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100 Clásicos de la Literatura

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Conocemos ya un acabado ejemplo de tal inversión de los afectos en el sueño y al servicio de la censura. En el «sueño de la barba de mi tío» siento gran cariño hacia mi amigo R., mientras que en las ideas latentes le califico de imbécil. De este ejemplo de inversión de los afectos extrajimos el primer indicio de la existencia de una censura onírica. No es tampoco necesario suponer a este respecto que la elaboración onírica crea en todas sus partes tal afecto contrario, pues, generalmente, lo encuentra ya dado en el material latente y se limita a reforzarlo con la energía psíquica de los motivos de repulsa hasta hacerse alcanzar intensidad suficiente para constituirse en elemento dominante de la formación del sueño. En el citado sueño de «la barba de mi tío» procede probablemente el cariñoso afecto contrario de una fuente infantil (como nos indica la continuación del sueño), pues las relaciones entre tío y sobrino han constituido luego para mí, por la especial naturaleza de mis más tempranas experiencias infantiles (véase el análisis del sueño Non vixit), la fuente de todas mis amistades y todos mis odios.

Un sueño comunicado por Ferenczi nos ofrece un excelente ejemplo de tal inversión de los afectos. Un individuo de avanzada edad es despertado una noche por su mujer, asustada de oírle reír entre sueños a grandes carcajadas. El durmiente relató luego haber soñado lo siguiente: «Una persona conocida entra a verme estando yo en la cama. Quiero encender la luz, pero no lo consigo, y todos mis intentos resultan vanos. Entonces se levanta mi mujer de la cama para ayudarme, mas no logra tampoco el resultado apetecido y, avergonzada de mostrarse en paños menores ante un extraño, vuelve a acostarse. Me parece tan cómico todo esto, que no puedo reprimir la risa. Mi mujer me pregunta: `¿De qué te ríes?' Pero yo sigo riendo hasta que despierto.» Al día siguiente se sintió el sujeto muy deprimido y tuvo un fuerte dolor de cabeza «de tanto como se había reído aquella noche».

Analíticamente considerado, es este un sueño mucho menos divertido. La persona, `conocida' que entra a ver al sujeto es, en las ideas latentes, `la gran incógnita' la muerte, cuya imagen ocupó durante el día anterior los pensamientos del sujeto, anciano ya y enfermo de arteriosclerosis. La risa incoercible que le acomete es una sustitución del llanto enlazado a la idea de que ha de morir. La luz que ya no puede encender es la luz de la vida. Esta melancólica idea se halla, quizá, relacionada, con recientes tentativas de realizar el coito, fracasadas totalmente, sin que le sirviera de nada el auxilio de su mujer en ropas menores. El sujeto advierte, pues, que va ya cuesta abajo. La elaboración onírica supo transformar la triste idea de la impotencia y de la muerte en una escena cómica, y los sollozos en carcajadas.»

Existe cierto género de sueños que merecen el calificativo de hipócritas y plantean un difícil problema a la teoría de la realización de deseos. Mi atención recayó sobre ellos cuando la señora Frau Dr. M. Hilferding puso a discusión en la Asociación Psicoanalítica de Viena los sueños siguientes, cuyo relato desarrolla Rosegger en una narración `Fremd gemacht' incluida en la obra titulada Waldheimat (tomo II, pág. 303).

He aquí la parte que de dicha narración nos interesa: «Gozo, en general, de un apacible reposo. Pero durante una larga época quedó perturbada la serenidad de mis noches por el resurgimiento de mi pasado de oficial de sastre, que venía a interrumpir, como un fantasma inexorable, mi modesta vida de estudiante y literato.

