Formas dignas de co-existencia

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La emergencia de la dignidad como categoría social: formas dignas de co-existencia

Es innegable que los discursos desarrollistas contemporáneos, que provienen de las corrientes emancipadoras del Sur —donde, en algunos casos, se enmarca el buen vivir—, han permitido fortalecer y contener en varios escenarios este tipo ideal, este deber ser del buen vivir. Estamos refiriéndonos a ese enfoque antipatriarcal, antiimperialista, anticolonial. Estas lógicas merecen ser revisitadas, merecen ser cuestionadas en el buen sentido, teniendo en cuenta que muchos de sus argumentos o de sus formas de legitimación dependen de la presencia de otro, el otro que se vuelve el culpable; sin ese culpable, la víctima no existe. Y si bien podríamos dar toda una disertación desde la teoría política sobre estas relaciones de poder, de tantas formas de prolongarlas —a veces, de manera inconsciente—, por ahora es más valioso tener en cuenta que el referente de las formas dignas de co-existencia no se liga, no se vincula, a este tipo de enfoques, no entra en ese juego de poder, de resistencia, por las cuales se adoptan dichos enfoques para validar y legitimar una lucha social o una postura política.

Las formas dignas de co-existencia resultan de la construcción colectiva entre organizaciones sociales y académicos, quienes a través de la Cátedra Unesco de Desarrollo Integral sostenible venimos trabajando y procurando generar vínculos de conectividad entre el campo y la ciudad, la comunidad y la ciencia. De estas discusiones surgen las formas dignas de co-existencia como categoría social, al indagar sobre el sentido que tienen en Colombia el discurso desarrollista y la narrativa del buen vivir, así como tiene sentido en Bolivia o en Ecuador, y su instrumentalización a través de sus cartas políticas.

En nuestro país, la discusión del sentido de la aplicabilidad de la idea del buen vivir es aún muy precaria. Eso responde a varios factores. Uno de ellos, podría decirse, es la escasa consolidación de la nación colombiana con principios orientadores claros y con un sistema ético de valores con la contundencia suficiente y fortalecido para que las ideas —como lo son las formas de vivir bien en un territorio compartido, de generar condiciones favorables para que cada ser en el territorio colombiano pueda gozar de un ambiente sano, de un buen trato y de una estructura de gobierno que se ocupe de garantizar la estabilidad y la flexibilidad necesarias— sean capaces de materializarse en pro de un Estado armonioso coherente y justo para todos.

Además, así como no se ha dado una discusión profunda y juiciosa sobre el discurso desarrollista convencional —ese que viene acompañado de un sistema neoliberal capitalista que responde a una aparente hegemonía establecida, sobre todo, en este continente americano—, tampoco se han dado discusiones sobre asuntos, al parecer mejor entendidos o más cercanos a lo que sería eso de vivir dignamente en la diversidad y la complejidad de los territorios colombianos.

Apartándonos de la dualidad constante entre lo bueno y lo malo, la primera invitación que se hace, a partir de esta categoría de las formas dignas de co-existencia, es, específicamente, romper con la necesidad de calificar alguna cosa como buena o mala. Este modo de vivir dignamente es el mínimo de requisitos para existir en un territorio compartido, y esa primera precisión responde a varios espacios de intercambio de saberes que se han venido generando desde 2015 en Colombia, y que desde una mirada crítica y reflexiva procuran —o, mejor, provocan— la indagación sobre las formas y las lógicas por las cuales tomamos decisiones, generamos ciertas transformaciones o no; de nuevo, con el propósito de existir de una manera digna allí donde cada quién quiere ser y quiere estar.

Para quienes desde su vida cotidiana viven mediante buenas prácticas y co-existencias, la importancia de indagar sobre estas formas dignas de co-existencia reside en visibilizar —y, por tanto, reconocer— que las alternativas prácticas al desarrollo no necesariamente surgen de los gobiernos, sino que cada vez más comunidades y colectivos de personas han reflexionado en torno al cuidado de sí mismos, del otro y de la tierra como estrategia idónea para transformar de forma positiva la relación con el territorio. Así, muchos procesos y comunidades identifican el buen vivir como un discurso desarrollista alternativo, y sus expresiones en la praxis cambian según cada comunidad que lo vive y lo experimenta, pero no existe claridad frente al concepto, debido a la mitificación narrativa y el abuso conceptual.

