Víctimas y verdugos en Shoah de C. Lanzmann

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Aus der Reihe: Historia #182
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PERSONAJES APARECIDOS EN SHOAH

A continuación ofrecemos un pequeño índice con los trece personajes de Shoah más citados en las páginas siguientes y una mínima información biográfica sobre cada uno de ellos. Su adscripción obedece a un criterio meramente referencial que facilite al lector la lectura del trabajo.

SUPERVIVIENTES

Simon Srebnik. Uno de los dos supervivientes del campo de exterminio de Chelmno. Deportado desde el gueto de Lodz, fue seleccionado para trabajar en el campo de exterminio y sobrevivió a las periódicas liquidaciones. Tenía 13 años cuando fue ejecutado por sus guardianes el 18 de enero de 1945, dos días antes de la llegada del Ejército Rojo. La bala entró por su nuca, pero no tocó ningún centro vital y pudo escapar de la fosa común en la que fue enterrado. Junto con Lanzmann recorre la antigua ubicación del campo de exterminio y se reúne con los habitantes de Chelmno en la puerta de la iglesia donde eran encerrados los judíos antes de su gaseamiento.


Richard Glazar. Judío de Checoslovaquia deportado a Treblinka en octubre de 1942, tras su paso por Theresienstadt, y seleccionado para recoger, clasificar y almacenar las últimas pertenencias de los judíos conducidos al exterminio. Participó en la sublevación de agosto de 1943 y consiguió huir del campo a través de Polonia y Checoslovaquia hasta llegar a Alemania, donde sobrevivió con identidad falsa hasta el fin de la guerra. La entrevista tuvo lugar en su domicilio de Basilea.


Filip Müller fue un judío checoslovaco internado en Auschwitz en abril de 1942. A las tres semanas de su llegada fue destinado al Sonderkommando del crematorio I de Auschwitz. Cuando fueron terminadas las más grandes instalaciones de gaseamiento de Auschwitz-Birkenau fue trasladado allí para transportar los cadáveres desde las cámaras de gas al crematorio. Fue miembro del Sonderkommando durante casi tres años, hasta su evacuación del campo en enero de 1945, y sobrevivió a cinco liquidaciones de sus compañeros de trabajo. Por las vivencias que padeció y por sus excepcionales capacidades de transmisión, Filip Müller es el gran narrador de Shoah. Lanzmann lo entrevistó en un interior doméstico.


Rudolf Vbra era un judío eslovaco deportado en junio de 1942 a Auschwitz. Fue seleccionado para recuperar las pertenencias de los judíos llegados al campo de concentración. En enero de 1943, con las mismas funciones, fue destinado a Auschwitz-Birkenau. En junio de 1943 fue encargado del registro del campo BII de Birkenau, el campo de familias procedentes de Theresienstadt que no fueron enviadas directamente a las cámaras de gas y permanecieron seis meses en «cuarentena». El 7 de abril de 1944 escapó junto a Alfred Wetzler de Auschwitz. A su llegada a Eslovaquia se entrevistaron con líderes de la comunidad judía y redactaron un informe de 32 páginas sobre Auschwitz y el exterminio en marcha de los judíos húngaros. Lanzmann lo entrevistó en exteriores e interiores de Canadá.


Abraham Bomba era un judío procedente de Czestochowa, Polonia, aunque nacido en Alemania en 1913. Desde el gueto de su ciudad fue deportado a Treblinka en 1942 y seleccionado por su profesión, peluquero, para trabajar en el campo. Su trabajo consistía en cortar el pelo a las mujeres antes de la entrada a la cámara de gas. Tras su fuga del campo regresó a Czestochowa, donde fue apresado y conducido a un campo de trabajos forzados hasta que fue liberado por el Ejército Rojo en 1945. El personaje es entrevistado en dos sets: una soleada terraza con el Mar Rojo de fondo y una peluquería de Holon, en Israel.


