Enséñales a amar

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COMUNICA EL AMOR DE DIOS

 Sé generoso con abrazos y besos.

 Está atento a las necesidades físicas de tu niño. ¿Tiene hambre, está cansado o enfermo? Responde prontamente atendiendo tales necesidades.

 Ponte en sintonía con las necesidades emocionales de tu hija. ¿Necesita ella una dosis extra de amor porque su mundo se le hizo pedazos? Asegúrate de que la reciba.

 Separa un tiempo especial para cada uno de tus hijos, al menos una vez por semana. Deja que el niño elija lo que ambos harán juntos durante ese tiempo.

 Deja de hacer lo que estás haciendo para escuchar a tu hijo.

 Mira a los ojos de tu hijo mientras lo escuchas, pero no lo mires fijamente. Sonríe y muéstrate interesada.

 Haz comentarios apropiados acerca de lo que tu hijo ha dicho. Exprésale a tu hijo algunos elogios sinceros. Encuentra algo por lo cual animarlo varias veces por día.

 Une tu amor –y el amor de Dios– al valor de tu hijo como ser humano; no conforme a su conducta. Nunca lo amenaces con retirarle tu amor cuando se porte mal. Cuando fracasa es cuando más necesita de tu comprensión y ánimo.

 Nunca lo abandones saliendo del cuarto o de la casa cuando estás enojada por algo que hizo.

 Perdona y olvida. No sigas sacando a relucir los “pecados” pasados.

 Haz una “galería” para exhibir el arte, las tareas escolares, etc., de tu niña. Hazle ver que estás orgullosa de sus esfuerzos.

 Dale a tu hijo tantas opciones como sea posible durante el día. No le dictes cada movimiento y cada minuto.

 Cuando tu niña está desanimada, ayúdala un poco hasta pasar la parte más difícil.

 Anticípate a las necesidades de tu hija. Si parece estar muy sola, abrázala.

 Dale a tu niña una segunda oportunidad, o una tercera, o una cuarta, si es necesario. Hazle ver que tú confías en que ella triunfará.

 Haz de tu hijo el “invitado especial” de una comida en honor de sus logros (buenas notas, ganar un partido, etc.). Usa tu loza especial y cocina su comida favorita.

 Lee con tu hijo relatos bíblicos acerca del amor de Dios. Háblale de cómo Dios mostró su amor a su pueblo en la historia.

 Menciona con frecuencia cómo Dios ha mostrado su amor para con tu familia: bendiciones, ayuda en la dificultad, etc.

 Pon un cuadro de Jesús en la habitación de tu niño. Dile con frecuencia a tu bebé: “mamá [papá] te ama y Jesús te ama”. Abraza a tu hijo cuando se lo digas y señálate a ti mismo y al cuadro de Jesús. Pon tu amor junto al amor de Jesús y asócialos ambos con el acercamiento y los abrazos de tu parte.

 A niños mayores, háblales de las diferentes maneras en las cuales Dios muestra su amor. A veces, el amor es suave, cálido y mimoso, pero también es duro cuando hemos hecho algo errado y necesitamos aprender un mejor camino.

 Ten siempre en la casa láminas que den énfasis al amor de Dios (DIOS TE AMA) o pinturas que muestren a Jesús amando y cuidando de los niños, o jugando con ellos.

Claves para el amor

1 Sé sensible a las necesidades de tu hijo.

2 Presta atención a tu hijo.Deja de hacer lo que estás haciendo.Míralo a los ojos y sonríe.Haz comentarios apropiados.

3 Sé generoso(a) con abrazos y besos.

4 Hazle elogios sinceros.

5 Perdona y olvida.

6 Lee relatos acerca del amor de Dios.

7 Relaciona tu amor con el amor de Dios.

Capítulo 2
Primeros pasos: la confianza

“Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. Isaías 26:4

–Mañana todas tenemos que llevar una foto de nuestra familia a la escuela, para ponerla en el tablero de anuncios. Necesito una foto de nuestra familia. ¿Me ayudarás a encontrar una, mami?

Las palabras se atropellan en un apresuramiento lleno de excitación, mientras Cristina arroja su mochila sobre la silla más cercana.

–Me ayudarás, mamá, ¿verdad?

–Por supuesto –le responde su madre, mientras se mueve por la cocina buscando los ingredientes para preparar la cena–, pero ahora estoy ocupada. Lo veremos después de cenar.

