Salud del Anciano

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6. Siglos XVIII a XX

En el siglo XVIII las fuentes de la historia de la vejez cambiaron radicalmente, pasaron de ser puramente apreciativas a ser objetivas. Así, durante el siglo XVIII el imaginario desaparece, la vejez responde, de ahora en adelante, a edades reales y los ancianos empiezan a existir más allá de las abstracciones. Se habla del inicio de la aritmética política, es decir los cálculos al servicio del estado, cuyo propósito no solo es contar la población, sino también comprender sus estructuras. Se empezaron a generar estadísticas poblacionales en algunos países de Europa, dos ejemplos ilustran esta situación: Holanda contaba con 10,7% de la población mayor de 60 años y 4,36% mayor de 80 años. En Suecia 8,5% de la población era mayor de 60 años y, por primera vez en la historia, la proporción de mujeres era mayor. Sin embargo, aun la esperanza de vida al nacer era muy baja, 33 años.

Si se generalizan los datos conocidos, queda claro que, en la Europa poblada de principios del siglo XVIII, incluyendo Rusia, había alrededor de 120 millones de habitantes, de 5 a 7% mayores de 60 años, al final del mismo siglo, representaban entre 8 y 10% del total. Estos cambios en las proporciones llevaron a modificaciones en torno a la vejez y el envejecimiento: si antes se preguntaba cómo se puede ser anciano, ahora la cuestión era cuál es el papel y cuál es el lugar de los ancianos en la sociedad.

El gran mérito del siglo XVIII es que tuvo en cuenta a los ancianos. Más allá de las medidas individuales de retiro y las enfermerías de convento, apareció una política de asistencia pública o privada en la mayoría de los países europeos cuyo objetivo fue luchar contra la segregación por la edad. Aparecieron los hospitales generales para ancianos en los cuales se podían instalar con algunos bienes personales. Estos hospitales cumplen una función social. En toda Europa se crearon instituciones como asilos, pensiones y casas, con variadas legislaciones y sistemas de financiación. Así, la vejez se impuso en las mentalidades y las instituciones. Fue aceptada, apreciada y protegida. Este siglo puede ser considerado como el siglo del optimismo.

Si el siglo XVIII corresponde al reconocimiento de los ancianos, el siglo XIX es el tiempo de su consolidación. En tiempos de revolución industrial, todas las estructuras sociales se modificaron, uno de los primeros hechos que marcaron la diferencia fue el éxodo rural, los hijos migraron del campo a la ciudad o de Europa hacia América, dejando solos a los padres. En la segunda mitad del siglo, en Europa, cerca de la mitad de las parejas de ancianos en el campo vivían solas. También había familias que compartían la residencia, sin embargo, a nivel rural, la cuestión de los bienes fue la clave de las relaciones, une vez privado de sus bienes, el anciano era privado de autoridad y corría el riesgo de ser rechazado.

En este siglo, hay tres figuras importantes: la caridad privada, la asistencia y la seguridad (los seguros). La primera, la caridad privada tiene una dimensión excepcional, se crearon una serie de instituciones religiosas y laicas para dar asistencia a los ancianos menos favorecidos. La segunda, la asistencia que complementa esta caridad privada es evidente por la multiplicación de hospicios y el desarrollo de actividades en instituciones hospitalarias, aunque aún se confundía a los ancianos con los pobres. También aparecieron ayudas de otro tipo, por ejemplo, las oficinas de bienestar en Francia, las cuales ofrecen ayuda a los indigentes mayores de 75 años, distribuyen pan, carne y combustible y, en ocasiones dinero. La tercera, la seguridad preventiva apareció antes de la idea del retiro o jubilación, una seguridad basada en el ahorro y la subvención. El progreso definitivo se dio primero en la Alemania de Bismarck, mediante la ley de 1881 que imponía a los obreros que ganaban menos de 2000 marcos, un seguro obligatorio que les garantizaba una pensión de invalidez, esta se amplió a pensión de vejez en 1889, a partir de los 65 años. Esta iniciativa inspiró a otros países, sin embargo, en un principio había muchas reticencias, pues se confundían las nociones de seguro, asistencia y retiro.

