Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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Aus der Reihe: Laertes #134
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La república socialista yugoslava



El 9 de mayo de 1945, siete días después de que el Ejército soviético tomase Berlín, los partisanos entraron en Zagreb sin encontrar resistencia. Para entonces ya se había producido la rendición de la Alemania nazi, aunque a pesar de esto los combates todavía se alargarían en la zona de Eslovenia hasta el 15 de mayo.



La victoria militar sobre los nazis supuso un enorme éxito para Tito y los comunistas, que vieron reforzada su popularidad entre la población yugoslava. Por el contrario, después de cuatro años de guerra la posición de la monarquía había quedado en una situación muy precaria, como también ocurría con los políticos del periodo anterior a la guerra. El 11 de noviembre tuvieron lugar las primeras elecciones yugoslavas de la posguerra, tal y como se hubiera acordado meses antes. Tito y los comunistas concurrieron a los comicios bajo la coalición del Frente Unitario Nacional de Liberación, mientras que los monárquicos se negaron a participar en las elecciones y las boicotearon. La coalición liderada por los comunistas logró obtener un triunfo aplastante con un 90% de los votos. El resultado electoral confirmó a los comunistas en el poder. Unas semanas después, el 29 de noviembre de 1945, el nuevo Parlamento electo aceptaba la nominación de Tito al cargo de primer ministro y a su vez proclamó la República Federativa Popular de Yugoslavia, de acuerdo con la Constitución que entró en vigor al año siguiente. Pedro II, aislado y sin apoyos, nunca pudo regresar a su antiguo reino.



El nuevo Estado yugoslavo se fundó sobre los cimientos de la resistencia partisana contra la ocupación alemana, algo que estuvo presente durante las siguientes décadas. De hecho, salvo algunas ayudas limitadas de los británicos y la cooperación soviética durante la liberación de Belgrado, Yugoslavia fue uno de los dos países europeos que se liberó de la ocupación nazi por sus propios esfuerzos.



A partir de 1948, Yugoslavia, a diferencia de otros países comunistas de Europa, eligió un camino independiente de la Unión Soviética y no fue miembro del Pacto de Varsovia. En cambio, fue uno de los países fundadores del Movimiento de Países No Alineados en la década de los 50. El Estado estaba organizado según la Constitución de 1946, la cual fue enmendada en 1963 (cuando cambió su nombre inicial por el de República Federativa Socialista de Yugoslavia, RFSY) y 1974. El Partido Comunista de Yugoslavia, ganador de las elecciones realizadas tras la Segunda Guerra Mundial, permaneció en el poder a lo largo de la existencia del Estado. Conocido a partir de 1952 como Liga de los Comunistas de Yugoslavia, estaba compuesta por los partidos comunistas de cada república constituyente. Josip Broz Tito fue el principal líder de la RFSY y su presidente desde su creación hasta su muerte en 1980.



El nuevo Estado adoptó una estructura federativa, estableciéndose seis repúblicas que más o menos mantuvieron sus fronteras históricas: Serbia, Croacia (que recuperó la Istria y la Dalmacia italianas), Eslovenia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina y Macedonia. Una estructura que recordaba a la, en un primer momento, aliada Unión Soviética, basada en un dominio pleno del partido comunista en cada una de las repúblicas. La idea era crear una sociedad completamente nueva, basada en el internacionalismo proletario, sin apenas tener en cuenta las diferencias étnicas, y buscando reparar las injusticias cometidas por el régimen monárquico anterior. Para muchos serbios, esta estructura fue percibida como una agresión, al desvincularse de su república el antiguo territorio conquistado de Macedonia, y al mantenerse una elevada proporción de población serbia en otras repúblicas (como Croacia o Bosnia y Herzegovina). Pero el control dictatorial ejercido por el Partido Comunista de Yugoslavia y por la policía secreta evitó cualquier tipo de protesta. La sensación de que el nuevo Estado pretendía ofender a los serbios todavía se intuyó más cuando, en 1974, las provincias de Kosovo y Vojvodina obtuvieron la plena autonomía dentro de la república de Serbia.








Tito en 1977.






