Un llamado a destacarse

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Capítulo 4
Puedes volver a casa en cualquier momento

Un hombre tenía dos hijos –continuó Jesús–. El menor de ellos le dijo a su padre: “Papá, dame lo que me toca de la herencia”. Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.

Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus jornaleros”. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.

Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo”. Pero el padre ordenó a sus siervos: “¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.

Mientras tanto, el hijo mayor estaba en el campo. Al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música del baile. Entonces llamó a uno de los siervos y le preguntó qué pasaba. “Ha llegado tu hermano –le respondió–, y tu papá ha matado el ternero más gordo porque ha recobrado a su hijo sano y salvo”. Indignado, el hermano mayor se negó a entrar. Así que su padre salió a suplicarle que lo hiciera. Pero él le contestó: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”

“Hijo mío –le dijo su padre–, tú siempre estás conmigo, y todo lo que tengo es tuyo. Pero teníamos que hacer fiesta y alegrarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”.

Lucas 15:11-32.

* * * *

Esta es la historia de un joven que estaba cansado de los límites del hogar paterno. Para él, las cosas llegaron a tal punto que tomó la decisión de marcharse. Su rico y amoroso padre le dio la parte de su herencia, y el muchacho se fue a una ciudad lejana, donde pensaba que iba a poder vivir como quisiera. Tenía dinero suficiente como para darse todos los gustos. Como el dinero atrae a los “amigos”, pronto se vio rodeado de compañeros que lo ayudaban a gastar su riqueza en forma aparatosa.17

Pero los sueños que había tenido cuando era chico y vivía con su padre se hundieron en el olvido, junto con la estabilidad y la seguridad de su educación espiritual. Su herencia se desvaneció, y tuvo que dedicarse a cuidar cerdos. Para un judío, nada podía ser peor que eso. Los judíos que escucharon el relato de Jesús entendieron la profundidad de la degradación y la humillación que describía. El joven, decidido a encontrar su libertad, terminó, en cambio, convertido en un esclavo. Sin amigos ni comida, y profundamente angustiado, trataba de quitarles la comida a los cerdos para poder sobrevivir.18

En este relato, observamos una sorprendente descripción de lo que es la desesperanza de vivir separados de Dios. Puede que nos lleve algún tiempo darnos cuenta de cuán pobres somos cuando nos alejamos del amor del Padre celestial, pero ese día llegará. Y, mientras estamos lejos, Dios busca desesperadamente la forma de invitarnos a regresar al hogar.

El hijo pródigo tomó conciencia de su situación cuando estaba en medio de su desgracia, y se dio cuenta de que cualquier empleado en la casa de su padre estaba mejor que él. En su miseria, el muchacho recordó el amor de su padre. Y los recuerdos de ese amor lo llevaron a volver a su hogar.

Finalmente, decidió regresar y confesar su pecado. pensó en lo que le diría a su padre: “Papá, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco que se me llame tu hijo; trátame como si fuera uno de tus empleados”. Débil y hambriento, vestido con harapos, dejó por fin la compañía de los cerdos y se puso en camino para regresar al hogar de su niñez.19

El fugitivo no tenía idea de la tristeza que había aplastado a su padre desde que el hijo se había ido. Mientras bailaba y banqueteaba con sus escandalosos compañeros, no había tenido tiempo de pensar en la sombra que se había extendido sobre su casa. Y nadie podría haberle hecho creer que su padre se sentaba todos los días a contemplar el regreso de su hijo. Ahora, con pasos pesados y dolorosos, el hijo regresa a implorar no más que un empleo.

A la distancia, el padre reconoce a su hijo y corre a su encuentro y le da un largo y emotivo abrazo. Para proteger a su hijo de las miradas indiscretas, el padre se quita su propia capa y la coloca sobre los hombros del joven.

