Tus manos también desempeñan un papel importante en la dimensión física de tu presencia. Tus manos son dos de las herramientas de comunicación más poderosas de las que dispones y es importante que conozcas para qué sirven realmente y cómo ser capaz de generar silencio también con ellas, para poder entonces explotar todo su potencial.

Te invito a realizar un sencillo experimento. Frota durante medio minuto tus manos con mucha intensidad asegurándote de que ejercen una fuerte presión la una sobre la otra. Cuando hayas terminado, ábrelas con las palmas hacia arriba. Sentirás un cosquilleo que va hacia los dedos; se está disipando a través de ellos la energía que acabas de acumular al frotar.

Mucho antes de que ese cosquilleo termine, junta la punta de tu dedo pulgar con las de los otros cuatro dedos, como haciendo un círculo o más bien una bola con cada mano. Podrás sentir como el cosquilleo termina: la energía se queda en la mano.

Vuelve a frotarte las manos de la misma manera y experimenta como al abrirlas y cerrarlas alternativamente se genera y se detiene el cosquilleo cada vez.

Es una demostración experimental de algo que en la tradición oriental es bien conocido: que las formas circulares retienen la energía y la información, haciéndolas circular internamente, mientras que las formas en punta son como antenas que las emiten y las reciben.

Los dedos son puntas, y si tenemos en cuenta que tus manos tienen cinco puntas cada una, es decir, diez antenas en total, es evidente que lo que hagas con ellas va a transmitir una importante cantidad de información y de energía. Por ello tus manos juegan un papel crucial en la calidad de tu presencia.

¿De qué manera las manos transmiten información? ¿Cuál es el significado de los gestos? Mucha gente cree saber lo que los gestos de las manos significan, pero la mayoría, a menudo incluso profesionales del campo de la comunicación, suele no tenerlo realmente claro. Esto es así porque cuando movemos las manos al hablar, estamos gestionando información. Pero lo hacemos de manera inconsciente, automática, sin saber muy bien por qué.

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