Teología con alma latina

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

La conclusión de Speer es que “la mariolatría es la religión de la tierra porque la Iglesia la ha enseñado como cristianismo verdadero”.31 Speer no fue el único en observar esto. Años después el misionero escocés John A. Mackay iría a describir la situación religiosa de manera similar. Pero esto es adelantarnos a la historia.

La sexta razón que justificaba, según Speer, la presencia protestante en Latinoamérica era que “la Iglesia Católica es tan fuerte pero también tan débil allí”.32 Aunque la iglesia predominante reclama casi total membrecía realmente muy poca gente iba a las misas. Finalmente, “los países suramericanos no deben abandonarse al sistema religioso suramericano ya que es opuesto a la libertad política y a las instituciones populares”.33 Speer basó esta conclusión en los edictos papales y otros documentos católicos que expresaban de forma explícita el sometimiento de las autoridades políticas a las eclesiásticas: “La autoridad temporal debe someterse al poder espiritual. El principio (de libertad de consciencia) es uno que no es, ni nunca ha sido, ni será aprobado por la Iglesia de Cristo”.34

Es sorprendente que, aun conociendo este informe y análisis, los organizadores mantuvieron una actitud irénica. La Comisión VIII reconoció que esa meta era difícil pero no imposible. Cualquier aproximación de los evangélicos sería recibida con “conservadurismo y exclusivismos eclesiásticos, y no infrecuentemente con oposición agresiva.”35 Aun así, se recomendó que teniendo en cuenta las amplias necesidades sociales y religiosas del continente era importante la colaboración entre las diferentes denominaciones incluso con “todos los individuos y grupos, que aunque definan su lealtad con la Iglesia Romana, y que reconozcan estas necesidades están preparados para tomar cualquier paso hacia la cooperación con otros de creencia distinta para traer días mejores”.36

Lo que podemos ver en esta descripción de Speer y en la decisión de la comisión directiva del Congreso es que hicieron lo posible por conocer la situación, y dentro de esas condiciones decidieron actuar de manera que se evitase una confrontación directa con los representantes de la Iglesia Católica Romana. ¿Sería esto por un entendimiento ecuménico de la unidad cristiana? ¿O, tal vez, por la influencia de las resoluciones de Edimburgo? ¿Resultado de un “complejo de superioridad”?37 Lo cierto es que las descripciones religiosas de Speer y las soluciones propuestas echan algo de luz sobre sus presupuestos teológicos. Su interés se mantiene en que los latinoamericanos conozcan el verdadero evangelio para que sus vidas y sus situaciones mejoren. Speer no sólo reconocía que el catolicismo era una religión institucionalizada y organizada, sino que, sobre todo en Latinoamérica, era una cultura. La gente se identificaba como católica aunque no tuviera ningún tipo de fe personal. Entender esto ayudaba a mantener la distancia con la institución católica y daba pautas para definir el mensaje que iba a traer la verdad al continente. Su público no era la institución en sí, sino la gente que, aunque se decía católica. no había conocido realmente la verdad del evangelio.

La Comisión II definió varios puntos importantes para el mensaje evangélico que América Latina necesitaba.38 El predicador evangélico debía mostrar a sus oyentes que su mensaje era la verdadera revelación de Dios, más antigua que el romanismo, y constituyó desde los días de los apóstoles la verdadera sustancia del evangelio salvífico de la gracia divina. También el mensaje debía ser totalmente bíblico para que le quedara claro a la gente que la Biblia era un libro totalmente católico y no meramente un documento evangélico. La Iglesia Romana libremente aceptaba y apelaba a la autoridad de ese Libro como Palabra de Dios, como rezaban los decretos del Concilio de Trento, las enseñanzas de los grandes teólogos católicos e incluso las encíclicas papales contra el modernismo.

El mensaje evangélico se basaba en dos afirmaciones claves. Primero, en que las enseñanzas de Jesús y los apóstoles se preservaron en la Biblia y pueden ser utilizadas por todas las personas que quieran conocer lo esencial para la salvación. Segundo, en que ninguna autoridad puede añadir a lo que Cristo declaró como necesario para la salvación. Además, era importante enfatizar la paternidad de Dios como el corazón del mensaje de Cristo. Eso implicaba que la iglesia era la comunidad de creyentes a quienes se les ha abierto el reino de los cielos. En la iglesia, y a través de ella, la fe en Cristo y el conocimiento de Dios se han pasado de generación en generación. Cada persona puede tratar personal y directamente con Dios.

