Horizontes de la hipótesis tensiva

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1.3 La sintaxis temporal

Las oposiciones paradigmáticas relativas a la temporalidad inspiran a la sintaxis, puesto que las operaciones sintácticas elementales consisten, según el caso, en alargar lo breve o en abreviar lo largo. Ilustraremos esto brevemente. El 20 de diciembre del 2003, Dominique de Villepin, ministro de Relaciones Exteriores, escribía en el diario Le Monde, a propósito del fracaso relativo del proyecto de Constitución de la Unión Europea en Bruselas:

Dejemos, por consiguiente, al tiempo y al diálogo retomar su curso natural para llegar a un acuerdo serio y, sobre todo, ambicioso. Europa, hoy, tiene necesidad de audacia y de altura de miras; no puede seguir funcionando sobre la base de textos en rebaja, salidos de compromisos laboriosos, incomprensibles para los ciudadanos y condenados, desde su adopción, a una duración de vida limitada.

Después de todo, el enunciador considera que el fracaso es imputable a un «sobrevenir», es decir, a una aceleración que él deplora, y propone sustituir ese «sobrevenir» enojoso por un «llegar a» gratificante, esperando que el tiempo retorne a su «curso natural», es decir, a una poiética* de la lentitud, garante aquí de los progresos deseados. Se trata de desligarse de la «brusquedad»6 del evento y de adoptar el «paso a paso», el modo de ser del estado; en breve, de proceder por «grados»7, restituyendo progresivamente esa duración que el evento ha virtualizado.

Según Cassirer (1998, t. 1), esa distinción es gramaticalizada en muchas lenguas:

Muchas de esas lenguas [indoeuropeas] han forjado, para distinguir la acción momentánea de la acción que dura, un medio fonémico propio, ya que las formas que sirven para expresar la acción momentánea son construidas a partir de la raíz verbal acompañada de una vocal radical simple, mientras que las formas que expresan una acción que dura son constituidas por la raíz verbal acompañada de una vocal radical compleja [o sea, reforzada por medio de un diptongo]. De manera general, se distingue de ordinario en la gramática de las lenguas indoeuropeas, a partir de Curtius, la acción «puntual» de la acción «discursiva» [que discurre]. (p. 193)8

Ignorando la deuda que el discurso mantiene con la lengua que lo precede, la especulación filosófica ha elegido ahondar en lo que ha preferido llamar las aporías del tiempo. Sin embargo, para el sujeto en la lucha con las contingencias y con las exigencias de la existencia ordinaria, el tiempo solo vale por sus usos y por sus empleos, en pocas palabras, por las latitudes prácticas que ofrece o no en cada circunstancia al sujeto. Hemos propuesto en otra parte (Zilberberg, 2006) distinguir tres especies de tiempo distintas por su contenido y por su utilidad desigual, a nuestro modo de ver.


El estilo temporal elegido por el ministro de Relaciones Exteriores, Dominique de Villepin, se deja describir sin demasiadas dificultades: (i) él se propone regresar de la captación a la mira prospectiva; en efecto, parece razonable pensar que el fracaso ha sorprendido a los dirigentes reunidos, si no habría que admitir que estos últimos deseaban solamente hacer ver a pleno día la amplitud de los desacuerdos alcanzados; (ii) ese fracaso se convierte para el tiempo demarcativo en un pivote temporal cómodo, que divide un antes y un después de Bruselas; (iii) para el tiempo fórico, el texto citado deja entender que un cambio de tempo, aquí una desaceleración, es deseable y que, según una fórmula famosa, es urgente «dar tiempo al tiempo», es decir, alargar el tiempo, puesto que esa posibilidad tan valiosa forma parte de nuestras más raras prerrogativas semánticas. Así, el tratamiento analítico, razonado, de la temporalidad evita al sujeto (a los sujetos) la aceptación del no-sentido: el «tiempo» de la Constitución europea aún no ha llegado; nada, pues, está perdido.