Arturo Escobar insiste en que los movimientos sociales y las luchas contra el desarrollo pueden contribuir a la formación de núcleos de relaciones sociales problematizadas en torno a las que pueden surgir novedosas producciones culturales “[…] vale decir, la aparición de nuevas reglas para la formación de afirmaciones y visibilidades […] ello puede implicar o no nuevos objetos y conceptos; puede estar marcado por la reaparición de conceptos y prácticas hace tiempo descartadas […]” puede ser un proceso lento, pero también puede ocurrir con relativa rapidez (Escobar, 2012)7.

Dentro de nuestras discusiones surgen dos variables que confluyen en la categoría que aquí proponemos como formas dignas de co-existencia: 1) la dignidad, como derecho inalienable y búsqueda final, como mínimo óptimo, y 2) la co-existencia, que define el desafío de vivir en medio de la realidad múltiple, desafiante, cambiante y compleja de Colombia.

A partir de esto, hemos definido las formas dignas de co-existencia como estrategias implementadas desde las comunidades de base para propiciar y mantener una vida digna y un ambiente sano en el territorio. Esta categoría también responde a la búsqueda de una mejor comprensión de los procesos territoriales y en procura de dar soluciones a diversas problemáticas ligadas a la sostenibilidad de los ambientes urbano-rurales. Nuestros principales enfoques investigativos como Cátedra Unesco e investigadoras provienen del marco socioambiental y de la agroecología, en los cuales confluyen la necesidad de acercarse al sistema ecológico y a la dimensión cultural (relación sociedad-naturaleza), para entender las interacciones entre ambas dimensiones e implementar prácticas acordes con ellas. Enfoques que, desde luego, permean esta categoría emergente, y que también propenden por ayudar al esclarecimiento de estas búsquedas y propuestas.

Deconstruimos, pues, el desarrollo para darles espacio a las formas dignas de co-existencia, que, creemos, han existido desde siempre y son las que nos permiten resistir y re-existir, pese a los desastres, las guerras y las injusticias que, en nombre del desarrollo, el progreso o el éxito, se han venido forjando en las sociedades.

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Notas

1 Profesora, Universidad Nacional de Colombia. Investigadora, Instituto de Estudios Ambientales. ZEF, Universität Bonn. Bogotá, Colombia. jcepedav@unal.edu.co

2 Profesora e investigadora, Universidad del Rosario. Bogotá, Colombia. nathaly.jimenez@urosario.edu.co

3 Dentro de las más recientes interpretaciones de la hibridación, Jan Nederveen Pieterse considera que la hibridación se refiere a la mezcla de fenómenos que son considerados diferentes o separados. Así, la hibridación se refiere a procesos con referencias cruzadas. “La hibridación funciona [...] como parte de una relación de poder entre el centro y el margen, la hegemonía y la minoría, e indica una difuminación, desestabilización y subversión de esa relación jerárquica” (2009, p. 78).

4 El tejido que recrea la narrativa del buen vivir en los países latinoamericanos es un llamado a que se consideren alternativas todas aquellas expresiones y prácticas que, dentro de un universo heterogéneo de tendencias, se caracterizan por ser las portadoras de un nuevo imaginario poscapitalista fundado o en proceso de fundación.

5 Esteban Gallego Restrepo (2018). Ponencia sobre fortalecimiento de sistemas agroalimentarios-Alianza por el Buen Vivir (III Foro para Ciudades Sostenibles, abril de 2018).

6 La contrademocracia, o alterdemocracia, no significa ir en contra de la democracia: se trata, más bien, de una propuesta desde la ciencia política para entender el ejercicio democrático más allá de la representación o de la simple participación electoral. Se trata de que el ciudadano se empodere y se apropie de las formas de trabajo no convencional que promueven escenarios de denuncia, implicación e intervención, necesarios para la transformación de condiciones desfavorables.

7 Escobar precisa además que “el proceso de deconstruir el desarrollo es, sin embargo, lento y doloroso, y no existen soluciones o recetas fáciles”. También nos recuerda que “desde Occidente es mucho más difícil percibir que el desarrollo es al tiempo autodestructivo y que está siendo desmontado por la acción social, aunque continúe destruyendo a la gente y la naturaleza” (2012, p. 295).

Capítulo 2
Enfoque teórico y propuesta conceptual-metodológica: el enfoque sociopolítico de la agroecología en las formas dignas de co-existencia
Nathaly Jiménez Reinales1 Juliana Cepeda Valencia2
Resumen

El enfoque sociopolítico de la presente propuesta surge tanto de la aproximación constructivista, pragmática y reflexiva como de un ejercicio de transgresión de la ciencia política donde se estimula la comprensión de las luchas de poder y la esencia de la política desde un lugar no convencional. Así, buscamos enriquecer la apuesta de la agroecología a través de este enfoque, el cual responde al llamado a visibilizar y reconocer los constructos sociales que las comunidades, en gran parte provenientes de la agricultura familiar, campesina y comunitaria, han venido configurando en el territorio.