Pero, sobre todo, en un continente donde el crucifijo era ubicuo, la persona y la obra de Cristo deberían ser el centro del mensaje cristiano. Para América Latina debían definirse cuatro temas cristológicos cruciales. Primero, su divinidad como el Hijo encarnado de Dios haciendo de Él el único objeto de fe y culto. Segundo, en su vida y en su muerte sacrificial, Jesucristo reveló directamente el amor santo de Dios, y en su muerte se realizó una redención completa de nuestros pecados. Es una blasfemia considerar que se necesita que alguien más persuada a Dios para obtener su misericordia. Tercero, Él y únicamente Él es el Cristo resucitado. Por eso, Él es la única cabeza de su iglesia. Aquí la comisión advirtió que por experiencia cualquier ataque directo a la adoración de la Virgen María provoca solamente odio fanático y rechazo del protestantismo. Pero cuando el mensaje de comunión con Dios a través del Redentor y del liderazgo prometido de Cristo se proclama constantemente, se acaba la mariolatría y la adoración de los santos. Cuarto, las enseñanzas de Jesús se presentan como la guía suprema para nuestras vidas. Las debemos aplicar en todas las esferas de la vida, a los problemas industriales, políticos y eclesiásticos, y ser demostradas en el carácter cristiano del que se dice seguidor de Cristo. Así se hace evidente el secreto de la evolución de la humanidad hacia el ideal que se vislumbraba.

El predicador evangélico, sin necesidad de imágenes ni de una lista de santos, invita a sus oyentes a una comunión amorosa, íntima y personal con el Padre y con el Salvador. Las condiciones para dicha comunión son el arrepentimiento del pecado y la fe en el Señor Jesucristo. Esto traería un rompimiento de la tiranía clerical. El meollo del mensaje era el perdón de pecados, la justificación y aceptación directa en la misma presencia de Dios sin necesidad de otros intermediarios.

El tema eclesiástico era clave para un continente con la presencia predominante de una sola iglesia. El predicador protestante debía ser capaz de explicar los diferentes tipos de organización: ortodoxa, romana, luterana, anglicana, presbiteriana, y otras que tenían representantes en Latinoamérica. Era importante mostrar las diferencias como resultado de procesos históricos, culturales y locales de los países donde se desarrollaron esas denominaciones. Pero, sobre todo, el predicador protestante debía enfatizar la unidad evangélica. Incluso se debía tener en cuenta la arquitectura y decoración de los templos protestantes, ya que la gente, acostumbrada a las misas llenas de misterio y simbolismo, rechazaba la simplicidad del culto evangélico. Los templos debían ser hermosos, bien diseñados. Se deberían evitar a toda costa cultos sin preparación, costumbres informales en el púlpito, tonos irreverentes en la oración y sermones improvisados.

En este medio latinoamericano no se debe ahorrar esfuerzo ni recurso en la dirección de la adoración pública para que el edificio y la música, la oración y la predicación, la adoración propuesta, despierten el sentido de la presencia de Dios y se logre ganar al espíritu que anhela el toque de la imaginación, así como la razón y la consciencia, para que se alimenten del pan espiritual ofrecido a su alma.39

Ampliando el tema eclesiológico, en la discusión sobre cómo alcanzar las clases educadas, en su mayoría hostiles a la fe cristiana, la Comisión II describió las iglesias que tendrían un efecto positivo en América Latina como aquellas “donde el cristianismo se presente como el poder de Dios para salvación, donde la piedad evangélica sincera se realice dignamente, donde su efecto sobre el carácter personal y su involucramiento en el servicio social manifiesten su dignidad completa y su autoridad divina”.40 Aquí de nuevo se resalta la unidad como aspecto clave del testimonio y del mensaje. “La unidad en la cual las iglesias están enraizadas es invisible y espiritual, las diferentes ramas divergen, pero el árbol produce el fruto de la vida santa en Dios”. Tal vez más como un anhelo que como una realidad, “el Congreso de Panamá es una prueba brillante del hecho de que las varias divisiones de la iglesia evangélica sienten más amplia y profundamente cada año su inherente unidad. Lo que las une es mucho más grande de lo que las separa”.41

