Casi Muerta

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Aus der Reihe: La Niñera #3
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CAPÍTULO SIETE

Cassie se alejó lentamente de la puerta de la oficina con la esperanza de que la señora Rossi no se hubiese dado cuenta de que ella había estado escuchando. Se sentía profundamente conmocionada. ¿La joven empleada había sido despedida por un malentendido en relación a un aviso de empleo?

Esa no podía ser toda la historia. Debía haber otras cosas que había hecho mal. En cualquier caso, eso esperaba Cassie. Se dio cuenta con un escalofrío que quizás esto era lo que se necesitaba para construir un imperio, y por eso tan poca gente lo lograba. Los errores y las excusas eran inaceptables. Eso quería decir que debía mantenerse alerta todo el tiempo y hacer lo posible para no equivocarse.

Se podía imaginar haciendo algo mal y que la señora Rossi le gritara palabras despiadadas y le ordenara que empacara sus cosas y se marchara. Había sonado furiosa, como una persona totalmente diferente. Cassie no pudo evitar sentir pena por la desafortunada Abigail, pero se recordó que no le correspondía juzgar la situación y no sabía nada del trasfondo de su relación.

Cassie se alegró al ver que llegaba la criada y que podía alejarse de la furiosa conversación unilateral que aún podía escuchar desde adentro de la oficina. La mujer uniformada hablaba en italiano, pero pudieron comunicarse por medio de señas.

Salieron del estacionamiento y la mujer le mostró a Cassie en dónde debía estacionar, en un área protegida detrás de la casa. Le entregó las llaves de la puerta de entrada con un control remoto que manejaba la puerta de hierro, y luego la ayudó a cargar sus bolsos al piso de arriba.

Cassie dobló a la derecha automáticamente, dirigiéndose hacia las habitaciones de las niñas, pero la criada la llamó.

–¡No! —le dijo, y Cassie se alegró de que esta palabra fuese la misma en italiano.

La criada apuntó al corredor del otro lado de la herradura.

Cassie cambió de dirección, confundida. Había asumido que su habitación estaría cerca de las de las niñas, para poder atenderlas si la necesitaban durante la noche. Del otro lado de esta casa enorme no podría escucharlas si lloraban. En realidad, la habitación de la señora Rossi, en el centro de la herradura, estaba más cerca.

Sin embargo, ya había visto lo independiente que eran las niñas para su edad, y quizás eso quería decir que no necesitaban ayuda durante la noche o, por el contrario, que tenían la seguridad suficiente para cruzar la casa e ir a llamarla.

Su enorme dormitorio con baño en suite estaba ubicado al final de la otra ala de la herradura. Miró por la ventana y vio que las habitaciones tenían vista al jardín y al patio, con una fuente decorativa en el centro.

Del otro lado podía ver las ventanas de los dormitorios de las niñas y, en realidad, a la luz del atardecer, podía distinguir la cabeza oscura de una de las niñas, sentada en un escritorio y ocupada con su tarea. Como las niñas tenían coletas idénticas y una altura similar, no podía adivinar cuál de ellas era y el respaldo de la silla no le permitía ver el vestido, lo que la hubiese ayudado. Aún así, era bueno saber que podía verlas desde su lejana habitación.

Cassie quería cruzar la herradura e ir a conocer mejor a las niñas, para asegurarse de empezar con el pie derecho con ellas.

Sin embargo, estaban haciendo su tarea y luego iban a salir con su madre, por lo que tendría que esperar.

En su lugar, Cassie desempacó y se aseguró de que su habitación y los armarios estuvieran ordenados.

La señora Rossi no le había preguntado si tomaba alguna medicación, por lo que Cassie no tuvo que mencionar todas las pastillas para la ansiedad que la mantenían estable.

Guardó las botellas fuera de vista en el fondo del cajón de su mesa de noche.

Cassie no había esperado que su primera noche en la casa estuviera sola. Se dirigió hacia la cocina vacía y buscó en los cajones hasta encontrar los menús.