En tercer lugar, así como Saussure terminó por moderar el corte entre la sincronía y la diacronía, de la misma manera Hjelmslev (1972) propone ajustar entre la sintaxis y la morfología una reciprocidad que él considera esclarecedora:

Lo sintagmático y lo paradigmático se condicionan constantemente. […] Es forzoso introducir consideraciones manifiestamente «sintácticas» en «morfología» —incluyendo en ella, por ejemplo, las categorías de la preposición y de la conjunción, cuya única razón de ser es sintagmática— y colocar en la «sintaxis» la definición de casi todas las formas que se pretende haber reconocido en «morfología». (p. 189)

Es claro que el último punto, a saber, el retorno en gracia de la diacronía, y la reciprocidad de la morfología y de la sintaxis van en el mismo sentido y encuentran una problemática recurrente: la relación que existe entre la calidad y la cantidad. Esta dialéctica corresponde a la definición de las unidades y a su tratamiento por la microsintaxis.

2. INFLEXIONES MICROSINTÁCTICAS

El estructuralismo de los años sesenta privilegió una posibilidad estructural en detrimento de otras igualmente posibles: la oposición [s1 vs. s2], sobre la base de la estabilidad del intervalo [s1 ⇔ s2], de suerte que si [s1] y [s2] son conmutables uno con otro, el valor del intervalo que acerca el uno al otro no lo es. Nuestra hipótesis directriz, a saber, la dependencia de la extensidad respecto de la intensidad, conduce a la rehabilitación del concepto de medida: «Es preciso reconocer, asimismo, que la captación de una “cosa” o de un acontecimiento empírico incluye también un acto de estimación» (Cassirer, 1998, t. 2, p. 53)9. Desde este punto de vista, la distinción promovida por Saussure entre el acontecimiento y el estado puede ser recalificada, identificando —desde el punto de vista discursivo— el acontecimiento-evento con la precipitación de una desmesura.

2.1 La sintaxis intensiva

En el análisis valencial esbozado en nuestro ensayo «Précis de grammaire tensive» (Zilberberg, 2002)* se proponen tres hipótesis «razonables». (i) Las magnitudes son momentos singulares de un continuum orientado «analizable»; ese continuum es progresivo o regresivo: en el primer caso, para [s1 ≈ 1] y para [s4 ≈ 0], su aspectualización encadena un repunte: [s4 → s3], luego un redoblamiento: [s2 → s1]; en el segundo caso, una atenuación: [s1 → s2], luego una aminoración: [s3 → s4]. (ii) La «buena estructura», la que «hace juego» y, por lo mismo, la que autoriza a los sujetos su juego, no es binaria, sino cuaternaria; a partir de la secuencia [s1 — s2 — s3 — s4], planteamos que dos intervalos se adelantan a los otros: el intervalo amplio [s1 ⇔ s4] y el intervalo restringido [s2 ⇔ s3]. Como ya lo hemos indicado, se da un intercambio incesante entre la calificación de las cantidades. (iii) La definición de una unidad comprende ahora dos aspectos: singular, con el que se opone a la unidad que tiene enfrente respecto al intervalo del cual depende, pero esas dos unidades, por el hecho de pertenecer al mismo intervalo, se oponen juntas a las otras dos unidades que dependen del otro intervalo.

Así las magnitudes forman parte importante de una red* y, por lo tanto, la identidad de una magnitud se convierte en la suma virtual, móvil, de las relaciones posibles. Los ejemplos, como bien se sabe, vienen en socorro del razonamiento. El espacio directivo tiene por oposición de base [abierto vs. cerrado]10, pero esta pareja no es más que una parte de la red que añade a cada término de la pareja de base un correlato modal: lo /cerrado/ es lo que se puede abrir, lo /hermético/ es lo que es imposible de abrir en las mismas condiciones; lo /abierto/ es lo que se puede cerrar, lo /demasiado abierto/ [le /béant/] es lo que no se puede cerrar sin un esfuerzo superior. Si adoptamos como término ab quo lo /abierto/, se alcanza, después de poner en marcha la atenuación, luego la aminoración, lo /hermético/; inversamente, si adoptamos como término ab quo lo /hermético/, se alcanza por repunte y después por redoblamiento lo /demasiado abierto/ [le /béant/]. Sea la declinación siguiente:

Si adoptamos [s1 → s4] como dirección prevalente [del discurso] y apuntamos, por ejemplo, a s2, esta magnitud es para [s1] diminutiva, para [s3] superativa, para [s4] suprema. Pero, en la medida en que conviene [reservar] forzosamente a la «sintaxis» la definición de casi todas las formas que se pretende haber reconocido en «morfología», los «medianos» /abierto/ y /cerrado/ deben ser considerados como operadores, es decir, como infinitivos, de las otras tres magnitudes. Conservando [s2] como pivote, alineamos en este orden la serie: [s2 → s1] = abrir lo demasiado abierto; [s2 → s3] = abrir lo cerrado; [s2 → s4] = abrir lo hermético. Este reparto es ante todo el de la tonicidad, siempre que el sintagma abrir lo cerrado sea, referido a los otros dos, átono e implicativo, a partir de una catálisis elemental: ¿qué hacer en presencia de algo /cerrado/ más que —tarde o temprano— abrirlo? Los dos sintagmas tónicos, abrir lo demasiado abierto y abrir lo hermético, se inscriben por relatividad como concesivos, pero por razones distintas: abrir lo demasiado abierto como resultado recursivo del redoblamiento, y por este motivo lo calificaremos de hiperbólico; por lo que concierne al sintagma abrir lo hermético, lo calificaremos de concesivo fundándonos en la catálisis siguiente: «aunque sea hermético, ¡yo lo abro!». Autentificada, la concesión, en los términos en que nosotros la abordamos, establece la performancia como hazaña. Sea el sistema siguiente, que tiene el mérito, insigne a nuestro entender, de establecer —o de recobrar— una continuidad ventajosa entre la lengua preocupada por la frase, y la retórica, interesada en el discurso.

 

Aduciremos dos argumentos más. (i) Los sintagmas concesivo-hiperbólicos y concesivo-superlativos son, en razón de su posición en el seno del sistema y del ardor de sus valencias intensivas, «vigilados» por el sincretismo. (ii) La concesión discursiva ajusta las dinámicas respectivas del programa y del contraprograma según dos posibilidades simétricas e inversas una de la otra: la concesión es benéfica cuando el programa propuesto como deseable prevalece sobre el contraprograma que se le opone y lo resiste; la concesión es desastrosa cuando el contraprograma enojoso se impone en detrimento del programa puesto en marcha por el sujeto.

En los Prolegómenos (1971b), Hjelmslev desconfía de la catálisis de una catálisis, pero la inteligibilidad del ejemplo escolar que proponemos bien merece una doble catálisis: (i) de la cualidad hacia la cantidad estimada, si retomamos el término de Cassirer; (ii) de esta cantidad subjetiva hacia el gasto y el esfuerzo que hay que aportar, es decir, el cuerpo, pero un cuerpo en cierto modo paradigmático, el cual, ante los requerimientos del no-yo, con razón o sin ella, responde: puedo o no puedo. Sea el doble desplazamiento: [cualidad → cantidad → corporeidad]. La enunciación es doble: predicativa y encarnada, excepto por un detalle, a saber, que las prótesis prodigiosas de las que el hombre de hoy dispone han añadido al limitado cuerpo humano de antaño un cuerpo casi infinito, sin retirarle, no obstante, el privilegio de decir, al término de la cadena, lo que él es «exactamente».

El intervalo «corriente» [s2 ⇔ s3] puede ser amplificado y proyectado sobre [s1 ⇔ s4], pero puede igualmente ser objeto de una atenuación y, después, de una aminoración hasta terminar en la indiscernibilidad. «Entre» lo /cerrado/ y lo /abierto/, el diccionario propone aún lo /entornado/ y lo /entreabierto/. La consulta de los diccionarios de referencia ofrece estos datos:


Uno estaría tentado a formular la hipótesis de que el intervalo [s2 ⇔ s3]: [abierto vs. cerrado] de englobado se convierte en englobante del intervalo inédito [entreabierto vs. entornado], lo que daría gráficamente:


Sin embargo, este diagrama, siendo de hecho plausible, no toma en cuenta la sobredeterminación sintáctica de las magnitudes morfológicas identificadas, sobredeterminación delicada que los diccionarios se han abstenido de desdeñar. Esto nos lleva a pensar que, a pesar de su proximidad semántica manifiesta, lo /entreabierto/ y lo /entornado/ no pertenecen al mismo espacio: (i) lo /entreabierto/ tiene por horizonte la «mira» de lo /abierto/ y una decadencia de lo /cerrado/; a propósito de lo /entreabierto/, el analista dudará sobre el punto de saber si la atenuación de lo /cerrado/ es solamente incoativa: «muy poco abierto», o imperfectiva: «abierto a medias»; (ii) en el caso de lo /entornado/, los dos diccionarios acuden a una precisión normativa: para el Littré, «estar mal cerrado»; para el Robert, «mal ajustado»; la mira es ahora la de lo /cerrado/ y se inscribe en un proceso que no alcanza su término. Para poner en evidencia esta diferencia, colocamos cada vez en la «abscisa» la mira.


Nuestro propósito no es hacer una semiótica del matiz. Esta interviene en el dispositivo a modo de plano de la expresión, a modo de manifestante. Nuestra preocupación apunta a sorprender la ambigüedad y la inestabilidad mismas del matiz, o según los términos de Saussure, a captarlo como evento, como conflicto, y no como estado. Tomamos de Claudel un análisis brillante donde establece que la vivencia del matiz es muy interrogativa. A propósito del cuadro El indiferente, de Watteau, Claudel escribe en L’oeil écoute (1973):

No, no; no es que él sea indiferente, ese mensajero de nácar, ese preludio de la Aurora; digamos más bien que oscila entre el vuelo y la marcha, y no es que esté ya bailando, sino que uno de sus brazos extendido y desplegando con el otro en toda su amplitud el ala lírica, mantiene un equilibrio cuyo peso, a medias conjurado, no conforma más que un mínimo elemento. Está en actitud de salida y de entrada, escucha, espera el momento justo, que lo busca en nuestros ojos, desde la punta temblorosa de sus dedos hasta la extremidad de ese brazo extendido, él calcula, y el otro brazo volátil con la amplia capa se prepara a secundar el salto. ¡Mitad corzo, mitad pájaro, mitad sensibilidad y mitad discurso, mitad equilibrio y mitad ya el alivio! ¡Sílfide, prestigio, y la pluma vertiginosa que se prepara para el párrafo! El arco ha comenzado ya esa larga posición sobre la cuerda, y toda la razón de ser del personaje reside en el impulso mesurado que se prepara a tomar, borroso, anonadado en su propio torbellino. Así el poeta ambiguo, inventor de su propia prosodia, que no se sabe si vuela o si camina su pie, o esa ala, cuando quiere desplegarla sobre ningún elemento extraño, sea la tierra, o el aire, o el fuego, o esa agua que se llama éter, ¡para nadar en ella! (p. 241)11

El binarismo tajante que opera según el «de dos cosas una» es aquí inoperante. Si nos preguntamos de dónde proviene exactamente la «resonancia» de esta página, nos parece que se debe, según una medida que habría que determinar, a su posicionamiento temporal. Se sitúa en el punto de intersección de la temporalidad enunciva del proceso y de la temporalidad enunciativa del observador; este último es invitado a arbitrar a cada instante entre el ya y el aún no, a moderar la precipitación del ya por la instalación del aún no, recurriendo al presto del ya. Como lo dejaba entender Hjelmslev, si la oposición tiene un fondo, es más sintáctico que morfológico, o aún mejor: el ropaje morfológico sirve de cobertura y de pantalla a la actividad sintáctica.

Más precisamente, este análisis de Claudel, cuyo estatuto es metasemiótico, recae sobre lo que nos gustaría llamar el paradigma tensivo de la actualización, paradigma que el par [ya vs. aún no] resume sin duda12, pero que, por este mismo hecho, es preciso desarrollar. Lo que el observador acecha es lo que en música se llama el ataque, es decir, la sobredeterminación «cinética» y tónica de la incoatividad:

La aserción del aún no propone que, para el observador, una cantidad de tiempo [∆] separa la actualización del proceso de su realización; esa cantidad [∆], a partir de experiencias anteriores, por decirlo así, capitalizadas, es evaluada como larga o como breve, pero esas apreciaciones pueden, por reflexividad y por recursividad, oponerse a ellas mismas. En el caso de la brevedad, la actualización más breve está confiada a lo /inminente/, es decir, «lo que se va a producir en muy poco tiempo» (Micro-Robert); la contracción de esta duración produce lo /actual/: «lo que existe, lo que pasa en el momento en que se está hablando», o incluso, según la jerga mediática, lo /directo/. En el caso de la longevidad, es la magnitud /tarde/: «después de un tiempo considerado como largo», que es tomado en cuenta y retenido como pertinente; la valencia inferior es lo /diferido/, la valencia superior es lo /retardado/ o lo /aplazado sine die/. En razón de la presión de la etiqueta y del protocolo, cada sociolecto dispone en este punto de una escala minuciosa y coercitiva de retrasos que le es propia. Sea la red siguiente:


En forma de diagrama que exhibe la progresividad interna de las magnitudes tensivas:


La dependencia de las definiciones disponibles en los diccionarios corrientes está lejos de ser evidente. Como ejemplo, para lo /inminente/, el Micro-Robert propone: «lo que va a producirse en muy breve tiempo», definición que juega a la vez con la actualización, con la identificación de una dirección y con la reabsorción de una magnitud. Pero, para restituir a esos rasgos su característica sistémica, conviene restablecer en cada eje las zonas aspectuales que controla:


Lo que hay que definir, aunque la fórmula es probablemente generalizable, es la complejidad de lo /inminente/. En una primera aproximación, lo /inminente/ compone, de una parte, la aminoración del aún no: «en muy poco tiempo», y, de otra parte, el redoblamiento de la abreviación para la secuencia: «lo que va a producirse». Esta abreviación arrastra al sujeto hasta el punto crítico donde el «ya», que el Micro-Robert define como «desde ahora», cede el lugar —si nos atrevemos a decirlo— al «ahora». Los lexemas, pero tal vez sobre todo los adverbios, por su «transparencia», regulan la amplitud diferencial de las operaciones tensivas que se efectúan.

El término complejo del tipo: «¡mitad equilibrio y mitad ya el alivio!», define una alternancia entre dos regímenes fóricos que la clarividencia personal de Claudel designa como prosódicos. Cada uno de esos regímenes solo se beneficia de un predominio momentáneo: si es dominante, el «equilibrio» inhibe el «alivio» por el tiempo que el punto de ruptura tarde en llegar, mientras que el progreso del «alivio» aminora secretamente el «equilibrio». Saussure (1974) es ciertamente el «hombre» de la diferencia, pero es igualmente el de la complejidad: «La lengua es, por decirlo así, un álgebra que solo dispone de términos complejos» (p. 205). Desde nuestro punto de vista, esa complejidad es la que proviene del espacio tensivo, la cual se transmite jerárquicamente a las magnitudes que ese espacio acoge. El espacio tensivo es ante todo fórico y, en consecuencia, las magnitudes «son» vectores orientados y mesurados, mociones y, por analogía, más participios de presente que señalan una valencia de evento que participios de pasado que señalan una valencia de estado. Sea:


2.2 Reciprocidad del sistema y del proceso

La minuciosidad del texto de Claudel permite penetrar por una de las vías de la asunción del sentido en discurso, a saber, el procedimiento explicitado hace posible pasar del sistema, en cuanto lugar de espaciamientos, al proceso, en cuanto lugar de enfrentamientos. Retomaremos, por ser cómodo, el caso de la temporalidad fórica, puesto que «habla» a todos y cada uno de nosotros. El término ab quo es la alternancia, cuya «sede», para Saussure, «está en el cerebro». En la medida en que, según Hjelmslev (1972), «por esa función entre lo paradigmático y lo sintagmático se explica su condicionamiento recíproco» (p. 189), nosotros estamos en capacidad de transformar la alternancia paradigmática del tipo [largo vs. breve] en coexistencia sintagmática del tipo [largo ⇔ breve], dando al signo [⇔] la función de representar simplemente la resolución de la virtualidad propia de las oposiciones paradigmáticas. La coexistencia sintagmática y la desigualdad valencial de los términos-medida, que necesariamente toman cuerpo, aparecen ahora como las condiciones de posibilidad de la actividad sintagmática que designamos como una efectuación sintáctica. En efecto, en razón de esa contigüidad, el trabajo de la diferencia puede intervenir haciendo valer, según la doxa actual, la superioridad de lo /breve/ sobre lo /largo/; y, según una doxa cada vez más pasadista [amante del pasado], la superioridad de lo /largo/ sobre lo /breve/. En el primer caso, la operación discursiva puesta en marcha será la abreviación; en el segundo, el alargamiento. La coexistencia sintagmática es el término medio entre la alternancia paradigmática y la efectuación sintáctica, entre la morfología y la sintaxis. En el cuadro siguiente, el signo [⇔] representa la contigüidad sintagmática; la letra [r] entre corchetes, la rección eficiente como principio de una dirección semántica identificable; los caracteres en negrita indican el término regente; los caracteres corrientes, el término regido.

 

Esta problemática está presente, con variantes terminológicas notables y por preocupaciones distintas, en la mayor parte de las teorías orientadas al discurso. La preocupación recurrente de Hjelmslev de abolir la antigua división entre morfología y sintaxis13 estaba ya explícita en Saussure (1974): «Pero esa distinción [entre morfología y sintaxis] es ilusoria. […] Lingüísticamente, la morfología no tiene objeto real y autónomo; no puede constituir una disciplina distinta de la sintaxis» (p. 224). Por su parte, Jakobson retoma la distinción saussuriana entre relaciones in absentia, relativas al código, y relaciones in praesentia, relativas al mensaje. Sin embargo, cierto desequilibrio subsiste en desventaja de las segundas: las relaciones in absentia son dirigidas por un principio llamado de equivalencia, mientras que las relaciones in praesentia se contentan con la simple contigüidad. Reconciliando la lingüística saussuriana y la retórica «restringida» (Genette), Jakobson (1985) procede a una condensación respecto de la lingüística y a una inducción respecto a la retórica:

El desarrollo de un discurso puede hacerse a lo largo de dos líneas semánticas diferentes: un tema (topic) lleva a otro tema, sea por similaridad, sea por contigüidad. Lo mejor sería sin duda hablar de proceso metafórico en el primer caso, y de proceso metonímico en el segundo, ya que encuentran la expresión más condensada, uno en la metáfora, otro en la metonimia. (p. 61)

Si, en este pasaje, Jakobson (1985) otorga a ese principio la mayor extensión, en otros pasajes reserva esa característica para el metalenguaje, y, sobre todo, como se sabe, para el lenguaje poético (p. 220). Sin embargo, la indecisión desaparece cuando uno observa el uso analítico que Lévi-Strauss, tanto por sí solo como en colaboración con Jakobson, ha hecho de esa dualidad creadora, sin retroceder ante la postulación de un determinismo retórico: «[…] verificando así esa ley del pensamiento mítico según la cual la transformación de una metáfora termina en una metonimia» (Lévi-Strauss, 1984, p. 158).

La hipótesis de Jakobson ha sido tomada como un descubrimiento y como una novedad, aunque equivocadamente. En «Teoría general de la magia», que data de 1902, Mauss, contemporáneo de Saussure, identificaba ya la tríada categorial que se convertiría en la carta magna del estructuralismo:

Es posible desprender, de entre el follaje de las expresiones variables, tres leyes dominantes. Se las puede designar a todas ellas como leyes de simpatía, si es que se comprende bajo la palabra simpatía, la antipatía. Estas son las leyes: de contigüidad, de similaridad, de contraste; las cosas en contacto están o permanecen unidas, lo semejante produce lo semejante, lo contrario actúa sobre lo contrario. (Mauss, 1971)14

La semiótica greimasiana admite igualmente la reciprocidad de la sintaxis y de la semántica, aunque a partir de otras premisas. El cuadrado semiótico proporciona una dualidad de puntos de vista: definicional y procesual, lo cual permite que la sintaxis y la semántica fundamentales se comuniquen entre sí. No es ilegítimo considerar que la sintaxis se convierta, en la acepción hjelmsleviana del término, en semántica, aunque la sintagmatización de las magnitudes, lejos de ser un artefacto, parece más bien la resolución de un sincretismo ventajoso: «[…] el término contradicción designa al mismo tiempo una relación entre dos términos, donde la negación de un término provoca la aparición de otro término» (Greimas y Courtés, 1981)15. Esta sinonimia está a veces atestiguada por el léxico; así, en francés, el nombre ouverture [abertura] abre —aspectualmente hablando— toda «la extensión de la zona semántica» (Hjelmslev), ya que puede designar, según el Micro-Robert: «1. La acción de abrir; el estado de lo que está abierto. 2. El espacio libre, vacío, por el cual se establece la comunicación o el contacto entre el exterior y el interior». Y podríamos multiplicar los ejemplos.

La reciprocidad de la morfología y de la sintaxis ha sido puesta en duda por Brøndal (1943). Según este autor, entre la morfología, que trata de la «forma interior» de la palabra, y la sintaxis, que tiene por objeto la frase, existe una solución de continuidad no negociable; las mismas funciones pueden ser aseguradas por palabras diferentes: «La naturaleza o el carácter fijo de una palabra dada no entraña una función sintáctica única y necesaria» (p. 9). Esta separación está vinculada sin duda a una suerte de «división del trabajo», pero el rasgo más claro es ciertamente la presencia de un diferencial, excedentario respecto a la sintaxis, deficitario respecto a la morfología:

El discurso, en este sentido, es una totalidad rítmica, un orden en el tiempo (por tanto, irreversible) donde cada elemento (fónico o semántico) toma su lugar y cumple el rol asignado a ese lugar. Por ese valor de posición, las palabras abandonan los limbos del diccionario para vivificarse, para adquirir un sentido preciso y, al mismo tiempo, un carácter real y personal. La lengua, considerada in abstracto, se convierte así, por el mecanismo psicofisiológico, en cosa viviente y vivida. (Brøndal, 1943, p. 55)

Las características sui generis de la sintaxis son las siguientes: (i) la sintaxis presenta una dimensión prosódica que la morfología no podría proporcionar, el discurso es una «totalidad rítmica»; (ii) la sintaxis está localizada, en el sentido en que cada unidad recibe un «lugar», según Saussure un «valor»16, que la singulariza; (iii) es subjetivante, e incluso escuchando sus connotaciones, vivificante. En Greimas se encuentra un eco de estas preocupaciones a propósito de la problemática de los modos de existencia17.

La posición de Benveniste coincide, aunque por vías diferentes, con la de Brøndal. A partir de la doble característica de las unidades lingüísticas, Benveniste18 distingue el conjunto de las unidades distribucionales e integrables, el sistema restrictivo de la lengua, y el conjunto de las unidades distribucionales y no integrables19; la frase y, por inducción, el discurso: «La frase es la unidad del discurso». Benveniste lo explica así: la frase comporta una sola posibilidad, la predicación, susceptible sin duda de modalidades distintas, pero que no cuestionan su carácter «aparadigmático»*. Lo que es notable a los ojos de Benveniste no es una continuidad casi orgánica, «jerárquica» según Hjelmslev, sino más bien una solución de continuidad, una paradoja liberadora:

La frase, creación indefinida, variedad sin límites, es la vida misma del lenguaje en acción. De eso concluimos que con la frase abandonamos el dominio de la lengua como sistema de signos, y entramos en otro universo, el de la lengua como instrumento de comunicación, cuya expresión es el discurso. (Benveniste, 1974, pp. 129-130)20

Este reparto inesperado puede, sin embargo, ser entendido de otra manera. Ciertamente el relato no es el discurso, pero Greimas (1973) ha mostrado que el relato y el mito sobrepasan la frase y funcionan como integrantes de ella (pp. 219-269), rebasamiento que prohíbe el sintagma «gramática narrativa» como un oxímoron. La misma interrogante puede ser formulada a propósito de la novela francesa del siglo XIX: si Stendhal colocaba la novela bajo el signo de la libertad, Balzac estimaba que existían en materia de novela reglas que el novelista tenía que respetar, y él confía en Las ilusiones perdidas a d’Arthez la tarea de hacérselo conocer a Lucien de Rubempré; pero es con seguridad a Proust (1971) a quien se debe la formulación más penetrante a propósito de la novela balzaciana:

Bien mostradas por Balzac (La Fille aux yeux d’or, Sarrazine, La Duchesse de Langeais, etcétera) las lentas preparaciones, el tema que se amarra poco a poco, luego el estrangulamiento final. Y también la interpolación de tiempos (La Duchesse de Langeais, Sarrazine) como en un terreno donde están mezcladas lavas de épocas diferentes. (p. 299)

En el mismo espíritu, la Poética de Aristóteles, en razón de la preeminencia que le otorga a la peripecia y sobre todo al reconocimiento, ha sido aceptada como una gramática de la tragedia. Los géneros discursivos, codificados o no, de los que los géneros y los subgéneros literarios no son más que una parte más bien modesta, vendrían a ocupar esa vacante, esa indeterminación, formulando imperativos tanto más estrictos cuanto que no corresponderían a «nada»…