Horizontes de la hipótesis tensiva

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

4. LOS MODOS DE EXISTENCIA

Seremos más breves a propósito de los modos de existencia, en la medida en que esta categoría es una de las adquisiciones de la lingüística y de la semiótica. Categoría que tiene por germen la dualidad [virtual vs. real], afirmada por Saussure en el quinto capítulo del Curso de lingüística general (1974), relativo a la diferencia entre las relaciones paradigmáticas y las relaciones sintagmáticas: «La relación sintagmática se da in praesentia; reposa en dos o más términos igualmente presentes en una serie efectiva. Por el contrario, la relación asociativa [paradigmática] une términos in absentia en una serie mnemónica virtual» (p. 208). Oportunamente, Semiótica 1 (Greimas y Courtés, 1982) introduce el término complejo que se halla a la vez in praesentia e in absentia: el término actualizado7, el cual caracteriza en el plano figural la disjunción entre el sujeto y el objeto de valor, y en el plano figurativo, la privación de un bien. Nos encontramos así en presencia de una tríada, pero heterogénea, puesto que la virtualidad interesa al sistema; la actualización y la realización, al proceso: la primera, al proceso narrativo; la segunda, al proceso lingüístico. Posteriormente, este número sería llevado a cuatro en Semiótica de las pasiones (Greimas y Fontanille, 1994), pues la obra añadía a las tres ya adquiridas la potencialización. En principio, esas cuatro operaciones deberían permitir describir la circulación, la entrada, la salida y el retorno de las magnitudes en el seno del campo de presencia; sin embargo, ese objetivo no se alcanzó de inmediato, según nuestra opinión, por dos razones: hacía falta tiempo para comprender que la virtualidad y la virtualización, a pesar de su radical común, no tenían nada que ver la una con la otra; y tuvo que pasar algún tiempo para poder clarificar las relaciones de presuposición y para discernir los protocolos seguidos en los discursos (Fontanille y Zilberberg, 2004; Zilberberg, 1997).

En los estrechos límites de este trabajo, nos contentaremos con justificar la distinción entre modos directores y modos asociados. El par director está constituido por la alternancia entre la mira y la captación. La mira, que el Micro-Robert define en estos términos: «Tener en vista, esforzarse en alcanzar (un resultado). “Tenía en la mira ese puesto desde hace tiempo”», se halla en la base del modo de eficiencia «llegar a» gracias al rasgo inmanente /esfuerzo/; la mira se inscribe como mediación entre la actualización y la realización. El caso de la captación es diferente al de la mira: designa el estado del sujeto de estado como «presa» del «sobrevenir», de la «admiración» cartesiana; en una palabra, el estado del sujeto primero asombrado, impresionado, luego marcado por «eso que le ha ocurrido», estado que corresponde a la potencialización, a la formación de ese misterio: el sobrevenir. La captación forma así una «buena» transición entre el sobrevenir y la potencialización.

El juego de los modos de existencia, los cuales dependen de los modos de eficiencia, exige dos observaciones. En primer lugar, nos hace asistir a un proceso intrigante: la emergencia, en el «océano» de la duración, de un «comienzo», de una novedad: «Eso que nos golpea, persiste y se proyecta sobre las cosas siguientes. Lo intenso tiene una cualidad propia, que consiste en persistir más allá de la duración de su causa» (Valéry, 1973, p. 1235). Esa persistencia halla su base en la continuidad del sujeto de estado.

En segundo lugar, los modos de existencia son solidarios con el estado de sorpresa del sujeto; debemos decir por eso que el sujeto asombrado satura en cierta forma el proceso: el sujeto capta aquello que lo capta a sí mismo. Captar un evento, un sobrevenir, es ante todo ser captado por ese sobrevenir, y ese es el término que hemos tomado del análisis de Cassirer (1998, t. 3): «Porque toda experiencia vivida de expresión no es nada más que una prueba padecida; es un ser-captado más bien que un captar, y esa “receptividad” contrasta nítidamente con la “espontaneidad” sobre la cual se funda toda conciencia de sí en cuanto tal» (p. 95). La directividad de los modos de existencia resulta así:


En fin, si la potencialización es asimilada a la puesta en memoria, la virtualización es la figura inversa y corresponde al olvido, que puede ser absoluto o relativo. Por lo común, gracias a la intercesión de otro, la virtualización accede al campo de presencia, aunque el sobrevenir, a través de la figura de la reminiscencia, puede, como se lee en Rousseau y en Proust, proyectar la reminiscencia en el campo de presencia. El psicoanálisis freudiano atribuye a la censura y a la represión la efectividad de la virtualización, y la actividad del psicoanalista consiste en deshacer las máscaras que la condensación y el desplazamiento han colocado sobre los contenidos.

5. LOS MODOS DE JUNCIÓN

Consideramos el término junción en una acepción distinta de la que propone Semiótica 1 (Greimas y Courtés, 1982)*, para quien la junción designa «la relación que une el sujeto al objeto, es decir, la función constitutiva de los enunciados de estado». Desde la perspectiva de nuestra investigación, el término se refiere a la condición de cohesión, en virtud de la cual un dato, sistémico o no, es afirmado; por este hecho, está próximo a la noción de dependencia. Hjelmslev (1972) adelanta, como el núcleo definicional de la estructura, que «el lenguaje [es] esencialmente una entidad autónoma de dependencias internas, en una palabra, una estructura» (p. 27). Las estructuras elementales de la significación en la concepción greimasiana presentan dos rasgos, a nuestros ojos innegables: (i) son denominadas lógico-semánticas, es decir que son razonables; (ii) poseen en principio la posibilidad de la complejidad, aunque sin explotarla debidamente y, por eso mismo, favorecen, al momento de elaborar el cuadrado semiótico, las estructuras antagonistas de la contrariedad y de la contradicción. A la inversa, en el capítulo undécimo de los Prolegómenos (1971b), que trata de las funciones, Hjelmslev toma en cuenta la posibilidad de un término complejo, la constelación, que sería, si tenemos en cuenta la necesidad que regula la interdependencia y la determinación, el caso de lo fortuito.

A partir de esta tensión, introducimos nosotros la categoría del modo de junción y distinguimos en su interior el modo implicativo y el modo concesivo. En el caso de la implicación, el derecho y el hecho están en concordancia el uno con el otro; su esfera es la de la implicación: si a, entonces b, y de ordinario, en concordancia también con la causalidad legal, tiene por «emblema» el puesto que. En el caso de la concesión, el derecho y el hecho están en discordancia el uno con el otro. La esfera de la concesión, según los gramáticos, es la de la «causalidad inoperante»; tiene por «emblema» la pareja formada por a pesar de que o aunque y sin embargo o no obstante: aunque a, no obstante b, o a pesar de que a, sin embargo b.

La concesión es ciertamente menos rara de lo que se cree; por ejemplo, la definición de la estructura no toma en cuenta el quantum de concesión que comporta, puesto que el término dependencia se halla en el corazón de la definición hjelmsleviana de la estructura, a pesar de que la noción de dependencia forma parte de la lista de términos considerados por Hjelmslev como indefinibles. La concesión está doblemente ligada a la noción de límite: desde el punto de vista de la extensión, marca un límite, pero, al mismo tiempo, debe limitarse a sí misma; si no, recrearía sin pretenderlo una regularidad que acaba de interrumpir.

6. ESTRUCTURA DEL EVENTO

Como se habrá podido apreciar, el evento en nuestra propia aproximación es un sincretismo resoluble como intersección de los tres modos siguientes: el sobrevenir por el modo de eficiencia, la captación por el modo de existencia, la concesión por el modo de junción. El sincretismo puede ser recibido de dos maneras: como un hecho, o bien como una concordancia en la acepción gramatical del término, como una adecuación entre categorías. En el estudio titulado «Ensayo de una teoría de los morfemas», Hjelmslev (1972) admite que entre las categorías se puede ejercer «cierta afinidad»:

Así, sin que haya conformidad absoluta entre las categorías que acabamos de establecer y algunas categorías nocionales, hay, no obstante, alguna afinidad que hace que una categoría nocional se preste a ser formada en una categoría morfológica familiar dada, y que se pueda prever un optimum allí donde esta afinidad desemboque en una armonía absoluta entre forma y substancia. (pp. 200-207)

Esto nos obliga a formular ahora una pregunta: si tal categoría, que aquí es el evento, se presenta como una integración de modos, que a su vez son dados en alternancia, ¿cuáles serían los correlatos que corresponderían a la integración del «llegar a» en cuanto dependiente del modo de eficiencia, de la mira en cuanto dependiente del modo de existencia y, en fin, de la implicación en cuanto dependiente del modo de junción?

 

Varias respuestas son posibles. Para la semiótica greimasiana, la respuesta sería la noción de estado como sincretismo del «llegar a», de la mira puesta en la permanencia, de la implicación en cuanto consolidación. Un fragmento de los Escritos (2002) de Saussure, lamentablemente no del todo desarrollado, avanza la distinción [evento vs. estado], que recogemos:

Tal vez solo en lingüística existe una distinción sin la cual los hechos [lingüísticos] no serían comprendidos en ningún grado. […] Tal es en lingüística la distinción entre el estado y el acontecimiento [evento*]: porque uno se puede preguntar si esa distinción, una vez reconocida y aceptada, permite aún la unidad de la lingüística […]. (p. 233)

Una segunda posibilidad existe a partir de la lectura de los Cuadernos de Valéry. El término acontecimiento está poco representado en el índice de los Cuadernos y con frecuencia es descalificado8. En un fragmento reflexivo, leemos: «Ego. Remarco una vez más que las cosas humanas me interesan menos cuanto más se alejan de lo ordinario de la vida y se imponen por acontecimientos y no por funcionamientos [el subrayado es del autor]» (Valéry, 1973, p. 186). El autor nos propone, pues, la pareja [acontecimiento vs. funcionamiento].

Existe una tercera posibilidad, que tomamos de los análisis magistrales, inigualados, y tal vez inigualables, de la pintura holandesa realizados por Claudel (1973). Podemos leer allí:

Quiero decir que [los cuadros] no constituyen simplemente una presencia, ellos la ejercen. A través de ellos se establece una solidaridad eficaz entre nosotros y ese mundo de allá atrás abandonado por el sol. Llevamos con nosotros bastante pasado como para amalgamarlo con el de ellos, y el modo en que tenemos que sufrir nuestra propia existencia no es extraño a esa utilización de la duración, a esa consolidación del rostro por la expresión, que los habilita para la persistencia. (p. 184)

Las naturalezas muertas, y sobre todo los retratos, están del lado del ejercicio, es decir, del «llegar a» y de la lentitud, del lado de la mira: «[…] sentimos […] la plenitud de un alma que se dirige a la nuestra y la provoca a la conservación, alguien que ofrece su rostro»; en fin, del lado de la implicación, o sea, de la necesidad.

Recogemos de todo esto tres términos posibles: el estado, el funcionamiento y el ejercicio. ¿Cuál elegir? De manera intuitiva, sin más, admitimos que de los tres el bello término ejercicio se encuentra más cerca de actuar que los otros dos. El término estado es muy poco dinámico, a pesar de que podemos invocar un hacer llamado estativo; el de funcionamiento resulta demasiado organicista. Dicho esto, el ejercicio y el evento se presentan como integraciones concordantes de los tres modos semióticos reconocidos.


7. FINAL

A estas dos integraciones categoriales, el ejercicio y el evento, corresponden dos grandes orientaciones discursivas: el discurso del ejercicio y el discurso del evento. Solo por comodidad de la exposición, relacionamos el discurso de la historia con el discurso del ejercicio, tal como se ha desarrollado en la tradición occidental, y el discurso mítico con el discurso del evento.

Así entendido, el discurso mítico, en razón del «desencanto del mundo» (Weber)9, estaría, según algunos, perdiendo velocidad, pero para Jullien (2001) parece que el evento imanta nuestros afectos y, en consecuencia, nuestros pensamientos:

Por eso yo me pregunto si, con ese título, la cultura europea no podría ser definida toda entera como una cultura del evento: por la ruptura que produce y por todo lo inaudito que inaugura, por la focalización que permite y, en consecuencia, por la tensión que introduce y, también, por el pathos que crea, el evento concentra un prestigio al que nunca ha renunciado. Ella [la cultura europea] jamás ha podido renunciar a él porque está apasionadamente (pasionalmente) adherida al carácter fascinante, inspirante del evento. (p. 88)

Por otro lado, el discurso histórico, que tenía tradicionalmente por objeto, a partir del tamiz de los eventos, el juego de los efectos y de las causas, el juego de los fines y de los resultados, tiende a alejarse de la «escoria de los acontecimientos» para interesarse por la minucia de los ejercicios y de los funcionamientos, y deja así un espacio vacante, disponible para el discurso mítico. De ahí que algunos pensadores, especialmente Foucault en El orden del discurso (1976), le pidan que otorgue al acontecimiento la misma consideración que la tradición y el consenso de los historiadores han otorgado hasta ahora al determinismo: «Es preciso introducir la “suerte” como categoría en la producción de los acontecimientos. Ahí se hace sentir aún la ausencia de una teoría que permita pensar las relaciones entre el azar y el pensamiento» (p. 61). Arendt propone incluso ir más lejos, invitándonos a recentrar la historia a partir de la categoría del acontecimiento, en una palabra, a devolver a toda la historia su dimensión intrínsecamente mítica, en último término: milagrosa. En su libro La condición del hombre moderno (2004), escribe:

Este carácter de inesperado, de sorpresa, es inherente a todos los comienzos, a todos los orígenes. Así, el origen de la vida en la materia es una improbabilidad infinita de procesos inorgánicos; como el origen de la Tierra desde el punto de vista de los procesos del universo, o como la evolución del hombre a partir de la vida animal. Lo nuevo tiene siempre en su contra las posibilidades aplastantes de las leyes estadísticas y de su probabilidad, la cual, prácticamente, en las circunstancias ordinarias, equivale a una certeza. Lo nuevo se presenta siempre como un milagro. (p. 234)

La alternancia discursiva obtenida reúne la problemática de la fiducia y la de su reparto en regímenes fiduciarios distintos. Ese reparto no es del tipo [presencia vs. ausencia], sino que aquí proyecta un discurso dirigido por una fiducia bien identificada; allá un discurso que estaría exento de todo investimiento fiduciario, pero repartido entre dos regímenes fiduciarios diferentes, de los cuales los tres modos semióticos que hemos reconocido serían, una vez más a beneficio de inventario, los presupuestos plausibles. Con esta consideración, la modalidad del creer es más bien una metamodalidad, que no solamente dirige las otras modalidades, sino que puede afectarla a ella misma: el que cree, cree al menos que el verbo creer tiene un sentido10.

(Febrero, 2006)

III
Alcances del tempo

Le plus nécessaire et le plus difficile dans la musique, c’est le tempo*.

Mozart

La situación del tempo es una de las más singulares. Si el lugar del ritmo y de la prosodia no es discutido, no ocurre lo mismo con el tempo; este es simplemente ignorado. Sin embargo, numerosos son los analistas y los creadores que le atribuyen una importancia mayor. Por nuestra parte, nos proponemos moderar esa desigualdad.

Hemos abordado anteriormente esta misma problemática en un texto titulado «Defensa del tempo» (Zilberberg, 1995). Posteriormente, los términos de la hipótesis tensiva se han ido precisando cada vez más (Zilberberg, 2015a), y creemos estar en capacidad de completar aquel esbozo.

1. EL PLANO DEL CONTENIDO

Plantear el enigma del tempo a partir del enunciado considerado canónico, aquel que atribuye a la magnitud S el predicado P, es, según creemos, una empresa desesperada. Por tanto, la evitaremos1.

1.1 El campo de presencia

Adoptaremos como razón directriz las modalidades de la constitución del campo de presencia. El campo de presencia es un artificio cómodo que permite representar(se) los estados de conciencia del sujeto, los cuales están constituidos por las magnitudes que entran o salen del campo de presencia. En relación con ese «detalle» interviene el tempo, puesto que esas magnitudes entran o salen forzosamente a una velocidad que puede ser evaluada. Si esa velocidad es elevada, diremos que nos hallamos en presencia de la modalidad del «sobrevenir» [survenir]; si, por el contrario, esas entradas y salidas se producen lentamente, «con suavidad», diremos que estamos en presencia de la modalidad del «llegar a» [parvenir].


1.2 El evento*

Esta distribución elemental está cargada de consecuencias. En primer lugar, la aspectualidad se convierte en parte comprometida de un paradigma, en la medida en que se opone a la instantaneidad; la aspectualidad se presenta como el análisis de un proceso que la instantaneidad excluye. En segundo lugar, el evento, figura central del «sobrevenir», ocupa, según la hipótesis adoptada, el lugar que la percepción tiene comúnmente. En último lugar, el modo semiótico se encuentra en el origen de la afectividad en la medida en que el «sobrevenir» y el «llegar a», cada uno con su estilo propio, son… afectantes, derivación que es minuciosamente analizada por Descartes en Las pasiones del alma (1991):

Cuando el primer encuentro de un objeto nos sorprende, y lo juzgamos nuevo o muy diferente de lo que antes conocíamos, o bien de aquello que suponíamos que debía ser, eso hace que lo admiremos y que nos asombre. Y como eso puede ocurrir antes de que podamos conocer si ese objeto nos conviene o no nos conviene, me parece que la admiración es la primera de todas las pasiones. (pp. 108-109)

Bajo la autoridad del «sobrevenir», la emoción se presenta como una mutación, como una revolución del sujeto: «La sorpresa es un “tiempo” durante el cual uno no se reconoce. Esto sugiere que la “no-sorpresa” (el curso ordinario de las cosas) es el estado de reconocimiento continuo, y que el no-reconocimiento es aquí una insensibilidad relativa» (Valéry, 1973, p. 1067).

Desde el punto de vista lingüístico, tomar en cuenta el tempo invita a revisar la jerarquía de los tipos frásticos. Mate y átona, la frase declarativa debería ceder el puesto a la frase exclamativa tónica y «brillante». Ese proceder es común en escritores tan diferentes como Fontanier (1968): «La exclamación tiene lugar cuando uno abandona de golpe el discurso ordinario para dejarse llevar por los impulsos impetuosos de un sentimiento vivo y súbito del alma» (p. 370), y Gracq (1985): «Los ritmos naturales, protectores y casi naturalmente transportadores, ceden de golpe por todas partes a la irrupción inesperada de lo desenfrenado, al presentimiento de la jungla humana» (p. 24). Todo pasa como si la frase declarativa tuviera por vocación ser deshecha por la frase exclamativa: «No hay sorpresa si no hay edificio que sea instantáneamente destruido […]» (Valéry, 1973, p. 900).

Si el evento tiene por resorte el modo de eficiencia, la sorpresa que lo sostiene depende del modo de existencia, el cual controla la tensión entre la captación y la mira. Si el «sobrevenir» es manifestado por la captación, por la admiración según Descartes, el «llegar a» es manifestado a su vez por la mira.


Según la captación, el sujeto padece, mientras que, según la mira, el sujeto actúa, o al menos se encuentra en capacidad de actuar. Así, Valéry (1973), que ha captado el valor de la conmutación inherente a la sorpresa, ve en la aceleración experimentada [éprouvée] la razón de la transformación de la sucesión:

 

Sorpresa. El acontecimiento inesperado [evento] se propaga más rápidamente que cualquier otra perturbación. Se adelanta a todo. Se adelanta a la memoria. De tal manera que él llega antes que los acontecimientos que le son anteriores. Él los recibe. Oscilaciones. No-composiciones. (p. 1313)