El refrigerador estaba lleno de comida, pero Cassie no sabía si estaba reservada para futuras comidas y no había nadie a quién preguntarle. Todo el personal, incluyendo a la criada que la había ayudado, parecía haberse marchado por el día. Se sintió cohibida e incómoda al pensar en ordenar comida para ella a cuenta de la familia en su primera noche, pero decidió que era mejor seguir las órdenes de la señora Rossi.

Había un teléfono en la cocina, así que llamó a uno de los restaurantes de la zona y ordenó una lasaña y una Coca-Cola dietética. Media hora después, llegó. Cassie no quería entrar al comedor formal, así que exploró otros lugares. El área de la planta baja tenía muchos salones más pequeños y uno de ellos, que supuso era el comedor de las niñas, tenía una pequeña mesa con cuatro sillas.

Se sentó allí y comió su comida mientras estudiaba su libro de frases en italiano. Luego, agotada después de todo lo que había ocurrido ese día, se fue a la cama.

Justo antes de dormirse su teléfono vibró.

Era el simpático barman de la casa de huéspedes.

“¡Hola, Cassie! Creo que recuerdo en donde estaba trabajando Jaxs. El nombre de la ciudad es Bellagio. ¡Espero que esto ayude!”

Al leer el mensaje, la inundó la esperanza. Esta era la ciudad, la verdadera ciudad en donde su hermana se había quedado. ¿Habría trabajado allí? Cassie esperaba que se hubiese quedado en un alojamiento o en un hotel, ya que eso significaba que podría rastrearla. Empezaría su investigación en cuanto tuviera tiempo, y Cassie estaba segura de que obtendría resultados.

¿Cómo sería la ciudad? El nombre sonaba encantador. ¿Por qué Jacqui había elegido viajar allí?

Le surgían tantas preguntas sin respuestas en su mente que le tomó más tiempo de lo que esperaba conciliar el sueño.

Cuando finalmente lo hizo, soñó que estaba en esa ciudad. Era singular y pintoresca, con terrazas salientes y edificios de piedra color miel. Caminando por la calle, le preguntó a un transeúnte:

–¿En dónde puedo encontrar a mi hermana?

–Está allí —dijo él señalando la cima de la colina.

Mientras caminaba, Cassie comenzó preguntarse qué era lo que había allí arriba. Parecía estar alejado de todo. ¿Qué hacía Jacqui allí? ¿Por qué no había bajado encontrarse con Cassie, si sabía que su hermana estaba en la ciudad?

Finalmente y sin aliento, llegó a la cima de la colina, pero la torre había desaparecido y todo lo que podía ver era un lago enorme y oscuro. Sus aguas oscuras salpicaban los bordes de las piedras oscuras que lo rodeaban.

–Aquí estoy.

–¿En dónde?

La voz parecía venir desde un lugar lejano.

–Es demasiado tarde —susurró Jacqui con voz ronca y llena de tristeza—. Papá me alcanzó primero.

Horrorizada, Cassie se inclinó y miró hacia abajo.

Allí estaba Jacqui, tumbada en el fondo del agua oscura y fría.

Su cabello se arremolinaba alrededor de ella, sus miembros estaban blancos y sin vida, y cubrían como algas a las rocas afiladas mientras sus ojos ciegos miraban hacia arriba.

–¡No! —Gritó Cassie.

Se dio cuenta de que esta no era Jacqui y de que no estaba en Italia. Estaba de nuevo en Francia, mirando por encima del parapeto de piedra al cuerpo despatarrado más abajo. Esto no era un sueño, era un recuerdo. El vértigo se apoderó de ella, y Cassie se aferró a la roca, aterrorizada de que también se iba a caer porque se sentía tan débil e impotente.

–Para eso están los padres. Eso es lo que hacen.

La voz burlona venía de detrás de ella y ella giró, tambaleándose.

Allí estaba, el hombre que le había mentido, la había engañado y había destruido su confianza. Pero no era a su padre a quien veía. Era Ryan Ellis, su jefe en Inglaterra, con el rostro retorcido con menosprecio.