Pero el siglo XIX no escapa a la regla: las percepciones de la vejez también en este tiempo fueron contradictorias. La diferencia es que ya no estaban marcadas por la abstracción, por tanto, no se derivaban de la moral, la filosofía o la religión. Se reconoció la vejez como una etapa de la vida, con un valor específico y diferente a la edad adulta. Pero es en el siglo XX, a partir de los cambios demográficos y de la importancia numérica de los ancianos, que la vejez y el envejecimiento se establecieron en el mundo entero como una realidad.

7. La vejez en América

En América, en los pueblos prehispánicos, como en otras culturas a lo largo de la historia antigua, se relacionaba la ancianidad con la sabiduría. En la cultura azteca, que dominó casi todo el territorio mexicano, los ancianos, si habían servido al Estado como guerreros o funcionarios, recibían alojamiento y alimentos en calidad de retirados, incluso siendo simples macehualtin (campesinos) tomaban lugar en el consejo, respetados por todos, daban consejos, amonestaban y advertían. Entre los mexicanos se encuentra la imagen de un anciano arrugado, barbado, desdentado y encorvado, representación del dios fuego, llamado Huehuetéotl, el dios viejo, era también el dios del tiempo y el patrono de los años solares.

Los mayas, habitantes del Petén al norte de Guatemala y de la península de Yucatán, tuvieron como creador único e invisible al Hunab-ku, anciano arrugado de un solo diente, cuyo nombre significa “el que existe de por sí”. De nuevo son evidentes la vejez y la sabiduría juntas, el hijo de Hunab-ku, Itzamna, dios maya del cielo, de la medicina, la escritura y el calendario, se representa como un anciano desdentado, barbado, de maxilares hundidos y nariz aguileña. Era un dios bondadoso, amigo de los hombres; fue el primero en repartir la tierra y por su mediación sanaban los enfermos y resucitaban los muertos. Los ancianos de la sociedad maya ocupaban un lugar importante y siempre tuvieron un papel destacado en el ritual religioso.

En el antiguo Perú, dentro del sistema socioeconómico de los incas, cada individuo daba un rendimiento de acuerdo con sus condiciones físicas, su categoría social y su edad y aún después de los 80 años los ancianos aportaban al grupo social. Los hombres de más de 50 años, es decir, los viejos, estaban exentos de ir a la guerra, del servicio personal y de salir de su casa y su tierra. Servían como despenseros, lacayos o escuderos. Los mayores de 80 años eran guardianes de casas o hacían sogas o frazadas, servían de porteros de doncellas y vírgenes, eran temidos, honrados y obedecidos, daban consejos y enseñaban. Las ancianas Huaman, a los 80 años se ocupaban de tejer costales y de la crianza de animales y niños, con otras ancianas hacían “mingas” o trabajo comunitario en sementeras y con el producto ayudaban a los niños huérfanos.

La información que se tiene acerca de la avanzada edad alcanzada por los incas no es del todo clara. Existen historias que relatan la existencia de hijos del sol desde los 88 hasta los 200 años, sin embargo, el carácter mítico de los personajes hace que estos datos relativos a la edad deban mirarse con prudencia, lo que sí es evidente, es que la legislación inca acerca de los ancianos no fue dictada para casos excepcionales, sino para circunstancias corrientes de la vida cotidiana, lo cual hace suponer que se alcanzaban edades avanzadas, al igual que en la cultura maya.

Garcilaso de la Vega cuenta en sus crónicas que es a partir de la conquista española que se logra la seguridad los ancianos: se hacía un censo cada cinco años y los ancianos se repartían en grupos de edad, así, de 50 a 78 años estaban los ancianos “que aún caminan bien”, después estaban los ancianos edéntulos y con problemas de audición, después, los ancianos que no hacían más que comer y dormir, y finalmente los otros; todo esto hace suponer una longevidad extraordinaria. En esta sociedad sin escritura, los ancianos conservaron su papel tradicional de archivos vivientes y formaban un consejo informal en cada tribu que guiaba al monarca. Todos los ancianos eran cuidados por la comunidad.

