Una Razón para Huir

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Aus der Reihe: Un Misterio de Avery Black #2
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CAPÍTULO DOS

Avery llegó al puerto de Boston por el túnel Callahan, que conecta el North End a East Boston. El puerto quedaba cerca de la calle Marginal, justo por al agua.

El lugar estaba repleto de policías.

“Mierda”, dijo Ramírez. “¿Qué demonios pasó aquí?”.

Avery caminó con calma al puerto deportivo. Las patrullas estaban estacionadas irregularmente. También había una ambulancia. Una multitud de personas que querían navegar sus barcos en esta brillante mañana deambulaban por allí, preguntándose qué debían hacer.

Se estacionó y ambos se bajaron y mostraron sus credenciales.

Más allá de la puerta principal y el edificio había una dársena expansiva. Dos embarcaderos sobresalían de la dársena en forma de V. La mayor parte de los policías se habían agrupado alrededor del extremo final de una dársena.

Vio el capitán O’Malley a lo lejos, vestido con un traje oscuro y una corbata. Se encontraba discutiendo con otro policía completamente uniformado. Por las dobles rayas en su pecho, Avery supuso que el otro era el capitán de la A7, que manejaba todo East Boston.

“Mira a este personaje”, dijo, señalando al hombre uniformado. “¿Acaba de salir de una ceremonia o qué?”.

Los agentes de la A7 los miraron feo.

“¿Qué está haciendo la A1 aquí?”.

“Vuelvan al North End”, gritó otro.

El viento azotaba el rostro de Avery mientras caminaba por el muelle. El aire era salado y suave. Apretó su chaqueta alrededor de su cintura para que no se abriera de repente. A Ramírez no le estaba yendo muy bien con las ráfagas intensas, que seguían alborotando su cabello.

Algunas dársenas sobresalían en ángulos perpendiculares en un lado del muelle, y cada muelle estaba lleno de barcos. También había barcos en el otro lado del muelle: lanchas, barcos veleros costosos y enormes yates.

Una dársena separada formaba una forma de T con el extremo del muelle. Un único yate blanco mediano estaba anclado en el medio. O’Malley, el otro capitán y dos oficiales hablaban mientras que un equipo de forenses recorría el barco y tomaba fotografías.

O’Malley se veía igual que siempre: su cabello corto teñido de negro y un rostro arrugado que parecía que podría haber sido el de un boxeador en una vida anterior. Tenía los ojos entrecerrados por el viento y se veía molesto.

“Ella está aquí ahora”, dijo. “Dale una oportunidad”.

El otro capitán parecía señorial, tenía el pelo canoso, un rostro delgado y una mirada arrogante debajo de un ceño fruncido. Era mucho más alto que O’Malley y se veía atontado por el hecho de que O’Malley, o cualquier persona no perteneciente a su equipo, invadiera su territorio.

Avery les asintió a todos.

“¿Qué pasa, capitán?”.

“¿Esta es una fiesta o qué?”. Ramírez sonrió.

“Deja de sonreír”, espetó el capitán señorial. “Esta es una escena del crimen, joven, y espero que te comportes”.

“Avery, Ramírez, este es el capitán Holt de la A7. Él fue lo suficientemente amable como para...”.

“¿Amable?”, espetó. “No sé en qué anda el alcalde, pero está equivocado si cree que puede pisotear toda mi división. Te respeto, O’Malley. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero esto no tiene precedentes y tú lo sabes. ¿Cómo te sentirías si fuera a la A1 y comenzara a dar órdenes como loco?”.

“Nadie está tomando el control”, dijo O’Malley. “¿Crees que me gusta esto? Tenemos suficiente trabajo en nuestro lado. El alcalde nos llamó a los dos, ¿cierto? Yo tenía otras cosas que hacer hoy, Will, así que no actúes como si esto es una movida ofensiva”.

Avery y Ramírez intercambiaron una mirada.

“¿Cuál es la situación?”, preguntó Avery.