Pero después de la cena, mamá habla por teléfono largamente, el vecino viene de visita; luego llega la hora de ir a dormir. Cristina está angustiada. ¿Cómo podría encontrar la foto? La madre le promete ayudarla en la mañana. Pero el bebé pasa molesto la mitad de la noche, y en la mañana, mamá está demasiado cansada y no tiene ánimo de buscar una fotografía de la familia.

–No importa, Cristina. Solo dile a la maestra que la llevarás mañana.

–Pero, mamá, me dijiste que me la buscarías... ¡Y la maestra dijo que debíamos llevarla hoy! –se lamenta Cristina con lágrimas en los ojos, mientras sale pesadamente hacia la escuela sin la prometida fotografía.

A sus cuatro años, Miguelito es un torbellino. Con energía para regalar, está lleno de preguntas acerca de cualquier cosa imaginable. Un domingo de tarde, cuando la familia está yendo a nadar, él y su hermana comienzan a pelear en el asiento trasero del automóvil.

–Si no dejan de pelear ahora mismo, no habrá nada especial para comer después del baño –grita papá, pero la pelea continúa.

Finalmente, mamá se da vuelta para detener la bulla, y advierte:

–¡Se terminó, no habrá nada especial hoy!

Pero después de nadar, el niño ruega por un bocadillo.

–No voy a pelear en el viaje de regreso, ¡de veras, lo digo!

Sus padres aflojan y todos reciben su helado.

Cristina y Miguelito están absorbiendo una lección importante: que mamá y papá no son dignos de confianza. Están descubriendo que sus padres dicen una cosa y hacen otra, y que no se puede esperar que cumplan sus palabras o promesas. Las palabras no significan demasiado; son las acciones las que realmente cuentan. Algún día, más adelante en el camino de la vida, Cristina y Miguel pueden tener también dificultades para confiar en Dios, porque aprendieron bien sus lecciones. Si mamá y papá, las personas más importantes en sus vidas; no son dignos de confianza, probablemente tampoco Dios lo sea.

Por supuesto, como padres no tenemos la infalibilidad. Ciertamente nos olvidamos a veces, y las cosas no ocurren de la manera que queremos. Los hijos pueden olvidar descuidos ocasionales. Es la tendencia lo que realmente importa. ¿Pueden nuestros hijos confiar en nosotros? ¿Queremos decir lo que decimos? ¿Cumplimos nuestras amenazas? ¿Les damos primera prioridad a las promesas que hacemos a nuestros hijos? Cuando lo hacemos, estamos construyendo en ellos la confianza hacia un Dios que nunca les falla a sus hijos. Les estamos enseñando una de las lecciones fundamentales de la primera infancia.

¿Cuán importante es la lección de la confianza? El amor y la confianza van de la mano. Sin uno de ellos no podemos tener el otro. El amor envió al Salvador. La confianza acepta su sacrificio. El amor proveyó un camino para tratar con el pecado. La confianza acepta su gracia y su vida perfecta en lugar de nuestra pecaminosidad. El amor anhela mostrarnos una vida mejor. La confianza lo acepta como el Señor de nuestra vida; una guía que podemos seguir con certidumbre. La confianza aprendida en la niñez se traduce en fe y confianza en Dios, más tarde en la vida.

Stephany, de cuatro años, era exigente y agresiva, quería mandar todo el tiempo y rehusaba cooperar con los demás. No confiaba en nadie, sino en sí misma. Sus nuevos padres adoptivos, consejeros que habían trabajado profesionalmente con muchas familias, ya no sabían qué hacer con ella. No podían creer nada de lo que Stephany dijera. La niña mentía cada vez que le convenía y, luego, lo negaba. Parecía incapaz de distinguir entre la verdad y la falsedad.

Aunque se acercaban a los cuarenta años, los padres adoptivos habían procurado ansiosamente tener un niño. Stephany parecía ser la respuesta a sus oraciones por una familia propia. Pero cuando me contaban acerca de las dificultades, se preguntaban seriamente si deberían seguir adelante con la adopción.