En Colombia, existe información de tres grandes culturas prehispánicas: los muiscas y los quimbayas. Entre los muiscas del altiplano Cundiboyacense, parece que la actitud hacia los ancianos no era tan considerada, pues cuando los padres llegaban a la ancianidad, los hijos los echaban de sus casas. Los ancianos, hombres y mujeres, iban de pueblo en pueblo, convertidos en hechiceros y agoreros. Sin embargo, el dios civilizador, Bochica, quien llegó del oriente para dar a los hombres normas de comportamiento y enseñanzas sobre agricultura y tejidos, era un anciano que vivió más de cien años. Este dios, junto con otros caciques, expresa las ideas de sabiduría, poder y experiencia, unidas a la representación de la vejez.

Los quimbayas, famosos orfebres llamados los maestros del oro, habitaron la región del Eje Cafetero, y se encuentran numerosas crónicas que narran historias de ancianos de edades avanzadas que lucían grandes cantidades de joyas, las figuras de ancianos y los rostros surcados de arrugas aparecen en el material arqueológico de estas tribus, al igual que en las culturas de Tumaco y San Agustín, tienen numerosas representaciones de viejos desdentados o barbados de expresión socarrona y, curiosamente, se encuentran, especialmente en San Agustín, numerosas representaciones de ancianos con imágenes viriles que no se acomodan a la tradicional consideración que asocia la vejez con la decadencia sexual.

 

8. La vejez en la actualidad

Aunque en las sociedades industriales se acrecienta el desprestigio de la vejez por el descrédito de la experiencia frente a las nuevas tecnologías, al aumentar el número de ancianos su presencia se ha convertido no solo en fenómeno demográfico, sino en asunto político y económico, y es hoy una de las más urgentes preocupaciones en los estamentos gubernamentales. La vejez, hasta ahora asunto esencialmente privado y familiar, se transforma en fenómeno social de envergadura. Con el cambio en la pirámide poblacional, en la sociedad actual el anciano adquiere representatividad social. Sin embargo, el siglo XXI no es ajeno a las paradojas y a las ambigüedades de siglos anteriores, prueba de ello es el vocabulario: adulto mayor, retirado, tercera o cuarta edad, anciano, en todo caso no “viejo”, término actualmente proscrito. Además, algunas denominaciones se elaboran sobre actitudes más o menos optimistas de la vida, por ejemplo, la edad dorada o edad de oro, que sustituyen a otras más pesimistas como el ocaso de la vida. No se puede olvidar que las palabras traducen y construyen procesos sociales. Esta cuestión de la denominación de los ancianos es la expresión de conflictos y de desafíos sociales.

La vejez y el envejecimiento son construcciones históricas y culturales. Cada sociedad tiene los ancianos que merece. Cada tipo de organización socioeconómica y cultural es responsable del papel y de la imagen de sus ancianos. La historia occidental, desde la antigüedad, está marcada por las fluctuaciones del rol social y político de los ancianos. No hay una evolución lineal ni de la vejez ni de su estatus, es una evolución con altibajos, pero con una tendencia general a la degradación, a la exclusión. Muy temprano en la sociedad se impuso una imagen de una escala de edades como un arco, que se inicia con el nacimiento, con un apogeo en la edad adulta y decae hacia una vejez devaluada. Esta imagen ha afectado profundamente la representación de los ancianos y de la vejez y ha contribuido a la interiorización de la imagen de degradación y de pérdida, fortalecida actualmente con las tendencias antienvejecimiento.

Capítulo 2
Historia de la gerontología y la geriatría

El interés por la vejez y los procesos de envejecimiento se ha producido a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque no siempre ha tenido un carácter científico. Los seres humanos de todas las épocas se han preocupado por prolongar su vida con la intención de luchar contra la muerte y alcanzar la eterna juventud. La imagen y las representaciones de la vejez y de los ancianos son casi tan antiguas como el mundo mismo, en cambio, el estudio científico del envejecimiento surgió después de la Segunda Guerra Mundial, por tanto, es más joven que su objeto de estudio. Sin embargo, desde tempranas épocas en la historia de la humanidad, se encuentran algunos intentos de explicación que pueden ser considerados como antecedentes de la geriatría. Por otra parte, la gerontología como disciplina científica es aún más joven que la geriatría, como se verá más adelante. La gerontología hace referencia al estudio de la vejez y el envejecimiento y la geriatría da cuenta de la salud y las enfermedades de los ancianos.