Finalmente, la comisión recomendó que los líderes evangélicos se interesasen profundamente con la relación entre el mensaje cristiano y la vida social de las personas para influir incluso al Estado. Para esto se recordaron los grandes movimientos sociales promovidos por Lutero, Calvino, Juan Knox, entre otros. Cada iglesia cristiana y sus ministros deberían involucrarse en las comunidades donde estaban establecidas. A este aspecto, que llamaron el “evangelio social,” se dedicó toda una sección en los informes finales del congreso.42

 

Anticipando el comienzo de una revolución industrial en América Latina y su efecto en la vida individual y comunitaria, la Comisión II vio la necesidad de combinar el aspecto espiritual del mensaje con su aplicación social.

Con esta nueva forma de entender que la Biblia responde a las nuevas necesidades sociales de la nueva civilización, misioneros y ministros del evangelio en todo lugar están descubriendo que se deben ocupar no sólo de ganar individuos para Cristo, sino de crear una nueva civilización, y de manera sobresaliente ha sido demostrado en todo lugar que el trabajo social es de ayuda para lo uno y esencial para lo otro. Este trabajo, sin embargo, se ha originado a menudo en las desesperantes necesidades creadas por el hambre, inundaciones, pestilencias o pobreza y no tanto en un estudio comprehensivo del problema del bienestar humano y en una percepción de la relación entre el progreso social y la venida del reino de Dios a la tierra. Ahora el tiempo está maduro para asumir el punto de vista amplio de lo que es el esfuerzo misionero y así adaptar los métodos.43

Aparentemente, esta propuesta del “evangelio social” se basaba en una escatología posmilenialista que entendía el concepto bíblico del reino de Dios como “una sociedad salvada aquí en la tierra donde la voluntad de Dios es realizada por los hombres así como por los ángeles”.44 La comisión dejó claro que eso no implicaba una disminución del celo evangelístico, sino que, por el contrario, los dos énfasis iban juntos: “Se necesitan dos cosas para que el mundo se convierta a Cristo. La primera es la verdad cristiana y la otra es el espíritu cristiano… la verdad cristiana sin el espíritu cristiano es tan impotente como un cuerpo humano sin alma… este espíritu es el amor desinteresado”. Sin la demostración pública del espíritu cristiano del amor, la “proclamación llega a ser infructuosa”.45

En las reuniones regionales que el Comité llevó a cabo inmediatamente después del Congreso de Panamá —Lima, Santiago, Buenos Aires, Río de Janeiro, Barranquilla, Habana y San Juan— se aclaró la actitud frente a la Iglesia Católica y se resumió su propuesta teológica de manera sucinta:

Nuestra actitud hacia la Iglesia Católica debe ser doble: (a) aceptación y solidaridad íntima hacia el elemento cristiano; (b) repudio hacia el elemento que consideramos anti-cristiano. Mientras afirmamos las verdades del cristianismo y repudiamos sus errores, declaramos que nuestros propósitos son francamente espirituales y religiosos por una cooperación sincera con todas las ramas de la cristiandad que sostienen y confiesan todas las doctrinas cristianas en su pureza evangélica.

Como herederos del noble movimiento religioso del siglo XVI, nos esforzamos en el seno del cristianismo ser testigos de: (a) la supremacía de la Palabra de Dios sobre las tradiciones humanas; (b) la supremacía de la fe sobre las obras; (c) la supremacía del pueblo de Dios sobre los clérigos.46

En conclusión, el Congreso de Panamá definió en 1916 como temas claves para la predicación evangélica en América Latina, la cristología con énfasis en la soteriología, la eclesiología con mención constante de la unidad y la integración de mensaje con la acción social. Estos temas salieron como conclusiones de los análisis sociales y religiosos de las diferentes comisiones. Se nota un interés en la preparación de los predicadores especialmente en la comprensión del contexto y la correspondiente adaptación del mensaje.

