Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

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En cuanto a las heridas de arma blanca, alguien sugirió que el patrón de las mismas no era distinto del de las causadas por una bayoneta. En el informe oficial los inspectores dieron un paso más al concluir que «el arma blanca que ocasionó las heridas fue probablemente una bayoneta». Lo cual no solo eliminó varias posibilidades más, sino también dio por sentado que solo se había utilizado un arma blanca.

La profundidad de las heridas (muchas de más de doce centímetros), el tamaño (entre 2,5 y 3,8 centímetros) y el grosor (de 0,3 a 0,6 centímetros) descartaban que fuera un cuchillo de cocina o una navaja corriente.

Por casualidad, las dos únicas armas blancas que encontraron en la casa fueron precisamente un cuchillo de cocina y una navaja.

Hallaron un cuchillo de carne en el fregadero de la cocina. Granado obtuvo una reacción positiva de bencidina, que indicaba que había sangre, pero negativa de Ouchterlony, lo cual implicaba que era sangre animal, no humana. Boen lo espolvoreó en busca de huellas, pero solo consiguió crestas fragmentarias. Después la Sra. Chapman identificó el cuchillo, era uno que formaba parte de un juego de cuchillos de carne que pertenecía a los Polanski, y localizó todos los demás en un cajón. Pero incluso antes de eso, la policía lo había eliminado por las dimensiones, sobre todo por la finura. Los apuñalamientos fueron tan feroces que una hoja así se habría partido.

Granado encontró la segunda arma blanca en el salón, a menos de un metro del cadáver de Sharon Tate. Estaba metida detrás del cojín de una de las butacas, y la hoja sobresalía. Era una navaja de muelle de la marca Buck, con una hoja cuya anchura no llegaba a los dos centímetros, de 9,6 centímetros de largo. Era demasiado pequeña para causar la mayor parte de las heridas. Al observar una mancha en la parte de la hoja, Granado la analizó para ver si era sangre: negativo. Girt la espolvoreó en busca de huellas: una mancha ilegible.

La Sra. Chapman ni siquiera recordaba haber visto aquella navaja en particular. Eso, sumado al hecho de que la encontraran en un sitio extraño, indicaba que podían habérsela dejado la o las personas que habían cometido los asesinatos.

En la literatura, a menudo se compara el lugar del crimen con un rompecabezas. Si uno tiene paciencia y persevera, al final todas las piezas encajan.

Los agentes veteranos saben que no es así. Una analogía mucho mejor sería la de dos rompecabezas, o tres, o más, ninguno de los cuales está completo en sí mismo. Incluso después de que aparezca una solución —si es que aparece— quedan piezas sueltas, pruebas que no encajan, sin más. Y siempre faltan algunas piezas.

Estaba la bandera de Estados Unidos, cuya presencia añadía un toque estrafalario más a un lugar del crimen que ya era horriblemente macabro. Las posibilidades que sugería abarcaban desde un extremo del espectro político al otro… hasta que Winifred Chapman dijo a la policía que llevaba varias semanas en el domicilio.

Algunas pruebas se eliminaron muy pronto. Estaban las letras escritas con sangre de la puerta principal. Durante los últimos años la palabra «cerdo20» había adquirido un significado nuevo, de sobra conocido por la policía. ¿Pero qué significaba escrita ahí en letra de imprenta?

Estaba la cuerda. La Sra. Chapman declaró de manera rotunda que jamás había visto una cuerda así en la finca. ¿La habían traído la persona o las personas que habían cometido los asesinatos? En tal caso, ¿por qué?

¿Qué relevancia tenía el hecho de que las dos víctimas atadas con la cuerda, Sharon Tate y Jay Sebring, fueran antiguos novios? ¿Acaso era «antiguos» la palabra correcta? ¿Qué hacía allí Sebring, estando Polanski fuera? Era una pregunta que también se harían muchos periódicos.

Las gafas con montura de carey —que dieron negativo tanto en huellas como en sangre—, ¿pertenecían a una víctima, a un asesino, o a alguien que no tenía nada que ver con los crímenes? ¿O bien —a cada pregunta las posibilidades se multiplicaban— las habían dejado allí como pista falsa?

