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100 Clásicos de la Literatura

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Mas ¿dónde permanece aquí la censura onírica? ¿Por qué no acude a oponerse enérgicamente a este proceso mental tan groseramente egoísta y no transforma en profundo displacer la satisfacción que a él se muestra enlazada? A mi juicio, obedece esta conducta a que otros procesos mentales por completo irreprochables provocan también satisfacción y encubren con este afecto el de igual carácter emanado de las fuentes infantiles prohibidas. Durante la solemne inauguración del monumento en la Universidad surgieron también en mí los pensamientos siguientes: He perdido ya muchos y muy queridos amigos; unos me han sido arrebatados por la muerte; otros no han sabido conservar mi amistad. Pero, afortunadamente, he logrado sustituirlos, pues tengo hoy uno que significa para mí más que todos los otros y al que conservaré siempre, pues he llegado ya a una edad en la que es difícil establecer amistades nuevas. La satisfacción de haber hallado tal sustitución de los amigos perdidos puede pasar al sueño sin dificultad ninguna; pero detrás de ella se desliza la satisfacción hostil procedente de una fuente infantil. El cariño infantil contribuye, sin duda, a reforzar el actual; pero también el odio infantil se ha abierto camino en la representación.

El sueño contiene además, una clara alusión a otro proceso mental del que.también emana satisfacción. Mi amigo ha tenido hace poco una hija, después de larga espera. Sé cuánto sintió la muerte de su joven hermana, y le he escrito que transferirá a la niña todo el cariño que su hermana le inspiraba, y logrará así olvidar, por fin, la irreparable pérdida.

Así, pues, también esta serie de pensamientos va a enlazarse a aquella idea intermedia del contenido latente, de la que luego parten diversos caminos en direcciones contrarias: nadie es insustituible. Mira, todos son revenants; todo lo que hemos perdido vuelve a nosotros. En este punto quedan estrechados los lazos asociativos de los elementos tan contradictorios de las ideas latentes por la circunstancia casual de que la hija recién nacida de mi amigo ha recibido el nombre de Paulina, nombre que es también el de una compañera de mis juegos infantiles, niña de mi misma edad y hermana de mi más antiguo amigo y adversario. Esta coincidencia me produce satisfacción, y aludo a ella sustituyendo en mi sueño un José por otro José y escogiendo luego, para designar a mi amigo de Berlín, las iniciales Fl., coincidentes con las de otro personaje del sueño el profesor Fleischl. Partiendo de aquí conduce una concatenación de ideas a los nombres de mis propios hijos, en cuya elección no me ha guiado nunca la moda del día, sino el deseo de rememorar a personas queridas. Estos nombres hacen que mi hijos sean también, en cierto modo, revenants. Y, en definitiva, ¿no constituyen nuestros hijos nuestro único acceso a la inmortalidad?

Añadiré aún algunas observaciones sobre los afectos del sueño, considerados desde un diferente punto de vista. En el alma del durmiente puede hallarse contenida una inclinación afectiva la que denominamos estado de ánimo a título de elemento dominante y contribuir entonces a determinar el sueño.

Este estado de ánimo puede surgir de los sucesos y pensamientos del día y puede tener fuentes somáticas. En ambos casos aparecerá acompañado de procesos mentales correspondientes a su naturaleza. Mas para la formación de los sueños es indiferente que este contenido de representaciones aparezca condicionado primariamente por la inclinación afectiva o despertado por una disposición sentimental de origen somático. La formación de los sueños se halla siempre sujeta a la limitación de no poder representar sino lo que constituye una realización de deseos, ni tomar su fuerza motriz psíquica más que del deseo. El estado de ánimo dado de momento recibirá el mismo trato que la sensación surgida durante el reposo (cap. 6, apart. b, 5), la cual es despreciada o transformado su sentido en el de una realización de deseos. Los estados de ánimo displacientes dados durante el reposo se constituyen en fuerzas impulsoras del sueño, despertando enérgicos deseos que el mismo ha de cumplir, y el material al que se hallan ligados es elaborado hasta hacerlo utilizable para la expresión de una realización de deseos. Cuanto más intenso y dominante es en las ideas latentes el estado de ánimo displaciente, más seguramente aprovecharon las tendencias optativas reprimidas la ocasión que de conseguir una representación se les ofrece, pues encuentran ya realizada, por la existencia actual de un displacer que en caso contrario habrían de engendrar por sí propios, la parte más penosa de la labor que les sería necesario llevar a cabo para pasar el sueño manifiesto. Con estas observaciones rozamos de nuevo el problema de los sueños de angustia, que demostrarán ser el caso límite del rendimiento onírico.

i) La elaboración secundaria.