“La llamada entró esta mañana”, dijo Holt, haciendo un gesto hacia el yate. “Una mujer fue hallada muerta en ese barco. Fue identificada como una vendedora de libros local. Llevaba quince años siendo dueña de una librería espiritual en la calle Sumner. No tenía antecedentes penales. No hay nada sospechoso sobre ella”.

“Excepto la forma en la que fue asesinada”, dijo O’Malley, tomando el control. “El capitán Holt estaba desayunando con el alcalde cuando entró la llamada. El alcalde decidió que quería venir y verlo en carne propia”.

“Lo primero que dice es ‘¿Por qué no ponemos a Avery Black en el caso?’”, concluyó Holt, mirando a Avery con desdén.

O’Malley intentó paliar la situación.

“Eso no es lo que me dijiste a mí, Will. Me dijiste que tus chicos llegaron a la escena y que no entendieron lo que estaban viendo, así que el alcalde sugirió que hablaras con alguien que ha tenido experiencia con este tipo de cosas”.

“Da igual”, gruñó Holt y levantó la barbilla pomposamente.

“Ve a echarle un vistazo”, dijo O’Malley y señaló el yate. “Anda a ver qué puedes encontrar. Nos iremos si regresa con las manos vacías”, agregó, hablándole directamente a Holt. “¿Eso te parece justo?”.

Holt se fue a zancadas a sus otros dos agentes.

“Esos dos son de su brigada de homicidios”, indicó O’Malley. “No los miren. No hablen con ellos. No causen problemas. Esta es una situación política muy delicada. Solo cierren la boca y díganme lo que ven”.

Ramírez estaba muy entusiasmado mientras caminaban al gran yate.

“Es una belleza”, dijo. “Parece un Sea Ray 58 Sedan Bridge. Es de dos pisos. Te da sombra arriba, y tiene aire acondicionado adentro”.

Avery estaba impresionada.

“¿Cómo sabes todo eso?”, preguntó.

“Me gusta pescar”. Se encogió de hombros. “Nunca he pescado en un barco así, pero un hombre puede soñar, ¿o no? Debería llevarte a pasear en mi barco”.

A Avery no le gustaba mucho el mar. Las playas, a veces, los lagos, absolutamente, pero ¿veleros y embarcaciones lejos en el océano? Le ocasionaban ataques de pánico. Había nacido y crecido en un terreno plano, y la idea de estar en la marea que se menea, sin tener idea de lo que podría estar al acecho justo debajo, hacía que su mente fuera a lugares oscuros.

A lo que Avery y Ramírez pasaron y se prepararon para embarcar, Holt y sus otros dos detectives los ignoraron. Un fotógrafo en la proa tomó una última foto y le hizo señas a Holt. Hizo su camino a lo largo de la borda a estribor y levantó las cejas a lo que vio a Avery. “Nunca volverás a ver un yate con los mismos ojos”, bromeó.

Una escalera de plata daba a los costados del barco. Avery subió, colocó sus manos en las ventanas negras y se meneó.

Una mujer de mediana edad con cabello rojo y salvaje había sido colocada en la parte delantera del barco, justo antes de las luces laterales de la proa. Yacía de lado, hacia el este, sus manos sujetando sus rodillas y con la cabeza abajo. Si hubiera estado sentada en posición vertical, se hubiera visto como si estuviera dormida. Estaba completamente desnuda, y la única herida visible era la línea oscura alrededor de su cuello. “Le rompió el cuello”, pensó Avery.

Lo que hacía que la víctima resaltara, más allá de la desnudez y la exhibición pública de su muerte, era la sombra que proyectaba. El sol estaba en el este. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia arriba, y producía una imagen especular de su forma arrugada en una sombra larga y deformada.

“No me jodas”, susurró Ramírez.

Como hacía Avery cuando limpiaba las superficies en su casa, se agachó y le echó un vistazo a la proa del barco. La sombra era o bien una coincidencia o una señal del asesino y, si había dejado una señal, quizás dejó otra. Ella se movió de un lado del barco al otro.

