El mundo indígena en América Latina: miradas y perspectivas

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Por su inestimable y significativa contribución para lograr esta obra, todos los autores reciben nuestros agradecimientos, los cuales se hacen extensivos, con el debido reconocimiento, a todos los estudiantes que integran el grupo de investigación de la Cátedra José Bonifácio, por su aporte científico en el debate de las temáticas que sustentan el trabajo colectivo mediante su participación en las actividades desarrolladas.

Agradecemos a la Editora de la Universidad de Sao Paulo (EDUSP), representada en la persona de la doctora Valeria de Marco, así como a todos los integrantes del equipo responsable por tan esmerado trabajo de producción editorial de este libro.

Para concluir, agradecemos al Banco Santander y a la USP, representada durante la producción del contenido de este libro por el entonces rector, doctor Marco Antonio Zago, con motivo de su constante apoyo a la iniciativa en el ámbito Ciba-USP.

[Traducción de Leonardo Herrera]

* Mexicana, socióloga por la UNAM. Master en literatura hispanoamericana por la Universidad de Barcelona (UB). Autora de varios libros y diversos ensayos para revistas y periódicos. Editorialista de prensa en México. Política, diplomática y parlamentaria. Demócrata de centroizquierda y feminista.

** Jurista e internacionalista. Licenciado por la Hamilton College de Nueva York, con especialización en la Fondation Nationale des Sciences Politiques, en la Université Paris-Sorbonne; es maestro por la Humboldt-Universität zu Berlin y Freie Universität Berlin; doctor y posdoctor por la usp, con habilitación en derecho internacional privado por la King’s College London. Es secretario ejecutivo del Centro Iberoamericano (Ciba) y asesor internacional de la Universidad de Sao Paulo (USP). Sus temas de especialización son gobernanza y cooperación, comercio exterior, resolución de conflictos y arbitraje internacional.

*** Profesor en el Instituto de Historia (IH) y en el Instituto de Relaciones Internacionales y Defensa (IRID), ambos de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). Cursa estudios posdoctorales en relaciones internacionales en el Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) y es coordinador académico-científico de la Cátedra José Bonifácio, ambos en la usp; asimismo, es coordinador del Laboratorio de Historia, Cine y Recursos Audiovisuales (Lhisca) y editor jefe de la Revista Poder & Cultura.

**** Antropóloga social por la Universidad Iberoamericana de México (uia), con más de 40 años de ejercicio profesional en la investigación básica y aplicada, así como en la formulación, operación y evaluación de políticas y programas públicos que impacten en el desarrollo cultural y social de indígenas y campesinos. Ha sido funcionaria pública en diversas instituciones gubernamentales. Desde 2012 coordina el Programa de Becas de Posgrado para Indígenas del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas) y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)..

UNA MIRADA A LOS OTROS, RECONOCIÉNDOLOS NOSOTROS

Beatriz Paredes*

Mi primer contacto con la Universidad de São Paulo (USP) fue a través de grandes maestros de esa institución. Llegaba a Brasil como representante diplomática de México, y, aunque mi relación de conocimiento y aprecio por ese gran país era mucha, todavía existían numerosos secretos a develar para que pudiera afirmar que conocía las claves para comprender al coloso de América del Sur. Como resulta evidente, yo admiraba al país de mi adscripción y tenía un verdadero gusto por sus ciudadanos.

Pues bien, resulta que en São Paulo el Consulado de México estaba encabezado por un compatriota que era todo un personaje. Conocedor de la realidad paulista, con varios años de desempeño en esa plaza, poseía un marco de relaciones muy representativo y una mirada aguda sobre el acontecer de esa gran urbe, a no dudarlo, la gran metrópoli de Brasil. José Gerardo Traslosheros Hernández era, además, un individuo amable e hiperactivo, características que yo valoraba y me llevaron a identificarme rápidamente con él.

