El Afilador Vol. 2

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Aus der Reihe: El Afilador #2
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El Fugitivo Ángel Olmedo Jiménez

1980. Alicante, circunstancialmente, pero de corazón ineludiblemente tomellosero, como bien muestra su “nick” @olmedotomelloso. Licenciado en Derecho en la Universidad Pontificia de Comillas- ICADE, es abogado laboralista en el despacho Garrigues. Colaborador en temas ciclistas en el portal digital www.ciclo21.com y en www.roadandmud.com, también escribió en la sección de ciclismo de www.latarjetablanca.com.

El Fugitivo

Un fugitivo lleva huido 90 minutos. La velocidad media campo a través, si no está herido, es de 6 kilómetros por hora. Eso nos da un radio de 9 kilómetros. Lo que quiero de ustedes es una búsqueda exhaustiva de cada gasolinera, residencia, almacén, granja, gallinero, cobertizo y caseta de perro de esta zona. Habrá controles cada 20 kilómetros. El nombre del fugitivo es Doctor Richard Kimble. Cójanle (El fugitivo).

Madre mía, en el sueño/ando por paisajes cardenosos:/un monte negro que se contornea siempre, /para alcanzar el otro monte;/y en el que sigue estás tú vagamente,/pero siempre hay otro monte redondo que circundar,/para pagar el paso al monte de tu gozo y de mi gozo (La fuga. Gabriela Mistral).

Si caminan por las afueras de Azuqueca de Henares, el segundo municipio de mayor relevancia en la provincia de Guadalajara, con una población cercana a los 36.000 habitantes, es posible que se sorprendan por el nutrido homenaje al deporte que se brinda en sus calles.

Además del Bulevar del Deporte, por esos pagos podrán encontrarse con placas que anuncian el nombre de calles que sirven para rememorar los hitos deportivos de, entre otros, el jugador de balonmano Rafael Guijosa, el gimnasta Gervasio Deferr, la patinadora Sheila Herrero, la baloncestista Amaya Valdemoro, el jugador de fútbol-sala Paulo Roberto, la nadadora Gemma Mengual, la atleta Marta Domínguez, el karateka José Manuel Egea, el inigualable ciclista Miguel Indurain o el tenista mallorquín Rafael Nadal.

Si continúan su caminata por esta última calle, apreciarán desde la lejanía una rotonda, enclavada en la confluencia con la Avenida de Europa, en la que una surtida vegetación adorna la arena y que se encuentra coronada por cinco contenedores de mercancías. Tres de ellos, apilados en horizontal, dibujan la imagen de un reconocible Miguel Indurain, ataviado con la maglia rosa y con su más que característica mueca de esfuerzo. En el amplio lateral izquierdo conformado por los bloques unidos, con letras negras sobre fondo gris, se puede leer la cita de dos ciudades francesas: Montgenèvre y Manosque. En el lateral derecho, unos guarismos: 22 minutos 50 segundos, sostenidos por un año, 1976, y el nombre de un hombre de la tierra, José Luis Viejo.

Los otros dos contenedores cuentan con dibujos alegóricos sobre el ciclismo. En uno de ellos, de manera más que explícita, un corredor, en solitario, pedalea en evidente posición de desgaste. La alegoría es patente para los conocedores de la heroicidad que el ciclista alcarreño escenificó un inolvidable 6 de julio de 1976.

El conjunto monumental es obra de tres artistas locales (Ioan, Rector y Zhors) y su inauguración, un 29 de septiembre de 2014, coincidiendo con el día de la bicicleta, fue el instante elegido por la Corporación local para tributar un último reconocimiento público a José Luis Viejo. Apenas dos meses más tarde, un infausto 16 de noviembre, el otrora ciclista fallecía, con apenas 65 años de edad, en el Hospital de Azuqueca, fruto de una enfermedad hepática que le había impedido, a pesar de todos sus esfuerzos, acudir al matrimonio de su hija María, celebrado apenas una semana antes.

Sin embargo, la hazaña que convierte, aún hoy, a José Luis Viejo en referencia ineludible en la historia del ciclismo mundial (y en particular de la pequeña cronología del Tour de Francia), comienza en otro pueblo alcarreño, Yunquera de Henares, en el que vio la luz, por primera vez, el individuo que, en solitario, obtuvo la victoria en una etapa de la «Grande Boucle» cosechando la mayor diferencia sobre el segundo clasificado.

