Ni una boda más

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Addie alcanzó el paquete de cervezas Naked Pig Pale Ale. Después de tomar un gran sorbo de la botella, levantó la carpeta de la mesa con vacilación.

Que le pusieran delante un incendio que combatir, un excursionista perdido que encontrar, o una fuerza destructiva de la naturaleza con la que lidiar, y se lanzaba sin miedo. Pero ¿el embrollo de una lista de cosas por hacer para una boda? Vaya, estaba a punto de llorar como un niño pequeño que busca a su mami.

Era de locos. Por desgracia, después de la reunión tenía que entrenar a los cachorros en búsqueda y rescate, así que más le valía permanecer sobrio.

Ford tomó una cerveza sin alcohol y la abrió. Murph pasó la página hasta la sección llamada “Mesas” y entrecerró los ojos.

–Um, supongo que empezaremos con… ¿decoraciones de mesa? –le echó una mirada a Ford, como si él tuviera idea de qué tipo de adornos poner. ¿No bastaban la vajilla y los platillos? El resto era un estorbo durante la comida. Al inclinarse para ver por encima del hombro de Addie, el cuero del sofá crujió.

–Claro. Esos manteles se ven bien –dijo, señalando las hileras de tela multicolor. Lexi frunció el ceño.

–Esos no son para las mesas, son para las sillas.

–¿Las sillas necesitan manteles? –preguntó, y Lexi suspiró.

Addie le dio un codazo.

–Sí, ¿no lo sabías, Ford? Así, en vez de usar el mantel como servilleta, te limpias en la silla.

–Una solución inteligente –todos rieron, Lexi frunció los labios.

Desde que comenzaron con esto de ser parte del cortejo de Shep como damas de honor, Addie se había vuelto más cercana a Lexi, pero en momentos como este se ponía de manifiesto lo diferentes que eran. Si dependiera de Addie y Tucker, harían una ceremonia pequeña. Sin embargo, la costumbre del lugar era que las bodas se organizaban tanto para los miembros de la familia y la gente del pueblo como para la pareja. Era más fácil seguir la corriente que lidiar con las críticas el resto de sus vidas.

Los cachorros empezaron a juguetear y a ladrar y sus gruñidos llenaron el aire. Pyro, el fiel pastor alemán negro de Ford, alzó la cabeza desde su cama junto a la chimenea. Aunque ya estaba retirado, Pyro no podía evitar ayudar. Por eso era el mejor perro de rescate de todo Alabama.

Por eso y porque Ford, que entrenaba a las unidades K-ninas para misiones de búsqueda y rescate, lo había entrenado personalmente desde que era un cachorro juguetón.

Lexi lanzó una mirada a los perros.

–No niego que tu nueva camada es ridículamente linda, pero así no podemos planear una boda. Son muy ruidosos.

–Ruidosos. Te sorprenderás de lo mucho que mejorarán en una semana, más o menos.

Ford todavía no elegía el nombre de los cachorros, pero el más inquieto levantó su pierna y orinó en el zapato de tacón alto de Lexi.

A su favor, Lexie no gritó ni regañó al cachorro. Pero arqueó la ceja mirándolo para dejar en claro que el lugar de Ford estaba en la casa del perro.

–Por favor, ¿me puedes servir un hors d’oeuvre para acompañar mi odeur du pipí? Ah, claro. No tienes de esas cosas.

Decir que Lexi estaba acostumbrada a hacer de anfitriona era quedarse corto. Solía dejarla ser, pero si los cachorros se quedaban mucho tiempo solos destruirían la casa.

–Saqué carne seca y un paquete de cervezas, ¿no?

–Creo que acabamos de elegir el menú de la boda –dijo Addie–. Carne seca y cerveza para todos.

–Oye, oye –Ford le dio una mordida al extremo de carne seca de Addie, y luego ambos dieron mordiscos gigantes.

A juzgar por la expresión de desprecio en la cara de Lexi, los dos terminarían en la casa del perro.

–La próxima reunión la haremos en tu casa –dijo Ford en tono apaciguador.

–Sé que es abrumador, pero estoy aquí para ayudar –Lexi se inclinó sobre la mesa de café y pasó a una página marcada como “Paleta de color”–. Una vez que escojamos cuáles son tus colores y fijemos otros detalles importantes, el resto será muy sencillo.