En las sociedades primitivas prevalecía el mito sobre toda forma de conocimiento, sin embargo, como se mencionó en el capítulo anterior, el papiro de Ebers (1550 a. C.) contiene la primera explicación sobre el envejecimiento y la cultura china es la primera que diferencia entre envejecimiento y enfermedad.

En la sociedad griega y luego en la romana, la medicina asentó las primeras descripciones de los padecimientos más comunes del anciano, es decir elaboró una geriatría, aunque todavía no diferenciada de la medicina general, y esto siguió hasta bien avanzado el siglo XIX. Hipócrates es quien refleja el ideal de la gerontología y geriatría actuales, puesto que el método hipocrático insistía en la cuidadosa observación de la apariencia del anciano, su conducta, su función, su forma de vida, su estado emocional y el medio ambiente que incluía el clima y las costumbres. Así mismo, las primeras referencias a las edades de la vida fueron elaboradas en el ámbito de la cultura griega, algunos textos hablan de siete edades, en otros se hace referencia solamente a dos (juventud y vejez) y allí nace el concepto de tercera edad, formulado por Aristóteles posteriormente, quien diferencia en la vida humana la juventud, la plenitud vital y la vejez.

Como ocurre en otras disciplinas, es en la filosofía donde se encuentran claros antecedentes de la gerontología. Platón presenta una visión individualista e intimista de la vejez, resalta la idea de que se envejece como se ha vivido y de la importancia de cómo habría que prepararse para la vejez en la juventud. Así pues, Platón es un antecedente de la visión positiva de la vejez, así como de la importancia de la prevención y la profilaxis.

Por el contrario, Aristóteles presenta una imagen negativa del anciano, establece unas etapas de la vida del hombre: la primera es la infancia, la segunda es la juventud, la tercera, la más prolongada, es la edad adulta, y la cuarta, la senectud, que equivale a deterioro y ruina. Considera la vejez como una enfermedad natural y una etapa de debilidades, digna de compasión social e inútil socialmente. Además, según él, los ancianos se caracterizan por ser desconfiados, inconstantes, egoístas y cínicos. Aristóteles fue el primero en elaborar une teoría del envejecimiento, la del envejecimiento como pérdida, que lo considera como la consecuencia de la disipación progresiva de un capital dado al nacimiento. Así, el envejecimiento se debe a la disipación progresiva de un stock de calor inne o “animal” con el cual nace todo ser viviente.

Estas visiones antagónicas sobre la vejez de Platón y Aristóteles, mencionadas en el capítulo anterior, se continúan y matizan a lo largo de la historia. Son, además, las responsables de muchos de los estereotipos tanto positivos como negativos presentes en la sociedad actual. Así, por ejemplo, Cicerón sigue la idea positiva de Platón, mientras que Séneca sigue la línea de pensamiento de Aristóteles.

Más adelante Galeno toma los elementos de la teoría de los cuatro elementos hipocráticos y la concepción aristotélica del envejecimiento y postula que la combinación variable de calor, frio, humedad y sequedad explica la diferencia de temperamentos y, por su evolución en el curso vital, determina el tránsito de las edades, desde la infancia, con predominio del calor y la humedad, a la vejez, en la cual se impondría el dominio de la sequedad y la frialdad.

En la vejez el cuerpo se seca, se enfría y se vuelve rígido como resultado de la disminución del combustible para mantener el calor natural y el espíritu. Según Galeno, no existe ninguna enfermedad que pudiera catalogarse como “natural”, para él la vejez es una etapa de toda vida que sobrepasa la madurez. Galeno en su Gerocomica da recomendaciones para el cuidado de la salud del anciano y para retrasar el deterioro orgánico provocado por el envejecimiento: el cuerpo viejo debe ser calentado y humedecido. Los ancianos deben tomar baños calientes, hacer dietas específicas, beber vino y permanecer activos.