»Este continuo retorno de mi pretérita actividad manual en mis sueños no podía ser atribuido a que su recuerdo ocupara vivamente mis pensamientos diurnos. Un ambicioso, que ha abandonado su piel de filisteo para escalar las alturas y hacerse un lugar en la sociedad, tiene otras cosas que hacer. Pero en.esta época de lucha tampoco me preocupaban mis sueños. Sólo después, cuando me acostumbré a meditarlo todo, o quizá cuando el filisteo comenzó a resurgir algo en mí, fue cuando me di cuenta de que siempre que soñaba volvía a ser en mi sueño el antiguo oficial de sastre y que de este modo, llevaba ya mucho tiempo trabajando gratis por las noches para mi maestro. Mientras me veía a su lado, cosiendo o planchando, tenía, sin embargo, perfecta consciencia de que no era ya aquel mi lugar ni aquellas mis ocupaciones propias; pero siempre acababa por explicarme mi presencia allí alegando alguna causa racional; por ejemplo, la de que estaba en vacaciones o de veraneo y había ido al taller para ayudar un poco a mi maestro. Con frecuencia me inspiraba la tarea intenso desagrado, y lamentaba tener que perder en ella un tiempo que hubiera podido ocupar en cosas más útiles y gratas. Mientras tanto, tenía que aguantar, además, los regaños del maestro cuando una prenda no salía a su gusto. En cambio, no se hablaba jamás de remuneración ni salario algunos. Muchas veces, viéndome encorvado sobre la labor en el oscuro taller, me proponía dejar el trabajo y despedirme. En una ocasión llegué a hacerlo así; pero el maestro no se dio por enterado, y continué trabajando sin chistar.

»¡Cuán bien venido era para mí el despertar después de aquellas largas horas de tedio! Pero en vano me proponía siempre rechazar lejos de mí, con toda energía, aquel inoportuno sueño cuando volviera a representarse, gritándole: No eres sino una vana fantasía… Sé que estoy en mi lecho y quiero dormir… La noche siguiente volvía a trasladarme al taller.

»Así pasaron varios años, sin que nada cambiase. Pero una vez, hallándonos trabajando en casa de aquel labrador para el que di mis primeras puntadas de aprendiz, se mostró el maestro muy descontento de mi trabajo, y mirándome ceñudamente, me dijo: `Quisiera saber en qué estás pensando.' Al oír estas palabras, imaginé que lo más razonable sería abandonar mi sitio, decir al maestro que si estaba allí era únicamente por hacerle un favor ayudándole, y marcharme. Pero no lo hice, y consentí que el maestro tomase un aprendiz y me ordenase que le hiciera sitio en mi banco. Fui a sentarme en un rincón y seguí cosiendo. Aquel mismo día fue admitido otro oficial, que por cierto resultó ser aquel bohemio que había trabajado con nosotros diecinueve años antes y se cayó un día al arroyo yendo a la taberna. Cuando quiso sentarse no había ya sitio para él. Miré entonces interrogativamente al maestro, el cual me dijo: `No tienes habilidad ninguna para este oficio; puedes irte, estás despedido.' Tanto sobresalto me produjeron estas palabras, que desperté de mi sueño.

»La luz del alba comenzaba a penetrar por las ventanas en mi sereno hogar. En torno mío, mis amadas obras de arte adornaban la habitación. En la biblioteca, elegantemente tallada, me esperaban el eterno Homero, el gigantesco Dante, el incomparable Shakespeare, el glorioso Goethe todos los inmortales. Desde la habitación vecina llegaban las vocecitas de mis hijos parloteando con su madre. Me parecía haber hallado de nuevo, después de mucho tiempo, esta vida apacible, idílica, tierna, luminosa y henchida de poesía en la que tantas veces he sentido profundamente toda la felicidad a que el hombre puede aspirar. Sin embargo, me desazonaba la idea de no haberme anticipado a mi maestro, dando así lugar a que me despidiera. «Pero, ¡cosa singular!, desde aquella noche en que fui despedido gozo de completa tranquilidad y no sueño ya con mi lejano pasado de obrero manual, tan alegre en su falta de aspiraciones y que, sin embargo, ha proyectado después.tan larga sombra sobre mi vida.»