A medida que el relato se desarrollaba, comencé a entender por qué estaban teniendo tales problemas. La madre biológica de Stephany era mentalmente retardada y, con frecuencia, no les ponía atención a sus niños. A los 18 meses, Stephany había tenido que arreglárselas sola a fin de sobrevivir; aprendió a abrir la puerta de la refrigeradora y a tomar cualquier magro alimento que estuviera disponible. Cuando los vecinos, finalmente, descubrieron su situación, Stephany tenía casi dos años.

Durante los años en que debiera haber aprendido a confiar en los adultos, que en su mundo tenían el deber de cuidar de ella, descubrió, en cambio, que ese mundo no era amigable con ella ni la cuidaba, que no podía confiar en que los adultos la cuidarían. Ahora, a los cuatro años, Stephany no confiaba en nadie, excepto en sí misma. Nunca sintió amor ni vínculo alguno con su madre. Con una brecha tan seria en sus experiencias tempranas, era un candidato seguro a ser víctima de problemas de personalidad durante toda su vida.

Stephany exhibía muchas señales de desconfianza. Estaba segura de que nadie se interesaría en ella, aunque sus nuevos padres hacían lo mejor que podían para satisfacer sus necesidades. La niña creía que la gente era mala y tendía a concentrarse en lo que no le gustaba de sus nuevos padres, en lugar de ver las cosas positivas que hacían por ella. Constantemente en guardia, se negaba a conocerlos o permitirles que entraran en amistad con ella. Escondía sus nuevos juguetes y peleaba como un tigre cuando su madre quería lavarle sus ropas sucias. La niña temía que desaparecieran para siempre. Tomaría mucho amor y cuidado consistente llegar a Stephany, de modo que pudiera confiar en la gente.

 

Muchos niños muestran señales incipientes de desconfianza, aun cuando hayan recibido amor y cuidado cuando eran bebitos. Han aprendido, a través de los años, que no pueden contar con sus padres y otros adultos relacionados con sus vidas, cuando más los necesitan. O tal vez experimentaron un severo quebranto en su relación de confianza con un adulto, tal como ocurre cuando un padre abusa sexualmente de un hijo. Y de esta manera, la confianza temprana aprendida durante la infancia resulta erosionada.

¿Qué puedes hacer para ayudar a tus niños a aprender que Dios es digno de confianza? Ya que los niños –y los adultos– tienden a percibir a Dios de la misma manera en que piensan de sus padres, el primer paso es que tú mismo seas digno de confianza.

1 Dile siempre a tu niña la verdad: nunca mientas. No le digas que la inyección no dolerá, cuando sabes que le va a doler. Di, en cambio:–Sé que la inyección va a doler, pero te ayudará a ponerte mejor. Papá te abrazará. Yo sé que puedes ser una niña valiente.Cuando salgas, no desaparezcas simplemente. En cambio, dile a tu niño a dónde vas y cuándo estarás de regreso.

2 Cumple tus promesas. Catalina tiene cabello negro rizado, suaves mejillas redondeadas y grandes ojos castaños. Su naricita apunta un poquito hacia arriba, y tiene un hoyuelo en medio del mentón. Luce bellísima en su nuevo vestido de sábado. Su único problema en la clase de Escuela Sabática es que, aunque tiene casi tres años, no quiere quedarse en la clase sin mamá. Si su madre tan solo sugiere que va a retirarse, Catalina comienza a llorar y a aferrarse de ella. De modo que un sábado de mañana la mamá decide deslizarse fuera del salón cuando la niña está ocupada colocando un animal en el franelógrafo, a pesar de haberle prometido que no se retiraría.Por supuesto, tan pronto como Catalina descubre que su madre no está allí, comienza a llorar histéricamente. Nadie puede tranquilizarla, y una de las maestras tiene que llevarla con su madre. El sábado siguiente, ni siquiera desea entrar en su aula de la Escuela Sabática.Cumplir las promesas es una parte vital en la enseñanza de la confianza a los niños. Sé cuidadoso con lo que prometes, a fin de ser digno de confianza.

3 Sé consecuente con lo que dices que harás. Si le dices a un niño que no podrá tener postre, a menos que termine de comer sus verduras, mantén tu palabra. Si le dices a tu hijo de siete años que se quede en el jardín y él se va a jugar a la casa del vecino, procede con una apropiada consecuencia. O si has prometido a tus hijos que los llevarás al parque si recogen sus juguetes por tres días, mantén tu palabra.