El concepto del calor inne o innato, con el cual nace todo ser viviente, se mantiene durante mucho tiempo y evoluciona hacia el concepto de pérdida de la energía vital. A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, todo el mundo estaba de acuerdo en que el envejecimiento era el reflejo del consumo de un principio activo que se llamaba energía vital o fermento vital. La aceptación de esta explicación por parte de la medicina griega justifica que Galeno se mostrara contrario a la identificación que sostuvo Aristóteles de la vejez como enfermedad; la vejez, para la medicina griega, sería un estado natural, pues, en palabras de Galeno, “no es otra cosa que la constitución seca y fría del cuerpo, resultado de una larga vida”. Este es el origen de la metáfora que se ha usado durante mucho tiempo y que compara la vida con la llama de una lámpara de aceite que se acaba con el paso de los años. Esta explicación fue asimilada por la medicina árabe, recogida por los médicos medievales y reafirmada por los médicos humanistas del Renacimiento y su vigencia se prolongó hasta bien avanzado del siglo XIX.

Los médicos griegos no hicieron distinción en los modos de enfermar de adultos y ancianos, designando a estos últimos como ‘enfermos de edad avanzada’. La vejez, edad final de la vida según Aristóteles, era en sí misma una enfermedad, una dolencia incurable. Como ya se dijo, esta suposición mantuvo su vigencia durante mucho tiempo en la medicina europea, de hecho, algunos médicos buscaron ampliar su contenido incorporando a las recomendaciones dietéticas e higiénicas, la descripción de enfermedades observadas en los ancianos, y así figuran en los libros de David de Pomis, que publica finalizando el siglo XVI, y Aurelio Anselmi, que se imprime iniciada la siguiente centuria. El doble intento atestigua su incapacidad para dar forma a una patología particular al anciano, y la razón del fracaso, según algunos, estriba en que la experiencia clínica se limita al ámbito social en el que ejercieron y no pudo contrastarse con una práctica hospitalaria, la única que podía permitir estudiar enfermos adultos y ancianos que padecieran idénticas dolencias y descubrir diferencias tanto en la clínica como en el pronóstico.

En la sociedad medieval, se conservó la tradición grecorromana, el conocimiento y los textos relacionados con el envejecimiento y la vejez mantuvieron los preceptos galénicos que buscaban preservar la salud y retardar la aparición de los signos de decrepitud propios de la vejez. Fue la cultura árabe, especialmente a través del Canon de Avicena, la que sirvió como texto de enseñanza en las universidades occidentales. Avicena mantuvo el legado griego y romano sobre el concepto de ancianidad, tomó los planteamientos de Galeno e insistió en la influencia del clima, del régimen alimenticio, de la bebida de las excreciones (urinaria y fecal) y del ejercicio físico en el proceso de envejecimiento. Los principios dietéticos e higiénicos de la obra galénica reaparecieron en un Régimen de los ancianos de Avicena y en los regimina medievales, textos de literatura médica que tratan especialmente la importancia de la dietética en la salud. Moisés Maimónides quien vivió en el siglo XII, considerado por algunos como el padre de la geriatría, recomendaba a las personas viejas evitar los excesos, mantenerse limpias, beber vino y buscar cuidado médico en forma regular. En la Edad Media, aún se conservaba la concepción de la vejez como seca y fría, también evidente en los textos San Isidoro de Sevilla y Arnold de Vilanova en Francia, quienes además buscaron el elixir de la eterna juventud.

En general, en la Alta Edad Media se aceptaba y generalizaba la equiparación de enfermedad y ancianidad, ya postulada por Hipócrates. Una de las primeras publicaciones que sobre esta materia se reconoce, fue editada en 1236 por Roger Bacon, con el título de La cura de la vejez y la preservación de la juventud. Otros autores también se destacaron por sus estudios y publicaciones sobre el tema: Zerbi (1468), Cornaro (1467), Ficher (1685) y Canstatt (1807).

