Una Razón para Huir

Text
Aus der Reihe: Un Misterio de Avery Black #2
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

CAPÍTULO CINCO

Avery se estacionó en un puesto vacío entre patrullas y se preparó mientras miraba la sede del departamento de policía A7 ubicado en la calle Paris en East Boston. Había un circo mediático afuera de la estación. Una rueda de prensa había sido convocada para discutir el caso y un número de furgonetas de televisión y cámaras y reporteros cerraron el paso, a pesar de que numerosos agentes estaban tratando de hacer que se movieran.

“Tu público te espera”, señaló Ramírez.

Ramírez parecía querer ser entrevistado. Tenía la cabeza en alto y les sonreía a todos los reporteros que pasaban. Para su decepción, ninguno de ellos se le acercó. Avery tenía la cabeza agachada y caminó lo más rápido posible para abrirse camino a la estación. Ella odiaba las multitudes. Durante sus años como abogada, solía encantarle cuando las personas la conocían por su nombre y corrían a ayudarla, pero, desde que fue sometida a juicio por la prensa, despreciaba la atención.

Los reporteros se juntaron inmediatamente.

“Avery Black”, dijo uno de ellos antes de ponerle un micrófono en la cara. “¿Puedes decirnos algo de la mujer asesinada en el puerto deportivo hoy?”.

“¿Por qué estás en el caso, detective Black?”, gritó otro. “Esta es la A7. ¿Fuiste trasladada a este departamento?”.

“¿Qué piensas de la nueva campaña del alcalde ‘Detener la delincuencia’?”.

“¿Tú y Howard Randall siguen siendo pareja?”.

“Howard Randall”, pensó. A pesar de un deseo abrumador de cortar todos los lazos con Randall, Avery no había sido capaz de sacarlo de su mente. Había pensado en Randall todos los días desde su último encuentro. A veces, un olor o una imagen era todo lo que necesitaba para oír sus palabras: “¿Trae de vuelta algo de tu niñez, Avery? ¿Qué? Dime...”. Otras veces, mientras trabajaba en diferentes casos, trataba de pensar como Randall para encontrar una solución.

“¡Fuera del camino!”, gritó Ramírez. “¡No mamen! Hagan espacio. Vamos”.

Él puso una mano en su espalda y la llevó a la estación.

La sede de la A7, un gran edificio de ladrillo y piedra, había sido remodelada recientemente. Ya no quedaban rastros de los escritorios de metal y la sensación típicamente sombría de una organización operada por el estado. En su lugar había mesas plateadas elegantes, sillas de colores y un área abierta para el proceso de registro que se parecía más a la entrada de un patio de juegos.

Como la A1, solo que más moderna, la sala de conferencias estaba encerrada en vidrio para que las personas pudieran ver qué estaba pasando. Una gran mesa ovalada de caoba estaba equipada con micrófonos para cada asiento y un enorme televisor de pantalla plana para las conferencias.

O’Malley ya estaba sentado en la mesa al lado de Holt. A ambos lados estaban el detective Simms y su compañero, y dos personas que Avery supuso eran el especialista en medicina forense y el médico forense. Quedaban dos asientos en la parte inferior de la mesa, cerca de la entrada.

“Siéntense”, dijo O’Malley. “Gracias por venir. No se preocupen. No voy a estar encima de ustedes todo el tiempo”, les dijo a todos, pero especialmente a Avery y Ramírez. “Solo quiero asegurarme de que todos estemos en sintonía”.

“Siempre son bienvenidos aquí”, dijo Holt genuinamente.

“Gracias, Will. Adelante”.

Holt le hizo señas a su agente.

“¿Simms?”, dijo.

“Muy bien”, dijo Simms. “Me toca. Por qué no empezamos con los forenses, luego vamos con el informe del médico forense y después les hablo de todo lo demás que hicimos hoy”, dijo antes de volverse hacia el especialista. “¿Te parece bien, Sammy?”.

Un hombre indio esbelto era el jefe de su equipo forense. Llevaba un traje y corbata e hizo una señal con el pulgar cuando mencionó su nombre.

“Sí, señor”, dijo. “Como hemos comentado, no tenemos mucho. No encontramos nada en el apartamento. No hay sangre, no hay señales de lucha. Las cámaras fueron desactivadas con un epoxi transparente que puede ser comprado en cualquier ferretería. Encontramos restos de fibras de guantes negros, pero tampoco nos dio ninguna pista”.

