Cosmopolitismo y nacionalismo

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Aus der Reihe: Oberta #186
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En repetidas ocasiones Saint Pierre reclama que no ha hecho otra cosa que seguir el proyecto de Enrique IV. Pero esto lo hace en realidad para granjearse el favor del rey y de los cortesanos, porque él mismo llega a reconocer que antes del primer esbozo no conocía el plan de Enrique IV: «Lo que me ayudó mucho a persuadirme de que este proyecto no era una quimera fue la información que me dio uno de mis amigos cuando le mostré el primer esbozo de esta obra en mi provincia» (Saint Pierre, 1986: 13).3

Si hacemos caso a Saint Pierre, tenemos que pensar que no conocía dos importantes proyectos de paz publicados en Inglaterra un poco antes. Nos referimos a los proyectos de Penn y de Bellers. Parece justo reconocer que el iniciador de esta centuria prodigiosa de proyectos de paz cosmopolitas fue William Penn, quien en 1693 escribió An Essay towards the Present and Future Peace of Europe by the Establishment of an European Diet, Parliament, or Estates. Era hijo del almirante Penn, uno de los principales artífices de la vuelta de la monarquía a Inglaterra, y aunque su padre le preparaba un alto destino político, desde muy joven aquél empezó a tener contactos con cuáqueros, librepensadores y teólogos antidogmáticos, y a seguir un camino independiente. A los 22 años se hizo cuáquero, por lo que fue encarcelado cuatro veces en años sucesivos al no renegar de esta religión. La deuda que tenía contraída el rey con su padre le fue pagada en forma de una inmensa cantidad de tierras en el nuevo continente, y así fundó Pennsylvania, tierra de acogida para todos aquellos que eran perseguidos por su religión en Europa. Penn dio a esta nueva tierra unas leyes democráticas, donde la tolerancia, los derechos individuales y el respeto por las tribus indias imperaban. Por eso, cuando en 1693 escribió su proyecto no lo hizo como un cuáquero soñador, sino como un estadista que sabe bien lo que es fundar una nueva manera de vivir y tiene mucha experiencia en la organización política; pero también hay que reconocer que le influyeron los principios cuáqueros de amor, tolerancia y paz (Heater, 1992: 50). La obra de Penn fue tan bien recibida que se reimprimió ese mismo año.

Para él la guerra es el caos del que habla Hobbes en el Leviatán, al que cita. La solución es constituir un Parlamento europeo (Penn, 1693, sec. 4), sede de una «Liga Europea» o «Confederación Europea», donde los estados envíen diputados en proporción a su poder económico (Penn, 1693, sec. 7),4 y ese Parlamento resuelva los conflictos entre los estados, resolución que todos deberán acatar, pues el Parlamento tendrá fuerza para castigar a los incumplidores. Además, esta paz ahorrará mucho dinero a los estados y posibilitará políticas de educación, beneficencia y bienestar económico. También es un proyecto abierto a otras culturas y religiones diferentes, pues dice que parece justo y conveniente que Rusia y Turquía tengan cada uno sus diputados (Penn, 1693, sec. 7; cf. Aksu, 2008: 17). Otra de las ventajas de una paz permanente, señala, es la posibilidad de viajar con tranquilidad y conocer otros sitios y otras ideas (Penn, 1693, sec. 10). Además de estas propuestas con consecuencias cosmopolitas, su idea de que los noventa miembros del parlamento formen nueve grupos de diez, independientemente del origen nacional, y cada grupo elija a un representante, añade otro aspecto cosmopolita al proyecto.

El también cuáquero John Bellers (1654-1725) fue amigo cercano de William Penn. Como él, fue perseguido, multado y arrestado por motivos religiosos. La sensibilidad de Bellers ante el problema de la pobreza es mayor, si cabe, y sus planes, mucho más revolucionarios que los de Saint Pierre. Propuso, entre otras medidas, la abolición de la pobreza de las masas, una educación gratuita para todos, un sistema estatal de salud gratuito para todos, una reforma de las prisiones para que sirvieran para enmendar a los delincuentes y la abolición de la pena capital (Clarke, 1987: 18). Las ideas de Bellers conmovieron a Robert Owen y, a través de Owen, también llegaron a impresionar a Marx y a los pensadores comunistas posteriores (Clarke, 1987: 26-28).