Yo había visitado São Paulo desde el año 2000, cuando, como presidenta del Parlamento Latinoamericano (Parlatino), tuve mi oficina en un espléndido edificio diseñado por Oscar Niemeyer, el Memorial de América Latina. Durante tres años consecutivos viajé periódicamente a esa ciudad para presidir las sesiones del órgano parlamentario regional, y llegaba al aeropuerto de Guarulhos dispuesta a enfrentar heroicamente el tráfico de allí a mi oficina, en el tras­lado de la terminal aérea a la zona urbana. Aunque mi condición de mexicana, re­sidente de la Ciudad de México, me tenía familiarizada con embotellamientos permanentes y tráfico a vuelta de rueda, vivenciar el tráfico paulista me provocaba siempre una reflexión sobre la necesidad de repensar las grandes metrópolis de América Latina, en varios de sus vectores principales, de manera muy significada, el de la movilidad urbana.

Como ya afirmé, yo había visitado São Paulo desde el año 2000, pero no me atrevería a decir que la conocí. São Paulo no es una ciudad fácil de conocer, requiere de un traductor, precisa de un introductor que ya haya invertido tiempo de su vida y talento para develar sus secretos y descubrir su perfil, su verdadero rostro de ciudad pluricultural, con una intensa vocación por el arte y la cultura. En dos intensas semanas, gracias a la guía de Gerardo Traslosheros y su equipo de trabajo, descifré más la ciudad y a los paulistas que en tres años de periódicas visitas.

Comprender São Paulo es aproximarse necesariamente a su alma: la USP. Fue así que llegué a ella, en mi afán de acercarme a la ciudad, de interpretar correctamente los elementos constitutivos de la dinámica de la urbe, característicos y caracterizantes de su sociedad. Tuve la suerte, además, de que una de mis primeras presencias como embajadora coincidiera con un episodio extraordinario: la inauguración de la Biblioteca Brasiliana Guita e José Mindlin (BBM), cuyo acervo fue donado por la familia Mindlin a la USP. Soy una amante de los libros. Se encuentran entre mis pasiones principales. Y descubrir el hecho extraordinario de cómo un bibliófilo de la calidad de José Mindlin donaba a la universidad el patrimonio constituido a lo largo de décadas de esmerado coleccionista era, para mí, toda una revelación: la de la confianza y amor que importantes personalidades tenían por la universidad y la disposición de esta institución para establecer grandes y trascendentes proyectos culturales, como la BBM. Quizá fue ese día cuando decidí que era esencial aproximarme más a la universidad, y lograr que dos grandes universidades de América Latina, la USP y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mi alma mater, estrecharan lazos, impulsar que realmente se vincularan.

Afortunadamente, a través de la profesora Maria Arminda do Nascimento Arruda, había tenido la oportunidad de conocer al rector Marco Antonio Zaga, quien, coincidentemente, es doctor en medicina, profesión que ejerce también el rector de la UNAM, el doctor José Narro Robles, con quien me unen lazos de entrañable amistad. Esa feliz coincidencia y, desde luego, la voluntad política de ambos, facilitaron el acercamiento entre los titulares académicos de las comu­nidades universitarias más grandes de nuestra región, contactos que fructificaron en la suscripción de un convenio fundamental entre grandes universidades de América Latina y Europa: la USP (Brasil), la UNAM (México), la Universidad Federal de Rio de Janeiro-UFRJ (Brasil), la Universidad de Buenos Aires-UBA (Argentina), la Universidad Complutense de Madrid-UCM (España) y la Universidad de Barcelona-UB (España). Ese instrumento y esa gran asociación marcan una pauta en la cooperación universitaria iberoamericana.

Dicen que, cuando una cosa va a suceder, los astros conspiran a través del acomodo propiciatorio. Es así que se alinearon los astros para que recibiese yo la invitación de la USP para participar en la Cátedra José Bonifácio. Uno de los elementos fue, ya mencionado, mi participación en el acercamiento de dos grandes universidades. Otro, la disposición y el apoyo del catedrático Felipe González, mi antecesor en la cátedra, político relevante de Iberoamérica, cuya biografía, consistencia y profesionalismo son una inspiración para mí, desde hace muchos años, así como de los demás catedráticos que habían participado con anterioridad. Sin embargo, debo confesar que la magia de la escritora brasileña Nélida Piñon y su habilidad para hacer artilugios constructivos fueron determinantes para que las autoridades universitarias pensaran en mí para ocupar la honrosa encomienda de titular de la cátedra. Agradezco a todos ellos, y, desde luego, a los profesores del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI) de la universidad, su invitación y acompañamiento a lo largo de estos doce meses que he participado en la cátedra.

