Las guerras de Yugoslavia (1991-2015)

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Aus der Reihe: Laertes #134
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Nacionalismo decimonónico

A finales del siglo xviii, la decadencia del Imperio otomano, obligado a replegarse al sur del Danubio, resultaba ya evidente. En contraposición observamos una reafirmación del poder de los Habsburgo en la región, con gobernantes reformistas como María Teresa o José II, impulsores de las ideas renovadoras en sus territorios. Como resultado, surge un nacionalismo romántico que no tardará en manifestarse en una serie de intelectuales eslavos, interesados en recuperar su propia identidad a través de la historia y la lengua. Desde el punto de vista político, asistimos por un lado a las conquistas napoleónicas, anexionando a su imperio las posesiones de Dalmacia y las regiones al sur del Danubio (1805) y constituyendo las llamadas Provincias Ilíricas (1809). La capitalidad de este territorio se instaló en la ciudad eslovena de Liubliana. De esta forma, se estimulaba el nacionalismo eslavo en la región. Por otro, vemos a los serbios manteniendo una dura lucha con los otomanos para obtener la autonomía, alcanzada en 1829 como consecuencia de los dos grandes levantamientos: el de 1804 (protagonizado por un humilde personaje llamado Đorđe Petrović, más conocido como Karađorđe o Jorge el Negro) y el de 1815, aunque tropas otomanas continuarían de guarnición en Belgrado hasta 1867. El nuevo príncipe serbio fue Miloš Obrenović, promotor de la segunda sublevación y fundador de una dinastía, cuyos hombres asesinaron a Karađorđe. En 1835, el mismo Obrenović dotó a sus súbditos de una constitución, proclamada en Kragujevac. Además, su gobierno se caracterizó por la aplicación de una limpieza étnica avant la lettre, desarrollando una reforma agraria que comportó la expropiación de propiedades pertenecientes a gentes de fe islámica, y a la vez una persecución en las ciudades de la población musulmana, que vio cómo sus mezquitas eran destruidas y su cultura poco menos que prohibida. Belgrado, a fines del siglo xviii una ciudad en gran parte turca, perdió numerosos edificios islámicos, y de hecho hoy día solo se conserva una única mezquita de la época de la dominación, la mezquita Bajrakli. La idea era crear un Estado con una sola etnia y una única religión. De forma parecida actuarían los serbobosnios durante la guerra de Bosnia de finales del siglo xx.

El concepto de una gran Serbia unida cobró intelectualmente fuerza a mediados del siglo xix gracias a Ilija Garašanin (1812-1874), militar y político serbio, partidario de la dinastía de los Karađorđe y contrario a los Obrenović. En 1844 redactó para el príncipe Alejandro Karađorđević, que había logrado el poder dos años antes, un proyecto secreto solo publicado en 1906 en el que defendía la formación de un gran reino serbio heredero de su antiguo precedente medieval, habitado por todos los serbios que vivían en los Balcanes, incluidos los de Croacia, Bosnia y Herzegovina Macedonia y Kosovo. Para ello, aconsejaba buscar siempre el apoyo de Rusia. Ciento cincuenta años después, sus ideas se mostraron violentamente vigentes precisamente en Bosnia y Croacia, gracias en parte al apoyo obtenido por la nueva Rusia de Borís Yeltsin. No en vano una edición de dicho proyecto fue publicada en Belgrado en 1991, con el título de Načertanije Ilije Garašanina: program spoljašnje i nacionalne politike Srbije na koncu 1844 godine (Ilija Garašanin: Programa nacional de política exterior y nacional de Serbia a fines de 1844).

Fue en este clima de fervor intelectual cuando comenzó a cobrar cuerpo la idea yugoslava, basada en una lengua y una cultura comunes. Portavoz de tal programa fue Ljudevit Gaj (1809-1872), un destacado lingüista croata iniciador del llamado Movimiento Ilirio de autoafirmación nacional, contrario a la germanización y magiarización que pretendían imponer las autoridades imperiales. Su nombre se deriva del hecho de que los eslavos del sur se consideraban herederos de los antiguos ilirios. Su proyecto, desarrollado por una serie de jóvenes intelectuales durante los años 30 y 40 del siglo xix, era el de desarrollar un estado-nación croata en el seno del Imperio austro-húngaro que uniera a los eslavos del sur. Zagreb se convertirá en la capital de este llamado Renacimiento Nacional Croata.