El largo título de su escrito de pocas páginas de 1710, que conocemos con las primeras palabras como Some Reasons for an European State, ya indica la meta de la obra. Bellers propone la creación de un Estado europeo mediante un parlamento donde diputados venidos de toda Europa resuelvan los conflictos entre los príncipes. También propone la creación de un concilio de todas las confesiones cristianas europeas que, respetando la diversidad, logre acuerdos entre ellas para que la religión no vuelva a ser jamás causa de guerra.

El proyecto parte del cansancio de tanta guerra y parece que a Bellers le influyó mucho la crueldad de la guerra de 1709 en Europa y la llegada de 10.000 refugiados de Alemania a Gran Bretaña (Heater, 1992: 52). Ya en la introducción afirma que lo que le ha llevado a escribir esta obra es el bien de la humanidad en general, lo que es expresión de lo que al principio llamamos «cosmopolitismo ético». Su plan es una mezcla de propuestas muy concretas con sugerencias poco definidas. Su idea más revolucionaria, dividir Europa en 100 cantones, puede interpretarse como una reforma en profundidad de las estructuras estatales o simplemente como una manera de contar los diputados, de modo que los estados pequeños fueran como un cantón y los grandes se dividieran en tantos cantones como la cantidad de su población lo permitiese (Bellers, 1710: 140 y 141; cf Archibugi, 1992: 306). El proyecto habla de confederación, una corte suprema y un parlamento, pero no especifica mucho más. Aparte de las perspectivas religiosa y política del escrito, también hay un aspecto económico, cuando señala las ventajas económicas que la paz reportaría a toda Europa. Indica además que puede haber una unidad europea preservando la diferencia política de los diferentes estados (Bellers, 1710: 140). Pero donde se nota más claramente su perspectiva cosmopolita es cuando amplía esta confederación a los turcos, señalando que:

(...) los mahometanos son hombres y tienen las mismas facultades y razón que los demás; sólo quieren las mismas oportunidades y aplicaciones de sus entendimientos. Pero romperles la crisma para meter ideas en sus cabezas es un gran error y dejaría a Europa en un estado de guerra, mientras que cuanto más se extienda esta unión civil, más grande será la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres (Bellers, 1710: 152).

En 1714 publica An Essay towards the improvement of physic, obra en la que demuestra conocer la traducción al inglés de la obra de Saint Pierre A Project for settling an everlasting peace in Europe. Pero este temprano eco del proyecto de Saint Pierre no es el primero. El propio Saint Pierre se encargó, como hemos señalado antes, de hacer varias ediciones y también de enviarlo a mucha gente. Leibniz fue elegido por Saint Pierre y recibió en 1712 un ejemplar de esa primera edición. Ese mismo año Leibniz dice en una carta a Grimarest que ve en el proyecto la promesa de una edad de oro (cf. S. Goyard-Fabre, «Avant-Propos», en Leibniz, 1993: 12). Y en 1715, después de haber leído detenidamente la edición de 1713, envía a Saint Pierre una carta donde le señala que él mismo también se siente cosmopolita:

Yo no soy de los que son fanáticos de su país o de una nación particular, sino que tiendo al servicio del género humano entero, pues yo considero el cielo como la patria y a todos los hombres de buena voluntad como conciudadanos en este cielo. Prefiero hacer mucho bien a los rusos que poco a los alemanes y otros europeos, pues mi inclinación y mi gusto van al bien general (Leibniz, 1862: 514).

En ese mismo año escribe sus Observations sur le Projet de Paix perpétuelle de l’abbé de Saint-Pierre. En las escasas páginas de este panfleto dice que es un proyecto factible y una de las cosas más útiles del mundo. Pero, además de señalar que Saint Pierre malinterpreta el proyecto de Enrique IV, indica que el proyecto debería incardinarse en el imperio medieval germánico bajo la potestad del papa.5

Tal era la fuerza publicitaria de la idea de «paz perpetua» en Europa en ese momento que se puso ese rótulo a escritos con muy otras intenciones, como Declaration of James the Third, King of England, Scotland and Ireland, to all his Subjects of the three Nations and to all foreign Princes and States to serve as a foundation for a lasting peace in Europe de 1722. En realidad, es una petición de ayuda y un requerimiento para recuperar el trono de Gran Bretaña que, una vez depuesto su padre, había pasado a su hermana María, luego a su hermana Ana y por fin al hijo de su prima Sofía, Jorge, elector de Hannover. Lo único que tiene que ver con los tratados de paz es el título. Pocos años más tarde, Giulio Alberoni, quien gracias a sus intrigas fue capaz de ascender desde su puesto de campanero en la catedral de Piacenza a cardenal y primer ministro de la Corte española, después de ser expulsado de España publicó en 1736 su Esquema de una Dieta perpetua para establecer la tranquilidad pública, que, a pesar de su título, no es ni un plan irenista ni cosmopolita; de hecho, es un plan belicoso para conquistar y repartirse el Imperio otomano. El escrito rezuma hostilidad contra los musulmanes, reflejando una mentalidad de cruzada (Aksu, 2008: 21).