Llegamos, por fin, a la exposición del cuarto de los factores que participan en la formación de los sueños.

Prosiguiendo la investigación del contenido manifiesto en la forma antes iniciada, o sea inquiriendo en las ideas latentes el origen de aquellos fenómenos que atraen nuestra atención en dicho contenido, tropezamos con elementos para cuyo esclarecimiento precisamos de una hipótesis totalmente nueva. Recuérdense los casos en que, sin dejar de soñar, nos asombramos o indignamos de un fragmento del mismo contenido manifiesto. La mayor parte de estos sentimientos críticos del sueño no van dirigidos contra el contenido manifiesto, sino que demuestran ser partes del material onírico tomadas de él y adecuadamente utilizadas. Así nos lo han probado con toda claridad los ejemplos correspondientes. Pero hay algo que no consiente tal derivación y para lo que no encontramos en el material onírico elemento ninguno correlativo. ¿Qué significa, por ejemplo, el juicio crítico «Esto no es más que un sueño», tan frecuente dentro del sueño mismo? Es ésta una verdadera crítica del sueño, idéntica a la que pudiera desarrollar nuestro pensamiento despierto. En algunas ocasiones no constituye sino un elemento precursor del despertar, y en otras, más frecuentes, aparece, a su vez, precedida de un sentimiento displaciente, apaciguado luego al comprobar que no se trata sino de un sueño. La idea: «No es más que un sueño», dentro del sueño mismo, tiende a disminuir la importancia de lo que el sujeto viene experimentando y conseguir así que tolere una continuación. Sirve, pues, para adormecer a cierta instancia, que en el momento dado tendría motivos más que suficientes para intervenir y oponer su veto a la prosecución del sueño. Pero es más cómodo seguir durmiendo y tolerar el sueño, «porque no es más que un sueño». Imagino que esta despreciativa crítica surge cuando la censura nunca totalmente adormecida se ve sorprendida por un sueño que ha logrado forzar el paso. No pudiendo ya reprimirlo, sale al encuentro de la angustia o del displacer que la sorpresa ha provocado con la observación indicada. Trátase, pues, de una manifestación de esprit d'escalier por parte de la censura psíquica.

Tenemos aquí una evidente demostración de que no todo lo que el sueño contiene procede de las ideas latentes, pues existe una función psíquica no diferenciable de nuestro pensamiento despierto, que puede proporcionar aportaciones al contenido manifiesto. La interrogación que se nos plantea es la de si se trata de algo excepcional o si la instancia psíquica que ejerce la censura participa también regularmente en la formación de los sueños.

Esto último es, indudablemente, lo cierto. No puede negarse que la instancia censora, cuya influencia no hemos reconocido hasta aquí sino en restricciones y omisiones observadas en el contenido manifiesto, introduce también en el mismo ciertas interpolaciones y ampliaciones. Estas interpolaciones son con frecuencia fácilmente reconocibles, pues aparecen tímidamente expuestas, siendo iniciadas con un «como sí», no poseen muy elevada vitalidad y son siempre incluidas en lugares en los que pueden servir de enlace entre dos fragmentos del contenido manifiesto o para la consecución de una coherencia entre dos partes del sueño. Muestran, además, menor consistencia mnémica que las derivaciones legítimas del material onírico, y cuando el sueño sucumbe al olvido son lo primero que desaparece, hasta el punto de que, a mi juicio, nuestra frecuente observación de que hemos soñado muchas cosas, pero no hemos retenido sino algunos fragmentos dispersos, obedece precisamente a la rápida desaparición de estas ideas aglutinantes. Cuando realizamos un análisis completo descubrimos tales interpolaciones por la ausencia en las ideas latentes de material que a ellas corresponda. Pero después de una minuciosa investigación podemos afirmar que es éste el caso menos frecuente. La mayor parte de las veces nos es posible referir tales ideas interpoladas a un material dado en las ideas latentes pero a un material que ni por su valor propio ni por superdeterminación podía aspirar a ser acogido en el sueño. La función psíquica cuya actuación en la elaboración de los sueños examinamos ahora, no parece elevarse a creaciones originales, sino muy en último extremo, y utiliza, mientras le es posible, aquellos elementos del material onírico que resultan adecuados a sus fines.