En el resplandor del sol, en la superficie blanca de la proa del barco, justo encima de la cabeza de la mujer entre su cuerpo y su sombra, Avery vio una estrella. Alguien había utilizado su dedo para dibujar una estrella, ya sea con saliva o agua salada.

Ramírez llamó a O’Malley.

“¿Qué dijeron los forenses?”.

“Encontraron algunos pelos en el cuerpo. Podrían ser de una alfombra. El otro equipo aún está en el apartamento”.

“¿Qué apartamento?”.

“El apartamento de la mujer”, dijo O’Malley. “Creemos que fue secuestrada allí. No hay huellas por ninguna parte. El tipo pudo haber usado guantes. No sabemos cómo la trasladó aquí, a un muelle muy visible, sin que nadie lo viera. Se metió con unas de las cámaras del puerto deportivo. Debió haberlo hecho justo antes del asesinato. Posiblemente fue asesinada anoche. Parece que el cuerpo no fue molestado, pero el forense tiene la última palabra”.

Holt hizo un ruido.

“Esta es una pérdida de tiempo”, le espetó a O’Malley. “¿Qué puede ofrecer esta mujer que mis hombres ya no hayan descubierto? No me importa su último caso ni su personaje público. En lo que a mí respecta, solo es una abogada fracasada que tuvo suerte en su primer caso importante porque un asesino en serie, a quien ella defendió en los tribunales, la ayudó”.

Avery se levantó, se apoyó en la barandilla y observó a Holt, O’Malley y a los otros dos detectives en el muelle. El viento seguía moviendo su chaqueta y pantalón.

“¿Vieron la estrella?”, preguntó.

“¿Qué estrella?”, dijo Holt.

“Su cuerpo está inclinado hacia un lado y hacia arriba. En la luz del sol, crea una imagen sombreada de su silueta. Muy marcada. Casi parecen ser dos personas, espalda con espalda. Entre su cuerpo y esa sombra, alguien dibujó una estrella. Podría ser una coincidencia, pero la colocación es perfecta. Tal vez podamos tener suerte si el asesino la dibujó con saliva”.

Holt consultó con uno de sus hombres.

“¿Vieron una estrella?”.

“No, señor”, respondió un detective delgado y rubio con ojos marrones.

 

“¿Y los forenses?”.

El detective negó con la cabeza.

“Ridículo”, murmuró Holt. “¿Una estrella dibujada? Un niño pudo haber hecho eso. ¿Una sombra? La luz crea las sombras. Eso no tiene nada de especial, detective Black”.

“¿Quién es el dueño del yate?”, preguntó Avery.

“Un callejón sin salida”, dijo O’Malley, encogiéndose de hombros. “Un promotor inmobiliario importante. Está en Brasil en un viaje de negocios. Lleva casi un mes allá”.

“Si el barco ha sido limpiado en el último mes, entonces la estrella fue puesta allí por el asesino y, como está perfectamente colocada entre el cuerpo y la sombra, tiene que significar algo. No estoy segura de qué, pero sé que tiene un significado”, dijo Avery.

O’Malley ojeó a Holt.

Holt suspiró.

“Simms, llama a los forenses para que regresen”, le dijo al oficial rubio. “Diles lo de la estrella y la sombra. Te llamaré cuando terminemos”.

Holt miró a Avery miserablemente, y finalmente negó con la cabeza.

“Deja que vea el apartamento”.

CAPÍTULO TRES

Avery caminaba lentamente por el pasillo del edificio de apartamentos mal iluminado, flanqueada por Ramírez. Su corazón latía con anticipación como siempre lo hacía cuando estaba a punto de entrar en una escena del crimen. En este momento, quisiera estar en cualquier otro lado.

Logró recuperarse. Se armó de valor y se obligó a observar cada detalle, sin importar lo mínimo que fuera.

La puerta del apartamento de la víctima estaba abierta. Un oficial estacionado afuera se apartó y les permitió a Avery y los otros pasar por debajo de la cinta de la escena del crimen y entrar.