–Eso es lo que hacen los padres —susurró—. Hacen daño. Destruyen. Tú no fuiste lo suficientemente buena, así que ahora es tu turno. Eso es lo que hacen.

Extendió la mano, la sujetó de la blusa y la empujó con todas sus fuerzas.

Cassie dio un alarido de terror al sentir que perdía la sujeción y la piedra se resbalaba.

Se estaba cayendo, cayendo.

Y cuando aterrizó, se sentó, jadeando, con sudor frío que le producía escalofríos aunque el espacioso dormitorio estaba templado.

La distribución de la habitación no le resultaba familiar y pasó un tiempo tanteando antes de encontrar su mesa de noche y luego finalmente el interruptor de la luz.

La prendió y se sentó, desesperada por confirmar que había escapado de su pesadilla.

Estaba en la enorme cama matrimonial con cabecera de metal. Del otro lado de la habitación estaba el enorme ventanal, con las cortinas color castaño dorado cerradas.

A la derecha estaba la puerta del dormitorio y a la izquierda, la puerta del baño. El escritorio, la silla, el minibar, el armario, todo estaba como ella lo recordaba.

Cassie soltó un suspiro profundo, con la tranquilidad de que ya no estaba atrapada en su sueño.

Aunque aún estaba oscuro, ya eran las siete y cuarto de la mañana. Con un sobresalto, recordó que no había recibido instrucciones de lo que las niñas debían hacer hoy. ¿O sí las había recibido, pero se había olvidado? ¿La señora Rossi había dicho algo de la escuela?

Cassie sacudió la cabeza. No podía recordar nada y no creía que hubiera mencionado los horarios de la escuela.

Salió de la cama y se vistió rápidamente. En el baño, controló sus ondas cobrizas con un peinado que esperaba que fuese aceptable en este hogar enfocado en la moda.

Mientras se miraba en el espejo, escuchó un ruido afuera.

Cassie se detuvo y escuchó.

Detectó el débil sonido de unos pasos crujiendo sobre la gravilla. El cristal esmerilado de la ventana del baño daba hacia afuera, hacia la puerta de hierro.

¿Sería alguien del personal de cocina?

Abrió la ventana y miró hacia afuera.

 

En el gris profundo de la mañana, Cassie vio una silueta vestida con ropa oscura avanzando furtivamente hacia la parte trasera de la casa. Mientras observaba con asombro, logró descifrar la silueta de un hombre con un gorro de lana negro y una pequeña mochila de color oscuro. Solo fue un vistazo, pero pudo ver que se dirigía a la puerta trasera.

Se le aceleró el corazón al pensar en intrusos, en la puerta automática y las cámaras de seguridad.

Recordó las palabras de la señora Rossi y la clara advertencia que le había dado. Esta era una familia acomodada. Sin dudas podían ser el blanco de un robo o incluso un secuestro.

Tenía que salir a investigar. Si él le parecía peligroso, daría la alarma, gritaría y despertaría a toda la casa.

Mientras se apresuraba por la escalera, decidió su plan de acción.

El hombre se había dirigido a la parte de atrás de la casa, así que ella saldría por la puerta del frente. Ahora había suficiente luz para ver bien, y la fría noche había dejado escarcha sobre el pasto. Podría seguir sus huellas.

Cassie salió hacia afuera, cerrando con llave la puerta. La mañana estaba tranquila y helada, pero estaba tan nerviosa que apenas notó la temperatura.

Había huellas, borrosas pero claras en la escarcha. Rodeaban la casa sobre el pasto prolijamente cortado y conducían hacia los ladrillos del patio.

Siguiéndolas, vio que conducían a la puerta trasera que estaba totalmente abierta.

Cassie se avanzó por los escalones, notando las huellas típicas de un zapato en cada escalón de piedra.

Se detuvo en la puerta, esperando y esforzándose por escuchar cualquier ruido sospechoso por encima del martilleo de su propio corazón.