1. La esperanza del ciclismo aficionado español

Nada hacía presagiar que, cuando los padres de Viejo tuvieron que introducir a su pequeño hijo, sujeto con arneses, en un pozo del minúsculo pueblo de Valdearenas para tratar de aliviarle sus padecimientos derivados de unas hernias inguinales, ponían en riesgo (o salvaban, vayan ustedes a saber) la luego prolífica carrera del ciclista amateur en el que se convirtió José Luis.

Un frío dos de noviembre de 1949, en Yunquera de Henares, una localidad de poco menos de cuatro mil habitantes en la que hoy (y desde el pasado 17 de abril de 2016) existe un pabellón dedicado a su recuerdo, José Luis Viejo nacía en el seno de una humilde familia de ganaderos, la ocupación habitual en la zona.

Su afición por la bicicleta le llevó pronto a descollar entre los jóvenes de la tierra. De hecho, su primera victoria, como en tantas otras ocasiones, se dibuja en una carrera local en la que nuestro héroe participa con una bicicleta prestada, de la familia.

Ya, en 1971, con solo 22 años, el alcarreño empezó a poner de manifiesto sus innatas cualidades cuando, en el Mundial amateur disputado en Mendrisio, obtuvo la medalla de bronce en una apretada llegada final en la que el oro fue a parar al galo Régis Ovion (ese mismo año, ganador del Tour del Porvenir) y la presea de plata al belga Freddy Maertens (huelgan especiales presentaciones para quien luego sería dos veces campeón del mundo, en categoría élite, y vencedor de la Vuelta a España, por citar los momentos más estelares de un lustroso y prestigioso palmarés).

En esa misma temporada, Viejo levantará los brazos en una etapa de la Vuelta a Toledo y se alzará con la general de la Vuelta a Navarra. Pero su momento más esplendoroso se escenificó gracias a su participación en los Juegos Mediterráneos, representando a nuestro país, en un cuarteto formado por José Tena, Carlos Melero y Javier Elorriaga, en la disciplina de contrarreloj por equipos. Fue una tarde de gloria para los nuestros, los cuales, desarrollando una prestación excepcional, se hicieron acreedores del oro y el cajón más alto del pódium. Fruto de su destacada trayectoria durante 1971, Viejo es nombrado mejor ciclista español amateur de la temporada.

El año siguiente, enrolado aún en La Casera- Bahamontes, Viejo confirmaría que la mirada de aquéllos que veían en él un hombre de posibilidades para el futuro no se hallaba errada. De este modo, nuestro protagonista obtendría una importante victoria en la primera edición del Memorial Valenciaga (la prueba quizá más señera del calendario amateur y que ha alcanzado ya cuarenta y seis ediciones consecutivas, contando entre sus vencedores a hombres como Freire, Gorospe, Purito o Mikel Nieve), además de llevarse la Vuelta a Polonia (una gesta de gran relevancia, en atención a que solía ser terreno vedado para todo aquél que no fuera del Este) y el título de campeón de España por regiones.

Con el cartel de jefe de filas, Viejo acude a los Juegos Olímpicos de Múnich, en los que su participación, tras los previos éxitos cosechados, se ha de calificar más bien como anónima (decimosegunda posición en la contrarreloj por equipos y trigésimo séptima en la prueba de ruta. En aquella ocasión, la parroquia española pudo festejar el bronce de Huélamo, aunque la alegría tornó en rápida decepción cuando el conquense dio positivo por consumo de niquetamida y fue descalificado).

Con todo, en su paso a profesionales con La Casera, Viejo concita un insuperable interés, y no son pocas las voces que le evocan como el posible continuador de las gestas del hombre de la época, Luis Ocaña, quien, ese mismo año de 1973, se sacaba la espina (parcialmente) de lo ocurrido en Orcières Merlette y se imponía en el Tour de Francia. Y decimos parcialmente porque su triunfo, digno de todas las alabanzas, y superando a rivales de gran entidad (como Thevenet, Zoetemelk, Van Impe, Agostinho o Fuente), quedaba algo empañado por la ausencia en la competencia del todopoderoso Eddy Merckx. Avatares de la vida, la jornada de mayor éxito de Viejo llegaría cuando éste se encontraba a las órdenes del de Priego, pero no adelantemos acontecimientos.