En esta serie de sueños del poeta, que en su juventud había sido oficial de sastre, resulta muy difícil reconocer el dominio de la realización de deseos. Todo lo que puede serle grato pertenece a su vida despierta. En cambio, sus sueños parecen arrastrar de continuo la sombra fantasmal de una insatisfactoria existencia, por fin superada. El examen de algunos casos análogos me ha permitido arrojar alguna luz sobre los sueños de este género. Recién doctorado, trabajé algún tiempo en un instituto químico, sin adelantar lo más leve en las cuestiones científicas en él estudiadas, razón por la cual no me ha sido nunca grato ocupar mi pensamiento despierto con el recuerdo de aquella época de mis estudios, tan estéril como humillante para mi amor propio. En cambio, sueño con gran frecuencia hallarme en el laboratorio, donde efectúo análisis, me suceden diversas cosas, etc. Estos sueños son tan displacientes como los de examen y nunca muy claros ni precisos. En la interpretación de uno de ellos recayó, por fin, mi atención sobre la palabra «análisis», que me proporcionó la clave de su inteligencia.

Después de aquella época he llegado a ser un «analista» y efectúo «análisis» que son muy alabados, aunque claro es que no análisis químicos, sino psicoanálisis. De este modo se me hicieron ya comprensibles tales sueños. Cuando el éxito de esta clase de análisis me ha enorgullecido durante el día y me siento inclinado a vanagloriarme de los grandes progresos realizados en tal materia, me presenta el sueño, por la noche, aquellos otros análisis en los que fracasé y que no me dan ciertamente motivo ninguno de orgullo. Trátase, pues, de sueños primitivos que castigan al parvenu, como los del oficial de sastre que ha llegado a ser un festejado poeta. Pero ¿cómo es posible que el sueño, situado ante el conflicto entre el orgullo del parvenu y la autocrítica, se ponga al servicio de esta última y tome como contenido una advertencia razonable, en lugar de una ilícita realización de deseos? Ya indiqué antes que la respuesta a esta interrogación entraña no poca dificultad. Podríamos concluir que la base del sueño se hallaba constituida primeramente por una presuntuosa fantasía ambiciosa, pero que, en su lugar, ha pasado al contenido manifiesto una atenuación y humillación de la misma. Hemos de recordar que en la vida anímica existen tendencias masoquistas a las que podemos atribuir tal inversión. No tendría nada que oponer a que los sueños de este género fueran separados de los sueños de realización de deseos y consideraciones, aparte, como sueños punitivos, pues no vería en ello una restricción de la teoría de los sueños hasta aquí defendida, sino simplemente un medio de facilitar la comprensión de este estado de cosas a aquellos que no llegan a concebir la coincidencia de los contrarios. Pero un más penetrante examen de estos sueños nos proporciona aún otros datos. El impreciso contexto de uno de mis sueños con el laboratorio me volvía a la juventud y me situaba en el año más estéril y sombrío de mi carrera médica, cuando, sin colocación ni clientela ninguna, ignoraba cómo podría ganarme la vida. Pero al mismo tiempo me mostraba en el trance de elegir mujer entre varios partidos que se me ofrecían. Me situaba, pues, de nuevo en plena juventud y, sobre todo, en la época en que también era joven la mujer que compartió mi vida en aquellos años difíciles. De este modo se me reveló el deseo constante de todo hombre cercano ya a la vejez como el inconsciente estímulo provocador de este sueño. La lucha empeñada en otros estratos psíquicos entre la vanidad y la autocrítica había determinado,.ciertamente, el contenido manifiesto; pero su producción como tal sueño se debía únicamente al deseo de juventud, más profundamente arraigado. Cuántas veces nos decimos despiertos: «Hoy me va muy bien, y, en cambio, aquellos tiempos fueron muy duros para mí; pero entonces poseía algo mejor que todo: la juventud.».