En años posteriores, el lingüista serbio Vuk Stefanović Karadžić (1787-1864) difundió la idea del lenguaje como la característica principal de una nación. De hecho, en 1850 una serie de expertos croatas, eslovenos y serbios (incluido el propio Karadžić) firmaron el acuerdo para adoptar una lengua serbocroata común.

La Croacia decimonónica

Precisamente fue en la Croacia habsbúrgica donde cuajaron tanto las ideas paneslavas como la nacionales exclusivistas, en parte derivadas de su condición de constituir un pueblo eminentemente católico. La región era considerada parte del reino de Hungría, a su vez integrado en el imperio austriaco. Ante las peticiones cada vez más exigentes de los croatas, relativas sobre todo al uso oficial de su lengua y al fin de la magiarización administrativa, en abril de 1848 el Parlamento revolucionario húngaro, empeñado en independizarse de Austria, adoptó severas limitaciones de su autonomía. El Sabor del pueblo croata (el antiguo Parlamento medieval, permitido al integrarse en el imperio austriaco) declaró entonces la separación de Hungría, abolió la servidumbre, proclamó la igualdad de todos los ciudadanos y eligió como virrey (ban) al coronel croata Josip Jelačić. Este llevó a cabo la invasión de Hungría, debilitando a las fuerzas de la revolución húngara dirigida por Lajos Kossuth, lo que permitió a los Habsburgo recuperar su poder en aquel país. Poco después, el emperador austriaco lograría imponer durante un tiempo un sistema de gobierno centralista tanto en Hungría como en Croacia.

El Sabor croata fue disuelto en 1861, y seis años después, con la división de la corona imperial en el llamado Imperio austro-húngaro o monarquía dual, germanos y magiares quedaron como naciones dominantes en la nueva entidad estatal. En 1868, Hungría aceptó la existencia de la Croacia panonia (o interior) como unidad política autónoma con lengua propia (el serbocroata) dentro de la corona, pero Austria siguió mandando directamente en Dalmacia, Istria y la Frontera Militar (la conocida como Krajina, habitada desde el siglo xvii por una nutrida colonia serbia, huida de la dominación otomana).

En Croacia, las corrientes políticas estaban, pues, divididas. Desde 1848 existía un paneslavismo tendente a la unificación nacional de los pueblos eslavos meridionales, cuyo principal representante era Josip Juraj Strossmayer (1815-1905), obispo de Đakovo. Strossmayer, promotor de la Universidad de Zagreb y experto lingüista, pese a su catolicismo aceptaba plenamente la igualdad y la legitimidad de la Iglesia ortodoxa serbia, lo que le llevó a enfrentarse con las autoridades austro-húngaras. Seguidor de esa misma tendencia, el sacerdote e historiador Franjo Rački, fallecido en 1894, fue presidente de una academia yugoslava fundada en 1867. Los impulsores de esta propuesta paneslavista eran en su mayoría miembros de la burguesía liberal, del clero católico y de los círculos intelectuales. Pero por otro lado estaban los pancroatas del Partido del Derecho, dirigidos por Ante Starčević y Eugen Kvaternik y apoyados por la pequeña burguesía. Su ideario se basaba en el proyecto de una Croacia libre y fuerte, que incluyera todas las tierras de Bosnia y se mantuviera separada de los serbios. Unas ideas que fueron apoyadas por el conde húngaro Károly Khuen-Héderváry, ban de Croacia entre 1883 y 1903, quien llegó a fomentar la lucha nacionalista entre serbios y croatas para mantenerlos así débiles y divididos.