–Lo único que quiero es que no sea rojo carmesí –atajó Addie–. Sin ofender –añadió porque sabía que ese color había sido uno de los favoritos de Shep en su boda–. Pero trabajo para la universidad de Auburn y sería vergonzoso que en mi boda los entrenadores se pregunten si soy una traidora por usar los colores de la competencia.

–¡Vamos, águilas guerreras! –Ford levantó su cerverza.

Lexi se pellizcó el puente de la nariz.

–Otra vez no. Ya se los expliqué. Me gusta el rojo. Y aunque me doy cuenta de que dije “elige lo que quieras”’, una boda color naranja universidad sería horrible. Dudo que quieras que tus damas de honor se vean como si se hubieran escapado de la cárcel.

–Considerando el tipo que está a mi lado, no sería raro –bromeó Addie.

Pyro levantó la cabeza y ladró, Ford se enderezó de inmediato. Si los cachorros ladraran no se inmutaría, pero Pyro no ladraba a menos que hubiera una razón.

–¿Qué pasa?

Pyro saltó de su cama y ladró de nuevo, su nariz apuntaba a la chimenea.

–McGuire –le dijo Addie, con un tono de regaño en la voz–. ¿No hablamos de que apagarías la radio para estar presente? ¿Y sobre cómo tienes que evitar sobrecargarte de trabajo?

Sus amigos lo habían sermoneado porque nunca se tomaba un descanso y respondía a todas las llamadas, sin importar lo grande o pequeño que fuera el asunto. A veces eran del pueblo de al lado y él aparecía cuando ya todo había terminado. Intentaba recuperar el equilibrio en su vida pero, hasta ahora, había fracasado.

El problema era que no quería nunca más tener que cargar en su consciencia con otro “¿y si…?”.

Cuando Ford escuchó el pitido en su beeper, se puso de pie y tomó su radio de encima de la chimenea. Presionó el botón y escuchó el mensaje. Había humo en la Pastelería Maisy.

–Es un incendio.

Aunque en todo el condado había varios paramédicos, en la ciudad eran pocos los bomberos voluntarios. Fue casi un alivio tener una razón válida para atender la llamada sin tener que dar explicaciones de cómo había pasado la noche. Lexi y Addie asintieron con la cabeza.

El botón de encendido crujió cuando Ford prendió la radio.

–Estoy respondiendo a la situación en la Pastelería Maisy.

–Recibido –repuso el de la base–. La persona que llamó dijo que no hay mucho humo, pero prefiere pecar de precavida. Darius está cerca de la estación y va a llevar el camión, por si acaso.

Las llaves de Ford tintinearon cuando las tomó de la repisa de la chimenea mientras Pyro se ponía a su lado, listo para entrar en acción.

–Me reuniré con él allí.

***

Ahora me doy cuenta de lo que nos faltaba. Por qué nunca pude fijar una fecha de boda. La explicación que Benjamin le dio a Violet después de atraparlo in fraganti la desgarró de lado a lado, pero la jabalina a su corazón expuesto llegó cuando le explicó que con Crystal fue amor a primera vista.

–Y si lo piensas –había dicho, dando la estocada final–, qué bueno que ella y yo nos conociéramos antes de que tú y yo cometiéramos un gran error y nos casáramos.

–Ahora verás cuál fue tu error –dijo Violet al tiempo que los engranajes de metal se clavaban en la almohadilla de su pulgar mientras volvía a encender la llama que se había apagado. Bajó el encendedor hasta las páginas arrugadas de las revistas de novias, pensando en lo catártico que sería ver el fuego consumir todo el montón.

Las sonrientes novias se retorcieron sobre sí mismas cuando los bordes se enroscaron ennegrecidos. Los protectores de hojas de plástico se fundieron con los papeles que Violet había recortado con devoción para añadirlos a su colección.

Entonces una brisa se levantó, el montículo que había formado se encendió de naranja brillante. Un par de páginas parcialmente quemadas revolotearon y volaron separándose de la parte superior del montón, una de ellas aterrizó sobre la hierba seca, que se encendió.

–¡No, no, no! –Violet la pisoteó, persiguió la otra hoja e hizo lo mismo. Mientras su corazón latía por la adrenalina, pensó en lo fácil que era que el fuego se extendiera sin control.

En un instante, Violet regresó a su cuerpo y la mujer desquiciada que la había poseído la abandonó.

Eso había sido una estupidez muy peligrosa.

Y después de todo, no iba a cambiar nada.

