Identidad Organizacional

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De otro lado, Alvesson, Ashcraft y Thomas (2008) plantean que los estudios sobre la IO se han concentrado en diversos campos filosóficos, y proponen otra clasificación: (1) el funcionalista, (2) el intrepretativo y (3) el crítico, este último inspirado por los posestructuralistas. Tomando a Habermas (1972), los autores plantean que existen tres enfoques cognitivos para el conocimiento, los cuales subyacen a la investigación humana: el técnico, el práctico-hermeneútico y el emancipatorio.

El interés técnico se relaciona con la investigación funcionalista, ya que tiene como objetivo desarrollos del conocimiento de relaciones causa-efecto a través del control sobre los recursos naturales y sociales. Este enfoque parece dominar los estudios de la identidad y de la identificación que emanan de la corriente de investigación acerca de la gestión empresarial. Los estudios que tienen un interés cognitivo técnico se concentran en la forma como la identidad y la identificación pueden mejorar potencialmente la eficacia de la organización.

El enfoque práctico-hermenéutico busca una mayor comprensión de experiencias culturales y humanas o, dicho de otro modo, cómo comunicar para generar o transformar el significado. En contraste con el interés técnico, asociado a lo funcional, hay poca preocupación por la utilidad instrumental de estos conocimientos en el desempeño organizacional. Lo práctico-hermeneútico se centra en cómo las personas elaboran su identidad a través de la iteracción, o cómo las narrativas del yo tejen significados en concierto con los demás y por fuera de los diversos recursos contextuales que están a su alcance. Desde esta perspectiva interpretativa, la identidad tiene una clave vital para comprender lo complejo del desarrollo y la dinámica relación entre el yo, el trabajo y la organización.

Por último, la visión emancipatoria tiene una clara orientación crítica, en ella la atención se centra en las relaciones de poder y en las diversas maneras en que los individuos se pueden liberar de las formas de represión que se implementan en las organizaciones. Los investigadores han utilizado el tema identitario para entender las relaciones contemporáneas de control y de resistencia, en especial aquellas acciones que se han orientado a indagar por esas visiones del mundo que sirven para subordinar los cuerpos humanos a los regímenes de gestión.

Estos son los paradigmas que subyacen al estudio de la IO; ambas clasificaciones tienen puntos en común, y permiten comprender cuál es la naturaleza de la relación entre el conocedor y lo que puede ser conocido.

Perspectivas de análisis

A continuación, se presentan diversas perspectivas teóricas que se han desarrollado en relación con la IO.

Narración y discurso

A partir de una teoría literaria y una filosofía posestructuralista se argumenta que la identidad, individual y colectiva, es construida a través de la narrativa o el discurso. La caracaterísticas de la narrativa de las identidades tiene sus raíces en el grado en el cual el lenguaje es usado para construir significado, tanto para sí mismo como para los otros. Todo el tiempo se usa el lenguaje para construir identidades y forjar discursos y estos, a su vez, pueden tomar vida propia al alimentarse de identidades construidas. Esto aporta una clave de la teoría crítica, la cual entiende que más que definir su propia identidad, los miembros de la organización son definidos por las identidades del management o segmentos de la organización construidos para ellos.

Dubar (2002a) plantea que la identidad es algo cambiante que depende de las denominaciones o nombres que se utilizan para designar a los sujetos o colectivos empíricos, no puede afirmarse como una esencia o sustancia fija y se formula a partir de las operaciones linguísticas puestas en juego: la diferenciación (como singular de alguien) y la generalización (como el nexo común). La identidad depende entonces, de los recursos simbólicos utilizados para establecer identificaciones con grupos o comunidades del mundo social, de aquí que sea necesario considerar otras dos formas de identidad –más allá de la comunitaria y societaria– en que los individuos establecen identificaciones.

