Historia crítica de la literatura chilena

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2. La cita en francés y la literatura nacional

Lastarria se había erigido en el maestro de una generación de jóvenes que reclamaban un cabecilla, de hecho son ellos quienes lo nombran director, a sabiendas de que es entre sus maestros el que tiene una clara impronta original, es quien mantiene ideas reformistas en circunstancias decisivas. El proyecto de regeneración del pensamiento –en particular las ideas filosóficas y literarias– avanza en la misma dirección que lo hace el ferrocarril, la prensa escrita, los sistemas nacionales de educación y todas las reformas legales que regulan la propiedad privada y la convivencia en el sentido que lo habían hecho las revoluciones burguesas en Europa. La idiosincrasia ideológica de Lastarria, alcanzada en la formación provista por sus maestros, además de las lecturas fundamentales de su juventud y los imperativos de su carácter personal, determinaron las afinidades filosóficas que conjugará en el repertorio cultural del siglo XIX chileno. Su sistema de ideas, en 1842, se puede definir como la suma de dos factores: las ideas ilustradas que vitalizaron el movimiento criollo que incitó a la Independencia y las ideas románticas nacidas originariamente en el Círculo de Jena. El romanticismo alemán de Novalis (1772-1801), Friedrich (1772-1829) y August Schlegel (1767-1841), promovido en Francia por Madame de Staël (1766-1817), que sería acogido por la juventud francesa que erigió en la figura de Victor Hugo (1802-1885) su expresión más elaborada y sublime, es el cúmulo de ideas que constituye –problemática y contradictoriamente– su acervo político-artístico. Sin duda que el romanticismo idealista y ensoñador, nacido en Alemania (1800) y continuado en el primer romanticismo aristocrático francés, decididamente antiburgués, no es el que le llegó a Lastarria. Su idea de la literatura tiene que ver con su idea de la verdad. Es decir, en su esquemático pre-positivismo la literatura sólo puede ser realista: «La verdadera crítica confrontará continuamente la literatura y la historia, comentará la una por la otra, y comprobará las producciones de las artes por el estado de la sociedad. Juzgará las obras del artista y del poeta comparándolas con el modelo de la vida real, con las pasiones humanas y las formas variables de que puede revestirlas el diverso estado de la sociedad» («Discurso…»: 111). Ciertamente, ninguna de sus propias producciones literarias se ajustará a tan rígido esquema mimético, al contrario, se inclinará invariablemente ante la figura alegórica, desfigurando la emulación de la historia.

Sin embargo, argumenta que no se deberá imitar la literatura francesa –opuesta en todos sus valores a la literatura venida de España, que relaciona con la Colonia y el gobierno ladino de Portales–, sino que es necesario ensayar: «nuestra literatura debe sernos exclusivamente propia, debe ser enteramente nacional» (105). Antes, indica a su audiencia, deben formarse en las armas del idioma. Para ello enumera su canon de la literatura española, es decir, el referente formal, el uso pulcro y refinado de la lengua. En segunda instancia, «ya estaréis capaces de recibir las influencias de la literatura francesa, de esa literatura que sojuzga la civilización moderna…». Empero, advierte, «es cordura no dejarse deslumbrar por su esplendor» (109).