El detective Simms siguió moviendo su barbilla hacia Avery. A Sammy le estaba costando entender quién tenía la autoridad. Siguió mirando a Simms y Holt y a todos los demás. Finalmente captó y comenzó a hablarles a Avery y Ramírez.

“Nosotros, sin embargo, encontramos algo en el puerto deportivo”, dijo Sammy. “Obviamente, el asesino desactivó las cámaras allí, casi de la misma manera que en el apartamento. Para llegar al puerto deportivo desapercibido tendría que haber trabajado entre las once de la noche, que es cuando el último trabajador abandonó el puerto deportivo, y las seis de la mañana, cuando los primeros trabajadores llegaron. Encontramos huellas de zapatos en el puerto deportivo y en el barco antes de que los otros policías llegaran a la escena. El pie es una bota diez y medio de la variedad Redwing. Él parece caminar con una cojera de una posible lesión en su pierna derecha, ya que el zapato izquierdo dejó una pisada más profunda que la derecha”.

“Excelente”, dijo Simms con orgullo.

“También verificamos la estrella dibujada en la proa”, continuó Sammy. “No encontramos material genético. Sin embargo, encontramos una fibra negra dentro de la estrella similar a las fibras del guante en el apartamento, así que esa fue una conexión muy interesante, gracias por eso, detective Black”. Él asintió con la cabeza.

Avery también asintió.

Holt resopló.

“Para concluir, creemos que el cuerpo fue llevado al astillero en una alfombra enrollada, ya que había muchas fibras de alfombra en el cuerpo y faltaba una alfombra en la casa”.

Él asintió con la cabeza para indicar que había terminado.

“Gracias, Sammy”, dijo Simms. “¿Dana?”.

Una mujer en una bata blanca, quien se veía que hubiera preferido estar en cualquier otro sitio que en esa sala, habló a continuación. Ella era de mediana edad, con pelo liso y castaño que le llegaba a los hombros y tenía el ceño fruncido.

“La víctima murió a causa de una fractura en el cuello”, dijo. “Había moretones en los brazos y las piernas que indicaban que fue arrojada al suelo o contra la pared. Probablemente llevaba muerta unas doce horas. No había señales de entrada forzada”.

Se inclinó hacia atrás con los brazos cruzados.

Simms levantó las cejas y se volvió a Avery.

“¿Detective Black? ¿Qué descubrieron cuando hablaron con la familia?”.

“Eso fue un callejón sin salida”, dijo Avery. “La víctima veía a sus padres una vez por semana para llevarles víveres y cocinar la cena. No tenía novio. No tiene otros parientes cercanos en Boston. Sin embargo, tiene un grupo de amigas con las que tendremos que hablar. Los padres no son sospechosos. Apenas podían levantarse del sofá. Hubiéramos comenzado a investigar las amigas, pero no estaba segura del protocolo”, dijo, echándole una mirada a O’Malley.

“Gracias”, dijo Simms. “Entendido. Creo que después de esta reunión estarás a cargo, detective Black, pero esa no es mi decisión. Déjame decirte lo que mi equipo descubrió. Verificamos sus registros telefónicos y direcciones de correo electrónico. Nada raro allí. Las cámaras en el edificio fueron desactivadas y ningún otro lente tenía una vista del edificio. Sin embargo, encontramos algo en la librería de Venemeer. Estaba abierta hoy. Tiene dos trabajadores a tiempo completo. No sabían nada de la muerte de la víctima y estaban genuinamente sorprendidos. No parecían sospechosos viables, pero ambos mencionaron que la tienda se había visto afectada recientemente por una pandilla local conocida como el Escuadrón de la muerte de Chelsea. El nombre proviene de su sitio principal para reunirse en la calle Chelsea. Hablé con nuestra unidad de pandillas y me enteré de que es una pandilla latina relativamente nueva asociada a un montón de otros cárteles. Su líder es Juan Desoto”.

Avery había oído hablar de Desoto de sus días trabajando con pandillas durante sus años de novata. Podría ser un pequeño actor en una nueva pandilla, pero llevaba años siendo el sicario de varias pandillas establecidas en todo Boston.