La presencia de una destacada minoría serbia en el territorio oriental croata constituyó en este tiempo un elemento de conflicto. En 1867, tras el acuerdo austro-húngaro que integraba a la Croacia interior en la zona de dominación magiar, los serbios supieron llevarse bien con los indeseables señores húngaros, lo que les granjeó la antipatía de los propios croatas. No obstante, dentro del Sabor regional ya restaurado de Croacia surgiría una tendencia paneslavista que fue muy fuerte entre 1905 y 1914. Sus defensores fueron Frano Supilo y Ante Trumbić. También repercutió de forma contradictoria, en la relación entre ambos pueblos, la incorporación oficial de Bosnia y Herzegovina a los territorios austriacos en 1908 (aunque la dominación real se remontaba ya a 1878). Por una parte, se veía con desagrado que los serbios reclamaran para sí una región en la que vivía una importante minoría croata. Por otra, se anhelaba esa unidad paneslava que permitiera la creación de un Estado yugoslavo. Una alianza de líderes serbios y croatas adoptó la llamada Decisión de Rijeka, un programa de acción que ganó en las elecciones de 1906. Fue esta la tendencia que acabó imponiéndose durante la Primera Guerra Mundial, a pesar de que numerosos croatas defendieron la monarquía de los Habsburgo combatiendo en el frente italiano. La guerra significó para muchos una lucha entre hermanos serbios (independientes de los turcos desde hacía ya bastante tiempo) y croatas (que tuvieron que mostrarse teóricamente aliados de Turquía por pertenecer esta a las potencias centrales).

La reafirmación de Serbia

A su vez, aprovechando las revoluciones de 1848, los serbios del imperio austriaco proclamaron la provincia autónoma serbia conocida como Vojvodina serbia. Por una decisión del emperador Francisco José I de Habsburgo, en noviembre de 1849 se transformó Vojvodina en la provincia de la corona austriaca conocida como Vojvodina de Serbia y Tamiš Banat. Contra la voluntad de los serbios, esta provincia desapareció en 1860.

Una nueva guerra contra los turcos (1877), en la que participó Rusia, cada vez más implicada en el juego internacional antiotomano y paneslavo, condujo a la independencia definitiva para Serbia, así como a grandes ganancias territoriales hacia el sudeste incluyendo la ciudad de Niš. En dicha guerra, tropas serbias invadieron la provincia turca de Kosovo, provocando diversas matanzas y obligando a 160.000 albaneses musulmanes a abandonar sus territorios. Todo ello quedó reconocido internacionalmente en el tratado de Berlín de 1878, tratado en el que los turcos asimismo aceptaron la existencia de un reino en Montenegro y la ocupación austro-húngara de Bosnia y Herzegovina, considerada por los serbios una desgracia, por frenar sus intereses expansionistas en una región habitada por una destacada minoría ortodoxa.

 

En 1882 se proclamó el reino serbio con Milan Obrenović I, un descendiente del primer Miloš mencionado. En ese momento, millones de serbios vivían no obstante fuera del reino, bien en el ahora denominado Imperio austro-húngaro (Bosnia, Croacia, Vojvodina y el Sandžak, un antiguo distrito otomano con capital en Novi Pazar) y en el Imperio otomano (Serbia del sur, Kosovo, Macedonia). El nuevo país, como la mayor parte de las tierras balcánicas, dependía económicamente de la agricultura, con apenas industria o infraestructura moderna. La población había pasado de un millón de habitantes hacia 1800 a cerca de dos millones y medio un siglo después. Belgrado tenía entonces 100.000 pobladores.

La política interna giró en gran parte en torno a la rivalidad dinástica entre las familias Obrenović y Karađorđević, descendientes respectivamente de Miloš Obrenović (reconocido como príncipe heredero en 1829) y Karađorđe Petrović. Los Obrenović dirigieron el Estado emergente entre 1817 y 1842 y de nuevo entre 1858 y 1903, mientras que los Karađorđevići lo hicieron entre 1842 y 1858, y después de 1903. El tema dinástico se mezcló en parte con otras cuestiones diplomáticas más amplias de carácter internacional. Milan Obrenović alineó su política exterior con la de la vecina Austria-Hungría a cambio del apoyo de los Habsburgo para su coronación como rey. Los Karađorđević se inclinaron más hacia Rusia, consiguiendo el trono en junio de 1903 tras un sangriento golpe de mano dado por oficiales del ejército hostiles al dominio de los Habsburgo sobre los eslavos del sur. Alejandro I Obrenović fue entonces brutalmente asesinado junto a su esposa en su palacio de Belgrado, siendo sustituido por Pedro I Karađorđević.