Se quitó la sudadera y la usó para apagar el fuego, cuando las llamas comenzaron a extinguirse con los últimos destellos y chispas, dio también unos pisotones. Tan pronto como estuvo segura de que la pila de papeles se había apagado, se dejó caer al suelo.

Sintió el peso de la derrota sobre ella, sacó la carpeta derretida de debajo del montón chamuscado, la abrazó contra su pecho y soltó las lágrimas que había tratado de contener todo el día.

Olfateó en el aire y juró que olía a un humo diferente del que había acompañado a la quema de las páginas de la revista. ¿Era un olor menos químico, acaso?

Bajó su carpeta destrozada y la miró con atención, para comprobar que no estaba en llamas.

Le ardían los ojos y los vapores acre le quemaban la nariz.

¿Qué rayos…? Se puso de pie al ver que de la puerta trasera de la pastelería emergían bocanadas de humo gris.

¡Los cupcakes!

Corrió y con la punta de los dedos tocó la manija antes de aferrar el metal con toda la mano. Como no se quemó la palma, jaló la puerta.

Por suerte, no estaba cerrada con llave. Pero al entrar y ver el humo y las llamas que salían por los bordes de la puerta del horno y subían por la pared, dejó de sentirse tan afortunada.

 

Echó una rápida mirada, pero no pudo ubicar el extintor de incendios, así que tomó un guante de cocina y trató de abrir la puerta.

No se movía, el calor que se filtraba por su piel se intensificaba, lo que hacía imposible que siguiera intentándolo.

–Espera. ¿Por qué estás a trescientos grados? –le gritó al horno cuando vio la temperatura en la pantalla.

Como el aparato no le respondió y el humo se hacía cada vez más denso, marcó al 911, esperando que en este pueblo de mala muerte no tardaran una eternidad en responder.


Capítulo 2

Ford pisó el acelerador de su Dodge Ram Cummins Diesel, el motor rugió y salió disparado por las calles secundarias de la ciudad antes de frenar y cruzar la calle principal.

Clavó la nariz de la camioneta en el callejón entre la Pastelería Maisy y la tienda de manualidades de Lottie, y corroboró que sí había humo.

Ford hizo una rápida evaluación.

Color: blanco. Volumen: escaso. Velocidad: baja. Densidad: fina.

Llegar solo no era una buena idea, pero esperar a que el fuego creciera tampoco lo era.

De un salto bajó del vehículo y tomó su hacha, junto con el botiquín. Los incendios no eran muy comunes en esta época del año, de modo que había dejado el traje de protección en el camión de bomberos. Se le aceleró el pulso cuando escuchó una voz femenina gritar:

–¿Por qué no abres? No puedo apagar el fuego si no me dejas que abra –seguida de una tos seca que hizo que Ford se apresurara hacia la puerta con Pyro pisándole los talones.

Una mujer parecida a Maisy, aunque no del todo, estaba parada frente al horno. Con guante de cocina manoteaba contra las llamas al tiempo que murmuraba cosas sobre que su hermana había confiado en ella y que era el día más mierda de la historia.

Ford se interpuso entre la chica y el horno, y la empujó hacia atrás. El sofocante aire se filtró a través de su camisa que se adhirió con fuerza a la piel. La voz de la experiencia se hizo cargo de la situación y se enfocó en la evacuación del edificio.

–¿Hay alguien más dentro?

–No, solo estoy yo –contestó la chica tosiendo–. Por eso…

–Yo me encargo, señorita. Por favor, salga del edificio.

Con suavidad Pyro le mordió los pantalones y tiró de ella, tratando de convencerla de que se salvara.

Como no se movió, Ford estuvo a punto de dejarse llevar por la adrenalina para sacarla y llevarla afuera. Pero su cerebro ya se había puesto en modo analítico y le daba vuelta a los hechos tan rápido como su corazón le martilleaba el pecho.

No había nadie más en la pastelería y el fuego estaba contenido en el horno. Sofocar la fuente de calor será el curso de acción más seguro y rápido para todos.

Ford se subió la camisa para cubrirse nariz y boca, y se concentró en inhalar y exhalar por las fosas nasales.

–Retroceda.

Con el hocico contra las piernas de la mujer, Pyro la empujó hacia la puerta abierta y Violet pareció notar al perro por primera vez. Retrocedió, dándole a Ford el espacio que tanto necesitaba.

El maldito enchufe no quería soltarse del tomacorriente y una creciente sensación de urgencia se apoderó de la base de su cráneo. Aferró el mango del hacha y usó el borde de la hoja para liberar el plástico duro.

Con el oxígeno agotándose en el horno, una pequeña corriente de aire podría convertirse en un gran problema así que, aunque se pudiera, ahora abrir la puerta del aparato no era una buena idea. Ante el riesgo de que se propagara el fuego y de que la pastelería se incendiara, no podía dejar allí el horno.

En cuanto baje la temperatura, me ocuparé del fuego.

Se escuchó una sirena cada vez más y más fuerte, Ford colocó una mano en la espalda de la mujer y la sacó del local. Darius condujo el camión de bomberos hasta la puerta.

Él y Ford se pusieron el equipo de protección. Los gruesos guantes dificultaban un agarre firme, pero los protegían de las quemaduras. Hacer pasar el horno gigante por la puerta trasera fue como dar a luz a un elefante, pero por fin se las arreglaron para maniobrar el aparato hasta el centro del callejón, donde esperaron a ver si ameritaba que lo rociaran con la manguera.

Tras haber contenido el peligro, Ford fue a buscar a la mujer que había estado en la cocina intentando apagar el fuego por sí misma sin mucho éxito.

Pyro estaba a su lado, observando la conmoción, listo para entrar en acción si era necesario. A veces Ford pensaba que su perro era tan adicto a la adrenalina como él, lo que no siempre era bueno ya que los había metido en apuros más de una vez. Retirarse o arrepentirse era el incómodo dilema que lo perseguía desde hacía tiempo.

–Buen chico –dijo Ford, al tiempo que rebuscaba entre dos capas de tela y sacaba un premio para Pyro.

–Lo siento mucho –se disculpó la mujer con un movimiento de cabeza–. Puede que haya dejado los cupcakes demasiado tiempo, pero no entiendo cómo se incendiaron. O por qué la puerta no abría.

Ford terminó de acariciar la cabeza de Pyro y se enderezó.

–Estaba en modo de autolimpieza. Eso provoca que la temperatura suba y quema todo lo que hay dentro para que luego se pueda limpiar la ceniza.

El rostro de la chica, lleno de tizne, palideció.

–¿Y si adentro había dos bandejas gigantes de masa para cupcake?

–Hierven y comienza el fuego.

La joven se tambaleó y Ford se apresuró a sujetarla por los hombros, preocupado de que sus rodillas no la resistieran. Pyro brincó alrededor de sus piernas, mirando a Ford y la chica intermitentemente, esperando órdenes de cómo ayudar.

–Estará bien –le aseguró a su perro–. Solo está un poco en shock.

La joven se tapó el rostro con una mano.

–Más bien estoy mortificada y con ganas de que la tierra se abra y me trague entera.

–Entonces Pyro y yo tendríamos que excavar para sacarte y creo que estarás de acuerdo en que ya hemos tenido suficientes emociones por hoy.

Apartó la mano y, al levantar la barbilla, él la vio por primera vez. Su cabello era del mismo color del café que a él le gustaba: una de crema y dos de azúcar; cara en forma de corazón manchada de tizne y lo que sospechaba eran rastros de rímel; y una nariz algo prominente que llamaba la atención sobre sus iris, de un profundo tono café que casi se fundía con sus dilatadas pupilas.

Continuó mirando en las profundidades, buscando… ¿qué? ni siquiera estaba seguro qué era lo que buscaba, pero fuera lo que fuera, estaba relativamente seguro de haberlo encontrado.

Pyro ladró y lo despertó del hechizo. La gente comenzaba a reunirse en la boca del callejón, como una multitud de polillas entorno a una llama, literalmente.

La chica bajó la cabeza y con una mano se cubrió para taparse el rostro.

–Oh, genial. ¿Por qué aparece todo el pueblo?

–Es probable que hayan visto el humo o que hayan escuchado o visto el camión de bomberos. No solo es gigante y rojo con luces intermitentes, sino que rara vez sale. Además, no hay mucho que hacer en la ciudad. Es probable que esto aparezca en la primera página del periódico.

La chica gimió. Y aunque él sabía que no debía decirlo, su aspecto desaliñado sugería que había tenido un día de mierda como ella decía.

–Y yo que trataba de pasar desapercibida.

–Un pequeño consejo: Las Dudas no es el lugar para esconderte si estás huyendo. No se nos da mucho lo del bajo perfil.

Dejó escapar un resoplido, que en parte era risa y en parte sollozo, pero al menos la había hecho sonreír un poco. La chica dio un paso atrás, alisó la despeinada coleta en la parte superior de su cabeza y frunció el ceño al tocar un mechón que sobresalía como la cresta de un gallo. Con un resoplido, dejó caer los brazos.

–Gracias por tu ayuda…

Él le tendió una mano.

–Ford. Ford McGuire.

–Suenas muy tipo Bond, James Bond, presentándote así –dijo y deslizó su pequeña mano en la de él. Como si hubiera tocado el extremo de un cable, una sacudida atravesó su brazo, y tuvo que hacer un esfuerzo por no darle un apretón más allá de la cortesía.

Una naricita húmeda empujó la mano que el bombero dejó caer y Ford le dio una palmadita en la cabeza a su peludo compañero.

–Y este es Pyro.

Una chispa de burla se adivinó en el rostro de la joven, suavizando su exasperación y haciendo que él quisiera decir algo más ingenioso.

–¿Un bombero con un perro llamado Pyro?

–Me gusta pensar que soy listo –repuso Ford–. ¿Y tú eres…?

–¡Violet! –Maisy se abrió paso entre la multitud y la cautivadora incendiaria que tenía delante de él corrió hacia la mujer dueña de la pastelería.

Chocaron en un abrazo y la joven, Violet, comenzó a disculparse mientras Maisy preguntaba si estaba bien. Un comentario sobre si estaba bien y sobre no iniciar un incendio antes de que la conversación se transformara en palabras chillonas que Ford ya no pudo descifrar.

Easton se acercó, vestido con su uniforme de policía. Se saludaron con un gesto de cabeza y Ford le dio un rápido resumen. Dadas las travesuras que habían hecho de chicos, los amigos a menudo bromeaban sobre cómo habían podido terminar del lado correcto de la ley. Tener a su amigo ayudándole en las emergencias era muy útil y siempre que deleitaban al resto de la pandilla con sus historias, hacían lo que hacen los pescadores: con cada relato, las aventuras que tenían se hacían más grandes.

Ya con Easton al tanto de la situación, ambos guardaron silencio y la voz de Violet se elevó por encima del estruendo.

–… no estoy segura de cómo voy a pagarlo, pero si el horno se echó a perder, trabajaré en la esquina de la calle más cercana para conseguirte uno nuevo.

Como no era ajeno a las exageraciones, Ford captó el sentido de la frase. Sin embargo, la idea de la Violet curvilínea parada en la esquina… A pesar de que últimamente él estaba fuera de circulación, podría no ser capaz de contenerse.

No es que alguna vez hubiera pagado por ello, pero llevaba tanto tiempo y… Esto ya está tomando un rumbo extraño.

–No seas ridícula –dijo Maisy, abrazando de nuevo a Violet–. Me alegro de que estés bien.

–Sí, pero ¿y si tú hubieras estado allí? ¿O Isla? –alzó el tono de voz, sus palabras teñidas por el pánico–. ¿Está bien? ¿Dónde está?

–Ella está bien. Lottie, la dueña de la tienda de manualidades de al lado, la está cuidando mientras yo arreglo esto.

–Bueno –Violet retorció las manos y una lágrima gorda recorrió su mejilla.

Ford sintió su presión elevarse debajo de sus costillas, su instinto de ayudar se activó, aunque nunca había sido muy hábil para lidiar con las lágrimas femeninas.

Pyro lloriqueó y le lanzó una mirada a su amo, preguntando en silencio cómo consolarla. Cuando él asintió, Pyro se acercó y frotó su nariz contra su mano.

Violet dejó que la olfateara antes de acariciar su peluda cabeza.

–Me olvidé de agradecerte, ¿no? Intentabas mantenerme a salvo y yo estaba demasiado agobiada para ponerte atención.

Supongo que yo también debería poner mi nariz contra su mano. A ver si me pasa los dedos por el cabello. Probablemente sacaría la lengua y jadearía como lo hacía Pyro. Más tarde esa noche, discutiría con su perro sobre cómo él había hecho la mayor parte del trabajo y Pyro había conseguido la mayor parte de la atención.

Un destello púrpura atrapó la atención de Ford y se puso en cuclillas junto al neumático del camión de bomberos y sacó la… Aghhh. La carpeta de boda de Lexi debió de impresionarle más de lo que pensaba, porque juraría que se parecía a la que había visto poco antes en su mesa de café. Solo que arrugada y salpicada de grasa y de ceniza negra.

–Noooo –chilló Violet, saltó hacia él y le arrebató lo que fuera que tenía entre las manos. Abrazó contra su pecho el paquete de papeles y la brillante cubierta púrpura.

–Lo siento. Es solo… privado –dobló y recogió los papeles sueltos, algunos de los cuales definitivamente se habían quemado, sin mencionar los separadores plásticos que se habían derretido–. De todos modos, perdón otra vez por todos los problemas y gracias por tu ayuda. De nuevo. Sí, así que… –se enderezó con tanta fuerza que la parte superior de su cabeza golpeó contra la barbilla del bombero, haciendo que sus dientes chocaran entre sí.

 

–¡Auch! –dijo Violet al tiempo que se sobaba la cabeza y retrocedía como si él hubiera sido el responsable–. Voy a levantar esto.

Tan solo unos instantes antes, él había querido arrancarle una sonrisa, pero la mueca que ahora se dibujaba en el rostro de la chica tenía un toque maniaco. Hablando de cambios bruscos de humor.

Parte de la reciente sequía en su vida tenía que ver con su indiferencia por salir a conocer gente. Había renunciado a las relaciones serias hacía unos cuantos años. Aun así, después de una misión de búsqueda y rescate en el sur, las citas casuales perdieron su atractivo. Las interacciones superficiales no parecían valer la pena y su vida no le dejaba tiempo para actividades poco satisfactorias.

Pero Violet… Era innegable que había algo intrigante en ella.

Aunque, ¿quién lo diría? Era la primera vez en años que sentía la chispa con una mujer y al parecer ella estaba en medio de la planificación de una boda.

Probablemente, su propia boda.

***

Violet examinaba fijamente el interior carbonizado del horno junto con Maisy, a pesar de que no tenía ni idea de cómo saber si el daño había sido tan serio como para requerir uno nuevo.

¿Se podía saber con solo mirar?

La culpa se instaló en su intestino, junto con un duro bulto de injusticia que la hizo querer dar un zapatazo. Había estado tratando de ayudar y evitar un desastre y, en uno de sus ya clásicos movimientos, solo había empeorado las cosas.

Como cuando intentó demostrar que estaba muy bien y programó una sesión de fotos de compromiso apenas dos días después de que Benjamin se mudara. Entonces se desvaneció y tuvo una crisis nerviosa que terminó con el reembolso de la sesión de la pareja y los remitió a otro fotógrafo.

No era de extrañar que ya no estuviera inspirada.

¡Diablos! No era de extrañar que Benjamin no hubiera querido darle un anillo. Además de ser la ñoña de la que él a menudo se burlaba, era un completo y total desastre. Algo de lo que era muy consciente delante del fornido bombero que estaba a unos cuantos metros de distancia. Sin duda había pensado que estaba loca por la forma en la que le arrancó la carpeta de las manos.

La idea de que él viera sus esperanzas y sueños fallidos…

Incluso en este momento, hizo que su piel se sintiera demasiado tensa.

Tras tomar su carpeta chamuscada la fue a esconder en uno de los gabinetes de la cocina. Luego regresó al callejón para enfrentar el desastre que había causado.

Y para enfrentar también al sexy bombero de voz profunda y perfecta para las palabras sucias. Por no hablar del mentón desaliñado y de los brazos con cicatrices, que exhibía ahora que se había quitado la chaqueta de bombero.

Su compañero bombero también era guapo, unos centímetros más bajo que Ford, pero más fornido. Y también llevaba un anillo de bodas que contrastaba con su piel más morena. La escena evocaba escenarios de fantasías de bomberos. Solo que en la vida real, la mortificación mermaba su capacidad de apreciar el banquete para la vista que tenía ante sus ojos.

Si Violet no pensara que Ford y su perro intentarían revivirla, se desmayaría de la vergüenza.

Como si su hermanastra sintiera que necesitaba consuelo, Maisy la abrazó.

–Le pudo pasar a cualquiera.

Violet se sorbió los mocos, porque no era como que el tipo que estaba del otro lado de Maisy fuera a mirarla dos veces, ni siquiera en su mejor día, ni aunque estuviera bien arreglada.

–Es muy lindo que digas eso, pero soy la chica que no sabe ni siquiera meter unos cupcakes en el horno.