No podía escuchar nada que viniera de adentro, aunque las luces estaban prendidas. Un leve aroma a café flotó hacia ella. Quizás este hombre era un chofer que venía dejar una entrega y la cocinera lo había dejado entrar. Pero entonces, ¿en dónde estaba él y por qué no podía escuchar ninguna voz?

Cassie caminó sigilosamente por la cocina, pero no encontró a nadie allí.

Decidió ir a ver a las niñas y asegurarse de que estuvieran bien. Entonces, una vez que se asegurara de que estaban a salvo, despertaría a la señora Rossi y le explicaría lo que había visto. Podría tratarse de una falsa alarma, pero era mejor prevenir que curar, especialmente viendo que el hombre parecía haber desaparecido.

Había sido un vistazo tan fugaz que si no hubiese visto las huellas de los zapatos, Cassie hubiera creído que se había imaginado al furtivo personaje.

Trotó por las escaleras y se dirigió a los dormitorios de las niñas.

Antes de llegar se volvió a detener, tapándose la boca con la mano para sofocar un grito.

Allí estaba el hombre, una figura delgada, vestida con ropa oscura.

Estaba afuera del dormitorio de la señora Rossi, extendiendo la mano izquierda hacia la manija de la puerta.

No podía ver su mano derecha porque la tenía enfrente de él, pero por el ángulo, era obvio que estaba sosteniendo algo con ella.

CAPÍTULO OCHO

Cassie necesitaba un arma y agarró el primer objeto que sus ojos aterrados pudieron ver: una estatuilla de bronce en una mesilla cerca de la escalera.

Luego, corrió hacia él. Ella tendría la ventaja del efecto sorpresa, ya que él no podría voltearse a tiempo. Lo golpearía con la estatuilla, primero en la cabeza y luego en la mano derecha para desarmarlo.

Cassie saltó hacia adelante. Él estaba girando, esta era su oportunidad. Alzó su arma improvisada.

Entonces, mientras él se volteaba para enfrentarla, se resbaló y se detuvo. El grito de disgusto de él sofocó el suyo de sorpresa.

El hombre delgado de baja estatura sostenía un vaso grande de café para llevar en la mano.

–¿Qué diablos? —Gritó él.

Cassie bajó la estatuilla y lo miró con incredulidad.

–¿Estabas intentando atacarme? —Refunfuñó el hombre— ¿Estás loca? Casi me haces soltar esto.

Él miró hacia abajo, al café, que le había salpicado la mano por el agujero de la tapa. Unas pocas gotas se habían derramado en el suelo. Él buscó en su bolsillo un pañuelo descartable y se inclinó a limpiarlas

Cassie adivinó que tendría treinta y pocos años. Estaba inmaculadamente arreglado. Su cabello castaño tenía un corte de pelo degradado a la perfección y tenía una barba bien cortada. Detectó una pizca de acento australiano en su voz.

Incorporándose, la miró con furia.

–¿Quién eres?

–Soy Cassie Vale, la niñera. ¿Quién eres tú?

Él levantó las cejas.

–¿Desde cuándo? Ayer no estabas aquí.

–Me contrataron ayer en la tarde.

–¿La Signora te contrató?

Él remarcó la última palabra y la observó por unos segundos, en los que Cassie se sintió cada vez más incómoda. Asintió en silencio.

–Ya veo. Bueno, mi nombre es Maurice Smithers, y soy el asistente personal de la señora Rossi.

Cassie lo miró boquiabierta. Él no encajaba con el perfil que ella tenía de un asistente personal.

–¿Por qué entraste a la casa a hurtadillas?

Maurice suspiró.

–La cerradura de la puerta del frente es difícil de abrir los días fríos. Hace un ruido nefasto y no me gusta perturbar a la casa cuando llego temprano. Así que uso la puerta trasera porque es más silenciosa.

–¿Y el café?

Cassie observó la taza, aún sintiéndose atacada por sorpresa por la extrañeza de su apariencia y su supuesto rol.

–Es de una cafetería artesanal calle abajo. Es el favorito de la Signora. Le traigo una taza cuando tenemos nuestras reuniones matinales.