“¿Por qué un sicario de la mafia con su propia pandilla querría matar a la propietaria de una librería local y luego depositar el cuerpo en un yate?”, se preguntó.

“Me parece que tienes una gran pista”, dijo Holt. “Es alarmante que tenemos que darles las riendas a un departamento al otro lado del canal. Lamentablemente, así es la vida. ¿No es así, capitán O’Malley? Hacer concesiones, ¿cierto?”. Sonrió.

“Así es”, contestó O’Malley de mala gana.

Simms se sentó más derecho en su silla.

“Juan Desoto sin duda sería mi sospechoso número uno. Si este fuera mi caso, intentaría visitarlo primero”, dijo.

Todas estas pullas molestaban a Avery.

“¿Realmente necesito esto?”, pensó. A pesar de que estaba completamente intrigada por el caso, las líneas borrosas entre quién manejaba qué la molestaban. “¿Tengo que seguir su pista? ¿Es mi supervisor ahora? ¿O puedo hacer lo que me dé la gana?”.

Parecía que O’Malley había leído sus pensamientos.

“Creo que estamos listos aquí. ¿Cierto, Will?”, dijo antes de hablarles exclusivamente a Avery y Ramírez. “Después de esto, ustedes dos estarán a cargo a menos que necesiten comunicarse de nuevo con el detective Simms para hablar de cualquier cosa referente a la información que acabamos de cubrir. Les están haciendo copias de los archivos en este mismo momento. Serán enviados a la A1. Entonces, a menos que haya alguna otra pregunta, pueden empezar”, dijo, suspirando y poniéndose de pie. “Tengo que seguir dirigiendo un departamento”.

 

*

La tensión en la A7 mantuvo a Avery incómoda hasta que salieron del edificio, pasaron los reporteros de noticias y regresaron a su auto.

“Eso salió bien”, dijo Ramírez. “¿Sí sabes lo que pasó ahí?”, preguntó. “Te acaban de entregar el caso más grande que la A7 ha tenido en años, y solo porque eres Avery Black”.

Avery asintió con la cabeza, más no dijo nada.

Estar a cargo tenía un alto precio. Era capaz de hacer las cosas a su manera pero, si surgían problemas, ella sería totalmente responsable. Además, tenía la sensación de que no esa no sería la última vez que hablaría con la A7. “Se siente como si tuviera dos jefes ahora”, se dijo a sí misma.

“¿Cuál es nuestro próximo movimiento?”, preguntó Ramírez.

“Medio arreglemos las cosas con la A7 visitando a Desoto. No estoy segura de lo que descubriremos, pero si su pandilla estaba acosando a la propietaria de una librería, me gustaría saber el por qué”.

Ramírez silbó.

“¿Cómo sabes dónde encontrarlo?”.

“Todo el mundo sabe dónde encontrarlo. Es dueño de una pequeña cafetería en la calle Chelsea, justo al lado de la autopista y el parque”.

“¿Crees que es nuestro hombre?”.

“Desoto está muy familiarizado con el arte de matar”. Avery se encogió de hombros. “No estoy segura si esta escena del crimen encaja con su modus operandi, pero podría saber algo. Es una leyenda en todo Boston. Sé que ha trabajado para los negros, irlandeses, italianos, hispanos, con todo el mundo. Cuando yo era una novata lo llamaban el ‘Asesino fantasma’. Durante años, nadie creía que existía. La Unidad de Pandillas lo había vinculado con trabajos hasta la ciudad de Nueva York. Nadie pudo probar nada. Lleva muchos años siendo el dueño de esa cafetería”.

“¿Lo conociste alguna vez?”.

“No”.

“¿Sabes cómo es?”.

“Sí”, dijo. “Vi una foto de él una vez. Tiene la piel clara y es muy, muy grande. Creo que sus dientes estaban afilados también”.

Se volvió hacia ella y sonrió, pero debajo de esa sonrisa veía el mismo pánico y descarga de adrenalina que ella misma estaba empezando a sentir. Se estaban dirigiendo a la boca del lobo.

“Esto debe ser interesante”, dijo.

CAPÍTULO SEIS

La cafetería de la esquina estaba en el norte del paso subterráneo a la autopista East Boston. Era un edificio de ladrillo de un piso con un letrero que decía: “Cafetería”. Las ventanas estaban tapadas.

Avery se estacionó cerca de la entrada de la puerta y se bajó.