Si la literatura es la expresión de la sociedad deberá articular las peculiaridades de la nueva nación chilena, del pueblo que se ha levantado en armas contra un imperio y que ahora busca reorganizar su democracia y su nueva libertad. De allí su imperativo: «escribid para el pueblo, ilustradlo, combatiendo sus vicios y fomentando sus virtudes…», con el fin de hacer de la literatura nacional «útil y progresiva» (106). Los textos de José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, Juan María Gutiérrez, Domingo Faustino Sarmiento y Esteban Echeverría, en Chile y Argentina, se iniciaban con la infalible cita en francés en todos sus epígrafes, cuando no eran menciones a la cultura clásica27. Sin embargo, como ya se dijo, en su discurso pide evitar la invitación sumisa de la literatura francesa. Por el contrario, la expresión de lo singular nacional, piensa Lastarria en 1842, se debe exteriorizar mediante la particularización. Así a través de mitos, relatos, formas y registros del habla nacional, sagas históricas, vicios y hazañas, y personajes históricos identificarán al pueblo con la literatura escrita por sus hombres de letras. Lastarria demanda una literatura que exprese, en todas sus posibilidades, temas y géneros, soportes y medios, las características inscritas en el español de los americanos que los hacen ser distintos de sus antiguos colonizadores. Lastarria esperaba, crédulamente, dejar en el olvido la lengua de los conquistadores junto a sus manifestaciones legales y religiosas, políticas y militares. Pero, por otro lado, manifiesta sus aprensiones ante cualquier tipo de exotismo28. Sus contradicciones no cesan cuando pide que la literatura nacional «no sea el exclusivo patrimonio de una clase privilegiada» (113), frente a una Sociedad Literaria compuesta por una exquisita y minoritaria élite de hombres educados, rigurosamente venidos de la oligarquía gobernante y partidarios de una democracia censitaria29.

Lastarria formula su ideario artístico-político en un lenguaje que denota no sólo su eminencia y poderío magisterial desde el punto de vista retórico, sino también hace evidente el carácter desiderativo de su discurso. Espera que los jóvenes socios de la institución que está habilitando su discurso no cedan a la tentación de buscar la grandeza personal mediante la «riqueza». Esta, afirma, «nos dará poder y fuerza, mas no libertad individual» (98). Y es este, precisamente, el guiño aristocrático –anunciado en su quimérica noción de genio a la vez que en su rígido anti-hispanismo– en que se develará la inocencia aristocrático romántica de Lastarria30. Desconoce las auténticas presunciones de aquella emergente burguesía que se identifica parcialmente con su liberalismo. Mientras, sus amigos se orientarán por los valores de la burguesía mercantil, bursátil y extractiva (fundamentalmente dueños de minas en el norte chileno), uno de los cuales lo patrocinará en sus últimas aventuras culturales31.

Lastarria valorará la expresión idiomática correcta, refinada, culta y elegante. Esto, sumado a su formación retórica indiscutible, serán los componentes de su literatura, descendiente de su «Discurso inaugural». Después de pronunciarlo, el abogado y escritor había decidido predicar con el ejemplo. No obstante, si bien es uno de los primeros en escribir novelas, cuentos y cuadros de costumbres, su literatura es pobremente imaginativa y de obvia ocupación doctrinal. Pero es inadmisible no destacar que su «Discurso inaugural» invierte aquella idea de que el búho de Minerva levanta el vuelo antes del anochecer. Sus palabras teñidas del saber y la filosofía ilustradas refieren un suceso deseado por el discurso: ver (leer) una literatura chilena auténtica, una tradición literaria propia, que dé forma expresiva a una identidad nacional democrática.

Obras citadas

Lastarria, José Victorino. Miscelánea histórica y literaria. Valparaíso: Imprenta de La Patria, 1868.

--------------------------. Recuerdos literarios. Santiago: Zig-Zag, 1968.

Pinilla, Norberto. La generación chilena de 1842. Santiago: Manuel Barros Borgoño, 1943.

Sarmiento, Domingo Faustino. «Recuerdos de provincia». Obras completas. Tomo III. Buenos Aires: Luz del día, 1948.

22 Más tarde se sumará el gobierno de Manuel Montt (1851-61), antiguo condiscípulo de Lastarria. En este período de holgura y crecimiento económico, Lastarria y Montt quedarán en bandos enemigos. Curiosamente, Sarmiento, quien eligió no sumarse a las filas de los liberales, optó por adherir y aliarse con Montt mientras este era ministro de Bulnes, comandando una verdadera modernización cultural y política. Lastarria, al contrario, agudizó los enfrentamientos con Montt, y viceversa, teniendo como consecuencia un progresivo aislamiento del abogado rancagüino.

23 Según Domingo Faustino Sarmiento, en sus Recuerdos de provincia (1850), «desde 1841, la prensa de Chile fue adquiriendo en el Pacífico mayor reputación y Chile ganó mucho en ello, por la vivacidad de su polémica y por el combate de las ideas que trajeron todos a la discusión» (209).