VERDUGOS

Joseph Oberhauser, nacido en Múnich en 1915, fue adjunto de Christian Wirth, inspector de los tres campos de exterminio de la Aktion Reinhardt (Sobibor, Belzec y Treblinka). Participó en la Aktion T4 –cuyo objetivo fue la eliminación física en centros médicos de todos los enfermos incurables, personas con taras hereditarias, etc.− desde donde fue trasladado a la Aktion Reinhardt. Un tribunal soviético en Alemania Oriental lo condenó a quince años de cárcel por su participación en la T4. Liberado en 1956, sería en 1965 uno de los ocho acusados en el juicio contra la guardia de Belzec. Condenado a cuatro años y medio, cumplió únicamente la mitad. Lanzmann intentó interrogarlo en la cervecería de Múnich en la que trabajaba sin obtener ninguna respuesta.


Walter Stier, exmiembro del partido nazi y jefe de la oficina 33 de la Reichsbahn, ferrocarriles del Reich, era el responsable de los horarios de todos los trenes especiales que circulaban por Polonia. Todos los judíos conducidos a los campos de exterminio fueron deportados en trenes especiales. Stier fue objeto de varios intentos de acusación, pero siempre pudo evitar a la justicia huyendo a Damasco. En el momento de la entrevista ya estaba fuera del alcance de la justicia y residía en Fráncfort. La filmación se hizo sin su consentimiento con cámara oculta.


Franz Suchomel, alemán de los Sudetes y sastre de profesión, entró a trabajar en la sección fotográfica del Aktion T4 (1940-1942) y transferido a la Aktion Reinhardt. Destinado en Treblinka, fue el responsable del taller de sastrería y de los judíos del oro, encargados de la recuperación del dinero y objetos preciosos. Condenado en el juicio contra la guardia de Treblinka a siete años de cárcel, solo cumplió cuatro. Prestó su testimonio para el libro de Gitta Sereny Into that Darkness, y aceptó, a cambio de dinero, ser entrevistado por Claude Lanzmann. No aceptó ser citado ni filmado, por lo que Lanzmann lo filmó con cámara oculta en marzo de 1976 en un hotel de Braunau am Inn (Austria).


TESTIGOS POLACOS

Henrik Gawkowski era ayudante de maquinista polaco antes de la invasión alemana. Durante los años 1942 y 1943, tiempo en el que estuvieron operativas las cámaras de gas, condujo trenes desde Bialystok y Varsovia hasta la pequeña estación ferroviaria de Treblinka y también, desde ahí, hasta la rampa del centro de exterminio situada a unos seis kilómetros. Además de ser entrevistado en su casa, condujo una máquina de vapor alquilada hasta la estación de Treblinka.


Jan Karski era un diplomático polaco que ingresó en la resistencia tras la ocupación alemana. Como correo entre el gobierno polaco exiliado en Londres y la resistencia, se entrevistó en 1942 con dos líderes de la comunidad judía. Tras dos reuniones en las que le transmitieron sus informaciones y demandas, los representantes judíos lo introdujeron en dos ocasiones en el gueto de Varsovia y lo condujeron a un campo de exterminio o de tránsito. La filmación tuvo lugar en su despacho de Nueva York.


Czeslaw Borowi. Campesino polaco nacido en 1923. Vivió desde su nacimiento hasta el momento de ser entrevistado en una casa junto a las vías del tren donde se detenían los convoyes a su llegada a Treblinka. La filmación de su testimonio tiene lugar en los terrenos colindantes a su casa desde donde se divisan todavía los trenes.


OTROS

Raul Hilberg nació en Viena en una familia judía polaco-rumana de clase media. Con 13 años, en 1939, emigró a Estados Unidos huyendo de los nazis. Inició estudios de Química antes de ser llamado a filas. En el ejército fue destinado al War Documentation Department y examinó numerosos archivos en Europa. Acabada la guerra, estudió Ciencias Políticas e inició su doctorado bajo la supervisión del profesor Franz Neumann. Leyó su tesis doctoral en 1955 con el título The Destruction of European Jews, sin embargo, no sería publicada hasta 1961 por el escaso interés en la materia y la extensión de la obra. Con sus más de mil páginas, el libro sigue siendo el estudio de referencia para el exterminio de los judíos de Europa. Lanzmann siempre mostró un profundo reconocimiento a su gran autoridad en la historia del Holocausto. A su vez, Raul Hilberg dedicaría uno de sus últimos libros al cineasta. Las entrevistas tuvieron lugar en la casa del historiador en Burlington, un suburbio de Vermont, Estados Unidos.