Pero volviendo a los que se hicieron eco de las ideas de Saint Pierre, diremos que Voltaire, muy pronto, en 1725, en el epigrama N’a pas longtemps, de l’abbé de Saint-Pierre, le critica y se burla de él porque sus ideas le parecen tonterías imposibles;6 también en su breve Rescrit de l’empereur de la Chine a l’occasion du Projet de Paix Perpétuelle de 1761 lo ridiculiza diciendo que sus ideas derivaban de un espíritu religioso y su cosmopolitismo no alcanza a todas las culturas. Asimismo, le reconocía la buena intención, como en la anécdota que se cuenta de lo que respondió al marqués D’Argenson, cuando hubo ejecutado una misión diplomática que éste le había encargado: «estáis haciendo de mí un pequeño abad de Saint Pierre; al menos me parezco a él en sus buenas intenciones» (Argenson, 1857: XC).

 

Quizá el resumen de su posición sobre la relación entre la paz y el cosmopolitismo, y el documento más amplio en el que habla de Saint Pierre, es su obra de 1769 De la paix perpétuelle, par le docteur Goodheart. Ahí señala que la paz propuesta por Saint Pierre es una quimera que no vale para animales carniceros como son los príncipes. Lo principal es que todo el pueblo esté ilustrado, porque así todo hombre que por su ambición empezase una guerra sería mirado como enemigo por todos. Entonces el establecimiento de una dieta europea podría ser muy útil para resolver las controversias (Voltaire, 1832: 57 y 58).7 Incide en el aumento de la tolerancia y la Ilustración como medios para reducir la guerra. Además, realmente, como se ve en su Rescrit de l’empereur de la Chine, el objetivo de su crítica y sus burlas era más Rousseau que Saint Pierre. La verdad es que desde que Rousseau8 hizo un resumen de la obra de aquél, estos dos autores quedaron unidos en la mente de sus contemporáneos. Era una obra de encargo, según cuenta en Las Confesiones, donde afirma de Saint Pierre que aunque era «el honor de su siglo y de su especie, quizá el único desde la existencia del género humano que no tuvo otra pasión que la de la razón, fue de error en error por tomar a los hombres no como son sino como era él» (Rousseau, 1959: 422). Como Rousseau no podía presentar las ideas de Saint Pierre, ya que le parecían impracticables, ni refutarlas, porque esto no hubiera sido honesto con el encargo que tenía, decidió hacer un resumen de las ideas, por un lado, y un juicio sobre ellas, por el otro. El Extrait du Projet de Paix Perpétuelle se publicó en 1761 y alaba el proyecto de Saint Pierre al decir que es el proyecto más grande, más bello y más útil que haya concebido el espíritu humano (Rousseau, 1964d: 563). Jugement sur la paix perpétuelle fue publicado después de la muerte de Rousseau, en la edición de Moultou y de Du Peyrou de 1782. En él hay una alabanza general a Saint Pierre y a su obra, pero pasa enseguida a señalar sus defectos. El problema principal, indica, es que se basa en los príncipes, pero éstos, guiados por la ambición, confunden su interés real, que sería la paz, con su interés aparente. Además, los príncipes jamás aceptarían verse forzados por una federación y privados de su real arbitrio, porque una federación supondría que habría un Estado de derecho por encima de los príncipes y, señala, aquélla tendría que proteger a los súbditos contra la tiranía de los príncipes. Suprimir la guerra no es, pues, sólo librarse del enemigo exterior, sino también no poder tiranizar a los súbditos, porque los príncipes hacen tanto la guerra a sus súbditos como a sus enemigos exteriores (Rousseau, 1964e: 593). Éste es el punto débil de Saint Pierre: que no entendió que las mismas resistencias que hay a la constitución de un Estado de derecho son las que hay a un proyecto de paz perpetua (cf. Guineret, 2004: 55).

