Representación gráfica de espacios y territorios

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En la Antigüedad, el espacio se concebía como la distancia entre dos puntos recorridos en unidades de tiempo, donde incidían los medios para moverse y la naturaleza del lugar (García, 2008). Desde Grecia, Euclides (siglo III a. n. e.), considerado el padre de la geometría, desarrolló nociones espaciales como la distancia euclídea. Sus observaciones estaban emparentadas con concepciones platónicas y pitagóricas, es decir, con el estudio cuantitativo del espacio (Valles, 1999). Hasta entrado el siglo XIX, la geografía fue una disciplina orientada a las ciencias físico-matemáticas.

Entre los componentes de la geografía antigua, se consideraba a la cosmología, que trata sobre el origen y el funcionamiento del cosmos, en relación con la mitología griega. Por tal razón, a partir del avance de la cosmogonía, se dio el nacimiento de la astronomía. Esta disciplina comprendió la dinámica de movimiento de los astros, en la cual se destaca la descripción de Hiparco de Nicea en el siglo II a. n. e. La geografía astronómica ligada a la matemática nació de explicar a la Tierra como astro, en cuanto a su forma, tamaño y movimientos. Además de una correspondencia con la representación gráfica de la Tierra, es decir, con la cartografía (Vila, 1982).

Los mapas en la Antigüedad reconocieron la trascendencia del sujeto dentro del plano que se quería proyectar. De igual manera, se graficaban los territorios y los lugares en relación con los centros de poder como lo era Grecia. Así, para los griegos, el territorio se refería a los espacios conquistados por cuenta del orden militar y político donde regía la polis. Anaximandro, desde el siglo VI a. n. e., ya había trazado una gráfica de la realidad que tenía como centro el mar Egeo y alrededor de él se encontraba el mundo conocido, y se privilegiaba a Grecia por encima de otros lugares (Montoya, 2007). Según De Souza (1991), la construcción de mapas se lleva a cabo con la creación de un centro que resulta fundamental para la comprensión de la dinámica espacial de las sociedades. La relación centro-periferia escenifica la valoración de unos lugares por encima de otros. Esta situación se plantea por razones técnicas, ideológicas y políticas, que dan preeminencia para que los individuos o grupos imaginen y dibujen lugares representados para sus propios fines e intereses. De esta misma forma actúa el cerebro, con la creación de la realidad imaginada del espacio en tanto comprensión y ubicación de los entornos mediante mapas mentales.

Otro de los geógrafos y astrónomos de trascendencia en el estudio del espacio fue Eratóstenes (siglo III a. n. e.), quien midió la circunferencia de la esfera terrestre. Eratóstenes hizo un mapa del mundo conocido en el que incluyó lugares como Gran Bretaña, la desembocadura del Ganges y la actual Libia (Montoya, 2007). Aunque la relación astronomía, geografía y cartografía era evidente, la cartografía nació de una separación artificiosa que se genera entre estas áreas del conocimiento y que le dan el impulso a la construcción de los mapas.

En Alejandría nace la geografía física y aparecen observaciones y especulaciones sobre los continentes, los mares, el relieve y las condiciones climáticas, entre otras. En esta misma línea, la cartografía se desarrolla con la tendencia de describir regiones y países (Vila, 1982). Estrabón (siglo I), en su obra Los prolegómenos, dio a conocer la finalidad práctica de los estudios geográficos, principalmente en la afirmación de los propósitos de los Estados (Luna, 2010). Asimismo, realizó estudios de los rasgos sociales y naturales de las tierras. Tal forma singularizada del estudio del espacio tuvo un progreso en la geografía moderna con la geografía regional. La región fue entendida como unidad espacial, dinámica, variable y posible de ser individualizada en su carácter propio (Álvarez, 2000).

Por otra parte, Tolomeo (siglo II) dio preponderancia a la concepción que aceptaba al hombre como centro del espacio y graficó el planeta Tierra como centro del universo finito y al Sol, la Luna y los planetas conocidos como cuerpos celestes que giraban a su alrededor. Escribió la obra cartográfica más influyente de la época en occidente: la Geografía, en la que se evidencian varias imprecisiones en cuanto a las distancias y tamaños de las placas continentales. No obstante, sus mapas ya trazaban una división imaginaria de líneas con rumbo de oriente a occidente y de norte a sur, conocidas como meridianos y paralelos.