4 Demuéstrale a tu niño un alto nivel de apoyo. Respeta los sentimientos de tu hija, ayúdala con las partes más difíciles de una tarea escolar, escucha sus relatos acerca de lo que ocurre en la escuela. Nunca te burles de ella ni la reprendas en presencia de otras personas. No saques sus faltas a relucir para burlarte de ella. Perdona y olvida. Respeta sus opiniones.Cuando te confiesa que alguien la ha tratado mal, investiga. Todas estas acciones comunican apoyo, lo cual a su vez le da el mensaje de que tú eres alguien en quien ella puede confiar. Ella sabe que tú estás siempre de su lado.

5 Comunícale a tu hijo que confías en él. La confianza es una calle de doble vía. Cuando le demuestras que puede confiar en ti, le das un modelo de cómo quieres que actúe. Él, a su vez, aprende a ser digno de confianza. Da por sentado que tu hijo querrá hacer lo que es correcto y comunica tal creencia, en lugar de dar el mensaje de que tú, realmente, no crees que hará la decisión correcta.

6 Enséñale a tu hijo cuándo no creer. Parte de la enseñanza de la confianza consiste en enseñarle a descubrir cuándo no creer. Enséñale normas de seguridad acerca de cómo conseguir ayuda cuando es necesario. En el mundo de hoy, saber cuándo confiar y cuándo, no, puede ser una distinción muy sutil. Si das demasiado énfasis a los males de nuestro mundo –que nadie es digno de confianza– corres el riesgo de dañar seriamente la habilidad de tu hijo de confiar en otros, incluyendo a Dios. La confianza es una parte esencial de la personalidad y el desarrollo espiritual. Trátala con delicadeza. En tus esfuerzos por proteger a tu hijo del mal, no destruyas el hermoso capullo de la confianza. Tu niño la necesitará para desarrollar relaciones saludables con otras personas, más tarde en la vida, y para aceptar la salvación y una relación vital con Jesús.

Si el sentido de confianza de tu niña ha sido violado por causa del abuso sexual de un miembro de la familia, corre al consejero cristiano más cercano. Tú y tu niña necesitan ayuda profesional. Sal de esa situación de inmediato. El futuro de ella está en juego. Pero Dios puede traer sanidad a tu familia y ayudar a tu niña a confiar otra vez.

Como lo hemos dicho, la confianza es una parte extremadamente importante del desarrollo espiritual. Sin ella, no podemos tener salvación espiritual. Jesús ofrece redención, gracia y libertad de la tiranía del pecado, pero necesitamos confiar en él a fin de aprovechar su ofrecimiento maravilloso. El acto de ayudar a tu niño a adquirir confianza es una piedra angular extremadamente importante del desarrollo espiritual.

Claves para la confianza

1 Dile siempre la verdad a tu hijo. Nunca mientas.

2 Cumple tus promesas.

3 Sé consecuente con lo que dices que harás.

4 Muestra un alto nivel de apoyo a tu hijo.

5 Comunícale a tu hijo que confías en él.

6 Enseña a tu hijo cuándo no confiar en alguna otra persona.

Capítulo 3
Segundos pasos: la disciplina

“Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos [...] El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. 1 Juan 2:3-6

Jonatán, de diecinueve meses, blandía un bate de plástico y lo usaba luego como palo de golf para darle a una pelotita, en la habitación donde estaba sentada en mi escritorio. “Bol, bol”, repetía su voz de bebé una y otra vez. Repentinamente, todo quedó en silencio. Mi experiencia maternal me recordó que, cuando los bebés están calladitos, es mejor investigar.

–Jonatán –lo llamé, justo a tiempo para verlo sobresaltarse.

Me respondió precipitadamente con algo que sonó como “¿Es?”, al tiempo que retiraba su manita del armario donde su padre guarda sus discos compactos favoritos de música clásica. Cuidadosa y firmemente, le expliqué que “esos eran de papá” y que él no debía tocarlos.

–Papá, papá –respondió Jonatán, mientras señalaba los discos.

Varias veces regresó, extendiendo su mano hacia el armario y mirando mi reacción. Cada vez reaccioné de un modo predecible.

–De papá, Jonatán no debe tocar, de papá.

Él estaba aprendiendo acerca de límites y autocontrol: duro, pero vital para un bebé ansioso de investigar el mundo.

