Por la ventana abierta el día es día como siempre,
o noche, que es igual,
y el árbol tiene la mansedumbre de las cosas ya vistas
y el orden de la mano va del número,
cuando la ola entra alocada, dando tumbos,
tan caliente
que ahoga el pequeño pájaro que anida en la camisa,
tan fría que congela un río de palabras,
la ola con su paréntesis vacío para siempre
que viene a recordarnos que vivir era eso,
que hacia este lugar desde siempre veníamos.
Otra vez sales de mí, pequeño, mi sufriente.
Otra vez miras todo con mirada reciente,
y llenas tus pulmones con el aire gozoso.
Ya no lloras.
El mundo, de momento, no te duele.
Todo es tibio esta vez, caricia pura,
como una prolongada primavera.
Ignoras
mi útero vacío, mi sangrado.
Desconoces
que el grito de dolor de parturienta
va hacia adentro y se asfixia, sofocado,
para que no trastorne
el silencio que ronda por la casa
como una mosca azul resplandeciente.
Mis manos ya no pueden cobijarte.
Sólo decirte adiós como en los días
en que al girar, ansioso, tu cabeza,
mi sonrisa se abría detrás de la ventana
para encender la tuya. Cuando todo
era sencillo transcurrir, no herida,
ni entraña expuesta, ni desgarradura.
Ventanas
para la mano trémula
para la boca áspera y el
espíritu en fuga
el cuerpo erguido sobre el hambre
en su endeblez de ramo
de huesos sorprendidos
en la caída
por
la caída
ventanas
para fugarse / franquear
el límite
que protege a los débiles
ventanas para oír
el eco
que al abismo convoca
desde lo no cifrado
al otro lado de
al otro lado tiempo
la otra oscuridad
de sin dolor sin sombra
ni tan siquiera de
cuando tan sólo
sin
(alféizares:
polvo de vidrio
para cortar los hilos)
Sin ti ha vuelto esta vez el sol de enero.
El dios indiferente que adoramos,
que ni culpa, ni salva, ni señala.
(Tu cuerpo
gozaría este sol que nada pide,
que vuelve a hacernos simples y animales).
El árbol que veías detrás de tu ventana
reverbera de luz.
Adentro,
sobre lo intacto aún, sobre tu almohada,
la sombra de mi mano se acongoja.
Lejos, en Prospect Park,
el árbol al que dimos tu cuerpo en primavera
habrá perdido ya todas sus hojas.
En su raíz fulgurará la nieve.
Enero siempre vuelve.
En la pared del cuarto tu luz dibuja sombras.
La primavera es la estación que acoge los suicidas.
Lo dicen los que en la morgue anotan «edad, sexo, lugar
y método empleado».
Desde lo alto yo vi brillar el sol de mayo
que atrás dejaba al pájaro enfermo del invierno,
su mirada de escarcha
que antes ensombrecía las ventanas.
Pude también oír decir al viento:
«se ha roto la promesa del invierno.
Nada renacerá en la primavera».
Son implacables, madre, los relojes del mundo.
Desde lo alto yo vi mi sombra como un árbol
abriéndome sus brazos amorosos.
La piel del brazo
el roce
Abrázame le digo dice
ella
pero no hay otro
movimiento
que el de la caída
y me pregunto cómo
si ella más abajo o si yo
más arriba
o su brazo y no hay tiempo
salvo para caer
el edificio a un lado
porque de espaldas no
de espaldas es el suelo
y el suelo es el miedo
Abrázame le dice
pero es
tan larga la caída
¿En qué pupila
quedaste tú grabado para siempre
aún vivo
pero volando triste hacia la muerte,
en el último instante, el cielo a tus espaldas?
¿Quién te lleva dentro de sí
como una pesadilla hacia la noche,
o una anécdota, un puro escalofrío
que aspira a remansarse en la palabra?
¿Quién vio lo que no vi,
lo que tan sólo
a mí me pertenece?
Tú como un ave inversa que se entrega,
oscura y sin plumaje,
derrotada.