–Maisy tiene razón –intervino Ford para quitarle importancia al asunto–. Sucede todo el tiempo.

Ahí estaba de nuevo esa voz profunda. Aguzó el oído, rogando porque dijera algo más. El único defecto del tipo era su pelo oscuro que le llegaba hasta la barbilla, irresistiblemente despeinado y que contrastaba con su piel clara.

No es que el estilo “así-me-levanté” no le gustara. Completaba el look sexy de chico campirano que pescaba con sus propias manos y luchaba con cocodrilos por diversión.

Sí, lo bueno es que no le gustaban los tipos de cabello oscuro y piel clara, porque claramente era lo único que se interponía en su camino. Aghh, ¿podría ponerse peor este día?

Al menos la multitud en la entrada del callejón había disminuido, la mayoría de los mirones había decidido que la parte emocionante había terminado y se habían marchado.

–Espera –dijo frunciendo el entrecejo–. Dijiste que el camión de bomberos no sale muy a menudo.

Ford le sonrió torciendo un poco los labios lo que le hizo recordar las películas viejitas de Elvis que su abuela, su Bubbie como ella la llamaba, solía ver.

–No muy a menudo. Cuando hay un incendio es porque una fogata se sale de control o algún electrodoméstico provoca un corto circuito. Tostadoras, licuadoras –le dio una palmadita al ennegrecido cacharro junto a ellos–, hornos.

–Aunque se ve bastante mal, no creo que esté dañado –dijo Maisy–. Pero, si así fuera, tengo un seguro para estas eventualidades.

En un intento de tranquilizar a Maisy, Violet asintió, pero pudo oír a su ex en su cabeza. Clásico de Violet. Tienes todo un plan de boda y de vida bien trazado, con los puntos a seguir, pero vas a la tienda y no eres capaz de regresar con la única cosa por la que fuiste.

En incontables ocasiones se ponía a preparar la cena para luego olvidarse por completo de la comida. Benjamin se frustraba tanto, decía que las comidas quemadas eran un desperdicio y se quejaba porque la casa olía siempre a humo.

Eres la persona más desorganizada que conozco, le decía con frecuencia.

Los pulmones de Violet se contrajeron. Parte de los motivos por los que insistía en la organización era para ayudar a manejar su TDAH. La atención dispersa y la incapacidad para concentrarse eran los síntomas más conocidos, pero la otra cara de la moneda consistía en estar tan inmersa en las actividades que disfrutaba que se olvidaba de todo lo demás.

Por mucho que lo intentara, se perdía a menudo en la edición de fotos o en añadir imágenes inspiradoras a su carpeta de boda. Lo que parecían minutos se convertían en horas y cuando salía del relajante mundo dentro de su cabeza encontraba uno caótico, lleno de confusión. Y, lo peor de todo, con un Benjamin decepcionado.

Eso alimentaba su ansiedad y, a partir de ahí, le resultaba casi imposible hacer algo bien.

Por fin, los bomberos y el policía se marcharon y Maisy cerró la pastelería. Le dio a Violet las llaves de la casa y le dijo que se sintiera como en su propio hogar mientras recogía a Isla.

Después de aventar sus bolsas en la recámara de invitados y de ducharse, Violet volvió a sentirse medio humana.

Tan pronto como entró en la sala, Maisy señaló los dos vasos de vino que había servido. En lugar de tomar uno, Violet agitó sus dedos con el clásico movimiento de dame.

–Lo primero es lo primero. He estado esperando todo el día para acurrucarme con mi sobrina.

Isla estaba calientita, olía a aceite de bebé y llevaba puesta una pijama con una estrella en el trasero.

Violet se instaló en el sofá, colocó a su sobrina en su regazo antes de alcanzar el vino y tomar un sorbo. Devolvió la copa al posavasos y luego pasó un nudillo por la mejilla regordeta de Isla.

–Un día, cuando seas mayor, la tía Violet te dirá lo que no debes hacer con tu vida, porque resulta que es una experta en el tema.

–Detente. La gente que lo tiene todo resuelto es aburrida, por no decir molesta –Maisy levantó su copa–. Y piénsalo de esta manera. A partir de ahora, el resto de tu estancia solo puede mejorar.

–¿Todavía estás segura de que me vas a aguantar tanto tiempo?

Maisy meneó la cabeza como si hubiera hecho una pregunta absurda.