La necesidad de mejor capacitación teológica y de una sana doctrina resultó como una reacción a las recientemente formadas iglesias pentecostales en Chile. El CCLA señaló alarmada las divisiones causadas por “errores y malentendidos, la falta de armonía entre los misioneros, o entre los misioneros y los trabajadores nacionales”. Pero la peor división, para el CCLA, era la de los pentecostales:

En las iglesias protestantes de Chile han aparecido tres movimientos independientes separatistas. En dos casos, los líderes han caído moralmente y por eso fueron obligados a dejar la iglesia. Se llevaron a quienes tenían su confianza. El último caso fue el del así llamado movimiento pentecostal, donde el pastor de una de las iglesias más grandes, un misionero, perdió el balance religioso y se dejó llevar por fanáticos ignorantes y a veces maliciosos. Los primeros dos movimientos duraron poco. El entusiasmo por ser independientes pasó rápido a desánimo e indiferencia total. El movimiento pentecostal arrastró a un gran número de personas sinceras y se ha esparcido a dos tercios del país. Ha sido completamente auto-sostenido y ha captado en sus seis años de existencia un entusiasmo ardiente que lo mantiene vivo. Este movimiento, más que los otros, muestra que hay una necesidad de una más completa instrucción de nuestros miembros en las doctrinas fundamentales del cristianismo y una interpretación mejor establecida de las Escrituras.47

Esta reacción a los pentecostales permaneció sin cambios durante la mayor parte del siglo. Los ideólogos del CCLA nunca se imaginaron que en corto tiempo la mayoría de los evangélicos latinoamericanos se iban a identificar con el movimiento pentecostal.

Montevideo, 1925

El Congreso de Montevideo, en abril de 1925, mantuvo los mismos énfasis e incluyó otros nuevos en respuesta a las condiciones cambiantes en la región. En el aspecto religioso se observaron dos tendencias principales en los nueve años que habían pasado desde Panamá: un espíritu creciente de materialismo opuesto a lo espiritual y un cuestionamiento de todas las tradiciones, principalmente la religiosa. En vista de esos cambios notorios, la Comisión IV tuvo a cargo la tarea de responder a las siguientes preguntas: ¿cuál debe ser nuestro mensaje? y ¿hay ciertos elementos característicos del mensaje cristiano que deberían enfatizarse?48

En primer lugar, la Comisión IV señaló la necesidad de predicar la paternidad de Dios. La idea predominante de Dios era de alguien lejano a quien nadie quería acercarse. El informe de Brasil lo expresaba así:

Existe en la mente de los suramericanos temor y aprensión de castigo, ya que la idea de Dios como un Padre amoroso, listo y dispuesto para ayudar a sus hijos, está ausente de su forma de pensar. La doctrina presente en la mente de los brasileños de la necesidad de mediadores humanos por la imposibilidad de tener una relación personal con Dios, ha destruido la confianza en Dios.49

Esa realidad afectaba también el contenido cristológico del mensaje. Si bien era importante predicar la divinidad de Jesús, esto debía ir acompañado de un énfasis en su humanidad. La primera podría hacer que la gente se apartara de Él por temor. Pero su humanidad podría ayudar a que la gente sintiera que Él la entiende, que Él la cuida, que Él es accesible y que, por lo tanto, no hay necesidad de otros mediadores para llegar a Él. El informe de la Comisión XI lo expresó así:

El Jesús de la tragedia, el “Cristo español”, debe ser suplementado por esa Persona poderosa que ardió de indignación confrontado por el engaño y la opresión organizados que se amparaban bajo un ropaje religioso. Además, se debe enfatizar también la ternura infinita de Jesús hacia los pecadores, débiles y desamparados. En una palabra, creemos que en Suramérica la figura de Cristo que se debe presentar más constantemente y con ganas es en la que él parece en estrecha relación con el pecado. Que se enfatice como el Juez severo del mal, como el Amigo misericordioso de pecadores desesperados, como el Salvador divino cuyo paso por el tiempo tuvo una importancia redentora y cuya existencia infinita como el Señor exaltado garantiza la victoria de la justicia en la tierra.50