 

PRECISIONES AL USO DE REFERENCIAS

Shoah es una película cinematográfica, concebida para ser proyectada en dos únicas partes con un descanso entre ambas, tras las primeras 4 horas y 21 minutos, que separa el «premier film» del «deuxième film». Sin embargo, resulta impensable el presente y futuro de la obra sin su versión videográfica. La película podrá volver a las salas cinematográficas en ocasiones solemnes, pero su visionado es y será en reproducciones domésticas. Además de la adaptación de la obra a los nuevos medios y costumbres de visionado, el análisis sería inconcebible sin la comodidad y posibilidades que ofrece la versión en DVD editada con la supervisión del propio director. Esta versión ha sido editada en cuatro discos y las cesuras están de acuerdo con el criterio del director. Los dos primeros discos recogen la primera parte de la obra, nombrada «premier film», y el tercero y cuarto el «deuxième film». Para nuestro estudio hemos seguido los criterios de la edición española en DVD, editada en 2009 por Filmax, porque respetan la voluntad del creador, posibilitan el análisis y facilitan la consulta del lector. No obstante, en el texto que ofrecemos al lector hemos mantenido el formato original y hemos ubicado las secuencias analizadas haciendo referencia a la primera parte, «premier film», o la segunda parte, «deuxième film».

De entre la variedad de testimonios ofrecidos por Shoah, la primera y más audible pluralidad resulta de la multitud de lenguas que se dan cita en la banda sonora. Yidis, polaco, hebreo, alemán, inglés, italiano y francés son las lenguas que concurren en la película y el montaje las ha ofrecido sin restar un ápice a su heterogeneidad. Los testimonios en su lengua original son preservados y al espectador se le ofrece una traducción simultánea de una intérprete de las declaraciones en yidis, polaco, hebreo o subtítulos para las entrevistas en inglés, alemán e italiano, siendo siempre el francés la lengua de la obra. Igualmente, fue el director quien editó el mismo año de su estreno los diálogos de la película en francés con el fin de fijar un texto para su lectura.1 Ni la transcripción publicada que tradujo todos los testimonios al francés ni la traducción simultánea de los intérpretes ni los subtítulos contenidos en la película recogen todos los matices y riquezas del testimonio oral en su lengua original, pero la comprensibilidad a la que aspira la obra impone la fijación de un texto. Todas las citas a las entrevistas que hemos recogido en este trabajo han seguido fielmente el libro citado. Únicamente hemos intervenido en la disposición tipográfica del texto. En un esfuerzo no muy logrado, la escritura en versículos y la separación en párrafos del libro editado por el propio director pretendían dar una representación gráfica de la escansión del discurso oral. Nuestra reproducción no ha seguido esta disposición, que no conseguía transmitir las particularidades del discurso oral, para evitar la extensión de las citas. Hemos intentado reflejar en el análisis de la película los silencios y ritmos de las alocuciones, aunque, claro está, la riqueza solo resulta apreciable en el visionado de la obra. Aquí hemos ofrecido nuestra propia traducción al español de todas las citas, tomando como texto de partida la versión en francés publicada por el director.

En ocasiones hemos contrastado el montaje ofrecido en la película de algunas entrevistas con las transcripciones íntegras de las que se sirvió el director para ordenar el montaje de la obra. Todas las transcripciones se encuentran disponibles en la web del United States Holocaust Memorial Museum. La página web es ejemplar en muchos aspectos y de su formidable tarea destacaremos únicamente tres que han sido fundamentales para nuestro trabajo: el escaneado de las transcripciones con las que trabajó Lanzmann, llenas de sus notas e indicaciones, la traducción de todas al inglés y su acceso fácil y completamente libre para cualquier interesado. Sin esta primorosa custodia de los materiales y voluntad de difusión nuestro trabajo se hubiera visto muy mermado. A través de un índice, la página permite la consulta y descarga en formato PDF de todas las entrevistas. Para no introducir engorrosas citas a las direcciones web de cada una de las entrevistas, citamos aquí el vínculo al índice de todas ellas, llamado «Claude Lanzmann Shoah Collection», desde el que se puede descargar cualquiera con un simple clic: <http://www.ushmm.org/online/film/search/result.php?titles=Claude+Lanzmann+Shoah+Collection>.