Un estrecho pasillo daba a una sala de estar. La cocina estaba separada de la sala. Nada parecía estar fuera de lugar, solo era el apartamento bonito de alguien. Las paredes estaban pintadas de un color gris claro. Había estanterías en todas partes. Había pilas de libros en el suelo. Algunas plantas colgaban de las ventanas. Un sofá verde estaba en frente de un televisor. En la única habitación, la cama estaba hecha y cubierta con una manta blanca de encaje.

La única alteración era en la sala de estar, donde era evidente que faltaba una alfombra. Un contorno polvoriento, junto con un espacio oscuro, había sido marcado con numerosas etiquetas policiales amarillas.

“¿Qué encontraron los forenses aquí?”, preguntó Avery.

“Nada”, dijo O’Malley. “No hay huellas. No hay nada. Estamos a oscuras en este momento”.

“¿Algo fue tomado del apartamento?”.

“No creo. El frasco de las monedas está lleno. Su ropa fue colocada cuidadosamente en la cesta de la ropa sucia. Su dinero e identificación todavía estaban en sus bolsillos”.

Avery se tomó su tiempo en el apartamento.

Como de costumbre, se movió en pequeñas secciones y revisó cada una completamente; las paredes, los pisos y las tablas de madera, las chucherías en los estantes. Una foto de la víctima con dos amigas se destacaba. Tomó nota de aprender sus nombres y comunicarse con ellas. Analizó las estanterías y pilas. Había montones de novelas románticas femeninas. El resto eran de temas espirituales, autoayuda y religión.

“Religión”, pensó Avery. “La víctima tenía una estrella sobre su cabeza. ¿La estrella de David?”.

Después de haber observado el cadáver en el barco y el apartamento, Avery comenzó a formar una imagen del asesino en su mente. Él habría atacado desde el pasillo. La matanza fue rápida y no dejó marcas, no cometió errores. La ropa y las pertenencias de la víctima habían sido dejadas en un lugar limpio, a fin de no perturbar el apartamento. Solo la alfombra fue movida, y había polvo en esa zona y en los bordes. Eso referenciaba la ira en el asesino. “Si fue tan meticuloso en todos los otros aspectos, ¿por qué no limpiar el polvo de los lados de la alfombra?”, pensó Avery. “¿Por qué siquiera llevarse la alfombra? ¿Por qué no dejar todo en perfecto estado?”. Comenzó a reproducir todo en su mente. Le rompió el cuello, la desnudó, guardó la ropa y dejó todo en orden, pero luego la enrolló en una alfombra y la sacó como un salvaje.

Se dirigió a la ventana y miró la calle. Había pocos lugares donde alguien podría esconderse y observar el apartamento sin que nadie lo notara. Un punto en particular le llamó la atención, un callejón estrecho y oscuro detrás de una valla. “¿Estuviste allí?”, se preguntó. “¿Acechando? ¿Esperando el momento perfecto?”.

“¿Entonces?”, dijo O’Malley. “¿Qué piensas?”.

“Tenemos un asesino en serie en nuestras manos”.

CAPÍTULO CUATRO

“El asesino es hombre, y es fuerte”, continuó Avery. “Obviamente superó a la víctima y luego la llevó al muelle. Parece que fue personal”.

“¿Cómo sabes eso?”, preguntó Holt.

“¿Por qué pasar por tantas cosas con una víctima al azar? Parece que nada fue robado, así que ese no fue el motivo. Fue preciso con todo excepto esa alfombra. Si pasas tanto tiempo planeando un asesinato, desnudando a la víctima y poniendo su ropa en la cesta de la ropa sucia, ¿por qué llevarte algo suyo? Parece que eso fue planeado. Quería llevarse algo. ¿Tal vez para demostrar que era poderoso? ¿Que podía hacerlo? No lo sé. ¿Y dejarla en un barco? ¿Desnuda y a la vista del puerto? Este tipo quiere ser visto. Quiere que todos sepan que él lo hizo. Es posible que tengas otro asesino en serie en tus manos. Lo mejor es que no tardes en tomar una decisión respecto a quién se encargará de este caso”, dijo.

