El desierto de Aena

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“Así que el rumor que corría entre los traficantes era cierto. Alguien estaba liberando ahmas para formar un ejército, y ese alguien sois vosotros”, murmuró haciendo que aquel hombre lo mirase extrañado. “¿Por qué nosotros?”, preguntó mientras aquel hombre lo dejaba despacio sobre una cama

“Porque el que es ahora el cónsul de nuestro país sólo confía en nosotros. Nadie sabe por qué, pero en cuanto llegó a Ara, nos reclutó y comenzó a entrenarnos como pilotos. Eso es todo lo que sé, y nuestra misión aquí es llevarle el ejército que necesita para acabar con los bastardos que quieren invadir Ara.”

“No, por qué nos habéis elegido a nosotros. Yo estoy enfermo, y quizás el medicamento no sea efectivo.” El miedo en su voz pedía a gritos que alguien denegase su afirmación. Lo último que quería era morir sin conocer lo que sería tener a la persona con la que hubiera podido crear un enlace protegida entre sus brazos.

“Ella los elige. No conozco sus motivos, pero su blanco siempre han sido ahmas enfermos o malheridos. Los demás quizás tengan algo de salida en el mercado negro. Tú habrías muerto sin remedio en menos de una semana si ella no te hubiera encontrado.”

Un escalofrío hizo que se abrazase a sí mismo. Jamás pensó que se enfrentaría a la muerte de una manera tan directa. En esos momentos se dio cuenta de su frágil existencia, por lo que, inconscientemente, buscó a la joven princesa para ver que los observaba desde el marco de la puerta con los ojos perdidos en el vacío. No sabía qué pensamiento estaría habitando su cabeza, pero el de Zaeder era demasiado claro en el aquel momento: ser fiel de manera incondicional a la persona que le había salvado la vida.

No pudo evitar que su corazón se encogiera al escuchar cómo Dehnam les contaba algo de lo que ella aún no era capaz de hablar. Por mucho que quisiera seguir los pasos de su padrastro, no veía el futuro tan claro como él. Alexia era una persona escéptica que jamás creería en las premoniciones. Ni de los nabu, ni de los humanos, ni siquiera de los propios sacerdotes de Ara, los cuales también profetizaron que el día en que los foranos descubrieran la arita turquesa, todo sería destruido. Pero pese a todo su escepticismo, Alexia tuvo que aceptar el hecho de que los foranos comenzaran a llegar a su pequeño planeta, instalando bases que hacían agujeros tan grandes que eran capaces de hacerles cruzar de un extremo a otro a través de la tierra, solo para encontrar los yacimientos de una piedra que para ellos tan solo era simbólica pero que para el resto del mundo era una de las joyas más codiciadas y mejor pagadas. No queriendo seguir escuchando lo que los ahma tuvieran que hablar entre sí, cruzó el pasillo todo lo rápido que le permitían sus cansadas piernas, y se encerró en su habitación. Lo último que necesitaba en aquel momento era no solo presenciar cómo Dehnam les ponía al corriente de lo que sucedía en su planeta, sino el ver que la necesidad de contacto físico que tanto les caracterizaba llegaba a su álgido punto ahora que se habían reencontrado los tres. No, no quería sentirse fuera de su propia vida. Prefería dejarles espacio y que disfrutaran los unos de los otros como solo ellos eran capaces de hacerlo, sin tapujos, sin mentiras, sin hacerse daño. Pese a haberse criado en todas las costumbres de aquella extraña cultura, no se sentía uno de ellos cuando compartían sus cuerpos, su pieles y hasta su alma. En el fondo, Alexia estaba celosa de ellos porque ella no sería capaz nunca de alcanzar lo único que la diferenciaba de aquellos seres, la capacidad de enlazar tanto sus mentes como sus corazones.

