Enséñales a amar

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Como resultado de la actitud de “dejar hacer” de los padres en la crianza de los hijos, los niños no se desarrollan teniendo un conjunto fuerte de valores. Tienden a ser impulsivos y quieren hacer lo que quieren en el momento. Esperar por la recompensa de mañana no es algo que les llame la atención. Como nunca han aprendido a controlar sus impulsos, pueden ser agresivos e irresponsables y tener una estructura moral débil. Su Dios es un Dios aceptador y amante que sonríe indulgentemente y mira para otra parte cuando los seres humanos se portan mal. Para ellos, el pecado no es un gran problema en el universo.

Jaimito, de ocho años, de cabellos rojizos y rostro pecoso, entra corriendo por la puerta al regreso de la escuela, llamando sin aliento:

–¡Mamá!, los chicos están yendo a jugar a la pelota. ¿Puedo ir al parque con ellos?

–Veamos –responde la madre–, ¿has terminado tus tareas de hoy? Jaimito deja caer la cabeza. Se había olvidado de hacerlas antes de salir para la escuela.

–Te acuerdas de nuestro arreglo, ¿verdad? –continúa su madre–. El trabajo viene antes del juego.

–Oh, mamá, solo por esta vez. Las haré cuando regrese.

–Lo siento, Jaime –le dice ella y lo rodea con su brazo–. No puedes ir a jugar con los chicos esta vez. Sé cuán chasqueado estás. Estoy segura que de aquí en adelante te acordarás de hacer tus deberes antes de salir para la escuela, ¿verdad?

Jaimito asiente lentamente con la cabeza, con la desilusión pintada en el rostro.

–¡Ven, hijo, terminemos esos deberes! –anima la madre a su niño mientras le da un pequeño abrazo–. Te voy a ayudar. No tomará mucho tiempo. Quizá tendremos tiempo de batear algunas pelotas antes que tenga que preparar la cena.

El estilo de autoridad persuasiva, centrado en el hijo, establece normas y expectativas claras tendientes a fomentar una conducta madura en los niños, considerando al mismo tiempo sus necesidades. Anima a los niños a ser independientes, a pensar por su propia cuenta, y a desarrollar su propia individualidad. Los padres exigen el cumplimiento de las reglas y normas, usando el castigo cuando es necesario, pero siempre en un clima general de amor y preocupación por el niño. Tales adultos no se dejan dominar por su propia autoridad. Por el contrario, los preocupa saber cómo conducir debidamente a sus hijos. Las necesidades de ellos son siempre importantes, y respetan sus sentimientos. Tales padres explican las razones de sus expectativas y prestan atención a los puntos de vista de sus hijos. Como resultado de ello, los niños generalmente sienten que cualquier castigo que reciben lo tienen merecido. Y saben, más allá de toda duda, que sus padres se interesan en ellos y los apoyan.

Elena de White describe a estos padres como personas que tienen autocontrol y están bajo la disciplina de Cristo. Muestran amor y amabilidad y se hacen amigos de sus hijos. Mientras despliegan simpatía y comprensión, pueden, cuando es necesario, demostrar también firmeza y disciplina estricta.

Los hijos de hogares que emplean el estilo de autoridad persuasiva, generalmente, son seguros y competentes. Tienen fuertes valores y están dispuestos a defenderlos. De actitud responsable, tienen un carácter moral fuerte y se interesan en ayudar y cuidar a otros. Generalmente son positivos acerca de los valores y la religión que han aprendido de sus padres. En adición a esto, tienen la fortaleza para resistir la presión del entorno y hacer lo que saben que es recto, porque tienen una conciencia fuerte y razonable que los guía en sus acciones. Su Dios es un ser que demuestra interés y amor, que perdona sus errores y que continuamente los ayuda a crecer en gracia y fe. Un Dios tal es la perfecta combinación de la misericordia y la justicia, un Dios que continuamente los lleva más cerca de sí mismo.