La primera, la forma de identidad narrativa se refiere a la manera en que el individuo es capaz de organizar un relato describiendo su trayectoria vital, los incidentes que la modificaron, pero también considerar futuros proyectos y un plan de vida. Ricoeur (1996) realizó un examen filosófico de esta forma de identidad y las paradojas que suscita el poder mantenerla a pesar de los cambios físicos. Afirma que la identidad se juega entre la comunidad y el cambio en las personas y que la continuidad se encuentra en la mismidad del cuerpo y el carácter –los cuales pueden permanecer semejantes a lo largo del tiempo–, en tanto que el cambio corresponde al desarrollo de la ipseidad (sí mismo) y el mantenimiento de la palabra que se reacomoda en la trama narrativa de una vida. La identidad se expresa como una narrativa que da coherencia a los diversos episodios vitales y en la que se muestran los proyectos asumidos.

Se da sentido a las identidades personales en la misma forma en que se narra la identidad de los personajes de un relato, donde estos se comprenden por medio de la trama, lo que les sucede, los propósitos y proyectos que adoptan y aquello que hacen. De manera similiar, el individuo genera un sentido de identidad personal al recitar relatos de lo que ha sido su vida. En ambos casos, la identidad no es una estructura fija o una sustancia, sino algo cambiante y móvil, y toma lugar en el movimiento del relato, en la dialéctica entre el orden y el desorden, en el encadenamiento de los episodios de un relato y otro (Ricoeur, 1996).

La identidad narrativa opera como mediación entre la identidad social y la singularidad del individuo; al contar la historia se está articulando estos dos polos aparentemente opuestos. El mismo autor afirma que los humanos se apropian del tiempo mediante la narración, la cual trata de cursos de acción organizados en determinadas tramas narrativas. Puesto que cada cultura tiene un repertorio de relatos distintos, la identidad narrativa comprende un aprendizaje de distintas historias y la apropiación de aquellos elementos adecuados para contar la historia.

Bruner (1991) examina estas ideas para explicar la forma en que las narrativas personales engarzan con aquellas proporcionadas por cada cultura. Sostiene que los individuos, al construir significados y narrativas, utilizan sistemas simbólicos que les preceden, los cuales se encuentran arraigados en el lenguaje y en la cultura; sistemas que constituyen un tipo de herramientas culturales que hacen del usuario un partícipe de la comunidad. Igualmente, afirma que el sentido de la agencia del yo deriva de la sensación de poder iniciar y llevar a cabo actividades por su cuenta. Lo que caracteriza a la persona humana es la construcción de un sistema conceptual que organiza un registro de encuentros agenciales con el mundo, un registro que está relacionado con el pasado, pero que también está extrapolado hacia el futuro. La habilidad para construir narraciones y entenderlas es crucial en la cimentación de las vidas y de un lugar para enfrentar el mundo del individuo.

Ya en el ámbito organizacional, Czarniawska (1997a) analiza la responsabilidad del sector público para interrogar la eficiencia de las prácticas de negocios (cultura de la empresa). Con base en un estudio longitudinal en organizaciones públicas en Suiza, la autora muestra cómo la identidad se despliega (desarrolla) mediante procesos narrativos, emergiendo a partir de la interacción entre los actores. Siguiendo a esta autora, la identidad es un continuo proceso de narración donde tanto el narrador como la audiencia formulan, editan, apluden y rechazan varios elementos de las producciones narrativas; presenta un caso de responsabilidad organizacional que implica amenazas a la identidad de forma externa (es un trabajo paralelo al de Dutton y Dukerich (1991) y Elsbach y Kramer (1996)); y expone una versión dinámica de la identidad en las definiciones y re-definiciones sobre franqueza, diferenciación, reflexitividad e individualidad. Su trabajo se podría considerar como un complemento al de Hatch y Schultz (2002).