1 Apuntemos que Lanzmann desautorizó la traducción inglesa de esta edición publicada también en 1985 con el título «Shoah»: An Oral History of the Holocaust.

PRIMERA PARTE VÍCTIMAS

«Hoy en día la referencia europea por excelencia ya no es el bautismo. Es el exterminio… la recuperación de la memoria del exterminio de los judíos europeos se ha convertido en la auténtica definición y garantía de la restaurada humanidad del continente». Con estas rotundas palabras, Tony Judt (2005: 803-804) expresa una de las constantes de nuestra cultura moderna, no únicamente limitada al continente europeo: el Holocausto se ha convertido en el relato moral por excelencia de finales del siglo XX y principios del XXI. La principal razón no es otra que la enormidad de la barbarie nazi. Cuantitativa1 y cualitativamente el judeicidio es la envenenada herencia del Occidente moderno. En palabras de Kertész (2002: 56),

… Auschwitz ha llegado a ser lo que es en la conciencia europea: un símbolo universal que lleva el sello de lo perdurable, que encierra en su mero nombre todo el mundo de los campos de concentración nazis y la conmoción del espíritu universal ante ellos, y cuyo escenario elevado a un plano mítico debe conservarse para que puedan visitarlo los peregrinos como visitan, por ejemplo, el Gólgota.

Desde las primeras consideraciones de los filósofos, especialmente de los pensadores judeo-alemanes exiliados de la Escuela de Fráncfort (Traverso, 2001: 43-45), en la década de los cuarenta del pasado siglo hasta la actual omnipresencia en planes pedagógicos, museos, lugares de peregrinación, recuperación de la memoria, discurso político… el Holocausto se ha convertido en una de las experiencias centrales del mundo moderno.

La permeabilidad que existe en la época actual entre la alta cultura y la cultura popular, además de las particularidades del exterminio nazi y la globalización de los discursos, ha propiciado que la persecución y asesinato de los judíos europeos se haya constituido en la industria cultural dominante del último tercio del siglo XX y los inicios de XXI (Cole, 1998; Finkelstein, 2002). No hay ningún tema, ambientación o justificación tan generalizado en las distintas expresiones culturales de nuestro tiempo, desde la elevada reflexión filosófica hasta el masivo turismo de lugares del horror, que pueda competir con la omnipresencia del Holocausto. Punto nuclear de la crítica radical de los principios modernos que han regido en Occidente y aderezo banal de cualquier producto mediático carente de pretensiones distintas al éxito masivo, las paradójicas formulaciones del Holocausto han permeado nuestra cultura durante las últimas décadas.

Por las certezas morales que destila, por sus posibilidades melodramáticas de empatía con las víctimas y rechazo de los verdugos, el exterminio de los judíos europeos ha nucleado una nueva cultura en la que ha emergido una figura de referencia: la víctima. También, cómo obviarlo, porque las manifestaciones de la barbarie posteriores al exterminio del pueblo judío han puesto de relevancia el modelo nazi: amenaza de aniquilaciones masivas de población por medios técnicos, limpiezas étnicas, preponderancia de las víctimas civiles en las nuevas guerras irregulares o asimétricas (guerrillas, terrorismo), etc. Como escribe Vicente Sánchez-Biosca (2011: 6), «la nuestra no es época de héroes, sino de víctimas» y aunque es probable que el tiempo de los héroes sucumbiera con alguna anterioridad al proyecto genocida nazi, no cabe duda de que las primeras formulaciones de la nueva época son perfectamente rastreables en la invisibilidad, primero, posterior indecisión y polémicas generadas, hasta la actual entronización de la víctima judía. Shoah no será ajena a este proceso, sino que se enmarcará en él y hará su propia aportación.

1 Aunque la historia del siglo XX debe asombrarse de cómo la política asesina estalinista ha desempeñado un papel tan insignificante en el discurso de la memoria moral del continente. Para una comparación de las dos ideologías totalitarias y asesinas, véase Furet y Nolte (1999).