Los orígenes de la confrontación

Primeros problemas nacionalistas



Desde la década de los años 70, el régimen comunista yugoslavo se vio severamente desafiado por numerosas disensiones internas que iban desde la facción nacionalista y descentralizadora liderada por los croatas y eslovenos, partidaria de una federación descentralizada que concediera mayor autonomía a Croacia y Eslovenia, hasta la facción centralista liderada por los serbios, defensora de una federación centralizada que asegurara los intereses de los serbios en la federación, ya que en el conjunto del país constituían el principal grupo étnico. Desde el punto de vista económico, estas diferencias venían a reflejar además dos mundos distintos en un mismo país: mientras Eslovenia y Croacia estaban más desarrolladas, en Serbia, Bosnia, y sobre todo en Macedonia y Kosovo, la economía era algo más tradicional y agropecuaria.



Pasemos a analizar el desarrollo de estas cuestiones. Hacia 1968, tras una purga en clave liberalizadora de los servicios secretos ordenada por Tito, los albaneses de Kosovo pidieron el estatuto de república y una universidad autónoma. Tito les concedió la condición de provincia autónoma socialista, dotándoles de unos primeros elementos identitarios: bandera propia, una suerte de estatuto, tribunal supremo, academia de ciencias, escuelas, universidad y una televisión propias (TV Priština, la capital de la provincia, llamada Prishtinë en albanés), con programas en serbocroata y albanés. La región pasó a llamarse Provincia Socialista Autónoma de Kosovo. En los años anteriores desde 1945 había sido conocida primero como Región Autónoma de Kosovo y Metohija, y como Provincia Autónoma de Kosovo y Metohija, aunque tal autonomía únicamente se había manifestado en la denominación, y de hecho, los musulmanes kosovares padecieron a menudo diversas medidas represivas. La provincia de Vojvodina vivió asimismo una evolución similar.



En Bosnia, donde en un principio la religión musulmana había sido perseguida, con más de 700 mezquitas destruidas a partir de 1945 y decenas de intelectuales asesinados, en el censo de 1971 pasó a reconocerse la identidad nacional bosniaca (es decir, la de los bosnios musulmanes), cuando antes solo se les inscribía como yugoslavos. Además, su crecimiento demográfico era muy superior al de los serbios o croatas locales, lo que hacía temer a estos un inminente predominio de la nueva nacionalidad reconocida.



En marzo de 1969, durante el IX congreso de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, los representantes croatas comenzaron a presionar para obtener una mayor cuota de autonomía. En el verano de 1971, estalló en Croacia un movimiento de masas abreviadamente conocido como Maspok (del serbocroata masovni pokret, lo que significa precisamente «movimiento de masas»). Fue la llamada Primavera Croata. En un principio, las protestas se relacionaban con reclamaciones de tipo lingüístico (la aplicación de la gramática serbocroata como forma unificadora del idioma yugoslavo, sin tener en cuenta las peculiaridades del dialecto croata), pero pronto fueron agregadas nuevas reivindicaciones de tipo cultural, político y económico. Donde debían levantarse monumentos a las víctimas del fascismo, se erigían ahora estatuas del gran rey medieval croata Petar Krešimir IV. La protesta idiomática croata dio paso a un movimiento en el cual los estudiantes y académicos de Croacia procedían a revalorar la cultura propia de su república natal, diferenciándola de las otras repúblicas de Yugoslavia. De igual forma, las reclamaciones políticas invocaban una mayor descentralización del gobierno de Belgrado, y la transferencia de más competencias en autogobierno para Croacia.



El producto principal del «boom» periodístico del Maspok fue la publicación del Hrvatski Tjednik (El Semanario Croata), puesto en marcha por la Matika Hrvatska (antigua institución cultural fundada en 1842) en abril de 1971 y editado por Vlado Gotovac, que se complementaba con una publicación de carácter económico llamada Hrvatski Gospodarski Glasnik. Hrvatski Tjednik se convirtió en un auténtico fenómeno social que no dejó títere con cabeza. Desde sus páginas se denunciaba la explotación económica de Croacia dentro de la federación o la situación de los croatas de Bosnia y Herzegovina y en menor medida de Vojvodina. Aspectos, a priori, tan simples como los sellos estatales o los indicadores de carreteras y estaciones también fueron cuestionados. Pero, sin duda, su tema preferido fue la cuestión demográfica, argumentando que entre la elevada cantidad de emigrantes croatas (la mitad de todos los yugoslavos, según el periódico) y la llegada de serbios a la república, atraídos por mejores condiciones económicas, se estaba alterando el equilibrio natural de la región, lo que podía llegar a ser peligroso para la existencia de Croacia como nación. Argumentos muy similares empleará posteriormente el nacionalismo serbio en relación a Kosovo y la superioridad demográfica de los albaneses.



