Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú

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En esos años trepidantes, también conocí el trabajo de la psiquiatra Dra. Laura Hill gracias a la recomendación de mi hija, que me animó a escuchar su conferencia TED25, indicándome que comprendería mejor su enfermedad. Tengo el máximo interés en divulgar este contacto, conocer la opinión de otras personas enfermas, así como escuchar las aportaciones de los profesionales que se interesan por tratar adecuadamente la llamada anorexia. La Dra. Hill sigue sus investigaciones en el Center for Balanced Living, en Ohio, y en ese momento trabajaba en una interesante colaboración con la Universidad de San Diego, en California. Contacté directamente con ella para conocer sus trabajos, y nos invitó a participar en un estudio en el que desafortunadamente no pudimos acceder, pues su investigación solicitaba personas en un estado clínico estable y más saludable del que atravesaba mi hija en ese momento. En todo caso, con su apoyo pude contactar con una unidad muy especializada en la ciudad de Nueva York, que estaba elaborando un nuevo protocolo de intervención y con la que también tuve ocasión de informarme.

Correo con la Dra. Laura Hill

Asunto: RE: Asking for help

Fecha: 7 de julio de 2015 22:09:52

Dear (…),

What a turmoil you have experienced in trying to support your daughter who is working hard to push herself forward while trying to overcome an all—consuming eating disorder illness.

I am just back this day and have read your email. I will be in San Diego California with Dr.(…) next week. It is a one week intensive treatment program for those with anorexia nervosa. If there is an extra slot open, perhaps you could come for this program. You can read more about it on the University of San Diego’s Eating Disorder Program website. We call it the NEW FED TR program or Intensive family program for those 18 and over. I am cc Dr. (…) so she can let you know if it is possible for you and your daughter to come.

I hope this helps.

(…)

The Center for Balanced Living

Correo de la Universidad de San Diego, California

Asunto: RE: Asking for help

Fecha: 8 de julio de 2015 04:28

Thank you for your email and I am glad that you have contacted (…) seeking resources.(…), we are running our 5 day intensive program next week. Unfortunately that program is currently full, however we have another two rounds taking place in August (Ohio, Center for Balanced Living) and September (UCSD, San Diego).

Please let us know if you can assist!

Sincerely,

(…)

Program Director, Intensive Family Treatment Programs (IFT)

University of California, San Diego

www.eatingdisorders.ucsd.edu

A través de otras lecturas, contacté también con el psiquiatra Dr. David D. Burns, profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. Su organización Feeling Good Institute pretendía una mejor terapia para pacientes que buscan herramientas para el cambio. Su práctica incluye lo que llama Team therapy, facilitando tanto un recurso como una comunidad de terapeutas que buscan formación. Con su consejo, pudimos acceder a un acompañamiento terapéutico ambulatorio en Barcelona, que apoyó en un momento muy crítico en el que el oposicionismo de mi hija para curarse era dificilísimo de resquebrajar.

Correo

De: David Burns

RE: Looking for help (Anorexia)

10 de febrero 2013, 15:53

I am copying this to my colleague, Mickey Todd Trockel. He has taught in Barcelona and knows of therapists there, including one named (…), but he has the contact info. Feel free to email him, too.

If you want to come to this area for an intensive, we have many outstanding therapists who offer this. Mickey might be willing to do that, as well as several listed at FeelingGoodInstitute.com May, Towery, Selph, and others as well. Feel free to contact any of them for details, etc.

All the best, David

David D. Burns, M.D.