CAPÍTULO I

GENEALOGÍA DE LA REPRESENTACIÓN DE LA VÍCTIMA JUDÍA

INMEDIATA POSGUERRA (1945-1960)

La invisibilidad de la víctima judía

El asesinato de alrededor de seis millones de judíos por el régimen nazi era un hecho conocido y aceptado pocos meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial (Judt, 2005: 84), por lo que su escasa visibilidad en aquellos momentos no podía deberse al desconocimiento, sino a que las potencias vencedoras promovieron unos discursos atentos a sus intereses, los cuales casaban mal con la singularidad del exterminio. En los cargos presentados en Núremberg contra los grandes criminales de guerra, la acusación por la novedosa etiqueta de crímenes contra la humanidad recayó en el fiscal francés François de Menthon. Que los fiscales de las principales potencias –Reino Unido, Unión Soviética y Estados Unidos– se ocupasen de otros cargos contra los criminales nazis, así como la nula referencia del fiscal francés a las deportaciones o exterminio de los judíos,1 explicita la intrascendencia penal concedida al programa exterminador nazi en Núremberg (Wieviorka y Lindeperg, 2008: 24-25). Resulta revelador2 de la aceptación de este conocimiento y de la infravaloración del plan genocida nacionalsocialista que Rudolf Hoess, comandante de Auschwitz entre 1940 y 1943, fuera citado a declarar en Núremberg como testigo de la defensa de Ernst Kaltenbruner, segundo en el escalafón SS detrás de Heinrich Himmler.3 El colofón de esta escasez de consecuencias penales por la aniquilación de los judíos europeos lo encontramos en un juzgado del Fráncfort de 1955 con la declaración de inocencia del Dr. Peters, director general de la compañía que proveía del Zyklon-B a las SS, sustentada en las «insuficientes» pruebas de que dicho gas fuera utilizado para el asesinato de los deportados en las cámaras de Auschwitz.

Las víctimas judías eran incluidas en el cómputo total y acomodadas al relato de cada una de las potencias vencedoras. En ningún caso era reconocida su especificidad como consecuencia de una política racista, ya que dicho argumento resultaba muy poco rentable para los distintos discursos articulados sobre especificidades locales. Los países ocupados por los nazis las contabilizaron entre sus víctimas –aun cuando muchas de ellas no gozasen de estatuto de ciudadanos con plenos derechos por la política antisemita4 anterior a la guerra– y fueron integradas en un relato de sufrimiento nacional o resistencia heroica al invasor.

La inclusión de las víctimas judías en los cómputos nacionales no fue fruto de la posguerra, sino que ya las primeras informaciones sobre las matanzas se adaptaron al molde nacional más conveniente a la coyuntura, primero a la propaganda bélica5 y, posteriormente, a la propaganda política de la Guerra Fría. El Holocausto empezó a principios de julio de 1941 en la Unión Soviética, con los fusilamientos indiscriminados de todos los judíos,6 mujeres y niños incluidos, y las primeras informaciones llegaron pocos días después a las autoridades soviéticas. Contrariamente a lo aceptado durante años, estas fueron difundidas ampliamente en prensa, radio y noticiarios cinematográficos. El 24 de agosto, el famoso actor y director teatral del teatro yidis de Moscú, Solomon Mijoels, leyó un discurso en la radio estatal dirigido a los judíos del mundo. Dicho discurso sería publicado ampliamente por la prensa y la lectura radiofónica sería filmada e incluida en el noticiario cinematográfico soviético Soiuzkinozhurnal, del 30 de agosto. El análisis de Jeremy Hicks de esta primera noticia sobre el Holocausto nos ofrece la pauta que marcaría la adaptabilidad del acontecimiento a las narraciones nacionales:

 

En su discurso, Mijoels describió a los judíos soviéticos como resistentes, vinculando tal condición a la influencia de la cultura soviética. Pero la insistencia en su identidad judía fue todavía mayor que en su activa resistencia. Este énfasis dual sugiere que su discurso no solo se dirigía al mundo judío internacional, sino también a los judíos soviéticos. De hecho, esta tensión entre estos dos públicos caracterizó las acciones emprendidas por Mijoels y otros durante la guerra, especialmente tras la formación del Comité Judío Antifascista, en febrero de 1942. Una muestra bien temprana de este conflicto la encontramos en el estreno de la filmación de su discurso, cuyo montaje solo hizo un llamamiento a la comunidad judía internacional de oposición y resistencia contra el nazismo y evitó la inquietante apelación a los judíos soviéticos para resistir en tanto que judíos (Hicks, 2012a: 45).