La verdad es que el trabajo de Rousseau, aunque a veces de una manera un tanto sesgada, ayudó a extender más las ideas de Saint Pierre, quien llegó a ser el principal difusor de sus ideas en la segunda mitad del siglo. Pero otros muchos también hablaron de él. Grimm y Diderot, en su correspondencia de 1758, hablan de Saint Pierre como una buena persona, pero afirman que tiene proyectos quiméricos (cf. Stelling-Michaud, 1964: CXXVI). El marqués D’Argenson, que era compañero de Saint Pierre en el Club de l’Entresol, señala en sus Memorias que la meta del proyecto era buena, aunque los medios no eran practicables. De él señala lo que hoy podríamos llamar cosmopolitismo ético: «tal era su amor por la Humanidad que no se limitaba a su patria, sino que extendía sus actos de generosidad a todos los habitantes del globo» (Argenson, 1857: 271). CharlesMarie de la Condamine (1701-1774), miembro de la Academia francesa, admirador de Saint Pierre, compuso unos versos a su memoria y cuenta la confidencia que le hizo el Duque de Orleans, quien fue regente de Francia durante 8 años, acerca del plan de Saint Pierre: «se piensa que es una quimera, pero si quisiéramos el Emperador y yo o el rey de España y yo, sería una realidad» (Ferry, 2000: 206-207). Condorcet, en su obra de 1786 De l’influence de la révolution d’Amérique sur l’Europe, habla muy positivamente de Saint Pierre y sus sueños, diciendo que no son algo quimérico, aunque están lejos de realizarse, y sostiene que en Europa los considerables progresos de la filosofía dan lugar a esperar ver un día una confederación que podría disminuir infinitamente los males de la humanidad (Condorcet, 1847: 10, 21 y 97).

A mediados de siglo los proyectos de paz se multiplican. Señalaremos algunos. En 1747 Johann Michael von Loen, consejero del rey de Prusia, publica Entwurf einer Staatskunst, cuyo capítulo segundo trata acerca de una paz permanente en Europa. Propone una Corte de paz con jueces seleccionados entre las personas mejor preparadas de cada Estado. En 1752, el folleto del alemán Toze, titulado «Die allgemeine christliche republik in Europa», partiendo de las ideas de Saint Pierre, concluía la necesidad de crear una autoridad internacional que fuera capaz de zanjar las diferencias entre los estados. Adjuntaba las conclusiones de otro folleto, éste anónimo, aparecido en 1745 y titulado «Projet d’un nouveau système de l’Europe». En 1758 Johann Franz von Palthen, consejero de justicia y poeta, publicó en Rostock su Projekt einen immerwährenden Frieden in Europa zu unterhalten. Propone, para resolver los conflictos entre estados, un tribunal que tenga poder para declarar la guerra y poner castigos a los estados que no acepten sus veredictos. Incluye a Rusia y Turquía. En 1762 Jean Henri Maubert de Gouvest, secretario del rey de Polonia, escribe la obra titulada La Paix générale ou, Considérations du docteur Manlover d’Oxfordt. Como se ve, el propio título enlaza las ideas de paz y de amor al género humano, pero la obra es una mera crítica de la política exterior inglesa. J. H. von Lilienfeld, en su obra de 1767 Neues Staatsgebäude in drei Büchern, publicada en Leipzig, propone un tribunal de paz, con poder ejecutivo, dependiente de un congreso. Señala que Rusia debería estar entre las veinte naciones que lo componen. Polier de Saint-Germain, escritor suizo que se autoproclama un simple ciudadano del mundo sin otro talento que su fuerte amor por la humanidad, en su Nouvel Essai sur le projet de la Paix perpétuelle, de 1788, propone un tribunal permanente con poder ejecutivo para resolver los conflictos entre los estados. Se trata de un plan para una asociación cooperativa de los estados cristianos, incluyendo a Estados Unidos. Guillaume Resnier, general y precursor de la aviación, publicó en 1788 su obra la République Universelle ou l’humanité ailée réunie sous l’Empire de la Raison, en la que afirma que un pacto universal de amistad entre todos los reyes y pueblos de la tierra, combinado con un sistema legal internacional, produciría una familia global.9