La primera vez que Reixat le explicó que los ahma eran capaces de enlazar parte de su mente con las personas a las que querían, Alexia solo sonrió y respondió que ella no creía en el amor. Que este no existía y que en lo único que creía era en él y en su fiel cuidador. Ante aquella respuesta, Reixat le contó su desgarradora historia. Él tampoco había querido entender lo que significaba el enlace ahma, y lo había interpretado como una metáfora de lo que aquellos seres definían como amor. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el que su amante ahma se enlazase a él fue lo que logró mantenerlo con vida. El enlace sirvió para proteger su mente del lavado de cerebro que los nabu intentaron llevar a cabo en la guerra de hacía veinte años. Pese a conocer la historia de aquella guerra, Alexia no llegó a creer del todo las palabras de Reixat, no quería creer que existiera algo tan fuerte y, al mismo tiempo, tan peligroso. Pero cuando con el paso de los años verificó que aquel enlace era real, sintió celos de aquellos que lo habían realizado. ¿Por qué ninguno de sus amantes se había enlazado aún a ella? ¿Por qué Dehnam, quien aseguraba quererla con una devoción incalculable, tampoco se había enlazado a su mente, a su corazón?

La primera noche que le expuso a Dehnam el deseo de querer enlazarse a él, este le explicó que no era algo voluntario, que ocurría sin más. Su madre le explicó una vez que se enlazó a su padre cuando creyó que iba a morir, y Dehnam le transmitió la misma historia a Alexia, quien finalmente aceptó que no era uno de ellos. Que por muy unida que estuviera a Dehnam o a cualquier otro de los ahma que tenía a su lado, estos solo la verían como la criatura a la que debían proteger y mantener con vida a cualquier precio. Decepcionada ante su propio descubrimiento, Alexia jamás volvió a hablar de los enlaces y dedicó toda su voluntad a mejorar como piloto para poder serle útil algún día no solo a Reixat, sino a aquellos que la protegían.

El sonido de unos nudillos golpeando la puerta hizo que se sobresaltase. Se había sumido tanto en sus recuerdos que había perdido toda noción espacio temporal. Quitándose la peluca blanca, se acercó a la puerta para descubrir tras esta el rostro preocupado de Dehnam.

“Hey, ¿qué te ocurre? Llevas ahí cerca de una hora.”

“Estoy bien, sólo estaba pensando. ¿Cómo evoluciona nuestro enfermo?”, preguntó tratando de evitar los ojos preocupados de su amigo.

“Zaeder está mejor. Ahora duerme. Estaba deseando poder darse un baño, pero estaba demasiado cansado para hacerlo él solo, así que le hemos ayudado entre su hermano y yo”

“¿Os lo habéis pasado bien?”, preguntó con ternura apartando de los ojos del joven los mechones mojados del flequillo.

“Así que es eso...”

Los ojos llenos de dudas de Alexia se clavaron en los suyos. No entendía por qué se sentía tan distante a ellos cuando su ideología era la misma. Su padre la había educado para ser un ahma, pero algo dentro de ella misma se negaba a ver que era tan pura como ellos, pese a no ser de su misma raza. Entristecido, la abrazó con fuerza para sentir como Alex le devolvía el gesto.

“Eres una de los nuestros, aheri. Disfrutas de las mismas cosas que nosotros, lloras por los mismos motivos que nosotros. No seas tan dura contigo misma.”

“No quería molestaros. Tiene que ser algo especial el reencontrarte con uno de los tuyos y poder disfrutar de él sabiendo que por el hecho de ser un igual a ti, ya tiene todo el afecto del mundo. Eso es algo que nosotros no somos capaces de hacer.”

“Tú sí, Alex. Tú eres igual que nosotros”

Antes de que Alexia pudiera siquiera imaginar una respuesta en su mente, Dehnam la besó despacio para acallarla. Estaba cansado de ver cómo se castigaba por algo que no había hecho. Sin romper el beso, rodeó su cintura y la levantó del suelo con facilidad para sentir cómo sus piernas se aferraban con fuerza a sus caderas. Conociendo aquel cuerpo a la perfección, Dehnam lo recostó sobre la cama para adueñarse de él, al igual que lo había hecho tantas noches, profesándole un amor y una devoción difícil de comprender para cualquiera que no fuera de su raza.