Palabras clave: dignidad, co-existencia, sociopolítica, pragmatismo, actor-red, buen vivir

Abstract

The socio-political approach of this proposal emerge from the constructivist, pragmatic and reflective approach, and from an exercise of transgression in political science where the understanding of power struggles and the essence of politics is stimulated from a place non-conventional. Thus, we seek to enrich the bet of agroecology through this approach that responds to the call to make visible and recognize the social constructs that the communities, largely from family, peasant and community agriculture, have been shaping in the territory.

Keywords: dignity, co-existence, socio-politics, pragmatism, red actor, good living

Introducción

El pragmatismo (la acción haciéndose) proporciona, entre otros, una disposición reflexiva que permite entender la presencia y la interacción de todos los seres humanos y no humanos (Latour, 2005) que co-existen en un entorno dado procurando ser parte activa de la construcción colectiva, tal como lo señala Fals Borda al referirse a la práctica de investigación-acción-participativa (IAP), la cual

[…] implica que el investigador (profesor, instructor, ‘maestro’, docente, activista, ‘dirigente’, etc.) se involucre con las comunidades en un proceso de auto-reconocimiento de la vida individual y colectiva de las personas y comunidades comprometidas con el ‘proceso de conocimiento, acción transformadora y auto-organización’. (Fals Borda, 1980, p. 149)

Además, permite aproximarse a lo que Bruno Latour menciona acerca de la hibridación en el momento en que pretendemos describir una situación en la que estamos imbricados: “híbridos nosotros mismos, instalados en el interior de las instituciones científicas, medio ingenieros, medio filósofos” (Latour, 1993); también, lo que Dana Haraway (1984) ha llamado cybord: como un híbrido entre máquina y organismo, una criatura de realidad social y también de ficción.

Ese llamado a re-generar, re-crear o re-inventarse formas de dignificar y compartir la existencia en medio de cambios climáticos, condiciones desfavorables y pocos espacios para coincidir con otros sectores sobre la necesidad de colaboración antes que de competencia es el que nos motiva a proponer este enfoque híbrido, no solo disciplinar, sino flexible en las articulaciones, como redes, como esporas, que, siguiendo la recomendación de Latour (2005), deben desarrollarse concretamente en un plano dado, con la meta de rastrear conexiones a través de varios marcos de referencia.

Las formas dignas de co-existencia, como categoría social, surgen de una primera indagación sobre el sentido que tiene en Colombia la narrativa del buen vivir. Partiendo de un primer indicio construido colectivamente con varias comunidades y organizaciones de base en el Cauca (2018), esta categoría alude a las formas de vivir bien en un territorio compartido, de generar condiciones favorables para que cada ser en el territorio pueda gozar de un ambiente sano, de un buen trato y de una estructura humana y ecológica que se ocupe de garantizar la estabilidad y la flexibilidad necesarias, de manera que se logre materializar un ejercicio político armonioso, coherente y justo para todos.

Como se planteó en el capítulo 1, la degradación del discurso desarrollista traducido en una producción y un consumo excesivos que maltrata toda forma de vida en la Tierra, así como la respuesta de la agroecología que queremos fortalecer desde el enfoque sociopolítico, nos invita a partir de lo siguiente:

La agricultura como ciencia, práctica y política pública ha sido uno de los mayores motores de homogeneización en todos los ámbitos, y, por tanto, generadora de problemas ambientales, destrucción de hábitats, cambios irreversibles en los ciclos del nitrógeno y el fósforo y calentamiento climático, sin mencionar, además, las múltiples crisis sociales; todo ello, consecuencia de una agricultura sin contexto, homogénea y homogeneizante.

Aquí es donde reside el valor de las agriculturas alternativas —y, en especial, de la agroecología—, que parten, precisamente, de la necesidad de entender la complejidad del entorno y sus múltiples interacciones, para así generar una propuesta productiva que produce alimentos, pero, a su vez, respeta la diversidad biológica y cultural. Así, buscando entender principios, y no establecer recetas, siendo flexibles y autónomas, estas agriculturas proponen un habitar diferente. Cabe reconocer que la agroecología parte de una base epistemológica diferente de los principios de la ciencia occidental tradicional. El paradigma agronómico tradicional considera el desarrollo de la agricultura a partir de la difusión de tecnologías científicamente validadas. El paradigma agroecológico busca comprender los fundamentos ecológicos que subyacen a los sistemas agrícolas tradicionales, desde los cuales desarrollar una agricultura moderna más sostenible (Norgaard, 1989, p. 47, citado por Nodari y Guerra, 2015).