En la sociedad renacentista, y de modo más acentuado en los siglos que le siguen, el mundo de los señores, el único que tuvo a su servicio el conocimiento de los médicos, amplió su base social con el ascenso de los mercaderes enriquecidos y fue este sector social el que siguió solicitando la ayuda médica para sus ancianos, con lo cual se compuso lo que ofrece la literatura denominada gerocómica. Libros que actualizan las recomendaciones galénicas, a las que nada añaden realmente. Sin embargo, no fueron únicamente médicos los que ofrecieron su consejo para retrasar la aparición de los deterioros de la vejez. El tema interesó más a eruditos y moralistas. Quien mejores logros obtuvo en este empeño fue Luigi Cornaro, noble veneciano ya octogenario cuando escribió el libro, muy leído en toda Europa, Discorsi della vita sobria en el que explica el secreto de su vejez saludable cumpliendo el precepto de la sobriedad postulado por Galeno.

 

Dado que en el Renacimiento la vejez era la enemiga número uno, se retomó el estudio de sus causas. Todas las teorías fueron tenidas en cuenta: medicina, alquimia, filosofía y religión, mezclaron sus esfuerzos para resolver el enigma de la muerte y la vejez, consideradas hermanas gemelas. Encontrar las causas del envejecimiento permitiría eliminarlo y retardarlo. Sin embargo, nada se añadieron a las teorías de Galeno ni se aumentó la longevidad.

En el Renacimiento y en la Edad Moderna, apareció la literatura de lo que hoy se llamarían geriatría y gerontología, con obras escritas por Gabriele Zerbi, Marsilio Ficino y Luigi Cornaro, impresas entre finales del siglo XV y XVI, son tratados de higiene que describen los cuidados que se deben tener con el anciano. A partir de allí y durante los siglos XVII al XVIII es copiosa la literatura sobre estos temas y se aumenta la atención médica al anciano.

Sin embargo, en el siglo XVI persistieron las explicaciones o las ignorancias medievales en cuanto a la vejez, aunque creció el interés en su estudio. Ambrosio Paré, el cirujano, tomó de nuevo los postulados de Galileo y dividió la vida en periodos exactos, más por características morales que por aspectos fisiológicos. La Escuela de Montpelier reprodujo la teoría de la evolución de los humores, la Escuela de Padua habló de transpiraciones insensibles que causan las enfermedades y, en ausencia de comprensiones o explicaciones acerca de la vejez y el envejecimiento, los médicos se dedicaron a buscar recetas que protegieran contra esos humores. En consecuencia, los regímenes de salud se popularizaron y entraron en boga, por ejemplo, el Tratado de la vida escrito por Cornaro en 1558.

Otra reconocida teoría del envejecimiento data del siglo XVI cuando Sartorio planteó la hipótesis de la pérdida del poder de regeneración, para explicar el envejecimiento. En su libro De la médicine chifrée, publicado en Venecia en 1614, plantea que la explicación de las diferentes enfermedades que aquejan a los ancianos se debe buscar en la incapacidad del cuerpo para reparar los daños que sufre, en la lentificación del metabolismo y en la disminución de la sudoración. Posteriormente Francis Bacon retomó este concepto en muchas de sus obras.

Existen otras teorías que atribuyen el envejecimiento al ataque de ciertos órganos específicos. La involución del sistema cardiovascular ha sido mencionada por muchos, pero fue Laurens quien desde 1597 se dedicó a desmentirla. El citaba la hipótesis de autores griegos y egipcios que pensaban que el envejecimiento se debía a un adelgazamiento del corazón, órgano mítico que contenía la “energía vital” del ser. Esta hipótesis fue rechazada por sus trabajos de necropsia que mostraban que el peso del corazón estaba aumentado en una gran cantidad de individuos después de la muerte. En el siglo XIX ya no se consideraba que el corazón fuera responsable del envejecimiento, sino que se creía que este hecho se debía a las arterias.

En el siglo XVII aparecen las primeras críticas a las teorías de los humores. A partir de los estudios de la hemodinámica (Harvey, 1578-1657) se inicia una explicación mecanicista de la vejez. Descartes está de acuerdo con Harvey en que el cuerpo humano es diferente al alma y que obedece a las reglas de la mecánica. Esta teoría se extendió y dominó el panorama durante muchos años. Sin embargo, la definición y las explicaciones de la vejez continuaron siendo imprecisas y la terapéutica no progresó.