24 El discurso leído por Gutiérrez llevaba por título «Fisonomía del saber español cual deba ser entre nosotros».

25 Según relata Norberto Pinilla (1943, 117), el 16 de abril de 1841 se publicó en El Araucano, periódico dirigido por Andrés Bello, un texto del boliviano Pedro Buitrago, donde se da cuenta de la fundación de la Sociedad Literaria de Bolivia. En ese texto se puede encontrar la unanimidad de los americanos en torno a las ideas de «adelantar la enseñanza y popularizar la razón, que es el único medio de establecer esa preciosa igualdad, base necesaria del gobierno republicano».

26 Lastarria interpela a su audiencia y la felicita por su iniciativa: «Todo lo espero del entusiasmo que ha despertado en mí vuestra dedicación, tan digna de elogio, tan nueva entre nosotros. Sí, señores, vuestra dedicación es una novedad, porque os conduce hasta formar una academia para poner en contacto vuestras inteligencias, para seros útiles recíprocamente, para manifestar al mundo que ya nuestro Chile empieza a pensar en lo que es y en lo que será» (s: 97).

27 El mismo discurso de Lastarria se inicia con la cita del aristocrático Lamartine, poeta romántico francés, anterior al romanticismo de Victor Hugo: «Quand nous ne sommes plus, notre ombre a des autels, / Où le juste avenir prépare à ton génie / Des honneurs inmortels».

 

28 Para Lastarria, «lo exótico» es aquello que «menos convendría a nuestro ser» (113).

29 Para la relación entre esta minoría gobernante y los sectores populares, ver el instructivo capítulo III del libro de Romero, Luis Alberto. ¿Qué hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile 1840-1895. Buenos Aires: Sudamericana, 1997.

30 Concretamente afirma: «Fundemos, pues, nuestra literatura naciente en la independencia, en la libertad del genio…» (112).

31 Es el caso del radical Federico Varela (1826-1908), que financió varias de las iniciativas culturales de Lastarria, entre otras el Certamen Varela (1887), donde el premiado sería nada menos que Rubén Darío, con Azul... (1888).

Lastarria: Don Guillermo (1860)

Hugo Bello Maldonado

Incitadas por el desmantelamiento del sistema administrativo colonial, tras su emancipación del imperio español, las naciones americanas iniciaron el reconocimiento de sus características particulares. Impulsadas mecánicamente por el desarrollo adquirido mientras fueron colonias, mantuvieron el tipo de desarrollo económico que las naciones nuevas habían alcanzado mediante la «expansión de las exportaciones» (Furtado, 1974). La gran patria representada en las «Silvas americanas» (1823-1826) de Andrés Bello, verbi gratia, se encaminó a su desintegración. El caudillismo incentivó el aislamiento de las provincias y regiones, determinando que las naciones no conociesen a sus vecinos sino hasta que comenzó a fluir el comercio entre ellas. En la medida en que se consolidaron las oligarquías nacionales, lo que vino a ocurrir en el último tercio del siglo XIX32, las naciones se definieron en sus límites y características no sin antes cruzar por un pozo de anarquía. En el ámbito cultural y literario, los hombres de letras desdeñaron, por lo tanto, aquellos preceptos provenientes de España y buscaron asirse a los modelos culturales de las naciones que les parecían representativas de los valores republicanos, liberales y democráticos. Este proceso que los países americanos vivieron en distintas profundidades, Chile lo hizo en un tiempo más breve, aunque no menos cruento. El tránsito hacia la estabilidad, dirigida con mano firme por Diego Portales y la Constitución de 1833, dejó una gran cantidad de secuelas que estuvieron a la vista de todos los que participaban abiertamente de la contingencia política. En 1830, con la Batalla de Lircay, tras el término de la guerra civil, el triunfo de los pelucones (conservadores) se hizo sentir a través de la persecución de los dirigentes liberales, la expulsión de José Joaquín de Mora, maestro de Lastarria, y un férreo control de la libertad que los pipiolos habían propiciado en su breve y fracasado gobierno. Este es el tiempo histórico al cual está referida la fábula, de 1860, Don Guillermo. Historia contemporánea, de José Victorino Lastarria (1817-1888).