 

Otro género de sueños, muy frecuentes en mí y también de carácter hipócrita, tienen por contenido mi reconciliación con personas a las que me ligaron lazos de amistad, rotos o debilitados después. El análisis descubre siempre en estos sueños un motivo que podría incitarme a prescindir del resto de consideración que aún guardo a tales antiguos amigos y a tratarlos como extraños o como enemigos. Pero el sueño se complace en pintar la relación contraria.

Al juzgar los sueños comunicados por un poeta en una narración literaria hemos de tener en cuenta que probablemente ha excluido de su relato aquellos detalles del contenido manifiesto que creyó insignificantes o perturbadores.

Tales sueños nos plantean de este modo enigmas que una exacta reproducción del contenido manifiesto explicaría en el acto.

O. Rank me ha llamado la atención sobre uno de los cuentos de Grimm titulado El sastrecillo valiente o Yo maté siete de un golpe, en el que se incluye un análogo sueño de un parvenu. El sastrecillo, que ha conquistado fama de héroe y se ha casado con la hija del rey, sueña una noche con su antiguo oficio y pronuncia palabras que despiertan sospechas en la princesa. A la noche siguiente hace ésta penetrar en la alcoba a varios hombres de armas con la consigna de espiar las palabras que se le escapen a su marido durante el reposo y apoderarse de él si tales palabras confirman sus sospechas. Pero el sastrecillo, avisado, sabe rectificar su sueño.

La complicación de los procesos de supresión, sustracción e inversión, mediante los cuales pasan los afectos de las ideas latentes a constituir los del sueño manifiesto, se nos evidencia en apropiadas síntesis de sueños totalmente analizados. Expondré aquí todavía varios ejemplos que ilustrarán algunas de las afirmaciones antes expuestas sobre el fenómeno afectivo en los sueños.

V

En el sueño del extraño trabajo que el viejo Brücke me ha encomendado el de disecar la mitad inferior de mi propio cuerpo echo de menos en el mismo sueño el espanto que tal labor debía, naturalmente, producirme. Esta circunstancia constituye, en más de un sentido, una realización de deseos. La preparación anatómica representa el amplio autoanálisis contenido en mi libro sobre los sueños y cuya publicación me es en extremo desagradable, hasta el punto de que, teniendo terminado el manuscrito hace más de un año, no me he decidido aún a enviarlo a la imprenta. Sin embargo, abrigo el deseo de dominar esta sensación que me retiene de dar a conocer mi trabajo, y por este motivo no experimento en el sueño terror (Grauen) ninguno. Pero la palabra Grauen (terror) tiene también otro sentido (grauen = encanecer), en el que tampoco quisiera que pudiera serme aplicada. Hace ya tiempo que mis cabellos han comenzado a «encanecer», indicándome que no debo ya retrasar aquello que desee llevar a cabo en la vida. Ya vimos que al final del sueño queda representada la idea de que habré de abandonar a mis hijos la continuación de mi obra y la alegría de.llegar al fin después de difícil peregrinación.