Un tema que no apareció de forma explícita en Panamá fue la hamartiología o doctrina del pecado. En Montevideo se dejó claro que el pecado individual y social debería ser un elemento central en la predicación evangélica: “su universalidad, su estupidez, su asquerosidad, su naturaleza dañina” y “la redención a través de la muerte y resurrección de nuestro Señor”. Esto debería contrastarse con el sistema penal y sacramental de la Iglesia Romana. Un corolario de la predicación bíblica sobre el pecado era que se debía dejar claro que la salvación se encuentra únicamente por la fe en Cristo y no por las buenas obras. “Ésta es una de las diferencias antiguas del protestantismo con la enseñanza Católica y que dio origen al Protestantismo. Esta se mantiene como una de las características cardinales de la predicación evangélica, sin devaluar las obras prácticas, sino considerándolas solamente como frutos, y no como raíces de la verdadera vida cristiana”.51 La Comisión XI amplió el tema diciendo:

Pecado como una abstracción teológica o una omisión ceremonial debe dar paso a pecado como una infracción personal de una justa ley eterna… Se debe mostrar que el mal, en todas sus expresiones, está en oposición eterna a la voluntad de un Dios santo y amoroso. El significado de santidad, tanto divina como humana, se debe interpretar en un lenguaje que la gente pueda entender… En una palabra, las Escrituras y la literatura, el arte y la ciencia, deben vocalizar en los países suramericanos la distinción eterna entre el bien y el mal y la conexión eterna entre pecado y sufrimiento.52

También se recomendó un énfasis más pragmático en lugar de la predicación de dogmas. Aunque el informe aclaró que no hubo consenso total en este punto, la mayoría de los participantes mencionó que el mensaje debería concentrarse más en los aspectos prácticos de la vida cristiana que en doctrina. “Al final, el dogma ha perdido su encanto. Incluso la gente ignorante no toma más en serio la enseñanza de la iglesia. No es que no crea en la religión, sino que no cree en los dogmas que la cubren. En esto, debo decir que los protestantes son tan dogmáticos como los católicos”. Queda claro que aquí también se tenía en mente el contexto predominantemente católico, donde no había conexión entre los rituales eclesiásticos y la vida diaria de la gente. Sin embargo, eso no implicaba el abandono completo del dogma; únicamente se debía mantener un balance con la ética. “Dondequiera que se deba enfatizar la doctrina, se debe acompañar de una insistencia en los frutos prácticos de una vida santa”.53

La aplicación social del mensaje evangélico se reitera en Montevideo, aunque no estaba claro cómo se debía llevar a cabo. Los informes de los participantes dejaron a los organizadores con la pregunta de si realmente se entendían las implicaciones amplias del aspecto social del evangelio. Se reconoció que de alguna forma se estaba practicando el mensaje social a través de trabajo médico, así como mediante hospedajes estudiantiles, instituciones educativas, actividades eclesiásticas y creyentes que combatían males sociales como el alcoholismo y la prostitución. Pero se esperaba más. ¿Qué era el evangelio social? “Es declarar que la relación de cada hombre en todo ámbito de la vida humana debe organizarse de acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo y que a través de su Espíritu, quien trabaja en vidas redimidas y transformadas, es posible lograrlo”.54 La vida humana tiene un espectro amplio de relaciones y en todas se debe participar con el evangelio. Por ejemplo, las relaciones industriales, raciales, comerciales, gubernamentales e internacionales. La comisión se preguntaba,

¿Tiene el cristianismo evangélico organizado en Suramérica algo que decir en estos importantes temas? ¿Tiene algún mensaje para el patrón y su relación con sus empleados? ¿Tiene algo que decir sobre la ganancia que un hombre puede legítimamente obtener de su negocio? ¿Tiene la iglesia algún mensaje sobre el derecho de la clase trabajadora a una porción mayor de los frutos de la producción? ¿Tiene algo que decir sobre cuántas horas semanales debería un empleado trabajar, o cuántas horas diarias? ¿Debería la iglesia decir algo sobre la edad en la que los menores de edad salen de sus hogares para entrar al mundo industrial? ¿Tiene el cristianismo evangélico algo que decir sobre el sistema de peón de moda en tantos países Latinoamericanos? ¿Tiene algo que decir a la explotación de los recursos naturales por unos pocos mientras la gran mayoría de la población vive en la miseria? ¿Tiene algo que decir sobre las condiciones de vivienda en nuestras grandes ciudades y en el campo? ¿Tiene el cristianismo evangélico alguna palabra sobre la salud y las condiciones sanitarias de las ciudades y el campo? ¿Tiene alguna convicción sobre la provisión para las madres, los huérfanos y ancianos más allá de un orfanato ocasional o un hogar de ancianos donde se pueda atender a algunas personas de vez en cuando?