La adquisición del autocontrol es parte del aprendizaje de la obediencia: una de las lecciones espirituales indispensables de aprender en la niñez, que forma parte del fundamento de una relación con Dios que dure toda la vida. La Palabra de Dios es totalmente clara, de modo que, si lo amamos, obedeceremos sus mandamientos. Las ramas del árbol de nuestra vida se cubrirán con los frutos que crecen de las raíces de nuestro amor a él. Ese amor confiará en que Dios efectuará cambios en nuestras vidas, que nos llevarán más cerca de él. De esta manera, la obediencia es nuestra respuesta de amor.

Si los niños no aprenden a tener dominio propio y obediencia durante la primera infancia, más tarde la vida cristiana les parecerá restrictiva.

Decirles “no” a las drogas y a la presión social será difícil para ellos. Llegarán a preferir la gratificación instantánea de cada capricho y la religión de “hazlo si te parece bueno”.

“Obediencia” no es una mala palabra, si bien algunos consideran que lo es. No se refiere a una persona que no piensa y que hace lo que todos los demás le dicen. Ni tampoco promueve una forma de acercarse a Dios del tipo “salvación por obras”. La manera en que enseñes la obediencia y los valores cristianos hará la diferencia entre una percepción de la religión como fruto de la “gracia” o de las “obras”. Afortunadamente, tenemos instrucciones claras acerca de cómo hacerlo.

Los investigadores del desarrollo infantil han identificado cuatro estilos de crianza y sus efectos predecibles en los niños. Cientos de estudios respaldan sus conclusiones, y están entre los más confiables hallazgos en desarrollo infantil. Sorprendentemente, cincuenta años antes que los especialistas en desarrollo infantil comenzaran sus estudios, Elena de White describía los estilos de crianza, usando nombres diferentes, pero identificando las mismas conductas de los padres y sus resultados en el carácter de los niños. ¡Dios siempre ha sabido lo que es mejor para los niños!

Control y apoyo son los dos aspectos principales de la relación entre padres e hijos que conducirá a su éxito o fracaso, incluyendo cuán bien los niños acepten los valores que sus padres tratan de enseñarles. Cuánto control usas con tu hijo y cuánto apoyo le provees determinan el estilo de crianza o paternidad que usas en tu familia.

En el diagrama de estilos de paternidad, notarás que la línea horizontal representa el control. El control puede variar desde poco a mucho. Entre los dos extremos hay muchos grados de control. El control describe cuánta influencia ejerces sobre lo que hace tu hijo. ¿Piensas que los niños deben ser guiados enérgicamente para enseñarles lo que es bueno y lo que es malo? ¿O piensas que los niños generalmente harán decisiones correctas por ellos mismos? ¿Piensas que tu rol es el de ser una fuente de recursos para tu hijo, más que una firme guía? El control describe quién manda en la familia: los padres o los niños.

RELACIÓN ENTRE ADULTOS Y NIÑOS

La línea vertical representa el apoyo. Puede variar desde un fuerte apoyo en un extremo, hasta la ausencia casi total de este en el otro. Podríamos describir mejor la mitad inferior de la línea del apoyo como hostilidad. Cuando los niños no se sienten apoyados por sus padres, la relación entre ellos, generalmente, es hostil.

Los padres que dan apoyo están centrados en el niño. Entienden que los niños tienen necesidades especiales por cuanto son inmaduros. Pero reconocen también que los niños necesitan una guía firme para madurar y normas claras de conducta. Tales padres animan la independencia y la individualidad. Padres e hijos hablan mucho entre ellos, de modo que cada uno sabe lo que el otro siente, y los niños entienden las razones de las normas familiares. Una atmósfera de respeto por cada miembro de la familia impregna la casa. Los padres tratan a sus hijos con bondad y amor.

Los padres que no brindan apoyo a sus hijos engendran hostilidad, porque se centran primariamente en el adulto, y dan muy poca consideración a las necesidades de los niños. El diálogo entre padres e hijos es limitado o casi inexistente. Los adultos esperan que los niños les obedezcan, pero no enseñan las razones de sus demandas. Tales padres están atrapados por el afán de mantener su autoridad. Temerosos de que si dejan que sus hijos expresen su opinión perderán control, tienden a usar castigos físicos severos. La independencia y la individualidad son tabúes.