Hemos expuesto antes dos sueños que transfieren a los instantes inmediatamente posteriores al despertar la expresión de la satisfacción. En el primero aparece motivado este afecto por la esperanza de averiguar lo que significa el «Yo he soñado ya esto» dentro del sueño mismo y corresponde en realidad al nacimiento de los primeros hijos. En el segundo se muestra enlazado al convencimiento de que se cumplirá ahora aquello que «signos anteriores anunciaron», y se refiere verdaderamente al nacimiento de mi segundogénito. Ambos contenidos manifiestos muestran afectos idénticos a los dados en sus ideas latentes respectivas; pero esta circunstancia no nos autoriza a suponer que ha tenido efecto un simple paso de dichos afectos de un contenido a otro. El sueño no muestra nunca tanta sencillez. En efecto, profundizando un poco más en el análisis de estos ejemplos, descubrimos que tal satisfacción exenta de toda censura, queda incrementada por un refuerzo suministrado por otra fuente sobre la que habría de recaer el veto de la misma y cuyo afecto despertaría la más enérgica oposición si no se ocultara detrás del de idéntica cualidad procedente de la fuente permitida, deslizándose así a su amparo. Por desgracia, no me es posible demostrar esta circunstancia en el sueño a que nos venimos refiriendo; pero un ejemplo tomado de otra distinta esfera aclarará suficientemente estas opiniones. Supongamos el caso siguiente: Hay una persona que me inspira odio hasta el punto de hacer surgir en mí una viva tendencia a alegrarme de que le ocurra alguna desgracia. Pero, como mis sentimientos morales no se pliegan a esta tendencia, no me atrevo a exteriorizar mis malos deseos, y si la desgracia recae sobre dicha persona, sin culpa alguna por su parte, reprimiré mi satisfacción y me esforzaré en sentir y exteriorizar la compasión debida. Todos nos hemos hallado alguna vez en esta situación. Pero puede también suceder que la persona odiada cometa una extralimitación cualquiera y atraiga sobre sí de este modo merecidas calamidades. Entonces podremos dejar libre curso a nuestra satisfacción ante el justo castigo recibido por el culpable y nos exteriorizaremos en esta forma, coincidiendo al hacerlo así con toda persona imparcial. Sin embargo, no dejaremos de observar que nuestra satisfacción resulta más intensa que la de los demás, habiendo recibido un refuerzo de la fuente de nuestro odio, a la que hasta entonces había impedido la censura proporcionar afecto ninguno, pero que ha sido ahora libertada de toda coerción por la transformación de las circunstancias. Este caso se realiza en la sociedad siempre que una persona antipática o perteneciente a una minoría mal vista incurre en alguna falta. Su castigo no suele entonces ser proporcionado al delito, pues se agrega a éste la mala voluntad que contra el sujeto se abriga y que ha debido resignarse antes a permanecer estéril. Los jueces cometen, sin duda, así una injusticia; pero la satisfacción que en su interior les produce la cesación de una represión durante tanto tiempo mantenida les impide darse cuenta de ello. En estos casos se halla perfectamente justificado el afecto en lo que a su cualidad se refiere, pero no en lo que respecta a su medida, y la autocrítica, tranquilizada en un punto descuida fácilmente el examen del segundo. Una vez abierta la puerta, entra fácilmente más gente de la que al principio se pensó admitir.

El singularísimo rasgo que presenta el carácter neurótico de reaccionar a un estímulo con afectos cualitativamente justificados, pero desmesurados cuantitativamente, queda explicado de este modo en tanto en cuanto puede ser.objeto de una explicación psicológica. Pero el exceso procede de fuentes afectivas inconscientes y reprimidas hasta el momento que logran hallar un enlace asociativo con el motivo real, y a cuyo desarrollo de afecto abre el camino, deseando una fuente de afectos lícita y libre de toda objeción. De este modo echamos de ver que entre la instancia anímica reprimida y la represora no debemos limitarnos a tener en cuenta únicamente las relaciones de coerción recíproca pues merecen también igual atención aquellos casos en los que por medio de una acción conjunta y una mutua intensificación producen ambas instancias un efecto patológico. Apliquemos ahora estas observaciones sobre mecánica psíquica a la inteligencia de las manifestaciones afectivas del sueño.

Una satisfacción exteriorizada en el sueño y que naturalmente existe también en las ideas latentes no queda siempre explicada en toda su extensión por este descubrimiento. En todos los casos tendremos que buscarle en las ideas latentes una segunda fuente sobre la que gravita la presión de la censura, y que bajo esta presión no hubiera producido satisfacción, sino el afecto contrario, pero que es colocada por la presencia de la primera fuente onírica en situación de sustraer su afecto de satisfacción a la represión y agregarlo, en calidad de refuerzo a la satisfacción procedente de otra fuente distinta. Los afectos del sueño resultan, pues, compuestos por aportaciones de diversas fuentes y superdeterminados con respecto a las ideas latentes: Todas las fuentes susceptibles de producir el mismo afecto se unen a este fin en la elaboración.