Adjunct Clinical Professor,

Department of Psychiatry and Behavioral Sciences,

Stanford University School of Medicine

También contacté con el Hospital Universitario de Heildelberg26, en Alemania. Su departamento de Medicina Interna y Psicosomática, dirigido por el Dr. Wolfgang Herzog, cooperando con el área de Psiquiatría General y Neurología, generaron estudios de gran interés que fueron publicados en la revista American Journal of Psychiatry en Junio de 2009. Su investigación concluyó que ciertos procesos en el metabolismo del cerebro27 explicarían la drástica reducción de toma de alimento y la incapacidad de poder cambiar esta forma de actuar, aunque sea una amenaza para la vida.28 En su estudio confirmaron que los pacientes de anorexia se apegan a respuestas conductuales conocidas con mayor frecuencia que las personas sanas, lo que suprime el comportamiento alternativo como explica el Dr. Hans-Christoph Friederich, jefe del grupo de trabajo. Su análisis de imagen por resonancia magnética asegura que los pacientes con anorexia tienen cierta área cerebral entre el córtex y el diencéfalo menos activada. Y asegura que esta zona afectada desempeña un papel decisivo en el inicio y control de acciones bajo demandas ambientales que cambian rápidamente. Estos resultados aportaban otros datos para comprender mejor la anorexia, pues revelan que existen factores neurobiológicos involucrados que sostienen los síntomas clínicos, y «dado que los factores psicológicos y neurobiológicos pueden influirse entre sí, esto puede conducir a nuevos enfoques terapéuticos para la anorexia».29

En mi estudio por comprender la enfermedad de mi hija fui recopilando interesante información sobre diferentes enfoques que explicarían el origen y el tratamiento de la llamada anorexia, sin duda con ingente margen para seguir profundizando. Accedí a trabajos que focalizan la causa en un desorden cerebral de base biológica —biologically based brain disorder30— o estudian la posible alteración a nivel del hipotálamo o características neurológicas. Más tarde encontré referencias a la investigación que incluso ha promovido la intervención quirúrgica con implantación de electrodos como parte del tratamiento de la anorexia (Hospital del Mar31, Barcelona, 2016). Otros estudios proponen el origen de la anorexia en ciertas disfunciones del sistema digestivo, como los estudios que mencionan una proteína bacteriana que podría ser el origen de la enfermedad, centrados en el sistema digestivo presumiblemente afectado en las personas con anorexia —proteína bacteriana de choque térmico ClpB, un antígeno mimético del péptido anorexigénico α—MSH, en el origen de los trastornos alimentarios32—. Asimismo, accedía a otras investigaciones que aseguran que la anorexia y la obesidad comparten características comunes: los grupos con condiciones de peso extremo pueden compartir factores de riesgo biológico y características neurocognitivas33.

Siguiendo con un enfoque desde la biología, se describe la conexión del cerebro y el intestino34, y cito textualmente un artículo de la compañía VIOME35, traduciendo el texto original del inglés: «Debido a que los trastornos alimentarios han sido reconocidos desde hace tiempo como enfermedades mentales, la mayoría de las intervenciones terapéuticas han tratado de resolver problemas mentales. Los tratamientos tradicionales generalmente incluyen intervenciones cognitivas que involucran medicamentos o psicoterapia. Sin embargo, estos tratamientos tradicionales no tienen una alta tasa de éxito (…). El desmoronamiento del eje intestino-cerebro ofrece nuevas posibilidades para el tratamiento de los trastornos alimentarios. Más investigación está demostrando que el microbioma intestinal está estrechamente relacionado con la patogénesis de estos trastornos, lo cual no es muy sorprendente. Los patrones alimentarios extremos, el estrés psicológico y los cambios en el metabolismo son características de los trastornos alimentarios que se sabe afectan al microbioma intestinal y viceversa. El eje intestino-cerebro nos brinda la oportunidad de desarrollar enfoques novedosos para el tratamiento del trastorno alimentario utilizando el microbioma de intestino: un “órgano” que ha sido subestimado».

Así, también hay investigaciones que cuestionan que la llamada anorexia sea una enfermedad mental y plantean que la microbiota del intestino pudiera estar estrechamente vinculada al origen de esta patología: la conducta alimentaria, el estrés y los cambios metabólicos impactarían el intestino y viceversa, reenfocando un paradigma terapéutico totalmente contrario a la intervención cognitiva, la psicoterapia y la medicación, tan común en los tratamientos a los que sometían a mi hija.

Llegaban noticias esperanzadoras de tantos estudios en marcha que seguían investigando los verdaderos orígenes de la llamada anorexia, y que hablaban de la inmunología36, de posible causas genéticas37 o, por otro lado, de la similitud con las enfermedades vinculadas con la adicción38. Efectivamente, otros enfoques ambientalistas realizan un acercamiento a explicaciones inspiradas en tratamientos de la adicción —adicción a la autodestrucción sería un buen punto de partida para este análisis— y que se traducen en intervenciones parecidas a las que se dirigen a personas que han adquirido patologías adictivas, con o sin consumo de substancias. Es cierto que la propia «adicción a la delgadez» —propuesta por Bockemühl, citado en el primer apartado— supone un símil muy paralelo a estos pacientes, aunque sin duda el estudio de cada enfermedad y persona es de imperiosa necesidad.

