La Biblia es como el jardín de Dios para los que aman a Cristo, cuyas promesas son tan agradables para el corazón como la fragancia de las flores lo son para los sentidos. Tomen, entonces, sus Biblias, y con renovado interés comiencen a estudiar los registros sagrados del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamentos. Trabajen el campo de la verdad preciosa, hasta que obtengan una comprensión más profunda de la misericordia y el amor de Dios, quien dio a su Hijo unigénito al mundo para que por medio de él pudiéramos tener vida (Carta 31, 1891; SpTWWPP 32-34).
Poniendo la influencia del lado de la verdad.–Habrá períodos de severas pruebas para los que se relacionan con nuestras instituciones; pero si conocen la fuente de su fortaleza, no tienen necesidad de ser derrotados. Cualquier influencia que Dios les haya dado, él requiere que la pongan del lado de la verdad, de la santidad. Al lograr que hombres, mujeres y niños sean mejores por haber dirigido su atención hacia la cruz del Calvario, están haciendo la obra que él les ha encomendado. Los auténticos cristianos bíblicos tendrán una influencia que dirigirá las mentes de otros. Ustedes, como cristianos, tienen una gran responsabilidad que nadie más puede llevar a cabo por ustedes (Carta 74, 1896; SpTMWI 21).
Andar en la luz de Dios.–El Señor ha dado gran luz a los que trabajan en la casa editora de Oakland, y algunos que por un tiempo anduvieron en la luz, después dejaron de hacerlo, porque no mantuvieron el corazón sometido a Dios, y el resultado fue que las tinieblas cayeron sobre ellos. Perdieron su sentido de lo que es el pecado, e hicieron las cosas que el Señor había mostrado claramente que no debían hacer. Dios no fuerza la voluntad de nadie. Todos están libres de elegir a quién servirán. Pueden escuchar las sugerencias de Satanás y llegar a ver las cosas como él las ve, y razonar del mismo modo; pero entonces el resultado será que manifestarán la misma actitud de porfiada resistencia contra la luz que Satanás manifestó en las cortes celestiales. Los que rechazan la luz que Dios les envía andarán alumbrados por las chispas de su propia lumbre, hasta que finalmente yacerán en aflicción...
El Espíritu del Señor me ha instado a que haga sonar la alarma, para que estas personas llenas de mundanidad despierten y comprendan el peligro en que se encuentran a causa del camino de apostasía que han elegido. Por amor a Cristo, que todos los que profesan ser cristianos se aparten de toda iniquidad y falta de honradez. Por amor a Cristo, por amor a ustedes mismos, los insto a reformarse. Consideren seriamente sus privilegios y responsabilidades. Que no se encuentren entre ustedes ambiciones terrenas de cargos o posiciones o por obtener dinero. Este espíritu prevalece en gran medida, y la religión de Cristo se rebaja a un nivel inferior y común. Hay gran necesidad de que el poder de Dios que produce conversión se sienta en toda la institución, para que todos comprendan que las palabras de Cristo deben cumplirse en la vida y el carácter. Jesús está cada día en la casa editora tomando nota de cada obrero en todos los departamentos y especialidades de trabajo. La voz de Dios habla a todos los empleados de esta institución y los exhorta y los reprocha mediante su Palabra y los testimonios de su Espíritu. Pero estas advertencias primero se descuidan, luego se desprecian y finalmente se las resiste y vilipendia porfiadamente (SpTPW 158, 159).
Fuego extraño mezclado con lo sagrado.–Presenté las responsabilidades sagradas relacionadas con la casa editora [a los asistentes a un concilio ministerial en la Iglesia del Tabernáculo de Battle Creek], y les dije que los que aceptan esas responsabilidades debieran ser hombres de fe, piadosos y de profunda experiencia. Los chistes y las bromas no debieran tolerarse en la editorial, y tampoco debiera manifestarse aspereza ni desprecio hacia esos empleados o hacia los que buscan consejo.
Algunos no disciernen el carácter sagrado de la obra, debido a lo cual introducirán principios incorrectos. Trabajarán para asegurarse un salario y luego pensarán que han cumplido su deber. Tendrán un espíritu egoísta y codicioso que inducirá a robar a Dios. Se mezclará fuego extraño con el fuego sagrado. Otros se contagiarán con este espíritu, porque la plaga del egoísmo es tan contagiosa como la lepra (Manuscrito 19, 1891).
Satanás fomenta la adopción de principios no bíblicos.–Se me mostró que Satanás y los ángeles que le obedecen, vestidos con ropa de luz, recorren todas las dependencias de la editorial y contemplan con ansioso interés todas las fases de la obra, e instan a los obreros a presentar principios falsos e introducir vulgaridad en la obra; y a destruir, si es posible, los principios sagrados, elevadores y ennoblecedores de la verdad.
Los corazones de muchos de los obreros están imbuidos por el mismo espíritu que Satanás manifestó antes de su caída y que condujo a la rebelión en el cielo. Y él sabe cómo hacer lo mismo ahora. Por un tiempo su poder engañador ha estado actuando y tomando las riendas del control. Motivos egoístas se han estado introduciendo en forma gradual y casi imperceptible, hasta que métodos objetables y principios no bíblicos se han entretejido con la obra, y una ceguera singular ha sido el resultado (Manuscrito 28, 1896).
Hay que sofocar los principios errados.–Se ha efectuado un esfuerzo por colocar a los siervos de Dios bajo el control de los hombres que carecen del conocimiento y la sabiduría de Dios o de una experiencia bajo la dirección del Espíritu Santo. Han surgido principios que nunca debieran haber visto la luz del día. Hombres finitos han estado luchando contra Dios y la verdad, y los mensajeros escogidos de Dios han estado contrarrestándolos por todos los medios que se atreven a usar. Consideren qué virtud puede haber en la sabiduría y los planes de los que han despreciado los mensajes de Dios, y que, como los escribas y fariseos, han desdeñado a los mismos hombres a quienes Dios ha usado para presentar la luz y la verdad que su pueblo necesitaba... Un acto de maldad cometido contra el más débil o errante de su grey, es aun más ofensivo para Dios que si lo hubieran ejecutado contra cualquiera de los más fuertes entre ustedes (Carta 83, 1896).
Purificación de cada principio egoísta.–Como pueblo, tenemos que ponernos en una plataforma más elevada. En nuestras casas editoras de Wáshington y Nashville hay una obra que debe hacerse para introducir una atmósfera transparente y límpida. Debe producirse una purificación de cada principio egoísta. Las ideas estrechas y mal concebidas no deben imponerse. Hay que eliminarlas. Cuando los obreros sientan hambre por la llegada de principios puros y elevadores, se manifestará la salvación de Dios y él será glorificado.
Que los obreros de las casas editoras se libren de toda clase de egoísmo. Cuando cada uno esté dispuesto a dar a su hermano la preferencia que él desea para sí mismo, entonces Dios podrá ser glorificado en sus instituciones.
Algunos se han estado atando ellos mismos durante años con deseos egoístas que los ciñen como bandas de acero. El yo y el egoísmo se han manifestado patentemente en su obra, pero tal espíritu deshonra a Dios. Se me ha instruido que diga que los que retienen tal espíritu y se aferran a tales principios, no pueden ser aceptados por Cristo como obreros juntamente con él para gloria de Dios.
Algunas personas pueden ocupar importantes posiciones de confianza en la causa de Dios, pero no pueden reclamar nada de parte de él a menos que practiquen su Palabra, actúen con justicia y traten de imitar el ejemplo del manso y humilde Jesús. Tanto el líder de la obra como el miembro laico más humilde dependen de Dios para recibir poder, con el fin de ejercer una influencia pura y elevadora.
El Señor dice a los obreros de Wáshington y Nashville: “Revisen sus operaciones”. Deben elevarse por encima de todo principio vulgar y egoísta y ser imbuidos por el Espíritu de Dios. A menos que los obreros experimenten diariamente el poder transformador de Dios obrando en su corazón y su vida, no sentirán agrado de enfrentarse con el registro de sus obras ante el tribunal de Dios, cuando cada persona sea recompensada de acuerdo con las obras que ha hecho (Carta 372, 1908).
Virtudes morales y pureza de vida.–Debiera presentarse cuidadosa atención a la condición moral y la influencia de cada empleado de nuestras instituciones. Si los obreros son impuros de corazón o de vida en cualquier sentido, eso se manifestará en sus palabras y acciones, a pesar del esfuerzo que hagan para ocultar la verdad. Si no se guían por estrictos principios morales, es peligroso emplearlos, porque estarán en una posición desde la que pueden descarriar a los que desean reformarse, y pueden confirmarlos en prácticas impías y contaminadoras. Tales hombres y mujeres, a menos que se conviertan, no sólo serán una maldición para ellos mismos, sino que además serán una maldición en cualquier parte adonde vayan. Sólo el poder transformador de Dios es suficiente para establecer principios puros en el corazón, con el fin de que el malo no encuentre nada que atacar...
Los que trabajan en nuestras instituciones están ahí con el propósito de promover el bienestar intelectual y espiritual de quienes se encuentran bajo su cuidado. Deben convertir su obra en un asunto de ferviente oración y estudio, para que puedan saber cómo tratar con las mentes humanas y cumplir con el objetivo que se les ha propuesto. Su primer trabajo consiste en escudriñar cuidadosamente sus propios hábitos, porque hay quienes no han descartado cosas infantiles. Necesitan la gracia transformadora, sin la cual no podrán satisfacer la norma del cristianismo bíblico. Entonces, cuando se vean obligados a tratar con los que tienen una baja norma, sabrán qué palabras hablarles, y no serán ásperos, dominadores ni arbitrarios con ellos. Deben ser castos y así estar libres de la mancha de la contaminación, para poder corregir estos males y llevar a esas pobres almas a la altura de la norma bíblica de pureza (Carta 74, 1896; SpTMWI 10, 11).
Influencia de las infatuaciones juveniles.–Los jóvenes y las señoritas que se asocian y tienen principios débiles, y, además, poca fe y escasa devoción, se infatúan fácilmente unos con otros y se imaginan que se aman. La atención constante que se dirigen mutuamente no tarda en ejercer su influencia, y pronto dejan de apreciar las cosas espirituales. Como sucedía en el tiempo anterior al diluvio, existe una influencia que induce a apartar continuamente la mente de Dios, y a fijar los afectos en lo que es humano en vez de lo que es divino. Algunas de las señoritas que trabajan en la casa editora no están preparadas para servir a Dios; sus pensamientos son vanos y no consagrados, son superficiales; no llevan los frutos de la vida cristiana. Deben experimentar una conversión profunda y total, o bien nunca verán el reino de Dios. Estas personas jóvenes que se asocian en la editorial y forman relaciones afectivas con miras al matrimonio, y cultivan esas relaciones, se están descalificando para el trabajo. No pueden hacer su trabajo con la concentración debida, con fidelidad e integridad. Esta infatuación los incapacita, y en toda la institución se siente una influencia desmoralizadora...
Dios aceptará los servicios de hombres y mujeres jóvenes si se consagran a él sin reserva. Pero cuando comienzan a formar estas relaciones imprudentes e inmaduras, la devoción, la consagración y la religión pierden importancia. Es la muerte para el fervor religioso y también para el crecimiento en la gracia. Es un tiempo cuando los pensamientos más serios debieran ocupar la mente, y cuando debiera apreciarse la consagración más completa. Estamos formando nuestro carácter, colocamos ladrillo sobre ladrillo, uno sobre otro, y así la estructura va creciendo hasta formar un hermoso templo para Dios. Estos jóvenes pueden elevarse a casi cualquier altura en el desarrollo intelectual y poder espiritual. Amonesto a estos jóvenes a que no se casen, y a las señoritas que no se den en matrimonio, hasta que hayan obtenido conocimiento, experiencia y éxito en sus esfuerzos por alcanzar la elevada norma que se habían propuesto (SpTWWPP 13-16).
Buscar la perfección del carácter.–Debiera producirse una reforma completa por parte de los hombres que ahora están relacionados con nuestras importantes instituciones. Algunos poseen rasgos valiosos de carácter, mientras que al mismo tiempo manifiestan una lastimosa carencia de otros. Su carácter necesita tener un molde diferente, uno que sea conforme a la semejanza de Cristo. Todos deben recordar que todavía no han alcanzado la perfección, y que la obra de la edificación del carácter todavía no está terminada. Si anduviesen en pos de cada rayo de luz dado por Dios; si se compararan a sí mismos con la vida y el carácter de Cristo, se darían cuenta que fallaron en cumplir los requerimientos de la sagrada Ley de Dios y procurarían hacerse perfectos en su esfera, así como Dios es perfecto en la suya. Si estos hombres se hubiesen dado cuenta de la importancia de estas cosas, hoy estarían mucho más avanzados de lo que están en su estado actual, y mucho mejor calificados para ocupar puestos de confianza. Durante estas horas de prueba deben buscar la perfección de carácter. Deben aprender diariamente de Cristo...
Los hombres a quienes Dios ha vinculado con sus instituciones no deben pensar que, por el mero hecho de ocupar puestos de responsabilidad, ya no tienen que mejorar. Si han de ser hombres representativos, guardianes de la obra más sagrada que se haya encomendado a los mortales, deben adoptar la posición de aprendices. No deben sentirse autosuficientes ni engreídos. Deberían siempre darse cuenta de que están pisando suelo sagrado. Hay ángeles de Dios listos para atenderlos, y deben estar continuamente en condición de recibir luz e influencias celestiales, porque de no ser así, no están más preparados para la obra que los incrédulos (TI 5:525, 526).
El mundo observa las instituciones adventistas.–Recuerden los que están relacionados con las instituciones del Señor que Dios espera hallar frutos en su viña. Pide una cosecha en proporción a las bendiciones que concede. Los ángeles del cielo han visitado cada lugar donde las instituciones de Dios están establecidas, y ministrado en ellas. La infidelidad es en estas instituciones un pecado mayor que en otra parte, porque ejerce mayor influencia que en cualquier otro lugar. La infidelidad, la injusticia, la complicidad con el mal impiden que la luz de Dios resplandezca en los instrumentos del Señor.
El mundo observa, listo para criticar con perspicacia y severidad vuestras palabras, vuestras acciones y vuestros asuntos comerciales. A todos los que desempeñan un papel en relación con la obra del Señor se los vigila y pesa en la balanza del juicio humano. Dejan constantemente impresiones favorables o desfavorables a la religión de la Biblia en el ánimo de todos aquellos con quienes tratan.
El mundo mira para ver qué frutos llevan los que profesan ser cristianos. Tiene derecho a hallar frutos de abnegación y sacrificio en aquellos que aseveran creer la verdad (JT 3:184, 185).
La mundanalidad descalifica para cargos de confianza.–El Hno. P ha sido bendecido con habilidades que, si las hubiera consagrado a Dios, lo habrían capacitado para hacer mucho bien. Tiene una mente despierta. Comprende la teoría de la verdad y los requerimientos de la Ley de Dios; pero no ha aprendido en la escuela de Cristo la humildad y mansedumbre que lo convertirían en un hombre del cual se pueda depender para ocupar un puesto de confianza. Ha sido pesado en las balanzas del santuario y hallado falto. Ha recibido gran luz en forma de advertencias y reprensiones; pero no les ha prestado atención; ni siquiera ha visto la necesidad de cambiar su manera de comportarse...
La cruz de Cristo ha sido presentada al Hno. P, pero él la ha rechazado porque representa vergüenza y oprobio en lugar de honor y alabanza del mundo. Jesús lo ha llamado una y otra vez: “Toma la cruz y sígueme, para que seas mi discípulo”. Pero otras voces lo han estado invitando en la dirección del orgullo y las ambiciones mundanales; y él ha escuchado esas voces porque el espíritu de ellas es más agradable para el corazón natural. Se ha apartado de Jesús, se ha divorciado de Dios para abrazar el mundo...
La unión del Hno. P con el mundo ha resultado en una trampa para él y también para otros. Oh, ¡cuántos tropiezan por causa de vidas como la suya! Tienen la idea equivocada de que después de dar los primeros pasos en la conversión –arrepentimiento, fe y bautismo–, eso es todo lo que se requiere de ellos. Pero este es un error fatal. La dura lucha por conquistar el yo, por la santidad y el cielo, es una lucha que dura toda la vida. No hay tregua en esta guerra; el esfuerzo debe ser continuo y perseverante. La integridad cristiana debe buscarse con incansable energía y mantenerse con propósito firme y decidido.
Una experiencia religiosa genuina se desarrolla e intensifica. El progreso continuo, el conocimiento creciente de la Palabra de Dios y su aplicación con poder, son el resultado natural de una conexión viva con Dios. La luz del santo amor aumentará su resplandor hasta alcanzar el brillo del día perfecto (Prov. 4:18). El Hno. P tuvo el privilegio de tener una experiencia como esta; pero no ha tenido el aceite de la gracia en su lámpara, y su luz se ha estado apagando. Si no efectúa pronto un cambio decidido, llegará al punto en que ninguna advertencia o ruego podrán surtir efecto sobre él. Su luz se apagará y él quedará en tinieblas, y quedará abandonado a la desesperación (TI 5:387-389).
Los que no son consagrados debieran separarse de la obra.–No debiera conservarse en una institución del Señor, cualquiera que sea, a nadie que en un momento difícil no comprenda que estas instituciones son sagradas. Si los empleados no encuentran placer en la verdad, si su relación con la institución no los hace mejores, si no crea en ellos ningún amor por la verdad, entonces, después de un tiempo de prueba suficiente, sepárenlos de la obra, porque su impiedad y su incredulidad ejercen una influencia sobre los demás. Por su medio, los malos ángeles trabajan para desviar a quienes ingresan en la institución como aprendices. Deben tener como aprendices a jóvenes promisorios que amen a Dios. Pero si los ponen con otros que no tienen amor por Dios, están constantemente expuestos al peligro por esta influencia irreligiosa. Los espíritus mundanos, los que se entregan a la maledicencia, los que se deleitan en conversar de las faltas ajenas sin pensar en las propias, deben quedar separados de la obra (JT 3:186).
¿Debiera darse empleo permanente a los incrédulos?–Todos los que trabajan en las instituciones establecidas por el Señor debieran estar consagrados a Dios con alma, cuerpo y espíritu. Nadie que sea un incrédulo debiera permanecer empleado en forma permanente. Todos deben pasar por un período de prueba. A nadie cuya mente no esté controlada por el Espíritu Santo debiera permitírsele manejar la obra sagrada de Dios, porque el enemigo traza planes para inducir a esas personas a hacer cosas que perjudicarán la obra, y que podrían resultar en grandes pérdidas y estorbos. Si tales personas, por causa de una necesidad son empleadas en la obra por un tiempo, y si después de haber tenido oportunidad de conocer la verdad no están más cerca de la conversión que al principio, despídaselas en forma privada...
Pero cuando se las despida, cuídese de que no salgan con un espíritu de irritación, porque podrían herirlas, y hasta podría suceder que los hieran a ustedes y les causen mucho daño. Si se va manifestando un espíritu de venganza, pueden difundir falsedades y representar mal la obra. Tal vez ustedes sientan que algo está perjudicando la obra, pero no sabrán qué es. Es el trabajo secreto y disimulado que se está haciendo. Por eso es peligroso emplear a gente de esta clase, que no siente ninguna obligación de entregarse a Dios. Hay que tener en cuenta todas estas cosas (Carta 27, 1896).