Algunos de los proyectos de paz merecen una descripción más detenida. Empezaré por el plan de 1756 de un colono, Saintard, titulado Roman politique sur l’état présent des affaires de l’Amerique ou Lettres de M*** a M*** sur les moyens d’établir une Paix solide et durable dans les Colonies, et la liberté générale du commerce extérieur. Es una obra escrita desde el punto de vista francés contra la política marítima y colonial de Inglaterra en el contexto prebélico de la llamada «Guerra de los siete años» entre Inglaterra y Francia. Su propuesta es simple: la paz debe ser alcanzada a través de la libertad de comercio, de la que resulta la interdependencia de los pueblos. Afirma que la restricción de la libertad de comercio va contra el espíritu comercial y utilitarista del tiempo. Este ethos de búsqueda de la prosperidad es lo que puede conducir a la paz. Piensa que los proyectos de paz de tiempos anteriores, como el de Enrique IV, no eran viables porque la sociedad no estaba madura, al no tener ese espíritu. Es interesante notar que señala la necesidad de que haya prosperidad para todos los pueblos si se pretende una paz universal y duradera (Saintard, 1756: 333-334). Una vez alcanzado esto, la confederación de estados sería algo factible (Saintard, 1756: XXX y XXXI). La obra se basa en un ardiente cosmopolitismo moral, afirmando que la dignidad de la inteligencia humana iguala a todos los hombres (Saintard, 1756: 2). De esta igualdad moral entre todos los hombres se deriva su crítica del prejuicio de buscar la gloria nacional por encima de todo: «Quien pudiera olvidar un momento su patria y colocarse en el centro del universo, perdería enseguida el sentimiento de la ilusión general: cesando de ser ciudadano, por así decirlo, se convertiría en hombre» (Saintard, 1756: 4). Por eso, desea que todos los pueblos formen una sola sociedad libre y feliz (Saintard, 1756: 11). En conclusión, sostiene que el sistema de una paz perpetua no es la quimera de un ciudadano pacífico, el sueño de un hombre de bien (Saintard, 1756: 298-299), en alusión a Saint Pierre.

El celo por la paz que tenía Saint Pierre no lo tuvo nadie en su siglo, sino quizá Pierre-Andrè Gargas (1721-1801), quien siendo galeote escribió un proyecto de paz. Nacido en una pequeña aldea, fue acusado de la muerte de un hombre, torturado en los interrogatorios y condenado a veinte años de galeras (1761-1781). Parece ser que los tres últimos años de trabajos forzados estuvo con el capellán de la penitenciaría, que le podría haber ayudado en su educación. La preocupación por la guerra la pudo sentir allí, pues conoció a muchos desertores que estaban presos. En 1776, todavía en galeras, envía a Voltaire un proyecto de paz perpetua, pidiéndole que le dé su opinión. Éste le contestó con algunos versos del mismo poema La Tactique que había utilizado para criticar a Saint Pierre, pero cambiando el verso final para alabar a Gargas; así, de «la impracticable paz del Abbé de Saint Pierre» pasa a poner «la bellísima paz de Pierre Andre Gargas» (cf. Gargas, 1797, portada). En 1779 le envía el proyecto a Franklin, firmando como «forzado n.º 1.336», y nada más salir de galeras va a París a ver a Franklin, quien, verdaderamente impresionado por este honesto campesino, de apariencia rústica y pobre, imprime su folleto titulado «Conciliateur de toutes les nations d’Europe ou projet de paix perpétuelle entre tous les Souverains de l’Europe et leurs Voisins». En 1785 Gargas publicó una versión un poco más amplia: «Union Souveraine et Conciliatrice, de toutes les Nations d’Europe et de celles qui en sont connues. Ou Projet de paix générale et perpétuelle». Este proyecto lo envió a todos los embajadores en Francia y a los principales políticos franceses. Los destinatarios estaban invitados a devolver el ejemplar si no estaban de acuerdo con sus ideas. Quedarse con el ejemplar significaba, pues, una cierta adhesión al plan. De los sesenta ejemplares que envió sólo le devolvieron seis (Ferry, 2000: 110 y 111). En 1794 envió a la convención el tercer proyecto de paz perpetua en manuscrito y en 1796 publicó «Contrat social surnomé Union francmaçone, entre tous les bons citoiens de la Republiqe Françoise e entre la meme Republiqe e toutes les Nations de la terre». El folleto finalizaba con un modelo de impreso para que los presidentes de las asambleas municipales lo enviasen al Gobierno. Gargas envió esta obra a los cuatro puntos cardinales de Francia. Pero en este momento tan inoportuno, diríamos, de la Revolución francesa, la mayoría de los lectores lo vieron peligroso y lo remitieron a la policía. Las pesquisas llevaron, como no podía ser menos, al propio Gargas, al que simplemente se le prohibió la difusión del folleto, al comprobar que no era un peligro para el Estado, pues estaba viviendo la etapa final de su vida como portero del hospital de la penitenciaría de Toulon (Ferry, 2000: 118-152).