Pero lo que caracteriza y delata a esta parte de la elaboración onírica es su tendencia. Esta función procede, en efecto, como maliciosamente afirma el poeta que proceden los filósofos; esto es tapando con sus piezas y remiendos las soluciones de continuidad del edificio del sueño. Consecuencia de esta labor es que el sueño pierde su primitivo aspecto absurdo e incoherente y se aproxima a la contextura de un suceso racional. Pero no siempre corona el éxito estos esfuerzos. Existen muchos sueños así construidos que parecen a primera vista irreprochablemente lógicos y correctos; parten de una situación posible, la continúan por medio de variaciones libres de toda contradicción y la conducen aunque con mucho menor frecuencia a una conclusión adecuada. Estos sueños son los que han sido objeto de más profunda elaboración por la función psíquica análoga al pensamiento despierto; parecen poseer un sentido; pero este sentido se halla también a mil leguas de su verdadera significación. Si los analizamos, nos convencemos de que es en ellos en los que la elaboración secundaria maneja con mayor libertad el material dado y respeta menos las relaciones del mismo. Son éstos sueños que, por decirlo así, han sido interpretados ya una vez antes que en la vigilia los sometiéramos a la interpretación. En otros sueños no ha conseguido avanzar esta elaboración tendenciosa sino hasta cierto punto, hasta el cual se muestran entonces coherentes, haciéndose después disparatados o embrollados y volviendo luego, a lo mejor, a elevarse por segunda vez hasta una apariencia de comprensibilidad. Por último, hay también sueños en los que falta por completo esta elaboración y se nos muestran como un desatinado montón de fragmentos de contenido.

 

No quisiéramos negar perentoriamente a este cuarto poder estructurador del sueño que pronto se nos revelará como algo ya conocido en realidad es el único de los cuatro factores de la elaboración onírica con el que ya nos hallamos familiarizados; no le quisiéramos negar, repetimos, la capacidad de aportar al sueño creaciones originales. Pero, desde luego, podemos afirmar que su influencia se manifiesta predominantemente, como la de los otros tres, en la selección del material onírico de las ideas latentes. Existe un caso en el que la labor de aplicar al sueño una especie de fachada le resulta ahorrada casi totalmente por la preexistencia en las ideas latentes de tal formación. Estas formaciones, dadas ya de antemano en las ideas latentes, son las que conocemos con el nombre de fantasías, y equivalen a aquellas otras, productos del pensamiento despierto, a las que calificamos de ensoñaciones o sueños diurnos (Tagträume). El papel que en nuestra vida anímica desempeñan no ha sido aún completamente determinado por los psiquiatras. M. Benedikt ha iniciado un estudio muy prometedor, a mi juicio, sobre él. Por otra parte, la significación de los sueños diurnos no ha escapado a la certera y penetrante mirada del poeta: recordemos la descripción que de ellos hace un personaje secundario de El nabab, de Daudet. El estudio de las psiconeurosis nos conduce al sorprendente descubrimiento de que estas fantasías o sueños diurnos constituyen el escalón preliminar de los síntomas histéricos, por lo menos de toda una serie de ellos. Estos síntomas no dependen directamente de los recuerdos, sino de las fantasías edificadas sobre ellos. La frecuencia de las fantasías diurnas nos ha facilitado el conocimiento de estas formaciones; pero, además de tales fantasías conscientes, existen otras numerosísimas que por su contenido y su procedencia de material reprimido tienen que permanecer inconscientes. Una más minuciosa investigación de los caracteres de estas fantasías diurnas nos muestra con cuánta justicia se les ha dado el mismo nombre que a nuestros productos mentales nocturnos, o sea el de sueños. Comparten, en efecto, con los sueños nocturnos gran número de sus cualidades esenciales, y su investigación nos habría podido proporcionar el acceso más inmediato y fácil a la comprensión de los mismos.