Un proyecto editorial refleja como ningún otro ejemplo las tensiones, la divulgación internacional y el enmudecimiento total en la inmediata posguerra de las víctimas judías en la Unión Soviética. Los intentos del Comité Judío Antifascista (CJA) por destacar la singularidad del exterminio de los judíos, la cierta tolerancia inicial con que fueron vistos y aprovechados desde Moscú y la posterior y brutal negativa a cualquier disensión de la unidad nacional y política promovida por los órganos de propaganda oficiales son los cabos que explican el embrollado proceso de publicación de El libro negro.7

La idea original de dicho libro pertenece a Albert Einstein y al Comité de Escritores Judíos de Estados Unidos, quienes a finales de 1942, alarmados por las noticias que llegaban de la aniquilación nazi de la población judía europea, se dirigieron al CJA con la propuesta de una recopilación de materiales y testimonios de las matanzas realizadas en el territorio soviético invadido por el ejército alemán. La propuesta no tuvo respuesta hasta la gira por Estados Unidos de Solomon Mijoels, presidente del CJA, en el verano de 1943. La aprobación necesitó de la autorización de Moscú, pues el Comité estaba subordinado al Buró Soviético de Información y todas las cuestiones de cierta trascendencia debían ser previamente aprobadas por la Dirección de Propaganda y Agitación del Comité Central del Partido Comunista Panruso.

Desde sus primeros pasos, el destino del proyecto quedaba supeditado a los intereses que la política estalinista ponía en juego en el tablero nacional e internacional. Este acuerdo no implicaba que hubiese una publicación del libro en la URSS, sino simplemente que el CJA fuera autorizado a recopilar los materiales y a colaborar con los editores norteamericanos. Las tareas recayeron en la Comisión Literaria del CJA, dirigida por Ilyá Ehrenburg. Un informe de septiembre de 1944 de Ehrenburg especifica que

el libro contendrá los relatos de los judíos que consiguieron sobrevivir, los testigos de los crímenes, las órdenes emitidas por los alemanes, los diarios y declaraciones de los verdugos, las notas y diarios de quienes consiguieron esconderse. No se trata de publicar una colección de informes o actas, sino de recoger los vivos testimonios que mostrarán la hondura de la tragedia (Ehrenburg y Grossman, 2011: 14).

Quedaba claro que su proyecto no se limitaba a la recopilación de documentos solicitada desde Estados Unidos y que el informe a las altas instancias pretendía obtener el apoyo para su publicación en ruso. Surgían así dos proyectos, el norteamericano, que pretendía recoger todas las atrocidades cometidas contra los judíos en Europa, y cuyos materiales provistos por el comité solo harían referencia a las acaecidas en suelo soviético, y el de Ehrenburg, que solo recogía los crímenes que tuvieron por escenario la Unión Soviética, pero que iría acompañado por dos volúmenes más, dedicados a los judíos que lucharon en el Ejército Rojo y en las guerrillas antifascistas, respectivamente.

Sin duda, el esfuerzo bélico titánico que se libraba era propicio para establecer vínculos internacionales y fomentar la resistencia contra el invasor, incluso a costa de resaltar grupos específicos poco acordes con la homogeneidad nacional y política deseada en Moscú. En esta coyuntura, el CJA llegó a un acuerdo con el Consejo Mundial Judío para que cada una de las partes se ocupara de la recopilación e intercambio de materiales con vistas a la publicación en distintas lenguas. El interés de la cúpula política soviética en el proyecto residía en su carácter plurinacional y sería el causante de la ruptura entre la Comisión Literaria presidida por Ehrenburg, comprometida con la publicación nacional de los testimonios que destacaban la especificidad judía, y el CJA.

En octubre de 1944 el CJA envió, sin conocimiento previo de la Comisión Literaria, 552 páginas del material recopilado en la URSS a un comité editorial internacional, presidido por Nahum Goldmann y B. Z. Goldberg, por exigencia del embajador soviético en los Estados Unidos, A. Gromyko. La cuestión fue zanjada el 28 de mayo de 1945 con la creación de un nuevo comité editorial compuesto por miembros del CJA y el Buró Soviético de información. Apartado Ehrenburg, fue Vasili Grossman, quien había trabajado con anterioridad en el libro, el encargado por el nuevo comité de continuar con los trabajos y unificar en un solo libro los dos proyectos, el documental y el literario.