A lo largo de los últimos años, la agroecología en Colombia ha venido incorporándose en las narrativas de la academia (Acevedo et al., 2019) así como de las redes y los movimientos sociales. Más recientemente, la instancia gubernamental, acompañada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ha tratado de incorporar en sus planes de acción el componente agroecológico dentro de las áreas programáticas acordadas: alimentación y lucha contra la malnutrición; recursos naturales y gobernanza de los bosques, las tierras y el agua; innovación social y tecnológica para sistemas agroalimentarios sostenibles; agricultura familiar y mercados inclusivos, y gestión del riesgo y rehabilitación de medios de vida (FAO en Colombia, 2019).

El gran reto, más allá de instalar los aspectos técnicos de la agroecología en la formulación y la implementación de los instrumentos políticos que el gobierno elabora, es lograr que los principios orientadores provenientes de las comunidades sean entendidos y reconocidos como el componente cultural que la agroecología defiende en sus planteamientos, en tanto paradigma científico y movimiento social.

La propuesta que se presenta en la figura 1 es un mapa conceptual de las construcciones sociales que interactúan a partir de la intención de aportar de forma complementaria al ejercicio de entender cómo cada elemento se conjuga para que emerja la categoría social de las formas dignas de co-existencia.

En la figura 1 representamos la configuración de los elementos necesarios para entender el origen de la categoría social de las formas dignas de co-existencia. Partimos del sentido que las comunidades le dan a la expresión “buen vivir” entendiéndola desde dos principios teóricos orientadores: la ética del cuidado y el bienestar duradero.

Figura 1. Mapa conceptual de la categoría social formas dignas de co-existencia

Fuente: elaboración propia.

Respecto a la ética del cuidado podemos decir que se inspira, en gran parte, en los valores, las experiencias y las prácticas que las mujeres, la infancia o el adulto mayor procuran desde sus sentirpensares3 para contribuir en la construcción de territorios solidarios. También responde a la crítica feminista desde los estudios sociales de ciencia y tecnología (Olarte-Sierra, 2015) y la reflexión teórica sobre socialización política con una perspectiva de género, articulada por Carol Gilligan (Cortés y Parra, 2009; Martínez, 2016). Los estudios sobre el cuidado han sido analizados desde al menos tres aproximaciones: 1) la feminista (Martínez Martín, 2016), 2) la sociología del trabajo (Torns, 2012) y 3) el medio hospitalario —especialmente, desde la enfermería— (Watson, 2007).

 

La ética del cuidado no proclama una estructura normativa de ser y estar con y en el mundo, sino que asume una dimensión material de relacionarnos con labores mundanas y cotidianas que permiten la sostenibilidad y sustentabilidad del territorio, al cual, a su vez, se lo concibe, necesariamente, como interdependiente y relacional (Olarte-Sierra, 2015). Se parte de la idea de la responsabilidad asumida con otro concreto; así, el sentido de interdependencia y el principio de no violencia rigen las relaciones entre humanos y no humanos y posibilitan dignidad y co-existencia. Esta reflexión busca dar valor a algunas manifestaciones no convencionales que se especializan en el cuidado de sí mismo, del otro y del planeta, y que se conjugan con los principios orientadores de la agroecología.

De igual forma ocurre con el bienestar duradero, en el que la posibilidad de habitar un territorio propiciando un ambiente sano que sostiene y sustenta toda manifestación de vida implica que la aproximación de la agroecología sea acogida y concebida a través de los valores, las experiencias y las prácticas de las comunidades, como una herramienta interdependiente respecto al cuidado que genera bienestar bajo el signo de la reciprocidad intergeneracional, la solidaridad o el intercambio4.

Edgar Morin, filósofo francés, diría que vivir verdaderamente es vivir con comprensión, solidaridad y compasión, sin ser explotado, insultado ni despreciado (Morin, 2010). Así, asumimos que vivir dignamente implica la generación de vivencias armoniosas desde prácticas de bienestar agroecológicas, en las cuales los hábitos de cuidado, inmersos en ellas, transforman la manera como cada cual se concibe, comprende al otro y respeta su entorno. “Todo lo que desproteja la tierra, irrespete al otro y produzca sufrimiento no puede ser mantenido como práctica de vida” (Jiménez, 2014).