Como los sueños, son estas ensoñaciones realizaciones de deseos: tienen en gran parte como base las impresiones provocadas por sucesos infantiles y sus creaciones gozan de cierta benevolencia de la censura. Examinando su construcción, comprobamos que el motivo optativo que ha actuado en su producción ha revuelto el material de que se hallan formadas y ha constituido luego con él, ordenándolo en forma diferente, una nueva totalidad. Con relación a las reminiscencias infantiles a las que se refieren, son lo que algunos palacios barrocos de Roma respecto de las ruinas antiguas cuyos materiales se han utilizado en su construcción.

En la «elaboración secundaria» del contenido onírico, que hemos atribuido al cuarto de los factores de la formación de los sueños, volvemos a hallar la misma actividad que en la creación de los sueños diurnos puede manifestarse libremente, no coartada por otras influencias. Pudiéramos afirmar sin más dilación que este nuestro cuarto factor intenta constituir con el material dado algo como un sueño diurno. Pero en aquellos casos en los que aparece ya constituido de antemano tal sueño diurno, relacionado con las ideas latentes del nocturno, se apoderará de él y tenderá a hacerlo pasar al contenido manifiesto. Existen, pues, sueños que no consisten sino en la repetición de una fantasía diurna que ha permanecido, quizá, inconsciente. Así, el del muchacho que se ve conducido por Diomedes en su carro de guerra. La segunda mitad de aquel sueño, en el que creo el neologismo autodidasker, es asimismo una fiel reproducción de una fantasía diurna inocente sobre mis relaciones con el profesor M. De la complicación de las condiciones que el sueño ha de cumplir en su formación depende el que la fantasía preexistente no constituya como es lo más frecuente sino una parte del sueño, o que sólo un fragmento de la misma llegue a pasar el contenido manifiesto. De ordinario es manejada entonces esta fantasía como cualquier otro elemento del material latente, pero muchas veces continúa constituyendo en el sueño una totalidad. En mis sueños suelen aparecer fragmentos que se distinguen del resto por la distinta impresión que producen. Parecen más fluidos, más coherentes y, sin embargo, más fugitivos que los demás elementos del mismo sueño, y estos caracteres me indican que se trata de fantasías inconscientes relacionadas con el sueño y acogidas por él, pero no me ha sido nunca posible determinarlas. Por lo demás, estas fantasías son acumuladas, condensadas y superpuestas, del mismo modo que todos los demás elementos de las ideas latentes. Sin embargo, puede observarse la existencia de una escala gradual, que va desde el caso en el que constituyen casi inmodificadas el contenido manifiesto, o, por lo menos, la fachada del sueño, hasta el caso contrario, en el que no se hallan representadas en dicho contenido sino por uno de sus elementos o por una lejana alusión al mismo. En general, el destino de estas fantasías dadas en las ideas latentes depende de las ventajas que puedan ofrecer para satisfacer las exigencias de la censura y las imposiciones de la condensación.

Al escoger los ejemplos destinados a ilustrar la interpretación onírica he procurado eludir en lo posible aquellos sueños en los que desempeñaban un papel importante las fantasías inconscientes, pues la introducción de este elemento psíquico hubiera exigido amplias explicaciones sobre la psicología del pensamiento inconsciente. Pero de todos modos no es posible eludir en estas materias todo contacto con las «fantasías», pues se trata de formaciones que pasan muchas veces íntegras al sueño o se transparentan y éste es el caso más frecuente bajo su contenido manifiesto. Expondré, pues, un sueño que aparece compuesto por dos fantasías contrarias, aunque coincidentes en algunos puntos. Una de estas fantasías es más profunda que la otra y viene a constituir su interpretación.

El contenido de este sueño único del que no conservo anotaciones minuciosas es aproximadamente el que sigue: El sujeto un joven soltero se halla sentado en un café, al que tiene costumbre de ir todos los días. Varias personas entran a buscarle; entre ellas, una que quiere prenderle. Dirigiéndose a sus contertulios dice: «Me voy. Luego volveré y pagaré.» Pero estas palabras son recibidas con burlas y protestas: «No, no; ya sabemos lo que eso quiere decir.» Uno de los consumidores le grita: «Otro que se va.» Luego es conducido a un estrecho local, en el que se encuentra una mujer con un niño en brazos. Uno de sus acompañantes dice: «Aquí está el señor Müller.» Un comisario de Policía o un funcionario semejante hojea un montón de documentos y repite mientras tanto: «Müller, Müller, Müller.» Luego le dirige una pregunta, a la que el sujeto contesta con un «sí». A continuación mira a la mujer que encontró al entrar y ve que le ha salido una poblada barba.

Los dos componentes de este sueño resultan fácilmente separables. El más superficial es una fantasía que gira sobre la prisión del sujeto, y nos parece constituir un producto original de la elaboración onírica. Pero detrás de ella resulta fácilmente visible el material primitivo, al que la elaboración onírica ha impuesto una ligera transformación material, que es la fantasía del matrimonio del sujeto y los rasgos comunes a ambos productos resaltan con particular intensidad, como en las fotografías compuestas de Galton. La promesa de volver a su puesto en la tertulia del café, incrédulamente acogida por los amigos, la exclamación: «¡Otro que se va!» (que se casa), y el «sí» con el que contesta al funcionario son detalles fácilmente visibles de la fantasía nupcial. El hojear un montón de papeles repitiendo una y otra vez el mismo nombre corresponde a un detalle secundario, pero bien reconocible, de los festejos nupciales; esto es, a la lectura de los telegramas de felicitación, dirigidos todos a las mismas personas. Con la presencia personal de la novia en el sueño vence la fantasía nupcial a la de prisión que la encubre. Un dato proporcionado por el sujeto nos explica porqué esta novia muestra al final una hermosa barba. Yendo de paseo con un amigo suyo, tan poco inclinado al matrimonio como él, se habían cruzado con una preciosa morena. «¡Lástima que a estas mujeres tan morenas dijo el amigo suela salirles luego barba corrida en cuanto pasan de la primera juventud!»

Naturalmente, no faltan en este sueño elementos que han sido objeto de más profunda deformación. Así, la frase «Luego pagaré» alude a la conducta poco agradable que algunos suegros observan en el pago de la dote. Vemos claramente que el sujeto encuentra mil reparos contra el matrimonio, reparos que le impiden entregarse con gusto a la fantasía nupcial. Uno de estos reparos el de que al casarse pierde el hombre su libertad queda encarnado en la transformación de la fantasía en una escena de prisión.

El descubrimiento de que la elaboración onírica se sirve con preferencia de una fantasía preexistente en lugar de crear otra original utilizando el material de las ideas latentes, nos da la solución de uno de los problemas más interesantes del sueño. En el apartado IV, capítulo 2, de la presente obra expusimos el célebre sueño en el que Maury, golpeado en la nuca por la caída de una de las varillas que sostenían las cortinas de su cama, ve desarrollarse una larga serie de escenas de la Revolución francesa. Dada su coherencia y su íntima relación con el estímulo despertador, insospechado por Maury, nos queda como única hipótesis posible la de que todo este denso sueño fue compuesto y se desarrolló en el brevísimo espacio de tiempo transcurrido entre la caída de la varilla sobre el cuello del sujeto y el despertar provocado por el golpe. No pudiendo atribuir al pensamiento despierto tal rapidez, hubimos de reconocer a la elaboración onírica como atributo peculiar una singular aceleración de los procesos mentales.