Solo la paternidad de autoridad persuasiva representa verdaderamente la manera como Dios nos trata: amándonos y animándonos, pero al mismo tiempo, ansioso de ayudarnos a crecer. Cuando usamos este estilo de crianza, estamos ayudando a nuestros hijos a desarrollar una imagen verdadera de Dios. Todos los otros estilos distorsionan la imagen que el niño se forma de Dios y representan mal su bondad, su amor y su pureza.

Durante 1989, el Departamento de Educación de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día encargó que se llevara a cabo un amplio estudio acerca de los jóvenes de la Iglesia Adventista. Aproximadamente 11.000 adolescentes de edades entre 12 y 18 años completaron un extenso cuestionario del estudio Valuegénesis. Sus respuestas formaron el acopio de datos más grande acerca de la juventud cristiana, alguna vez llevado a cabo por una denominación. Si bien ese libro trata ampliamente de los más jóvenes, sus conclusiones referentes a los adolescentes nos dicen qué podemos esperar a medida que nuestros hijos siguen creciendo. Por esta razón, quiero compartir contigo algunos de los resultados del estudio Valuegénesis que te ayudarán a enseñarles a tus hijos el camino del Señor.

Uno de los descubrimientos más impactantes fue el hecho de que los jóvenes que tenían una fe madura y creciente, consistentemente, procedían de hogares donde los padres no solo los amaban y cuidaban, sino también les exigían el cumplimiento de las normas adventistas de conducta. El hogar es el lugar donde los niños necesitan aprender el estilo de vida adventista. Cuando los padres amantes y cuidadosos enseñen normas, sus hijos las aceptarán como parte de su modo de vida. El estudio demostró que los jóvenes aceptan mejor las normas adventistas cuando les son enseñadas en el hogar, que cuando se las imponen en la escuela o la iglesia. Los datos calzan perfectamente con el estilo de autoridad persuasiva: amor y cuidado combinados con altas normas de conducta.

Al leer las descripciones de los cuatro estilos de paternidad, quizá te hayas dado cuenta de que has crecido en un hogar autoritario, negligente o permisivo, de modo que no tienes un modelo de cómo funciona realmente el estilo de autoridad persuasiva. Todos tenemos la tendencia a ejercer la paternidad o la maternidad de la misma manera en que esta fue ejercida en nuestro caso. Esa es la cinta que suena en nuestra mente cuando nos enfrentamos a duras decisiones como padres. Pero tú puedes cambiar. Los resultados del estilo de autoridad persuasiva son tan superiores a cualquier otro estilo, que bien vale el esfuerzo de adoptarlo. ¿Cómo puedes hacer tal cambio?

Primero, para lograr un claro entendimiento de cómo funciona realmente el estilo de autoridad persuasiva de paternidad, estudia cómo trata Dios con nosotros. Nuestro Padre celestial es un modelo perfecto del estilo de autoridad persuasiva. Piensa en las características personales de Dios, sus requerimientos hacia nosotros, los métodos que usa para enseñarnos, y cómo trata con nosotros cuando fracasamos. Por supuesto, nosotros no tenemos la infalibilidad ni la perfección de Dios, pero podemos tratar de copiar sus métodos.

DIOS, EL PADRE CELESTIAL

Características personales

 Dios y sus normas para nosotros tienen un mismo propósito. Él es nuestro Modelo y la personificación de su Ley (Sal. 119:68; Juan 13:15).

 Dios no dice una cosa por otra. Él es el mismo ayer, hoy y mañana. Podemos confiar en él por cuanto cumple sus promesas. Sus normas no varían (Heb. 13:8; 1 Rey. 8:56; 2 Ped. 3:9).

 Dios está siempre accesible cuando lo necesitamos, pero no impone su presencia en nosotros ni nos obliga a obedecer sus normas contra nuestra voluntad (Mat. 28:20; Apoc. 3:20; 2 Ped. 3:9).

Requerimientos

 Dios ha establecido claramente pautas para la conducta (Mat. 5:48; 2 Tim. 3:16, 17; Éxo. 20; 1 Juan 2:4, 5).

 Dios equilibra la misericordia y la justicia. Es justo (Sal. 85:10; 89:14).