1. Don Guillermo, literatura y política

La instauración de un orden que no contaba con la aquiescencia de la mayoría de los patriotas producía una buena dosis de fricciones en la arena política. Estas se traspasaban a la arena cultural, puesto que las diferentes reformas y la creación de instituciones demandaban un compromiso con las ideas de los sectores gobernantes, las que Lastarria no estaba siempre dispuesto a aceptar. Para Lastarria el orden jurídico y político, que encarna Diego Portales, era representado por Andrés Bello, compadre de Portales, en el campo de las ideas sobre la historia, la filosofía, el derecho, la poesía, el gobierno universitario y la cultura en general.

Hacia 1860, tras una serie de peripecias políticas y económicas personales, sumadas a dos gobiernos decenales de los conservadores, Lastarria no se resigna a la imposibilidad de lo que él entiende que debe ser la República, la democracia y la libertad. Pero sobre todo no renuncia a sus ideas liberales, las que le dictan una concepción sobre la función social y política de las ideas, en particular de la literatura.

La organización formal de Don Guillermo se debe, en gran medida, a aquellas lecturas de la literatura clásica que hizo en su formación el joven Lastarria. Se trata de un relato enmarcado, al igual que muchos relatos referidos –recurso narrativo utilizado por Lastarria de manera persistente–, que cuenta las aventuras vividas por don Guillermo. El protagonista habrá de iniciar un periplo por el inframundo de Espelunco33. La acción se escenifica en el tiempo histórico posterior a la Independencia, en 1828. La cueva del chivato, entrada a Espelunco, emplazada en la costa de Valparaíso, esconde un reino donde gobierna el Diablo. Este inframundo es el revés del país que aparece en la superficie: Chile, bajo la dictadura portaliana, a ojos de Lastarria. En el mundo imaginario del folletín, que fabula los acontecimientos de manera satírica, alegórica, hiperbólica o exagerada y grandilocuente, la era portaliana se representa de acuerdo a la idea que tenían los liberales sobre los conservadores, esto es, que encarnaban una «reacción colonial». Los acontecimientos ocurrirían en la época en que pipiolos y pelucones se enfrentaban, finalizada la Patria Nueva, por la hegemonía del poder político.

La República se encontraba en un período embrionario, por lo que el esfuerzo de los letrados liberales, en particular de Lastarria, estaba destinado, antes que al ejercicio del placer estético o de la fruición poética, a la educación del pueblo americano en los rudimentos elementales de la sociabilidad republicana y democrática. Como otros de sus contemporáneos y cercanos liberales, Lastarria se había formado en la prensa de barricadas, es decir, en una prensa circunstancial, nacida para debatir, acusar y proponer en el marco de las luchas políticas. Sin embargo, su formación expresiva se encontraba en la retórica clásica, adaptada a los usos de la formación cívica apropiada a los estudiantes de derecho.

En las distintas secuencias narrativas del texto de Lastarria se cruzan, de manera desbaratada, diferentes géneros discursivos con subgéneros literarios. Por una parte el cuento de hadas34, el romance, el alegato forense y la retórica política, la épica grecolatina (don Guillermo, Dante, Odiseo y Eneas son hermanados por el viaje mítico), el discurso moral y el cuadro de costumbres, escrito en la época de modo frecuente por la influencia decisiva de Fígaro, Mariano José de Larra (1809-1837), el escritor más corrosivo del romanticismo español. Cribado esto por la figura persistente de la alegoría, es decir, donde lo que aparece al lector en sentido literal significa finalmente otra cosa. Esto le otorga un carácter excesivo e inestable a la composición literaria, propio de muchos de los textos decimonónicos latinoamericanos35. Don Guillermo tiene un carácter fundacional precisamente porque incorpora, por ejemplo, la imitación del habla popular en algunos de sus capítulos, indicio de la literatura criollista que surgirá con posterioridad.