–¿Tan temprano?

Aunque su tono era acusador, Cassie se sentía avergonzada. Había creído que estaba siendo heroica, actuando por el bienestar de la señora Rossi y sus hijas. Ahora descubría que había cometido un grave error y había empezado con el pie izquierdo con Maurice. Como su asistente personal, obviamente era una figura influyente en su vida.

De pronto, sus perspectivas de una pasantía futura parecían cada vez menos seguras. Cassie no podía soportar pensar en que su sueño ya estaba en riesgo gracias a sus acciones imprudentes.

–Tenemos un día muy ocupado hoy. La señora Rossi prefiere comenzar temprano. Ahora, si no te importa, quisiera entregarle esto antes de que se enfríe.

Golpeó la puerta respetuosamente y un momento después, esta se abrió.

Buongiorno, Signora. ¿Cómo está esta mañana?

La señora Rossi estaba perfectamente vestida y arreglada. Hoy tenía un par de botas distintas; estas eran color cereza, con enormes hebillas plateadas.

Molto bene, grazie, Maurice —y tomo el café,

Cassie se dio cuenta de que los cumplidos en italiano parecían ser una formalidad antes de que la conversación cambiara al inglés mientras Maurice continuaba.

–Está muy frío afuera. ¿Quiere que vaya a subir la calefacción en su oficina?

Hasta ahora, Cassie no sabía que Maurice podía sonreír, pero ahora su rostro estaba estirado en una sonrisa servil y prácticamente estallaba su deseo de complacerla.

–No, no estaremos allí por mucho tiempo. Estoy segura de que la calefacción será la adecuada. Trae mi saco, ¿sí?

–Por supuesto.

Maurice tomó el saco con cuello de piel del soporte de madera cerca de la puerta de su dormitorio. La siguió de cerca y comenzó a hablar animadamente.

–Espere a escuchar qué tenemos preparado para la semana de la moda. Ayer tuvimos una reunión excelente con el equipo francés. Por supuesto que grabé todo, pero también tengo la minuta y un resumen preparado.

Cassie se dio cuenta de que la señora Rossi no le había dirigido la palabra. Debía haberla visto allí parada, pero su atención había estado totalmente enfocada en Maurice. Ahora, los dos se dirigían a la oficina en donde Cassie había sido entrevistada el día anterior.

No creía que la señora Rossi la estuviese ignorando a propósito, al menos eso esperaba. Era más como si estuviese totalmente distraída y con toda su atención en el día de trabajo que la esperaba.

–Tengo el informe de ventas de la semana pasada y una respuesta de los proveedores indonesios.

–Espero que sean buenas noticias —dijo la señora Rossi.

–Eso creo. Están solicitando más información, pero parece positivo.

Maurice estaba prácticamente adulando a la señora Rossi, y Cassie no sabía si él la estaba ignorando sin intención o si lo hacía a propósito, quizás para demostrarle que él era mucho más importante que ella en su vida.

Los siguió hasta la oficina, arrastrándose unos pocos pasos más atrás, esperando el momento en que hubiera un hueco en la conversación para poder preguntar por los horarios de las niñas.

Poco tiempo después, resultó claro que no habría ningún hueco. Con las cabezas inclinadas hacia la pantalla de la computadora portátil de Maurice, ninguno de ellos siquiera la miraban. Cassie tuvo la seguridad de que Maurice la estaba ignorando a propósito. Después de todo, él sabía que ella estaba allí.

Pensó en interrumpirlos, pero eso la ponía nerviosa. Estaban concentrados y Cassie no quería hacer enojar a la señora Rossi, especialmente después de que la conversación que había escuchado ayer había demostrado que la empresaria era muy irascible.

Luego de haber sido contratada había tocado el cielo con las manos, recomendada y halagada por esta mujer prestigiosa. Esta mañana, era como si ella no existiera para la señora Rossi.

Alejándose, Cassie se sintió desanimada e insegura. Intentó ahuyentar los pensamientos negativos y se recordó a sí misma firmemente que su papel era cuidar de las niñas y no monopolizar la atención de la señora Rossi cuando estaba tan ocupada. Con suerte, Nina y Venetia sabrían cuáles eran sus horarios.