La oposición serbia a la anexión por el Imperio austro-húngaro de Bosnia-Herzegovina (donde abundaba la población serbia y eslava en general) en octubre de 1908 condujo a una grave crisis europea. La presión alemana y austro-húngara forzó a Rusia para obligar a Serbia (31 de marzo de 1909) a aceptar la anexión, aunque comprometiéndose a defenderla de cualquier amenaza futura a su independencia.

A comienzos del siglo xx se produjeron en los Balcanes diversos acontecimientos de tinte nacionalista que aprovechaban la decadencia del Imperio otomano. Bulgaria se independizó de forma oficial en octubre de 1908, mientras que en agosto del año siguiente tenía lugar en Grecia un movimiento exitoso de oficiales que propició un gobierno militarista-reformista. Con esta coyuntura favorable, Serbia se unió a estos dos países y al vecino reino de Montenegro, poblado por serbios, para formar la Liga Balcánica e invadir Macedonia en octubre de 1912, reduciendo la Turquía europea a una pequeña región alrededor de Estambul. Fue la llamada Primera Guerra Balcánica, concluida en mayo de 1913. Aparte de aumentar los territorios de Serbia, tras esta contienda se reconoció la independencia de Albania, aunque una parte importante de población albanesa se mantuvo en Kosovo, provincia que quedó en manos de los serbios, por considerarla estos un espacio histórico propio.

Bulgaria se mostró disconforme a la hora de repartir las conquistas, y en el verano de 1913 estalló una breve Segunda Guerra Balcánica que enfrentó a dicho reino contra sus antiguos aliados de la Liga Balcánica, a los que se unieron Rumanía y el Imperio otomano. Lógicamente, Bulgaria salió derrotada, y tanto Serbia como Rumanía aprovecharon la circunstancia para consolidar la anexión de nuevos territorios. El envalentonado reino serbio adquiría así buena parte de la Macedonia septentrional, convirtiéndose junto con el rumano en las dos potencias más expansivas de la zona. Ya solo restaba encontrar la excusa para luchar contra el Imperio austro-húngaro y unir, de esta forma, a todos los eslavos meridionales en un solo Estado bajo dominio serbio.

La victoria serbia en las guerras balcánicas aumentó el respeto del país vencedor entre los eslavos del sur. En las provincias austro-húngaras, los partidarios de la unidad yugoslava celebraron la expansión territorial de su pariente étnico, dando así esperanzas a la idea de la unificación incluso entre aquellos que previamente no la habían apoyado.

En otro orden de cosas, la lucha de los albaneses contra los dominadores otomanos para alcanzar la independencia se solapó con la Primera Guerra Balcánica de 1912. El ejército serbo-montenegrino penetró en territorio albanés en ese mismo año, ocupando en octubre el puerto de Durres. Kosovo y Metohija quedaron a su vez en manos de esos mismos invasores, y entre 20 y 25.000 albaneses fueron masacrados. La intervención del Imperio austro-húngaro logró preservar la independencia de una pequeña Albania, aunque una parte importante de la población albanesa quedó repartida en territorios de Serbia, Montenegro y de la actual república de Macedonia. Las fronteras del nuevo Estado serían definidas en 1913, quedando Kosovo y Metohija en manos del reino serbio, con excepción del territorio de Peć, que se integró temporalmente en el reino de Montenegro hasta su anexión definitiva en el Kosovo serbio en 1918. El gobierno serbio desarrollaría inmediatamente una política de limpieza étnica, provocando mediante duras medidas de represión la huida de numerosos albaneses y de los restos de población turca. Para muchos serbios, los albanokosovares no eran más que seres subhumanos con cola, tal y como los describía el ex-primer ministro serbio Vladan Đorđević en un opúsculo publicado en alemán y titulado Los albaneses y las grandes potencias (Leipzig, 1913).

La Bosnia austro-húngara

La ocupación austro-húngara de Bosnia y Herzegovina en 1878, aunque solo como potencia administradora, aunque preservando la soberanía otomana, no se hizo sin resistencia de las poblaciones musulmana y ortodoxa. De hecho, las tropas imperiales sufrieron algunos percances en Maglaj y Tuzla, aunque lograrían ocupar Sarajevo en octubre de 1878. La breve campaña de conquista duró tres semanas, y costó al ejército invasor unas 5.000 bajas.

