Horizontes de la hipótesis tensiva

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

2. LA RESOLUCIÓN OPERATIVA DE LAS MAGNITUDES

La aproximación semiótica a la definición presenta dos características. En primer lugar, desde la perspectiva hjelmsleviana, la definición se presenta a sí misma como división; en segundo lugar, la definición participa de un «sistema de definiciones», que pretende, en lo posible, reducir el número de axiomas. La hipótesis tensiva no contradice esa opción, y planteamos que el recurso al espacio tensivo permite «ver» la dependencia organizadora. Sea el esquema decadente simplificado:


El valor V tiene por definientes la dualidad de las valencias v1 y v2, que son las proyecciones respectivas de V sobre las dimensiones de la intensidad y de la extensidad. Pero, en ese estado, el esquema deja escapar la relación de la dependencia propia de la estructura. La hipótesis tensiva cree que puede superar esa dificultad postulando que el producto de v1 por v2 obedece a un estructurante principio de constancia: k ≈ v1 × v2. Por continuidad, v1 se vuelve posiblemente en el cociente de k por v2, y, en ese caso, k se convierte en un dividendo. Esta sobredeterminación de la significación por las operaciones elementales de la aritmética esclarece la participación de los valores: en el caso del valor de absoluto, el divisor es uno (1) y la foria, indivisible; mientras que en el caso del valor de universo, el divisor es posiblemente lo infinito (∞), lo que aminora otro tanto el número del cociente. Entrevemos el antecedente de la exigencia de la determinación que constituye todo el costo de la noción de estructura. Desde el punto de vista epistemológico, conviene recibir los datos de la percepción como otras tantas cuestiones: «Se trata de encontrar la construcción (oculta) que identifica un mecanismo de producción con una percepción dada» (Valéry, 1973, p. 1283). Este bosquejo de tratamiento del valor permite comprender cómo un percepto y un concepto «comunican» el uno con el otro. La hipótesis del principio de constancia es un punto de vista inédito sobre la complejidad, que ha sido el objeto del primer punto.

3. LA ALTERNANCIA ELEMENTAL

En este estadio, el análisis en busca de dependencias distingue entre valencias intensivas y valencias extensivas. La intensidad controla la tensión entre /fuerte/ y /débil/, mientras que la extensidad toma a su cargo la tensión entre /concentrado/ y /difundido/. Entre las combinaciones posibles, la hipótesis tensiva retiene dos parejas prioritarias: [intenso + concentrado] y [débil + difundido], que son los términos polares de un arco esquemático. La combinación [intenso + concentrado] la aceptamos como un valor de absoluto, y la combinación [débil + difundido], como un valor de universo. Esta partición define la estructura del campo de presencia. El diagrama que sigue manifiesta el lugar que cada uno de esos valores ocupa en el espacio tensivo.

Los términos que retenemos pertenecen a un grupo que es definido por la energía que encierra: «Lo sincrónico es una actividad, una ενέργεια. La sincronía es la teoría de los procedimientos lingüísticos. La δυναμις es el principio más elemental del lenguaje; de él nada escapa, cualquiera que sea el punto de vista adoptado» (Hjelmslev, 1976, p. 56). Cada uno de esos valores obedece así a una lógica interna que, por supuesto, es formulada a posteriori: la /fuerza/ presupone la /concentración/; en cambio, la /debilidad/ presupone la /difusión/, la /dispersión/.

Concentrando la foria sobre una sola magnitud, el valor de absoluto es exclusivo, mientras que repartiendo la foria sobre un número variable de magnitudes, el valor de universo es distributivo. Si el valor de absoluto anda a la búsqueda de lo único, el valor de universo busca lo universal. Aunque pertenecen al mismo sistema, cada valor puede constituir un punto de vista: el valor de universo reprochará al valor de absoluto su arbitrariedad, y este reprochará a aquel su aceptación de la mediocridad.

No se puede evitar la pregunta: ¿cuál es el alcance de este modelo? Sobre este punto, la semiótica greimasiana hace tiempo que asignó a la narratividad un alcance de universalidad, que Propp (1981) no había considerado, pues escribía: «Pero las cosas se complican por el hecho de que la claridad, en la estructura de los cuentos, solo es tal para los campesinos, y aun para unos campesinos poco tocados por la civilización». En ese sentido, el esbozo de tipología de los valores que proponemos parece que conviene al análisis político de nuestro tiempo, dado que ella trata de desenmarañar la organización de los poderes.