O’Malley se volvió a Holt.

“¿Will?”.

“Sabes lo que siento al respecto”, dijo con desprecio.

“¿Pero lo harás?”.

“Es un error”.

“¿Pero...?”.

“Que sea lo que quiera el alcalde”.

O’Malley se volvió a Avery.

“¿Estás preparada para esto?”, preguntó. “Sé honesta conmigo. Acabas de salir de un caso muy público. La prensa te crucificó en todo el camino. Todos los ojos estarán puestos en ti una vez más, pero esta vez el alcalde estará prestando más atención. Él te solicitó específicamente”.

El corazón de Avery latía con más fuerza. Marcar una diferencia como oficial de policía era lo que realmente le gustaba de su trabajo, pero capturar a asesinos en serie y vengar a los muertos era lo que anhelaba.

“Tenemos un montón de otros casos abiertos”, dijo. “Y un juicio”.

“Puedo darle todo a Thompson y Jones. Puedes supervisar su trabajo. Si tomas el caso, será tu primera prioridad”.

Avery se volvió a Ramírez.

“¿Te anotas?”.

“Me anoto”. Asintió con la cabeza.

“Lo haremos”, dijo.

“Excelente”. O’Malley suspiró. “Este es su caso. El capitán Holt y sus hombres se encargarán del cuerpo y el apartamento. Tendrán acceso completo a los archivos y su plena cooperación durante toda esta investigación. Will, ¿con quién deben comunicarse si necesitan información?”.

“Con el detective Simms”, dijo.

“Simms es el detective principal que viste esta mañana”, dijo O’Malley. “Pelo rubio, ojos oscuros, totalmente tenaz. El barco y el apartamento están siendo manejados por la A7. Simms se comunicará directamente si encuentran cualquier pista. Tal vez deberías hablar con la familia por ahora. Ve qué puedes descubrir. Si tienes razón, y esto es personal, podrían estar involucrados o tienen alguna información que pueda ayudar”.

“Listo”, dijo Avery.

*

A lo que llamó al detective Simms, Avery se enteró de que los padres de la víctima vivían un poco más al norte, afuera de Boston en la ciudad de Chelsea.

Darle la noticia a la familia era la segunda cosa que Avery más odiaba de su trabajo. A pesar de que era buena con las personas, hubo un momento, justo después de que se enteraban de la muerte de un ser querido, que las emociones complejas se apoderaban de todo. Los psiquiatras lo llaman las cinco etapas del duelo, pero a Avery le parecían una tortura. Primero era la negación. Los amigos y parientes querían saber todo sobre el cuerpo, información que solo los afligiría más. No importaba cuánta información les daba, siempre era imposible para los seres queridos imaginarse lo que había pasado. Después era ira: hacia la policía, el mundo, todas las demás personas. Ahora venía la negociación. “¿Estás segura de que está muerto? Tal vez todavía está vivo”. Estas etapas podían ocurrir a la vez, o podían tomar años, o ambas. Las dos últimas etapas por lo general ocurrían cuando Avery estaba en otra parte: depresión y aceptación.

“No me gusta encontrar cadáveres, pero esto nos deja libres para investigar este caso”, dijo Ramírez. “No más juicio y no más papeleo. Se siente bien, ¿verdad? Tenemos la oportunidad de hacer lo que queremos hacer y no tener que estar empantanados en la burocracia”.

Se inclinó para besarla en la mejilla.

Avery se apartó.

“Ahora no”, dijo.

“No hay problema”, respondió con las manos en alto. “Solo pensé, ya sabes... Que éramos una pareja ahora”.

“Mira”, dijo. Luego se detuvo por un momento para pensar bien lo que diría a continuación. “Me gustas. Realmente me gustas, pero todo esto está sucediendo demasiado rápido”.

“¿Demasiado rápido?”, se quejó. “¡Solo nos hemos besado una vez en dos meses!”.