Otros trabajos se inspiran en paradigmas distintos y formulan tratamientos diferentes basados en otras convicciones. Desde la óptica de teorías en línea más cercana al psicoanálisis resultan muy interesantes los trabajos de Otto F. Kernberg39 en torno a la personalidad narcisista y los trastornos límite de personalidad, que también afloraron como nuevos diagnósticos. Una de las referencias indiscutibles que consulté es Hilde Bruch40, que destaca la importancia de los trastornos de la imagen corporal. Sin duda existen numerosísimos referentes que injustamente no aparecen en mi resumen, pues me refiero a mi propio proceso de búsqueda y no pretendo ningún tipo de trabajo académico.

 

El psicoanálisis propone contundentes visiones. Mis lecturas en diagonal de cierta bibliografía me han aportado multitud de datos relevantes, que en ocasiones he podido validar personalmente. Por ejemplo, la referencia a «el muro impermeable de la anorexia, que separa el sujeto anoréxico inmerso en el goce de su síntoma, del lazo con el otro»: su síntoma, pues, supondría ese «rechazo del otro»41, del que doy fe: en ocasiones mi chirriante y dolorosa vivencia fue experimentar un profundo rechazo de mi hija, que se inició con su mutismo cuando su enfermedad empezaba a visibilizarse y continuó cuando en ocasiones fue ella quién me privó de visitarla o de negarse a salir del hospital, una vez conseguimos permiso para hacerlo. Me cuestiono si en la llamada anorexia se esboza una especie de chivo expiatorio o una necesidad visceral de proyectar las propias frustraciones contra quien puede haber prodigado tantos cuidados y, por tanto, ha dado ya evidencias de ese amor incondicional que todo lo aguanta. En todo caso, el rechazo de ayuda, el más rabioso egocentrismo y la exhibición del propio deterioro es un ingrediente macabro de esta enfermedad, que tragué con gran desconsuelo y al filo de la propia locura: «Ya sé que puedo curarme, pero no quiero».

Seguía con mi búsqueda. El trabajo de otra importante psicoanalista, Mara Selvini Palazzoli42, apostará por la ineficacia del psicoanálisis en cuanto a la reducción del alcance evocativo de la palabra en estas personas enfermas y propondrá el paso a la terapia sistémico-familiar. Otros psicoanalistas de línea lacaniana, como el mismo Cosenza, siguen interviniendo en el tratamiento de la enfermedad en cuanto a la gestión del «goce» en el que la persona enferma está navegando y su desconexión con el otro. Es terrible la intuición de que pueda haber cierto éxtasis en lo monstruoso de esta enfermedad, cómo puede invadir la vida y engullir la persona, su voluntad, su risa, y todo lo que había sido vital hasta ese momento. Me repetía que mi hija no era así, evocando su antigua personalidad con su dulce mirada, su fino e inteligente sentido del humor, su estilo tan decidido, su ser resolutivo y creativo, sus amigas, su cariño o sus abrazos. Todo se había esfumado. El hundimiento de todo lo conocido suponía momentos de gran tensión que efectivamente retaban la estabilidad personal, también la mía.

Y de nuevo se desencadenaba un nuevo episodio circular. Tras momentos de graves angustias y cuando aparecía algún indicio de estabilización e incipiente mejora, en algún momento crítico se desataban las resistencias al cambio y mi hija parecía retroceder al punto de inicio, en un estado aún un poco peor y con mucho más cansancio. En esas ocasiones, me parecía escuchar la risa socarrona de la enfermedad como si realmente existiera la cruel exhibición del poder que habitaba en ese monstruo. Me estremecía verle sacudirse como un animal herido resistiéndose a morir mientras aún monitorizaba la debilitada voluntad de mi hija enferma. Entonces, una y otra vez, nos caíamos de nuevo en el precipicio. Y la esperanza que me alentaba era poder volver a empezar, aunque en ocasiones la nueva batalla se iniciara desde mucho más al fondo del pozo oscuro. El duelo era cada vez más sórdido y solitario.