Confundido por este amoroso recibimiento, el muchacho comienza el discurso de arrepentimiento que había ensayado. Pero su padre no quiere escucharlo, porque no tiene en su casa un lugar para un siervo-hijo; su muchacho va a disfrutar de lo mejor que el hogar posee. El padre les da instrucciones a sus siervos para que le den los mejores vestidos, un anillo y calzado nuevo. Se organiza una fiesta, para que todos puedan celebrar: “Mi hijo estaba muerto, pero ahora vive; estaba perdido, pero ha regresado”.

¡En ese momento, el concepto que el hijo tiene de su padre es totalmente distinto! Siempre había pensado que era autoritario, exigente, inflexible. Pero no más. En su profunda necesidad, comprendió el verdadero carácter de su padre. Y de eso se trataba la historia.

En nuestra rebeldía, a menudo pensamos que Dios es intolerante y autoritario, demandante ante sus requerimientos. Pero, cuando hemos estado lejos por algún tiempo y estamos hambrientos espiritualmente, vestidos con los harapos del pecado y la culpa, podemos apreciar cuán amoroso y compasivo es realmente el Padre. Cuando apenas damos el primer paso del arrepentimiento, él corre a nuestro encuentro y nos recibe en sus brazos de amor. Perdona nuestros pecados y nunca más se acuerda de ellos (ver Jer. 31:34).

No esperes más, no trates de purificar tu vida para llegar a ser bueno antes de acercarte a Jesús. Si esperamos a ser lo suficientemente buenos, nunca volveríamos a casa. Jesús te sigue esperando, sigue llamando, te sigue implorando. Todo el cielo desea celebrar tu regreso.20

17 Palabras de vida del gran Maestro, pp. 156, 157.

18 Ibíd., p. 157.

19 Ibíd., p. 159.

20 Ibíd., pp. 160-162.

Capítulo 5
Cuando hacer todo bien no es suficiente

Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:

–Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna?

–¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? –respondió Jesús–. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.

–¿Cuáles? –preguntó el hombre.

Contestó Jesús:

–“No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre” y “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

–Todos esos los he cumplido –dijo el joven–. ¿Qué más me falta?

–Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

Mateo 19:16-22.

* * * *

Este joven tenía todo lo que a la gente de su edad le gustaría tener: fama y riquezas. Un día, al observar cómo Jesús trataba a los niños, nació en su corazón el deseo de ser también su discípulo. La idea fue tan fervorosa que corrió hasta Jesús, se arrodilló y, sinceramente, le hizo la pregunta más importante en la vida: “Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”

Jesús respondió con un desafío que probó los pensamientos del muchacho. Replicó: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios”.

Este joven ejecutivo obviamente vivía “la buena vida”. Se había convencido a sí mismo de sus logros personales en la vida laboral y espiritual. Sin embargo, aunque tenía todo sentía que algo le faltaba. Había visto cómo Jesús bendecía a los niños, y él también deseaba recibir esa bendición.

Para responder a su planteo, Jesús le ordenó que guardara los Mandamientos y citó algunos de los que tienen que ver con las relaciones interpersonales. El muchacho aseguró con confianza que siempre había cumplido con todo eso, y agregó: “¿Qué me falta?” Mientras Jesús lo contemplaba, podía ver la vida y el carácter del joven que estaba arrodillado frente a él. Lo amaba y deseaba darle la paz que necesitaba. Así que, contestó: “Una cosa te falta. Vende todas tus posesiones y entrega lo recaudado a los pobres. Eso te abrirá una cuenta bancaria en los cielos. Entonces, toma tu cruz y sígueme”.

 

Jesús deseaba sinceramente que este joven fuese uno de sus discípulos. Sabía que los jóvenes pueden ser una tremenda influencia para el bien. Tenía hermosas habilidades y talentos. Jesús quería darle la oportunidad de desarrollar un carácter como el de Dios.

Si se hubiera unido a Jesús, si hubiera tomado la decisión de ser su discípulo, se habría transformado en un enorme poder para el bien y ¡cuán diferente habría sido su vida!21

Realmente, se podría haber convertido en todo lo que quería ser. Pero, le faltaba solamente una cosa, ¡solo una!: liquidar su riqueza, repartirla y seguir a Jesús. Eso habría resuelto el problema, lo habría vaciado de su orgullo para ser llenado, en su lugar, con el amor de Dios. Jesús lo invitó a elegir entre el tesoro celestial y la grandeza mundanal.

Aceptar a Jesús significaba que este joven tenía que comprometerse a llevar, sin nada de egoísmo, una vida de sacrificios y generosidad. Con profundo interés, Jesús observó cómo sopesaba la situación. Por medio de una profunda reflexión, el joven comprendió lo que estaba en juego, y se deprimió. Si hubiera entendido lo que significaba el don que Cristo le ofrecía, se habría convertido en uno de sus discípulos. En cambio, estaba pensando con desconsuelo en todo aquello que perdería.

Este joven arrodillado delante de Jesús servía como uno de los honrados miembros del Concilio de los judíos, y Satanás lo tentaba con pensamientos de futura gloria terrenal. No hay duda de que quería obtener el tesoro espiritual que Jesús le estaba ofreciendo, pero no iba a sacrificarse. Finalmente, después de pensarlo dos veces, se marchó con tristeza. El costo de la vida eterna le pareció demasiado elevado.

El joven rico fue víctima de la autocompasión. Aunque se había confesado observador de la Ley, en realidad no había estado cumpliendo con sus mandatos. Tenía un ídolo: sus riquezas. Amaba sus posesiones más que a Dios; amaba los dones más que al Dador de esos dones.

Muchas personas actualmente toman la misma decisión. Cuando ponen en la balanza los requerimientos del mundo espiritual y del mundo material, se alejan de Jesús y, como el joven rico, dicen: “No puedo seguirte”.

Si hubiera sido capaz de mirar más allá de una vida de obediencia, hacia la vida de verdadero amor que Jesús le ofrecía, ¡cuán diferente podría haber sido su vida!

Al joven rico se le había dado mucho para que demostrara generosidad; y lo mismo sucede hoy. Dios nos da talentos y oportunidades de trabajar junto a él para ayudar a los pobres y sufrientes. Cuando utilizamos nuestros dones de esta manera, nos asociamos con Dios a fin de ganar a otros para Jesús. A los que ocupan altos puestos de confianza y tienen muchos recursos, puede parecerles, como al joven príncipe, un sacrificio demasiado grande el renunciar a todo para seguir a Cristo. Pero, la negación de uno mismo es el centro de lo que significa ser un seguidor de Jesús. Muy seguido, se habla de esto de tal modo que parece autoritario, pero la única forma que tiene Dios de salvarnos es separarnos de aquellas cosas que, si las conservamos, nos destruirán por completo.22

Jesús también llamó a su servicio a otro hombre adinerado; pero este dejó todo y cambió un trabajo con grandes ventajas económicas por la pobreza y la austeridad.

Todos le escapan a los cobradores de impuestos; ahora y en los días de Jesús. Esos funcionarios eran los más rechazados de todos, y no solo por recaudar impuestos (esto les recordaba, dolorosamente, que habían sido conquistados por los romanos). Estos hombres solían ser deshonestos y, por medio de la extorción, se hacían millonarios. Además, era un judío que trabajaba para los romanos, y eso lo transformaba en lo más bajo de la sociedad.

Mateo era uno de estos odiados extorsionistas. Pero, un día todo cambió. Después de elegir a dos pares de hermanos cerca del Mar de Galilea –Pedro y Andrés, y Juan y Santiago–, Jesús llamó a Mateo para que fuera su discípulo. Mientras que los otros juzgaban a Mateo por su profesión, Jesús miró su corazón y reconoció que estaba dispuesto a seguirlo. Mateo había oído hablar a Jesús y deseaba pedirle ayuda, pero estaba convencido de que el Maestro jamás se fijaría en él.23

Cierto día, cuando Mateo estaba sentado detrás de su mostrador público, vio a Jesús acercándose. Momentos después, se maravilló cuando escuchó que le decía: “Sígueme”. Mateo se levantó de su lugar, dejó todo tal cual estaba, se dio la vuelta y siguió a Jesús. No dudó, no cuestionó, no dedicó ni un instante más a su millonario negocio ni a la pobreza en la que viviría a cambio. Para Mateo, era suficiente estar con Jesús, escuchar sus palabras y trabajar con él.