La tensión se mantuvo en algunas partes de la provincia, particularmente en Herzegovina, provocando una masiva emigración de disidentes musulmanes. Sin embargo, pronto se alcanzó relativa estabilidad, y las autoridades austro-húngaras lograron culminar una serie de reformas sociales y administrativas. Sirva de ejemplo el hecho de que en 1885 comenzó a funcionar el tranvía en Sarajevo. Con el objetivo de establecer la provincia como un modelo político estable que ayudase a disipar el creciente nacionalismo de los eslavos del sur, los Habsburgo promulgaron leyes para introducir nuevas prácticas políticas que definieran a los bosnios musulmanes (los bosniacos) como un pueblo con carácter propio, y en general para intentar modernizar la provincia.

En este sentido destacó la labor del conde Benjamin von Kállay, gobernador austro-húngaro de la provincia entre 1882 y 1903, quien se mostró habilísimo a la hora de fomentar la animosidad de sus distintos grupos étnicos apoyando sobre todo a los musulmanes, más numerosos y menos peligrosos, cuyas prerrogativas sociales alcanzadas durante la dominación otomana fueron conservadas.

Temiendo al expansionismo serbio tras el golpe de Estado que situó en el trono del reino de Serbia a Pedro I Karađorđević, la diplomacia austro-húngara negoció con Rusia los términos de la anexión, y tras una reunión celebrada el 16 de septiembre entre los ministros de Exteriores de ambos imperios Alois Aehrenthal y Aleksandr Izvolski, el emperador Francisco José I de Austria anunció el 5 de octubre de 1908 la anexión de Bosnia, que recibió un nuevo régimen constitucional en el que se reconocía su autonomía. El Imperio otomano protestó airadamente ante la anexión, boicoteando militar y económicamente al imperio de los Habsburgo. Finalmente, ambas potencias llegarían a un acuerdo por el que las autoridades austro-húngaras pagarían a los turcos 2,2 millones de libras esterlinas. Además, entregó el sanjacato de Novi Pazar (en serbio conocido como Sandžak), integrado en Bosnia, a los turcos. Una cesión que duraría pocos años, pues los serbios lograrían apropiarse de dicho sanjacato tras las guerras balcánicas de 1912 y 1913.

Como hemos dicho, la Administración austro-húngara intentó inculcar un ideal bosnio entre sus habitantes, pero las poblaciones croata y serbia, incentivadas además por la cuestión religiosa, vivieron al margen de la nacionalidad bosnia, y a partir de 1910 el nacionalismo dominó la política de la provincia. Una inestabilidad que culminó con el asesinato en Sarajevo del heredero al trono austro-húngaro, el archiduque Francisco Fernando de Austria, el 28 de junio de 1914. Su asesino, un joven serbobosnio llamado Gavrilo Princip, formaba parte de un grupo de nacionalistas eslavos armados por militares serbios desde Belgrado, deseosos de provocar un conflicto que les permitiera ocupar Bosnia. La muerte del mandatario provocó a su vez que varios serbios fueran masacrados y diversas propiedades pertenecientes a gentes de dicha etnia acabaran destrozadas.

La Primera Guerra Mundial y la creación del reino yugoslavo

El magnicidio de Sarajevo dio inicio a la guerra austro-serbia, e inmediatamente a la Primera Guerra Mundial. El reino serbio, agotado por las guerras anteriores, no estaba preparado para afrontar un nuevo conflicto. Sin embargo, no tardo en organizarse, e incluso logró diversas victorias iniciales frente a los invasores austro-húngaros.

Uno de los elementos propagandísticos impulsados por el gobierno serbio fue el de que la lucha se hacía con un objetivo muy claro, que no era otro que el unir a todos los hermanos eslavos del sur frente a la opresión imperial. Precisamente en los ejércitos austro-húngaros combatían soldados y oficiales croatas, bosnios eslovenos e incluso serbios de Croacia, Bosnia y Vojvodina, que procuraron ser alejados de los frentes meridionales para evitar problemas y deserciones.