La manera en que los padres se llevan entre ellos y el grado de apoyo del estilo de paternidad adoptado crean el clima emocional del hogar, ya sea una atmósfera de bondad y cuidado o de frialdad y hostilidad. El clima emocional del hogar desempeña un papel significativo en la determinación de si los niños aceptarán o rechazarán los valores de la religión de sus padres. Tiñe todo lo que ocurre en la familia, dándole un aura de gozo y felicidad o de represión y tristeza.

Las dimensiones de control y apoyo convergen para describir cuatro estilos de crianza o paternidad: 1) autoridad persuasiva (alto apoyo y alto control), 2) permisiva (alto apoyo y bajo control), 3) autoritaria (bajo apoyo y alto control) y 4) negligente (bajo apoyo y bajo control).

 

Carlos, de 17 años, llega media hora tarde de una cita un sábado de noche. En el viaje de regreso, se le pinchó una llanta al automóvil. Desafortunadamente, la llanta de repuesto no estaba buena y tuvo que inflarla dos veces antes de llegar finalmente a casa. Cuando trató de explicar lo sucedido, su padre lo cortó gritando:

–¡No me vengas con esas! ¡No hay excusa de ninguna clase esta vez! ¡No podrás usar el automóvil por las próximas tres semanas! ¡Te lo mereces! ¡Eres totalmente irresponsable!

Carlos deja caer los hombros. Sabe que es mejor no tratar de explicar las cosas; con ello solo conseguiría un castigo más severo. Pero no parece justo. Se ha esforzado tanto por llegar a tiempo a casa... La semana siguiente será el banquete de los graduandos, y tendrá que buscar otro medio de llegar al lugar con su acompañante. El resentimiento crece en su interior y amenaza abrumarlo. “¡No puedo soportar esta situación por tres semanas más! Tengo que salir de aquí... Eh, la próxima semana es mi cumpleaños... quizá...”, piensa Carlos.

Cuando Elena de White habla del estilo autoritario lo llama “vara de hierro”, una frase sumamente descriptiva. Los padres que usan la “vara de hierro” son grandes en autoridad –la de ellos– y pequeños en respeto por las necesidades de sus hijos. Muchas veces son arbitrarios e indebidamente severos. La más pequeña indiscreción resulta magnificada en una montaña de “pecado”. Los adultos tienden a ser ásperos, dictatoriales, egoístas, antipáticos y fríos con sus hijos. Usan mucho de la fuerza y el castigo físico. Los padres autoritarios rara vez explican las razones de sus órdenes o permiten que sus niños desarrollen la habilidad de hacer decisiones personales. Su propia necesidad de poder y control caracteriza sus relaciones con su familia. Desafortunadamente, el estilo de paternidad autoritaria es muy común entre las familias religiosas conservadoras, que a menudo se esconden detrás de una concepción errada de la autoridad divina para justificar sus propias acciones.

Los niños criados bajo un estilo autoritario de paternidad reaccionan generalmente en una de dos formas. O bien se rebelan contra los valores de sus padres y se van de la casa tan pronto como sea posible –así como Carlos considera hacer–, o llegan a ser de voluntad débil, indecisos, individuos sin columna vertebral, incapaces de realizar decisiones morales difíciles.

Los hogares autoritarios generalmente producen niños con autoconcepto pobre. No tienen una conciencia fuerte y se adhieren a los valores negativos que los rodean. Generalmente, rechazan la religión. Si son religiosos, pueden tratar de ser “perfectos” en cada detalle de la vida cristiana, esperando ganar el favor de Dios y evitar su castigo, mediante el mérito de sus buenas obras. Su personalidad muchas veces carece de calor, compasión y empatía por los sufrimientos de otros. El Dios que ellos adoran es un juez iracundo, vengativo, listo para destruir a cualquiera que no dé la medida.