 

Gargas se definía a sí mismo como una piedrecilla que produce una chispa y tenía un verdadero ardor por que esa chispa se convirtiese en un gran incendio de paz que consumiese a toda la humanidad. Conoce la obra de Saint Pierre, copia algunas de sus ideas y lo cita, aunque dice que su proyecto es mejor (Gargas, 1782: 39). Reconoce la personalidad de las naciones y no propone una unión en la indiferenciación. Además, habla de una dimensión verdaderamente cosmopolita, al señalar que la unión es para Europa, Asia, África y América (Gargas, 1782: II), aunque suele tener en mente principalmente a Europa. Parece que Gargas es el primero que utiliza la expresión «Nations Unies», que, esbozada en los dos primeros ensayos de 1782 y de 1785, aparecerá muchas más veces en la Memoria de 1794 y en el Contrato Social de 1796 (Gargas, 1796: 3, 6 y 7; cf. Ferry, 2000: 127).

También Bentham hizo sus incursiones por el tema de la paz y el cosmopolitismo. Escribió entre 1786 y 1789 una hoja con una nota en la que esboza con vagas indicaciones un ensayo que debería titularse Plan of universal and perpetual peace, confeccionado con ideas de algunos manuscritos de la misma época: Pacification and Emancipation, Colonies and Navy y Gabinet No secrecy.10 Bentham creyó que en general sus ideas eran practicables. En unos papeles de 1827-1830 encontramos la siguiente frase: «de la impracticabilidad del Projet de paix perpetuelle del Abbé de Saint Pierre no se puede sacar ninguna inferencia que afecte a la impracticabilidad del sistema aquí propuesto» (BL add. MS 30151, cf. Hoogensen, 2005: 100).

Sus dos temas centrales son la emancipación de las colonias y la eliminación del secretismo en los asuntos exteriores. Para Bentham, una parte importante del problema reside en la diplomacia secreta del Departamento de Asuntos Exteriores, que compromete al pueblo a luchar en guerras que no son de su interés. El producto del secreto, decía, es la guerra (Gabinet No secrecy, citado en Hoogensen, 2005: 88-90). La otra causa principal de la guerra es el mantenimiento de colonias, lo que supone la guerra contra los colonizados para mantenerlos sujetos y contra las potencias extranjeras para defender la posesión de las colonias.

Aunque Bentham le da menos importancia, en sus escritos de política internacional suele aparecer el tema de un tribunal y un parlamento común. Bentham, en Pacification and Emancipation y Colonies and Navy, abogó por la creación de un fórum internacional para la opinión pública a través de un tribunal común. El papel más importante del tribunal –se llame corte, congreso o dieta– es expresar y publicar una opinión respecto a los conflictos entre los estados, sobre todo si esas opiniones estuvieran enraizadas en argumentos universalmente conocidos y que tuvieran una probabilidad de que todos los experimentasen y los aceptasen (BL add. MS 30151; cf. Hoogensen, 2005: 100).

Un punto importante que destacar de las ideas de Bentham con respecto a las relaciones internacionales es el de la igualdad entre todas las naciones. En Projet Matiere (1786) dice: «Si un ciudadano del mundo tuviera que preparar un código internacional universal, ¿qué se propondría a sí mismo como tema? Sería la utilidad común e igual de todas las naciones» (UC XXV. 58; cf. Hoogensen, 2005: 95). Para asegurar la consecución de la mayor felicidad para el mayor número, cada soberano debería ser sabio para considerar los intereses de todos los pueblos. Esta igualdad va unida a la idea de respetar las diferencias entre las naciones y la soberanía de cada una, lo que es inconsistente con el intento de establecer una república universal, que, por tanto, no quiere Bentham (BL add. MS 30151; cf. Hoogensen, 2005: 96-99).