El sentir las puntas de los dedos de Dehnam acariciando su rostro fue todo lo que necesitó para sucumbir ante su propia naturaleza. Cerrando los ojos, dejó que sus manos recorrieran su espalda aún húmeda, delineando los músculos que se tensaban solo por sentir aquel leve roce. Por norma general, los ahma se entregaban a una pasión que no conocía límites, pero Dehnam era diferente a ellos. Prefería deleitarse en el lento pasar del tiempo y perderse en aquel cuerpo antes que perder el control por alcanzar tan solo la meta que otorgaba aquel acto. Despacio, como siempre que estaba con ella, volvió a memorizar no solo su piel sino parte de su alma, porque, aunque lo negase, Alexia siempre le entregaba una parte de esta junto con su cuerpo.

Perdida en lo que Dehnam le transmitía con cada caricia, con cada nuevo beso, Alexia se rindió ante él para abrazarlo con fuerza. Esa noche no quería dejarlo escapar. Necesitaba sentirlo a su lado, junto a su cuerpo desnudo. El contacto de la piel de Dehnam en la suya era demasiado gratificante, demasiado protector. Aún con él encima, dejó que sus dedos se perdiesen en esa melena teñida a rubio oscuro que conseguía que sus facciones fuesen aún más dulces y hermosas.

“Eres todo lo que algún día podré soñar.”

“Lo sé, tú eres todo lo que necesito en este momento. Estando a tu lado, sé que estoy en casa.”

El corazón de Alexia se estremeció al escuchar aquella frase. Apenas recordaba ya cómo eran los paisajes de Ara. Estar un año fuera de aquel lugar era peor que cualquier tortura. No solo extrañaban su hogar, sino también a todos los que dejaron allí. Pero pese a eso, el tener a Dehnam a su lado conseguía que el dolor se atenuase, que la nostalgia fuera menor.

“Yo también siento que sigo en casa cada vez que estás a mi lado. Todo sería igual que antes si él estuviera aquí”

“Tu padre vigila cada paso que das y lo sabes, Alex, no perderá a la persona más importante que ha tenido por segunda vez. Jamás podría perdonárselo.”

 

Tratando de convencerse de lo que había dicho su fiel compañero, lo besó despacio antes de salir de la cama y buscar por el suelo los pantalones de algodón y la camiseta negra. Bajo la atenta mirada de Dehnam, se vistió despacio. Sintiendo que su pequeño cuerpo pesaba más de lo normal, se acercó a la cama para apartar el largo flequillo de los ojos de Dehnam, besando después su frente con ternura.

“Es mi turno. Le diré a Zehnon que se quede contigo. Quiero que al menos vosotros podáis descansar.”

Asintiendo despacio, el joven ahma giró y cubrió su desnudez con las sábanas desgastadas.

“Descansa…”

Sabía que apenas había sido un susurro, pero estaba segura de que él la habría escuchado. Caminando despacio por el pasillo, llegó hasta la habitación de Zaeder, y sin molestarse en llamar abrió la puerta metálica para encontrar a los dos hermanos hablando en voz baja.

Cuando escucharon que la puerta se abría, no pudieron evitar sobresaltarse. Estaban demasiado acostumbrados al maltrato físico y al castigo, por lo que aún les era difícil asimilar lo que parecía ser un golpe de buena suerte. Sorprendidos, los hermanos se quedaron mirando a la joven, que caminaba hacia ellos luciendo una larguísima melena rojo oscuro que llegaba hasta el hueso de sus caderas. Despacio, Zehnon se movió sobre la cama para quedar sentado a la altura de su hermano en un gesto tremendamente protector.

“¿Cómo se encuentra?”

“Tiene menos fiebre”

Ver como Alexia asentía, tras un breve momento de silencio, hizo que todo su ser se tensara. Por más que lo intentase, no podía confiar en ella, al menos no aún. Habían sido engañados varias veces con falsas esperanzas y el que Dehnam caminase libremente por aquella base no quería decir nada. Siempre podía seguir las órdenes de la joven y fingir delante de los demás una libertad inexistente.

“Gracias, alteza…”, susurró Zaeder, haciendo que dos pares de ojos se clavaran en él, rompiendo con ello el incómodo y tenso silencio que se había arremolinado en la habitación.

“El apelativo murió junto con mi otra vida. Ahora solo soy Alexia, Zaeder. Nunca me gustó el título y lo que menos quiero ahora es que nadie me llame por él.”

“Entiendo”

“Por cierto, es mi turno para hacer guardia, así que quiero que todo el mundo esté durmiendo en menos de diez minutos. Tengo que prepararle demasiados informes a Reixat y me desconcentraréis si sé que estáis despiertos. Zehnon, Dehnam está ya en su habitación. Hace un rato que deberías estar allí.”

Antes de que pudiera protestar, Zaeder acarició su hombro con una orden silenciosa, la de obedecer aquellas palabras. Con gesto de resignación, se acercó a él para besarlo levemente y, antes de que pudiera memorizar sus labios, el propio Zaeder se separó de él, instándole a que se fuera con un movimiento de cabeza. Escoltado por Alexia, salió de la habitación y caminó apenas un par de pasos hasta que localizó una puerta gemela a la suya. Sin llamar, giró el picaporte y desapareció a través de la negrura mientras escuchaba cómo la joven cerraba la puerta a su espalda. Temiendo por su hermano, consiguió llegar hasta el borde de la cama, donde lo recibieron las cálidas manos que apenas unas horas antes recorrieron su piel hasta llegar a memorizarla.

“Pensé que Alex no sería capaz de arrancarte del lado de Zaeder.”

“Lo siento, no es tan fácil confiar en alguien que no sea de los nuestros, Dehnam. Temo que le pase algo a mi hermano.”

Pese a no poder ver claramente el rostro de Dehnam, intuyó que estaría sonriendo. Por norma general, todas las personas que los conocían pensaban que él era el fuerte y Zaeder un ser débil y frágil por su aspecto físico, pero contra todo pronóstico, el que estaba lleno de miedos era el corazón de Zehnon. Dejándose guiar por los cálidos brazos de Dehnam, se tumbó a su lado para refugiarse en su cuerpo desnudo. La piel, que aún olía a él y a lo que creyó que sería la esencia de Alexia, lo llamaba a gritos, le pedía ser de nuevo devorada con la misma pasión que conocieron en las frías duchas de la nave. No pudiendo resistirse a su verdadera naturaleza, se adueñó de los suculentos labios de Dehnam, quien entre suaves caricias lo convenció de que aquel era su nuevo hogar y que al lado de la princesa exiliada estarían completamente seguros y a salvo. Perdido en el maravilloso delirio que le proporcionaban aquellos labios, Zehnon finalmente se rindió a sus palabras, prometiéndole que confiaría en ella tal y como lo hacía él.

Cuando la vio cruzar la puerta por segunda vez, algo en su estómago se retorció, mandándole infinitas señales de alerta. Asustado ante la reacción de su propio cuerpo a la presencia de la joven, prefirió volver a tumbarse mientras veía cómo se acercaba hasta él con otro de sus extraños aparatos en la mano. Al identificar que era otra de las fuertes inyecciones, se incorporó ligeramente para facilitarle la tarea, que parecía realizar de manera experta. No sabiendo qué hacer o qué decir, se limitó a sentarse y apoyarse contra la pared para poder admirar los extraños ojos sin pupilas que se encontraban ahora a la altura de los suyos.

“Eres increíblemente hermoso. Jamás pensé que un baño pudiera hacer tal milagro”, la escuchó decir al tiempo que cogía entre sus dedos finos de uñas cortas un par de mechones de pelo blanquecino.

“Yo tampoco lo pensé”, respondió en la misma lengua que ella. “Siento si Zehnon está tan distante contigo. No se fía de casi nadie, y menos si no es de los nuestros”, se excusó por su hermano, creyendo que era lo correcto en una situación así.

“Yo tampoco me fío de nadie a menos que sea un ahma. El resto de seres siempre me han dado motivos para desconfiar. De todos modos, no estoy aquí para darte conversación sino para mandarte dormir.”

“¿Y si no pudiera?”

“No me quedaría más remedio que llevarte a la sala de control mientras hablo con mi padre. No pienso dejarte solo aquí.”

La sala se extendía ante él mostrando una tecnología que jamás pensó que podría encontrar en un lugar como aquel. Ayudado por Alexia, se sentó en un viejo sofá que había pegado a una de las paredes y se dejó arropar con una manta que habían sacado de la habitación. Sin apartar los ojos de ella, vio como se acercaba a la pantalla que había en la pared de enfrente y comenzaba a presionar el teclado táctil que era esta en realidad. Antes de que le diera tiempo a leer lo que escribía en su propio idioma, un hombre que no se parecía en nada a ella apareció al otro lado de la pantalla, llevando alrededor del cuello la misma insignia que llevaban ellos, el colgante hecho de arita turquesa.

“¡Hola papá!”

La voz de Alexia retumbó en la silenciosa habitación, haciendo que se diera cuenta por primera vez de que la princesa furtiva tenía que ser tremendamente joven.

“Hola, nena. ¿Cómo lo lleváis? ¿Habéis reclutado a alguien más?”

“No, he rescatado a dos hermanos hoy y no he podido avanzar en la búsqueda de soldados… Lo siento…”

Pese a saber que no era su culpa, no podía no sentirse decepcionada. Aquel al que llamaba padre había dado todo por ella y, ella no era siquiera lo suficientemente responsable como para cumplir la única misión que le habían encargado: reclutar un ejército de ahmas.

“Alex, no seas tan dura contigo. Me has mandado un escuadrón de hombres magnífico y los has entrenado sin ser esa tu función. Has hecho mucho más de lo que nunca hubiera podido esperar.”

Asintió despacio ante aquellas palabras, pero por muchos ánimos que aquel hombre le diera, siempre se sentiría una carga para él.

“¿Aquel hombre de allí es uno de los que has traído hoy?”

“Sí, está infectado de fiebre negra. Pero no quiere dormir. No iba a dejarle solo con la inyección de los antibióticos de Ara, me parecía un poco peligroso”, se excusó. Pensó que quizás Reixat no quisiera que les escuchasen hablar. Si no, no entendía por qué había cambiado de idioma si él también conocía el ahmon a la perfección.

“Cuida de él, y de Dehnam. Tu hermana no deja de preguntar por él.” No pudo evitar sonreír con sorna al escuchar aquel comentario “¿La misma que lo abandonó cuando se enteró de que me tendría que ayudar a mí? Curioso…”

“Alex…”

“Lo que tú quieras papá, voy a seguir estudiando los planos de Ara. Cuanto antes los memorice, antes podré volver. Hasta mañana.”

Nunca antes se había sentido Zaeder tan fuera de lugar en una conversación como en aquel momento. No sabía qué se traerían entre manos la princesa y aquel hombre, pero desde luego parecía algo tremendamente grande. Pese a sentir que la cabeza le jugaría alguna mala pasada si se levantaba del sofá, se incorporó despacio y se acercó al enorme monitor que mostraba una perfecta vista en tres dimensiones de la superficie de lo que suponía Arasupía. Apoyándose levemente en el hombro de Alexia, quien no se inmutó ante el roce, observó el terreno que había ante sus ojos para notar como volvía a sentir el mismo remolino de nervios en el estómago que cuando entró la joven a su habitación, solo que ahora sí fue capaz de identificarlo.

“Alteza…”

“Alex”, lo interrumpió antes de que pudiera continuar la frase.

“Alex, ¿qué necesitas encontrar?”

“Demasiadas cosas y ninguna. No me importa que mires, pero preferiría que estuvieras sentado, aún no me fío de la fiebre, puede subirte en cualquier momento.”

Asintiendo, caminó despacio hacia el sofá y vio que la joven cogía lo que parecía ser un ordenador portátil, que conectó directamente al monitor para poder visualizar todo desde él. Una vez vio que había depurado el nivel de calidad de la imagen, Alexia cogió una silla y la acercó al sofá para dejar sobre esta el ordenador, que resultó ser más grande de lo que Zaeder había creído en primera instancia.

“Toda la tecnología nos la proporcionó Reixat. Necesito encontrar un lugar idóneo para tender una emboscada a gran escala. No hablo de unas cuantas decenas de personas, sino de cientos. Arasupía está sitiada. Lo único que no han podido controlar es Ara, su capital. Allí están mi padre y los soldados ahma. Ahí espero estar yo en menos de tres meses.”

Sin dejar de mirar el monitor, se dejó caer contra el viejo sofá y se apartó algunos mechones de pelo que caían sobre sus ojos. Suspirando, tocó la pantalla táctil hasta que lo único que se veía reflejado en esta era la gran capital. Obligándose a sí misma a mantener la compostura, acarició el castillo que ahora se utilizaba como fortaleza, en la que todos trataban de encontrar un plan infalible contra los foranos, que día a día ganaban terreno. Desolada ante la idea de que aquellos salvajes pudieran acabar con la belleza de aquel planeta, volvió a su eterna búsqueda. Necesitaba no solo encontrar un buen lugar para lo que tenía pensado, sino que el sitio en cuestión permitiera sobrevolar la zona a los cazas sin problemas. La densa selva de la que estaba compuesta más de la mitad del planeta era demasiado peligrosa si no se conocía. Sin embargo y contra todo pronóstico, los mayores yacimientos de arita turquesa se encontraban en la zona más cercana a las tierras dominadas por volcanes.

Al recordar la extraña distribución de aquel planeta, se volvió a dejar caer contra el sofá, sobresaltando a Zaeder, que parecía estar completamente perdido en lo que se extendía ante sus ojos. Desesperanzada, alejó el visor para que el hombre que había a su lado pudiera tener una visión más globalizada. Por normal general, solo aceptaba los consejos de Dehnam en cuanto a estrategia aérea, debido a la experiencia que habían adquirido ambos al sobrevolar incontables veces la superficie de aquel planeta; pero en aquel momento de desesperación, cualquier tipo de ayuda sería más que bienvenida.

“Tu planeta es similar a Ahmon… Selvas que nadie se atrevería a cruzar y yacimientos áridos por culpa de los volcanes. ¿Me equivoco?”

Verla negar suavemente, al tiempo que se apartaba el pelo del rostro, le indicó que, tal y como pensaba, estaba desesperada y sin saber qué hacer. Sin dejar de mirar el monitor, se acercó a la pantalla para moverla sin haberle pedido permiso a la joven, tratando así de poder orientarse en aquel complejo mapa, en el que aparecían varias ciudades sitiadas y un gran atrincheramiento de foranos. Por lo que podía observar, llegó a la conclusión de que estos levantaban los campamentos cerca de la selva, rodeándola, acabando por ende en las tierras áridas cercanas a los volcanes. Seguramente, las excavaciones para encontrar la arita tendrían lugar en las tierras desérticas, pero, como sería de esperar, en algún momento necesitarían volver a por agua una vez se les acabaran las provisiones, y para desgracia de aquellos hombres, las únicas fuentes de agua se encontraban dentro de aquella selva que parecía impenetrable.