Otra clase de protestas tenían un fundamento económico, pues académicos croatas cuestionaban que su república, la segunda más rica de Yugoslavia después de Eslovenia, generase riquezas que se destinaban en pequeña proporción a Croacia y en su mayor parte a financiar el desarrollo de otras regiones más atrasadas como Kosovo. A ello se añadía la queja de que la industria turística de Croacia generaba casi el 50% de las divisas que percibía la economía de Yugoslavia por ingreso de turistas, aunque dicha región solamente recibiera el 7% del valor de esas divisas.

 



El clímax de este movimiento llegó cuando en el año 1971 se publicó un libro titulado Ortografía croata (Hrvatski pravopis), elaborado por los académicos Stjepan Babić, Božidar Finka y Milan Moguš. En él no se utilizaba el término srpskohrvatski o «serbocroata» para el idioma estudiado, de forma que acabó prohibido por el gobierno yugoslavo e incautadas todas sus copias, salvo una que llegó al extranjero y fue difundida y reproducida desde Gran Bretaña. Ante esta situación, hubo manifestaciones callejeras bastante concurridas en Zagreb (unos 30.000 estudiantes llegaron incluso a ponerse en huelga) y otras ciudades croatas, reclamando no solamente la autonomía lingüística, sino también reformas políticas y económicas favorables a Croacia. Algunos miembros de la Liga de los Comunistas de Croacia se sumaron a las quejas.








Ejemplar de la Ortografía croata de 1971.



Ante ello, el gobierno de Belgrado reaccionó con la represión política y policial: hubo numerosos arrestos y condenas a prisión contra líderes estudiantiles y profesores participantes en la Primavera Croata, así como una purga a gran escala lanzada en diciembre de 1971 contra los comunistas croatas que habían apoyado el movimiento. Entre estos figuraba Franjo Tuđman, antiguo general de origen partisano expulsado del partido ya en 1968 por firmar una declaración sobre los derechos de la lengua croata. Pasó dos temporadas en prisión en 1971 y 1981, y en 1991, Tuđman se convertiría en el primer presidente de la Croacia independiente. 741 altos cargos fueron procesados y condenados, así como otras 11.800 personas de diversa condición social, aunque en su mayoría intelectuales. El Maspok quedó desmantelado. Una purga que se extendió a Eslovenia, Macedonia e incluso en la propia Serbia, gracias a la colaboración del ejército.



Se trataba de las primeras protestas de carácter nacionalista surgidas en el país, en un momento en que Tito estaba todavía vivo. El viejo mariscal, comprendiendo lo que estaba ocurriendo, decidió conceder algo de cal con la promulgación en 1974 de una nueva constitución que concedía una notable autonomía a las repúblicas y regiones de Yugoslavia. Fue una decisión temeraria, que para muchos significó el inicio de la desintegración del país.



La Constitución de 1974, cuyo arquitecto fue el ideólogo esloveno Edvard Kardelj, desarrolló un federalismo que definía a la República Socialista Federativa de Yugoslavia como una unión voluntaria de repúblicas socialistas y de naciones, entendiéndose que los grupos nacionales eran los eslovenos, croatas, serbios, montenegrinos, macedonios y musulmanes, a los cuales se les garantizaba sus «derechos nacionales» y la plena participación en el proceso de toma de decisiones a nivel federal, dejando atrás la ciudadanía y primando la «nacionalidad». A partir de entonces habría, pues, grupos nacionales, y dentro de cada grupo, ciudadanos, aunque la igualdad entre los ciudadanos de los distintos grupos pasó a ser inexistente menos en el gentilicio simbólico de «yugoslavos», y cada grupo nacional debería ocuparse de «sus» ciudadanos. Cualquier grupo nacional podría vetar también al Consejo de Repúblicas y Provincias y rechazar cualquier medida, especialmente las económicas, controlando por completo en su correspondiente república la educación, el sistema judicial y la policía. Kosovo y Vojvodina, consideradas provincias plenamente autónomas de Serbia, a efectos prácticos recibían poder de veto sobre las decisiones del Parlamento serbio. De igual manera se aplicó el sistema de paridad para la composición de todos los órganos políticos de la federación. Por último, y en consonancia con el carácter socialista de la república, la soberanía no recaía en el ciudadano, sino en la clase trabajadora, aunque con una salvedad: siempre de acuerdo con el territorio a la que pertenecía. La Liga de los Comunistas, en último extremo, era el organismo garante del delicado equilibrio que se creaba.