En esa temporada, la de 1973, al igual que en la siguiente, la que sería la última en el equipo La Casera, la progresión del alcarreño se estanca y tan solo puede obtener tres victorias de etapa. Dos en el primer año, en la Vuelta a Andalucía (donde también se lleva la clasificación de la montaña) y en la Vuelta a Aragón, y la última en la Vuelta a Asturias.

En 1975, Viejo llega al Super Ser, donde prestará servicios durante dos años y, luciendo su maillot, cosechará el instante más espectacular de toda su carrera profesional. Su primer capítulo con la nueva camiseta se encuentra yermo de momentos dignos de reseña.

El equipo era la creación del empresario navarro de estufas y frigoríficos Ignacio Orbaiceta quien, con carácter previo, había hecho sus pinitos en el mundo del ciclismo (luciendo en su palmarés, como mayor éxito, el triunfo en una etapa de la edición de la Vuelta a España de 1946, la que unía Cáceres con Badajoz).

El Super Ser amparó dos de las tres últimas temporadas de Ocaña como ciclista. Lo cierto es que, a pesar de la apuesta, el conquense apenas dejó algo de su magia en la segunda de sus campañas con la escuadra navarra, en la que peleó el título de vencedor de la Vuelta a España al hombre del KAS José Pesarrodona, si bien no consiguió desbancarle y completó pódium con el también compañero del vencedor absoluto, José Nazabal.

La aportación del campeón en el Super Ser fue exigua, ya que se consumó con dos victorias de etapa en la temporada anterior, concretamente durante la disputa de la Vuelta a Andalucía y en la Vuelta a La Rioja, respectivamente.

 

Por su parte, el ciclista que honró el maillot de Super Ser de un modo más que elocuente fue el salmantino Agustín Tamames, quien se impondría en la Vuelta a España de 1975, además de ser campeón nacional en ruta en la temporada siguiente, 1976, el año en el que Viejo escribiría una página para la historia que, hasta la fecha, nadie ha sido capaz de superar.

2. 6 de julio de 1976. El día de los hechos

Tras ese arranque dubitativo en Super Ser, José Luis había comenzado 1976 con mejor pie.No en vano, antes de la llegada del Tour de Francia, en el que Super Ser esperaba que Ocaña pudiera reverdecer viejos laureles, el alcarreño se colocó segundo en la general final de la Vuelta a Asturias, por detrás de Santiago Lazcano, venciendo en dos etapas, y se llevó una de las victorias parciales de la desaparecida Vuelta a los Valles Mineros.

Ya en Francia, conviene señalar que en aquella edición del Tour tomaron la salida un total de trece escuadras con diez hombres cada una. Los principales favoritos, en la salida de Saint-Jean de Monts eran los belgas Van Impe, Pollentier y Maertens, el local Poulidor, el holandés Zoetemelk y los españoles Ocaña y Galdós.

El recorrido planteado por la organización se dividía en un total de veintidós etapas, más el prólogo inicial de 8 kilómetros (en el que se impondría Maertens, luciendo el primer amarillo de la carrera que no perdería hasta Alpe d´Huez). Se ascendían primero los Alpes, que fueron totalmente determinantes para el desenlace final de la carrera. Baste reparar en el hecho de que el holandés Zoetemelk se impuso en las jornadas de Alpe d´Huez y en la que finalizaba en Montgenèvre, pero el gran beneficiado fue Van Impe, quien se enfundaba la túnica amarilla que tan solo abandonaría, por dos jornadas, en los hombros del francés Raymond Delisle, para recuperarla en la etapa de Saint-Lary-Soulan y no desprenderse de ella durante el resto del camino hacia París.

Y, como todo en esta vida, también en el ciclismo los hechos derivan de una serie de causas (más o menos inextricables). La participación del Super Ser en el Tour no estaba cubriendo las expectativas de Orbaiceta, en especial por la ejecución de Ocaña, quien no se encontraba en el fragor de la batalla (distanciado a casi once minutos del líder Van Impe), por lo que, superados los Alpes, y antes del segundo día de descanso, el navarro ordenó a su director de equipo, Gabriel Saura, que concediera una mayor libertad a los gregarios para luchar por las victorias parciales.

La primera, y a la postre más propicia, oportunidad llegaba el día 6 de julio, en el tránsito de 224 kilómetros que unía Montgenèvre (la estación de esquí en la región de la Provenza) y Manosque (la comuna ubicada en el departamento de los Alpes de la Alta Provenza), en la undécima de las etapas de la ronda gala.

Aunque tendremos ocasión de detenernos sobre este particular, la acometida del trayecto no constituyó una de esas conocidas como huelgas encubiertas en el pelotón. Del mismo modo, tampoco puede hablarse de que fuera un día en el que no existiera lucha por fraguar la escapada buena. El propio José Luis Viejo, en las entrevistas mantenidas con Richard Moore, señala que, durante gran parte de su aventura, el pelotón[1] se hallaba solo a un minuto o un minuto y medio de diferencia[2].

De hecho, en el comienzo, muchos fueron los corredores que intentaron abrir hueco con el pelotón. El primero de ellos fue el francés del equipo Peugeot, Jean-Pierre Danguillaume, pero su intentona quedó en agua de borrajas ante el empuje de los de atrás. Más adelante, y cuando la carrera apenas llevaba cuatro kilómetros, se conformó un tercero con el español de Super Ser José Casas, Arbes y Borreau. Sin embargo, su pretensión cayó pronto en el fracaso, aunque tanto Casas como Arbes lo volvieron a probar unos cuantos kilómetros más tarde, en esta ocasión con un grupo de buenos ciclistas en los que destacaba nuestro compatriota Miguel Mari Lasa (que defendía los colores del equipo italiano Scic-Colnago y que ya había vencido en la localidad belga de Verviers).

A ese grupo le siguió otro, en el que ya se encontraba Viejo, además de Perurena, Paolini, De Meyer y Delepine. No obstante, la proximidad de la meta volante de Embrun, dio al traste con la escapada, gracias al empuje de un pelotón en el que Maertens vencía al francés del Gitane-Campagnolo Robert Mintkiewicz.

Antes del movimiento definitivo, el bravo Casas lo probaría por tercera ocasión, pero su demarraje no contó con el beneplácito de un pelotón del que se destacaba, mínimamente, el campeón francés del equipo Peugeot Guy Sibille.

Con esta situación de carrera, y coincidiendo con el paso por el avituallamiento de Savine-le-Lac, Viejo lanzaría un ataque que vendría a ser el definitivo. El alcarreño se marchó por delante y el pelotón, quizá pensando en el agotamiento de las dos etapas alpinas previas y en la jornada de descanso del día siguiente, permitió rodar a nuestro hombre. La meta se hallaba a 160 kilómetros por lo que la empresa se alzaba como heroica. No obstante, el ciclismo tiende a empequeñecer la validez de los grandes epítetos y, esa tarde, José Luis Viejo se encargó de demostrarlo.

Es cierto que la fuga del hombre de Super Ser no preocupaba a los hombres de la general (Viejo transitaba en la posición septuagésimo séptima a cincuenta minutos del líder) pero el empeño en fraguar una distancia que le habilitase a creer en sus opciones se demuestra si se atiende al hecho de que, en tan solo diez kilómetros de escapada, su diferencia con el gran grupo se situaba en más de cuatro minutos. Esa renta se dobló al llegar a la primera dificultad montañosa del día, el ascenso al puerto de tercera categoría de Saint-Jean (de 1.324 metros de altitud) y ello a pesar de que, por detrás, Ocaña, junto a Sibille y el italiano del Scic-Colnago Conati habían acelerado, no pudiendo lograr una ventaja sólida con el pelotón. Al coronar la cima, el gran grupo pasaba con más de doce minutos de retraso respecto del escapado.

Desde ahí, la fisonomía de la competición varió notablemente. Viejo perseveraba en su denodado esfuerzo mientras que, por detrás, el ritmo decaía hasta límites insospechados. De hecho, en el kilómetro 137, la grieta se disparaba hasta los veintiún minutos y medio. Aún quedaban algo más de cien kilómetros para la meta, pero todo invitaba a pensar que la epopeya del ciclista del Super Ser atesoraba muchísimas papeletas para solidificarse.