Por otro lado, para los romanos el espacio tuvo una concepción territorial de impulso de las condiciones imperiales del poder y dominación ejercida sobre otros pueblos. La cartografía acentuaba el poder político del imperio expandiendo las fronteras, así los mapas representaban gráficamente las conquistas del mundo dominado por Roma (Montoya, 2007). Luego de la caída del Imperio romano, la importancia de la cartografía recae sobre asuntos teológicos, y a partir de esto se trazan mapas con especial interés en Jerusalén como centro de poder mundial.

Fuera del mundo occidental, los árabes, por intermedio del comercio por el Mediterráneo, desarrollaron mapas que hoy se valoran por la precisión con que se construyeron. El mundo islámico, si bien tuvo contacto con las concepciones griegas expuestas por Tolomeo, impuso sus formas particulares de representar sus entornos, lo que trajo una evolución cartográfica en la que confluyeron las dos visiones del mundo: la griega y la árabe. China también logró un avance importante en la cartografía con el desarrollo de cuadrículas y aspectos matemáticos del trazado de los mapas, la creación de convenciones regulares y curvas de nivel, metodologías propias de las cartografías modernas. Al reconocer estos progresos, los europeos le dieron mayor relevancia al saber geográfico oriental. Con una visión eurocentrista, Occidente solo se interesaba por los mapas de las periferias cuando estas tenían elementos comunes con Europa, mientras que los imaginarios de otras culturas eran desechados (Harvey, 1991).

Hay que destacar que entre los siglos XIII y XIV se crearon las cartas portulanas, base de las cartografías de la actualidad. Estos mapas se caracterizaron por el uso de la brújula, así como la utilización de trazados reticulares que marcaban orientaciones según la rosa de los vientos. Tres tipos de estas cartas fueron reconocidas: la de los principados italianos (principalmente genovesa), la catalana de Palma de Mallorca y la portuguesa. Se resalta que las cartas portulanas promovieron el avance técnico de la navegación marítima; entre ellas se reconocen como máximos exponentes la carta de Piscana (1290) y el mapa catalán (1375) de Cresques Abraham (Capdevila, 2002b).

El conocimiento de la Geografía de Tolomeo por navegantes italianos y portugueses permitió el mejoramiento de los detalles en las proyecciones cartográficas. Las exploraciones de nuevas rutas y especialmente el descubrimiento europeo de América estimularon el desarrollo de la cartografía. Algunas producciones que se destacan son las siguientes: el manuscrito de Martin Behaim de Núremberg (1492), en el que se describe gráficamente el mundo antes del viaje de Colón; la carta de Juan de la Cosa (1500), en la que se representan los territorios encontrados en el nuevo continente; el mapa de Cantino (1502), que resulta del Tratado de Tordesillas6; y el mapa de Contarini (1506), primer mapa impreso con nuevos descubrimientos (Capdevila, 2002b).

Para finalizar, hay que reconocer que el paradigma de la teoría geocéntrica dominó el conocimiento del espacio hasta finales del siglo XVI, cuando se llevó a cabo la revolución copernicana. El paradigma geocéntrico demostró también el egocentrismo de las culturas, cimentado en una tendencia unipolar, con el ser humano como centro del planeta (Thrower, 2002), noción que señalará el eurocentrismo durante los siglos posteriores.

La primera gran revolución

El progreso imponente de la cartografía fue de la mano con el impulso de la astronomía. Nicolás Copérnico (1473-1543), a través de observaciones astronómicas y cálculos geométricos, consideró en sus obras al Sol como centro del universo y a la Tierra y los otros planetas girando a su alrededor. Según Horkheimer (2003), esta teoría, denominada heliocéntrica, tendría un impacto trascendental en el conocimiento científico de la época. El pensamiento copernicano fue una fuerza revolucionaria, parte del proceso histórico que situaba el paradigma mecanicista en posiciones dominantes. El conocimiento científico en diversos ámbitos se desarrolló con la matemática, la física y las leyes naturales (Mardones, 1991). No obstante los cambios producidos en la ciencia moderna, el entendimiento del espacio en textos de geografía y cosmografía se daba con las concepciones tolemaicas, localizando topónimos funcionales a astrónomos y navegantes para la descripción de las características de la tierra, de las costumbres y la organización social de los países (Capel, 1977). Esta situación de resistencia a lo nuevo denota el control, poder y dominio de ciertos grupos tradicionales que no aceptan los cambios sociales. A pesar de que exista un nuevo paradigma aceptado como válido, los rasgos de anteriores modelos siguen presentes.

De esa manera, el avance de la cartografía se dio en mayor medida a partir del siglo XVI, pero los mapas de esta época han soportado críticas por las distorsiones en las formas, en las extensiones territoriales y por las expansiones de grandes poderes (Habegger y Mancila, 2006). En 1569 el matemático y cartógrafo Gerardus Mercator propuso una proyección del planeta a los navegantes europeos al trazar las rutas de rumbo con líneas rectas. Por tal razón, la representación del mapa se realizó con base en una figura cilíndrica que luego era dibujada en un planisferio. La proyección resultante (llamada cilíndrica) produce necesariamente distorsiones (como cualquier otra proyección, pues es imposible matemáticamente representar sin ellas una superficie esférica sobre un plano). De esta suerte, la isla de Groenlandia aparece a la vista como de mayor tamaño que Suramérica, por ejemplo. Por tener ciertas ventajas para la navegación, la proyección cilíndrica continuó siendo útil hasta la aparición de los modernos sistemas satelitales.

 

Figura 2. Proyección de Mercator en la actualidad.


Fuente: La proyección de Mercator versus la proyección de Gall-Peters (25/4/2014). Recuperado de https://thetuzaro.files.wordpress.com/2011/03/400px-mercator-projection.jpg

Arno Peters (1991) criticó las versiones cartográficas de Mercator, al plantear que este mapa tiene una desproporción de los territorios de Escandinavia dibujados tres veces más grandes en comparación con la península arábiga o la India. Peters afirmaba la presencia de un eurocentrismo producto de la representación de la dominación sociocultural que perdura hasta nuestros días. Él propuso un mapa conocido como la proyección cartográfica de Peters, proveniente del cartógrafo James Gall (1856), en donde se conservan las áreas, mas no los ángulos ni las distancias. Según Braceras (2012), la Unesco ha adoptado esta cartografía como la más cercana a la realidad, es decir, la políticamente correcta.

Figura 3. La proyección de Peters en la actualidad.


Fuente: La proyección de Mercator versus la proyección de Gall-Peters (25/4/2014). Recuperado de http://www.unabrevehistoria.com/2008/02/proyeccin-peters-el-mundo-en-su.html

Las distorsiones y ambigüedades continúan en el tiempo, al ubicar a Europa y Norteamérica en la parte superior de los mapas se demuestra el poder de los centros metropolitanos, mientras que África, Asia y Latinoamérica se grafican en la parte inferior para representar su condición de periferias coloniales. En culturas africanas, se han encontrado mapas donde Madagascar y la actual Sudáfrica están graficadas en la parte superior del mapa. La idea de superioridad ha buscado la legitimación del imaginario etnocéntrico plasmado en las cartografías. El racismo fue parte de la representación del espacio que territorializó tal superioridad a partir de la disminución de las dimensiones de países periféricos y el aumento de las dimensiones de países metropolitanos.

Por otro lado, en el siglo XVII se consideró a la ciencia moderna como la plataforma de una nueva perspectiva dominante en las siguientes centurias con estudios, entre otros, de Johanes Kepler, sobre las orbitas elípticas de los planetas; Galileo Galilei, acerca del conocimiento del universo por medio del telescopio; e Isaac Newton, quien estableció las leyes del movimiento. Por ejemplo, Galilei dibujó los primeros mapas lunares; entretanto Isaac Newton, al observar la reacción del péndulo en diferentes latitudes, explicó la tierra como una figura achatada en los polos y ensanchada en la zona media. Esta precisión de la forma terrestre permitió graficar con mayor exactitud las zonas continentales. En los Principia (1687), Newton escenificó muchos problemas cartográficos estudiados luego por Edmund Halley, a quien se le atribuyen avances cartográficos como el primer mapa meteorológico (1686) y el mapa de declinaciones magnéticas (1686) (Thrower, 1991).

En esta misma línea de avances, la geografía cartográfica desarrolló la búsqueda de la idiosincrasia de la época, gracias a lo cual logró avances en aspectos políticos, poblacionales y económicos, a diferencia de la geografía cartográfica en la Antigüedad. Bernardus Varenius, años atrás de los descubrimientos de Halley, en su Geografía general (1650) se acercó a una geografía con estatus de ciencia, lo que facilitó la realización de estudios regionales en el espacio terrestre (Vila, 1982). Para esta época, la geografía era considerada un área auxiliar de la historia y existía un hermanamiento instrumental y práctico entre ambas disciplinas (Capel, 1977).

Entre los siglos XVI y XVII, se generaron cambios socioculturales fundamentales para que el ser humano se expandiera geográficamente; en consecuencia, logró conocer otros espacios terrestres antes vedados por tradiciones occidentales principalmente religiosas. De tal manera, en Europa se presentó el fenómeno de la acumulación originaria, que se refiere al estado primario de la acumulación de capital, es decir, a la desvinculación del productor con los medios de producción y la demanda de la burguesía comercial de acaudalar riqueza (Marx, 1867). La expansión de las fronteras se llevó a cabo con viajes exploratorios de navegantes, principalmente portugueses, guiados con cartas marítimas. El colonialismo, representado en las exploraciones marítimas y terrestres americanas, africanas y asiáticas, fue el soporte de los nuevos avances cartográficos (Montoya, 2007). La evolución de los mapas se caracterizó por la descripción de las coordenadas que daban los exploradores, fundamentalmente comerciantes; esto permitió que se delinearan las nuevas tierras descubiertas. El proceso llevado a cabo por la geometría y la astronomía buscó precisión y exactitud en las distancias recorridas, formas de lugares y accidentes geográficos.

Desde esta época y hasta la contemporaneidad, la cartografía fue el objeto esencial de la geografía. Se originó la matematización de coordenadas y puntos de referencia presentes en los mapas, y se cambió la perspectiva del observador como sujeto cognoscente. En la Antigüedad, el sujeto graficaba el entorno desde su visión central, en la posición del plano del objeto. En cambio, en una configuración del mundo más universal, para los geógrafos modernos, el sujeto cognoscente tuvo otra perspectiva del objeto representado, al graficarlo desde una visión objetiva, es decir, por fuera del plano. De esta manera, hay una división entre sujeto cognoscente y objeto conocido, lo que genera el adelanto científico del conocimiento espacial del territorio y del entorno en la época. Los europeos construyeron los mapas desde esta objetividad científica.

En su momento, el cambio de la noción del espacio con la nueva cartografía llevó a considerar premodernas, atrasadas y poco racionales las concepciones en las que se privilegiaba la visión céntrica del espacio con la representación del sujeto en el mismo plano. Los mapas europeos contribuyeron a deslegitimar el conocimiento espacial de los colonos africanos y americanos, acción ideológica que pretendió demostrar una supuesta superioridad racial y cultural de la sociedad europea. Esta visión etnocéntrica imaginaba a los pueblos colonizados como hijos menores obligados a acelerar el proceso de civilización mediante el conocimiento occidental (Montoya, 2007). Era otra forma de justificar la dominación, que además iba acompañada de la evangelización, la esclavitud y el saqueo de las riquezas.

Ahora bien, en esta primera modernidad, la geografía se transformó con el progreso el conocimiento: pasó de la pura descripción de la superficie terrestre al análisis de las condiciones en que vivieron los pueblos considerados desconocidos. La preocupación por la riqueza en las tierras exploradas fue el sustento, en un principio, para las monarquías y, luego, para las repúblicas, del interés que manifestaron por la evolución de la geografía, de la cartografía y de la elaboración de atlas (Álvarez, 2000). El conocimiento del espacio fue cada vez más empírico y se conquistaron lugares desconocidos para establecer rutas comerciales, lo que permitió darle vuelo a la cartografía de la época. El mundo dejó de ser solo el mundo terrestre conocido. El ser humano no solo quiso expandir sus fronteras territoriales, sino que también expandió las fronteras mentales, de tal forma que el mundo y el conocimiento no debían de tener límites. A partir de esto se originó el sistema-mundo, que es el cimiento del actual mundo globalizado (Wallerstein, 2006).

En el periodo de la ilustración (siglo XVIII), el espacio y también el tiempo lograron otra connotación gracias a Immanuel Kant (1787), quien consideró el espacio como una intuición a priori: parte de una representación pensada y no como un concepto empírico extraído de experiencias externas. El espacio tampoco era un concepto discursivo o un concepto universal de relaciones entre las cosas, sino esencialmente el espacio era único y de una magnitud dada infinita. Así mismo, se concibe el tiempo como una intuición a priori en la que es posible la realidad de los fenómenos: forma pura de intuición sensible en la cual, debido a su infinitud, el ser humano ha introducido limitaciones que le reconocen su existencia y los fenómenos que allí se presentan. De tal forma, Kant eleva el avance teórico del espacio y el tiempo y con ello reafirma la relación tradicional y práctica entre geografía e historia. Ambas áreas del conocimiento son descripciones que tienen una correlación teórica: la historia describe fenómenos según el tiempo y la geografía según el espacio (Schaffer, citado por Capel, 1977). Así mismo, para Kant hay dos clases de ciencias: las especulativas, apoyadas en la razón, y las empíricas, apoyadas en la experiencia y en las sensaciones. Estas últimas se clasificarían en dos disciplinas de síntesis: la antropología, que sintetiza los conocimientos del hombre, y la geografía, que sintetiza los conocimientos sobre la naturaleza mediante la descripción de fenómenos y el reconocimiento de una visión del planeta, una disciplina espacial (Álvarez, 2000).

En cuanto a la cartografía, esta se desarrolló principalmente en Francia en plena coyuntura revolucionaria, con Jean-Dominique Cassini, cuando realizó el levantamiento topográfico de París con métodos de triangulación a partir de la medida del arco del meridiano de París. La carta de Cassini (1793) ya contaba con la representación de los trazados con curvas de nivel que le dieron relevancia a la imagen de los relieves y las formas de la superficie terrestre. Los gobernantes europeos quisieron hacer levantamientos de estos mapas en otras ciudades. Por su parte, en Norteamérica se reconocieron los trabajos de White (siglo XVI) y Smith (XVII), y sobre todo el mapa de Mitchell (1755), que graficó lo dominios británicos y terrestres de las colonias, y de Lambert (siglo XVIII), por las innovaciones en las proyecciones cartográficas (Capdevila, 2002b).

El razonamiento y la Ilustración fueron el combustible para que se diera la Revolución francesa, tiempo de cambios políticos que transformaron el mundo. En este momento la estructura monárquica cayó o quedó como parte de una representación histórica que le dio paso a las repúblicas liberales. Ilustrados como Hegel y Kant piensan la historia del mundo como teleológica, con el futuro de la sociedad a través de la razón y el progreso. Así mismo, el espacio y el territorio fueron definidos como parte de la edificación de un nuevo mundo que se avecinaba, donde territorios y fronteras fueron demarcadas para el control y orden, es decir, el poder de los Estados-nación.

Nacionalismo e imperialismo en lo político y positivismo en lo científico

Para el siglo XIX las revoluciones burguesas en Europa produjeron el desarrollo industrial, y el nacionalismo impulsó la creación de los Estados modernos e intervino en el conocimiento científico. Asimismo, se dio una tendencia a consolidar el saber generado en las ciencias sociales por medio del paradigma positivista. Según Mardones (1991), el origen del positivismo se presentó a partir del nacimiento de la burguesía embrionaria en los siglos XIII y XIV, pues a partir de entonces se da un gusto por lo secular, útil y concreto, en definitiva, por lo pragmático; en el lenguaje popular se decía «ir a lo positivo». No obstante, este inicio de su consolidación se dio en el siglo XIX, época en la que autores como Auguste Comte y John Stuart Mill, entre otros, dictaminaron que el conocimiento es verdadero solo cuando es científico, es decir, cuando es comprobable, verificable mediante la experiencia y la aplicación de leyes que certifiquen tal certeza.

Por otra parte, el evolucionismo de Lamarck y Darwin hizo parte de la geografía como ciencia de la naturaleza, del ser humano y del espacio. Su basamento conceptual se sustentaba en concebir las condiciones ambientales para la conformación de las especies y la adaptación al medio.

El impulso de las ciencias en Alemania se presentó en dos dinámicas: La primera consiste en la necesidad de conocimiento que fortaleció la academia con el robustecimiento del espíritu germánico exacerbado a partir de la invasión napoleónica. Y la segunda hace referencia al origen de la institucionalización de la geografía moderna que se dio en los principados germánicos, así como en Austria y Prusia. La unificación alemana fue un objetivo primordial en la búsqueda de equiparar fuerzas con Inglaterra y Francia y en el fortalecimiento industrial-territorial (Álvarez, 2000).

 

Como parte del anterior contexto histórico, Alexander Von Humboldt y Carl Ritter fueron los pioneros de la geografía científica. Estos intelectuales reflexionaron la naturaleza como unidad armónica con un orden natural que regía las cosas. Von Humboldt, considerado el padre de la geografía moderna, estudió la distribución de los seres vivos sobre la superficie terrestre. El positivismo lo llevó a definir la física del globo, donde complementaba conocimientos de geografía con la historia natural (Capel, 1977). Su impacto sirvió para los adelantos de la geografía física que tuvo una consolidación científica en el último tercio del siglo XIX (Capel, 1981). Igualmente, Von Humboldt representó varios de sus estudios geográficos mediante mapas en los que mejoró y expandió el lenguaje cartográfico (Capdevila, 2002 b). En América, fue reconocido por levantar mapas de la cuenca del Orinoco y del Amazonas, y por sus exploraciones en los Andes y en el Virreinato de la Nueva España (México), que sirvieron para la representación de los espacios en el continente (Thrower, 1991).

Por su parte, Ritter explicó la presencia de los seres humanos en la superficie terrestre, así como las relaciones entre el sustrato natural y el hombre, a partir de la comprensión del espacio como el teatro de la actividad humana (Luna, 2010). Este académico reprodujo su educación mediante las clases que impartió en Fráncfort sobre geografía complementada con historia. Consideraba que la tierra y los habitantes tenían relaciones y dimensiones que no podían estudiarse de forma separada: el territorio actuaba sobre los habitantes y los habitantes actuaban sobre el territorio. No estaba de acuerdo con la definición simplista de la geografía como descripción de la tierra; por el contrario, indicó que la geografía como ciencia comprendía a la tierra como unidad, así como las explicaciones del planeta en sus características, fenómenos y relaciones. Este autor concibió en los seres humanos cambios determinados por el espacio físico y ambiental; además, consideró a la historia determinada por fines providenciales (Capel, 1981). Al interesarse principalmente por la educación geográfica, creó y publicó mapas principalmente con este fin (Capdevila, 2002b).

La preocupación por el espacio en función de la industrialización implicó avances en el reconocimiento de minerales, nuevas vías terrestres y marítimas, lo que significó, aparte de la división entre geografía e historia, que aparecieran múltiples ramas. Así surgieron disciplinas geográficas ocupadas en temas como las dimensiones terrestres (geodesia), los fenómenos atmosféricos (climatología y la meteorología), cuerpos de agua (oceanografía e hidrología) y la superficie terrestre (geología). En Alemania se vivió un resplandor de la enseñanza de la geografía en las escuelas y en las cátedras universitarias. Este desarrollo interno por la formación pedagógica geográfica trajo consigo una eclosión de editoriales que destacaron la producción de manuales escolares, atlas y todo tipo de cartografías (Capel, 1981). Otras potencias europeas como Francia, Inglaterra e Italia imitaron el avance geográfico alemán, mediante la presentación en Europa de un importante avance cartográfico, al reconocer el territorio nacional y estudiar, a través de viajes exploratorios, los territorios de otros continentes. En un contexto donde los países europeos buscaban la colonización de Asia y África, los Estados proveyeron garantías institucionales para generar progresos cartográficos, geográficos, botánicos, etnográficos, entre otros, lo cual permitió que el poder de las potencias occidentales aumentara (Capel, 1981).

El determinismo de Ritter contribuyó para que los estudiosos del espacio como Richthofen se decantaran por la concepción más causalista de los fenómenos naturales, lo que posibilitaba empíricamente que fueran observados mediante la geografía física. Al precisar el objeto de la geografía se afirmó el carácter científico de su materia de estudio, se le dio preponderancia a la física y a la geometría, mientras que se rechazaron los procesos humanísticos e históricos. Así, Richthofen estudió la geografía con un carácter de geomorfología, y quedó casi como un apéndice de la geología u otras ciencias naturales.

La geografía quedó a la deriva, sin definir un objeto de estudio. Solo a través de Friedrich Ratzel, perteneciente a la escuela alemana, tomó rumbo al preocuparse por las actividades que realizaban los hombres y no solo por el espacio físico. Por lo tanto, la geografía basó su progreso científico en la relación del ser humano con la naturaleza, relación concebida como una ciencia humana (Buzai, 2003). Ratzel desarrolló la antropogeografía mediante la orientación de la geografía hacia las ciencias humanas, lo que llevó una vez más a observar el dualismo que se presentó en esta área del conocimiento procedente de la geografía desde la Antigüedad. La escuela alemana y francesa le dieron una solución coyuntural a este dilema de encontrar una unificación en los estudios geográficos y así orientaron sus estudios hacia la geografía regional y de paisaje (Capel, 1981).

La división en la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea ha permeado los estudios del espacio, ya sea debido al carácter geométrico, matemático, cuantitativo y causalista de los fenómenos que ocurren allí, o por la visión humanista, cualitativa y teleológica de los mismos. La cartografía social podría originarse en la segunda concepción teniendo en cuenta a la geografía humana y su impulso en los paradigmas tradicionales que no posibilitaron que el espacio fuera entendido desde las clases bajas o marginales. La geografía humana concibió la evolución y el cambio histórico de las sociedades en la superficie terrestre donde se desarrollaron los eventos con una razón instrumental y elitista.

Esta visión afectó la cartografía y la geografía decimonónica. Las investigaciones tanto en geografía como en otras ciencias del ser humano fueron apoyadas por la burguesía industrial. A través de su estudio, se consolidaron ideas de región, país, territorio, fronteras nacionales, entre otras, que definieron mapas físicos y políticos en razón de la patria y la consolidación de los Estados-nación. Los estudios de Ratzel fueron fundamentales para la unificación y el expansionismo alemán. La idea de territorio estaba definida en relación directa con la formación del Estado y con el espacio vital para la sociedad. Estos conceptos estudiados por geógrafos alemanes reconocieron el entendimiento de una geopolítica clara y definida contrastada por la geografía francesa. Nates (1999) sintetiza todo el proceso histórico de la siguiente manera:

Se empezó a manejar científicamente el concepto de territorio durante la segunda mitad del siglo XIX, con la creación de la geografía académica, cuyo primer encargo fue típicamente colonial: se trataba de hacer el inventario de los recursos humanos y físicos del territorio controlado por un Estado. Por esta razón, la primera tarea de la geografía moderna fue completar la cartografía de los territorios metropolitanos o coloniales para asegurar al Estado el control de los recursos. Esta situación histórica explica la relación que existe entre 1) un modo de representación del espacio, el mapa; 2) el punto de vista de un actor predominante, el Estado, y 3) la concepción del territorio, extensión areolar definida por el ejercicio de soberanía exclusiva (p. 114-115).