Alvesson y Willmott (2002) muestran las maneras o formas que usan los managers de la cultura para transformar la identidad organizacional a través de una identidad regulada, esto es, actos que definen a la persona, su moral y valores, conocimiento y técnicas; caracterización del grupo, reglas de juego y la construcción social dentro del contexto de la organización. Para los autores, estos intentos por regular la identidad están siendo realizados mediante prácticas discursivas donde el énfasis está en el uso de sofisticados discursos para influir en los sentimientos de los trabajadores, ello a través de una identidad con el trabajo y de la influencia organizacional de narrativas para formar, reparar, mantener, fortalecer o revisar sus sentimientos del yo. El punto central de los autores es la manera en que la identidad sirve como regulación y opresión en las organizaciones, a la vez que consideran también cómo los procesos de regulación sirven para liberar a individuos que trabajan en una nueva área, flexible y descentralizada. En este tipo de organizaciones se promueve la microemancipación de los nuevos empleados por buscar redefinir su trabajo, técnicas y valores organizacionales, con sus propios propósitos.

 

La segunda forma es la IO entendida como un discurso (Whetten, 2006), o, dicho de otra manera, la construcción por medio de narrativas de aquello que es central, duradero y distintivo en una organización (Albert y Whetten, 1985). Es una conversación que se construye socialmente y puede incluir individuos internos y externos (Brown, 2006; Hatch y Schultz 2002; Scott y Lane, 2000a); al respecto, Sillince y Brown (2009) afirman que es un constructo social retórico en donde las organizaciones representan lo que los directivos quieren o dicen que es.

McAdams (1996) afirma que las identidades narrativas que construyen las personas representan los esfuerzos por llegar a un acuerdo “con el pasado reconstruido, con el presente percibido y con el futuro anticipado” (p. 307), en el sentido de proporcionar un sentido de unidad, y mejorar las contradicciones y multiplicidades de la modernidad. Sin embargo, para Brown y Humphreys (2006) tales unidades son esencialmente contigentes y frágiles, espacios temporales de clasificación. Para Beech (2008) el proceso de construcción identitario es el resultado de una combinación de escribirse uno mismo, estar escrito por otros y tratar de escribirse uno mismo en la historia de los otros. Para Clarke, Brown y Hope Hailey (2009), en cambio, las identidades están a disposición de los individuos en forma subjetiva mediante autonarrativas que operan a través de monólogos internos y por medio de la interacción con los otros. También es un proceso de absorción y personalización de una narrativa general (Coupland y Brown, 2004; Slay y Smith, 2011) limitada por la estructura de la duración de dicha narrativa (Gabriel, 2003).

Ybema (2010) se acerca a la identidad a partir del discurso buscando trasladar la teorización de la relación entre las categorías temporales, la identidad colectiva y el cambio organizacional. Para este autor, el eje central de análisis y de exploración reside en la manera en que las personas construyen su identidad colectiva en el discurso organizacional cotidiano. En este sentido, para Ybema et al. (2009), y Ellis y Ybema (2010), el análisis del discurso de la identidad abarca una amplia variedad de métodos y enfoques, pero como mínimo, un marco o perspectiva discursiva de identidad situada y constituida por las prácticas de hablar y escribir. El énfasis está invariablemente en cualquier discurso de la identidad (Hardy, Lawrence y Grant, 2005; Thomas y Linstead, 2002), en hablar de identidad (Snow y Anderson, 1987) o de narrativas de identidad (Brown, 2006; Czarniawska, 1997a; Thomas y Davies, 2005).

El discurso de la identidad es fundamental en los intentos de establecer, legitimar o desafiar las relaciones dominantes de poder y estatus (Ball y Wilson, 2000). De este modo, para Ybema et al. (2009), el posicionamiento discursivo subraya la idea de que la construcción de la IO puede ser una medida de lo neutral o benigno, en donde participan las emociones, los juicios y aprobaciones, es decir, dicho proceso de construcción implica maniobras sociales y juegos de poder.

Construcción identitaria

La construcción de la IO es un proceso cognitivo permanente, iterativo, encarnado por los empleados, quienes se basan en múltiples modalidades para asimilar la realidad organizacional, con la capacidad de acercarse a ella de diversas maneras, que evocan a la vez diferentes perspectivas a partir de tal experiencia (Harquail y King, 2010). Para ello, un miembro de la organización se basa en el procesamiento, examinación, interpretación y expresión de la información incorporada, que es formal y no formal, oficial y no oficial, simbólica y material, así como la información que se comparte es colectiva, interpersonal y específica a ese individuo. Junto con esto, la conceptualización que construye cada individuo se configura no solo a partir de estímulos físicos y experiencias, sino tambien de hábitos socialmente construidos y de las acciones intencionales de gestión para elaborar ciertas creencias acerca de lo que es una organización (Humphreys y Brown, 2002a).

A pesar de existir una serie de estudios sobre la construcción de la IO (por ejemplo, Fiol, 2002; Humphreys y Brown, 2002b; Coupland y Brown, 2004; Denissen, 2010; Brown y Lewis, 2011) y de que algunos investigadores se ocupan de cierta faceta sobre la formación de identidad en las organizaciones (Clegg, Rhodes y Kornberger, 2007; Corley y Gioia, 2004; Czarniawska y Wolff, 1998), no ha habido ningún estudio exhaustivo acerca de cómo las identidades organizacionales se forman en sus inicios (Gioia, Price, Hamilton y Thomas, 2010). Para estos últimos autores, solo tres trabajos han estudiado la formación per se: Czarniawska y Wolff (1998); Clegg, Rhodes y Kornberger (2007); Corley y Gioia (2004); cada uno de ellos aborda tan solo algunos aspectos de la construcción, pero, en su conjunto, son un buen punto de partida para una consideración más holística de la formación de IO.

Estos tres estudios sugieren que el proceso de participación, tanto por alcanzar legitimidad a través de procesos miméticos como por la construcción de algunas dimensiones de carácter distintivo en el campo organizacional, requiere de un contexto externo receptivo para esos esfuerzos. Estas conclusiones están en estrecha relación con investigaciones que sugieren la importancia de la pertenencia a grupos, industrias u organizaciones. Al respecto, Suddaby y Greenwood (2005) señalan que la identidad reclama mayor legitimidad dentro de contextos amplios.

Para Gioia et al. (2010) estas investigaciones ofrecen, sin embargo, solo una visión limitada de la forma de interacción en que estos procesos podrían afectar la actual formación de IO. La búsqueda de legitimidad es, por ejemplo, una explicación funcional de por qué algunos miembros de la organización participan en la construcción de la identidad, pero no explica cómo es el proceso, de modo que el conocimiento y la comprensión del proceso, de la formación en sus inicios, es aún limitado e incipiente.

A nivel individual, Linstead y Thomas (2002) tienen caracterizado el proceso de formación de la identidad como la gestión de la tensión entre las respuestas demandadas y presentadas al continuo cuestionamiento sobre ¿qué es lo que la organización espera de mí? y ¿qué es lo que yo quiero ser en el futuro? La primera pregunta tiene que ver con la propia identidad como actor social dentro del espacio propiamente organizacional y la segunda está en relación con la construcción social de la identidad personal; sin embargo, estas cuestiones no son discretas sino que están inextricablemente entrelazadas. Desde el ámbito propiamente organizacional, estas preguntas también representan, para estos autores, las dos perspectivas dominantes para el estudio de la IO: la construcción social y la visión del actor social sobre la identidad, ambas expresadas en dos preguntas de investigación fundamentales: ¿cómo los miembros de una naciente organización desarrollan una comprensión colectiva de quiénes son en la organización?, y ¿cómo una nueva creación de organización desarrolla un sentido de sí misma como un actor social en su campo o industria?

Esta visión constructivista implica la negociación –por parte de los miembros– de los significados compartidos sobre lo que somos para la organización, centrando la atención en los esquemas interpretativos que se construyen colectivamente para proporcionar un significado a su experiencia organizacional (Gioia et al., 2000; Whetten, 2006). Ravasi y Schultz (2006) observaron que esta visión implica un énfasis en los procesos de construcción de sentido asociados a la construcción social de la identidad como significado y significados de estructuras que son negociadas intersubjetivamente entre los mismos miembros de la organización (Fiol, 1991). De tal forma, la IO es progresiva, compleja, recursiva, reflexiva y en permanente construcción (Ybema et al., 2009), negociada por los miembros de la organización por medio de las interacciones que sostienen entre sí y con la participación de partes interesadas externas (Coupland y Brown, 2004; Hatch y Schultz, 2002), dejando de lado las pretenciones de linealidad y causalidad rígidas para abrir espacios en la comprensión de la complejidad de su construcción (Simpson y Carroll, 2008).

En este sentido, la estabilidad de la identidad es, en gran medida, algo transitorio ya que su construcción será discursiva y emergente y estará inmersa en un proceso continuo de reconstrucción, por lo que además será un logro momentáneo o una ficción resistente (Simpson y Carroll, 2008). Del mismo modo, todos forman parte del juego en el proceso necesario de construcción identitaria, tanto individual como colectivamente: desde la visión de los fundadores (Rodrigues y Child, 2008), las repetidas negociaciones en varios niveles (Ybema et al., 2009), las reclamaciones de las decisiones de la organización como entidad (Whetten, 2006) y la legitimación de un valor.

Sin embargo, de acuerdo con la visión del actor social la IO es una propiedad de la organización como una entidad (King, Felin y Whetten, 2010) y es perceptible principalmente por las formas de compromiso y las acciones que se toman (Corley et al., 2006). Whetten (2006) llamó a estos compromisos las notificaciones de identidad, o referentes, que significan la autodeterminación y la autodefinición de la organización en el espacio social. Dentro de él, la IO tambien es contextualizada y se convierte en un fenómeno comparativo que identifica a la organización y la diferencia de otras (Glynn y Abzug, 2002). King et al. (2010) afirman que desde el punto de vista de una organización como actor social, el camino por recorrer depende de su propia historia. En ausencia de ella durante el proceso, los miembros dibujan en sus propias historias personales a otras organizaciones con el fin de tener un referente para decidir que acciones y compromisos se pueden apropiar, a la vez que encuentran importantes elementos que correspondían a la búsqueda de la distinción óptima esencial del ser iguales y diferentes al mismo tiempo. De esta forma, las construcciones de identidad no están libres de contradicciones y elementos provenientes de este proceso, y pueden incluso socavar el proceso mismo de construcción (Alvesson y Robertson, 2006).

Para Beech (2011), la construcción de la IO ha sido concebida como una interacción de co-construcción entre los individuos y las estructuras sociales (Ybema et al., 2009); entre la identidad del propio individuo (su noción de quién es él) y la identidad social (la noción de esa persona en discursos externos, instituciones y cultura) (Watson, 2009). Pero también hay que anotar que si bien es una construcción, esta tiene que parecer creíble para sus miembros sin pasar por una estricta prueba de realidad rigurosa (Albert y Whetten, 1985). En relación con lo anterior, Sluss y Ashforth (2007) ofrecen un modelo conceptual para integrar el proceso de construcción en el cual confluyen lo personal, las relaciones interpersonales y los niveles colectivos basados en los roles.

Así pues, se ha utilizado el enfoque del constructivismo social para el estudio de las identidades organizacionales (Cornelissen, 2006; Ravasi y Schultz, 2006), donde se destaca que las identidades se reconstruyen mediante la acción simbólica y la interacción social en contextos sociales (Cunliffe, 2002). Esto es importante ya que se convierten en el marco de posibilidades para que las personas puedan crear y reconocer el sentido de sus acciones. En este tenor, el proceso de construcción identitaria es gradual, en donde el sujeto llega a darse cuenta de que las cosas son distintas debido a un punto de inflexión que conduce a una expectativa por un nuevo significado. Las transformaciones de la identidad se producen cuando hay una desalineación, sorpresa, shock, disgusto, ansiedad, tensión, desconcierto, cuestionamiento de sí mismo, y la persona se ve obligada a reconocer que no es la misma que era antes. Es similar a volverse a escribir a sí mismo.

 

Regulación y resistencia

Las estrategias de regulación de la IO representan los esfuerzos de gestión destinados a influir en la manera como los empleados resuelven los conflictos por las yuxtaposiciones entre los valores y las expectativas generadas en las organizaciones (Hackley y Kover, 2007). Directores contemporáneos están cada vez más atentos a cómo se puede ejercer el control a través de la fabricación de la subjetividad (Watson, 1994). La literatura crítica ha proporcionado aportes sobre estos tipos de control y sus posibles abusos (Sveningsson y Alvesson, 2003). Sin embargo, se presenta una escasez de estudios que examinan cómo las empresas pueden ayudar a los empleados a hacer frente a las múltiples demandas identitarias (Down y Revely, 2009; Gotsi, Andriopoulos, Lewis y Ingram, 2010).

Otras investigaciones sugieren que las estrategias de gestión han pasado de un enfoque de control tecnocrático (a través de la estandarización y supervisión en forma directa) a los intentos por buscar influir en las creencias de los trabajadores, dejándose ver controles a nivel normativo, ideológico e identitario (Karreman y Alvesson, 2004; Ainsworth y Hardy, 2008). En este sentido, algunas investigaciones sugieren que los controles sobre los empleados, incluidos los directivos, buscan colonizar el interior para crear selfs de ingeniería (Kunda, 1992), selfs del diseño (Casey, 1995) o selfs del empresarismo (Brown y Humphreys, 2006). Así, el aspecto regulatorio es considerado como una forma de control normativo que busca gestionar los interiores de los trabajadores de manera que sean flexibles y comprometidos con la organización porque se identifican con ella. El manejo del interior de las personas es considerado potencialmente menos molesto y más eficaz que las tradicionales formas externas de control administrativo (Alvesson y Willmott, 2002).

La regulación de la identidad denota estrategias destinadas a influir en el trabajo de los empleados con la intención de apoyar las metas de la organización mediante discursos y prácticas, y cuidando la frecuencia e intensidad de su aplicación. Estas estrategias pretenden prescribir la forma en que los miembros deben pensar en sí mismos y en su trabajo, y por ello las funciones administrativas están encaminadas a localizar a los empleados dentro de una estructura, ayudando a crear, mantener y transformar sus identidades (Alvesson y Willmott, 2002).

En esta dirección, uno de los componentes fundamentales de la IO serán los conflictos, ya que los individuos tendrán que negociar su propia identidad con otros grupos dentro de la organización (Kelman, 2006). Sobre esto, y a pesar del gran potencial que tiene el concepto identitario para acercarse a comprender los fenómenos organizacionales, no ha sido aún estudiada en forma sistemática en que la gestión de la identidad puede ayudar a resolver intransigencias y facilitar sostenidamente la armonía intergrupal (Fiol, Pratt y O’Connor, 2009).

Para Alvesson y Willmott (2002), los esfuerzos por regular la identidad se centran en cuatro aspectos: (1) el empleado: ayuda a definir directamente al individuo y/o a otros relacionados con él; (2) orientaciones de la acción: proporciona un vocabulario específico de los motivos y los valores (por medio de cuentos, arquetipos, selección de personal, actividades sociales) a través de los cuales los empleados pueden construir un significado de su trabajo y el desarrollo de habilidades; (3) las relaciones sociales: aclara categorizaciones grupales y afiliaciones, especificando la ubicación jerárquica; y (4) la escena: establece claramente las reglas de juego que delimita el contexto (por ejemplo, las del mercado o la industria).

Desde una perspectiva crítica, las investigaciones presentan estos esfuerzos de control como un medio para alcanzar cierta hegemonía (Alvesson y Willmott, 1996). Así, la resistencia normalmente prevalece cuando los directivos tratan de ejercer un amplio control sobre la mentalidad de los empleados. Las estrategias de control son vistas como un problema porque las personas necesitan que se les controle para que subordinen su voluntad a la organización como un colectivo (Alvesson y Willmott, 2002).