Cuando Cassie fue a las habitaciones de las niñas, las encontró vacías. Ambas camas estaban hechas de forma inmaculada y sus habitaciones estaban ordenadas. Cassie supuso que se habrían ido a desayunar, se dirigió a la cocina y se alivió de encontrarlas allí.

–Buen día, Nina y Venetia —dijo ella.

–Buen día —respondieron ellas con amabilidad.

Nina estaba sentada en una silla mientras detrás de ella, Venetia le ataba la coleta con un lazo. Cassie supuso que Nina recién habría hecho lo mismo por su hermana, porque el cabello de Venetia ya estaba prolijamente recogido. Ambas niñas estaban vestidas con un guardapolvo de color rosa y blanco.

Habían hecho tostadas y jugo de naranja, y los habían dispuesto sobre la mesa de la cocina. Cassie estaba sorprendida por cómo parecían actuar como una unidad. Por lo que había visto hasta ahora, tenían una relación armoniosa; no había señales de peleas ni de burlas. Supuso que al tener tan poca diferencia de edad, eran más como mellizas que como hermanas mayor y menor.

–Ustedes dos son tan organizadas —dijo Cassie con admiración—. Son muy inteligentes al cuidarse entre ustedes. ¿Quieren algo para untar las tostadas? ¿Qué suelen ponerles? ¿Mermelada, queso, manteca de maní?

Cassie no estaba segura de lo que había en la casa, pero supuso que tendrían esos básicos.

–Me gustan las tostadas simples con manteca —dijo Nina.

Cassie asumió que Venetia estaría de acuerdo con su hermana. Pero la niña menor la miró con interés, como si estuviese considerando sus sugerencias. Luego, dijo:

–Mermelada, por favor.

–¿Mermelada? No hay problema.

Cassie abrió las alacenas hasta encontrar la que tenía los productos untables. Estaban en el estante de arriba, demasiado alto para que las niñas lo alcanzaran.

–Hay mermelada de frutilla y de higo. ¿Cuál prefieres? Si no, hay Nutella.

–Frutilla, por favor —dijo Venetia amablemente.

–No tenemos permitida la Nutella —le explicó Nina—. Es solo para ocasiones especiales.

Cassie asintió.

–Tiene sentido, porque es tan deliciosa.

Le alcanzó la mermelada a Venetia y se sentó.

–¿Qué tienen para hacer esta mañana? Parece que están prontas para la escuela. ¿Debo llevarlas allí? ¿A qué hora comienza y saben a dónde van?

Nina terminó de masticar su tostada.

–La escuela comienza a las ocho y hoy terminamos a las dos y media porque tenemos clase de canto. Pero tenemos un chofer, Giuseppe, que nos lleva y nos trae.

–Ah.

Cassie no pudo esconder su sorpresa. Esta organización iba mucho más allá de lo que ella había esperado. Sintió como si su rol fuese inútil, y se preocupó por que la señora Rossi se diera cuenta de que podía prescindir de ella y de que no la necesitaría por los tres meses de la asignación. Tendría que volverse útil. Con suerte, cuando las niñas volvieran de la escuela tendrían tareas con las que ella podría ayudar.

Reflexionando sobre su estrategia, Cassie se levantó a prepararse café.

 

Cuando se volteó vio que las niñas habían terminado el desayuno.

Nina estaba apilando los platos y vasos en el lavavajillas y Venetia había acercado un banquito de la cocina a la alacena. Mientras Cassie la observaba, ella se trepó y extendió la mano lo más alto que pudo para colocar la mermelada de nuevo en su lugar.

–No te preocupes, yo lo haré.

Venetia parecía tambalearse en el banquito y Cassie se acercó con prisa previendo que esto podía terminar en un desastre.

–Yo lo haré.

Venetia se aferró al frasco de mermelada con fuerza, negándose a que Cassie se lo quitara de las manos.