El proceso que vivieron los yugoslavos a partir de entonces se caracterizó por un incremento del enfrentamiento y la rivalidad entre territorios, desembocando al cabo de 17 años en una cruenta guerra civil. Desde la aprobación de aquella Constitución, las tendencias particularistas y los conflictos entre las diversas repúblicas crecieron incesantemente, estimulando un latente nacionalismo serbio, cuyos promotores se consideraban agraviados con el nuevo texto legal, que gracias al derecho al veto de las provincias autónomas vio paralizada la vida política de la república. Al final, su presidencia encargó a un grupo de expertos la elaboración de un Libro Azul que recogiera los perjuicios sufridos. Presentado a Tito en 1977, este acabó rechazándolo.



La primera consecuencia de estos cambios fue un caos económico abrumador debido al aumento del estatismo centrípeto en cada una de las repúblicas. De esta forma, al cabo de una década la economía yugoslava había alcanzado un punto de alineación regional tal que los movimientos de capital entre las repúblicas casi se habían extinguido. Cada república había constituido su propio banco central, adicional al Banco Central Federal Yugoslavo; el comercio interregional descendía vertiginosamente, y cada república desarrollaba su propia política tecnológica, impositiva o de precios sin ninguna coordinación con las de las otras repúblicas, y sin ninguna consideración con las de la misma república federal. En resumen, los resultados obtenidos de la bienintencionada Constitución de 1974 fueron nefastos. El texto hipotecaría el proceso de toma de decisiones económicas a nivel federal, al prevalecer el requisito de la unanimidad entre repúblicas en relación con un área de interés tan destacable.



En el terreno político ocurrió más de lo mismo, pues las repúblicas fueron adquiriendo poderes normativos y legislativos comparables a los de la república federal, provocando un vacío de funciones y autoridad en esta última. A su vez, el Partido Comunista Yugoslavo (por aquel entonces partido único, sabido es) no fue ajeno al proceso de desagregación. Los activistas dejaban de serlo del PCY para ser los valedores de la Liga Comunista de sus repúblicas respectivas, así que paulatinamente los congresos regionales fueron sustituyendo el papel dirigente del comité central. De hecho, los miembros del comité central eran elegidos por los respectivos congresos regionales y no por el congreso federal de partido. Esta nueva situación provocó que las decisiones del PCY no fueran más que una síntesis de las decisiones que previamente habían adoptado los congresos regionales.





La muerte de Tito y el caos subsiguiente



El 7 de mayo de 1980 Tito fallecía en Liubliana y la presidencia del país pasó a ser colectiva (seis representantes de las repúblicas más dos de las provincias autónomas de Serbia, aunque estos dos últimos solo estuvieron hasta 1988). Cada año, de forma rotativa, uno de esos representantes pasaba a ser el Presidente de la Presidencia. En 1981, Yugoslavia sobrepasaba los 21 millones de habitantes, con 8 millones de serbios, 4,5 millones de croatas, 2 millones de musulmanes en Bosnia, Montenegro y Serbia, y 1.730.000 albaneses musulmanes en Kosovo y Macedonia. Los que se declararon simplemente yugoslavos sumaban 1.219.000.



Menos de un año después de fallecer Tito, volvieron a surgir las protestas en Kosovo, acaso la región más pobre de Yugoslavia y de toda Europa, si exceptuamos la propia Albania. De hecho, en 1980 un obrero kosovar ingresaba de media 180 $ al mes, frente a los 235 de la media federal o los 280 de los obreros eslovenos.



Protestas que se iniciaron de forma espontánea el 11 de marzo por parte de los estudiantes universitarios de la capital, Priština, muy resentidos por el paro y la falta de futuro en un territorio que decían abandonado por el gobierno de Belgrado. Sin embargo, los primeros motivos de queja eran más simples: la mala calidad de la comida en la cafetería universitaria y las largas colas que debían hacer los jóvenes para obtenerla. La primera protesta de 4.000 manifestantes sería disuelta por la policía, que practicó unas 100 detenciones.



Pero las quejas estudiantiles se reanudaron dos semanas más tarde, el 26 de marzo, cuando varios miles de manifestantes corearon consignas cada vez más nacionalistas, y la policía utilizó la fuerza para dispersarlos, hiriendo a 32 personas. Una reacción desmesurada que, lejos de calmar los ánimos, los encrespó.



El 1 de abril, las manifestaciones se extendieron por todo Kosovo, y 17 policías resultaron heridos en enfrentamientos con los estudiantes. El dirigente comunista albanokosovar, Mahmut Bakalli, solicitó la intervención del ejército federal, que hizo acto de presencia sacando los tanques a la calle. En pocos días, las protestas por las condiciones de los estudiantes se convirtieron en un claro descontento nacionalista, siendo la demanda principal que Kosovo se convirtiera en una república dentro de Yugoslavia, en contraposición a su estado vigente en ese momento como una provincia de Serbia.



Las autoridades culparon a los radicales nacionalistas de las protestas. El diario serbio Politika afirmó que el objetivo de las protestas era, en última instancia, la independencia de Kosovo y su posterior unión a Albania, lo que resultaba inaceptable tanto para la minoría serbia del lugar como para los serbios de la propia Serbia, que veían en Kosovo uno de sus centros históricos, religiosos y culturales más estimados. Tampoco la república macedonia, con una destacable minoría albanesa, se mostraba muy conforme con las protestas.



El 2 de abril, el presidente de Yugoslavia, el serbobosnio Cvijetin Mijatović, declaró el estado de emergencia en Kosovo, situación que se alargó durante una semana. 30.000 soldados se desplegaron por toda la provincia, acabando así con las protestas. La prensa yugoslava informó sobre 11 muertos y 4.200 encarcelados. El propio Bakalli, ahora en desacuerdo con la brutal actuación militar, acabó renunciando de sus cargos. Otras fuentes afirman que fue obligado a dimitir por las autoridades serbias. Posteriormente, en la universidad se prohibió el uso de libros de texto importados de Albania, usándose solo los escritos en serbocroata. En esencia, la revuelta fue considerada oficialmente como un acto contrarrevolucionario, fomentado en parte por agentes extranjeros (léase, procedentes de Albania).



Las manifestaciones también motivaron una tendencia cada vez más extendida entre los políticos serbios a exigir la centralización, la unidad de las tierras serbias, la disminución en el pluralismo cultural para los albaneses y el aumento de la protección y promoción de la cultura serbias, exigiendo el fin de la autonomía de la provincia. La universidad albanokosovar sería denunciada como un foco de nacionalismo albanés. También se dijo entonces que los serbios de la provincia estaban siendo obligados a abandonarla, principalmente por el crecimiento de la población albanesa, más que por la mala situación de su economía. La crisis que llevaría a la disolución de Yugoslavia estaba, pues, ya servida.



Mientras, durante la década de los 80 la Constitución de 1974 estaba dando sus frutos más negativos, con cada república encerrándose política y económicamente en sí misma. En cada una de ellas se aplicaban recetas propias (la legislación permitía el control del 70% de los fondos de inversión) sin apenas coordinarse con las demás y con criterios más bien exclusivistas. Lo que suponía, por ejemplo, la aplicación de barreras a la importación o exportación con respecto a las otras repúblicas por razones proteccionistas. En consecuencia, la economía de todo el país se resintió notablemente. En 1983, se divulgaron los primeros datos de esa caída, en los que se indicaba que el nivel de vida había descendido un 40% respecto a 1979, el paro alcanzaba el 15% y la inflación el 62%, con una deuda exterior tan acentuada que se hubo de recurrir al control financiero del Fondo Monetario Internacional.



Con el tiempo, los bancos regionales comenzaron a favorecer a los acreedores locales, a la vez que imponían severos vetos al movimiento de inversiones entre repúblicas. En 1981, este no pasaba ya del 4%, lo que implicaba una suerte de autarquía en cada territorio.