Contra esta conclusión, que se hizo pronto popular, han elevado vivas objeciones autores más modernos (Le Lorrain, Eggers y otros), poniendo en duda la exactitud de la comunicación de Maury e intentando demostrar que la rapidez de nuestros rendimientos intelectuales despiertos no es menos de la que pueda atribuirse a la elaboración onírica. La discusión se desarrolla sobre problemas de principio que no podemos entrar a examinar aquí. Sin embargo, he de confesar que la argumentación de Eggers contra el sueño antes citado de Maury no me ha parecido muy convincente. Por mi parte, propondría la siguiente explicación de este sueño: ¿Sería muy inverosímil que el sueño de Maury representase una fantasía conservada en su memoria desde mucho tiempo antes y despertada pudiera decirse aludida en el momento de percibir el sujeto el estímulo interruptor del reposo? Esta hipótesis hace desaparecer la dificultad que nos plantea la composición de tan larga y detallada historia en el brevísimo tiempo de que para ello ha dispuesto el durmiente, pues supone la preexistencia de la historia completa. Si la varilla hubiese caído sobre el cuello de Maury hallándose éste despierto, habría quizá provocado la siguiente idea: «Parece como si me guillotinaran.» Pero Maury está dormido, y la elaboración onírica aprovecha rápidamente el estímulo dado para la producción de una realización de deseos, como si pensase (claro es que esto debe ser tomado figuradamente): «He aquí una buena ocasión para dar cuerpo a la fantasía optativa que en tal o cual épico me inspiró esta o aquella lectura.» Que la novela soñada presenta todas las características de aquellas fantasías que suelen construir los jóvenes bajo el imperio de poderosas impresiones es cosa, a mi juicio, indiscutible. ¿Quién no se siente arrastrado y mucho más siendo francés e historiador por las descripciones de los años del Terror, en los que la aristocracia francesa, flor de la nación, mostró cómo se puede morir con ánimo sereno y conservar hasta el último momento un sutilísimo ingenio y las más exquisita maneras? ¡Y cuán atractivo resulta imaginarse ser uno de aquellos hombres que besaban sonrientes la mano de sus compañeros de infortunio antes de subir con paso firme al cadalso, o si la ambición de la fuerza que impulsa nuestra fantasía a identificarnos con una de aquellas formidables individualidades que sólo con el poder de sus ideas y de su ardiente elocuencia se impusieron a la ciudad en la que latía convulsivamente por entonces el corazón de la Humanidad, enviaron millares de hombres a la muerte con fervorosa convicción de servir a un elevadísimo ideal e iniciar una completa transformación de Europa y cayeron a su vez bajo la cuchilla de la guillotina (Danton, los girondinos)! Un detalle del sueño de Maury «en medio de una inmensa multitud» parece indicar que la fantasía que lo constituye era de este carácter ambicioso.

 

Estas fantasías ha largo tiempo preexistentes no se desarrollan necesariamente durante el reposo en toda su extensión; basta con que sean, por decirlo así, «preludiadas». Quiero decir con esto lo siguiente: cuando la música inicia unos compases, cesando en seguida, y alguien comenta, como sucede en el Don Juan: «Esto es de Las bodas de Figaro, de Mozart», surge en mí de repente una plenitud de reminiscencias, de las que por el momento no llega nada hasta la consciencia. Así, pues, los compases preludiados y la frase a ellos referente constituyen la chispa que pone simultáneamente en movimiento todas las partes de un conjunto. Exactamente lo mismo puede muy bien suceder en el pensamiento inconsciente. El estímulo despertador pone en movimiento la estación psíquica que abre el acceso a toda la fantasía de la guillotina. Pero esta fantasía no se desarrollará durante el reposo, sino luego, en el recuerdo del sujeto despierto. Al despertar recordamos en detalle la fantasía que fue rozada en conjunto durante el sueño, sin que tengamos medio alguno de comprobar que recordamos realmente algo soñado.