 Los requerimientos de Dios son realistas (Sal. 19:7, 8).

 Dios trata con cada persona de un modo individual. Considera el trasfondo y las oportunidades de la persona (Juan 3:1-21; 4:5-26).

 Los requerimientos de Dios no varían. Son los mismos ayer, hoy y mañana (Sal. 119:89, 142, 144; Mat. 5:17, 18).

 Dios espera logros elevados y buena conducta. Manifiesta confianza en la voluntad individual de obedecer (Deut. 10:12-14; Mat. 18:14).

Métodos

 Dios toma en cuenta la voluntad y la decisión del individuo. No suprime la fuerza de voluntad. Por respeto a la libre voluntad y elección individual, no fuerza a nadie en contra de sus deseos (Jos. 24:15).

 Dios provee aliento, opciones y guía (Gén. 28:15).

 Dios considera los motivos subyacentes de cada acción. No juzga solo por las apariencias (1 Sam. 16:7).

 Dios está atento a nuestras necesidades y se anticipa a ellas (Isa. 65:24).

 Dios nos asegura que está de nuestro lado (Jos. 1:9).

 Dios es consecuente en los mensajes que da a través de su Palabra y la disciplina que aplica (Job 5:17, 18; Jer. 30:11).

 La disciplina de Dios tiene un propósito. No es para dejar escapar su ira, sino para ayudarnos a crecer (Heb. 12:6; Apoc. 3:19).

 Dios usa frecuentemente las consecuencias naturales para enseñarnos (Ose. 14:1).

 Dios ofrece incentivos en forma de recompensas (Éxo. 15:26; 2 Tim. 4:7, 8; Apoc. 3:21).

 Dios envió a su Hijo Jesús a fin de mostrar su amor y proveernos salvación (Juan 3:16; 1 Juan 4:9, 10).

Cómo trata Dios con el fracaso

 

 Dios está siempre listo para perdonar y olvidar, y borrará nuestro pasado para siempre (Sal. 103:3, 12; Isa. 1:18; Dan. 9:9).

 Dios ama a la persona, a pesar de su conducta. Al mismo tiempo que aborrece las malas acciones, todavía ama sin egoísmo (Prov. 6:16-19; Juan 8:3-11; Rom. 5:8).

 Dios nos da una segunda oportunidad, llevándonos de vuelta a las mismas circunstancias otra vez para fortalecernos (Joel 2:12, 13; Zac. 1:3; Fil. 4:13).

 El amor de Dios no es condicional. Nos acepta como somos sin pedirnos prueba de que hemos cambiado nuestra conducta; nos ama “en las buenas y en las malas” (Jer. 31:3; 1 Juan 4:10, 19).

 Dios es optimista acerca de nuestro futuro. Ve lo que podemos llegar a ser mediante Cristo (Jer. 31:17; Efe. 2:4-7).

 Dios es persistente. No se da por vencido fácilmente, él busca activamente al descarriado. Su paciencia no tiene fin (Ose. 11:8, 9; Luc. 15:11-24).

 Dios provee descanso de la batalla, cuando es necesario: un cambio de actividad y estímulo en el momento apropiado (Mat. 11:28; Mar. 6:31).

¡Dios nunca se da por vencido!

Segundo, examina tu conocimiento de los estilos de paternidad completando el cuadro de “Control de Temperatura”, al final de este capítulo. Esto te dará también algunas ideas acerca de cómo funcionan realmente los diferentes estilos de paternidad en la vida diaria.

Tercero, dile a tus niños que estás tratando de cambiar. Ellos esperarán que tú actúes como siempre lo has hecho y, de esta manera, te probarán para ver si realmente has cambiado. Las cosas pueden empeorar antes de mejorar, pero al fin tus relaciones con tus hijos serán mucho mejores. El esfuerzo vale la pena.

Cuarto, ora cada día por sabiduría celestial. Ora muchas veces al día pidiendo a Dios que te dé el amor y el afecto que tus hijos necesitan. Ora también para que te dé la fortaleza de enseñar a tus hijos usando firmeza combinada con amor.