Mientras que algunos estudiosos han sugerido que la gestión de la IO es una función importante de liderazgo (Voss, Cable y Voss, 2006), se ha argumentado que estas construcciones discursivas pueden ser a veces altamente resistentes a las intervenciones de gestión dirigidas a la integración, la agregación, la participación o la eliminación (Pratt y Foreman, 2000). Dado que las identidades de las organizaciones pueden ser adaptativamente inestables (Gioia et al., 2000; Vaara, Tienari, Piekkari y Santti, 2005; Vaara, Kleymann y Seristo, 2004) y, por lo tanto, mutables dentro de las restricciones, no es claro entonces que el individuo pueda ser manejado por las élites directivas de manera programada y predecible. Es por ello por lo que se puede afirmar que la hegemonía como una forma de control, nunca es completa (Brown y Humphreys, 2006).

En relación con el proceso de construcción de IO, también se han explorado los esfuerzos de la gestión por fabricar subjetividad (Alvesson y Willmott, 2002) –y la posible resistencia de las personas (Collinson, 2005)–, las cuales buscan cambiar de un yo actual a una identidad aspiracional (Thornborrow y Brown, 2009), o visualizar e identificar una identidad laboral impuesta con el fin de considerar el sí mismo como auténtico (Costas y Fleming, 2009). La subjetividad del trabajador es vista como producto de los mecanismos disciplinarios y de las técnicas de vigilancia y poder estratégicas.

El enfoque dialógico explica cómo es posible generar un tipo de resistencia gracias a la transformación del significado a través del diálogo interior y del uso potencial de los significados del contexto lingüístico para formar contra-narrativas y contra-discursos (Beech, 2008). El reto es analizar cómo quedan integrados estos procesos en la construcción de un nuevo significado y, en este sentido, el diálogo podría conducir a reforzar o rechazar la construcción de la identidad, o a generar puntos de encuentro entre los extremos.

Es así como los empleados, frente a estas estrategias de regulación, pueden generar resistencia al buscar perseverar en elementos que valoran de una IO en particular (Ravasi y Schultz, 2006). Así, cuando los empleados se sienten amenazados o se encuentran a la defensiva o inseguros, las estrategias de regulación de la identidad pueden amplificar el cinismo y la resistencia (Kosmala y Herrbach, 2006), a la vez que pueden ser contraproducentes y alienantes, impidiendo la innovación, precisamente por la homogeneidad que se promueve. A esta reacción por parte de los empleados se le ha llamado desidentificación (Beech, 2011; Costas y Fleming, 2009).

Audiencia e identidad

El concepto de identidad organizacional tambien ha estado relacionado con temas referidos a la comunicación gerencial y en general, con los medios de comunicación dentro de las organizaciones. Elsbach y Kramer (1996) consideran los efectos de los rangos de los sistemas dentro de las organizaciones, centrándose en cómo las comparaciones y las amenazas afectan –con relación a la IO– a los miembros de la organización. Los autores estudian las ocho mejores escuelas de negocios según la revista Business Week concentrándose en la responsabilidad de los miembros de estas escuelas: los resultados presentan la evidencia de cómo la audiencia organizacional tiene injerencia sobre la organización y cómo los miembros perciben la identidad en sus organizaciones. Este estudio es una aplicación de las ideas de Ginzel, Kramer y Sutton (1993) y la teoría social presentada por Ashforth y Mael (1989) y sugiere que los rankings se convierten en una amenaza para la identidad definiendo dos dimensiones para percibir esta amenaza: la primera, en cómo los miembros definen lo central de la organización, lo distintivo y lo duradero de sus cualidades. La segunda, en aquello de localizar la posición de la escuela en el estatus jerárquico. Los resultados indican que los miembros tienden a responder aspectos de su identidad que no son mencionados en la revista y revelan las dinámicas cognitivas que ocurren entre los miembros de la organización y las audiencias en la configuración de la IO.