Me debatía también en el deseo de que mi hija promoviera lo saludable, y tenía la sensación de que habíamos perdido demasiado tiempo esperando que la solución se brindara desde afuera. Me daba cuenta de que era necesario que mi hija se abriese paso hasta que consiguiera liberar su voluntad cautiva antes de poder responsabilizarse de su propia vida. Y a veces parecía que ningún esfuerzo era suficiente ni efectivo. La enfermedad se encarnizaba y es como si clavara sus dientes en la carne de quién deseaba ayudar a mi hija, como si no fuera suficiente su propio sufrimiento y necesitara destrozar más.

Diario

Tras una intensa reunión con el director médico de la clínica, escuché las impactantes palabras «Tu hija actúa contigo como si te clavara un arpón en tu carne», en referencia a la exhibición de su autodestrucción.

THE HOOK IN THE FLESH

Ante todo, amo la vida. Lo que acontece en ella me reta a dialogar, a descubrir sus ángulos, sus matices, sus posibilidades. Observar, actuar y tomar mi responsabilidad en lo que me acontece me sirve para tomar consciencia de dónde estoy y cuánto me queda todavía por aprender. De todas mis lecciones pendientes, la que me resulta más difícil me recuerda que estoy en el quinto año de repetir curso. Cinco años de acompañar e intentar resolver una terrible situación, el mal sueño de toda madre, la frustración máxima de ofrecer reiteradamente salidas a una hija adolescente que ha decidido morir a cámara lenta, día tras día anunciándome que nada ni nadie puede ayudarla porque su macabra decisión de acabar consigo misma está en marcha irreversible. Primero dejó de hablarme. Después dejó de comer. Seguidamente dejó sus amigas y sus estudios. Pronto se desinteresó de cuidar su imagen, sus relaciones, su espacio activo en el mundo. Algo así como una atrofia vital se apoderó de ella y su falta de respeto por sí misma la recluyó en la isolación reiterada en salas de hospital. Un cuerpo menguado, insostenible, cubierto por una ropa holgada, como si nadie la habitara, repite como un mantra que quiere morirse, que nadie le interfiera, que se va.

Una lucha estéril entre el amor incondicional de salvarla y la militante decisión de morir. Mientras, pasan los años y la vida de la adolescente se desdibuja entre la bruma del no hacer nada más que esperar que su masa corporal merme hasta la caquexia, que todo se acabe, que nadie la moleste, que pueda finalmente celebrar el éxtasis de su desaparición.

Cada vez que salgo del hospital, mi mente planea nuevas iniciativas, crea opciones, imagina seducirla con paisajes vitales desconocidos para expandir sus horizontes, como dibujarle la oportunidad de viajar, comprometerse —de verdad— en algo solidario, sentir otros aromas, conocer otras realidades, abrir su vida adulta aún por estrenar. Me escucha como cuando en un primer viaje a la India nos sorprendió escuchar el tamil, algo así como una música, un movimiento, una presencia de otro mundo: me responde como si hubiera presenciado una performance, sabiendo que su realidad es otra.

En ocasiones me pide ayuda. Entonces se movilizan todas mis células para estar disponible, para escucharla, para proporcionarle aquello que necesita: un cambio, un libro, aceptarle servilmente su sistema obsesivo de pesar y controlar absolutamente cada una de las calorías que ingiere, una matrícula de estudios, un nuevo círculo de amistades, paseos diarios por el parque, renovar sus viejas ropas por las camisetas más baratas del mercado, comprar un abono de transporte para que salgan a cuenta sus innumerables viajes a la ciudad donde pasa desapercibida su alocada carrera para perder peso. Cualquier cosa es aceptada como depósito de garantía de que viva un poco más, de alguna manera resuena a que hay algo que le interesa y que quizá es suficientemente preciado para enlazarla a la vida. Le digo que estoy, que no está sola, que nadie está solo, que todos necesitamos apoyo en la resolución de nuestros conflictos y carencias. Le digo que la quiero, que estaré para acompañarla siempre que lo necesite. Ella lo sabe, y su silencio le permite sedimentarse en su poder absoluto, en su loca creencia de que su propia sentencia de muerte es el fracaso de los demás, de todos los que la acompañamos y pretendemos retenerla, para que no se vaya aún.