Cuando las intersecciones que plantea el esquema se producen, las formas dignas de co-existencia se hacen visibles y son indispensables en la construcción de territorios solidarios en los cuales es posible recrear escenarios de defensa y protección de la diversidad biocultural existente.

Finalmente, el sentido del buen vivir parte de lo que la idea de co-existencia en la categoría provoca pensar el ejercicio desde la posibilidad de que la experiencia o esas formas dignas de estar invitan a integrar la noción del interser5; es decir, a reconocer y estar en función de nuestra relación con todos los seres, a cooperar, a compartir generando una corresponsabilidad, una cohabitación y complementariedad desde esta idea de construcción conjunta, pero también de confrontación frente a su entorno que pide que se transforme de alguna manera, que cambien las condiciones que no son tan favorables en los territorios.

Si existiera una fórmula mágica para co-existir dignamente en un territorio, esta tendría que valerse de seres humanos que habiten y cuiden respetuosamente la naturaleza y armonicen su ser, su saber y su hacer de forma que puedan contribuir a un mejor vivir donde estén y con quien estén.

Lo anterior implica un proyecto humano coherente, capaz de responder a las necesidades de supervivencia respetando la vida en todas sus formas, a través de las cinco apuestas específicas (2008) que el campesino, filósofo y agroecólogo africano Pierre Rabhi nos propone:

1. Recrear las estructuras humanas y ecológicas

2. Reconsiderar la organización del territorio

3. Revalorizar la microeconomía y el artesano

4. Educar a la infancia en valores de cooperación y de complementariedad

5. Despertar la sensibilidad a la belleza y al respeto por la vida

La agroecología se posiciona actualmente como alternativa que invita a dar respuesta a las mencionadas cinco apuestas. Desde su enfoque transdisciplinar, la agroecología propone transiciones posibles hacia escenarios armoniosos donde vivir dignamente es la principal motivación de las personas.

La agroecología es una técnica inspirada en las leyes de la naturaleza. Ella considera que la práctica agrícola no debe limitarse a una técnica, sino considerar, además, todo el entorno en el que encaja con una ecología real. Integra la dimensión de la gestión del agua, la reforestación, la lucha contra la erosión, la biodiversidad, el calentamiento global, el sistema económico y social, la relación de los humanos con su entorno [...] Es basado en la recreación del humus como fuerza regenerativa de los suelos y en la reubicación de la producción-transformación-distribución-consumo como la fuerza impulsora de un nuevo paradigma social. (Rabhi, 2008, s. d.).

En las experiencias ejemplarizantes que se han reunido en este libro, se encontrarán varias de las cinco apuestas y ejemplos locales que fortalecen el enfoque sociopolítico de la agroecología que se propone, inspirada en los planteamientos de Pierre Rabhi. Particularmente en Colombia, se le dará un lugar privilegiado a la idea de transición (figura 2), entendida a partir de tres posibilidades, según lo ya propuesto: a) la de recrear escenarios en condiciones favorables, b) la de conservar lo que es esencial para vivir y c) la de transformar con acciones tangibles lo que no contribuye a la protección ni al cuidado de la vida en todas sus manifestaciones.

Figura 2. Interacciones entre los conceptos agroecológicos propuestos por Pierre Rabhi y la transición

Fuente: Elaboración propia.

La idea de transición es de gran relevancia tanto desde lo social como desde los procesos técnicos de reconversión: estos nos han enseñado la imposibilidad o el fracaso de intentos de conversión de un solo tirón; así, tanto la agricultura convencional como la sostenible representan “picos adaptativos” alternativos en el paisaje, y es posible que no se pueda subir al nuevo pico sin una pérdida temporal de rendimiento o de rentabilidad (Vandermeer, 1995); por esto, la importancia de la idea de transición donde la transformación implica, a veces, pérdidas.

Un momento de transición se está manifestando en cada forma digna que co-existe en y con el territorio. Pasar de un sistema agroindustrial a un sistema agroalimentario, de prácticas extractivistas insostenibles a la preservación de ecosistemas libres de agrotóxicos o de hábitos de consumo y posconsumo irresponsables a unos conscientes y comprometidos con la generación de un ambiente sano son apenas algunas de las transiciones que de manera urgente manifiestan las personas, cada vez con mayor visibilidad.

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