Lo mismo había sucedido con los hermanos que Jesús acababa de llamar. Pedro y Andrés escucharon la invitación, dejaron en la playa sus redes y su embarcación, y acompañaron a Jesús. No preguntaron de qué iban a vivir para sostener a sus familias. El llamado a ser discípulos de Jesús fue tan poderoso que no dedicaron tiempo a racionalizar o posponer la decisión. Ellos simplemente obedecieron el llamado y se unieron a Jesús.

La noticia de la decisión de Mateo llamó la atención en toda la ciudad. Y, un nuevo y fervoroso discípulo de Jesús, Mateo quería, desesperadamente, influenciar a sus ex compañeros. Entonces, organizó una fiesta en su casa e invitó a sus amigos y a sus parientes. Entre ellos no solamente había recaudadores de impuestos; también había otras personas de mala fama, gente discriminada por sus estrictos vecinos.

Pero Jesús no dudó en aceptar la invitación, aun sabiendo que los líderes judíos se iban a ofender y que quedaría en una posición dudosa frente a los ojos de los demás. Con placer, Jesús asistió a la cena, donde Mateo le dio el lugar de privilegio en su mesa, rodeada de deshonestos cobradores de impuestos.24

Durante la fiesta, algunos rabinos trataron de que los nuevos discípulos de Jesús se enfrentaran con su Maestro, preguntando: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús escuchó de lejos la pregunta y, antes de que sus discípulos contestaran, desafió a los líderes con estas palabras: “Los sanos no tienen necesidad de médico; solo los enfermos. ¿Por qué no investigan el significado de estas palabras: ‘Misericordia quiero; basta de sacrificios’? No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento”.

Los fariseos proclamaban ser espiritualmente íntegros, sin necesidad de sanidad espiritual. Ellos consideraban que los recaudadores de impuestos y los extranjeros se morían por culpa de sus pecados. Así que, Jesús los confrontó con una verdad obvia: ¿Por qué no se asociaría él con las personas que más necesitaban de su ayuda?

Una religión legalista jamás podrá atraer a nadie a Jesús. ¡Está tan vacía de amor! El ayuno y la oración que están motivados por un espíritu de autojustificación son abominables. Incluso los servicios solemnes y las ceremonias religiosas, la “humillación” pública de uno mismo y los impresionantes sacrificios intentaban demostrar que una persona tenía “derecho” al cielo. Todo esto es decepcionante. No podemos hacer nada para comprar nuestra salvación.

En conclusión, solamente después de renunciar a nuestros intereses egoístas podemos llegar a ser creyentes, seguidores de Jesús, sus discípulos. El joven rico no pudo conseguirlo; Mateo, sí. Uno tomó la decisión apropiada; el otro, no. Mateo experimentó la conversión y entró a una alegre vida de satisfacción en el servicio. El otro continuó con su vida de prestigio humano, riquezas y vacío. Uno encontró la vida eterna; el otro se la perdió. Cuando renunciamos a nuestros intereses egoístas, el Señor nos regala una vida nueva. Solamente las jarras nuevas pueden contener el vino fresco de una vida renovada en Cristo.25

21 El Deseado de todas las gentes, pp. 477, 478.

22 Ibíd., pp. 478-481.

23 Ibíd., p. 238.

24 Ibíd., pp. 239, 240.

25 Ibíd., pp. 240, 241, 246.

Capítulo 6
La respuesta está en el suelo

Ese mismo día salió Jesús de la casa y se sentó junto al lago. Era tal la multitud que se reunió para verlo que él tuvo que subir a una barca donde se sentó mientras toda la gente estaba de pie en la orilla. Y les dijo en parábolas muchas cosas como éstas: “Un sembrador salió a sembrar. Mientras iba esparciendo la semilla, una parte cayó junto al camino, y llegaron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla brotó pronto porque la tierra no era profunda; pero cuando salió el sol, las plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron. Otra parte de la semilla cayó entre espinos que, al crecer, la ahogaron. Pero las otras semillas cayeron en buen terreno, en el que se dio una cosecha que rindió treinta, sesenta y hasta cien veces más de lo que se había sembrado. El que tenga oídos, que oiga”.