En la siguiente referencia, coincidiendo con el segundo punto de avituallamiento de la etapa, kilómetro 151 a la altura de Digne, Viejo, en cuya solitaria andadura se vio obligado a enfrentarse a la siempre incómoda lluvia, lucraba más de 27 minutos. Todo apuntaba a que la titularidad de la victoria se hallaba vista para sentencia pero Viejo tuvo que cambiar de rueda por un inoportuno pinchazo y el ritmo que marcaban los hombres del Gan-Mercier-Hutchinson, en beneficio de Poulidor y Zoetemelk, sirvió para reducir el hueco hasta los veinticinco minutos.

La siguiente complicación que avistaría Viejo en su huida era el ascenso a un nuevo puerto de tercera categoría, la Côte du Poteau-de-Telle (600 metros sobre el nivel del mar) cuya cima se hallaba a poco menos de cuarenta y cuatro kilómetros del final. Por si quedaba alguna duda, tras superar la escalada, el alcarreño mantenía un hueco de casi veinticuatro minutos con sus perseguidores. Solo un infortunado accidente podía impedir el triunfo.

Por el camino, y tras un primer paso por Manosque cuando restaban todavía seis kilómetros de etapa, nuestro hombre aún tendría que vérselas con otro puerto de tercera categoría, le Mont d´Or (a 880 metros sobre el nivel del mar), que se alzaba a tan solo cuatro kilómetros de la meta. Mientras, por detrás, el holandés del Ti-Raleigh, Karstens se había adelantado del gran grupo.

Viejo llegó a la meta de Manosque y levantó, con parsimonia, los brazos, consciente de la gesta que, gracias a su constancia y sacrificio, había cimentado. Conviene reseñar la media empleada para cubrir los 224 kilómetros, que ascendió a 39,233 kilómetros por hora, lo que demuestra que la escapada no fue ningún paseo para el de Yunquera de Henares.

Sus primeras palabras fueron dirigidas a la afición española a la que dedicaba la victoria, resaltando que su aventura era una actuación premeditada y que había conseguido aprovechar su frescura, toda vez que no se encontraba fatigado tras las etapas de los Alpes[3], en las que no había tenido especial protagonismo.

La lucha por detrás continuaba y, en la última cota, los favoritos pelearon por obtener algún rédito. Lo probaron Zoetemelk, Pollentier y Poulidor pero no lograron ningún botín frente al líder Van Impe. El holandés Karsten llegaría en segunda posición, a 22 minutos y 50 segundos. Por su parte, el gran grupo pararía el cronómetro a 23 minutos y 7 segundos.

La minutada permitió a Viejo subir hasta la posición cuadragésimo tercera pero, como resultaba más que obvio su lucha no se encaminaba por tales derroteros y sus esperanzas e ilusiones ya se habían visto más que colmadas con su éxito en Manosque (si bien, en esa misma edición, acabaría octavo en las etapas de Pyrenees 2000 y la de París). Poco intuía él, además, que su machada supondría un récord que, hasta hoy, no ha encontrado ningún tipo de valiente capaz de resquebrajarlo.

Es cierto que, en fugas en grupo, la diferencia con el pelotón ha sido superior a la obtenida por Viejo. En concreto, en 2001, el holandés Erik Dekker se impuso en la jornada que unía Colmar con Pontarlier (para un total de 220 kilómetros), si bien gracias a una fuga inicial de catorce hombres. El hombre de Rabobank fue más rápido en el sprint que Aitor González y que Servais Knaven y tuvo que esperar 35 minutos y 54 segundos hasta que el grupo de los favoritos culminara la etapa.

Importante hito, sin duda, pero nada equiparable a la valentía y heroicidad de la empresa acometida por un hombre al que, años antes, sus padres no encontraban remedio a sus terribles dolores inguinales.

3. El final de la carrera y la vida unida al ciclismo de Viejo

Aquel Tour de 1976 concluyó sin mayores alegrías para nuestra afición. Las victorias de etapa de Lasa y Viejo, dos hombres en el top-ten (Galdós sexto y López Carril décimo, pero muy lejos de la batalla real por el triunfo), el triunfo del KAS por equipos y un esperanzador primer puesto de Enrique Martínez Heredia en la clasificación de los jóvenes se aventuraban como magra recompensa para la expectación generada en nuestro territorio.

Por su parte, Viejo cambió de equipo al año siguiente, firmando dos temporadas por el KAS, donde obtuvo el Trofeo Masferrer y una etapa en la Vuelta a Asturias en su primera campaña y dos etapas en País Vasco, una en la Setmana Catalana y el Trofeo Elola, en la que fue su antepenúltima celebración. En la primera campaña en KAS, se aupó además a un más que meritorio quinto puesto en la general de la Vuelta a España.

En sus últimas cuatro temporadas como profesional, Viejo pasó por el Teka (desde 1979 a 1981) y culminó su andadura en el Zor, confirmando las palabras de su compañero en La Casera-Bahamontes y hoy seleccionador Javier Mínguez, que resaltaba, a la par que su carácter dicharachero, su falta de constancia[4].

En el equipo cántabro, el alcarreño tuvo una temporada muy reseñable, la de 1980, y dos menos exitosas. En 1979, Viejo gana los Tres Días de Leganés. Al año siguiente, vence en la Clásica Zaragoza-Sabiñánigo (por delante de Laguía), una etapa en la Vuelta a Asturias y otra en la Vuelta a Cantabria y es tercero en la general de la Vuelta a Castilla. Su último momento de gloria con los colores de Teka sería en la Costa del Azahar, donde se llevó la general y venció en dos etapas.

Su adiós al ciclismo de competición llegó luciendo el maillot del Zor y su único resultado reseñable fue en casa, imponiéndose en la Vuelta a Guadalajara. Sin embargo, su retirada del concierto profesional no supuso un punto y final en su relación con el deporte, ya que Viejo fue uno de los principales promotores de la recuperación de la Vuelta a la Alcarria, una prueba de índole amateur, mediante su colaboración con la peña ciclista que lleva su nombre.

Además, Viejo desarrolló diversas ocupaciones. Primero regentó una tienda de bicicletas en Azuqueca, donde ofrecía consejo y asesoramiento a los aficionados de la zona, y, posteriormente, se hizo cargo de un kiosco con Administración de Loterías, desde el que llevó la fortuna a sus conciudadanos, repartiendo varios premios importantes.

 

La figura de José Luis no ha caído en el olvido en el que, a todas luces, sentía como su pueblo. Desde su triste y repentino fallecimiento, se han disputado dos rutas cicloturistas que evocan su recuerdo. A mayor abundamiento, y coincidiendo con los cuarenta años de su escapada hasta Monasque, su peña organizó con ayuda del Ayuntamiento, una exposición en la que se aglutinaron sus maillots, bicicletas, fotografías y crónicas que glosaban el carácter y empuje de su paisano más insigne en lo deportivo.

La muestra contó con un gran respaldo de los azudenses, los mismos que, ahora, pueden deambular por las afueras de la ciudad y encontrarse con una rotonda en la que, de un modo muy particular, se recuerda la gesta de José Luis Viejo, el célebre y exitoso fugitivo de la prueba más importante del concierto ciclista internacional. El hombre que situó una mastodóntica diferencia con sus rivales, en una tarde en la que, según cuentan por las calles de Azuqueca, su triunfo se celebró con estruendosas tracas.

[1] Geoffrey Nicholson, en su obra The Great Bike Race, alude a que la victoria de Viejo se gestó gracias a las negociaciones de Ocaña con Van Impe y el resto de los líderes del grupo, implorando (y consiguiendo) el beneplácito de la fuga, ya que Super Ser no estaba luciéndose en el Tour.

[2] Étape. The Untold Stories of the Tour de France´s defining stages. Richard Moore. Viejo era taxativo a este respecto. A la pregunta del periodista sobre si su fuga, como afirma Nicholson, estaba acordada, responde “No. No, de ningún modo. Había un corredor persiguiéndome, un holandés que no era de nuestro equipo, pero el pelotón le cazó en el puerto [Col de Saint-Jean]. Ataqué solo y durante unos cuarenta kilómetros solo tenía un minuto de diferencia o un minuto y medio porque el equipo de Van Impe no me quería dejar marchar”.

[3] De la entrevista concedida a la agencia Pyresa y publicada en la edición del 7 de julio de 1976 del diario ABC.

[4] Del artículo José Luis Viejo, un récord en el Tour, publicado por Carlos Arribas en la edición del diario El País del 17 de noviembre de 2014.

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