El cielo se había oscurecido. Hacia el suroeste, pudo ver el horizonte de la puesta de sol de color naranja, rojo y amarillo. Una tienda de comestibles estaba en la esquina opuesta. Casas residenciales llenaban el resto de la calle. La zona era tranquila y modesta.

“Hagámoslo”, dijo Ramírez.

Después de un largo día simplemente estando sentado en una reunión, Ramírez se veía animado y listo para la acción. Su entusiasmo preocupaba a Avery. “A las pandillas no les agrada que policías nerviosos invadan su territorio”, pensó. “Especialmente aquellos sin órdenes judiciales que solo están molestándolos por chismes que oyeron”.

“Cálmate”, le dijo. “Yo haré las preguntas. Nada de movimientos repentinos. Nada de malas disposiciones. Estamos aquí solo para hacer preguntas y ver si pueden ayudar”.

“Está bien”. Ramírez frunció el ceño, y su lenguaje corporal decía lo contrario.

Oyeron el tintineo de una campana cuando entraron en la cafetería.

El pequeño espacio tenía cuatro mesas cerradas rojas y acolchadas y un solo mostrador donde la gente podía pedir café y otros productos para el desayuno durante todo el día. El menú apenas tenía quince elementos y había pocos clientes.

Dos hombres latinos mayores y delgados con pinta de vagabundos bebían café en una de las mesas cerradas a la izquierda. Un caballero más joven con anteojos de sol y un sombrero de fieltro negro estaba encorvado en una de las mesas cerradas con la espalda a la puerta. Llevaba una camiseta sin mangas negra. Era evidente que tenía un arma enfundada en el hombro. Avery miró sus zapatos. “Treinta y nueve”, pensó. “Cuarenta como mucho”.

“Puta”, susurró a lo que vio a Avery.

Los hombres mayores parecían no saber qué estaba pasando.

No se veía ningún chef o empleado detrás del mostrador.

“Hola”. Avery saludó con la mano. “Queremos hablar con Juan Desoto si está aquí”.

El joven se rio.

Dijo algunas cosas en otro idioma.

“Dice: ‘Jódete, puta policía, tú y tu amiguito’”, tradujo Ramírez.

“Qué encantador”, dijo Avery. “Oye, no queremos problemas”, agregó y levantó las dos manos. “Solo queremos hacerle a Desoto unas preguntas acerca de una librería en la calle Sumner que al parecer no le agrada”.

El hombre se puso de pie y señaló la puerta.

“¡Lárgate, policía!”.

Había un montón de formas en las que Avery podía manejar la situación. El hombre llevaba una pistola y ella supuso que estaba cargada y no tenía licencia. También se veía dispuesto a accionar a pesar del hecho de que nada había ocurrido realmente. Eso, combinado con el contador vacío, la llevó a creer que algo podría estar sucediendo en un cuarto trasero. “Drogas, o tienen algún dueño desafortunado allá atrás y le están cayendo a golpes”, pensó.

“Todo lo que queremos es unos minutos con Desoto”, dijo.

“¡Perra!”, espetó el hombre antes de sacar su arma.

Ramírez desenfundó su arma al instante.

Los dos hombres seguían bebiéndose su café en silencio.

Ramírez llamó sobre el cañón de su arma.

“¿Avery?”.

“Todos cálmense”, dijo Avery.

Un hombre apareció en una ventana de la cocina detrás del mostrador principal, un hombre grande por su cuello y sus mejillas redondas. Parecía estar inclinado en la ventana, así que se veía más bajito de lo que realmente era. Su rostro estaba parcialmente oculto en la sombra tenue. Era un hombre latino calvo con piel clara y ojos amigables. Estaba sonriendo. En su boca había una plancha de metal que hacía que sus dientes parecieran diamantes afilados. No se veía nada malicioso y estaba tranquilo. Dada la situación tensa, esto hizo que Avery se preguntara el por qué.

“Desoto”, dijo.

“Nada de armas, nada de armas”, mencionó Desoto desde la ventana cuadrada. “Tito, coloca tu pistola sobre la mesa”, dijo. “Policías. Coloquen sus pistolas sobre la mesa. Aquí no usamos armas”.

“De ninguna manera”, dijo Ramírez y siguió apuntando al hombre con su pistola.