“Escuchen lo que significa la parábola del sembrador: Cuando alguien oye la palabra acerca del reino y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo que se sembró en su corazón. Ésta es la semilla sembrada junto al camino. El que recibió la semilla que cayó en terreno pedregoso es el que oye la palabra e inmediatamente la recibe con alegría; pero como no tiene raíz, dura poco tiempo. Cuando surgen problemas o persecución a causa de la palabra, en seguida se aparta de ella. El que recibió la semilla que cayó entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de esta vida y el engaño de las riquezas la ahogan, de modo que ésta no llega a dar fruto. Pero el que recibió la semilla que cayó en buen terreno es el que oye la palabra y la entiende. Éste sí produce una cosecha al treinta, al sesenta y hasta al ciento por uno”.

Mateo 13:1-9; 18-23 .

* * * *

Junto al mar de Galilea, se había reunido una multitud ansiosa, con la expectativa de ver y oír a Jesús. Entre ellos, había muchos enfermos con esperanza de ser sanados. Era un motivo de alegría para Jesús ejercer su poder y restaurarlos a una salud vibrante.

Como la multitud seguía aumentando y apretándose, Jesús mismo se quedó sin lugar. Por eso, se subió a un bote de pesca y les pidió a sus discípulos que lo alejaran un poco de la orilla. Con comodidad, empezó a hablar a la atenta multitud.

Junto al lago se divisaba la hermosa llanura de Genesaret, más allá se levantaban las colinas. Sobre las laderas y la llanura, se podía ver a los agricultores –tanto los que sembraban como los que cosechaban– ocupados echando la semilla y recogiendo los primeros granos. Al mirar la escena, Jesús comenzó a contar la parábola del sembrador.

Los judíos de esa época estaban obsesionados con un Mesías que recuperaría el reino de Judá. Pero Jesús les explicó que no iba a establecer su Reino a través de la guerra, la fuerza, la violencia o las armas. Se haría realidad solamente cuando un nuevo principio encontrara tierra fértil en el corazón y en la mente del hombre.26

Para preparar el ambiente de modo que la verdad se entendiera, Jesús se presentó a sí mismo, en el relato, no como un poderoso rey sino como un humilde labrador que plantaba semillas. De esta forma, enseñó que las mismas leyes que regulan la siembra, el crecimiento y la cosecha también se aplican al desarrollo de la vida espiritual.

La historia le encantó a la multitud y despertó su interés; pero, también arruinó sus sueños. Incluso los discípulos fallaron en captar el sentido de la parábola y, más tarde, en privado, le pidieron a Jesús que les explicara lo que había dicho.

Cuando Jesús pronunció la promesa hecha a Adán y a Eva en el Edén, estaba plantando la semilla del evangelio. Y, mediante esta parábola, nuevamente estaba sembrando la misma semilla. En el relato, la semilla representa la Palabra de Dios; y cada una encierra vida, así como cada palabra de Dios contiene vida. Jesús dijo: “Les aseguro que quien presta atención a lo que yo digo y cree en el que me envió, tiene vida eterna; y no será condenado, pues ya ha pasado de la muerte a la vida” (Juan 5:24, DHH). La vida de Dios está encerrada en cada requerimiento y promesa de su Palabra. Por medio de él, cada requisito puede cumplirse y cada promesa puede convertirse en realidad. Por eso, recibir la Palabra de Dios es recibir su propia vida y carácter.