“Eso no es lo que quiero decir”, dijo. “Lo siento. Lo que estoy tratando de decir es que no sé si estoy lista para una relación. Somos compañeros. Nos vemos todo el tiempo. Me encanta el coqueteo y verte en las mañanas. No sé si estoy lista para seguir avanzando”.

“Ah”, dijo.

“Dan...”.

“No, no”. Levantó una mano. “Está bien. De verdad. Creo que esperaba eso”.

“No estoy diciendo que quiero que esto termine”, le aseguró Avery.

“¿Qué es esto?”, preguntó. “Digo, ¡ni yo lo sé! Cuando estamos trabajando, estás en modo de negocios, y cuando trato de verte después del trabajo, es casi imposible. Fuiste más amorosa conmigo cuando estabas en el hospital que en la vida real”.

“Eso no es cierto”, dijo, pero una parte de ella sabía que tenía razón.

“Me gustas, Avery”, dijo. “Me gustas mucho. Si necesitas más tiempo, no hay problema. Solo quiero asegurarme de que realmente sientes algo por mí. Porque, si no es así, no quiero perder tu tiempo, ni el mío”.

“Sí siento algo por ti”, dijo, y lo miró de reojo. “En serio”.

“Está bien”, dijo. “Genial”.

Avery siguió conduciendo, centrándose en la carretera y en el vecindario cambiante, obligándose a volver a centrarse en el trabajo.

Los padres de Henrietta Venemeer vivían en un complejo de apartamentos un poco más allá del cementerio en la avenida Central. El detective Simms le había dicho a Avery que ambos estaban jubilados y lo más probable es que estarían en su casa. No había llamado con antelación. Una dura lección que había aprendido al principio es que una llamada de advertencia podría alertar a un posible asesino.

Avery se estacionó en el edificio y ambos se acercaron a la puerta principal.

Ramírez tocó el timbre.

Una mujer de edad avanzada respondió un rato después.

“¿Sí? ¿Quién es?”.

“Sra. Venemeer, habla el detective Ramírez de la división de policía A1. Estoy aquí con mi compañera, la detective Black. ¿Podemos subir a hablar con usted?”.

“¿Quien?”.

Avery se inclinó hacia delante.

“Policía”, espetó. “Por favor abra la puerta principal”.

La puerta se abrió con un zumbido.

Avery le sonrió a Ramírez.

“Así es que se hace”, dijo.

“Nunca dejas de sorprenderme, detective Black”.

Los Venemeer vivían en el quinto piso. En el momento en el que Avery y Ramírez salieron del ascensor, pudieron ver a una anciana asomándose desde detrás de una puerta cerrada.

Avery tomó las riendas.

“Hola, Sra. Venemeer”, dijo en su voz más suave y más clara. “Soy la detective Black, y este es mi compañero, el detective Ramírez”. Ambos sacaron sus placas. “¿Podemos pasar?”.

La Sra. Venemeer tenía una maraña de pelo áspero igual que el de su hija, solo que el suyo era blanco. Llevaba anteojos negros gruesos y tenía un camisón blanco.

“¿De qué trata todo esto?”, preguntó.

“Creo que sería más fácil si pudiéramos hablar adentro”, dijo Avery.

“Está bien”, murmuró y los dejó pasar.

Todo el apartamento olía a naftalina y vejez. Ramírez hizo una cara y se agitó la nariz en broma justo cuando entraron. Avery le dio un golpecito en el brazo.

 

Una televisión sonaba desde la sala de estar. En el sofá estaba sentado un hombre grande que Avery suponía era el Sr. Venemeer. Solo llevaba calzoncillos rojos y una camiseta que probablemente usaba para dormir, y parecía que ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.

Curiosamente, la Sra. Venemeer se sentó en el sofá junto a su esposo, sin darles ninguna indicación de dónde podían sentarse.

“¿Qué puedo hacer por ustedes?”, preguntó.

Estaban pasando un programa de juegos en la televisión. El sonido era fuerte. De vez en cuando, el esposo vitoreaba de su asiento, se acomodaba y murmuraba para sí mismo.