Jean-Baptiste du Val de Grace (1755-1794), barón de Cloots, que había nacido en una familia prusiana noble, llegó muy joven a París para educarse, e imbuido del espíritu cosmopolita y prerevolucionario parisino, se dedicó a gastar su dinero viajando por Europa y difundiendo ideas revolucionarias. Cuando empezó la revolución en París regresó y, con gusto por la teatralidad, compareció ante la Asamblea Constituyente al frente de una Embajada de la Humanidad, compuesta por 36 extranjeros, para declarar que el mundo se adhería a la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen. Renunció a su título y a su nombre, eligiendo el de Anacharsis Cloots, que rememoraba al célebre filósofo griego, viajero y crítico de las convenciones establecidas. Se autodenominó «orador del género humano». Donó dinero a la República francesa para que avanzase en la revolución. La Asamblea nacional le otorgó la ciudadanía francesa y fue elegido miembro de la convención. En 1792 publicó La République universelle ou Adresse aux tyrannicides, obra que, transida de un ferviente cosmopolitismo moral, propone la República Mundial. Realmente, la propia lógica de La Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, cree, lleva a considerar que los derechos humanos no son sólo para los franceses, sino también para todos los hombres (Anacharsis Cloots, 1980: 369).11 Ese universalismo moral es el que le lleva a un explícito cosmopolitismo político, proponiendo que todos los hombres sean ciudadanos de un único país. Para él no hay pueblos que deban tener entidades políticas independientes, pues todo el género humano pertenece a la misma nación (Anacharsis Cloots, 1980: 346 y 402). Por eso emprende una feroz crítica del nacionalismo:

Los cuerpos nacionales son el mayor azote del género humano. ¡Qué ignorancia, qué barbarie es colocarnos en diferentes corporaciones rivales, mientras que tenemos la ventaja de habitar uno de los planetas más pequeños de la esfera celeste! Al dividir el interés y la fuerza comunes, multiplicamos nuestros celos y nuestras querellas. Un cuerpo no se hace la guerra a sí mismo y el Género Humano vivirá en paz cuando no forme más que un solo cuerpo, la Nación única (1980: 337).

Ahora bien, eso, para él, no significa la indiferenciación y la homogeneización de las culturas. Por eso dice que «cada uno cultive su campo a su manera, que cada uno practique el culto que le plazca; la ley general protegerá todos los cultos y todas las culturas. Todo lo que no daña a la sociedad tendrá su pleno ejercicio» (1980: 350).

Su proyecto es bastante más radical que el de Saint Pierre, del que dice que era extraño y ridículo porque, como en todos los demás planes, no se ha entendido que la única paz posible implica que desaparezcan los distintos estados que dividen a los hombres y que todos los hombres formen parte de un único estado (1980: 347 y 372).

En un momento en el que están en efervescencia el patriotismo y el nacionalismo francés, Cloots señala a los franceses la dirección contraria: deben abandonar todo espíritu nacional y ser el germen y el centro de una república verdaderamente universal. Y como los cambios se hacen con las palabras, propone que Francia se sacrifique generosamente por la fraternidad universal renunciando a su nombre (1980: 344). Este tipo de declaraciones y su conducta en esa línea le hicieron aparecer como enemigo de la patria francesa y finalmente fue guillotinado.

Quizá el proyecto más conocido, más profundo y más interesante sea la obra de Kant Zum ewigen Frieden, ein philosophischer Entwurf de 1795.12 Valora mucho el proyecto de Saint Pierre y no le parece algo ridículo ni imposible, sino más bien algo necesario (Kant, 1994: 14). Sin embargo, le critica que pretenda llegar a esa confederación mediante la voluntad de los príncipes (Kant, 1988: 301-302). Para Kant es capital que haya un Estado republicano de derecho y que la confederación sea una voluntad de los pueblos y no de los príncipes despóticos. Esto significa que en la confederación no habrá representantes de los soberanos, sino que la federación cosmopolita será una representación de todos los pueblos del mundo. Además, Kant añade un aspecto totalmente nuevo, el derecho cosmopolita, que regula cómo los estados deben ser hospitalarios con los individuos de otros estados (Kant, 1998: 28). Así se ve cómo sortea los escollos del proyecto de Saint Pierre y añade además otra dimensión cosmopolita, que había apuntado Saint Pierre, en cuanto que considera a todo hombre como ciudadano del universo y regula la protección que todo Estado debe darle.