Carolina es una belleza de ojos oscuros, bonitos y vivaces. A los 14 años, es popular tanto entre los jóvenes como entre las muchachas. Viste siempre de última moda y tiene abundancia de dinero para gastar. Ambos padres son abogados y la han provisto de todo lo necesario, excepto de su amor, tiempo y atención. No le han puesto restricciones respecto de la hora en que debe regresar a casa después de una cita. A veces llega después de la medianoche y en cierta ocasión llegó a las 3:00 de la madrugada. Nadie dijo una palabra. En efecto, nadie parecía siquiera haberlo notado. Cualquier persona con quien ella tenga una cita está bien, en lo que a sus padres se refiere. Sencillamente, no tienen tiempo para que se los moleste. A menudo, Carolina llora hasta dormirse porque se siente muy sola. Necesita desesperadamente de sus amigos en la escuela; ellos son realmente su familia. La primera vez que sus amigos le sugirieron permanecer fuera hasta tarde, ella pensó que sus padres dirían algo, que harían algo; cualquier cosa que diera a entender que les interesaba saber qué le había sucedido. Pero no lo hicieron. Carolina lloró por horas como si su corazón fuera a romperse. A nadie le importó, realmente.

El estilo de paternidad negligente difícilmente necesita explicación; el nombre lo dice todo. Los padres tienden a ignorar a los hijos, demuestran poca preocupación por sus necesidades y terminan por quedar ausentes de la vida de ellos. Mantienen a sus hijos a distancia y no quieren sacrificarse ellos mismos ni sacrificar sus propias conveniencias. Generalmente, solo hacen esfuerzos débiles por guiar a sus hijos.

Los padres negligentes pueden ser los clásicos padres abusivos que maltratan físicamente a sus hijos o no les proveen para sus necesidades diarias de alimento, vivienda y vestido. Por otra parte, a veces pueden ser hombres y mujeres bien educados, orientados hacia una carrera, como los padres de Carolina, que están tan sumidos en sus propias vidas que, sencillamente, no tienen tiempo ni energías para atender a sus hijos. En lugar de educarlos, le dejan la tarea a la niñera. Tales padres generalmente suplen bien las necesidades materiales de sus hijos, pero no se involucran emocionalmente con ellos ni les dan apoyo. Desafortunadamente, sus hijos reconocen que no están arriba en la lista de prioridades de sus padres. Consecuentemente, no se sienten apoyados por ellos.

Los hijos que provienen de hogares negligentes reaccionan a menudo de la misma manera en que lo hacen los que provienen de hogares autoritarios: se rebelan y adoptan valores negativos. Generalmente, no son muy religiosos, ni tienen valores fuertes porque sus padres no se los enseñaron en forma consistente, ni los disciplinaron. Tales hijos tienen, a menudo, profundos problemas emocionales relacionados con el abandono de que fueron objeto. Su Dios es percibido como un gobernante distante del universo, que no se involucra en la vida de sus súbditos; alguien a quien verdaderamente no le importa lo que suceda sobre la tierra.

Los aspectos más dañinos de los estilos autoritario y negligente de paternidad son la frialdad y la falta de apoyo emocional. Estos a menudo conducen a actitudes de “qué me importa”, de abierta rebelión sin respeto por la autoridad de Dios ni la del hombre. Los padres autoritarios generalmente imponen la religión a sus hijos, mientras que los negligentes la ignoran por completo. La hostilidad que se desarrolla entre padres e hijos, generalmente, conduce al rechazo de lo que los padres más valoran: su religión.

Susanita, de tres años, gimotea y ruega que le compren un caramelo en la tienda. Su madre le dice que no, pero finalmente se cansa de sus gemidos y le da su caramelo. La misma escena se repite cada vez que van de compras. Según los amigos de su familia, Miguelito, de cinco años, es un terror. Anda por toda la casa, corre por todas las habitaciones, toma cualquier cosa que se le ocurre para jugar, y sus padres nunca dicen una palabra de reprensión ni intentan sujetarlo. En cambio, dicen generalmente: “Bueno, tú sabes cómo son los niños...” Miguelito va a la cama cuando le dan ganas. También come cuando quiere y no se le exigen buenas maneras en la mesa. “Es solo un niño, después de todo...”, suspiran sus padres.

Los padres permisivos e indulgentes, como los de Miguelito y Susanita, son tolerantes y aceptadores de los impulsos de sus hijos. Si bien son generalmente cálidos y cuidan de sus hijos, no les hacen muchas exigencias con el fin de promover en ellos una conducta más madura. Los hijos tienden a hacer lo que les place, sin mayor intervención de sus padres. La casa tiene pocas reglas y generalmente no se rige conforme a un programa. Las horas de dormir y comer se tienen cuando los niños quieren. Empleando poca disciplina, tales padres evitan la autoridad, el control y las restricciones.