El análisis del acabado sueño, cuyo nódulo central se halla constituido por las palabras non vixit, nos aclara un poco este complicado estado de cosas. Este sueño muestra concentradas en dos puntos de su contenido manifiesto exteriorizaciones afectivas de diversas cualidades. Sentimientos hostiles y displacientes en el mismo sueño (se dice: «Embargado entonces por singulares afectos…») se acumulan y superponen en el momento en que aniquilo a mi amigo y adversario con las dos palabras indicadas. Al final del sueño siento gran regocijo y acepto la opinión reconocidamente absurda de que existen fantasmas que podemos hacer desaparecer con sólo desearlo.

No he comunicado aún la motivación de este sueño, esencialísima y que nos hace penetrar profundamente en su inteligencia. Mi amigo de Berlín al que he designado con las letras Fl. me había escrito que pensaba someterse a una operación quirúrgica y que unos parientes suyos, residentes en Viena, me tendrían al corriente de su estado durante aquellos días. Las primeras noticias posteriores a la operación no fueron nada satisfactorias y me pusieron en cuidado. Hubiera querido acudir al lado de mi amigo; pero precisamente por entonces me hallaba aquejado de una dolorosa enfermedad que convertía en atroz tortura cada uno de mis movimientos. Las ideas latentes me demuestran que la vida de mi amigo llegó a inspirarme serios temores. Su única hermana, a la que no llegué a conocer, había muerto en plena juventud, después de brevísima enfermedad. (En el sueño habla Fl. de su hermana y dice: «En tres cuartos de hora quedó muerta.») Imaginando que la naturaleza de mi amigo no era mucho más resistente, debí figurarme que, después de recibir peores noticias, emprendía, por fin, el viaje… y llegaba demasiado tarde, cosa que me hubiera reprochado eternamente. Este reproche de haber llegado tarde pasa a constituir el centro del sueño; pero queda representado en una escena en la que Brücke, el venerado maestro de mis años de estudiante, me lo hace presente acompañándolo de una terrible mirada de sus azules ojos. No pudiendo.reproducir el sueño esta escena tal como fue vivida, la transforma, atribuyéndome el papel aniquilador, inversión que es, sin duda alguna, obra de la realización de deseos. Los cuidados que me inspira la vida de mi amigo, el reproche de no acudir a su lado, la vergüenza que ello me produce (mi amigo ha venido inesperadamente a Viena) y mi necesidad de considerarme perfectamente disculpado por la enfermedad que me impide moverme, son los elementos que componen la tempestad de sentimientos que se desarrolla en la región correspondiente de las ideas latentes y es claramente percibida durante el reposo.

En la motivación del sueño había aún algo más, que produjo en mí un efecto totalmente contrario. Al darme las primeras noticias, nada tranquilizadoras en los días que siguieron a la operación, se me hizo la advertencia de que no las comunicase a nadie, advertencia que me ofendió por el juicio que sobre mi discreción significaba. Sabía, desde luego, que mi amigo no había encargado a nuestro intermediario nada semejante y que se trataba de una oficiosidad de este último; pero el reproche en ella oculto me desagradó extraordinariamente…, por que no era del todo injustificado. Aquellos reproches en los que no hay algo de verdad no suelen indignarnos tanto. Mi amigo Fl. no podía ciertamente tener motivo ninguno para dudar de mi discreción; pero una vez, en años juveniles, hablé más de lo conveniente y ocasioné un disgusto entre dos personas que me honraban con su amistad, contando a una algo que sobre ella había dicho la otra. Los reproches de que por entonces se me hizo objeto permanecen grabados para siempre en mi memoria. Uno de los amigos entre los que sembré en aquella ocasión la discordia era el profesor Fleischl; el otro puede ser sustituido por el nombre de José, que era también el de mi amigo y adversario P., resucitado por mi sueño.

 

Del reproche de que no sé guardar nada para mí testimonia en el sueño la pregunta de Fl. («¿Qué es lo que sobre él ha contado a P.?») La intervención de este recuerdo es lo que transfiere desde el presente al tiempo en que iba al laboratorio de Brücke el reproche de que llego tarde. Sustituyendo en la escena del aniquilamiento la persona de mi interlocutor por un «José», hago que esta escena represente no sólo el reproche de que llego tarde, sino también el otro, más rigurosamente sometido a la censura, de que no sé guardar ningún secreto. La labor de condensación y desplazamiento del sueño, así como los motivos del mismo, se hacen aquí evidentes.

Mi disgusto ante la advertencia de conservar el secreto, mitigado ya en el momento del sueño, extrae, en cambio, un refuerzo de fuentes muy profundas, y se convierte de este modo en una impetuosa corriente de sentimientos hostiles contra personas que, en realidad me son muy queridas. La fuente que proporciona este refuerzo mana en lo infantil. He relatado ya que, tanto mis calurosas amistades como mis enemistades con personas de mi edad, se enlazan a mis relaciones infantiles con mi sobrino John, un año mayor que yo.

Ya he indicado repetidamente las características de estas relaciones. Como un sobrino me dominaba por su mayor edad, tuve que aprender tempranamente a defenderme, y vivimos así inseparablemente unidos y queriéndonos mucho, pero también peleándonos, pegándonos y acusándonos. Todos mis amigos posteriores han constituido y constituyen en cierto sentido, encarnaciones de esta figura de mi infantil compañero y fantasmales reapariciones de la misma (revenants). Mi sobrino mismo retornó a mi casa en mis años de adolescencia,.siendo entonces cuando representamos la escena entre César y Bruto. Un íntimo amigo y un odiado enemigo han sido siempre necesidades imprescindibles de mi vida sentimental, y siempre he sabido procurármelos de nuevo. No pocas veces quedó reconstituido tan completamente este ideal infantil que amigo y enemigo coincidieron en la misma persona, aunque naturalmente, no al mismo tiempo ni en constante oscilación como sucedió en mis primeros años.

No podemos emprender aquí la investigación de la forma en que dadas estas conexiones puede un motivo de afecto retroceder hasta otro análogo infantil, para hacerse sustituir por él en el desarrollo de afecto. Es ésta una cuestión que pertenece a la psicología del pensamiento inconsciente, y hallaría su lugar en una explicación psicológica de las neurosis. Para la interpretación que de momento nos ocupa supondremos que en este punto del análisis surge una reminiscencia infantil exacta o fantaseada cuyo contenido es el que sigue: los dos niños comienzan a pelearse por la posesión de un objeto, que dejaremos aquí indeterminado, aunque el recuerdo o la fantasía lo concretan perfectamente. Ambos alegan haber llegado antes y tener por tanto, mejor derecho. Pero como ninguno quiere ceder, vienen a las manos. Por determinadas indicaciones del sueño podría suponerse que la razón no estaba esta vez de mi parte («dándome cuenta de mi error» o «de que me expreso mal»); pero la fuerza decide en mi favor, y quedo dueño del campo de batalla. El vencido acude a mi padre y abuelo suyo para acusarme; pero yo me defiendo con las palabras ya indicadas en mi anterior examen de este sueño y que me fueron repetidas por mi padre en años posteriores: «Le pego porque él me ha pegado antes.»