Cuando recibí la invitación, más que una distinción personal, entendí que estaban convocando a una mexicana que, además, tenía el alto honor de representar a su país en Brasil. Estaban invitando, también, a una universitaria, egresada de la UNAM, la universidad pública con mayor población estudiantil en América y una de las mayores del mundo. La selección del tema que constituiría la materia de la cátedra debía, desde mi perspectiva, considerar estos dos aspec­tos: mi condición de mexicana y mi condición de egresada de una universidad que ha sido fundamental en la movilidad social de mi país, y con impacto en otros países de Centroamérica. Quería que mi tema constituyese una aportación original, que enriqueciese la oferta de conocimientos que transmite la USP a sus alumnos y que representara una temática poco abordada en esa universidad. Mi pretensión también era llamar la atención al alumnado de la universidad sobre la problemática que afecta a miles de compatriotas suyos y otros tantos de América Latina en ese papel que también tiene la universidad de profundizar el conocimiento y la toma de posición de sus educandos sobre temas cruciales para la región. Reconozco que me afectaba un prejuicio: la presunción de que, a la mayoría de los estudiantes de la universidad y, desde luego, a la mayoría de los paulistas, el tema indígena no les interesaba en lo más mínimo, era una cuestión distante y exótica, vista como algo que afectaba a otros países o, cuando más cerca, a otras regiones de Brasil, y que los aborígenes brasileños aún se encontraban en estadios muy atrasados en relación al conjunto de la sociedad brasileña. Eso pensaban. Algo más ligado al folclor que a la realidad sociodemográfica nacional.

 

Vino después un comentario de Pedro Dallari, director del IRI, que me transmitió una opinión de don Enrique Iglesias, y ¡ya!, todo listo, la cátedra sería sobre los pueblos originarios de América Latina. A partir de esa decisión nos embarcamos en una aventura intelectual y de recreación, pues nos propusimos ampliar los alcances de la cátedra a otras áreas de la universidad que pudieran interesarse en el tema. Evidentemente, para mí representaba, también, la oportunidad de profundizar en la problemática de los diversos pueblos indígenas que se encuentran en distintas regiones de Brasil. El grupo de investigadores que se inscribieron al curso fue de lo más interesante y alentador, significándose porque varios de ellos habían trabajado, o permanecido por un tiempo, en poblaciones indígenas, lo cual implicaba que era un grupo conocedor, exigente académicamente, pero enterado y decidido a aprender más.

Como mexicana, me sentí muy orgullosa al constatar el conocimiento acerca de los antecedentes de las civilizaciones mesoamericanas que tiene un destacado grupo de profesores de la USP, encabezados por el profesor Eduardo Natalino dos Santos, erudito en la descripción del sentido de los códices prehispánicos y convencido estudioso en la materia. Ello y la colabo­ración de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas (FFLCH) de la universidad nos permitieron, con el apoyo del Consulado de México en São Paulo, llevar a cabo una exposición de códices mesoamericanos, que consti­tuyó una actividad sin precedente en la universidad de divulgación de los antecedentes de las culturas originales.

El programa del curso fue intenso e intensivo. Espero que haya dejado en los estudiantes el propósito de profundizar más sobre los pueblos originarios de América Latina y, especialmente, sobre los pueblos originarios que habitan en distintas regiones de Brasil. Si ese objetivo se logró, me daré por satisfecha. Seguramente, el libro del que forman parte estas notas y que recoge los ensayos de los investigadores que tomaron el curso, y algunos textos de especialistas en la materia, coadyuvará también a despertar o a acrecentar el interés que por los pueblos originarios tenga el lector. Así deseo que suceda. Así espero que pase.