Propuesta tras propuesta es aceptada, y con diligencia preparo requisitos, matrículas, espacios, pregunto, escribo, viajo y acuerdo cada una de las opciones que, en algún momento, ella ha aceptado. Una tras otra las opciones se esperan, se marchitan, se desaprovechan, se destruyen. En el fondo aparece su control, su poder devastador, su incontrolable sarcasmo de que no hay nada que vaya a hacerle cambiar de opinión, ni ninguna ayuda suficientemente efectiva y tentadora que le desvíe de su intencionada idea de deslizarse en su muerte prematura, si los demás la dejamos.

De manera sigilosa el hospital se ha transformado en su vivienda principal, donde cada vez más se estabiliza su vida. Se pasó la época del primer ingreso y los sucesivos reingresos a través de la puerta giratoria. Ahora su vida transcurre desde un control más suave a la invasora sonda nasogástrica, quizá en ocasiones conectada a aparatos de control vital.

Y de nuevo me surge ofrecer más opciones. Ahora le ofrezco mi enfado, mi frustración y mi incomprensión. Le digo que tiene salida, y ella me contesta que ya lo sabe, pero que no quiere otra vida que la que tiene: una vida terminal. Entonces le escribo, le hago un dibujo, le fabrico algo que le promueva un cambio, que deshiele su extrema rigidez, que tambalee su trono, que me mire, que vea más allá de su propio límite. Es un diálogo imposible, una literal pérdida de tiempo acorde a la desesperación por intentar algo más cuando la sentencia es ya inapelable. Ella intentará llevar al extremo su actuación, y cada vez que mejore boicoteará su estado para empeorar lo más rápido y dramáticamente posible. Y así demostrar que su poder es imbatible. Entonces, entonces me pedirá ayuda, y yo caeré de nuevo en la fiebre de complacerla donde sea o como sea, entusiasmada por haber llegado al final de su locura. Entonces, entonces, ella una vez más me escuchará y aceptará mi actuación hasta que tenga ante sí una solución elaborada, cuidadosamente construida, disponible para ella. Entonces, entonces me dirá que no la quiere y en su enfado veré la sonrisa de su monstruosa enfermedad burlándose de mí, en su juego de quererme cerca para destruirme lo más que pueda.

Siguiendo con mi incansable búsqueda, mucho más tarde accedí a explicaciones desde la Medicina Tradicional China43, que aplica la acupuntura y se centra en restablecer el equilibrio del cuerpo y reconectar la mente, el cuerpo y el espíritu en su correcta relación, ya que se considera que el llamado trastorno alimentario se ha desatado por un desequilibrio en múltiples sistemas de energía. Resulta un paradigma muy interesante, en cuanto los trastornos alimentarios son patologías complejas que afectan a todos los niveles del ser, con manifestaciones físicas, desequilibrios emocionales, inseguridades mentales y desafíos espirituales. Su propuesta es permitir la intervención de la acupuntura y la medicina herbaria china junto con el asesoramiento nutricional y la psicoterapia, en línea y cooperación para facilitar herramientas de curación a las personas afectadas. Me resultó tan de ayuda una de estas fuentes, que me atrevo a compartir mi propia traducción del texto, en inglés en el original44:

Uno de los sistemas de energía más comúnmente desequilibrado en un trastorno alimentario es el del bazo y el estómago: representan el elemento Tierra, y una energía de conexión a tierra y de estar centrado. Analizarse demasiado, pensar obsesivamente y preocuparse por la imagen corporal a menudo son indicativos de una debilidad energética de la Tierra. El bazo y el estómago también son nuestra primera línea de procesamiento de alimentos, tanto en la forma física como en una miríada de formas emocionales y espirituales. Cuando las energías de ambos órganos son débiles, no podemos recibir alimento en ninguna de sus formas. Para un paciente con un trastorno alimentario, este es obviamente un círculo vicioso, ya que privar al cuerpo de nutrición física hace que la energía del bazo/estómago sea mucho más débil y mucho menos capaz de aceptar la alimentación emocional. El tratamiento con acupuntura y hierbas puede ayudar a fortalecer esta energía de la Tierra, nuestro centro y nuestro núcleo, para preparar el cuerpo y la mente para aceptar el alimento que merecemos. A nivel físico, este desequilibrio descrito en el bazo y estómago puede manifestarse como hinchazón, náuseas, estreñimiento, diarrea, reflujo, menstruación irregular en mujeres y fatiga inquebrantable, todos los síntomas físicos comunes que experimentan los pacientes con trastornos alimentarios. Otro centro de energía en el que frecuentemente se ven problemas en casos de trastorno alimentario es el sistema de energía del hígado. Los sistema de hígado y vesícula biliar representan el elemento madera, y son una encarnación de la expansión, el crecimiento, la planificación y el movimiento hacia afuera. El hígado controla los ojos y cómo nos vemos. La dismorfia corporal y la imagen corporal distorsionada son síntomas de un desequilibrio en el sistema hepático. La energía de la madera, como el crecimiento de árboles y plantas, es de movimiento hacia arriba y hacia afuera. Es lo que nos permite planificar para el futuro, establecer metas, forjar relaciones, encontrar el coraje para salir de nuestras zonas de confort. Cuando están fuera de balance, los pacientes experimentan cambios difíciles de visualizar y establecen metas, síntomas de ansiedad social, depresión y frustración consigo mismos o con los demás. Los síntomas físicos de un desequilibrio hepático incluyen tensión y tensión muscular, dolores de cabeza y períodos dolorosos. Por lo tanto, el tratamiento con acupuntura y hierbas funciona para calmar las energías del hígado y vesícula biliar, y colocar al paciente en una posición en la que esté listo para dar el siguiente paso en su curación. Debido a que la naturaleza de los trastornos alimentarios requiere que múltiples niveles de nuestro ser se vean afectados, la mayoría de las veces, los centros de energía adicionales también están fuera de balance. La medicina tradicional china trabaja para pintar una imagen de dónde está el paciente, en mente, cuerpo y espíritu, en ese momento particular en el tiempo. Y luego, como acupunturistas, miran la imagen para ver qué es demasiado fuerte, qué es demasiado débil. Y aplican también hierbas para corregir ese error. Por su propia naturaleza, la acupuntura ayuda a llevar al paciente más a su cuerpo físico. Se afirma que la naturaleza física de la medicina ayuda a estos pacientes a conectarse con sus cuerpos de una manera positiva y significativa. Introduce sensaciones corporales positivas, promueve una sensación de calma y bienestar, y ayuda a establecer un camino hacia la salud, en todas las dimensiones en las que existimos.

 

Efectivamente, la medicina tradicional china me aporta una visión de la enfermedad mucho más sensata y comprensible que la falta de respuestas y la contención en una unidad cerrada de psiquiatría con el permanente reto de engullir sucesivas bandejas hipercalóricas. Somos mucho más que nuestro peso o una estadística, urge integrar todas nuestras dimensiones humanas. Sigue la misma fuente:

Superar un trastorno alimentario es un trabajo increíblemente duro para un paciente. Y a diferencia de otras afecciones y tratamientos de salud, como tomar una píldora para la presión arterial alta o recibir acupuntura para liberar un nudo muscular, requiere una gran cantidad de dedicación, introspección, deseo y esfuerzo por parte del paciente. La curación es un proceso activo, y quizás sea más claro que nunca en pacientes que luchan por superar un trastorno alimentario. La acupuntura y la medicina herbaria china no curan a un paciente, el paciente hace eso. Más bien, este medicamento funciona con los recursos propios del paciente para recordarle a la mente y al cuerpo cómo existir en armonía unos con otros, y posicionar al paciente en un lugar mejor desde el cual recorrer el camino hacia la recuperación.

Ojalá este enfoque pueda aliviar y ayudar el proceso de curación de alguien que empieza a sufrir esta loca enfermedad, en nuestro caso la información llegó a destiempo.

En ámbitos de la medicina integral, he ido recopilando referencias de tratamientos para la enfermedad llamada anorexia basados en el mindfulness45, la meditación o el reiki, como técnicas de gestión del estrés y la ansiedad, de demostrada eficacia. Pero se necesita mucho más que herramientas, urge un enfoque de la medicina que entienda nuestra naturaleza humana y no se limite a contener un síntoma de enfermedad.