“¿Puede bajarle a la TV?”, preguntó Ramírez.

“No”, dijo. “John tiene que ver La Rueda de la Fortuna”.

“Queremos hablar de su hija”, dijo Avery. “Realmente tenemos que hablar con ustedes, y quisiéramos toda su atención”.

“Cariño”, dijo y tocó el brazo de su esposo. “Estos dos agentes quieren hablar de Henrietta”.

Se encogió de hombros y gruñó.

Ramírez apagó la televisión.

“¡Oye!”, gritó John. ¿Qué estás haciendo? ¡Enciéndelo!”.

Sonaba borracho.

Una botella de whisky medio llena estaba a su lado.

Avery se paró junto a Ramírez y se presentaron de nuevo.

“Hola”, dijo ella. “Mi nombre es la detective Black y este es mi compañero, el detective Ramírez. Tenemos muy malas noticias”.

“¡Yo te diré lo que es bien malo!”, espetó John. “Es malo tener que lidiar con unos policías cuando estoy en medio de mi programa. ¡Enciende la maldita televisión!”, espetó e intentó salir de su asiento, pero no era capaz de ponerse de pie.

“Su hija está muerta”, dijo Ramírez, y se puso en cuclillas para mirarlo directamente a los ojos. “¿Entiende? Su hija está muerta”.

“¿Qué?”, susurró la Sra. Venemeer.

“¿Henrietta?”, murmuró John y se sentó.

“Lo lamento mucho”, dijo Avery.

“¿Cómo?”, murmuró la anciana. “No... No Henrietta”.

“¿Qué están diciendo?”, preguntó. “No pueden venir aquí y decirnos que nuestra hija está muerta. ¿Qué diablos quieren decir?”.

Ramírez tomó asiento.

“Negación”, pensó Avery. “E ira”.

“Fue encontrada muerta esta mañana”, dijo Ramírez. “Fue identificada por su posición dentro de la comunidad. No estamos seguros por qué sucedió. En este momento tenemos un montón de preguntas. Si pueden por favor ayúdennos a contestar algunas de ellas”.

“¿Cómo?”, exclamó la madre. “¿Cómo sucedió?”.

Avery se sentó al lado de Ramírez.

“Me temo que esta es una investigación en curso. No podemos hablar de nada específico en este momento. Ahora solo necesitamos cualquier información que tengan que pueda ayudarnos a identificar a su asesino. ¿Henrietta tenía novio? ¿Un amigo cercano? ¿Alguien que podría haberla resentido por algo?”.

“¿Están seguros de que es Henrietta?”, preguntó la madre.

“¡Henrietta no tenía enemigos!”, gritó John. “Todo el mundo la quería. Era una santa. Venía una vez a la semana con comida. Ayudaba a las personas sin hogar. Esto no está bien. Tiene que ser un error”.

“Negociación”, pensó Avery.

“Les aseguro que serán llamados esta semana para identificar el cuerpo”, dijo. “Sé que esto es duro de asimilar. Acaban de recibir una noticia terrible, pero por favor concentrémonos en descubrir quién le hizo esto”.

“¡Nadie!”, gritó John. “Esto tiene que ser un error. Tienen a la mujer equivocada. Henrietta no tenía enemigos”, declaró. “¿Fue atropellada por un autobús? ¿Se cayó de un puente? Al menos explíquenos qué fue lo que pasó”.

“Fue asesinada”, dijo Avery. “Eso es todo lo que puedo decir”.

“Asesinada”, susurró la madre.

“Por favor”, dijo Ramírez. “¿Se les ocurre algo? Cualquier cosa. Incluso si parece insignificante, podría ser de gran ayuda para nosotros”.

“No”, respondió la madre. “No tenía novio. Tiene un grupito de amigas. Pasaron el Día de Acción de Gracias con nosotros el año pasado. Ninguna de ellas pudo haber hecho algo así. Deben estar equivocados”.

Los miró con ojos suplicantes.

“¡Tienen que estar equivocados!”.