 

A lo largo de toda la historia del movimiento sindical organizado, sus miembros parece que piensan que la iglesia es una organización capitalista, dominada por intereses capitalistas, que buscan, a través de la iglesia mantener sumisos a los sectores menos favorecidos de la sociedad. ¿Tiene el cristianismo evangélico en América Latina algo para contradecir esta opinión? ¿Han mostrado sus líderes de alguna manera especial ser amigos de los grupos explotados en la vida nacional?55

Éstas y otras preguntas similares proponían una agenda de compromiso social para la iglesia evangélica latinoamericana. La Comisión IV reconoció que tal vez la influencia de los evangélicos no era notoria debido a la poca membrecía. Pero eso no debería ser una excusa para no participar socialmente. Aunque fuera una voz débil, era mejor hablar que quedarse callados. El aspecto social del evangelio no era para los organizadores del congreso un apéndice, sino más bien la aplicación práctica de las enseñanzas de Jesús. Era parte integral de su teología en general y su cristología en particular.56

Interesantemente, dentro del tema del mensaje evangélico, la Comisión IV incluyó la misión al mundo desde la iglesia latinoamericana. Se mencionó que ya se habían formado varias sociedades misioneras nacionales. Por ejemplo, de Argentina se enviaron misioneros a España, y de Brasil a Portugal. La iglesia brasileña apoyaba financieramente a un obrero japonés para trabajar con los colonos nipones al sur del país. Hubo intercambio de obreros entre varios países. El reverendo español Agustín Arenales recorrió América Latina y levantó una ofrenda considerable para ayudar a la evangelización en su país. Hubo desde el comienzo un despertar de la conciencia misionera en Latinoamérica.

La necesidad de mejor capacitación de los predicadores, que en Panamá se había mencionado brevemente, se describió como “el mayor problema que enfrenta el Congreso de Montevideo”.57 Esta afirmación se basaba en la observación de que el púlpito seguía siendo la estrategia más utilizada y eficaz para la evangelización. Había recursos financieros suficientes, personal involucrado y metodologías que estaban produciendo resultados, pero todo eso se veía comprometido sin predicadores bien preparados para la tarea. Al comienzo, mientras el mensaje era nuevo, ministros con poca instrucción hicieron un buen trabajo, pero la situación estaba cambiando.

Para la mayoría de los latinoamericanos la pregunta ya no es ¿qué enseña la Biblia sobre este o ese asunto? sino ¿cómo puede un hombre educado, al día con las ciencias modernas, aún creer que lo que un oriental dijo 2000 años atrás hace alguna diferencia hoy? La pregunta ya no es ¿cuál es la voluntad de Dios? Dios, para la mayoría de los latinoamericanos educados, y miles sin educación, simplemente no existe. Y si lo hace, es solamente en poesía y en la imaginación de los que se ganan la vida promocionando esa falsedad.58

Además de la capacitación teológica y homilética se recomendó que el predicador tuviera mejor preparación espiritual y un estudio más profundo de las necesidades y problemas de la gente. Esto era urgente, ya que las iglesias luchaban por mantener los resultados logrados en la evangelización. La gente, especialmente los jóvenes, que estaban aceptando el mensaje no se hacían miembros de las iglesias ni se quedaban lo suficiente para experimentar un crecimiento espiritual significativo. Para esto, era importante desarrollar instituciones de enseñanza ministerial y teológica de alto nivel, algo que recién comenzaba a desarrollarse.