Para concluir esta breve introducción, voy a lanzar un desafío a la USP, con la convicción de que dispone de los recursos, tanto por la calidad de su profesorado como por los recursos materiales existentes, para llevar a cabo los planteamientos que sugiero:

 Armar un concurso docente y encargar un programa de estudios sobre las poblaciones indígenas en Brasil: antecedentes, desarrollo y realidad contemporánea. Estoy convencida de que será algo de la mayor relevancia para la comprensión integral del país y para que los alumnos de la USP tengan una visión más completa de su realidad nacional. La materia Pueblos Originarios de Brasil podrá impartirse en las carreras de ciencias sociales (antropología) e historia. Ese programa puede ser del mayor interés de las universidades del área amazónica y de otras regiones del país.

 Solicitar a la BBM que integre en una sola sección todos los libros de su acervo que se relacionan con los pueblos indígenas de Brasil, para que sea de fácil acceso a los estudiosos que realizan consultas en la materia. La biblioteca dispone de un valiosísimo arsenal de libros sobre las poblaciones indígenas, lo cual merece ser consultado.

 Siendo São Paulo una ciudad con tantas avenidas y sitios de interés denominados con vocablos en tupí-guaraní, se sugiere ampliar la divulgación de las clases de enseñanza del idioma tupí para los alumnos que se interesen en ello y patrocinar una investigación sobre la historia de esa lengua y su vigencia en cuántos y cuáles grupos poblacionales.

Finalmente, quiero agradecer la sustantiva colaboración para la realización de las aulas que integraron la Cátedra José Bonifácio, en 2017, de la profesora María Antonieta Gallart Nocetti, de México; de los profesores Gerson Damiani, Wagner Pinheiro Pereira y Gustavo Gallegos, de Brasil, todos ellos, desde distin­tos ángulos, fueron claves para los resultados de los trabajos. A las autoridades universitarias y a las del IRI, mi gratitud imperecedera. Es un honor, que atesoro en mi memoria, haber fungido como catedrática de esa gran universidad. Quise sacudir la conciencia universitaria, preocupándoles por una problemática y una temática con las que yo tengo un enorme compromiso.

Con nosotros o sin nosotros, algo sucederá.

* Mexicana, socióloga por la UNAM. Master en literatura hispanoamericana por la Universidad de Barcelona (UB). Autora de varios libros y diversos ensayos para revistas y periódicos. Editorialista de prensa en México. Política, diplomática y parlamentaria. Demócrata de centroizquierda y feminista.

HISTORIA DE LA AMÉRICA INDÍGENA: LA REPRESENTACIÓN
DE LAS CIVILIZACIONES AMERINDIAS PRECOLOMBINAS Y LA CONQUISTA EUROPEA DEL CONTINENTE AMERICANO EN LA HISTORIOGRAFÍA Y EL CINE

Wagner Pinheiro Pereira *

América siempre supo, desde su origen, dónde se sitúa el arte. Su arte, que, habiendo surgido de expresiones sincréticas, guarda el desasosiego inicial impuesto por los invasores a las civilizaciones autóctonas, las cuales, no obstante, supieron resguardar a lo largo de los siglos el destino narrativo del continente. Fueron ellas las que, junto a las demás etnias que se instalaron más tarde en las Américas, liberaron la creación de tramas narrativas con historias suculentas, tortuosas, grotescas [...] Así, gracias a tantos escribas cautivadores, auscultamos las vísceras de la Historia, reinventamos el lenguaje de los muertos y les devolvemos la vida. NÉLIDA PIÑÓN 1