Esta reminiscencia, o más probablemente fantasía, que surge en mí durante el análisis del sueño sin garantía ninguna y sin que yo mismo sepa cómoconstituye en las ideas latentes un elemento intermedio que reúne los sentimientos afectivos de las mismas; como la concha de una fuente monumental recoge las aguas de los surtidores para verterlas después en la taza. Partiendo de este elemento intermedio, emprenden las ideas latentes los caminos que siguen: Te está muy bien empleado haber tenido que dejarme libre el puesto a la fuerza. ¿Por qué quisiste arrojarme antes de él? No te necesito para nada. Ya encontraré otro con quien jugar, etc. Estos pensamientos siguen luego caminos que vuelven a llevarlos a la representación onírica. En una ocasión hube de reprochar un tal ôtetoi que je m'y mette a mi difunto amigo José. Siguiendo mis huellas, había entrado como aspirante en el laboratorio de Brücke, institución en la que el ascenso no solía ser rápido. Mi amigo, que sabía su vida limitada y al que ninguna relación de amistad ligaba con su inmediato superior, manifestó claramente su impaciencia en varias ocasiones. Dado que dicha persona padecía una grave enfermedad, el deseo de verle conseguir un ascenso, esto es, dejar su puesto, podía encubrir otro menos piadoso. Años antes había yo abrigado también, y más vivamente aún, el deseo de que se produjese una vacante. Todo escalafón da siempre motivo a represiones de deseos de este género. Recordemos al príncipe Hal de la obra de Shakespeare, que no supo resistir a la tentación de probarse la corona del rey, su padre, junto al lecho en que éste yacía enfermo. Mi sueño castiga tan desconsiderada impaciencia; pero, como era de esperar, no lo hace en mi propia persona, sino en la de mi amigo..«Porque era ambicioso, le maté.» Porque no podía esperar que el otro le dejara el puesto, fue él expulsado del que ocupaba en la vida. Este pensamiento surgió en mí mientras asistía a la inauguración del monumento erigido al otro en la Universidad. Una parte de la satisfacción experimentada en el sueño significa, pues: «Ha sido un justo castigo. Te está bien empleado.»

En el entierro de mi amigo (P.) hizo un joven la observación de que el orador que había pronunciado el discurso necrológico se había expresado como si el mundo no pudiese continuar subsistiendo sin aquel hombre, observación a primera vista poco oportuna, pero que respondía al honrado sentimiento del hombre sincero que ve perturbado su dolor por una inútil exageración. A estos conceptos se enlazan luego las ideas latentes de mi sueño. En realidad, nadie es insustituible. ¡A cuántos amigos y conocidos he acompañado yo a la tumba! Pero yo vivo todavía; he sobrevivido a todos y conservo mi puesto. Tal pensamiento, en el instante en que temo no encontrar ya en vida a mi amigo si acudo a su lado, no puede significar sino que me alegro de sobrevivir nuevamente a alguien, de que el que ha muerto haya sido él y no yo, y de que conservo mi puesto, como antes, en la escena infantil fantaseada. Esta satisfacción de conservar mi puesto, procedente de lo infantil, encubre la parte principal del afecto acogido en el sueño. Me alegro de sobrevivir a mi amigo, y lo manifiesto con el ingenuo egoísmo que campea en la conocida anécdota: «El marido, a su mujer: `Si uno de nosotros muriere, me iría a vivir a París.'» No puede ocultarse a nadie lo mucho que nos es preciso vencernos para analizar y comunicar nuestros propios sueños, que parecen revelarnos como el único ser perverso entre todas las nobles criaturas que nos rodean. Encuentro, por tanto, muy comprensible que los revenants nos sustituyan sólo mientras queremos, que podamos hacerlos desaparecer con sólo desearlo. Esto ha sido lo que ha motivado el castigo de mi amigo José. Por otro lado, los revenants son las sucesivas encarnaciones de mi infantil amigo, y de este modo se refiere también mi satisfacción a haber logrado sustituir siempre con otras las amistades perdidas. También para la que ahora estoy a punto de perder encontraré sustitución. Nadie es insustituible.