Al poco tiempo, esa economía «nacionalista» daría paso a una ideología cada vez más nacionalista, habida cuenta de la crisis que el comunismo integrador estaba viviendo en diversos países de la Europa del este, incluida la propia Yugoslavia. Estamos hablando la de la era de Gorbachov y de su perestroika o de las protestas en Polonia (promovidas por el sindicato de raíz católica Solidarność). A finales de septiembre de 1986, el diario serbio Večernje novosti (Noticias de la tarde) publicó en varias ediciones algunas páginas de un documento hasta el momento mantenido en secreto, el conocido como Memorándum elaborado por la Academia Serbia de las Ciencias y las Artes (abreviado, según las siglas en serbocroata, como SANU). Un documento en el que una institución tan respetada estaba trabajando desde el año anterior, todavía inacabado pero convenientemente filtrado a la prensa para que su divulgación provocara el escándalo que produjo. Al parecer, su elaboración había sido obra de una comisión integrada por dieciséis intelectuales serbios bastante teñidos de nacionalismo.

 



El memorándum mencionaba la creciente autarquía de las repúblicas, pero hacía referencia sobre todo a la discriminación que había vivido el pueblo serbio durante la Yugoslavia de Tito. Sin embargo, y siempre de acuerdo con el documento, los partidos comunistas croata y esloveno, y en conjunto sus respectivas repúblicas, habían sido beneficiados por la política del fallecido dictador. Todo ello con la perversa intención de mantener subordinados a los serbios, convertidos en verdaderas víctimas de dicha política. Una afrenta especialmente gravosa por cuanto, como insistía el memorándum, el número de serbios que vivía fuera de la república madre era muy elevado, según el censo de 1981, casi 2 millones de personas que representaban el 24% de todos los serbios. Serbios que, en repúblicas como Croacia, donde representaban el 11,5% de la población, estaban viviendo un sutil proceso de asimilación. O serbios que, como ocurría en Kosovo, vivían claramente un proceso de genocidio físico, político, legal y cultural, tal como rezan sus palabras: «El genocidio físico, político y cultural contra el pueblo serbio en Kosovo constituye la mayor derrota de Serbia en las guerras que ha mantenido por su iberación (...). La responsabilidad de esta derrota es del Partido Comunista Yugoslavo, y de la fidelidad de los políticos serbios a esta política, a las ilusiones políticas e ideológicas, al oportunismo de los políticos serbios, siempre a la defensiva y siempre pensando qué es lo que piensan otros de ellos, condicionando así el futuro del pueblo al que gobiernan». Y como solución, la Academia proponía un cambio en la Constitución de 1974 que reformulara Yugoslavia y las autonomías de las repúblicas desde un punto de vista serbio.



Los dirigentes de la Liga de los Comunistas Serbios, con el presidente de la república de Serbia a la cabeza, Ivan Stambolić, pusieron el grito en el cielo al conocer el memorándum y criticaron su contenido por excesivamente nacionalista. Sin embargo, en Eslovenia y Croacia tomaron buena nota del texto. Además, el ejército yugoslavo, en el curso de los años 1987-88, llevó a cabo una política secreta de entrega de armas a la población serbia de Bosnia y Croacia. Actividades que serían reconocidas posteriormente por altos mandos de dicho ejército, según publicó 28 de junio de 1997 el semanario Vreme (Tiempo), una de las pocas revistas serbias que no cayó en las garras del nacionalista serbio Milošević. Un personaje del que tendremos ocasión de hablar a menudo en este relato.



Para muchos serbios, incluidos los redactores del memorándum, el mayor problema estaba en Kosovo, república autónoma que, según el censo de 1981, tenía una población de 1.227.000 albaneses frente a solo 209.000 serbios. Además, el índice de natalidad era más alto en los primeros (más del 30‰ frente al 11‰ de los serbios). Musulmanes frente a ortodoxos, albaneses frente a eslavos, mezquitas frente a los monasterios medievales del antiguo reino serbio, una historia de opresores (primero los albaneses musulmanes; luego, al crearse el reino de 1918, los serbios, y de nuevo los albaneses con la república socialista) y oprimidos. Y una provincia pobre, con una elevada tasa de paro y cada vez más olvidada por el resto de las repúblicas y por la propia Serbia, que apenas invertían y cotizaban en el denominado Fondo Federal para el Desarrollo Acelerado de las Repúblicas y Provincias autónomas subdesarrolladas, el viejo mecanismo yugoslavo de solidaridad interregional creado en 1965.



Para Eslovenia y Croacia, la nefasta gestión aplicada por Serbia en su provincia autónoma de Kosovo constituía un síntoma de lo que les podía ocurrir a ambas. Solo faltaba que, para colmo, el emergente nacionalismo serbio pusiera en tela de juicio l