La hora del libro –o mejor, el milenio del libro, como apuntó Gore Vidal– llegó a su fin. Si la palabra impresa superó a la tradición oral, el cine y la televisión eclipsaron la suprema invención de Gutenberg. Vidal sugiere que nos rindamos ante lo inevitable, que descartemos el sistema educativo vigente y que presentemos el pasado a los jóvenes a través del cine. La idea no es ni tan radical, ni siquiera tan profética. Muchos profesores de Historia, que tienen como alumnos a telespectadores habituales, vienen dedicando un buen tiempo de las clases a películas como 1492: La Conquista del Paraíso, Gandhi y Malcolm X.2 Las distribuidoras de video tienen en las escuelas un mercado importante. Y las películas antiguas en reposiciones continuas en la televisión funcionan como una escuela nocturna, un gran repositorio de conciencia histórica en nuestros Estados Unidos de Amnesia. Para mucha gente, la historia hollywoodense es la única historia que existe. MARK C. CARNES3

El presente estudio analiza cómo las producciones cinematográficas hollywoodenses, en particular los filmes de reconstrucción histórica, escenificaron la historia de los pueblos indígenas en el periodo de la América precolombina. Tomando como punto de partida el debate historiográfico sobre las preguntas, las perspectivas y los problemas de interpretación de la historia de la América indígena, y teniendo como referencia las fuentes históricas (escritas y pictóricas) de la época, aquí se examina cómo el cine hollywoodense se reapropió de las representaciones discursivas y visuales sobre los pueblos indígenas producidas en los siglos XV y XVI con el objetivo de construir un discurso histórico y memorialístico que, durante muchos años, monumentalizó el “heroísmo” de los conquistadores y los evangelizadores europeos, y transformó a los pueblos amerindios en “salvajes”, “bárbaros” y “atrasados”, que necesitaban ser cristianizados, o incluso exterminados, para dejar paso al dominio de los europeos (españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses) sobre el continente americano, con lo que legitimaban y justificaban una visión eurocéntrica de la historia de la conquista y la colonización de América.

Cabe subrayar también que, por su parte, en los años recientes han surgido producciones cinematográficas latinoamericanas que buscan recuperar la importancia y el legado históricos de los pueblos amerindios y la riqueza de su identidad y cultura, al mostrar el otro lado de la historia de la América indí­gena –tanto del periodo precolombino como de la conquista y colonización europeas– a través de la visión de los indígenas que, a pesar de haber sido derrotados, mantuvieron una resistencia física y cultural contra la presencia de los conquistadores europeos en el continente americano.

HISTORIA E HISTORIOGRAFÍA DE LA AMÉRICA INDÍGENA:

PREGUNTAS, PERSPECTIVAS Y PROBLEMAS DE INTERPRETACIÓN

Durante mucho tiempo, los historiadores mostraron la historia de América mediante un discurso narrativo que comenzó con la llegada de los navegantes europeos al continente americano. Inserta en el escenario histórico de la expansión marítima y comercial europea de los siglos xv y xvi, esta narrativa colonialista, exaltadora de la gloriosa era de las grandes exploraciones y descubrimientos, consolidaba la visión de que América sólo comenzó a existir, en realidad, con la llegada de las embarcaciones españolas de Cristóbal Colón a las Indias Occidentales, un islote de las Bahamas al que el navegador genovés le dio el nombre de San Salvador el 12 de octubre de 1492.

La idea errónea de “descubrimiento de América”, popularizada desde ese momento, convertía la historia de este continente en un simple complemento de la historia de Europa, al presentarse los europeos como los verdaderos responsables de introducir al continente americano en el mapamundi de la época y de considerar a los pueblos amerindios con un criterio que los hacía inferiores en la cadena evolutiva de la “historia de las civilizaciones”.

Por su parte, los análisis contemporáneos, como los de los especialistas Ella Shohat y Robert Stam, sobresalen por esgrimir una perspectiva crítica ante la historiografía clásica al llamar la atención sobre el hecho de que, tal como ocurriera en el caso de África,