 

“Al… Alex, ¿qué tienes pensado hacer?”, preguntó haciendo que la joven lo mirase extrañada.

“Quiero llevarles a la selva”, contestó en el idioma diplomático. “Necesito acorralarlos allí. Tienen buenas armas y vehículos, pero somos nosotros los que la conocemos. Quiero encerrarlos allí, pero no será fácil que los pilotos sepan sobrevolarla. A Dehnam y mí nos llevó una vida aprendérnosla palmo a palmo”, explicó mientras le mostraba diferentes diapositivas de la zona. “Y un ataque cuerpo a cuerpo es demasiado arriesgado, no contamos con un ejército tan grande. Ya has visto cuántos son y el ejército tan pobre que tenemos”

“Hay una posibilidad de que los ahma aprendan rápido pero… es demasiado difícil de llevar a cabo, por no decir imposible”

“¿A qué te refieres?”

Algo mareado, se dejó caer contra el cuerpo de la joven, quien le ayudó a tumbarse sobre sus piernas. Una vez el malestar fue disipándose poco a poco, comenzó a trazar en su mente la idea que había acudido a esta como único recurso. Sin embargo, tal y como le había dicho previamente a Alexia, era prácticamente imposible que pudiera llevarse a cabo.

“¿Sabes algo acerca del enlace?”, preguntó cerrando los ojos ante las leves caricias de Alex en su cabeza.

“Sí, sé demasiado, de hecho. El amante de mi padre se enlazó a él y eso fue lo que consiguió mantenerle con vida en la guerra contra los Nabu.”

“El enlace es capaz de hacer que haya una conexión mental muy fuerte. Si estuviera enlazado a ti, podría llegar a sentir los pensamientos que me transmitieras directamente, no nos haría falta hablar. Si pudiéramos… si fuera posible crear un enlace unilateral entre un ejército ahma, no sería necesario que conocieran el terreno. Con que les guiase uno solo que conociera perfectamente la selva, sería más que suficiente.”

Suspiró despacio al tiempo que fruncía los labios en un gesto de desesperación. Ella también había considerado como válida aquella opción, pero sabía que no sería factible desde ningún punto de vista. De manera inconsciente, dejó que sus dedos se enredasen en los largos mechones blancos del flequillo de Zaeder mientras trataba de pensar en alguna forma de poder llevar a cabo la opción que aquel hombre había planteado, pese a saber de antemano que serían incapaces de poder realizarla.

“Un enlace es involuntario, ¿verdad? No eliges a la persona a la que enlazas. Ocurre y ya está.”

“Algo así. No ocurre cuando te lo esperas. Lo único que es seguro es que esa persona, para ti, es más importante que cualquiera de las demás que te rodean.” “¿Crees que Dehnam y yo…?”

“No, Dehnam y tú no podréis enlazaros jamás a menos que estuvieras en un peligro real. Eres más una hermana que una amante. No eres una opción válida Alexia, lo siento.”

Escuchar aquella explicación, que parecía tan terriblemente lógica, hizo que su pecho sintiera un vacío que no supo describir. Despacio, levantó la cabeza de Zaeder, que aún seguía en sus piernas, y las subió al sofá para abrazarse a sí misma. Todas sus esperanzas se habían esfumado con una sola frase. Su único plan factible de ataque había resultado ser nada más que una utopía. Ignorando al hombre que había a su lado, se echó a llorar, odiándose por no ser uno de ellos, por no poder crear un enlace con la persona que le podría ayudar a sobrevolar aquella maldita selva y hacer una herida tan grande en los campamentos de los foranos que se les quitarían las ganas de volver a Ara. Tratando de recomponerse, se limpió el rostro lleno de lágrimas con el dorso de la mano para ver por el rabillo del ojo el rostro de Zaeder teñido de preocupación.

“Ve a dormir”, susurró mientras se levantaba despacio del sofá. “Estás mucho mejor, pero no estaré segura de tu recuperación hasta que no pasen al menos un par de días”

“No voy a dejarte sola. Me has salvado la vida, te pertenezco por completo.”