Avery podía sentir la pequeña cuchilla que mantenía atada a su tobillo, por si acaso se metía en problemas. Además, todo el mundo sabía que estaban aquí. “Vamos a estar bien”, pensó. “Bueno, eso espero”.

“Baja el arma”, dijo.

Como muestra de buena fe, Avery sacó su Glock poco a poco con los dedos y la puso sobre la mesa entre los dos hombres mayores.

“Hazlo”, le dijo a Ramírez. “Ponla sobre la mesa”.

“Mierda”, susurró Ramírez. “Esto no me gusta. No me gusta”. Sin embargo, colocó su arma sobre la mesa. El otro hombre, Tito, también colocó su propia arma en la mesa y sonrió.

“Gracias”, dijo Desoto. “No se preocupen. Nadie quiere sus armas de policías. Estarán a salvo allí. Vengan. Hablemos”.

Él desapareció de la vista.

Tito indicó una pequeña puerta roja, prácticamente imposible de notar dada su ubicación detrás de una de las mesas cerradas.

“Tú primero”, dijo Ramírez.

Tito se inclinó y entró.

Ramírez pasó después y Avery lo siguió.

La puerta roja daba a la cocina. Un pasillo daba a otros lugares. Justo enfrente de ellos había unas escaleras oscuras y empinadas que daban al sótano. En el fondo había otra puerta.

“Tengo un mal presentimiento”, susurró Ramírez.

“Silencio”, susurró Avery.

Estaban jugando póquer en la sala más allá. Cinco hombres latinos, bien vestido y armados con pistolas, se quedaron en silencio cuando se les acercaron. La mesa estaba llena de dinero y joyas. Había sofás por todas las paredes del espacio grande. En numerosas estanterías, Avery vio ametralladoras y machetes. Veía otra puerta. Miró los pies de todos rápidamente y se dio cuenta de que ninguno de ellos tenía zapatos lo suficientemente grandes como los del asesino.

En el sofá, con los brazos extendidos a lo ancho y con una enorme sonrisa en su rostro que mostraba sus dientes afilados, estaba sentado Juan Desoto. Su cuerpo era más el de un toro que el de un hombre, muy en forma por entrenamientos diarios y posiblemente esteroides. A pesar de que estaba sentado, sabía que medía unos dos metros. Sus pies también eran gigantes. “Al menos cuarenta y tres”, pensó Avery.

“Todos relájense”, ordenó Desoto. “Jueguen, jueguen. Tito, sírveles algo de tomar. ¿Qué quieres, oficial Black?”, dijo con énfasis.

“¿Me conoces?”, preguntó Avery.

“No te conozco”, respondió. “Sé de ti. Arrestaste a mi primo Valdez hace dos años, y a varios de mis amigos de los Asesinos del Oeste. Sí, tengo muchos amigos en otras pandillas”, dijo ante la mirada sorprendida de Avery. “No todas las pandillas luchan entre sí como si fueran animales. Me gusta pensar más en grande. Por favor. ¿Qué puedo traerles?”.

“Yo estoy bien”, dijo Ramírez.

“Yo también”, agregó Avery.

Desoto le asintió a Tito, quien se fue por donde vino. Todos los hombres de la mesa siguieron jugando cartas, excepto uno. Ese hombre era igualito a Desoto, solo que era mucho más pequeño y más joven. Le murmuró algo a Desoto y los dos tuvieron una conversación apasionada.

“Ese es el hermano menor de Desoto”, tradujo Ramírez. “Cree que solo debe matarnos y tirarnos en el río. Desoto está tratando de decirle que por eso es que siempre está en la cárcel, porque piensa demasiado cuando solo debería mantener la boca cerrada y escuchar”.

“¡Siéntate!”, gritó Desoto finalmente.

Su hermano menor se sentó de mala gana, pero miraba a Avery muy feo.

Desoto respiró.

“¿Eres una policía celebridad?”, preguntó.

“En realidad no”, respondió Avery. “Eso les da a tipos como tú un blanco en el departamento de policía. No me gusta ser un blanco”.

“Cierto, cierto”, dijo.

“Estamos en busca de información”, agregó Avery. “Una mujer de mediana edad llamada Henrietta Venemeer es propietaria de una librería en Sumner. Libros espirituales, religiosos, de psicología, cosas por el estilo. Se rumorea que no te agradaba su tienda. Estaba siendo acosada”.