las Américas de antes de la Conquista fueron víctimas del mismo doble proceso de mistificación y difamación. La historiografía convencional pinta, en muchas ocasiones, un cuadro que se regocija en exceso de la vida en Europa durante la época del “descubrimiento”. Sin embargo, la verdad es que, en esa época, gran parte del continente europeo era escenario de guerras fratricidas, rebeliones campesinas y diversas formas de violencia patrocinadas por la Iglesia, que redujeron drásticamente la expectativa de vida (la media oscilaba entre veinte y treinta años). Por otro lado, las Américas, aunque no fueran el paraíso terrenal pintado por la fantasía primitivista europea, estaban bastante pobladas por habitantes relativamente bien alimentados que no conocían algunas de las enfermedades comunes en Europa. Aunque los europeos llamaran al continente “el Nuevo Mundo”, algunos de sus territorios habían sido ocupados desde hacía ya por lo menos 30 mil años, lo cual hizo que muchos intelectuales se cuestionaran la prioridad del llamado Viejo Mundo. Los europeos también decían que las tierras estaban “deso­cupadas”, pero estimados contemporáneos calculan que entre 75 y cien millones de personas vivían en las Américas en 1492. Estos pueblos tenían una amplia variedad de sistemas sociales, desde grupos igualitarios de caza y recolección hasta reinos e imperios basados en una jerarquía opresiva. En relación con el estereotipo positivo asociado al “indígena ecológico”, sus prácticas reales eran muy variadas, aunque rara vez tan destructivas como las europeas. Los pueblos nativos hablaban cientos de lenguas diferentes, constituían estructuras matriarcales y patriarcales, y demostraban sin duda que eran capaces de vivir y autogobernarse en contextos diversos. Sus logros incluían una agricultura regida por prácticas ecológicas; sistemas de irrigación; calendarios bastante complejos; rutas comerciales que se extendían por cientos y hasta miles de kilómetros sobre tierra y mar (como la que salía de Cuzco); ciudades bien planeadas, como Tenochtitlán y Cahokia, y arreglos sociales sofisticados como aquellos de la confederación de los iroqueses o las ciudades-estado de los aztecas e incas. El cero como base de las matemáticas ya era conocido por los mayas al menos medio milenio antes de ser descubierto por los asiáticos (Europa aprendería la lección más tarde con los árabes).

 

La idea de que los pueblos nativos son prehistóricos o no tienen historia –en el sentido de no poseer ni registros históricos ni ningún tipo de desarrollo significativo que merezca la designación– es otra equivocación europea.4

Con la misma perspectiva crítica, el historiador brasileño Ronaldo Vainfas alerta sobre el cuidado que los especialistas del área de historia de América deben tener para no incurrir en esas trampas y errores consolidados a lo largo de los siglos debido a la perspectiva histórica e historiográfica colonialista y eurocéntrica. Según el historiador:

“La historia de los pueblos sin historia”: la expresión de Henri Moniot se aplica, al menos en parte, al estudio de las sociedades y culturas de América antes de la llegada de los europeos. En primer lugar, por la tendencia europocéntrica del enfoque histórico, acostumbrado a contemplar a aquellos pueblos a la luz de la colonización y de la cultura occidental, como si la razón de ser de las culturas americanas fuese dada por la situación colonial. Por ello, es frecuente que cuando los historiadores estudian estos pueblos, incluso al retroceder a periodos anteriores a la conquista, usen categorías como “bárbaro” o “civilizado”, “salvaje” o “primitivo”, e incluso la idea de “indio”, la cual no deja de ser una construcción del lenguaje colonizador. Reconocer plenamente la originalidad de las culturas americanas es, sin duda, una tarea difícil: es casi como hacer otra historia, buscar nuevas categorías y nuevas preguntas.5

Sabemos que, sin duda, la (re)escritura de la historia de América no es una tarea simple para el historiador contemporáneo de esta especialidad, ya que la propia construcción de la narrativa histórica de los pueblos y de los países americanos se ve desde el punto de vista historiográfico europeo que trata a América como un resultado histórico de Europa. De la misma forma, destaca el hecho de que la historiografía contemporánea sobre la historia de América ha heredado formas de denominar los periodos históricos (“historia de la Amé­rica precolombina”, “historia de la América colonial” e “historia de la América independiente”) que otorgan un papel de prominencia europea a la historia americana, lo cual hace a su vez que ésta se vuelva extraña para los propios ame­ricanos, según se expone a continuación.