Los dos baúles de la entrada. La criada dijo que no estaban allí cuando ella se fue a las cuatro y media de la tarde el día anterior. ¿Quién los entregó, y cuándo? ¿Vio algo la persona que los entregó?

¿Por qué la o las personas que cometieron los asesinatos iban a tomarse la molestia de cortar y quitar una tela mosquitera cuando había otras ventanas, las de la habitación recién pintada que iba a ser la del hijo no nacido aún de los Polanski, abiertas y sin tela mosquitera?

Inidentificado 85, el joven del Rambler. Chapman, Garretson y Tennant no habían podido identificarlo. ¿Quién era y qué hacía en el 10050 de Cielo Drive? ¿Había presenciado los otros asesinatos, o había sido asesinado antes de que se produjeran? Si había sido asesinado antes, ¿no habrían oído los demás los disparos? En el asiento de al lado había un radiodespertador Sony AM-FM Digimatic. La hora a la que se había parado era las doce y cuarto de la noche. ¿Una coincidencia o era relevante?

En cuanto a la hora de los asesinatos, las declaraciones de los que habían oído disparos y otros sonidos abarcaban desde poco después de la medianoche hasta las cuatro y diez de la mañana.

No todas las pruebas eran inconcluyentes. Algunas piezas encajaban. No se encontraron casquillos de bala en ninguna parte de la propiedad, lo que indicaba que el arma era probablemente un revólver, que no expulsa los casquillos usados, a diferencia de una automática.

Juntos, los tres pedazos de madera negra formaban la parte derecha de una empuñadura. Por lo tanto, la policía supo que el arma que buscaba era probablemente un revólver del calibre veintidós al que le faltaba el lado derecho de la empuñadura. A partir de los trozos a lo mejor se podía determinar tanto la marca como el modelo. Aunque había sangre humana en los tres pedazos, solo uno tenía la suficiente para ser analizada. El resultado dio O-MN. De las cinco víctimas, solo Sebring era O-MN, lo que indicaba que la culata del revólver pudo haber sido el objeto contundente utilizado para golpearle la cara.

Las letras de sangre de la puerta principal dieron O-M. De nuevo, solo una de las víctimas era de ese grupo y subgrupo. La palabra PIG se había escrito con la sangre de Sharon Tate.

Había cuatro vehículos en la entrada de la propiedad, pero no estaba uno que debería estar, el Ferrari rojo de Sharon Tate. Era posible que la o las personas que habían cometido los asesinatos hubieran utilizado el deportivo para escapar, y se difundió un aviso de búsqueda para dar con él.

Mucho después de que se llevaran los cadáveres, los inspectores seguían en el lugar de los hechos, en busca de patrones coherentes.

Encontraron varios que parecían relevantes.

No había indicios de que hubieran revuelto el domicilio o robado. McGann encontró la cartera de Sebring en su chaqueta, que estaba colgada encima del respaldo de una silla del salón. Contenía ochenta dólares. Inidentificado 85 tenía nueve dólares en la cartera, Frykowski dos dólares y cuarenta y cuatro centavos en la cartera y en los bolsillos de los pantalones, Folger nueve dólares con sesenta y cuatro centavos en el monedero. En la mesilla de noche al lado de la cama de Sharon Tate, a plena vista, había un billete de diez, otro de cinco y tres de un dólar. No se habían llevado artículos que eran evidentemente caros: un magnetoscopio, televisores, un equipo estereofónico, el reloj de pulsera de Sebring, el Porsche. Varios días después la policía llevaría a Winifred Chapman otra vez al 10050 de Cielo Drive para ver si podía determinar la falta de algo. El único objeto que no pudo ubicar fue un trípode de cámara, que habían guardado en el armario del vestíbulo. Aquellos cinco asesinatos increíblemente salvajes no se habían cometido, como era evidente, por un trípode de cámara. Con toda probabilidad se lo habían prestado a alguien o se había perdido.

Aunque todo esto no eliminó al cien por cien la posibilidad de que los asesinatos se hubieran producido durante un robo en el domicilio, donde las víctimas hubieran sorprendido al o a los ladrones con las manos en la masa, desde luego la puso muy al final de la lista.

Otros hallazgos ofrecieron una orientación mucho más probable.