La concentración de los poderes confía los tres poderes a un solo sujeto, régimen que merece la denominación de monocracia. Los pensadores del siglo XVIII hablaban de despotismo, los del siglo XX se han visto confrontados con la dictadura o con el totalitarismo. La distribución de la foria corresponde a la policracia. Los antiguos hablaban de república; los modernos, de democracia:


Tocamos aquí la cuestión de la adecuación, de la aplicabilidad y, más prosaicamente, de la actualidad. En cuanto forma de vida, el modelo proppiano3 es inactual. Inversamente, ante la cuestión trágica del totalitarismo, nuestra actualidad nos invita a superar el doble inconveniente de tener que pensar estructuras sin vivencias y vivencias sin estructura.

4. LA PERTINENCIA ESQUEMÁTICA DE LA CONCESIÓN

A partir del diagrama presentado anteriormente, la búsqueda del sentido puede ser aprehendida como la travesía de un paradigma (Zilberberg, 2015b, pp. 109-145). Esta búsqueda se expresa por el paso de un valor de absoluto a un valor de universo. La condición requerida es doble: paso de /fuerte/ a /débil/; luego, paso de /concentrado/ a /difundido/. Hemos propuesto en otra parte (Zilberberg, 2006, pp. 93-102) esquematizar esos recorridos decadentes según la [atenuación → aminoración], pero si la aminoración se realiza, ¿el proceso queda con eso agotado? Aquí, la concesión hace oír su voz: la aspectualidad que acabamos de tener en cuenta es una aspectualidad intrasecuencial, que el despliegue de la concesión viene a virtualizar instalando un posible más allá de la secuencia expresada: a pesar de que la tarea por cumplir haya terminado, yo la llevo más adelante. El esquema implicativo a dos tiempos: [atenuación → aminoración] deja lugar a un esquema concesivo de tres tiempos [repunte → redoblamiento → superación]. Así:


La manifestación de la concesión tiene algo de heroico, que Fontanier (1968) ha captado muy bien a propósito del paradojismo, al que describe en estos términos:

El paradojismo, que viene a ser lo que se llama comúnmente alianza de palabras, es un artificio de lenguaje por el cual ideas y palabras, ordinariamente opuestas y contradictorias entre sí, se encuentran aproximadas y combinadas de manera que, dando la impresión de que se combaten y se excluyen recíprocamente, golpean la inteligencia con el más sorprendente acuerdo, y producen el sentido más verdadero, como el más profundo y el más enérgico. (p. 137)

Como se ve, la concesión se halla en la base del asombro, de la sorpresa, desde el punto de vista subjetal; y del evento (Zilberberg, 2008)*, desde el punto de vista objetal. Que la figura del evento se encuentra colocada en el más alto puesto de la jerarquía tensiva lo confirma con fuerza este juicio de Arendt (2004): «No son las ideas, sino los eventos los que cambian el mundo» (p. 343). El evento, pues, confirma el valor.

5. FINAL

Nos gustaría, para terminar, insistir en los puntos siguientes. (i) El estructuralismo francés ha puesto el acento en la oposición, pero, a consecuencia de un malentendido inadvertido, esta ha sido pensada como disjuntiva, mientras que la oposición conjunta magnitudes que sin su intervención seguirían siendo extrañas la una a la otra: «En la lengua, todo se reduce a diferencias, pero todo también se reduce a agrupamientos» (Saussure, 1974, p. 215). En este sentido, nosotros instalamos la intersección como una de las condiciones de la estructuración. (ii) La resolución operativa de las magnitudes prolonga el punto precedente. Sobre el modelo de la sílaba propuesto por Saussure y seguido por Hjelmslev, se trata de elaborar un modelo propio para la unidad examinada. El modelo de la sílaba es distinto del modelo fonológico adoptado por el estructuralismo francés (Lévi-Strauss, Greimas). El modelo silábico apela a las categorías de consonante, de vocal, de sonante, y para Saussure, en los Principios de fonología, a las categorías de «implosión» y de «explosión». Autorizados por ese precedente, recurrimos a las nociones de «producto», de «cociente» y de «dividendo» para calificar las magnitudes semánticas. (iii) Tratándose de la alternancia elemental, el dilema se encuentra entre la trascendencia y la inmanencia: ¿de quién es deudora la teoría? El marxismo y el psicoanálisis se presentan abiertamente como teorías trascendentes, en la acepción epistemológica del término. Para el marxismo, el valor tiene un referente: el trabajo. A partir de ese valortrabajo, la lucha de clases regula el reparto de la plusvalía con ventaja para unos y desventaja para otros. Para el psicoanálisis, el referente es el inconsciente, con su dispositivo actancial particular, que transforma a la madre y al padre del infante, respectivamente, en objeto de deseo y en obstáculo para el deseo. Para la hipótesis tensiva, no existe antecedente singular de ese orden. Son las condiciones mismas de la enunciación, a saber, la tensión [fuerte vs. débil] para la intensidad, y la tensión [concentrado vs. difundido] para la extensidad, las que se encuentran en la base misma de la dualidad entre los valores de absoluto y los valores de universo. Dejando de ser circunstancias, las condiciones se convierten en obreras que concurren a la producción de la significación. (iv) La concesión es un capítulo de una problemática más vasta: la dinámica del discurso. La lingüística confía al verbo y a las categorías que le están asociadas el cuidado de organizar esa dinámica. Preocupada por el discurso, la hipótesis tensiva se interesa por una magnitud desdeñada, el evento, pues es la que verdaderamente dinamiza el discurso. Con este antecedente, el evento no es pensable sin un «sobrevenir» y este sobrevenir mismo presupone la concesión.

 

(Junio, 2012)

II
Saludo al evento*

Cada cosa que ves es un acontecimiento y cada idea, un acontecimiento, y tú mismo, que te percibes por acontecimientos (y que eres un acontecimiento en este instante), eres también capacidad de acontecimientos, y ella misma es uno de ellos.

Valéry

1. REPARTO DE LA VERIDICCIÓN

La problemática de la veridicción, tal como se infiere de la presentación que se hace en Semiótica 1 (Greimas y Courtés, 1982), es, por tomar una expresión de Hjelmslev (1971a), un «resultado definitivo» (p. 11)**, aunque susceptible de ser tomado a cargo por un «punto de vista nuevo». Si consideramos la estructura mínima del decir: decir es decir algo a alguien, los momentos de esa estructura reciben las denominaciones cómodas siguientes:


Las modalidades veridictorias han privilegiado la comunicación en detrimento de la predicación, como lo muestra la elección de los términos utilizados para calificar las deixis: «secreto» y «mentira». A nosotros nos gustaría atenernos brevemente a esta magnitud: «algo», examinándola desde el punto de vista del valor: ¿qué es lo que merece, qué es lo que vale la pena ser dicho, ya sea que ese decir se dirija a otro o a uno mismo?, ¿qué es ese «qué», que en el corazón de «algo» reclama irresistiblemente el decir, el hacer-saber? ¿En virtud de qué condiciones soy llevado a pensar que otro me agradecerá, a fin de cuentas, que le comunique ese «algo» a cambio de ese quantum de atención que me concede?1.

Como puede verse ya, nos orientamos en una dirección totalmente contraria a la que sostienen las modalidades veridictorias: estas últimas se adecúan a una retórica de la retención para la cual la preservación del secreto por el recurso a la mentira es la regla, mientras que nuestra problemática es exactamente inversa, la de la divulgación. Divulgar es definido por el diccionario como «poner algo en conocimiento del público» [del vulgo]. En tal sentido, nos inclinamos hacia la estructura tensiva canónica que ve en el contenido la intersección de la intensidad y de la extensidad. En el caso de una semiótica de la retención, la conservación de la intensidad, aquí la del secreto, exige su concentración en la medida en que su divulgación es pensada como dispersión y pérdida; la divulgación es, en ese caso, negadora.


Pero si la pertinencia o, lo que es lo mismo, la acentuación se desvía de la intensidad a la extensidad, en una palabra, si la divulgación se convierte en «algo bueno», asistimos a una inversión del valor: la divulgación del contenido valioso es significada y aprobada como reparto altruista, empático, mientras que la confiscación del secreto es ahora moralizada y reprobada. Sea la estructura siguiente:


Así, proyectando la estructura tensiva elemental del decir, accedemos a los estilos2 enunciativos de la retención y de la divulgación: según el estilo retensivo, es la intensidad, más exactamente el evitamiento de su decadencia, la que es pertinente. En cambio, para el estilo divulgante, es la extensidad, cuya expansión es favorecida actualmente por la instantaneidad y por la gratuidad de la información, la cual retiene el «acento de sentido».

2. DEL EVENTO AL MODO

Nos gustaría ahora, al lado del concepto de modalidad, cuya eficacia se ha probado, no ya introducir, sino ampliar la noción de modo, que ya se utiliza en lingüística y en semiótica: en semiótica, con la problemática de los modos de existencia, inaugurada por Saussure y desarrollada por Greimas; en lingüística, con los modos del verbo. La definición de «modo de…» que da el Micro-Robert de los escolares, como «forma particular con la cual se presenta un hecho, se cumple una acción», reúne o confunde los dos aspectos. Se trata de responder a la pregunta: desde el punto de vista semiótico, ¿de qué un hecho es hecho?

Antes de avanzar en el análisis, tenemos que subrayar que el hecho tiene por correlato intenso el evento o, lo que viene a ser lo mismo, que el hecho es el resultado del debilitamiento de las valencias paroxísticas de tempo y de tonicidad, que constituyen las marcas del evento. Dicho de otro modo, el evento es el correlato hiperbólico del hecho, así como el hecho se inscribe como el diminutivo del evento. El evento es algo raro, tanto más cuanto más importante es: el que afirma su importancia insigne desde el punto de vista intensivo, afirma explícita o tácitamente su unicidad desde el punto de vista extensivo, mientras que el hecho es numeroso. Todo pasa como si la transición, el «camino» que conduce del evento al hecho, se presentase como una división de la carga tímica que todo evento encierra. Para mediar la dependencia de nuestros discursos con los eventos y los hechos, basta con imaginar, con entrever por un instante la desolación, el aburrimiento definitivo de un mundo del que los eventos y los hechos hubieran desertado. Pascal y Baudelaire son insuperables sobre este punto. A la hora en que la astrofísica se centra en la historia del cosmos y en el evento que la funda, a la hora en que, todas las isotopías confundidas, la novedad se convierte en el valor que servir y que apoyar, mal se comprendería que la semiótica continuara comportándose como si el evento no existiese.

Introducimos el concepto de modo con el propósito y con la esperanza de desenredar en lo posible, de resolver ese sincretismo existencial, ese precipitado de sentido que constituye, tanto colectiva como individualmente, el evento. A beneficio de inventario, distinguimos tres suertes de modos: los modos de eficiencia, los modos de existencia y los modos de junción, de los cuales debemos hacer al menos un esbozo.

3. LOS MODOS DE EFICIENCIA

El contenido y la denominación se toman de la obra de Cassirer, y más cerca de la problemática –central en su espíritu– del «fenómeno de expresión». En el tercer tomo de Filosofía de las formas simbólicas (1998), podemos leer: «Porque toda realidad efectiva que captamos es menos, en su forma primitiva, la de un mundo preciso de cosas, erigido ante nosotros, que la certeza de una eficiencia viviente experimentada por nosotros»*. Si tomamos en serio esta opinión, es decir, si la aceptamos como directriz y poiética para la comprensión del pensamiento mítico, nos conducirá a rechazar la «tentación algebraica» preconizada, aunque por razones distintas, por Saussure3 y por Hjelmslev4. En cuanto a la terminología, admitiremos que, grosso modo, el «fenómeno de expresión» para Cassirer y la «sustancia del contenido» para Hjelmslev se refieren a las mismas magnitudes: aquellas que aluden comúnmente a la afectividad. A pesar de que estos dos maestros hayan, salvo error o ignorancia de nuestra parte, permanecido ajenos el uno al otro, ambos han abordado la misma cuestión: la de la precedencia que se debe observar entre la forma y la sustancia. Hjelmslev, en este punto, es el continuador de Saussure (1974) cuando este último afirma: «Dicho de otro modo, la lengua es una forma y no una sustancia» (p. 206). La afectividad, por lo que concierne al plano del contenido, se encuentra, pues, expulsada; luego, reintroducida. Sin embargo, Cassirer (1998, t. 3) rechaza la legitimidad de ese doble gesto:

Ciertas teorías psicológicas desconocen los puros fenómenos de expresión cuando los hacen nacer de un acto secundario de interpretación, explicándolos como productos de la «empatía». El defecto capital de esas teorías y su prôton pseudos consiste en invertir el orden de los datos fenoménicos. Para eso deben previamente suprimir la percepción, convertirla en un complejo de simples contenidos de la impresión sensible para después reanimar ese «material» muerto de la sensación, gracias al acto de penetración afectiva. Pero la vida que así le toca en reparto es, en último análisis, obra de la ilusión psicológica. (p. 92)

Por esa misma razón, nosotros hemos formulado la tensividad como una «determinación», en la cual la intensidad subjetal es la constante y la extensidad, la variable.

Con el término eficiencia, Cassirer designa, pues, la aserción por el sujeto de una afección5. A fin de disponer de un metalenguaje operativo y adecuado, admitiremos que el modo de eficiencia designa la manera como una magnitud se instala en el campo de presencia: si ese proceso es efectuado a pedido, según el deseo del sujeto, en ese caso, retendremos la modalidad del «llegar a» [parvenir]; si la magnitud surge contra toda espera, negando ex abrupto las anticipaciones razonables, los cálculos minuciosos del sujeto, hablaremos de la modalidad del «sobrevenir» [survenir]. Desde el punto de vista paradigmático, el modo de eficiencia es estructurado por la distensión del «llegar a» y del «sobrevenir».

Esta exposición sumaria requiere de cuatro observaciones. (i) La pregnancia del «sobrevenir» es sin duda tan antigua como el mundo, puesto que la filosofía ha reconocido y reconoce en el asombro, en el thaumazein de los griegos, el corazón de nuestros afectos y de nuestros pensamientos. Esa preeminencia ha sido reconfirmada por Descartes (1991) en su análisis intacto de la admiración:

Cuando el primer encuentro de un objeto nos sorprende, y lo juzgamos nuevo o muy diferente de lo que antes conocíamos, o bien de aquello que suponíamos que debía ser, eso hace que lo admiremos y que nos asombre. Y como eso puede ocurrir antes de que podamos conocer si ese objeto nos conviene o no nos conviene, me parece que la admiración es la primera de todas las pasiones. (pp. 108-109)

 

(ii) Al sostener que esa pregnancia de lo sobrevenido es tan antigua como el mundo, queremos decir que lo divino es inseparable, en gran número de sociedades, de un surgimiento, de una epifanía:

Se dice en particular que la expresión manitu es empleada siempre que la representación y la imaginación son excitadas por algo nuevo y extraordinario: si durante la pesca uno atrapa un ejemplar de una especie aún desconocida de peces, eso hace nacer de inmediato la expresión manitu. (Cassirer, 1998, t. 2, p. 104)

La modalidad del «sobrevenir» estaría, pues, vinculada con la exclamación, que nosotros consideramos como el pivote de la estructura frástica. Pero esto es aún demasiado decir; según Cassirer (1998, t. 2), la pertinencia deber ser atribuida no a la exclamación, sino rendida a la interjección: «Las expresiones wakan y wakanda entre los sioux parecen remontarse etimológicamente a interjecciones que traducen el asombro» (p. 104). El evento es esa magnitud extraña, por decirlo así, extraparadigmática, o más bien que se manifiesta primero en el plano sintagmático por una anticipación, y espera por ese mismo hecho su identidad paradigmática. La fórmula del evento comprendería, de esta manera, una anticipación sintagmática y un retraso paradigmático. El evento rompe el ajuste sintónico ordinario de lo sintagmático y de lo paradigmático.

(iii) Desde el punto de vista figural, el «sobrevenir» y el «llegar a» son regímenes de valencias dirigidos por el tempo.


Las magnitudes postuladas son ante todo cuantitativas, pero nosotros aceptamos la hipótesis según la cual las diferencias cualitativas concentran diferencias cuantitativas, movilizando dos argumentos. El primero estipula que la gradualidad, a la cual, según parece, Saussure se adhería6, queda fuera de alcance si las magnitudes no se presentan mentalmente como divisibles. En segundo lugar, sin esa misma divisibilidad, la sintaxis estaría condenada al «todo o nada», condenada a desconocer las virtudes, en otro tiempo consideradas superiores, del matiz y de la lentitud. En la semiótica greimasiana, esa carencia figural fue suplida con la aspectualidad, es decir, con un dato figurativo.

Si volvemos ahora a nuestro diagrama, las dos tensiones conservadas [subitaneidad vs. progresividad] y [brevedad vs. longevidad] se ajustan una a otra por medio de aumentos y de disminuciones correlacionadas. Pero, cualesquiera que sean sus méritos, el diagrama deja escapar un dato semiótico capital: la característica. Un diagrama no es nunca más que la proyección de un análisis y de sus resultados: el acoplamiento de por lo menos dos definiciones. Partiremos, pues, de nuestro análisis, y nos esforzaremos luego en generalizar.