CONTROL DE TEMPERATURA

Después de leer estas breves descripciones de situaciones hogareñas, califica el clima emocional del hogar como 1) autoridad persuasiva, 2) autoritario, 3) permisivo o 4) negligente. Las respuestas correctas aparecen al final.

Situación:

Mamá corre a investigar los gritos que vienen de la sala y encuentra a Melisa, de dos años, golpeando a su hermanita de un año. Rápidamente, la mamá se acerca a Melisa y, suave pero firmemente, retira sus manos de la bebita y las sostiene con las suyas mientras dice:

–No, Melisa. Eso lastima a tu hermanita. Busquemos un juguete para ella. Debemos ser amables con la bebita.

Después de ayudar a Melisa a encontrar un juguete para la pequeña, la madre sugiere entonces que le ayude en la cocina.

Clima:

–Por favor, Juanito, quita tus juguetes de en medio, antes de que papá llegue a casa –ruega su madre por cuarta vez en 15 minutos.

Juanito continúa jugando. Finalmente la madre se desespera y le ofrece a Juanito un caramelo, si tan solo quita de en medio sus juguetes.

Clima:

—No puedes ir a la playa porque ya dije que no; ¡y no quiero que se hable más de esto! –proclama el padre de Marylin, en términos nada inciertos.

Clima:

El Sr. Jiménez cree en el uso de la vara.

“Es la única manera de hacer que los hijos obedezcan en estos días”, dice. Por lo general, sus hijos son castigados hasta ocho o diez veces por día.

Clima:

Rocelina, de diez años, entra corriendo de regreso de la escuela, exclamando en alta voz:

–¡No quiero sentarme junto a José! ¡Huele mal! Por favor, mamá, llama a la maestra. ¡Dile que no puedo sentarme junto a él! A ninguno de los chicos le agrada estar con él. ¿Por qué tendría yo que sentarme a su lado?

–Pensemos un poco, Rocelina –responde la madre. Esto suena feo. Me pregunto por qué José huele así. ¿Hay algo que podamos hacer para ayudarlo? ¿Cómo te sentirías si todos los chicos trataran de evitarte? Quizá, cuando papá venga a casa nos dé alguna idea. Podemos hablar de esto a la hora de la cena.

Clima:

Hoy Karina cumple seis años. Papá, que no vive más con Karina y su mamá, prometió venir para la fiesta. Pero no llegó. Karina lloró y lloró por la desilusión. Al día siguiente, él dijo que había estado demasiado ocupado en el trabajo como para poder asistir.

Clima:

–Ven, mi amor, ¿no crees que ya es tiempo de ir a la cama? –dice mamá tratando de convencer a Justino.

Él sacude la cabeza y continúa jugando con sus bloques. Mamá suspira y regresa a trabajar con los papeles que trajo de la oficina. Una hora después, Justino cae dormido sobre el piso de la sala familiar. Mamá lo lleva a la cama.

Clima:

(Respuestas: 1, 3, 2, 2, 1, 4, 3).

Claves para la disciplina

1 Provee normas claras de conducta.

2 Establece con claridad las consecuencias de una conducta equivocada.

3 Sé razonable.

4 Respeta a cada miembro de la familia individualmente.

5 Provee un clima emocional de afecto y cuidado en el hogar.

6 Espera una conducta madura; estimula la responsabilidad y la independencia personal.

7 Respeta los sentimientos de cada miembro de la familia.

8 Comunícate en forma clara y frecuente. Respeta los puntos de vista de tus hijos.

Capítulo 4
Un crecimiento como el de Jesús

“Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”. Lucas 2:52

El cultivo de las rosas es muy parecido a la ayuda que necesitan los niños para desarrollarse espiritualmente. En el lugar donde vivimos, las rosas requieren una gran cantidad de tierno y amante cuidado para florecer. En el otoño, debemos cubrir las plantas a fin de protegerlas de las tormentas del invierno. Cuando llega la primavera, debemos podarlas cuidadosamente de modo que puedan brotar las hojas nuevas. Las plantas necesitan fertilizante y una gran cantidad de agua y luz solar para producir hojas y luego, flores. La falta de cualquiera de estos ingredientes retrasará su crecimiento.

Buscamos ansiosamente los primero botones. Los miramos todos los días para ver si ya se ven las flores. Por supuesto, nunca les decimos: “¡Qué terrible!, ustedes no son más que pimpollos, cuando debieran ser flores ya crecidas. ¡No son muy lindos!” En cambio, amamos los botones verdes. Son la promesa de futuras flores. Pronto se ve una puntita de color y pocos días después, unos cuantos pétalos rosados prometen una bella flor.

Cuando Jesús era niño, su vida se desenvolvía suave y bellamente, como lo hacen las rosas en el jardín. Si bien la Biblia es muy breve acerca del temprano desarrollo de Jesús –solo contamos con un versículo–, Elena de White nos revela mucho más en el capítulo 7 de El Deseado de todas las gentes. Él no maduró sobrenaturalmente, sino que “las facultades de su intelecto y de su cuerpo se desarrollaban gradualmente, en armonía con las leyes de la niñez” (p. 49). “Durante su infancia, Jesús manifestó una disposición especialmente amable. Sus manos voluntarias estaban siempre listas para servir a otros. Manifestaba una paciencia que nada podía perturbar, y una veracidad que nunca sacrificaba la integridad. En los principios era firme como una roca, y su vida revelaba la gracia de una cortesía desinteresada” (ibíd.). María se maravillaba a menudo de la belleza de su carácter.

Si bien ella no entendía plenamente su misión en la tierra, tomó con extrema seriedad la responsabilidad de alimentar su desarrollo espiritual. Amablemente le enseñó de las Santas Escrituras, adaptando las lecciones a su mente en desarrollo. Le explicó acerca de la bondad de Dios, su grandeza y su ley. Su madre humana lo instruyó en los caminos de Dios y le relató las historias bíblicas acerca de Israel. Y la Escritura registra que “Jesús crecía en […] gracia para con Dios y los hombres” (Luc. 2:52).

De la manera en que María nutría amablemente a Jesús, a fin de que continuara desarrollándose, así debemos nosotros alimentar espiritualmente a nuestros hijos. “Los padres y los maestros debieran proponerse cultivar de tal modo las tendencias de los jóvenes que, en cada etapa de la vida, estos representen la debida belleza de ese período, que se desarrollen naturalmente, como lo hacen las plantas del jardín” (Conducción del niño, p. 191). Elena de White recomienda aquí que el crecimiento no sea forzado. No debe haber un empuje excesivo hacia la madurez. Sino solo el avance de acuerdo con la etapa de desarrollo. La belleza apropiada para cada edad: primero el capullo, luego la flor.

A fin de crecer espiritualmente, los hijos requieren el tierno y amante cuidado de sus padres terrenales, la luz del sol del amor de Dios, las suaves lluvias del Espíritu Santo, el fertilizante de la Palabra de Dios, y a veces la disciplina de la poda, a fin de producir los bellos y fragantes pimpollos de una vida semejante a la de Cristo. “Al tratar con sus hijos, sigan el método del jardinero. Por medio de toques suaves, por medio de un ministerio amante, traten de moldear su carácter según el modelo del carácter de Cristo” (El Deseado de todas las gentes, p. 475).

Una de mis citas favoritas acerca de cultivar flores en el jardín de los hijos de Dios, da énfasis a la ternura necesaria: “En los esfuerzos que hacemos por corregir el mal, deberíamos guardarnos contra la tendencia a la crítica o la censura [...]. Las flores no se abren bajo el soplo del ventarrón” (La educación, p. 291). De modo que, al ayudar a tus hijos a desarrollar espiritualidad, ten en mente la ternura de Dios y la suavidad de la lluvia y la luz del sol.