Se encontró un gramo de cocaína en el Porsche de Sebring, además de 6,6 gramos de marihuana y una «chicharra» de cinco centímetros, que es en argot un cigarrillo de marihuana que no se ha terminado de fumar.

Había 6,9 gramos de marihuana en una bolsa de plástico en un armario del salón de la vivienda principal. En la mesilla de noche del dormitorio utilizado por Frykowski y Folger había treinta gramos de hachís, además de diez pastillas que, una vez analizadas, resultaron ser una droga relativamente nueva llamada MDA. También había restos de marihuana en el cenicero de la mesilla al lado de la cama de Sharon Tate, un cigarrillo de marihuana en el escritorio al lado de la puerta principal21 y dos más en la casa de los invitados.

¿Estaban en medio de una fiesta con drogas y uno de los participantes tuvo un «mal viaje» y asesinó a todo el mundo? La policía puso esta hipótesis a la cabeza de la lista de posibles razones de los asesinatos, aunque era perfectamente consciente de que tenía varios puntos débiles, sobre todo la suposición de que hubo un solo asesino que empuñó un arma en una mano y una bayoneta en la otra, al tiempo que llevaba trece metros de cuerda, todo lo cual daba convenientemente la casualidad de que había traído consigo. Además estaban los cables. Si los habían cortado antes de los asesinatos, eso indicaba que había habido premeditación, que no se trataba de un estallido de violencia espontáneo. Si había ocurrido después, ¿por qué?

 

¿O bien los asesinatos podían ser el resultado de un timo relacionado con las drogas, y la o las personas que habían cometido los asesinatos habrían llegado para hacer una entrega o comprar, y entonces una disputa por el dinero o la mala calidad de las drogas habría estallado en violencia? Esta era la segunda, y en muchos aspectos la más probable de las cinco teorías que los inspectores incluirían en el primer informe de la investigación.

La tercera teoría era una variante de la segunda: la o las personas que habían cometido los asesinatos habrían decidido quedarse con el dinero y con las drogas.

La cuarta era la teoría del robo en el domicilio.

La quinta, que se trataba de «muertes por encargo», y la o las personas que habían cometido los asesinatos habrían sido envidadas a la casa para eliminar a una o varias de las víctimas, y luego, a fin de evitar una identificación, habrían encontrado necesario matar a todos. ¿Pero acaso un sicario escogería como una de sus armas algo tan grande, tan llamativo y tan pesado y difícil de manejar como una bayoneta? ¿Y seguiría acuchillando una y otra y otra vez en un arrebato de locura, como se había hecho de forma tan palmaria en este caso?

Las teorías de las drogas eran las que más sentido parecían tener. En la ulterior investigación, cuando la policía habló con los conocidos de las víctimas, y los hábitos y los estilos de vida de las mismas empezaron a verse con más claridad, la posibilidad de que las drogas estuvieran de alguna manera relacionadas con el móvil se convirtió en la mente de algunos en una certeza tal que cuando les daban una pista que podía haber resuelto el caso se negaban a tenerla en cuenta siquiera.

La policía no era la única en pensar en drogas.

Al enterarse de las muertes, el actor Steve McQueen, amigo desde hacía mucho tiempo de Jay Sebring, propuso que se deshicieran de los estupefacientes de la casa del estilista para proteger a su familia y su negocio. Aunque McQueen no participó propiamente en la «limpieza de la casa», para cuando se presentó el LAPD a registrar el domicilio de Sebring ya se habían desecho de todo lo que fuera incómodo.

A otros les entró una paranoia instantánea. Nadie estaba seguro de a quién interrogaría la policía, o cuándo. Una figura sin identificar del mundo del cine dijo a un periodista de Life: «Están tirando de la cadena de los baños por todo Beverly Hills. El alcantarillado entero de Los Ángeles está colocado».

ESTRELLA DE CINE Y CUATRO PERSONAS MÁS MUERTAS EN UNA ORGÍA DE SANGRE

SHARON TATE VÍCTIMA

EN UNOS ASESINATOS «RITUALES»

Los titulares acapararon las portadas de los periódicos de la tarde, se convirtieron en la gran noticia de la radio y de la televisión. Lo estrambótico de los crímenes, el número de víctimas y la prominencia de las mismas —una guapísima estrella de cine, la heredera de un emporio del café, su novio mujeriego de la jet set, que era un estilista conocido a nivel internacional— se combinarían para que este acabara siendo el caso de asesinato más divulgado de la historia, con la sola excepción del magnicidio del presidente John F. Kennedy. Hasta el serio New York Times, que muy pocas veces informa sobre crímenes en portada, lo hizo al día siguiente, y muchos días posteriores.