En los Cuadernos (1973), Valéry, atormentado por los secretos del tiempo, anota: «El tiempo largo se hace sentir durante… El tiempo corto se hace sentir después» (p. 1329). La distensión paradigmática o morfológica [largo vs. breve] sigue siendo, en un sentido, incompleta si no comprende también una marca sintagmática: [simultaneidad vs. posterioridad]. La lectura de los Cuadernos muestra de inmediato que para la primera frase Valéry tiene en mente un proceso, cuyo agente es el sujeto, mientras que con la segunda se refiere a la sorpresa. De tal modo, la extensión temporal es la del actuar y la de la paciencia que el actuar razonado supone; y la brevedad es la del padecer que lo inesperado y brusco impone al sujeto. Entendemos por característica la junción, la connivencia singularizante de la paradigmática y de la sintagmática; la característica misma reside, pues, en la intersección de la morfología y de la sintaxis, intersección que constituye una preocupación permanente de la reflexión hjelmsleviana:

Lo sintagmático y lo paradigmático se condicionan constantemente. […] nos vemos obligados a introducir consideraciones manifiestamente «sintácticas» en «morfología» —incluyendo en ella, por ejemplo, las categorías de la preposición y de la conjunción, cuya sola razón de ser se encuentra en la sintaxis—, y a colocar en la sintaxis hechos plenamente «morfológicos», reservando forzosamente a la «sintaxis» la definición de casi todas las formas que se pretende haber reconocido en «morfología». (Hjelmslev, 1972, p. 189)

(iv) En fin, y esta será nuestra cuarta y última observación, a fin de dar cuenta de la complejidad que los discursos nos presentan, debemos introducir una distinción suplementaria entre modos de eficiencia directores y modos secundarios o asociados. El «sobrevenir» y el «llegar a» se inscriben por ahora como modos directores. (a) El «llegar a» está asociado a dos modos secundarios: el auxiliar [subvenir], que, después de la virtualización de su clasema, toma el relevo del «llegar a» cuando el sujeto operador no alcanza el resultado que se había fijado; y el proveer [provenir] toma el lugar del «llegar a» cuando el proceso tiene por agente supuesto un sujeto no-humano; una de las dimensiones de la reflexión de Spinoza (1955) concierne justamente a la mutación-conmutación del «llegar a» antropomorfo en proveer [provenir]: «Tal es esta libertad humana que todos se vanaglorian de poseer y que consiste solamente en que los hombres tienen conciencia de sus apetitos e ignoran las causas que los determinan» (pp. 303-304). El paradigma propio de este modo de eficiencia reside en la dependencia de las vicisitudes paradigmáticas y sintagmáticas que afectan la identidad y la eficacia del sujeto operador. (b) Por su lado, el «sobrevenir» se muestra la mayor parte de las veces como la denegación del prevenir en su acepción genérica, según el Micro-Robert: «III, 2.° Impedir con sus precauciones (un mal, un abuso). “Más vale prevenir que curar”». En La dialéctica de la duración (1978), Bachelard cree que debe definir el sujeto en estos términos: «La conciencia pura se nos presentará como una potencia de espera y de acecho» (p. VI), pero el espectáculo del mundo muestra que si esta definición está motivada, es porque el sujeto, y sin duda el viviente en general, es ese ser que siempre puede ser sorprendido, tomado por sorpresa, desprevenido, y que si buscamos el objeto necesario de los verbos esperar y acechar elegidos por Bachelard, solo encontramos uno: lo inesperado, a tal punto que Greimas mismo tituló «La espera de lo inesperado» el último capítulo de De la imperfección*, como deferencia a la gravedad del «sobrevenir».

En fin, la complementariedad antagonista del «llegar a» y del «sobrevenir» parece hallarse, según una medida que resulta muy difícil de precisar, en el principio, en la base de los grandes estilos estéticos, puesto que el estilo clásico, de acuerdo con la descripción que de él hace Wölfflin, está del lado del «llegar a», mientras que el estilo barroco, centrado en el aparecer y en la aceleración, asume el «sobrevenir». A este respecto, el arte moderno ha dado ampliamente la razón a Baudelaire cuando este último anunciaba en el texto titulado «Exposición universal de 1855» (1954b) el advenimiento de lo «bizarro»: «Lo Bello es siempre bizarro. […] Digo que contiene siempre un poco de bizarría, de bizarría espontánea, ingenua, no buscada, inconsciente, y que esa bizarría hace que lo bello sea Bello. Esa es su matrícula, su característica» (p. 691). En estas condiciones, si cada arte es claramente, a partir de las exigencias y de los recursos del plano de la expresión que contiene, una «deformación coherente», la totalidad virtual de las artes —de las cuales las obras de Edgar Faure y de André Malraux dan una idea— constituye una mímesis, así como la totalidad de las lenguas, por sí mismas «subjetivas», conformaba para Humboldt nuestra objetividad.