“Eres libre, no le perteneces a nadie”, protestó con rabia

“Te equivocas. Si no fuera por ti, seguramente habría muerto. Te debo mi vida por entero y no hay manera de que me hagas cambiar de opinión.”

No pudo evitar resoplar ante aquella contestación. En momentos como aquel, Alexia se preguntaba por qué se sentía tan a gusto entre aquellos hombres y su extraña mentalidad. Ignorando sus palabras por completo, lo agarró de la muñeca para arrastrarlo hasta su cuarto sin el más mínimo esfuerzo, ya que aquel hombre no hacía más que dejarse guiar por ella a lo largo del oscuro pasillo. Una vez estuvieron dentro, lo condujo hasta la cama y le indicó con un gesto inconfundible que se metiese en ella.

“Ahora entiendo por qué Dehnam dice que eres uno de los nuestros”, comentó Zaeder desde la cama mientras la miraba con curiosidad.

“Dios… te prefería cuando estabas moribundo”, resopló frustrada

“¿Por qué eres así?”

“¿Así cómo?”, preguntó desde el marco de la puerta al tiempo que giraba al escucharlo hablar en aquel idioma.

“Tan dulce y amarga a la vez. Cuando quieres puedes ser alguien amable y estar pendiente de los demás, pero ahora da la sensación de que te has comido un limón amargo y que lo estés pagando conmigo.”

“No quiero que nadie me deba nada. No te he salvado para que seas mi esclavo”, le espetó mirándolo a los ojos.

“Por lo que parece, no sabes tanto de nosotros como crees, Alexia. Si alguien nos salva la vida, somos nosotros quien nos entregamos a esa persona. Por eso, todos están dispuestos a seguirte a una guerra suicida. Les diste la libertad, y ellos lo agradecen de esa forma. Aunque no lo quieras, todos dependemos de ti.”

La suave voz de Zaeder viajaba despacio a lo largo de su mente dibujando retazos de recuerdos que ahora acudían demasiado vívidos a su memoria. Todos los ahma que habitaban en Arasupía obedecían las órdenes de Reixat sin cuestionar una sola de ellas. En aquella época, no eran órdenes militares, sino una sencilla manera de distribuirles los cargos y cometidos que tendrían que llevar a cabo en el planeta. Las fortalezas y el armamento que tendrían que ayudar a construir, y todos ellos cumplían aquellas pequeñas normas como si se tratasen de un mandamiento sagrado. Y él sabía que ellos le obedecerían. Por eso la había enviado a ella. Reixat debía permanecer en Ara para asegurarse de que ella reclutaba a tanta gente como fuera necesaria para crear un ejército porque ya sabía que acatarían todas sus normas, sus leyes, sus deseos, aunque fuesen tan imposibles como el enfrentarse sin armas suficientes a un ejército de foranos.

La sola idea de mandar a aquellos hombres directos a un suicidio premeditado hizo que se echase a temblar. ¿Cómo había podido estar tan ciega ante algo así? Su padre lo único que quería era que los conociera, que fuera capaz de reconocer de manera inconsciente a los que serían fieles a sus palabras, y quiénes mejor que los que estaban a punto de morir por alguna enfermedad o por orden de sus propios amos. Él ya sabía que todos le jurarían lealtad sin que ella misma fuese consciente de lo que estaba haciendo. Llevándose las manos a la cabeza, se dejó resbalar por la pared para acabar sentada en el suelo de la habitación, mientras miles de imágenes asaltaban su mente, y fue entonces cuando comprendió por qué, desde que llegó allí, era incapaz de dormir. Las imágenes que ahora la acosaban eran las mismas que lo hacían en sus pesadillas. De manera inconsciente, siempre había sabido qué estaba haciendo y las consecuencias que sus actos podrían acarrear para otras personas.

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