El enfoque de la Sofrología46, disciplina fundada por el profesor y psiquiatra Dr. Alfonso Caycedo47 —a quien tuve el honor de conocer y conversar personalmente en la primera década de este siglo—, aporta una visión de una medicina posible que podría ejercer un gran bien retornando a las unidades de salud mental, igualmente que lo ejerce en otros ámbitos médicos, pedagógicos, del deporte y en otras disciplinas. Quizá su legado académico desee recuperar el encuentro con la psiquiatría, de la que surgió. Sin duda su implicación podría ser de enorme beneficio para tantas personas enfermas, sus familiares y para un trabajo personal de los propios médicos y personal sanitario. En el interesantísimo relato sobre la vida y obra del fundador de la sofrología48, dice su hija: «Se hace necesaria y urgente la constitución de una medicina integral, de una ciencia médica de la totalidad del ser humano (…) y que no se centre exclusivamente en el hombre enfermo y el tratamiento de los síntomas patológicos. (…) La sofrología caycediana (…) se considera una disciplina que se basa en un entrenamiento existencial como una posible respuesta al vacío existencial de nuestra época. (…) su creador la presentaba como “una fenomenología de la vida al servicio de nuestra sociedad enferma”».

Esta visión holística e integrativa de la medicina es, sin duda, imprescindible para acompañar cualquier enfermedad, y sería una gran aliada para paliar tanto sufrimiento en tantas patologías. También dentro de unidades psiquiátricas, donde además existe una gran desconexión con el propio cuerpo y sus sensaciones. Como afirma la Dra. Natalia Caycedo: «En la sofrología el paciente es sujeto partícipe activo de su propio tratamiento. De esta manera, refuerza su libertad, su responsabilidad y su independencia terapéutica»49. Sin duda, cuántos enfermos sufrientes hipermedicalizados o bien los desahuciados por la psiquiatría —como mi hija— hubieran podido beneficiarse de tratamientos que ya son accesibles y se encuadran en una medicina mucho más humana.

Me he referido a los rígidos paradigmas médicos, al descuido del cuerpo y a tantas herramientas disponibles que son desterradas de la práctica en salud mental. Resulta también muy importante la referencia a los espacios de tratamiento en psiquiatría. Y es un apunte al margen de que la llamada anorexia sea finalmente descrita de forma definitiva como una enfermedad mental —vistos los distintos enfoques en estudio, quizá toda la psiquiatría espera respuestas desde la biología u otros niveles de comprensión pues no existe una psique sino unida a un ser multidimensional—.

Así, mi ruego a humanizar todos los espacios de ingreso hospitalario, sean de larga estancia o ambulatorios, dando prioridad a los centros psiquiátricos al ser clínicas de larga estancia donde se internan personas con una gran vulnerabilidad. Se trata de una urgencia médica, pues algunas llamadas clínicas de salud mental se revisten de connotaciones carcelarias que provocan daños innecesarios a personas muy frágiles, tanto enfermos como familiares. Reivindico que se garantice el necesario contacto diario con la luz solar directa y el aire libre para experimentar corporalmente la sensación de frío y calor según la temperatura externa, el necesario paseo matutino o vespertino cerca de algún espacio con vegetación, además de la necesidad de cuidar el contacto con el propio cuerpo a través de tantísimas opciones —desde la meditación, el canto, el qi gong u otros—, un cuidado del espacio y la calidad en la forma de alimentarse, además de facilitar que las personas enfermas puedan asearse y vestirse con dignidad. Apuesto a que en general los tratamientos serían mucho más efectivos y evitarían la degradación humana que se adivina dentro de la contención, en la mayoría de las unidades cerradas de psiquiatría. Al menos, parte de los ejercicios y tratamiento debería ser reconectarse con el propio cuerpo y con la vida real que palpita afuera de las puertas cerradas, especialmente en un ámbito natural y generador de salud. Mi ruego se haría extensible a humanizar las unidades de psiquiatría, y adaptarlas a un acompañamiento más holístico y sin duda menos hipermedicalizado, caso que la medicación sea realmente necesaria. Sin duda, los paseos por la naturaleza serían un bálsamo para los cuerpos y almas tan sufrientes, aunque la experiencia vivida en mi país dista mucho de esta sensibilidad. Me interesa seguir profundizando en este sentido y localizar estudios que ya incluyan los claros beneficios del contacto con la naturaleza en la gestión de desequilibrios emocionales, probablemente siempre presentes en el proceso de cualquier enfermedad.