La liberación de los hermanos eslavos se mencionó ya en el discurso dado a su ejército por el regente Alejandro Karađorđević (que ejercía la regencia en nombre de su padre el rey Pedro desde el 24 de junio) el 4 de agosto de 1914. En dicho discurso fueron incluso citadas las provincias habitadas por esos «hermanos»: Banat, Bačka, Srem (las tres en Vojvodina), Croacia, Eslavonia y Bosnia. Lo que no dejó claro el regente fue si la liberación significaba anexión, unificación o federación. Una nota dirigida el 4 de septiembre a los enviados serbios en los distintos Estados de la Entente afirmaba la necesidad de la creación de un solo Estado compuesto por Serbia, Bosnia y Herzegovina, Vojvodina, Dalmacia, Croacia, Istria y Eslovenia. El geógrafo serbio Jovan Cvijić realizó los primeros mapas de dicho Estado, y uno de ellos se entregó de inmediato al delegado ruso en Serbia. Otro acabó publicándose en un folleto titulado Jedivovo Jugoslovena (Unidad de los yugoslavos), firmado por Cvijić. A partir de entonces, se editaron libros y más folletos en defensa de la unidad, tanto por historiadores serbios como eslovenos y croatas.

Por otro lado, al estallar las hostilidades diversos intelectuales y políticos croatas, eslovenos y bosnios abandonaron el territorio imperial y se instalaron en la entonces neutral Italia para mejor defender su proyecto de unidad eslava, de forma que el 30 de abril de 1915 se fundó en París un comité yugoslavo, que de inmediato se trasladó a Londres. Su presidente fue el croata Ante Trumbić. La creación formal de dicho comité había acelerado previamente las negociaciones de la Entente para que Italia entrara en la guerra, a cambio de la cesión de Istria y de la mayor parte de Dalmacia cuando concluyera el conflicto, según se estableció en un acuerdo secreto firmado en Londres el 26 de abril. Este hecho, que acabó siendo conocido por los dirigentes paneslavistas, contrarios a la aplicación del acuerdo, ayudó a homogeneizar la mentalidad del comité yugoslavo enfatizando las aspiraciones de los eslavos del sur de unirse, junto con Serbia, en un Estado soberano independiente.

 

En dicho reino, tras las primeras victorias sobre los austro-húngaros devino la derrota y la aparición de una serie de epidemias, especialmente de tifus, que mermaron la capacidad de combate de su ejército. A pesar de todo, el gobierno serbio continuó su tarea de propaganda en los países aliados y neutrales a favor de su proyecto de unión eslava, enviando con este propósito, a fines de 1914, diversos agentes a las capitales europeas (incluido el propio Jovan Cvijić, desplazado a Londres). Sin embargo, el ataque combinado de los ejércitos alemán, austro-húngaro y búlgaro en octubre de 1915 llevó a la ocupación de Serbia, Montenegro y Kosovo (donde recibieron la colaboración de muchos albaneses, lo que provocaría que tras el retorno del ejército serbio en 1918 a la provincia se produjeran las acostumbradas matanzas y episodios de limpieza étnica), obligando a retirarse a su ejército y a sus instituciones políticas hasta Grecia tras sufrir numerosas pérdidas. Solo en noviembre de 1916 se logró un pequeño éxito al recuperar una franja de territorio macedonio en la zona de Bitola.

La primavera de 1917 marcó un punto de inflexión en el conflicto. La revolución rusa, que hizo perder un importante apoyo a los serbios se vio compensada por la entrada de Estados Unidos en la guerra, un hecho que aumentó las esperanzas por liberarse de los pueblos eslavos integrados en el Imperio austro-húngaro. En el comité yugoslavo, no obstante, se producían constantes discusiones sobre el tipo de Estado que se pretendía crear. Una parte del grupo croata, dirigida por el periodista Frano Supilo, temía el dominio serbio sobre su pueblo, abogando por una federación igualitaria de pueblos yugoslavos. Al final, Supilo acabaría radicalizándose y apoyando una Croacia totalmente independiente, aunque su inesperado fallecimiento en septiembre le impidió asistir al final del conflicto. Sin embargo, poco a poco, el comité, financiado con dinero serbio y cada vez más dominado por representantes de dicho país, fue rechazando la idea federal. En un acuerdo aprobado en la isla griega de Corfú el 20 de julio, los miembros del comité y un grupo de funcionarios serbios decidieron que el futuro Estado sería una monarquía constitucional, parlamentaria y democrática bajo el nombre de Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, sin especificarse si se trataría de un Estado centralista o federal. No obstante, se garantizaba la libertad religiosa y el uso de los dos alfabetos, el cirílico y el latino. El acuerdo, firmado por Ante Trumbić en nombre del comité y del primer ministro serbio Nikola Pašić en representación de su gobierno, establecía que la dinastía reinante sería la de los Karađorđević. El gobierno montenegrino en el exilio no fue incluido en las negociaciones.