Aquel día y el siguiente, los reportajes destacaron por la cantidad inusual de detalles que contenían. Se había dado a conocer tanta información, de hecho, que los inspectores tendrían dificultades para encontrar «claves de polígrafo» a fin de interrogar a sospechosos.

En cualquier homicidio, la práctica estandarizada es no revelar cierta información que se supone que solo conoce la policía y el o los asesinos. Si un sospechoso confiesa o acepta pasar una prueba del polígrafo, esas claves pueden utilizarse entonces para determinar si dice la verdad.

Debido a las numerosas filtraciones, los inspectores asignados al «caso Tate», como llamaba ya la prensa a los asesinatos, solo pudieron encontrar cinco. Una, que el arma blanca utilizada fue probablemente una bayoneta. Dos, que la pistola fue probablemente un revólver del calibre veintidós. Tres, las dimensiones exactas de la cuerda, además de la manera como estaba enrollada y atada. Y cuatro y cinco, que se habían hallado un par de gafas con montura de carey y una navaja Buck.

La cantidad de información hecha pública de forma no oficial molestó tanto a los mandamases del LAPD que se impuso una restricción rigurosa a ulteriores revelaciones. Eso no gustó a los periodistas; además, a falta de noticias concretas, muchos recurrieron a las conjeturas y las especulaciones. Los días posteriores se publicó una cantidad monumental de informaciones falsas. Se divulgó mucho, por ejemplo, que el hijo que todavía no había nacido de Sharon Tate había sido arrancado del útero; que le habían cortado uno o los dos pechos; que varias víctimas habían sufrido mutilaciones sexuales. La toalla sobre la cara de Sebring se convirtió en una capucha blanca (¿KKK?) o en una capucha negra (¿satanistas?), dependiendo del periódico o revista que uno leyera.

Sin embargo, cuando se trataba del hombre acusado de los asesinatos, escaseaba la información. Al principio se suponía que la policía mantenía el silencio para proteger los derechos de Garretson. También, que el LAPD tenía que tener pruebas sólidas contra él o de lo contrario no lo habría detenido.

Un periódico de Pasadena, cogiendo informaciones de aquí y de allá, trató de aportar lo que faltaba. Aseguró que cuando los agentes encontraron a Garretson, este preguntó: «¿Cuándo vendrán a verme los inspectores?». Lo que esto implicaba era evidente: Garretson sabía qué había pasado. Garretson preguntó en efecto aquello, pero fue cuando lo conducían a través de la verja, mucho después de la detención, y la pregunta la hizo en respuesta a un comentario anterior de DeRosa. Citando a un policía sin identificar, el periódico también apuntó: «Dijeron que el delgado joven tenía un desgarrón en una rodilla del pantalón, y sus dependencias, en la casa de los invitados, mostraban signos de forcejeo». Pruebas condenatorias, a menos que uno supiera que todo eso ocurrió durante, y no antes de la detención de Garretson.

Durante los primeros días, un total de cuarenta y tres agentes acudirían al lugar de los crímenes en busca de armas y otras pruebas. Al registrar el desván de encima del salón, el sargento Mike McGann encontró una lata de película que contenía un rollo de cinta de vídeo. El sargento Ed Henderson la llevó a la Academia de Policía, que tenía instalaciones para proyectar. La película mostraba a Sharon y a Roman Polanski haciendo el amor. Con cierta delicadeza, la cinta no se registró como prueba, sino que fue devuelta al desván donde había sido encontrada22.

Además de registrar la finca, los inspectores hablaron con los vecinos y les preguntaron si habían visto a personas extrañas por la zona.

Ray Asin recordó que dos o tres meses antes había habido una gran fiesta en el 10050 de Cielo Drive, y que los invitados habían llegado «con atuendo hippy». No obstante, le dio la impresión de que en realidad no eran hippies, porque la mayoría llegó en Rolls-Royces y Cadillacs.

