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100 Clásicos de la Literatura

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Así, pues, la instancia psíquica que aspira a hacer comprensible el contenido manifiesto y lo somete con este fin a una primera interpretación, a consecuencia de la cual queda más dificultada que nunca su exacta inteligencia, no es otra que nuestro pensamiento normal. Como ya lo hemos indicado repetidas veces, es norma regular de la interpretación onírica prescindir en todo caso de la aparente coherencia que un sueño pueda ofrecernos y seguir siempre, tanto con los elementos claros como con los confusos, el mismo procedimiento; esto es, la regresión al material de que han surgido.

Vemos ahora de qué depende esencialmente la gradual escala cualitativa de los sueños, que va desde la confusión a la claridad, y a la que nos referimos en páginas anteriores. Nos parecen claras aquellas partes del sueño sobre las que ha podido actuar la elaboración secundaria, y confusas aquellas otras en las que ha fallado totalmente la intervención de tal instancia. Dado que las partes confusas del sueño son también con gran frecuencia las más débilmente animadas, podemos concluir que también depende en parte de la elaboración secundaria la mayor o menor intensidad plástica de los diversos productos oníricos.

La conformación definitiva del sueño, tal y como queda estructurado bajo la acción del pensamiento normal, puede ser comparada a aquellas enigmáticas inscripciones con las que el semanario humorístico Fliegende Blätter entretuvo durante tanto tiempo a sus lectores. Trátase de que una frase vulgar, chistosa o chocarrera dé la impresión de contener una inscripción latina. Con este fin se forma, utilizando las letras de que la frase se compone y alterando su reunión en sílabas, aunque no su primitivo orden de sucesión, una nueva totalidad. Aquí y allá resultará constituida una verdadera palabra latina, otras nos parecerán abreviaturas de términos de tal idioma, y, por último, en otros puntos de la inscripción nos dejaremos engañar por las apariencias y atribuiremos a lagunas de la misma falta de sentido de algunos de sus fragmentos, en los que no hallamos sino letras aisladas. Si no queremos caer en la trampa, habremos de desechar toda idea de que pueda tratarse de una inscripción y atenernos tan sólo a las letras de que consta, formando con ellas palabras de nuestra lengua.

De los cuatro factores de la elaboración onírica, el de la elaboración secundaria es el que más frecuentemente ha sido observado y estudiado por los investigadores. H. Ellis describe con viva plasticidad su función («Introducción», página 10):

«Podemos imaginar que las cosas suceden de la forma siguiente. La consciencia del reposo se dice: Ahí viene nuestra maestra, la consciencia de la vigilia que tanto valor da a la razón, la lógica, etc. ¡De prisa! ¡Vamos a cogerlo todo y a ordenarlo como sea antes que llegue a tomar posesión de la escena!»

Delacroix afirma con especial precisión la identidad de esta forma de laborar con la del pensamiento despierto (pág. 526):

Cette fonction d'interprétation n'est pas particulière au rêve, c'est le même travail de coordination logique que nous faisons sur nos sensations pendant la veille.

De esta misma opinión son J. Sully y Justina Zobowolska:

Sur ces successions incohérentes d'hallucinations, l'esprit s'efforce de faire le même travail de coordination logique qu'il fait pendant la veille sur les sensations. Il relie entre elles par un lien imaginaire toutes ces images décousues et bouche les écarts trop grands qui si trouvaient entre elles (pág. 93).

Algunos autores hacen comenzar esta actividad ordenatoria e interpretadora durante el mismo sueño y continuar luego en la vigilia. Así, Paulhan (pág. 547):

Cependant j'ai suivent pensé qu'il pouvait y avoir une certaine déformation, ou plutôt reformation du rêve dans le souvenir… La tendence systématisante de l'imagination pourrait fort bien achever après le réveil ce qu'elle a ébauché pendant le sommeil. De la sorte, la rapidité réelle de la pensée serait augmentée en apparence par les perfectionnements dus à l'imagination éveillée.

Leroy et Zobowolska (pág. 592):

…dans le rêve, au contraire, l'interprétation et la coordination se font non seulement à l'aide des données du rêve, mais encore à l'aide de celles de la veille…

Como no podía menos de suceder, se ha exagerado la importancia de este factor de la elaboración onírica, único generalmente reconocido, atribuyéndole la creación total del sueño, creación que tendría efecto en el momento de despertar, según opinan Goblot y Foucault, los cuales atribuyen al pensamiento despierto la facultad de crear el sueño con los pensamientos surgidos durante el reposo.

De esta concepción dice Leroy y Zobowolska: On a cru pouvoir placer le rêve au moment du réveil et ils ont attribué à la pensée de la veille la fonction de construire le rêve avec les images présentes dans la pensée du sommeil.

Al estudio de la elaboración secundaria añadiré el de una nueva aportación de la elaboración onírica, descubierta por las sutiles observaciones de H. Silberer. Este investigador ha logrado sorprender in fraganti, como ya lo indicamos en otro lugar, la transformación de ideas en imágenes, forzándose a una actividad intelectual en ocasiones en las que se hallaba muy fatigado o medio dormido. En estos casos se le escapaba la idea elaborada y surgía en su lugar una visión que demostraba ser una sustitución de la idea más abstracta.

En estos experimentos sucedió que la imagen surgida, equivalente a un elemento onírico, no representaba la idea sometida a la elaboración, sino algo distinto: la fatiga misma, la dificultad que entrañaba la labor propuesta o el disgusto por tenerla que llevar a cabo; esto es, el estado subjetivo o la forma funcional de la persona que se imponía el esfuerzo mental en lugar del objeto de tal esfuerzo. Silberer dio a este caso, muy frecuente en él, el nombre de «fenómeno funcional», para diferenciarlo del fenómeno material esperado.

«Ejemplo núm. 1. Estoy tumbado, por la tarde, en el sofá, y casi vencido por el sueño; pero me esfuerzo en meditar sobre un problema filosófico. Intento comparar las opiniones de Kant y Schopenhauer sobre el tiempo. Mi adormecimiento no me permite hacerme presentes simultáneamente ambas concepciones, como para compararlas sería necesario. Después de varias tentativas inútiles, consigo hacerme bien presente la teoría kantiana, y creyendo haberla dejado fuertemente impresa en mi cerebro, paso a la de Schopenhauer para luego efectuar la comparación. Pero cuando he conseguido evocar los.conceptos de Schopenhauer y quiero iniciar el paralelo, encuentro que las ideas de Kant se me han vuelto a escapar y resultan estériles todos mis esfuerzos para rememorarlas. Este inútil esfuerzo para hallar en el acto los conceptos kantianos, perdidos en cualquier rincón de mi cerebro, se me representan de pronto tengo los ojos cerrados en un símbolo plástico semejante a una imagen onírica: «Pido un determinado dato a un malhumorado secretario, que, encorvado sobre una mesa, se niega a atenderme. Luego, incorporándose a medias, me dirige una mirada de disgusto y repulsa» (pág. 314).

He aquí otros ejemplos del mismo autor referentes al estado intermedio entre el sueño y la vigilia:

«Ejemplo núm. 2. Circunstancias: Por la mañana, al despertarme. Me hallo en un estado de adormecimiento. Reflexiono sobre un sueño de aquella noche y siento que voy acercándome al estado de consciencia despierta, pero deseo continuar adormecido.

Escena: Meto un pie en un arroyo, como para atravesarlo; pero lo retiro en seguida y pienso en renunciar a mi propósito.

Ejemplo núm. 3. Circunstancias: Quiero permanecer todavía en la cama, pero sin dormirme.

Escena: Me despido de alguien y quedo en volverle a ver pronto.»

Silberer ha observado principalmente el «fenómeno funcional» la «representación del estado en lugar de la del objeto» en el momento de conciliar el reposo y en el de despertar. Naturalmente, es este último caso el único importante desde el punto de vista de la interpretación de los sueños. Por medio de excelentes ejemplos ha mostrado este investigador que los fragmentos finales del contenido manifiesto de muchos sueños, fragmentos a los que siguen inmediatamente la interrupción del reposo, representan el propósito o el proceso mismo del despertar. Representaciones de este género son el acto de atravesar un umbral, el de salir de una habitación para entrar en otra, el de partir de viaje, el de volver a casa, el de separarnos de alguien que nos acompaña, el de sumergirnos en el agua y varios otros. He de observar, sin embargo, que tanto en mis sueños como en los de otras personas he encontrado los elementos referentes al simbolismo del umbral con mucha menor frecuencia de lo que las comunicaciones de Silberer hacen esperar.

No es inverosímil que este «simbolismo del umbral» pueda servir también para explicar algunos elementos situados en la parte central del contenido manifiesto, refiriéndolos, por ejemplo, a fluctuaciones de la profundidad del reposo o a una tendencia a despertar. Pero no conocemos ejemplo ninguno que pudiera confirmar esta hipótesis. Más frecuentemente parece existir una superdeterminación; esto es, el hecho de que una parte del sueño que extrae su contenido material del acervo de ideas latentes quede utilizada, además, para la representación de un estado de actividad anímica.

El interesantísimo fenómeno funcional de Silberer ha sido causa de grandes errores claro está que sin culpa alguna por parte de su descubridor, pues la antigua tendencia a la interpretación simbólica abstracta de los sueños ha creído hallar en él un firme apoyo. La predilección por la «categoría funcional» llega tan lejos en algunos investigadores, que les hace hablar de fenómeno funcional siempre que en el contenido de las ideas latentes aparecen actividades intelectuales o procesos sentimentales, aunque este material tiene el mismo derecho que todo el restante a entrar en el sueño a título de resto diurno..Hemos de reconocer que los fenómenos de Silberer representan una segunda aportación del pensamiento despierto a la formación de los sueños, aunque, desde luego, menos constante y de menor importancia que la designada con el nombre de «elaboración secundaria». Habríamos visto que una parte de la atención activa de la vigilia permanece dirigida sobre el sueño durante el estado de reposo, lo fiscaliza y critica y se reserva el poder de interrumpirlo, y estuvimos muy próximos a reconocer en esta instancia anímica que permanece despierta al censor que ejerce una influencia tan intensamente coercitiva sobre la estructura del sueño. Al estudio de esta cuestión aportan las observaciones de Silberer el hecho de que en determinadas circunstancias interviene asimismo una especie de autoobservación que agrega también algo al contenido manifiesto. Sobre las probables relaciones de esta instancia autoobservadora, que puede alcanzar, quizá, gran intensidad en cerebros filosóficos, con la percepción endopsíquica, la manía observadora, la consciencia y el censor onírico, habremos de tratar en otro lugar.

 

Resumiremos aquí la amplia discusión que llena este larguísimo capítulo dedicado a la elaboración onírica. Se nos planteó el problema de si el alma empleaba en la formación de los sueños todas sus facultades, desplegándolas sin coerción alguna o sólo una parte de las mismas, coartada, además, en su labor. Nuestras investigaciones nos llevan a rechazar este planteamiento del problema por considerarlo inadecuado a las circunstancias verdaderas. Pero si hemos de permanecer sobre el terreno en que la interrogación nos sitúa, habremos de responder afirmativamente a las dos hipótesis, aparentemente contrarias e incompatibles, contenidas en ella. La labor anímica que se desarrolla en la formación de los sueños se divide en dos funciones: establecimiento de las ideas latentes y transformación de las mismas en contenido manifiesto. Las ideas latentes son perfectamente correctas y en su formación han intervenido todas nuestras facultades psíquicas. Pertenecen a nuestro pensamiento preconsciente, del cual surgen también, mediante cierta transformación, las ideas conscientes. Pero estos enigmas, por muy interesantes y oscuros que sean, no presentan una relación especial con el sueño y no tenemos por qué tratar de ellos en conexión con los problemas oníricos. En cambio, la segunda función de la actividad mental que transforma las ideas inconscientes en el contenido latente es peculiar a la vida onírica y característica de la misma. Esta elaboración onírica propiamente dicha se aleja del modelo del pensamiento despierto mucho más de lo que han opinado los investigadores que menos valor han concedido a la función psíquica en el sueño. No es que sea negligente, incorrecta, olvidadiza e incompleta en comparación con el pensamiento despierto; lo que sucede es que constituye algo cualitativamente distinto y, por tanto, nada comparable a él. No piensa, calcula ni juzga; se limita a transformar. Puede describírsela por entero, teniendo en cuenta las condiciones a las que su producto tiene que satisfacer. Este producto el sueño ha de ser sustraído, en primer lugar, a la censura, y con este fin se sirve la elaboración onírica del desplazamiento de las intensidades psíquicas, hasta lograr la transmutación de todos los valores psíquicos. La reproducción de las ideas ha de llevarse exclusiva o predominantemente a cabo por medio de un material de huellas mnémicas visuales y acústicas, y de esta condición nace para la elaboración el cuidado de la representabilidad, al que atiende mediante nuevos desplazamientos. Por último, han de ser creadas (probablemente).intensidades mayores de las que durante la noche aparecen dadas en las ideas latentes, y a este fin responde la amplia condensación realizada con los elementos de dichas ideas. Las relaciones lógicas del material de ideas latentes son poco atendidas, pero encuentran al fin una oculta representación en particularidades formales de los sueños. Los afectos de las ideas latentes pasan por transformaciones menos amplias que su contenido de representaciones. En general, son reprimidos, y cuando permanecen conservados, quedan separados de las representaciones y reunidos los de igual naturaleza. Sólo una parte de la elaboración onírica, la superelaboración de amplitud inconsciente por el pensamiento normal, fragmentariamente despierto, se adapta a la concepción de la mayoría de los investigadores que nos han precedido en estos estudios sobre la actividad total de la formación de los sueños.

CAPÍTULO VII

PSICOLOGÍA DE LOS PROCESOS ONÍRICOS

Entre los sueños que me han sido comunicados por otras personas se encuentra uno que reclama ahora especialmente nuestra atención. Su verdadera fuente me es desconocida, pues me fue relatado por una paciente, que lo oyó, a su vez, en una conferencia sobre el sueño y a la que hizo tal impresión que se apresuró a soñarlo por su cuenta; esto es, a repetir en sus propios sueños algunos de sus elementos para expresar con esta transferencia una coincidencia en un punto determinado.

Los antecedentes de este sueño prototípico son como sigue: un individuo había pasado varios días, sin un instante de reposo, a la cabecera del lecho de su hijo, gravemente enfermo. Muerto el niño, se acostó el padre en la habitación contigua a aquella en la que se hallaba el cadáver y dejó abierta la puerta, por la que penetraba el resplandor de los cirios. Un anciano, amigo suyo, quedó velando el cadáver. Después de algunas horas de reposo soñó que su hijo se acercaba a la cama en que se hallaba, le tocaba en el brazo y le murmuraba al oído, en tono de amargo reproche: «Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?» A estas palabras despierta sobresaltado, observa un gran resplandor que ilumina la habitación vecina, corre a ella, encuentra dormido al anciano que velaba el cadáver de su hijo y ve que uno de los cirios ha caído sobre el ataúd y ha prendido fuego a una manga de la mortaja.

La explicación de este sueño conmovedor es harto sencilla y fue acertadamente desarrollada, según me comunica mi paciente, por el conferenciante. El resplandor entró por la puerta abierta en la estancia donde se hallaba reposando el sujeto, y al herir sus ojos, provocó la misma conclusión que hubiera provocado en estado de vigilia; esto es, la de que la llama de un cirio había producido un fuego en un lugar cercano al cadáver. Es también muy posible que, antes de acostarse, pensara el padre en la posibilidad de tal suceso, desconfiando de que el anciano encargado de velar al cadáver pudiera pasar la noche sin pegar los ojos.

Tampoco nosotros encontramos nada que objetar a esta solución y nos limitaremos a agregar que el contenido del sueño tiene que hallarse superdeterminado y que las palabras del niño habrán de proceder de otras pronunciadas por él en la vida real y enlazadas a circunstancias que hubieron de impresionar al padre. La queja «estoy ardiendo» pudo muy bien ser pronunciada por el niño durante su enfermedad bajo los efectos de la fiebre, y las palabras «¿no lo ves?» habrán de corresponder a otra ocasión cualquiera ignorada por nosotros, pero seguramente saturada de afecto.

Una vez que hemos reconocido este sueño como un proceso pleno de sentido y susceptible de ser incluido en la coherencia de la actividad psíquica del sujeto, podemos dar libre curso a nuestro asombro de que en tales circunstancias, en las que lo natural parecería que el sujeto despertase en el acto, haya podido producirse un sueño. Esta circunstancia nos lleva a observar que también en este sueño se da una realización dedeseos. El niño se conduce afectivamente en él como si aún viviera y advierte por sí propio a su padre de lo sucedido, llegando hasta su lecho y tocándole en el brazo, como lo hizo probablemente en aquel recuerdo del que el sueño toma la primera parte de sus palabras. Así, pues, si el padre prolonga por un momento su reposo es en obsequio de esta realización de deseos. El sueño quedó antepuesto aquí a la reflexión del pensamiento despierto porque le era dado mostrar al niño nuevamente en vida. Si el padre hubiera despertado primero y deducido después la conclusión que le hizo acudir al lado del cadáver, hubiera abreviado la vida de su hijo en los breves momentos que el sueño se le presentaba.

Sobre la peculiaridad que en este sueño atrae nuestro interés no puede caber la menor duda. Hasta ahora nos hemos ocupado predominantemente de averiguar en qué consiste el sentido oculto de los sueños, por qué camino nos es dado descubrirlo y cuáles son los medios de que se ha servido la elaboración onírica para ocultarlos. Los problemas de la interpretación de los sueños ocupaban hasta aquí el centro de nuestro campo visual; pero en este punto tropezamos con el sueño antes mencionado, que no plantea a la interpretación labor ninguna y cuyo sentido aparece dado sin el menor disfraz; pero que, sin embargo, conserva los caracteres esenciales que tan singularmente distinguen al fenómeno onírico de nuestro pensamiento despierto. Una vez que hemos agotado todo lo referente a la labor de interpretación, nos es dado observar cuán incompleta continúa siendo nuestra psicología del sueño.

Pero antes de dirigir nuestro pensamiento por estos nuevos derroteros queremos hacer un alto y volver los ojos atrás con objeto de comprobar si en nuestro camino hasta aquí no hemos dejado inadvertido algo importante, pues no nos ocultaremos que hemos recorrido ya la parte cómoda y andadera del mismo. Hasta ahora todos los senderos por los que hubimos de avanzar nos han conducido, si no me equivoco mucho, a lugares despejados, al esclarecimiento y a la comprensión total; pero desde el momento en que queremos penetrar más profundamente en los procesos anímicos que se desarrollan en el sueño, todas nuestras rutas desembocarán en las tinieblas. Ha de sernos imposible esclarecer totalmente el sueño como proceso psíquico, pues esclarecer una cosa significa referirla a otra conocida, y por el momento no existe conocimiento psicológico ninguno al que podamos subordinar aquellos datos que como base de una aclaración pudiéramos deducir del examen psicológico del fenómeno onírico. Por el contrario, nos veremos obligados a establecer una serie de nuevas hipótesis relativas a la estructura del aparato anímico y al funcionamiento de las fuerzas que en él actúan, hipótesis que no podemos desarrollar mucho más allá de su primera conclusión lógica, so pena de ver perderse su valor en lo interminable. Aun cuando no cometamos falta alguna en nuestros procesos deductivos y tengamos en cuenta todas las posibilidades lógicamente resultantes, la probable imperfección de la concatenación de los elementos amenazará echar por tierra todos nuestros cálculos. La más minuciosa investigación del sueño o de otra cualquier función aislada no es suficiente para proporcionarnos deducción alguna sobre la construcción y el funcionamiento del instrumento anímico, pues para lograr tal resultado habremos de acumular todo lo que un estudio comparativo de una serie de funciones psíquicas nos demuestre como constantemente necesario. Así, pues, las hipótesis psicológicas que hemos extraído del análisis de los procesos oníricos habrán de esperar hasta que puedan ser agregados a los resultados de otras investigaciones encaminadas a llegar al corazón del mismo problema partiendo de otros distintos puntos de ataque.

A) El olvido de los sueños.

Dirigiremos en primer lugar nuestra atención a un tema del que se deriva una objeción a la que hasta ahora no hemos atendido y que pudiera parecer susceptible de echar por tierra los resultados de los esfuerzos que hemos dedicado a la interpretación de los sueños. Desde diversos sectores se nos ha objetado que, en realidad, desconocemos en absoluto el sueño que queremos interpretar o, mejor dicho, que no poseemos garantía ninguna de la exactitud de nuestro conocimiento del sueño [véase el índice temático]. Aquello que del sueño recordamos, y a lo que aplicamos nuestra técnica interpretadora, aparece, en primer lugar, fragmentado por la infidelidad de nuestra memoria, particularmente incapaz para la conservación del sueño, y ha perdido, quizá, la parte más importante de su contenido. En efecto, cuando comenzamos a conceder atención a nuestros sueños nos quejamos, muchas veces, de no lograr recordar de todo un extenso sueño más que un pequeñísimo fragmento, y aun éste, sin gran confianza en la exactitud de nuestro recuerdo. En segundo lugar, todo nos hace suponer que nuestro recuerdo del sueño no es solamente fragmentario, sino también infiel. Lo mismo que dudamos de que lo soñado haya sido realmente tan incoherente y borroso como en nuestra memoria aparece, podemos poner en duda que el sueño fuera tan coherente como lo relatamos, pues al intentar reproducirlo hemos podido llenar con nuevos materiales, arbitrariamente elegidos, las lagunas dadas o producidas por el olvido, adornando y perfeccionando el sueño hasta hacer imposible determinar cuál fue su verdadero contenido. Así, hemos encontrado en varios autores (Spitta, Foucauld, Tannery) la hipótesis de que todo lo que en el sueño significa orden y coherencia ha sido introducido en él a posteriori, al intentar recordarlo y reproducirlo en un relato. Vemos, pues, que corremos el peligro de que nos sea arrebatado de la mano el objeto mismo cuyo valor nos hemos propuesto determinar en estas investigaciones.

 

Hasta ahora hemos venido haciendo caso omiso de esta advertencia en nuestras interpretaciones y hemos dedicado a los elementos más insignificantes e inseguros del contenido manifiesto la misma atención que a los más precisos y más seguramente recordados. En el sueño de la inyección de Irma encontramos la frase siguiente: «Me apresuro a llamar al doctor M.» y supusimos que este pequeño detalle no hubiera llegado al sueño si no hubiera sido susceptible de una derivación especial. En efecto, el examen de este elemento nos llevó a la historia deaquella desdichada paciente, a cuyo lado hice acudir con toda premura a uno de mis colegas, más renombrado y antiguo que yo en la profesión. En el sueño, aparentemente absurdo, que trata como quantité negligéable la diferencia entre 51 y 56, aparecía mencionado varias veces el número 51. En lugar de encontrar natural e indiferente esta repetición, dedujimos de ella la existencia de una segunda serie de pensamientos en el contenido latente, serie que había de llevar el número 51, y persiguiendo sus huellas, llegamos a los temores que me inspiraba la edad de cincuenta y un años, considerada por mí como un momento peligroso para la vida del hombre, idea que se hallaba en absoluta contradicción con la serie dominante que entrañaba un orgulloso desprecio del tiempo. En el sueño non vixit hallé una interpolación insignificante, que al principio dejé desatendida: «Viendo que P. no le comprende, me pregunta Fl.», etc. Pero luego, cuando la interpretación quedó detenida, volví sobre estas palabras y encontré en ellas el punto de partida del camino que llevaba a una fantasía infantil dada en las ideas latentes como foco intermedio. En este camino me orientaron, además, los conocidos versos: «Pocas veces me habéis comprendido, pocas veces os he comprendido yo, sólo cuando nos encontramos en el fango pudimos comprendernos en seguida.» (*) Cualquier análisis podría proporcionarnos ejemplos de cómo precisamente los rasgos más insignificantes del sueño resultan imprescindibles para la interpretación y del retraso que sufre el análisis cuando los desatendemos al principio. Análoga atención minuciosa hemos dedicado en la interpretación a los matices de la expresión oral en la que el sueño nos era relatado, e incluso cuando esta expresión resultaba insuficiente o desatinada, como si el sujeto no hubiese conseguido construir la versión exacta de su sueño, la hemos aceptado tal y como nos era ofrecida, respetando todos sus defectos. Hemos considerado, pues, como un texto sagrado e intangible algo que, en opinión de los autores, no es más que una rápida y arbitraria improvisación. Este contraste demanda un esclarecimiento.

Pero este esclarecimiento resulta favorable a nuestras opiniones, aunque sin quitar la razón a los investigadores citados. Desde el punto de vista de nuestros nuevos conocimientos sobre el nacimiento del sueño no existe aquí, en efecto, contradicción ninguna. Es cierto que deformamos el sueño al intentar reproducirlo, pues llevamos a cabo un proceso análogo al que describimos como una elaboración secundaria del sueño por la instancia del pensamiento normal. Pero esta deformación no es, a su vez, sino parte de la elaboración por la que pasan regularmente las ideas latentes a consecuencia de la censura. Los investigadores han sospechado u observado aquí la actuación manifiesta de la deformación onírica; pero a nosotros no puede impresionarnos este fenómeno, pues conocemos otra más amplia deformación, menos fácilmente visible, que ha actuado ya sobre el sueño en sus ideas latentes. La equivocación de los autores reside únicamente en que consideran arbitraria y, por tanto, no susceptible de solución ninguna, y muy apropiada para inspirarnos un erróneo conocimiento del sueño, la modificación que el mismo experimenta al ser recordado y traducido en palabras. Esta opinión supone un desconocimiento de la amplitud que la determinación alcanza en lo psíquico. No hay en tales modificaciones arbitrariedad ninguna. En general, puede demostrarse que cuando una serie de ideas ha dejado indeterminado un elemento, hay siempre otra que toma a su cargo tal determinación. Así, cuando nos proponemos decir al azar un número cualquiera, el que surge en nuestro pensamiento y parece constituir una ocurrencia totalmente libre y espontánea se demuestra siempre determinado en nosotros por ideas que pueden hallarse muy lejos de nuestro propósito momentáneo. Pues bien, las modificaciones que el sueño experimenta al ser recordado y traducido en la vigilia no son más arbitrarias que tales números; esto es, no lo son en absoluto. Se hallan asociativamente enlazadas con el contenido, al que sustituyen, y sirven para mostrarnos el camino que conduce a este contenido, el cual puede ser, a su vez, sustitución de otro.

Al analizar los sueños de mis pacientes suelo someter esta afirmación a una prueba que jamás me ha fallado. Cuando el relato de un sueño me parece difícilmente comprensible, ruego al sujeto que lo repita, y he podido observar que sólo rarísimas veces lo hace con las mismas palabras. Pero los pasajes en los que modifica la expresión revelan ser, por este mismo hecho, los puntos débiles de la deformación de los sueños, o sea aquellos que menos resistencia habrán de oponer a la penetración analítica. El sujeto advierte por mi ruego que pienso esforzarme especialmente en la solución de aquel sueño, y bajo la presión de la resistencia trata de proteger los puntos débiles de la deformación onírica, sustituyendo una expresión delatora por otra más lejana; pero de este modo me llama la atención sobre la expresión suprimida, y por el esfuerzo que se opone a la solución del sueño me es también posible deducir el cuidado con el que el mismo ha tejido su trama.

Más descaminados andan los autores cuando adscriben tanta importancia a la duda que nuestro juicio opone al relato del sueño. Esta duda echa de menos la existencia de una garantía intelectual, aunque sabe muy bien que nuestra memoria no conoce, en general, garantía ninguna, no obstante lo cual nos sometemos, con frecuencia mucho mayor de la objetivamente justificada, a la necesidad de dar fe a sus datos a duda de la exacta reproducción del sueño o de datos aislados del mismo es nuevamente una derivación de la censura de la resistencia que se opone al acceso de las ideas latentes a la consciencia, resistencia que no queda siempre agotada con los desplazamientos y sustituciones por ella provocados y recae entonces, en forma de duda, sobre aquello cuyo paso ha permitido. Esta duda nos oculta fácilmente su verdadero origen, pues sigue la prudente conducta de no atacar nunca a elementos intensos del sueño y sí, únicamente, a los más débiles y borrosos. Pero sabemos ya que entre las ideas latentes y el sueño ha tenido efecto una total transmutación de todos los valores psíquicos, transmutación necesaria para la deformación, cuyos efectos se manifiestan predominantemente y a veces exclusivamente en ella. Cuando un elemento del sueño, ya borroso de por sí, se muestra, además, atacado por la duda, podemos ver en ello una indicación de que constituye un derivado directo deuna de las ideas latentes proscritas. Sucede aquí lo que después de una gran revolución sucedía en las repúblicas de la antigüedad o del Renacimiento. Las familias nobles y poderosas, que antes ocupaban el Poder, quedaban desterradas, y todos los puestos eran ocupados por advenedizos, no tolerándose que permaneciera en la ciudad ningún partidario de los caídos, salvo aquellos que por su falta de poder no suponían peligro ninguno para los vencedores, y aun estos pocos quedaban despojados de gran parte de sus derechos y eran vigilados con desconfianza. En nuestro caso, esta desconfianza queda sustituida por la duda. De este modo, al iniciar todo análisis, ruego al sujeto que prescinda en absoluto de todo juicio sobre la precisión de su recuerdo y considere con una absoluta convicción la más pequeña posibilidad de que un elemento determinado haya intervenido en su sueño. Mientras que en la persecución de un elemento onírico no nos decidamos a renunciar a toda consideración de este género, permanece el análisis estacionario. El desprecio de un elemento cualquiera trae consigo, en el analizado, el efecto psíquico de impedir la emergencia de todas las representaciones indeseadas que detrás del mismo se esconden. Este efecto no tiene, en realidad, nada de lógico, pues no sería desatinado que alguien dijese: «No sé con seguridad si este elemento se hallaba contenido en el sueño; pero con respecto a él se me ocurre, de todos modos, lo siguiente…» Mas el sujeto no dice nunca tal cosa, y precisamente este efecto perturbador del análisis es lo que delata a la duda como una derivación y un instrumento de la resistencia psíquica. El psicoanálisis es justificadamente desconfiado. Una de sus reglas dice: Todo aquello que interrumpe el progreso de la labor analítica es una resistencia.