Esta misma explicación, o sea la de que se trata de fantasías preexistentes, que son puestas en movimiento como conjuntos por el estímulo despertador, puede también aplicarse a otros sueños distintos de los orientados hacia dicho estímulo; por ejemplo, del sueño de batallas soñado por Napoleón antes de despertar por la explosión de la «máquina infernal». Entre los sueños reunidos por Justina Zobowolska en su disertación sobre la duración aparente en el fenómeno onírico me parece el del autor dramático Casimir Bonjour (citado por Macario, 1857) el más demostrativo. Sentado en un sillón dispuesto entre bastidores, se preparaba este autor a asistir a la primera representación de una de sus obras, cuando, vencido por la fatiga, se quedó dormido en el momento de alzarse el telón. Durante su reposo asistió a la representación de los cinco actos de que su obra constaba y observó la impresión que cada una de las escenas producía en el público. Terminado el último acto, oyó encantado cómo reclamaba el público el nombre del autor y lo recibía con grandes muestras de entusiasmo. Cuál no sería su sorpresa al despertar en este momento y ver que la representación no había pasado aún de los primeros versos de la primera escena. No había, pues, dormido arriba de dos minutos. No parece muy aventurado afirmar con respecto a este sueño que el desarrollo de los cinco actos de la obra y la observación de las impresiones que cada escena iba despertando en el público no necesitan constituir una creación original producida durante el reposo, sino que puede reproducir una labor anterior de la fantasía en el sentido ya indicado. Justina Zobowolska hace resaltar con otros autores como un carácter común a todos los sueños de acelerado curso de representaciones el ser particularmente coherentes, a diferencia de los demás, y el de que su recuerdo es más bien sumario que detallado. Estas particularidades serían precisamente las que habrían de presentar las fantasías preexistentes rozadas por la elaboración onírica. Pero los autores citados no llegan a deducir esta conclusión. De todos modos, no quiero afirmar que todos los sueños enlazados con un estímulo despertador puedan quedar explicados en esta forma, ni que con ello deje de constituir un problema el curso acelerado de las representaciones en el sueño.

No podemos dejar fuera de esta investigación el examen de las relaciones de la elaboración secundaria del contenido manifiesto con los demás factores de la elaboración onírica. ¿Habremos de suponer que los factores de la formación de los sueños o sea la tendencia a la condensación, la precisión de eludir la censura y el cuidado de la representabilidad con los medios psíquicos del sueño, construyen primeramente con el material dado un contenido manifiesto interino, que es luego elaborado hasta satisfacer en lo posible las exigencias de una segunda instancia? Esta es apenas verosímil. Más bien habremos de aceptar que las exigencias de dicha instancia plantean desde el principio una de las condiciones que ha de satisfacer el sueño, y que esta condición ejerce una influencia inductora y de selección sobre todo el material de las ideas latentes, del mismo modo que las demás condiciones derivadas de la condensación, la censura de la resistencia y la representabilidad. Pero de las cuatro condiciones de la formación onírica es ésta la de exigencias menos imperiosas. La identificación de esta función psíquica, que lleva a cabo lo que denominamos elaboración secundaria del contenido manifiesto con la labor de nuestro pensamiento despierto, resulta del siguiente proceso reflexivo: Nuestro pensamiento despierto (preconsciente) se conduce, ante cualquier material de percepción, del mismo modo que la función de que ahora tratamos con respecto al contenido manifiesto. Es inherente a su naturaleza ordenar dicho material, establecer relaciones e incluirlo en un contexto inteligible. En esta labor solemos incluso ir más allá de lo debido. Así, los trucos del prestidigitador nos engañan porque se apoyan en esta nuestra costumbre intelectual. Nuestra tendencia a reunir inteligiblemente las impresiones sensoriales dadas nos hace caer con frecuencia en singularísimos errores y hasta falsear la verdad del material que a nuestra percepción se ofrece. Los ejemplos que demuestran este estado de cosas son demasiado conocidos para que hayamos de reproducirlos aquí nuevamente. En la lectura dejamos pasar inadvertidas erratas que alteran el sentido y leemos como si éste no apareciese modificado. Un redactor de un periódico francés apostó que introduciría, como si fuese una errata, las palabras «por delante» o «por detrás» en cada una de las frases de un largo artículo y que ningún lector lo notaría, y ganó la apuesta. En otro periódico hallé hace varios años un cómico ejemplo de falsa conexión. Después de la famosa sesión de la Cámara francesa en la que Dupuy puso fin, con la serena frase La séance continue, a la confusión y al espanto producidos por la explosión de una bomba arrojada por un anarquista al hemiciclo, fueron citados a declarar, como testigos, los espectadores que asistían a la sesión desde la tribuna pública. Entre ellos se hallaban dos provincianos que visitaban por primera vez la Cámara. Uno de ellos, llegado a la tribuna pocos momentos antes del atentado declaró que había oído una detonación, pero creyó que era costumbre del Parlamento disparar una salva cuando un orador terminaba su discurso. El otro, que había llegado antes y oído ya varios discurso, expresó el mismo juicio, pero con la variante de haber creído que la salva no se disparaba sino cuando el orador había obtenido gran éxito con sus palabras.