 

Toda semilla se reproduce a sí misma. Si plantas una semilla bajo las condiciones apropiadas, entonces, la vida contenida en esa semilla crecerá. Del mismo modo, si siembras la palabra de Dios en tu vida bajo las condiciones necesarias, crecerá una vida y un carácter semejantes al de Dios. La literatura secular y la industria del entretenimiento, sin importar cuán brillantes sean, no pueden hacer esto. Pero, cuando las palabras de Dios son sembradas en tu suelo, crecen hacia la vida eterna.27

En el relato, el sembrador planta la semilla. Jesús enseñó la verdad porque él es la Verdad. Sus pensamientos, su carácter y su experiencia de vida saturaron sus enseñanzas. Y el mismo principio se aplica cuando compartimos la Palabra de Dios con los demás. Solamente podemos enseñar con efectividad lo que hemos experimentado. Por eso, antes de compartir las buenas noticias, debemos vivirlas como una experiencia personal.

La parábola del sembrador describe cuatro situaciones contrastantes, cuatro calidades de terreno donde cayó la semilla. Cuando el sembrador echó su semilla, el viento podía llevarla en cualquier dirección, más allá de la intención del sembrador. Jesús quería dejar en claro que los resultados dependían, exclusivamente, de las condiciones del terreno en el que la semilla caía.

Algunas semillas cayeron en el camino. Jesús lo explicó así: “[...] una parte cayó junto al camino, y llegaron los pájaros y se la comieron” (Mat. 13:4). La semilla que cayó en terreno pisoteado es un símbolo de los que escuchan la Palabra de Dios y no responden a ella. Hay mucho tránsito en el camino: la moral rebajada y las diversiones que esclavizan, los objetivos egoístas y la autocomplacencia, la complicidad y la conformidad con el mundo... El pecado domina y absorbe el tiempo y la atención, y se pierde el interés por las palabras que traen vida.

Y así como los pájaros son ágiles y observadores de las semillas desparramadas por el camino, la tentación nos asalta para desviar nuestra atención y volvernos indiferentes. Y, si esta actitud continúa, nuestro corazón se vuelve tan duro como el suelo donde las semillas cayeron. No será receptivo y se endurecerá.

Jesús continuó: “Otra parte cayó en terreno pedregoso, sin mucha tierra. Esa semilla brotó pronto porque la tierra no era profunda; pero cuando salió el sol, las plantas se marchitaron y, por no tener raíz, se secaron” (Mat. 13:5, 6).

Si plantas algunas semillas en una maceta llena de piedras y con poca tierra, verás que germinan. Pero, con el calor del día, si las raíces no crecieron para encontrar la humedad y los nutrientes necesarios, rápidamente se secarán. Este es un símbolo de la reacción de algunos ante la Palabra de Dios. Se despierta el interés, se acercan superficialmente a Dios; pero, como el joven rico, confían más en sus propios recursos y buenas obras que en la fuerza y el poder del Señor. El provecho personal continúa siendo el motivo que dirige la vida. Puede haber convencimiento intelectual e, incluso, buenas acciones, pero no hay verdadera conversión del corazón. Y el interés se desvanece en poco tiempo.

¿Recuerdas la reacción de Mateo al escuchar las palabras de Jesús? Pensó en la invitación, evaluó el costo y, sin demora, se levantó, lo dejó todo y lo siguió. Pero, la semilla que cae en terreno pedregoso representa a aquellos que tienen una conducta impulsiva. No calculan el costo y actúan en un arranque de emoción. No asumen un compromiso completo con el Señor Jesús para vivir la vida que les ofrece. Se contentan con vivir de las apariencias, sin realizar cambios en sus destructivos hábitos de vida.28

Y el calor del sol en el verano, que fortalece y alimenta las plantas saludables, quema las plantas sin raíces. Algunas personas aceptan el evangelio para escapar de las dificultades personales más que para liberarse del pecado. Son felices por un momento al pensar que la religión solucionará todos sus problemas. Y, mientras la vida transcurre cómodamente, parecen ser cristianos consistentes. Pero, se desvanecen cuando enfrentan la primera tentación difícil.

El amor es el fundamento del gobierno divino y debe ser la base del carácter cristiano. Ningún otro principio puede darte la fuerza para vencer las tentaciones y las pruebas. Y ese amor se revela en el renunciamiento. El plan de redención nació con sacrificio: un sacrificio de amor inconmensurable. Jesús lo entregó todo por nosotros, y quienes lo reciben deben estar listos para sacrificar todo por él.

Jesús dijo: “Otra parte de la semilla cayó entre espinos que, al crecer, la ahogaron” (Mat. 13:7). Las espigas no pueden crecer en medio de los espinos. Y la semilla del amor de Dios solo puede crecer cuando todo lo que crece “naturalmente” es quitado de raíz. Así la gracia de Dios puede ser el principio que rige la vida. Mientras se le permita al Espíritu Santo hacer su trabajo, nuestro carácter será purificado y encontraremos fuerzas para desarraigar los hábitos que se oponen a la voluntad de Dios. Aceptar a Jesús es el comienzo –la “justificación”–; luego llegamos a ser semejantes a él –un proceso que la Biblia llama “santificación”. Las dos cosas siempre deben ir juntas.

Jesús fue bien específico al mencionar los factores que entorpecen el crecimiento en él. Uno de ellos son “las preocupaciones de esta vida” (vers. 22). Esto se aplica a todos, sin importar las condiciones socioeconómicas. Los pobres temen que no les alcancen los recursos para satisfacer sus necesidades básicas. Los ricos temen perder lo que han acumulado. El temor por nuestro sustento y seguridad debería dirigirnos hacia aquel que ha prometido suplir todas nuestras necesidades. Él se encarga de nosotros. No importa dónde trabajemos o cómo utilicemos el tiempo, si dejamos que lo material nos absorba, perderemos lo esencial para que crezca la semilla de la Palabra de Dios. Así, llegará el momento en que expulsaremos de nuestra vida el tiempo para meditar en Dios y en las cosas celestiales, el tiempo para orar y para estudiar la Biblia, el tiempo para servir a Dios. Siempre, el ruido del mundo trata de apagar la voz del Espíritu Santo.

Luego, Jesús mencionó “el engaño de las riquezas”. En vez de considerar la buena posición económica como un don para glorificar a Dios y ayudar a otros, se la utiliza como un medio para lograr la satisfacción personal. En este caso, en vez de desarrollar la generosidad divina, terminamos desarrollando el egoísmo satánico.

Jesús también se refirió a los placeres de la vida. No quería decir que no debemos pasar un buen momento (después de todo, él mismo comenzó su ministerio en Palestina en una fiesta de bodas, y no dudó en asistir a reuniones sociales como la fiesta de Mateo y la de Simón). Más bien, aquí Jesús discute el peligro de las diversiones que nos alejan de Dios. Condena la intemperancia, que disminuye nuestra fuerza física, esclaviza nuestra mente y nubla nuestra percepción espiritual. Debemos evitar todo lo que ahogue nuestra vida espiritual.

Pero, el sembrador no siempre se desilusiona con los resultados: hay semillas que caen en buena tierra y el labrador obtiene una maravillosa cosecha. “Pero la semilla sembrada en buena tierra representa a los que oyen el mensaje y lo entienden y dan una buena cosecha, como las espigas que dieron cien, sesenta o treinta granos por semilla” (Mat. 13:23, DHH). Esto no significa que el corazón esté sin pecado, porque el evangelio debe ser predicado a los perdidos. Quiere decir que es el corazón honesto el que se deja convencer por el Espíritu Santo, confiesa su culpa, y siente la necesidad de la misericordia y el amor de Dios. La persona que recibe las Escrituras como la voz de Dios es el verdadero aprendiz. Los ángeles de Dios se acercan y rodean a los que buscan humildemente la dirección divina.29

Si nuestros corazones son como el “buen terreno”, elegiremos alimentar nuestra mente con pensamientos puros y grandiosos. Jesús vivirá en nosotros, y produciremos frutos buenos: la obediencia y las buenas obras. Nuestros problemas y dificultades nos ayudarán a parecernos más a Cristo hasta que deseemos la vida eterna con todo nuestro corazón, incluso si eso llegara a costarnos pérdidas materiales, la persecución o la misma muerte.

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