La publicación del libro parecía próxima y se enviaron copias del manuscrito a numerosos países, pero todo se detuvo en el primer invierno de posguerra. La razón no fue otra que el avance de la edición norteamericana de los documentos enviados, cuyo prólogo, escrito por Albert Einstein, e introducción motivaron la negativa del CJA a compartir la coedición. Los motivos del desencuentro eran la inconveniencia de la petición de mecanismos internacionales para defender a las minorías nacionales dentro de los países, la reivindicación del pueblo judío de haber sido porcentualmente el más castigado por el nazismo y la exigencia judía de ser tratados como una nación en el panorama de posguerra. Pese a este primer tropiezo, el CJA confiaba en tener muy pronto la impresión de El libro negro en ruso, incluso Mijoels soñaba con una edición en yidis.

Antes de materializar ese sueño, se acometió una revisión del texto en la que se suprimieron los pasajes en los que «los autores señalaban la autoconciencia de los judíos y las digresiones que buscaban subrayar las características propias del pueblo judío» (Ehrenburg y Grossman, 2011: 29). El libro ya estaba en imprenta en noviembre de 1946 y el Presídium del CJA envió una carta con el ruego de agilizar la publicación a Zhdánov, secretario del Comité Central del Partido Comunista, quien solicitó una copia íntegra del libro y delegó en la Dirección de Propaganda y Agitación la redacción de un informe.

Redactado por F. F. Alexándrov el 3 de febrero de 1947 concluía improcedente la publicación del libro. Su primer argumento en contra fue el envío de copias del manuscrito a diversos países sin autorización del Negociado de Propaganda, de especial gravedad se consideraba la cesión del manuscrito a los Estados Unidos,8 pero nuestro interés se centra en el ataque al contenido del libro:

Más adelante Alexándrov comenta el texto de El libro negro y considera que «ofrece una imagen engañosa del verdadero carácter del fascismo», porque genera la impresión de que «el único objetivo del ataque de los alemanes a la URSS fue el exterminio de los judíos». Tras anotar una minuciosa relación de testimonios recogidos en el libro de judíos que escaparon de la muerte haciéndose pasar por rusos, ucranianos, etc., Alexándrov llega a una paradójica conclusión: El libro negro constituía una falsificación de la historia, en tanto ocultaba los crímenes perpetrados por los nazis contra ciudadanos de otras nacionalidades (Ehrenburg y Grossman, 2011: 26).

Un intersticio entre las distintas instancias que debían aprobar la publicación permitió, pese al informe negativo, proseguir los trabajos de impresión hasta el 7 de octubre de 1947. El certificado emitido por la Dirección de Propaganda y Agitación del Comité Central del Partido Comunista Panruso decía lo siguiente: «La Dirección de Propaganda ha examinado el contenido de El libro negro y ha detectado la presencia en él de graves errores políticos. La Dirección de Propaganda no ha aprobado la publicación del libro en 1947. Por lo tanto, el libro no puede ser impreso» (Ehrenburg y Grossman, 2011: 27-28). El 15 de noviembre de 1947 la imprenta puso a disposición del CJA los pliegos ya impresos. El libro no vería la luz en su versión rusa hasta la década de los noventa,9 pero todavía continuaría siendo el hilo de una represión creciente de la especificidad judía. Por orden directa de Stalin, Solomon Mijoels fue asesinado en Minsk en enero de 1948; a finales de ese mismo año se disolvió el Comité Judío Antifascista y fueron arrestados algunos de sus miembros más distinguidos; las condenas a muerte llegarían tras los juicios de agosto de 1952. La mención de El libro negro antecedería a muchas de estas sentencias, según el testimonio de Ehrenburg (Ehrenburg y Grossman, 2011: 28).

Si la línea oficial soviética optó por el acallamiento de testimonios y documentos sobre las especificidades de la víctima judía, la descarada manipulación fue el método seguido para que las imágenes de las víctimas ilustrasen su propaganda. El encuentro de las cámaras con las víctimas no supuso el reconocimiento de la característica diferenciadora del genocidio.10