Introducción a la teoría de la argumentación

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La conexión entre los campos de Toulmin y los auditorios de Perelman tiene que ver con la importancia de reconocer la variabilidad como un componente legítimo en el análisis de argumentos. Los tipos de datos que se ofrezcan, el grado de apoyo que proporcione y el nivel de apoyo requerido para que se acepte una tesis no serán los mismos en todas las arenas de ocupación humana. Los matemáticos, por ejemplo, podrían requerir certeza y no contentarse con nada menos que una completa reductio antes que abandonar una proposición o aceptar su negación. El comprador de un automóvil, por otro lado, podría aceptar todo tipo de evidencia con extremadamente diferentes grados de confirmabilidad, incluyendo informes de revistas respetables, lo que le han dicho sus amigos y reacciones emocionales. Dicho brevemente, Toulmin estaba de acuerdo con Perelman en que la situación es relevante a cómo se juzga un argumento: el lugar en que ocurre, el asunto que se discute, la persona que defiende una postura. Sin embargo, el grado en que la situación es relevante era limitado en Toulmin, cuya búsqueda se enfocaba en encontrar los rasgos campo-invariantes que podían aplicarse y estudiarse en todos los casos, si bien siempre en escenarios naturales de discusión.

La contribución más permanente de Toulmin fue, por supuesto, su modelo de la argumentación. Este modelo, al que se hace referencia a menudo como el modelo DWC, pretende proporcionar una representación geométrica de la argumentación real tal como ella podría ocurrir en una situación particular. Un argumento normalmente comienza con una afirmación llamada la tesis (en inglés claim, C), junto con sus datos (data, D). Si se plantea una duda o pregunta, entonces se podrá elaborar la combinación anterior –que con frecuencia es entimemática– para dar lugar a un sustento (warrant, W). La tesis podría ser algo como “Cuidado cuando discutas con Pepe, que es muy bueno para discutir”, junto con datos como “siendo como es licenciado en filosofía”. El sustento para inferir la tesis a partir del dato podría ser algo así como “En general, los licenciados en filosofía son buenos para discutir”. También puede añadirse un modalizador (qualifier, Q) como “probablemente” (“por lo que probablemente Pepe ha de ser bueno para argumentar”), o bien una anticipación de objeciones (rebuttal, R) como “a menos que Pepe sea un mal estudiante”. Finalmente, existe el apoyo (backing, B) del sustento, el cual apela a teoría y supuestos generales de quienes están subscritos al campo. Un posible apoyo en el ejemplo que venimos usando podría ser “Los licenciados en filosofía usualmente estudian la argumentación y se vuelven duchos en ella por pensar y escribir críticamente”. Poniendo todo esto junto el modelo se ve así:


Figura 1. Modelo de DwC de Toulmin.

Este modelo está muy lejos de la disposición argumental típica de la deducción natural en el estilo de Gentzen. En primer lugar incluye elementos que realmente usamos en los argumentos ordinarios y presta atención al proceso de justificar y defender una afirmación, en lugar de enlistar una justificación formal de acuerdo con un conjunto de reglas transformacionales. Se notará empero que el modelo de Toulmin tiene todavía una clara apariencia deductiva. Los datos D parecen ser una premisa menor y el sustento W la premisa mayor. Podemos insertar la calificación modal Q y probablemente formalizar la objeción R. Con todo, el hecho de que esto pueda hacerse no significa que el modelo es esencialmente deductivo, sólo que los diferentes modelos pueden traducirse entre sí. La importancia de este modelo desde el punto de vista de la teoría de la argumentación es que nos alejamos de otros que se orientan al pensamiento matemático y nos acercamos al pensamiento característico de la jurisprudencia. En ambos casos es importante justificar y dar razones, pero en el segundo es algo de lo que el argumentador dispone.

Es también importante notar que el modelo DWC asume que los argumentos generalmente ocurren entre personas. Sustento, apoyo y anticipación de objeciones aparecen según se les requiera. Es decir, el argumento se presenta de forma escueta y el resto se añade cuando un interlocutor demanda mayor información. Este fue uno de los primeros ejemplos de que crecía la conciencia de que la argumentación es esencialmente dialógica, por limitado que sea el modelo. La presencia del interlocutor queda en Toulmin apuntada más que afirmada. Debemos asumir que sustento, apoyo y anticipación de objeciones son respuesta a algo, ¿y qué podría ser eso si no una petición de una persona que requiere más información? De esa manera el argumento en Toulmin sigue planteándose con un solo hablante en mente, por cuanto el resultado es que produce una sola persona en respuesta a un interlocutor invisible. Con todo, Toulmin reconoció que los argumentos son a menudo interactivos y que lo que ocurre en ellos es frecuentemente una función de la interacción.

La mayor debilidad de Toulmin, desde un cierto punto de vista, reside en la naturaleza inherentemente oposicional de su enfoque. “La lógica (podríamos decir) es jurisprudencia generalizada” (1958, p. 7). Con otras palabras, lo que hacemos es una versión tosca de lo que ocurre en un juzgado. Primariamente esto significa que la argumentación sería oposicional y de suma cero. Sólo habrá un ganador y un perdedor, y cada argumento será juzgado y evaluado de manera independiente. Por buen punto de partida que haya sido el modelo de Toulmin, concebía a la argumentación como una lucha intelectual, no como un episodio entre dos personas que se centra en el disenso.

El precisamiento de Arne Naess

Arne Naess, el filósofo y lógico noruego, es el tercer progenitor de la teoría de la argumentación contemporánea. Su mayor influencia ha sido en la teorización europea, particularmente alemana y holandesa. Naess, a diferencia de Toulmin y Perelman, comenzó pensando y trabajando en términos dialécticos. La argumentación para él es algo que pasa entre dos personas en un contexto interactivo. Además, las primeras fases de la teoría del diálogo o la dialéctica formal son atribuibles a él en su Interpretation and preciseness (1953), casi veinte años antes que la introducción por Hamblin de los juegos dialógicos en 1970. Naess desarrolló reglas para las interacciones que colocaban la dialéctica en el centro del escenario. Van Eemeren, Grootendorst y Kruiger (1987, p. 115) citan el siguiente pasaje de su obra Wie fördert man heute die empirische Bewegung? (1956):

Tal vez la mejor manera de describir lo que quiero decir es ‘dialéctica’… En mi terminología, debate o dialéctica es una parte de la investigación; es decir, es una forma de comunicación verbal intersubjetiva sistemática por la cual los malentendidos pueden aclararse y los puntos de vista individuales someterse a rechazo o aprobación. Esto no debe entenderse como una definición normativa, sino como una aproximación a una definición descriptiva.

Naess específicamente veía al lenguaje como dependiente del contexto. Un conjunto de palabras que tienen un significado particular en una ocasión, nos dice, podrían “expresar algo completamente diferente en otro contexto” (1966, p. 9; cursivas en el original). Y también (1953, p. 1):

Las expresiones habladas y escritas no se abstraen del contexto de individuos hablando, escribiendo, escuchando y leyendo esas expresiones… Los materiales básicos para nosotros son ocurrencias de enunciados. Así, ‘llueve’ no es en sí mismo un objeto inmediato de estudio, sino que nos ocupamos de ‘llueve’ en cuanto se enuncia o escucha, o en cuanto es instanciado en un texto.

Las palabras sólo tienen significado en cuanto son usadas por personas en un contexto particular. Por consecuencia, lo que se vuelve crucial es entender la terminología usada en una situación dada: los significados en cuanto comunicados entre usuarios del lenguaje. Con esto en mente Naess se enfoca en la noción de ‘precisamiento’ (precization), una técnica para crear acuerdos lingüísticos cada vez más finos entre los protagonistas. Naess está preocupado por encontrar un método para hacer las expresiones cada vez más precisas de manera que los participantes en un diálogo se acerquen a la comprensión mutua y la resolución. De dos expresiones a y b, una será normalmente más precisa que la otra si comparten un conjunto de expresiones alternativas pero a tiene menos alternativas que b. Naess define a como más precisa que b bajo las siguientes circunstancias (1953, p. 6):

Si, y sólo si, cada alternativa sinonímica de a es también una alternativa sinonímica de b, y existe al menos una alternativa sinonímica de b que no es una alternativa sinonímica de a, y a admite al menos una alternativa sinonímica, entonces a se dirá ser más precisa que b.

Esto es puesto en términos menos técnicos en Communication and argument (1966, p. 39) como sigue:

Que una expresión U sea un precisamiento de una expresión T significa aquí que todas las interpretaciones razonables de U son interpretaciones razonables de T, y que existe al menos una interpretación razonable de T que no es una interpretación razonable de U.

Una vez establecida la noción básica, Naess continúa proporcionando reglas y lineamientos para precisar expresiones en el curso de la argumentación. Esto requiere extensas aclaraciones de los modos de definir y permite, en la obra más técnica de 1953, una formalización del concepto de precisamiento y de su relación con los varios modos de definir. El impacto de esta obra puede verse con la mayor claridad en la obra de Else Barth y Erik Krabbe, así como en Van Eemeren y Grootendorst. Digno de nota es que parece haber un supuesto implícito en la obra de Naess de que la precisión conduce a o representa ya comprensión, pero no hay argumento explícito de esto. De hecho, uno podría alegar que una cierta dosis de ambigüedad puede ser importante a la argumentación en la medida en que permita enfocarnos más en los problemas principales y evitar exposiciones exageradamente detalladas. Naess, sin embargo, teme el “pseudo-acuerdo” que se da cuando dos argumentadores piensan que están de acuerdo, pero no lo están en realidad, más que la continuación de largas argumentaciones. Evitar esta trampa es la virtud del axioma de que al ser precisos se promueven la comprensión y el enfocarse en los problemas.

 

Los dialécticos

Los tres autores que he presentado hasta ahora han sido todos instrumentales en hacer que el foco de la teoría de la argumentación se desplace de los argumentos como artefactos a los argumentos como proceso humano. Sus obras tuvieron gran impacto, si bien en arenas generalmente distintas. Tanto Perelman como Toulmin fueron (y son) citados ampliamente por investigadores en teoría de la comunicación y estudios del habla, pero Perelman no ha recibido mucha atención por parte de los filósofos. Naess ha sido ante todo leído por los europeos y, como el resto de los formalistas, en gran medida ignorado por la teoría de la comunicación.

Al mismo tiempo que Toulmin y Perelman escribían, los lógicos informales les enseñaban a sus estudiantes pensamiento crítico (critical thinking) y falacias, primariamente mediante textos como la Introducción a la lógica de Copi, publicada por vez primera en 1953. En este garbo, las falacias se presentan brevemente y utilizan ejemplos en su mayoría inventados o tomados fuera de contextos. No fue sino hasta 1971 que Howard Kahane, en respuesta a los tiempos cambiantes y las demandas de los estudiantes de los años sesenta, publicó Logic and contemporary rhetoric: the use of reason in everyday life. El “cambio radical” fue que el libro de Kahane tomaba ejemplos actuales de los periódicos y revistas que se ocupaban con asuntos que les interesaban a los estudiantes o al menos que ellos podían reconocer. Esto significó que las falacias estaban ahora más situadas que en los libros anteriores. Pero seguía siendo el caso que los filósofos interesados por la teoría de la argumentación se ocupaban exclusivamente de lógica informal y su centro de atención era pedagógico. Era el estudio de las falacias y las demandas pedagógicas de los cursos de razonamiento crítico los que guiaban su trabajo y sus temas. Hubo excepciones notables a esto, a saber el filósofo australiano C. L. Hamblin y los norteamericanos Henry Johnstone y Nicholas Rescher. Si bien cada uno de ellos tenía un enfoque diferente, sus perspectivas compartían la visión clara de que se necesitaba un cambio en los acercamientos que se usaban en aquel tiempo.

En la obra hoy clásica de Hamblin Fallacies (1970) él argüía que el enfoque tradicional, el “tratamiento estándar”, de las falacias no funcionaba. En lugar de eso, para comprender las falacias debemos primero comprender la argumentación: “A alguien que simplemente hace afirmaciones falsas, por absurdas que sean, no se le puede acusar de falacia a menos que las afirmaciones constituyan o expresen un argumento” (1970, p. 224). La discusión de Hamblin sobre el “argumento”, en un eco de Perelman, permite que el concepto no sea ni de lejos tan nítido como los lógicos, tanto formales como informales, quisieran, sino que más bien depende del contexto: “La relación lógica real entre premisas y conclusión puede ser tan variada como se quiera” (1970, p. 230). La falacia para Hamblin es también un asunto de contexto. Insistía en que las falacias y errores en la argumentación realmente sólo tenían sentido en el contexto de la dinámica de la dialéctica. De la falacia de equivocación, por ejemplo, decía que “casi nunca suponemos que una palabra es equívoca hasta que tenemos problemas con ella” (1970, p. 294). Esto va contra el tratamiento estándar en el que las falacias se consideran instancias identificables que pueden encontrarse en tal o cual argumento individual.

En su penúltimo capítulo, “Dialéctica formal”, Hamblin reconoce la vital importancia de la argumentación como algo que ocurre entre personas. Introduce, a la luz de esta idea, un método de dialéctica formal o conjunto de juegos dialógicos. Estos se encuentran entre los primeros intentos de crear un sistema de jugada y contrajugada que permita rastrear los argumentos y supuestos usados por los disputantes. La idea central es que en la argumentación cada argumentador adquiere ciertos “compromisos” que se colocan figurativamente en su “almacén de compromisos”. El objeto del juego es forzar al interlocutor a comprometerse con afirmaciones que se contradigan entre sí. Esta formalización permitió la investigación de nociones cruciales como ‘carga de la prueba’, ‘inconsistencia’ y ‘ganar’ en el contexto de la argumentación.

Henry Johnstone Jr. es de los primeros norteamericanos en escribir sobre argumentación. Como la mayoría de los filósofos que trabajan en esta área, es un dialéctico: un teórico de la argumentación que ve un modo específico y especial de argumentar con su propio conjunto de valores, actitudes y procedimientos, el cual puede etiquetarse como ‘dialéctica’. Hacer dialéctica es buscar un resultado que es indisputable sea porque es la verdad o porque se sostiene mejor ante sus adversarios que cualquiera de sus competidores. No hay que creer que dialéctica produce la verdad, solamente que la verdad se sostiene frente a una argumentación sin trampas.5 Un dialéctico cree que la argumentación debe conducirse de acuerdo con reglas y convenciones que sirven para identificar la teoría o posición que mejor resiste el ataque y la crítica. Un retórico, en cambio, cree que tales reglas y procedimientos son ellos mismos objetos de la retórica y por ello parte integral de la teoría que se trata de defender (véase Weimer, 1984). Además de Johnstone, otros filósofos dialécticos son Rescher y Toulmin, mientras que los retóricos mencionados hasta ahora incluyen a Perelman y Naess.

Johnston era un dialéctico extremo. Creía con gran fuerza que hay modos distintos de argumentar que dependen de la intención del argumentador. En particular, la argumentación filosófica (junto con otras formas, como la científica) es especial por cuanto tiene como fin la idea de la verdad o al menos de la claridad de visión o la investigación de una teoría de acuerdo con reglas y principios de racionalidad. En sus críticas de Perelman y Olbrechts-Tyteca, a Johnstone le preocupaba especialmente que descuidaban o no parecían capaces de distinguir entre la dialéctica filosófica por un lado y la retórica o la argumentación ordinaria por el otro. En este último caso, pero no en el primero, persuadir a un opositor es el foco de atención. “La meta del filósofo al argumentar ha sido usualmente más que simplemente asegurar la adhesión a su tesis. Más específicamente, ningún filósofo con escrúpulos estaría satisfecho si lograse el asentimiento utilizando métodos ocultos para su auditorio” (1978, p. 133).

La retórica para Johnstone, incluso la “nueva retórica” de Perelman y Olbrechts-Tyteca, no es apropiada para la investigación dialéctica de cuestiones filosóficas. Cuando se persigue la verdad filosófica no se usan técnicas retóricas. Uno sigue prácticas de argumentación honestas y correctas, diseñadas para conducir al descubrimiento de la postura más racional y lógica. Como resultado de esto, Johnstone es un buen representante de la teoría de que la dicotomía persuadir/convencer discutida arriba es una distinción importante y viable. Johnstone, sin embargo, no confronta directamente los argumentos de Perelman según los cuales somos incapaces de distinguir entre lo retórico y lo dialéctico de una manera sistemática. Esto significa que Johnstone nunca se ocupa de preguntas del tipo siguiente: ¿basta un tono de voz enfático para hacer retórico a un argumento?, ¿basta la presentación de una cadena de argumentos similares, pero ingeniosamente relacionados?, ¿qué decir de la anticipación de contraargumentos?, ¿es retórico construir rutas de respuesta o escape?, ¿no son retóricas las decisiones que hace un autor acerca de qué va en el texto y qué va en notas a pie de página?6

La obra de Nicholas Rescher –dialéctico no menos convencido– en el área de la teoría de la argumentación se remonta a antes de que el campo como tal existiese. Si bien él acaso no se habría visto a sí mismo como participante en este campo específico, una gran parte de sus esfuerzos se habían dirigido hacia la aclaración de los conceptos cruciales al área. Como su obra es generalmente bien conocida de la comunidad filosófica, bastará aquí apuntar que su examen de las nociones de presunción, carga de la prueba y dialéctica proporcionan ejemplos excelentes de enfoque dialéctico o racionalista crítico en teoría de la argumentación.7 El verdadero papel de la argumentación según Rescher es conducirnos a creencias bien fundadas siguiendo para ello reglas aceptadas de racionalidad. La argumentación es a menudo oposicional y tiene como fin el mover a una persona en una disputa de un punto de vista a otro. Pero la dialéctica, si bien puede ser oposicional, puede también transformarse en ‘indagación’ (inquiry), en la cual tratándose una tesis se tiene “el fin de refinar su formulación, descubrir su base racional de apoyo, y estimar su peso relativo” (1977, p. 47). Esto se hace, primero que nada, en la indagación unilateral en la que presumiblemente el fin no es ganar, ya que uno está argumentando consigo mismo. Por consiguiente, el objeto debe ser determinar el mejor curso de acción. Podemos entonces retrotraer esta concepción al contexto diádico en que el fin es investigar hasta dónde una proposición o teoría está probada o puede probarse.

Grice y el principio cooperativo

Un filósofo que casi con certeza no consideró tener nada que ver con la teoría de la argumentación, pero se volvió muy importante, especialmente para la ramas europea y comunicacional, es el filósofo británico Paul Grice. Su ensayo de 1975 “Logic and conversation” (cf. Grice, 1989) tuvo un impacto considerable. El punto principal de Grice es que la conversación normal es una empresa cooperativa entre un hablante y un oyente que sigue intrincadas reglas escritas e implícitas. La principal regla que se sigue, sostuvo Grice, es el principio cooperativo (PC): “Haz tu contribución a la conversación tal como se requiere en la fase en que ocurre y de acuerdo con el propósito aceptado o la dirección tomada por el intercambio verbal en que estás involucrado” (Grice, 1989, 26). Con otras palabras, se espera que uno siga las rutinas usuales o normales de conversación. Una contribución a una conversación no debe ser, y de hecho no es, azarosa, sino que tiene lugar como resultado de la conversación existente y las reglas y procedimientos usuales que seguimos. Este principio general, el PC, es articulado por Grice en cuatro máximas que gobiernan la cantidad de la conversación, la calidad de lo que se dice (es decir, la verdad), su relevancia y su modo (es decir, la perspicacia).

Un problema es que las reglas de Grice parecen derivarse de una tradición cultural relativamente estrecha. En algunas culturas, por ejemplo, decir sólo el mínimo es por un lado la excepción y por el otro signo de taciturnidad potencialmente grosera. En otras culturas, es verdad exactamente lo opuesto. Por consiguiente, debido a estas y otras consideraciones, ciertas falacias tales como lenguaje emotivo, ambigüedad, ad hominem, ad veracundiam (por mencionar algunas) pueden aplicarse siguiendo preceptos completamente diferentes. Una de las reglas básicas de Grice, por ejemplo, es la regla de cualidad, que reza: “Supermáxima: Trata de hacer que lo que contribuyes sea verdad” (1989, p. 27). Es decir, uno debe siempre decir la verdad. Pero en muchas culturas (incluyendo, podríase argüir, la propia de Grice) esta regla no se aplica en muchas situaciones. Insultar al anfitrión no ensalzando la comida, bebida o habitación se considera con frecuencia una falta mucho mayor que hablar con ambigüedad o incluso directamente decir mentiras (véase Bavelas y cols., 1990).

 

Las reglas presentadas por Grice no pretendían ser inventos para que las conversaciones procedieran con suavidad. Más bien eran reglas que se descubren examinando la manera en que las conversaciones realmente proceden. Por consiguiente, una reacción a las variaciones culturales que inevitablemente se encontrarán es que cada cultura tendrá una máxima referente, por ejemplo, a la cantidad, pero la comprensión acerca del modo de cumplirse puede muy bien variar.

La idea más crucial de Grice cubre lo que sucede cuando una máxima es violada, es decir ¿qué hacemos cuando el PC no se sigue? Mientras que una violación puede ocurrir por varias razones, es cuando la máxima es “desechada” que la violación resulta más significativa para la argumentación. En este caso es claro al oyente que el hablante, al enunciar la proposición p, estaría violando el principio cooperativo si se tomase la proposición p tal cual se presenta. Para Grice esto significa que la proposición no podría ipso facto tomarse así y el oyente tiene que buscar y localizar un significado alternativo a las palabras o simbolismo de lo expresado. Con otras palabras, el supuesto es que la persona con la que uno se comunica está hablando con sentido y siguiendo las reglas normales de la conversación ordinaria. En semejante situación decimos que el hablante ha llevado a cabo una implicadura conversacional. Grice describe esto como sigue (1989, p. 30):

 Uno que dice p se dirá haber implicado q cuando:

1 Está observando las máximas o al menos el pc.

2 Suponer que quiere decir q se requiere para hacer su enunciado p consistente con 1.

3 El hablante supone que el oyente inferirá q de p en razón de 2.

De esa manera, uno se dirá estar haciendo una implicadura conversacional cuando uno está observando el PC y lo implicado se necesita para que un oyente promedio capte el sentido de lo dicho por el hablante. Esto cubre, por ejemplo, muchas frases coloquiales tales como “está entre la espada y la pared”. Cubre también cosas, enunciados y respuestas que requieren informaciones privadas como cuando alguien pregunta si Tomás (quien siempre se levanta tarde) ya llegó y recibe la respuesta “¿Ya se puso el sol?”. Conforme a reglas estrictas esta es una respuesta irrelevante, pero dado que suponemos que a) el hablante está siguiendo el PC, suponemos b) que lo dicho es relevante, de manera que inferimos c) que lo que la persona que ha respondido realmente quiere decir es que Tomás no está aquí todavía por ser demasiado temprano para él. Suponemos además que el hablante sabe o supondrá que nosotros los oyentes captaremos el sentido de la respuesta y no nos engañaremos sobre ella.

El PC de Grice y su correlato, la implicadura conversacional, proporcionaron un marco manejable para explicitar con sencillez el axioma comunicativo de que los comunicadores trabajan juntos para darle sentido a los mensajes. Ellos permitieron también una explicación pulcra de por qué seguimos comprendiéndonos unos a otros a pesar de que los mensajes son a menudo incompletos y deben ser explicitados por el receptor, quien añade ingredientes que faltan. Cuando el componente faltante es una premisa, entonces diremos que la comunicación es entimemática. Cuando el mensaje necesita reconsiderarse para que tenga sentido, entonces decimos que debe haber una implicadura conversacional en acción. Especialmente atractivas para la teoría de la comunicación y muy fértil para los trabajos recientes en teoría de la argumentación son las nociones básicas de que 1) el receptor de un mensaje es un socio activo en la conversación, y 2) que las aparentes violaciones del principio cooperativo indican no que un comunicador hizo algo mal, sino que el mensaje no puede tomarse literalmente. De la manera más general, Grice hizo respetable la postura universal dentro de la teoría de la comunicación de que los mensajes de un emisor son siempre incompletos y deben ser completados o desarrollados por el receptor.

Los teóricos del habla

Al mismo tiempo que escribían los filósofos antes mencionados, ciertos cambios ocurrían entre los estudiosos de la teoría de la comunicación que se concentraban en la argumentación.8 Un lugar en el que se observa la metamorfosis fue el Journal of the American Forensic Association (JAFA). Esta revista era el órgano de la Asociación Forense Estadounidense, dedicada al progreso y organización del debate formal. Sus miembros eran primariamente entrenadores en las técnicas del debate en el nivel de preparatoria y primeros años de licenciatura, y JAFA reportaba noticias sobre los torneos nacionales de debate en Estados Unidos y publicaba artículos dedicados a aquellas técnicas. Por más de veinte años, JAFA habría de evolucionar desde su propósito original hasta convertirse en una plataforma para investigadores de los aspectos comunicativos y filosóficos de la argumentación interaccional. Seguir la evolución de JAFA, cuyo nombre cambió a Argumentation and Advocacy, es ser testigo de la creación y consolidación de una nueva disciplina.

El primer signo real ocurrió en 1970 cuando en un artículo titulado “The Limits of Logic” (“Los límites de la lógica”) G. D. Mortensen y R. L. Anderson argumentaron que la lógica formal era inadecuada para la comprensión y representación de la argumentación cotidiana (o si se quiere, la argumentación del ágora). Subsecuentemente, en 1975 Wayne Brockriede publicó “Where is Argument?” (“¿Dónde hay argumentación?”) y en 1977 D. J. O’Keefe publicó “Two Concepts of Argument” (“Dos conceptos de argumentación”). En el primer artículo Brockriede sostuvo que la argumentación no es algo que se encuentre solamente en los editoriales y textos, sino que se trata más bien de un proceso dinámico que sucede entre personas, posee características identificables y puede hallarse virtualmente en todos lados. Una argumentación para Brockriede tiene que ser inferencial (aunque no necesariamente implicacional), proporcionar razones para elegir propuestas que compiten entre sí, e involucrar incertidumbre en su resultado. Brockriede requiere también que la argumentación tenga lugar en un marco de referencia compartido por los participantes, y que quienes argumentan se expongan genuinamente al riesgo de tener que cambiar de opinión. En el segundo artículo mencionado, D. J. O’Keefe introdujo dos años más tarde una distinción que resultó crucial para autores posteriores. Distinguió, en efecto, entre ‘argumentación1’ y ‘argumentación2’ en la que la primera expresión denota un objeto abstracto o concreto que es el resultado de que un individuo haga una argumentación, mientras que la segunda expresión designa el proceso en el que se involucran dos argumentadores cuando sostienen una argumentación.

Joseph Wenzel extendió esta distinción en 1980 a tres perspectivas separadas. A la primera la llamó ‘producto’, que corresponde a la categoría tradicional del argumento como objeto (por ejemplo, un silogismo). La segunda, llamada ‘procedimiento’, cubre las habilidades e ideas retóricas acumuladas en el tiempo. Desde el punto de vista del procedimiento, la argumentación es algo que puede analizarse en términos de su impacto persuasivo y su uso de técnicas retóricas. Finalmente, ‘proceso’ se usa para describir lo que a menudo se ha llamado ‘dialéctica’: dos individuos que usan la racionalidad crítica para investigar o determinar la verdad. Muchos de los problemas que afectan la teoría de la argumentación, sostuvo Wenzel, venían de intentar hallar un enfoque omnicomprensivo para tres cosas distintas.

Lo más significativo de estos escritos fue su integración de los conceptos lógicos y argumentacionales que rebasan las categorías tradicionales en la teoría de la comunicación, con lo que dan testimonio de un cambio hacia la investigación de la argumentación dialógica sin renunciar a los conceptos basales de los estudios retóricos y del habla. Después de todo, no fue solamente la filosofía la que se concentró en los argumentos estáticos, sino también la retórica. La preocupación por analizar los discursos públicos fue reemplazada por un enfoque sobre la interacción de cualesquiera personas que están en desacuerdo. Ello requirió nuevos conceptos y distinciones tales como ‘argumentación1’ y ‘argumentación2’, que permiten al estudioso diferenciar entre cuestiones diversas.