–No hay problema, Venetia. Yo soy más alta.

–Necesito hacerlo

La pequeña niña sonaba intensa. Más que eso, parecía desesperada por hacerlo ella misma. En puntas de pie, con Cassie merodeando ansiosamente detrás de ella y lista para agarrarla si la silla se caía, Venetia reemplazó la mermelada empujándola cuidadosamente hacia atrás, en el lugar exacto en donde había estado antes.

–Muy bien —la halagó Cassie.

Supuso que esta independencia feroz debía ser parte del carácter y la crianza de la niña. Parecía inusual, pero nunca había trabajado para una familia de la alta sociedad.

Se quedó observando mientras Venetia colocaba el banquito exactamente en su posición original. Para entonces, Nina había puesto la manteca en el refrigerador y el pan en la panera. La cocina estaba inmaculada, como si nunca hubiesen desayunado allí.

–Giuseppe estará aquí pronto —le recordó Nina a su hermana—. Debemos lavarnos los dientes.

Salieron de la cocina y se dirigieron a sus habitaciones en la planta alta, mientras Cassie las observaba con asombro. Cinco minutos después, volvieron cargando sus mochilas escolares y sacos, y se dirigieron hacia fuera.

Cassie las siguió, pensando más que nada en la seguridad, pero un Mercedes blanco ya se estaba acercando a la casa. Un momento después, se detuvo en la entrada circular y las niñas se subieron.

–Adiós —gritó Cassie, saludándolas con la mano, pero no debían haberla escuchado porque ninguna de ellas le respondió el saludo.

Cuando Cassie volvió para adentro, vio que la señora Rossi y Maurice también se habían ido. No parecía haber ningún miembro del personal trabajando en ese momento.

Cassie estaba completamente sola.

–Esto no es lo que esperaba —se dijo a sí misma.

La casa estaba muy silenciosa y estar allí sola la inquietaba. Había asumido que tendría mucho más para hacer y que estaría mucho más involucrada con las niñas. Toda esta organización le resultaba extraña, como si realmente no la necesitaran para nada.

Se aseguró a sí misma que recién comenzaba, y que debería estar agradecida de tener un tiempo para ella. Probablemente, esta era la calma que precedía la tormenta, y cuando las niñas volvieran a casa estaría muy ocupada.

Cassie decidió que usaría el tiempo para hacer seguimiento a la pista que había recibido ayer. La inesperada mañana libre que ahora estaba disfrutando podría ser su única oportunidad de descubrir en dónde estaba Jacqui.

No tenía mucho. El nombre de la ciudad no era mucho.

Pero era todo lo que tenía y estaba decidida que sería suficiente.

*

Utilizando el Wi-Fi de la casa, Cassie pasó una hora familiarizándose con la ciudad en donde vivía Jacqui, o en todo caso, en donde ella le había dicho a Tim, el barman, que estaba viviendo hacía unas semanas.

El hecho de que Bellagio era una ciudad pequeña, no un lugar enorme, jugaba a su favor. Una ciudad pequeña significaba menos hostels y hoteles, y también había más posibilidades de que la gente supiera lo que hacían los demás, y de que recordaran a una hermosa mujer estadounidense.

Otra ventaja era que era un destino turístico, un lugar pintoresco que limitaba con el Lago Como que ofrecía vistas espectaculares, además de varias tiendas y restaurantes.

Mientras investigaba, se imaginaba cómo sería vivir en esa ciudad. Tranquila, pintoresca, animada con turistas durante la temporada alta veraniega. Se imaginó a Jacqui hospedada en uno de los pequeños hoteles o apartamentos de alquiler; probablemente un lugar pequeño con vistas a la calle empedrada, al que se accedía por una escalera empinada de piedra, con un una jardinera llena de coloridas flores.

Cassie pasó dos horas familiarizándose con el lugar y haciendo una lista completa de los alojamientos y hostels de mochileros, los numerosos Airbnb y las agencias inmobiliarias que alquilaban apartamentos. Sabía que probablemente le faltaban algunos lugares, pero esperaba que la suerte estuviera a su favor.