Historia de la América precolombina

El término “América precolombina” se refiere a la fase “prehistórica” del continente americano que indica el periodo en el que los europeos todavía no establecían contacto con las poblaciones autóctonas de América. Los términos más comunes utilizados para definir este periodo (“América prehistórica” y “América precolombina”) son problemáticos, porque su visión del mundo se muestra desde una perspectiva discursiva colonialista y eurocéntrica que devalúa la importancia, la especificidad y la singularidad de la historia americana, al descartar un largo periodo que va desde el poblamiento humano del continente hasta la caída de las civilizaciones amerindias debido a los procesos de conquista europea de finales del siglo XV e inicios del XVI.

El término “prehistoria” está cargado de connotaciones evolucionistas y prejuiciosas provenientes del cientificismo que marcó las ciencias humanas en el siglo XIX, pero que los historiadores contemporáneos comenzaron a cues­tionar sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. El punto de partida de esta respuesta historiográfica fue que no únicamente las civilizaciones que hubieran desarrollado formas de escritura podían ser consideradas capaces de producir historia, sino también los pueblos iletrados, los cuales quedaban relegados a la condición de “bárbaros salvajes”.6 Al respecto, los historiadores contemporáneos han sustituido el término “prehistoria” por “historia de los pue­blos sin escritura”, y han realizado un trabajo de reconstrucción con el apoyo de la arqueología y la paleontología.

De la misma forma, el uso del término “América precolombina” para denominar el periodo de la historia de los pueblos amerindios previo a la llegada de los europeos es muy criticado en la actualidad y presenta asimismo algunos inconvenientes que deben tomarse en cuenta. En virtud de su sesgo eurocéntrico y teleológico, dicho término anula la especificidad histórica de las sociedades amerindias y presenta la historia de América desde una óptica interpretativa europea, que trata de colocarla en una etapa histórica inferior al destacar aspectos ajenos al desarrollo de las culturas de los pueblos amerindios antes del viaje de Cristóbal Colón: el término parece acentuar que América sólo comenzó a tener relevancia histórica a partir de la llegada de los europeos al continente americano.

La antropóloga estadounidense Betty J. Meggers se opone a tales prejuicios creados por la historiografía europea sobre la historia de la América indígena antes de la llegada de Colón y subraya, en primer lugar, que el desarrollo de las civilizaciones amerindias fue interrumpido bruscamente por la conquista y la colonización europeas. Según la autora,

El Nuevo Mundo es un laboratorio antropológico único, pues el proceso de desarrollo cultural aborigen sucedió casi en aislamiento, antes de que se detuviera repentinamente con el flujo de soldados europeos, sacerdotes, exploradores y colonizadores, después de 1492. En algunas regiones, como las Antillas Mayores, el este de Estados Unidos y La Pampa argentina, las consecuencias fueron devastadoras y los habitantes indígenas fueron extintos rápidamente. En otras, particularmente en las montañas mesoamericanas y andinas, los indígenas continuaron conformando el grueso de la población rural, como ocurría en tiempos prehispánicos, pero su cultura pasó a ser una mezcla de costumbres indígenas y europeas. Sólo en algunas regiones inaccesibles, como el bosque amazónico, persiste el modelo aborigen. En las planicies norteamericanas, donde antes pastaban 50 millones de bisontes, hoy en día abarrotan las carreteras 50 millones de automóviles. En Estados Unidos, represaron ríos, tumbaron bosques y allanaron montañas, por lo que el paisaje conserva poca semejanza con aquel de hace 400 o incluso 200 años.7

Al criticar el hecho de que “el hemisferio está dominado por gente que sigue trazando su historia según la tradición europea de las antiguas civilizaciones del Mediterráneo y del Oriente Medio, a pesar de casi medio milenio de residencia en el Nuevo Mundo”,8 Meggers cuestiona, en segundo término, si determinados inventos y avances podrían considerarse prerrequisitos fundamentales para la evolución de las civilizaciones. Al presentar elementos de comparación y diferenciación presentes en el desarrollo histórico de las civilizaciones del Viejo y el Nuevo Mundo, la autora aporta la siguiente reflexión: