En sueños te susurraré

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–Anselmo, aquí ayudamos a que cada ser humano pueda cumplir su propósito esencial, su programa de vida. ¿Sabes de qué te hablo?

–Agradecería más detalles, si no te importa –reconoció él con cierta pesadumbre por su ignorancia.

–De mil amores, hijo. No te menosprecies que no es nada malo pedir explicaciones cuando hacen falta. Verás, cada ser humano que baja a la Tierra lo hace con un propósito, digamos que con un plan o programa. Eso es lo que quiere experimentar en su vida y para ello elige unas determinadas condiciones de tiempo y lugar. –Gea se detuvo unos instantes pensativa y luego miró a Calisté–. ¿No habéis estado aún en el Pabellón de los Visionarios?

–Pues no, prefiero seguir el orden dextrógiro –justificó la acompañante.

–Muy bien –retomó Gea–. Lo preguntaba, Anselmo, porque seguro que allí te contarán mucho mejor esto, pero yo ahora te daré un avance para que puedas entenderme bien. ¿Has ido alguna vez a algún desfile o procesión?

–¿Procesión? ¡Pues claro! ¡Buenas procesiones celebramos en Aldea Moret cada cuatro de diciembre en honor de Santa Bárbara!

–Pues imagínate que un tres de diciembre estás tranquilamente en tu casa y piensas que tienes ganas de salir de allí y hacer algo distinto. Entonces te surge la idea de ir al día siguiente a esa procesión de Santa Bárbara…

–Me lo imagino, sí. ¡Vaya que si me lo imagino!

–Perfecto. Entonces ir a la procesión se convierte en tu propósito fundamental para ese día. A lo largo de él pueden suceder otras cosas pero muy pocas son importantes, en el sentido de que muy pocas de ellas podrán afectar al éxito o fracaso de tu propósito.

–No sé si entiendo bien –Anselmo reclamaba más esclarecimiento.

–Sí, a ver si consigo que me entiendas –Gea aceptó la necesidad de explayarse–. Imagina que has quedado con un amigo a las nueve de la mañana de un cuatro de diciembre para ir a ver esa procesión. Digamos, por poner una hora y un lugar, que empieza a las once en un lugar a tres kilómetros de tu casa. ¿Lo tienes?

–Sí, claro. Puedes proseguir.

–Bien. Pongamos ahora un acontecimiento imprevisto. Por ejemplo, tu amigo se queda dormido y no acude, pero era él el que llevaba el vehículo en el que os ibais a desplazar. Si te quedas esperando a que él llegue, te pueden dar las once y te acabas perdiendo la procesión. En definitiva, no cumplirías el propósito fundamental de tu día por una causa ajena a ti. ¡Qué pena perder así el día! ¿No te parece que sería una pena?

–Ya lo creo. ¡No sabes lo guapas y simpáticas que van las mozas de Aldea Moret ese día de festejo…!

–Muy bien –sonreía Gea mientras lo decía–, ya veo que estás hecho un conquistador. A lo mejor tu amigo se ha quedado dormido porque ha pasado una mala noche por culpa de una riña o un tumulto que ha habido de madrugada en su calle, pongamos por caso. Ya te he dicho que los tejedores tienen la misión de ayudar a que los seres humanos cumplan sus propósitos esenciales. Un tejedor haría todo lo posible para que llegaras a ver la procesión.

–¿Y cómo? –preguntó interesado él.

–Pues eso ya depende del arte de tejer… A veces puede ser que baste con influir en las circunstancias que se han originado en la calle alterándolas para que así no se produzca ningún tumulto que pueda mantener en vela a tu amigo por la noche e impida que se despierte a la hora prevista y te recoja según los planes convenidos. Pero también podría ser que lo más adecuado sea no tratar de modificar esas circunstancias ajenas sino las tuyas. Por ejemplo, podría ser conveniente que olvidaras que habías quedado con ese amigo que llegará tarde y en su lugar te fueras con otra persona que pasase por el lugar. A veces incluso no hay una sola actuación posible sino varias. Hay circunstancias complejas en las que se tejen distintas posibles soluciones, aunque al final solo una de ellas prospere. Es un tema complejo pero muy estimulante. Además, para cumplir bien nuestro cometido dependemos estrechamente de nuestra colaboración con los visionarios. Pero de ellos no te voy a hablar yo…

–Ya lo he entendido. Me da la impresión de que vuestro papel es muy importante. Incluso sospecho que lo que vosotros hacéis de algún modo obliga a la persona, como si tuviera que amoldarse a lo que planeáis.

–No, Anselmo, eso no es así: nunca podemos obligar a ningún ser humano a ajustarse a los planes tejidos por nosotros porque eso atentaría contra el libre albedrío, contra esa capacidad de elegir que es consustancial a la consciencia humana. Verás, lo que sucede es que nosotros contribuimos a crear las condiciones más favorables para que cada uno cumpla su propósito de vida, para que pueda cumplir lo que tiene planeado o programado. Pero no es más que eso, un ofrecimiento. Y todos los ofrecimientos se pueden aceptar o rechazar; si no fuera así, serían una imposición y eso no haría evolucionar a nadie: ni a quien impone ni a quien se somete a la imposición.

Por las muecas de impaciencia dibujadas en el rostro del visitante, Gea se dio cuenta de que Anselmo estaba teniendo dificultades para comprender de un modo concreto a qué se estaba refiriendo ella. Por eso tomó una determinación.

–Como veo que entender esto último te está costando te invito a que me sigas allí.

Se encaminaron hacia un lateral del anillo hasta llegar a un pequeño recinto con forma ovoide en cuyo centro cuatro tejedores urdían su trama. Vestían ropas similares a las de Gea, aunque más ceñidas, y exhibían su código personal, que empezaba por la letra te mayúscula. Dos de ellos tenían rasgos femeninos; los otros dos, masculinos. Todos estaban formando un círculo y mirando al espacio creado entre ellos. Cuando la diosa y el visitante llegaron a su lado, les sonrieron y se separaron lo suficiente para permitir que se viera lo que estaban realizando.

Del extremo de un pedestal surgía una burbuja semiesférica y en su interior se veían imágenes humanas, algunas de ellas enlazadas por hilos de diverso color y grosor que eran generados por las yemas de los dedos de los tejedores. Estéticamente la visión era muy bella. El espacio sobre el que trabajaban se iba llenando cada vez de más de colores trenzados. Parecía un mandala dinámico en constante regeneración. Gea explicó por qué estaban contemplando aquello.

–Te he traído aquí porque estos tejedores están interviniendo en un asunto muy parecido al tuyo. También se trata de un chico que quiere salir de su pueblecito. No es Coria, pero podría serlo. El programa de este joven no tiene que ver con las minas sino con el cinematógrafo: desea convertirse en un gran actor. Los motivos por los que desea esto no hace falta que te los explique pues son harina de otro costal. Bien, fíjate en los hilos. Los hay más finos y otros más gruesos como cordones. Y de diversos colores en función de la energía que incorporen. A este adolescente, que se llama Manuel, lo hemos ayudado a activar su propósito haciendo que llegara a un pueblo vecino una compañía de cómicos de la lengua que ha representado una obra de teatro, concretamente Don Juan Tenorio. La actriz que interpretaba a doña Inés inflamó el pecho de Manuel hasta tal punto que se quedó prendado de ella y no pensaba en otra cosa más que en marcharse en el carromato de la compañía.

Anselmo se asomó sobre la imagen de la burbuja y comprobó que, efectivamente, en el centro aparecía una pequeña figura de un joven que podría corresponderse con Manuel y que de él partían multitud de hilos y cordones que lo conectaban con otras efigies que no pudo reconocer, pero también con objetos que mostraban extrañas formas geométricas. Gea prosiguió su exposición:

–Para que Manuel esté ahora en Madrid trabajando en un estudio cinematográfico los tejedores han tenido que esforzarse urdiendo varias tramas con las que crear todo tipo de circunstancias de respaldo: el abuelo del muchacho tuvo que cortarse con una hoz en la mano para que así el nieto tuviera que ir con él a ayudarlo en las labores del terruño el mismo día en el que por el camino transitaba el carromato de los cómicos, que precisamente pasó ese día por ahí porque le habían anulado las tres funciones que iba a dar en otra localidad por una discusión política entre el director de la compañía y el cacique del pueblo; y hubo que hacer que la actriz que encarna a doña Inés sintiera mucho calor para que en ese preciso instante tuviera que salir de debajo de la lona del carromato y se asomara al pescante con la blusa desabotonada y exhibiendo su inocente y provocadora lozanía; y hubo que dejar que horas después Manuel se pudiera colar en la representación de esa noche; y muchas cosas más…

–¡Increíble! –exclamó Anselmo–. ¿Todo esto hacen los tejedores? ¡Un trabajo increíble…!

–Increíble pero cierto, querido hijo.

Gea abrió los brazos y le dedicó a Anselmo una mirada en la que estaba condensada toda la dulzura maternal del Universo. Él supo que aquel gesto implicaba que había finalizado su visita al pabellón y que procedía ya una despedida. Apenado por ello, avanzó hacia la diosa y se dejó estrechar por ella, tan intensamente que se le desdibujaron las fronteras. Sintió que se había fundido auténticamente en ese abrazo con ella, hasta el punto de integrarse en su interior y sentirse desaparecer absorbido por su hospitalario regazo.

10. El jersey gris

Nunca te pongas como límite el que otros te crean ni como meta el convencerlos.

Raquel Cachafeiro, Inteligencia sensorial

Aún conturbado por la absorbente experiencia de aquella cariñosa despedida de Gea, al recuperar la consciencia de sí mismo Anselmo se vio caminando junto a Calisté por encima de un puente que salvaba el foso del Pabellón de los Tejedores. Miró a los lados y se sorprendió al ver que ya eran muchos los puentes tendidos. Tras unos instantes de vacilación se decidió a romper su silencio.

 

–Calisté, ¿cómo es que antes no había ningún puente más que el nuestro y que ahora el foso esté repleto de ellos?

–¿Cómo que no había ninguno? –La acompañante dejó escapar unas tímidas carcajadas–. ¡Siempre os pasa lo mismo! Te lo explicaré. Sí que había. Yo los vi. Pero como tú aún no habías cruzado ninguno, no podías reconocer que había más puentes. Pero ahora que has recorrido el tuyo tienes la capacidad de percibir los de los demás.

–¿En serio?

–Sí, así es. ¿Qué te parece?

–Pues otra más de las cosas increíbles que pasan aquí… –Anselmo mostraba su admiración moviendo la cabeza de un lado al otro mientras agitaba en el aire su mano derecha.

–Si lo piensas, un puente ajeno no es lo único que podemos reconocer cuando ya hemos transitado por el propio. Esto nos sucede en muchas otras cosas de nuestra vida. ¿No te ha ocurrido nunca que no has entendido la situación de alguien o su sufrimiento hasta que tú mismo has tenido una vivencia similar y entonces lo has experimentado en carne propia? ¿A que a partir de ese momento tu percepción ha variado y ya has sido capaz de reconocer alrededor otras situaciones que sintonizaban con lo vivido y conocido por ti?

Anselmo detuvo el paso para no distraerse en sus cavilaciones. Calisté tenía razón. A él le había sucedido eso: no había conocido, ni mucho menos compadecido, el sufrimiento físico y mental de los mineros hasta que bajó por primera vez al pozo de Aldea Moret. Sintió que en su pecho palpitaba un cálido reconocimiento hacia su acompañante que tan sabiamente lo estaba guiando en su periplo por el Cielo. «¿Otros recién llegados tendrán la suerte que yo he tenido?», se preguntó mientras sentía el impulso de abrazar a su cicerone. Ella, que había escuchado el pensamiento, sintió también agradecimiento hacia aquel minero acostumbrado a pasar su vida oscuramente bajo tierra, que tantos esfuerzos conscientes estaba haciendo para comprender cómo de luminosa era su auténtica vida vista desde el Cielo. Al unísono se acercaron y se abrazaron hasta sentir que se habían olvidado las preguntas y las respuestas: lo único importante era compartir los latidos del corazón.

–¡Bravo, Anselmo! –dijo ella cuando cesó el abrazo y se separaron–. Has salido realmente transformado del Pabellón de los Tejedores. Es que es muy poderosa la energía amorosa que desprende, ¿verdad?

–Pues sí. ¡Ya lo creo! ¡Estoy realmente… no sé cómo estoy!

–Conmovido –dijo ella mientras sonreía y hacía ademán de pellizcarle el brazo–. Pero va siendo hora de proseguir el recorrido.

–Desde luego… ¡Pero me han quedado tantas cosas por hablar con Gea!

–¿Seguro que lo que querías hacer con ella era hablar? –preguntó pícaramente Calisté mientras observaba un asomo de arrobamiento en aquel rostro masculino cuya mirada extraviada parecía seguir anclada en otro lugar.

–¡Qué boba! –replicó automáticamente Anselmo, y al hacerlo se dio cuenta de que era imperdonable faltar al respeto a su encantadora acompañante, por lo que se sintió urgido a pedirle perdón mientras agachaba la cabeza–. ¡Oh, Calisté, perdona, perdona, por favor, no he querido decir eso…!

–No te perdono –dijo ella con tono neutro.

–¿Cómo? –Él levantó la cabeza con gesto de incomprensión y se atrevió a mirarla implorando clemencia.

–Que no te perdono, Anselmo. No te puedo perdonar porque no hay nada que perdonar. ¿Cómo vas a sacar un clavo de una tabla si no lo has llegado a clavar? Tu ofensa ha sido imaginaria para ti, pero para mí no es ni real ni imaginaria. De modo que si tienes que pedir perdón a alguien es únicamente a ti mismo por haberte causado el sufrimiento de creerte responsable de un sufrimiento que imaginabas que me estabas causando al llamarme boba. ¡Boba me parece una palabra preciosa!

Anselmo se quedó boquiabierto y no supo responder. En lo más profundo de su ser sentía una contradicción entre dos mundos y le parecía estar siendo arrastrado simultáneamente hacia esos dos polos opuestos. Y reconocía que la fuerza que le estaba permitiendo no acabar despedazado estaba delante: se llamaba Calisté y por eso él le estaba inmensamente agradecido. En silencio prosiguieron su marcha alejándose del pabellón, hasta que Anselmo quiso retomar la conversación.

–Siento ahora que me he quedado con ganas de preguntarle más cosas a Gea. Me da un poco de rabia.

–Suele pasar –puntualizó Calisté entre risitas–. Lo de dejar algo en el tintero, quiero decir; no lo de la rabia, claro. ¡Y ahora llámame boba!

–¡Qué boba eres! –añadió Anselmo pero al hacerlo sintió que esa palabra estaba ya únicamente teñida de inocencia, de sorpresa y de ganas de jugar, y se sintió pletórico al haber conseguido distinguir tan nítidamente esos otros matices de la intención positiva que acompaña a los actos humanos; le guiñó un ojo a su acompañante–. Y ahora, en serio: me habría gustado saber algo más sobre los propósitos o programas de vida.

–Pues Gea ya no está a tu alcance pero si te sirvo yo… –Para potenciar su ofrecimiento, Calisté movió lentamente sus manos de abajo a arriba, acariciando su excitante silueta, y el gesto cándido aumentó la turbación de Anselmo; por eso ella quiso aliviarlo con humor–. ¡Uf, qué boba soy!

Los dos rieron con ganas, retorciéndose, hasta hacer saltar alguna alegre lágrima. Se dieron palmaditas en los brazos hasta que consiguieron calmarse y proseguir el diálogo.

–En serio, Anselmo. Yo no tengo todas las respuestas, pero a lo mejor puedo ayudarte un poco con tus dudas; ¡tal vez te las aumente! –dijo sonriendo y realmente relajada, disfrutando del acompañamiento.

–En ese caso, no quiero perder la ocasión de aumentar mis dudas –el hombre sonrió con sinceridad y franqueza–. Ahí dentro me han hablado del descomunal trabajo de los tejedores para que se den las circunstancias propicias que favorezcan el propósito de vida que cada cual se haya programado. Vale. Pero una cosa me plantea dudas. Por mucho que se esfuercen en tejer lo mejor posible, y ya que funciona ese libre albedrío del que hablaba Gea, habrá veces en las que no sirva de nada todo lo tejido y la persona en cuestión no consiga cumplir su propósito de vida. Pero entonces, ¿de qué sirve su existencia? ¿Y qué pasa si precisamente por ese libre albedrío la persona decide que ya no quiere hacer eso? ¿Puede decidir que prefiere otra cosa distinta y entonces los tejedores se ponen a destejer y luego a tejer los hilos adecuados para ese nuevo propósito? No sé qué pensar…

–Muy interesantes cuestiones las que planteas, hermano. Se ve que no pierdes ocasión de reflexionar acerca de lo que te están enseñando aquí. Esto es muy bueno para ti, sin duda, porque mejora tu formación y por tanto también el acierto de tu elección futura. A ver, yo te voy a contar cómo lo veo yo, no solo por mi opinión, sino por lo que he aprendido en otras visitas previas al Pabellón de los Tejedores y por lo que le he escuchado a Gea en otras ocasiones. –Calisté miró a su alrededor intentando localizar algo–. Pero sentémonos aquí.

–¿Sentarnos? ¿Dónde? ¡Si aquí no hay nada!

–¡Ay, Anselmo! ¿Otra vez estamos como con los puentes, que no los veías hasta que cruzaste el tuyo?

La acompañante activó un botón del brazal que cubría su antebrazo izquierdo mientras dirigía la mano hacia el suelo. Inmediatamente surgió la imagen de un banco de primorosa cerámica portuguesa blanca y azul cuyo asiento estaba recubierto de mullidos cojines de color celeste en los que se acomodaron ante la admiración de Anselmo.

–¡Ay, el Cielo nunca dejará de sorprenderme! –exclamó.

–Eso espero… Y ahora, yendo al grano, te expongo mi reflexión y con datos que te puedan resultar familiares, para aumentar tu comprensión. Bien. Digamos que a un joven nacido en Coria le entran ganas de ir a conocer Cáceres, la capital de su provincia. Como tiene ese interés, aprovecha para hablar con las personas que le pueden dar información de la ciudad porque ya han estado allí. De este modo él se va haciendo una idea del objetivo de su viaje y decide que quiere conocer la Concatedral de Santa María, la Iglesia de Santiago, el Palacio de los Golfines de Abajo y el Palacio de Carvajal. A su juicio, lo esencial de su viaje es conocer esos edificios preciosos. Muy bien, pensemos ahora que consigue llegar a Cáceres y ver todo eso que se había propuesto. ¿Dirías entonces que ha cubierto el propósito fundamental de su viaje?

–Claro que sí –asintió Anselmo, atento.

–Efectivamente, lo ha cubierto. Se podría pensar que entonces ha cubierto el propósito fundamental de su existencia si hacemos equivaler el viaje a Cáceres con los proyectos que acuerdan las almas aquí arriba antes de encarnar en la Tierra. Pero, ¿y si de camino a Cáceres ese joven cauriense se encuentra con alguien que le habla de las maravillas naturales que hay en Malpartida de Cáceres y le entran ganas de visitar también Los Barruecos, y entonces se desvía a ver sus bolos graníticos y paseando entre piedras y charcas se le olvida que había emprendido el viaje para ver cuatro monumentos emblemáticos de Cáceres?

–Pues entonces no se puede decir que esté cumpliendo el propósito de su viaje.

–Así es –confirmó Calisté–, aunque también le apetezca ver Los Barruecos. Puesto que el motivo que le ha hecho salir de Coria ha sido llegar a Cáceres, si se queda a medio camino no se puede decir que haya cumplido el propósito del viaje. Otra cosa es que, tras un periodo de descanso o disfrute en Malpartida de Cáceres, de repente se acuerde de su verdadero objetivo y entonces reemprenda la marcha y acabe llegando a la capital y vea por fin lo que quería conocer.

–Entonces sí acabará cumpliendo el propósito de su viaje.

–Cierto. Añadamos ahora algún elemento más para debatir –Calisté hizo una breve pausa durante la cual el hombre la miró con redoblado interés–. ¿Cuándo crees que acabará ese viaje?

–¿Que cuándo acabará? Pues cuando llegue a Cáceres y vea esas cuatro cosas, claro.

–Sí, claro, entonces acabará el viaje. ¿Por qué?

–¿Por qué? Pues porque el chico ya habrá conseguido ver lo que quería ver.

–Así es. Aunque el viajero, ya que se encuentra en Cáceres, prefiera luego demorarse conociendo otras de sus maravillas, bien podemos decir que la finalidad de su viaje se ha visto cumplida y que por tanto ha acabado su viaje de modo que puede regresar a Coria. ¿Pero es este el único caso en el que podemos decir que el viaje acaba irremediablemente?

–Pues… sí, supongo –dijo dubitativamente Anselmo sin una convicción plena.

–Pues no. Hay otro caso posible. Imagina que el chico quiere ir a Cáceres a ver eso que hemos dicho, pero lo que quiere es estar allí un determinado día en el que va a tener lugar una específica ceremonia. Como has estado hablando antes de procesiones, pongamos el caso de la procesión del Cristo Negro que sale de la Concatedral de Santa María en el primer minuto del Jueves Santo. Y sigamos con el mismo ejemplo: tenemos al joven cauriense que salió de viaje con tiempo para llegar a ese acontecimiento pero que se entretuvo en Malpartida de Cáceres y se olvidó del verdadero propósito de su viaje. Se le fue el santo al cielo, como diríais en la Tierra. Me hace gracia esa expresión, muy acertada, porque de algún modo se asemeja a una realidad sutil; el hecho de que durante su experiencia terrestre cada humano está asistido por una especie de conexión con el Cielo que le suministra información espiritual.

–No estoy seguro de entenderte.

–Eso es que no me estás entendiendo. ¡Qué forma más educada de decirlo, Anselmo…! Probaré con un ejemplo que te pueda resultar más comprensible teniendo en cuenta tu última encarnación. Piensa en un aprendiz de minero que está en una galería a la que baja siempre con su hermano mayor, que se llama Santo, que le enseña todo lo importante: cómo evitar accidentes, cómo agotarse menos, cómo pisar entre los escombros…, todo en fin. Piensa que el aprendiz se siente seguro teniendo a su hermano con él, aunque no siempre lo tenga a la vista. Imagina ahora que un día se asusta por algo nuevo que le sucede y que no comprende, y mira atrás buscando el consejo del hermano mayor pero no lo ve porque ha subido en la jaula hasta la superficie. El hermano pequeño sabe que en ese instante le vendría muy bien contar con la sabiduría de Santo, pero no puede contar con ella porque ha desaparecido de su lado, ha subido a la superficie, que es tanto como si se hubiera ido al Cielo.

–¡Ah, se le fue el santo al cielo! –dijo Anselmo carcajeándose en señal definitiva de comprensión–. Ahora sí que entiendo lo que querías decir. ¡Qué gracioso!

 

–Me alegro. Pero prosigamos, que tenemos aguardando al joven en Malpartida de Cáceres y resulta que llega el primer minuto del Jueves Santo.

–Pues ya no le va a dar tiempo de ver la procesión del Cristo Negro.

–Efectivamente. Entonces, ¿dirías que tiene sentido proseguir el viaje hacia Cáceres?

–Pues no.

–Muy bien, Anselmo, así es. Cuando ya de ninguna manera pueda cumplir el propósito de su viaje, no tendrá sentido ninguno proseguir este. La prolongación solo supondría una ineficaz obstinación que no daría frutos positivos. Luego aquí tienes el segundo caso en el que puede darse por acabado un viaje: cuando ya es imposible cumplir el programa.

–Entonces, Calisté, si te he entendido bien, creo que estás queriendo decirme que un viaje a la Tierra, o sea, una encarnación, puede acabar cuando ya se ha cumplido el propósito vital de ese ser encarnado pero también cuando ya va a ser imposible que lo pueda cumplir.

–¡Ajá, muy perspicaz en tu resumen! –la acompañante aplaudió con ganas la recapitulación.

–¡Un momento! Estoy pensando ahora si esto no tendrá que ver con las incomprensibles muertes de esos chiquillos de poca edad, e incluso con los que no llegan ni a nacer porque no salen vivos del vientre de sus madres. ¿Podría ser que supongan que ya no van a poder cumplir el programa de sus vidas y que por eso prefieren regresar al Cielo para luego poder volver a encarnar cuanto antes e intentar lograr ese propósito no conseguido?

–¡Magnífico, Anselmo, estás avanzando grandemente en tu comprensión! Pues es cierto que en algunos casos podría ser como tú sugieres, aunque no hay reglas categóricas, de modo que la respuesta a tu pregunta siempre quedará abierta. No hay normas fijas que siempre se cumplan ciegamente. Todo depende de las necesidades concretas de cada ser… Aunque quizás en el Pabellón de los Visionarios puedas saciar tu duda porque es un tema en el que están especializados.

–Muy bien, esperaremos entonces.

–Si te parece, nosotros continuamos hacia la siguiente etapa.

Anselmo asintió con la cabeza. Calisté se levantó y él hizo lo mismo. Casi inmediatamente el banco de cerámica se desvaneció y dejó el terreno sin huella alguna de su presencia. Ella sonrió y él se encogió de hombros. Continuaron andando durante un tramo mientras Anselmo iba rumiando una última inquietud que le había quedado. Cuando la acompañante lo detectó, se detuvo, miró al hombre y lo invitó a expresarlo.

–A ver, Anselmo, échalo ya, que tenemos que continuar el viaje ligeros de equipaje.

–Si es una tontería. Simplemente estaba pensando en esa sensación que he sentido todo el tiempo que he estado hablando con Gea. Es esa conexión con la maternidad.

–Ninguna tontería, desde luego… Gea es la gran madre por antonomasia, la que siempre ha hecho todo lo posible para que salgan adelante sus hijos, a veces a pesar de difíciles circunstancias relacionadas con el egoísmo masculino. Aunque sé que en tu última encarnación no lo has percibido así, doy por sentado que aquí en el Cielo ya te darás cuenta de que cuando hablo de femenino o masculino lo hago desde el punto de vista de la polaridad energética implicada en los procesos, y no desde el punto de vista puramente sexual, pues esto es exclusivo de los cuerpos físicos y estos, en realidad, aunque os importan mucho en la Tierra, aquí arriba carecen por completo de relevancia… ¡Por carecer, carecen hasta de existencia! Ni que decir tiene que todos los seres humanos albergan ambas polaridades y manifiestan una u otra en función de multitud de parámetros.

–Así lo estaba percibiendo, sí. Pero gracias por la aclaración.

–Correcto. Como te decía, Gea es la personificación del afán protector y de la generosidad femeninas frente al egoísmo masculino. Y eso encarna en la mayor parte de las madres de la Tierra, y en ocasiones en algunos padres, como te digo, aunque para simplificar aquí nos referimos solo a las madres. ¡Y fíjate si esto tiene que ver con tejer las condiciones más favorables para que se desarrolle con éxito un programa de vida! ¡Las madres hacen encaje de bolillos para conseguir que sus hijos puedan hacer frente a adversidades o complicaciones! Por eso las madres tienen tanta relación con los tejedores, que son los que trenzan las causas y azares necesarios para mantener las situaciones enderezadas y favorables para cada alma.

Anselmo movió ligeramente la cabeza en señal de aprobación. Luego ambos reemprendieron la marcha, de camino al siguiente pabellón. Pero en el recuerdo de él irrumpió una imagen del último invierno que había pasado en Coria: su madre tejiéndole el jersey gris de lana que se habría de convertir en el más preciado de sus tesoros, el objeto más valioso y querido de entre todas las exiguas pertenencias que lo acompañaron en su partida a Aldea Moret en busca del propósito de su vida.

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