Entonces, llegó el momento de empezar a hacer llamadas.

Sentía la boca seca. Armar la lista había aumentado sus esperanzas. Cada nombre y número representaba una nueva oportunidad. Ahora, ella sabía que sus esperanzas podrían volver a derrumbarse  cuando la lista de los lugares en donde Jacqui podría estar alojada se hiciera cada vez más pequeña.

Cassie marcó el primer número, una casa de huéspedes en el centro de la ciudad.

–Hola —dijo ella—. Estoy buscando a una joven llamada Jacqui Vale. Es mi hermana; perdí mi teléfono y no recuerdo en dónde me dijo que se estaba quedando. Estoy en Italia ahora y quiero encontrarme con ella.

Aunque esta no era la verdad, Cassie había decidido que era una razón creíble para sus llamadas telefónicas. No quería embarcarse en una historia larga y complicada, ya que temía que los dueños de las casa de huéspedes se impacientaran o incluso sospecharan.

–Puede haber reservado bajo el nombre Jacqueline. Habría sido en los últimos dos meses.

–¿Jacqueline?

Hubo un breve silencio y Cassie sintió que se le aceleraba el corazón. Entonces, sus esperanzas se desmoronaron cuando la mujer dijo:

–Nadie con ese nombre se ha hospedado aquí.

Cassie descubrió que esta era una tarea larga, frustrante y demandante. Algunos de los hospedajes se negaban a ayudarla por completo por temas de privacidad. Otros estaban ocupados, por lo que tenía que fijar una hora para volver a llamarlos.

Continúo con la lista de opciones hasta que casi llegó al final. Solo quedaban tres números y luego de eso, tendría que admitir su derrota.

Marcó el antepenúltimo número sintiéndose frustrada, como si la presencia esquiva de Jacqui se burlara de ella.

Posso aiutarti? —Dijo el hombre del otro lado de la línea.

Cassie había aprendido que esta frase significaba “¿Puedo ayudarle?” Pero el hombre no parecía servicial. Sonaba impaciente y estresado, como si hubiese tenido un mal día. Cassie adivinó que él sería uno de los que le diría que no podía revelar ningún detalle por razones de confidencialidad. Lo diría solo para terminar la llamada porque tenía huéspedes esperando o porque estaba por salir.

–Estoy buscando a Jacqui Vale. Es mi hermana. Planeaba encontrarme con ella mientras esté en Italia, pero ayer me robaron el teléfono y no puedo recordar en dónde se estaba quedando.

Cassie aumentó el nivel de drama de su historia con la esperanza de causar compasión.

–Estoy llamando por teléfono a todos los lugares cercanos para intentar encontrarla.

Escuchó que el hombre escribía en el teclado.

Luego, casi se cayó de la silla cuando él dijo:

–Sí, tuvimos a una Jacqui Vale hospedándose con nosotros. Estuvo aquí por cerca de dos semanas y luego creo que se mudó a un apartamento compartido, porque estaba trabajando por aquí cerca.

El corazón de Cassie le dio un vuelco. Este hombre la conocía, la había visto y había hablado con ella. Este era un gran avance en su búsqueda.

–Ahora lo recuerdo, tenía un trabajo de medio tiempo en una boutique a la vuelta de aquí, Mirabella’s. ¿Quieres el número de Mirabella’s?

–Esto es increíble, no puedo creer que voy a poder encontrarla —dijo Cassie con entusiasmo—. Muchas gracias. Por favor, deme el número.

Él lo buscó y ella lo anotó. Estaba cautivada por la emoción. Su búsqueda había resultado un éxito. Había encontrado el lugar en donde había trabajado su hermana recientemente. Había muchas posibilidades de que ella aún estuviera allí.

Con las manos temblando y sintiéndose sin aliento, marcó el número que le habían dado.

Le respondió una anciana italiana y Cassie sintió una punzada de decepción porque no la hubiese atendido la misma Jacqui, porque eso era lo que se había imaginado que ocurriría.

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