Emmett Steele, al que habían despertado los ladridos de sus perros de caza la noche anterior, recordó que las últimas semanas alguien había subido y bajado a toda velocidad con un bugui por las colinas, bien entrada la noche, pero no llegó a ver de cerca al conductor y los pasajeros.

Sin embargo, la mayoría de las personas con las que hablaron afirmó que no había visto ni oído nada fuera de lo normal.

Los inspectores se quedaron con muchas más preguntas que respuestas. No obstante, tenían la esperanza de que una persona pudiera resolverles el rompecabezas: William Garretson.

Los inspectores del centro eran menos optimistas. Después de la detención, el joven de diecinueve años fue trasladado a la prisión del oeste de Los Ángeles e interrogado. Los agentes encontraron que sus respuestas eran «atontadas y no atingentes», y opinaron que estaba bajo el efecto residual de alguna droga. También era posible, como sostenía el propio Garretson, que hubiera dormido poco la noche anterior, solo unas horas por la mañana, y que estuviera agotado, y muy asustado.

Al poco de esto, Garretson contrató los servicios del abogado Barry Tarlow. Tuvo lugar un segundo interrogatorio en presencia de Tarlow en Parker Center, la sede del Departamento de Policía de Los Ángeles. Para la policía, también resultó infructuoso. Garretson aseguró que aunque vivía en la propiedad, tenía poco contacto con la gente de la vivienda principal. Dijo que solo recibió una visita la noche anterior, un chico llamado Steve Parent, que apareció en torno a las once y cuarenta y cinco y se fue alrededor de media hora después. Cuando le preguntaron acerca de Parent, Garretson dijo que no lo conocía bien. Hizo dedo subiendo el cañón con él una noche un par de semanas antes y, al salir del coche delante de la verja, le preguntó a Steve si estaba en el barrio para que se pasara a verlo. Garretson, que vivía solo en la casa de la parte de atrás, con la única compañía de los perros, dijo que había hecho invitaciones parecidas a otras personas. Cuando apareció Steve, Garretson se sorprendió: era el primero en hacerlo. Pero Steve no se quedó mucho tiempo, y se marchó al saber que Garretson no estaba interesado en comprar un radiodespertador que le quería vender.

En ese momento la policía no relacionó la visita de Garretson con el joven del Rambler, posiblemente porque Garretson había sido incapaz de identificarlo antes.

Después de consultarlo con Tarlow, Garretson aceptó pasar una prueba del polígrafo, que se fijó para la tarde del día siguiente.

Habían pasado doce horas desde el descubrimiento de los cadáveres. Inidentificado 85 seguía sin ser identificado.

El teniente de la policía Robert Madlock, que había estado a cargo de la investigación unas cuantas horas antes de que fuera asignada a homicidios, declararía después: «Cuando encontramos el coche [de la víctima] en el lugar de los hechos, íbamos en catorce direcciones a la vez. Había que hacer muchísimas cosas, supongo que no tuvimos tiempo para asegurarnos de registrarlo bien».

Wilfred y Juanita Parent pasaron el día esperando y preocupados. Steven, su hijo de dieciocho años, no había vuelto a casa la noche anterior. «No llamó por teléfono, no dejó un mensaje. Jamás había hecho una cosa así antes», dijo Juanita Parent.

Alrededor de las ocho de la tarde, consciente de que su esposa estaba demasiado angustiada para hacer la cena, Wilfred la llevó a ella y a los otros tres hijos a un restaurante. «A lo mejor cuando volvamos ya estará Steve en casa», le dijo a su mujer.

Desde fuera de la verja del 10050 de Cielo era posible distinguir la matrícula del Rambler blanco: ZLR 694. Un periodista la anotó y luego hizo una comprobación por su cuenta a través del Departamento de Vehículos de Motor, gracias a la cual se enteró de que el propietario registrado era «Wilfred E. o Juanita D. Parent, 11214 de Bryant Drive, El Monte, California».