Queda la interrogante de si los líderes latinoamericanos presentes en Panamá y Montevideo lograron convencer a sus colegas que adoptaran esta propuesta teológica y estratégica. O, dicho de otra forma, ¿por qué la mayoría de las iglesias evangélicas latinoamericanas se desarrollaron tan diferentemente a lo descrito en los informes de estos congresos? No hay duda de que el modelo que predominó fue otro. Puede ser que, a pesar del análisis minucioso de las condiciones latinoamericanas, no se lograron los resultados esperados en alcanzar a la clase educada. Lo que se ve después de Montevideo es que, con pocas excepciones, los que respondieron positivamente al mensaje eran personas de las clases trabajadoras. Tal vez la agenda social era muy grande para que una iglesia todavía en pañales la pudiera llevar a cabo. O hubo otros factores importantes externos. Quizá revisar las conclusiones del congreso en La Habana en 1929 nos ayude a entender mejor esto. Además, habría que analizar otras propuestas contemporáneas.

La Habana, 1929

El presidente del congreso en la Habana fue el periodista mexicano Gonzalo Báez Camargo, quien, en su análisis del congreso, enumera varios factores que actuaban en contra de los planes expansionistas protestantes, comenzando con la sospecha generalizada de que los protestantes eran agentes políticos norteamericanos.

El recelo y la desconfianza muy justificados con que nuestros pueblos observan las maniobras políticas e internacionales de la nación norteña, nos alcanzan, nos envuelven y nos afrentan a nosotros, los protestantes hispanoamericanos, aunque seamos tan opuestos a la política hasta aquí desarrollada por los Estados Unidos en el resto del continente, como lo son nuestros hermanos de sangre. Los que han empujado al Gobierno de los Estados Unidos a escribir páginas humillantes de política internacional en la historia de sus relaciones con América Latina, no se imaginarán jamás, de qué manera tan injusta pero tan explicable han entorpecido la evangelización de nuestros pueblos.59

Aunque estas observaciones eran también conocidas por algunos misioneros, queda la pregunta de si era posible deshacerse de ese estigma. Samuel Guy Inman había expresado de forma explícita los problemas de la influencia de las políticas norteamericanas en el trabajo misionero:

Sería absurdo no reconocer el obstáculo a la obra misionera extranjera en América Latina creado por las políticas reales o supuestas de los Estados Unidos hacia su vecino sureño. Los hechos son en sí mismos vergonzosos, con o sin explicación. La toma de Panamá por el presidente Roosevelt, el embargo de la aduana de Santo Domingo para asegurar las deudas de los acreedores extranjeros, la ocupación real de Santo Domingo por las tropas estadounidenses, la conquista práctica de Haití por los marines de los Estados Unidos, la toma de Veracruz por la fuerza naval de Estados Unidos en 1914, la expedición punitiva en México bajo el general Pershing en 1916.60

En Montevideo se había propuesto una respuesta tripartita a este asunto: evitar asociar el movimiento evangélico con el Panamericanismo como política norteamericana, que los misioneros no se metan en asuntos políticos locales y el traspaso urgente del trabajo a los nacionales.61 Pero parece que había razones suficientes para que la gente tuviera esa percepción. Si un norteamericano visitara América Latina, según Inman, iría a encontrar diferencias en la cultura general, excepto en las iglesias evangélicas.

Si él visitara su iglesia y hablara con un ministro protestante, observara la obra protestante tanto privada como pública, va a encontrar que mayormente es una copia del protestantismo que ya conoce en su país. Los templos serían o más grandes o más pequeños, más o menos adornados, pero copias de lo que ya conoce en Norte América. La predicación con más o menos elocuencia, mayor o menor conocimiento del texto, pero sería una copia de la teología que ya conoce, un duplicado de lo que ha escuchado antes. Incluso los ademanes de los oradores, las citas de los predicadores le van a mostrar que ellos prefieren obras traducidas; que sus maestros y profesores son protestantes que vivieron años atrás o aquellos populares en las frías tierras norteñas. Raramente encontraría alguna diferencia u originalidad para mostrar que el protestantismo no es una planta exótica sino nativa a los hispanohablantes y parte de su civilización y cultura. Él notaría esto más intensamente si pusiera atención a la literatura, estudiara los himnos, la forma del culto y la organización de la iglesia. En este medio tan original en su música, en su himnología y su literatura, encontraría nada más que imitaciones de los himnos en inglés, muchas veces mal traducidos, con melodías inglesas, no siempre adaptadas al delicado oído de la gente, con ceremonias y manifestaciones religiosas ya arcaicas en Norte América pero que constituyen la liturgia y ceremonias de las iglesias de habla hispana del momento.62