Sin embargo, debemos saber también que en el territorio croata la guerra también había avivado los sentimientos nacionalistas propios, encaminados a crear una Gran Croacia federada dentro de la monarquía austro-húngara, que incluiría Dalmacia y Bosnia y Herzegovina. Este era el proyecto del denominado Partido Puro por los Derechos, creado en 1895 y muy activo durante la guerra. En cambio para otros, especialmente para los movimientos católicos, era la idea de la unificación esloveno-croata la que primaba. En marzo de 1915, el movimiento católico croata del obispo Anton Mahnič (1859-1920) aprobó en Rijeka una declaración en ese sentido. La clerical agrupación eslovena Vseslovenska ljudska stranka (Partido Popular Panesloveno), bajo el liderazgo de Anton Korošec (1872-1940) abogó asimismo por una reorganización federal del imperio, contando con numerosos partidarios.

A partir del verano de 1918 quedó claro que la monarquía austro-húngara se aproximaba a su fin. El ejército serbio y sus aliados rompieron el frente macedonio y liberaban Serbia, entrando en Belgrado el 1 de noviembre. Esto aceleró el proceso de creación del futuro reino yugoslavo. Muchos croatas temían que su tierra quedara dividida entre Serbia e Italia, por lo que acabaron apoyando el acuerdo de Corfú como mal menor. Lo mismo sucedió en Eslovenia, temerosa de caer bajo la égida italiana. Como consecuencia, el 1 de diciembre el regente Alejandro proclamaba en Belgrado el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Únicamente el líder del Partido Campesino Croata Stjepan Radić, por entonces a la cabeza de unos pocos diputados por la gran restricción del derecho a voto, se opuso en vano a una unión que no garantizaba por parte de Serbia la formación de una federación o, al menos, el respeto de la autonomía de los pueblos. Desde su exilio parisino, el rey Nicolás I de Montenegro y su pequeño grupo de partidarios también se opuso a la unificación.

Ninguna gran potencia se apresuró a reconocer el nuevo Estado, y su participación en la conferencia de paz de París se anunció bajo el nombre de reino de Serbia. Estados Unidos fue el primer gran país en reconocerlo (7 de febrero de 1919), y de inmediato lo hicieron el Reino Unido y Francia.

El inesperado estallido de la Primera Guerra Mundial había sorprendido a todos aquellos que llegaron a pensar en una unificación paneslava, pero también a aquellos defensores de programas más nacionales. Muchos croatas, serbios y eslovenos tenían ese tipo de programas, que incluían territorios propios muy marcados, basados en los derechos étnicos e históricos, estos últimos bastante problemáticos, como hemos podido constatar. Unos territorios que parcialmente se solapaban (particularmente en Bosnia), de modo que los ideólogos más razonables del yugoslavismo entendieron que no había fronteras étnicas puras, que los pueblos estaban mezclados y que solo la unificación podría reunir un cuerpo verdadero nacional. La decisión de la unificación se vio reforzada por el principio decimonónico de un Estado fuerte, que hiciera frente con garantías a los amenazadores vecinos, tal y como sucedió con Italia y Alemania. En este sentido, Serbia, acabó siendo el Piamonte o la Prusia yugoslava. Y ello en contra de ideas tan abiertas, y acaso más realistas, como la de crear unos Estados Unidos de Yugoslavia, propugnada por el geógrafo Jovan Cvijić.

Pronto se comprobaría que el optimismo de una unión paneslava, basada en la lengua común, que debía aproximar a los eslavos del sur y conducirlos hacia un destino común, iba a chocar con los planteamientos de muchos ciudadanos y facciones políticas que solo conocían su pequeño espacio local y se apegaban a un programa nacional separado. El Estado que se creó bajo el ideal yugoslavo no alcanzó, pues, muchas expectativas, aunque también demostró que no se trataba solo de un sueño político.