A Morgagni, médico de Padua (1682-1771) se le atribuye la demostración de la correlación entre los síntomas clínicos y las observaciones al examinar el cuerpo. En 1761, consagró a la vejez una enorme sección de su Tratado de las enfermedades. Sus sucesores introdujeron la vejez dentro de las teorías biológicas, de las cuales la más conocida es el vitalismo, que considera el envejecimiento y sus manifestaciones dentro de un orden natural caracterizado por la disminución de la fuerza vital inicial de cada individuo, concepto similar al postulado por Galeno. Dentro de esta corriente, la medicina permanece expectante, no actúa, por tanto, no propone ni diagnósticos, ni terapéutica.

La teoría del envejecimiento por involución anatómica fue desarrollada por Lobstein (1777-1835) quien fue el primero en describir las lesiones de la arterioesclerosis. Él concluye que es la obstrucción progresiva de las arterias la responsable del envejecimiento. Sin embargo, existe otro órgano que ha sido considerado como la causa del envejecimiento: el cerebro. Desde el siglo V antes de nuestra era, con Alcmeón de Crotona y, después, a todo lo largo de la historia, se la ha atribuido al cerebro la responsabilidad del envejecimiento, esto pareció confirmarse en el siglo XIX con el descubrimiento de la atrofia cerebral y la acumulación de lipofucsina en las células cerebrales. La lipofucsina es una substancia neutra que se acumula en las células a medida que se envejece.

Es importante recordar que las hipótesis basadas en la involución glandular, especialmente de las glándulas sexuales, fueron muy populares y se remontan a la antigüedad. De estos postulados nacieron numerosos tratamientos basados en la ingestión de glándulas o de extractos de glándulas, en forma de polvos o de inyecciones (hormonoterapia). Ciertos métodos de rejuvenecimiento en la antigua China estaban basados en la absorción de extractos testiculares de diversos animales o en el consumo de sangre fresca de jóvenes decapitados o aun de la leche de mujeres jóvenes. A lo largo de la historia, y aún en la actualidad, las terapias hormonales tienen muchos adeptos. El desarrollo de las técnicas modernas en biología ha permitido incluir otras hormonas y tejidos en el proceso de envejecimiento: la hormona de crecimiento (Evans y Long, 1921), las gonadotrofinas (Smith, Zondej y Ascheim, 1927) y el timo (Sir Mac Farlane Burnet, 1974).

En realidad, durante largo tiempo se ha confundido causa y efecto en el envejecimiento. Aunque el corazón y el cerebro cambian, esto no significa que sean la causa del envejecimiento. En cambio, el deterioro de ciertos sistemas biológicos acentúa el envejecimiento de una parte o de la totalidad el organismo, sin ser la causa primaria.

La teoría de la sobrecarga tóxica es tan antigua como la anterior. Consideraba el envejecimiento como la consecuencia de una intoxicación progresiva de origen endógeno o exógeno. Esta idea fue presentada en numerosas obras tanto de la Edad Media como del Renacimiento, por ejemplo, en las obras de Paracelso. El descubrimiento de depósitos de lipofucsina en las células cerebrales por Mulhmann en 1900 pareció confirmar esta teoría. En 1902 Metchnikoff planteó la fabricación de toxinas responsables de una intoxicación progresiva del organismo por gérmenes contenidos en el sistema digestivo, estas toxinas conducirían a la atrofia del sistema nervioso central, a la senilidad y a la muerte.

La edad del racionalismo y la Revolución Industrial trajo un nuevo paradigma, el mecanicista, que explicaba el cuerpo como una máquina, sujeta a uso y desgaste. Darwin definió el envejecimiento como una pérdida de la irritabilidad y disminución de la respuesta en los tejidos. Benjamín Rush hizo una aproximación a la fisiología del envejecimiento, puesto que en su obra describe la clínica de varias enfermedades y concluye que estas, más que el envejecimiento, eran las causas de la muerte. También se dice que la primera diferenciación de enfermedades propias del anciano se encuentra en el trabajo clínico de Jean Astruc, quien ejerció en hospitales de París y las dio a conocer en unas leçons redactadas en 1762, pero, por razones que se ignoran, sus estudios quedaron en el olvido.