“¿Por mí?”, respondió sorprendido y se señaló a sí mismo.

“Por ti o tus hombres. No estamos seguros. Es por eso que estamos aquí”.

“¿Por qué venir a la boca del lobo para preguntar acerca de una mujer en una librería? Explícamelo por favor”.

Su rostro no delató nada cuando mencionó a Henrietta y la librería. De hecho, Avery creía que la acusación lo había insultado.

“Ella fue asesinada anoche”, dijo Avery. Luego observó a los hombres en la sala y cómo reaccionaron. “Tenía el cuello fracturado y fue atada a un yate en el puerto deportivo de la calle Marginal”.

“¿Por qué haría eso?”, preguntó.

“Eso es lo que queremos averiguar”.

Desoto comenzó a hablarles a sus hombres en otro idioma. Su hermano menor y otro hombre se veían realmente molestos por haber sido acusados de algo que evidentemente no estaba a su altura. Sin embargo, los otros tres se veían avergonzados. Comenzaron a discutir por algo. En un momento, Desoto se puso de pie muy enojado, mostrando toda su altura y tamaño.

“Estos tres han estado en la tienda”, susurró Ramírez. “La robaron dos veces. Desoto está molesto porque apenas se va enterando y nunca recibió su parte”.

Con un fuerte rugido, Desoto golpeó la mesa con su puño y la partió por la mitad. Los billetes, monedas y joyas salieron volando por todas partes. Un collar casi azotó el rostro de Avery, y se vio obligada a echarse para atrás y pararse contra la puerta. Los cinco hombres empujaron sus sillas. El hermano menor de Desoto gritó de frustración y levantó los brazos. Desoto estaba dirigiendo su ira a un hombre en particular. Tenía un dedo metido en el rostro del hombre y ambos se amenazaron.

“Ese tipo llevó a los otros a la tienda”, susurró Ramírez. “Él está en problemas”.

Desoto se dio la vuelta.

 

“Mis disculpas”, dijo. “Mis hombres efectivamente acosaron a esta mujer en su tienda. Dos veces. Me acabo de enterar de esto”.

El corazón de Avery latía con fuerza. Estaban en una sala aislada llena de criminales enojados con armas e, independientemente de las palabras y los gestos de Desoto, era una presencia intimidante, y, si los rumores eran ciertos, también era un asesino en serie. De repente, su pequeña cuchilla estaba tan fuera de su alcance que no era tan reconfortante como había pensado.

“Gracias”, dijo. “Solo para estar seguros de que estamos en sintonía, ¿alguno de tus hombres tendría alguna razón para matar a Henrietta Venemeer?”.

“Nadie mata sin mi aprobación”, afirmó rotundamente.

“Venemeer fue colocada extrañamente en el barco”, continuó Avery. “A la vista de todo el puerto. Una estrella fue dibujada encima de su cabeza. ¿Eso significa algo para ti?”.

“¿Recuerdas a mi primo?”, preguntó Desoto. “¿Michael Cruz? ¿Pequeñito? ¿Flaco?”.

“Para nada”.

“Le rompiste el brazo. Le pregunté cómo una niñita pudo haberlo derribado y me dijo que eras muy rápida, y muy fuerte. ¿Crees que podrías derribarme, oficial Black?”.

Había comenzado la espiral perversa.

Avery podía sentirlo. Desoto estaba aburrido. Había respondido sus preguntas y estaba aburrido y enojado y tenía a dos policías desarmados en su sala privada debajo de una tienda. Incluso los hombres que habían estado jugando póquer no les quitaban la mirada de encima.

“No”, dijo. “Creo que podrías matarme en combate cuerpo a cuerpo”.

“Creo en ojo por ojo”, dijo Desoto. “Creo que uno debe recibir información cuando la da. El equilibrio es muy importante en la vida. Te di información. Tú arrestaste a mi primo. Ahora me has quitado dos cosas. ¿Entiendes?”, preguntó. “Me debes algo”.

Avery se echó para atrás y adoptó su postura tradicional de jiu-jitsu, piernas flexionadas y ligeramente separadas, brazos levantados y manos abiertas debajo de su barbilla.

“¿Qué te debo?”, preguntó.

Con solo un gruñido, Desoto saltó hacia adelante, estiró su brazo derecho y dio un puñetazo.

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?