Algunos de nuestros rosales son bastante resistentes a la enfermedad. Pareciera que los insectos no los molestan demasiado. Otros rosales dan la impresión de atraer las pestes, y tenemos que usar insecticida regularmente. Mientras algunos rosales sobreviven los inviernos año tras año, otras variedades son más sensibles al frío, y tenemos que reemplazar frecuentemente los rosales muertos.

Cada rosal, por supuesto, produce una variedad diferente de flor. Uno de mis favoritos tiene rosas grandes, fragantes de un rosado intenso. Su fragancia llena una habitación. Tenemos unos rosales en miniatura plantados junto a una gran roca. Sus flores no son llamativas, pero si las miras de cerca, percibes una belleza especial en su pequeñez. Cada rosal es único y requiere una combinación particular de insecticida, fertilizante, luz de sol, lluvia y poda para producir hermosos pimpollos.

Lo mismo ocurre en el florido jardín de niños de Dios. Cada uno es diferente, y cada uno requiere una combinación especial de cuidados para nutrir su crecimiento espiritual. De modo que cada niño se acerca a Dios de un modo diferente, y cada uno produce un tipo diferente de flor espiritual. Dios no tiene un catálogo de patrones con diseños de un niño cristiano perfecto. En cambio, el crecimiento espiritual de cada niño es único.

Además, cada uno de nosotros acude a Dios y lo entiende de acuerdo con su personalidad individual y experiencias de la vida, como también de su propia mente. ¿Recuerdas a Pedro y Juan, y cuán distintos eran? Pedro, el impulsivo –quizá hiperactivo– y sanguíneo. Rápido para aceptar a Jesús, igualmente rápido para negarlo. Temeroso de las consecuencias de seguir al Señor. Transformado por el Espíritu Santo en un poderoso orador cuyas palabras movían los corazones de millares. Lo arriesgó todo por el Señor.

Juan, de temperamento rápido, pero amante. Un verdadero amigo. Fiel hasta el fin. Un pensador, cuidadoso con las palabras, meticuloso en los detalles. Escritor claro, capaz de describir el amor de Cristo en palabras que todos pueden entender. Le fueron confiadas las profecías del fin del tiempo, las que registró conscientemente bajo circunstancias difíciles: detalles que quizás habrían abrumado a Pedro, el orador popular.

Los escritos de Pedro están llenos de palabras de acción: preparaos, mirad, sed sobrios, id, creed, recordad, sed cuidadosos. El evangelio y las epístolas de Juan exudan relación y amor. Si bien Pedro no ignora la relación y Juan incluye la acción, cada uno describe a Dios desde el punto de vista de su propia personalidad. Cada uno está correcto: Dios es acción y Dios es relación. La suma total enriquece nuestro entendimiento y nos provee una imagen más clara de Dios. Pedro y Juan sirven a Dios, cada uno de la manera que mejor armoniza con su personalidad. Y Dios usa a cada uno de una manera diferente, al tener en cuenta sus inclinaciones naturales y su personalidad llena del Espíritu.

 

Cada uno de nuestros hijos tiene una personalidad única, parcialmente heredada y parcialmente desarrollada a través de las experiencias de la vida.

Cada niño experimentará la salvación y el amor de Dios de un modo diferente. Un aspecto importante al ayudar a los niños a crecer espiritualmente, es reconocer de qué manera su personalidad afecta su relación con Dios.

El temperamento es una parte importante de la personalidad. Alexander Thomas y Stella Chess, muy conocidos investigadores en desarrollo infantil, han identificado tres tipos de temperamento entre los niños: fácil, difícil y lento para entusiasmarse. Piensan que estos tres tipos incluyen a dos tercios del total de los niños. El tercio restante no muestra un tipo claramente identificable. Los tipos de temperamentos de Thomas y Chess son muy conocidos y respetados entre los estudiosos del desarrollo infantil. Nos ayudan a entender mejor a los niños.

Thomas y Chess creen que el temperamento consta de nueve diferentes características. Cada característica puede ser descrita como un valor intermedio, a lo largo de una línea entre dos extremos. Las varias combinaciones de estas características forman el temperamento del niño, el cual, creen ellos, está ya presente en el nacimiento.