El personaje de don Guillermo encarna el álter ego del abogado y publicista rancagüino. En el orden de los enunciados morales del texto narrativo, el personaje sostiene las ideas que en la arena política sostenía Lastarria. De allí que interrogado el personaje por un juez de Espelunco36, este manifieste su adhesión irrestricta a los principios de la libertad. Esta será personificada por Lucero, con quien don Guillermo entablará el romance alegórico de unidad entre los valores patrióticos y racionales, modernizadores (encarnados en el inglés) y los del patriotismo, la libertad y la justicia encarnados en Lucero.

Por otra parte, la elección del nombre, la caracterización intelectual, política y moral de don Guillermo Livingston, es consecuencia de la admiración sin reservas que tanto Lastarria como Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), autor de Facundo (1845) y figura señera para Lastarria, sentían por la historia, la política y ciertas figuras emblemáticas de Inglaterra y Estados Unidos. Don Guillermo, aclara al narrador del folletín –quien se convierte en un admirador del comerciante anglófono–, no es norteamericano como presume este, sino inglés, pero se siente, sin ambages, estadounidense.

No es casual nuestra mención de Sarmiento en concordancia con Lastarria. También su Facundo ha sido estudiado como muestra de la yuxtaposición problemática de diversos géneros literarios y discursivos. Esta es una cuestión fundamental para entender la forma literaria o genérica de Don Guillermo. Su armazón se debe más a las prácticas de la escritura aprendidas al calor de las luchas políticas que a la correcta (o incorrecta) apropiación del modelo de la novela burguesa europea. Más aún, el mundo representado por el texto de Lastarria, caracterizado por la deformación figurativa37 y la hegemonía de lo grotesco a la luz de la contingencia política, apunta más bien a una concepción dualista de la realidad nacional, en donde antiguos y modernos, pelucones y pipiolos, no son sino la traslación, con otras denominaciones, de la oposición sarmientina de civilización y barbarie. El atraso, la barbarie y la fatalidad histórica se oponían a las bendiciones del desarrollo, la ciencia moderna, la libertad individual y la República. Lastarria imagina un mundo en el cual la historia es concebida sin matices, o más, en el que no se ve sino una oposición mecánica de las fuerzas antitéticas que regirían la historia. Esta posición era sustentada a partir de Investigaciones sobre la influencia social de la conquista i del sistema colonial de los españoles en Chile (1844), memoria leída frente a sus pares de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, en el primer aniversario de la fundación de dicho establecimiento. Allí sostenía, en oposición a lo que afirmaba Andrés Bello, que la historiografía debía ser un alegato filosófico sobre los acontecimientos, antes que la mera narración de los hechos. En esta última práctica Lastarria veía una simple fábula. En dicho discurso, Lastarria estigmatiza el pasado colonial como una sombra que se cernía sobre el presente, oscureciéndolo, tornándolo espurio y amenazador. Así se puede advertir en otras de sus narraciones38 que el pasado colonial y su herencia de retraso, oscurantismo y mojigatería no habían terminado, al contrario, se prolongaban hasta el presente. En el capítulo IX de Don Guillermo leemos la respuesta de un oscuro funcionario de la administración de Espelunco, tras la pregunta de don Guillermo por el lugar en el que se encuentran:

– Estamos no sé adónde, don Guillemo, pero dicen que este pueblo es el de los genios de la colonia, que se han refugiado aquí desde la revolución de la independencia, y que desde aquí trabajan por inspirar a los de arriba, por conquistar prosélitos y por hacer la contrarrevolución para conquistar su poder. Yo no sé lo que haya en esto de cierto; yo veo todo lo que se hace aquí, y sé que es una pura picardía… (258).

Para Lastarria, «la libertad en la literatura como en política no podía ser la licencia, sino el uso racional de la independencia del espíritu, que no debía pervertir lo bello y lo verdadero en el arte, como no podía conculcar lo justo en las relaciones sociales» (Miscelánea: VII). Su obra es la expresión de la complejidad que debió atravesar la cultura latinoamericana, solitaria frente a su propio destino, finalmente. Como en las encrucijadas de Platón, la tensión entre la belleza y la justicia tenían por ahora a un solo ganador.

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