Cuando llegó a El Monte, un barrio de las afueras de Los Ángeles, a unos cuarenta kilómetros de Cielo Drive, no encontró a nadie en casa. Tras preguntar a los vecinos, se enteró de que la familia tenía efectivamente un chico de casi veinte años, y también del nombre del párroco de la familia, el padre Robert Byrne, de la Iglesia de la Natividad, y pasó a verlo. Byrne conocía bien al joven y a su familia. Aunque el sacerdote estaba seguro de que Steve no conocía a ninguna estrella de cine y de que todo aquello era un error, aceptó acompañar al periodista hasta el depósito de cadáveres del condado. De camino habló de Steve. Era un «loco» de los equipos estereofónicos, dijo el padre Byrne. Si querías saber lo que fuera sobre tocadiscos o radios, Steve tenía la respuesta. El padre Byrne tenía grandes esperanzas puestas en su futuro.

Mientras tanto, el LAPD descubrió la identidad del joven gracias a una huella y a la comprobación del carnet de conducir. Poco después de que los Parent regresaran a casa, un policía de El Monte apareció en la puerta, entregó a Wilfred Parent una tarjeta con un número de teléfono y le dijo que llamara. Se fue sin decir nada más.

Parent marcó el número.

—Oficina Forense del condado —respondió un hombre.

Confundido, Parent se identificó y explicó lo del policía y la tarjeta.

La llamada fue transferida a un ayudante del coroner, que le dijo:

—Al parecer su hijo se ha visto involucrado en un tiroteo.

 

—¿Está muerto? —preguntó Parent helado. Su mujer, al oír la pregunta, se puso histérica.

—Tenemos aquí un cadáver —contestó el ayudante del coroner—, y creemos que es su hijo.

Luego pasó a describir los rasgos físicos. Coincidían.

Parent colgó el teléfono y empezó a sollozar. Después, comprensiblemente amargado, comentaría: «Solo puedo decir que ha sido una manera lamentable de comunicar a una persona que su hijo ha muerto».

Hacia la misma hora, el padre Byrne examinó el cadáver e hizo la identificación. Inidentificado 85 pasó a ser Steven Earl Parent, un entusiasta de los equipos de alta fidelidad de El Monte.

Habían dado las cinco de la mañana cuando los Parent se fueron a la cama. «Mi mujer y yo finalmente metimos a los niños en la cama con nosotros y los cinco nos aferramos los unos a los otros y lloramos hasta dormirnos.»

En torno a las nueve de la noche de ese mismo sábado 9 de agosto de 1969, Leno, Rosemary LaBianca y Susan Struthers, la hija de Rosemary fruto de un matrimonio anterior, de veintiún años, abandonaron el lago Isabella para emprender un largo viaje en coche de vuelta a Los Ángeles. El lago, situado en una zona turística muy frecuentada, estaba a unos doscientos cuarenta kilómetros de Los Ángeles.

El hermano de Susan, Frank Struthers hijo, de quince años, había pasado unas vacaciones en el lago con un amigo, Jim Saffie, cuya familia tenía allí una cabaña. Rosemary y Leno habían ido hasta allí en coche el martes anterior para dejarles a los chicos su lancha motora, y después regresaron el sábado por la mañana para recoger a Frank y la lancha. Sin embargo, los chicos estaban pasándoselo tan bien que los LaBianca aceptaron dejar a Frank quedarse un día más, y volvían ya, sin él, con el Thunderbird verde de 1968 y la lancha en un remolque.

Leno, presidente de una cadena de supermercados de Los Ángeles, era de origen italiano y, con casi cien kilos, tenía algo de sobrepeso. Rosemary, una morena esbelta y atractiva de treinta y ocho años, había trabajado en un drive in y, después de una serie de empleos de camarera y de un mal matrimonio, había abierto una tienda de ropa femenina, la Boutique Carriage, en la calle North Figueroa de Los Ángeles, que tenía mucho éxito. Leno y ella llevaban casados desde 1959.

Debido a la lancha, no podían viajar a la velocidad que prefería Leno, y se quedaron rezagados de la mayor parte del tráfico de la autopista del sábado por la noche que iba a toda velocidad hacia Los Ángeles y alrededores. Como muchos otros aquella noche, llevaban la radio puesta y oyeron la noticia de los asesinatos del caso Tate. Según Susan, aquello pareció inquietar especialmente a Rosemary, que, unas semanas antes, había dicho a una amiga íntima: «Alguien entra en nuestra casa cuando no estamos. Han registrado las cosas y los perros están fuera de la casa cuando deberían estar dentro».