Argumentación y pragma-dialéctica

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(b) Las falacias como jugadas contraproductivas en la resolución de desacuerdos

Una evaluación pragma-dialéctica del discurso argumentativo tiene por fin determinar hasta dónde los diversos actos verbales realizados en el discurso son instrumentales en resolver una diferencia de opinión. Para alcanzar este fin, la evaluación necesita aclarar cuáles jugadas en la discusión impiden u obstaculizan una discusión crítica. Cuando una sinopsis analítica ha sido compilada sobre la base de un análisis reconstructivo justificado, entonces se ha creado un punto de partida apropiado para semejante evaluación.

En principio, cada una de las reglas pragma-dialécticas de discusión constituye un estándar o norma diferente para la discusión crítica. Cualquier jugada que infrinja cualquiera de las reglas, no importa cuál de las partes la cometa o en qué etapa lo haga, es una amenaza potencial a la resolución de la diferencia de opinión y por lo tanto debe considerarse (en este sentido particular) como falaz.47 El uso del término falacia está entonces sistemáticamente conectado con las reglas de discusión crítica, y una falacia se define como una jugada en una discusión que viola de alguna manera específica una regla para la discusión crítica que se aplica a una etapa particular de la discusión.

Este acercamiento a las falacias, desarrollado en Argumentación, comunicación y falacias (van Eemeren y Grootendorst, 1992) ofrece una alternativa al tratamiento estándar de las falacias que fuera criticado devastadoramente por Hamblin (1970).48 En lugar de considerar las falacias como pertenecientes a una lista no estructurada de categorías nominales que por una serie de casualidades heredamos del pasado, y en lugar de considerar todas la falacias como violaciones de una sola norma (de validez), el acercamiento pragma-dialéctico hace una diferenciación entre normas funcionalmente distintas. Dependiendo de la regla que ha sido violada, se toma en cuenta una serie de normas diferentes de la validez lógica. De esta manera, muchas de las falacias tradicionales pueden caracterizarse más clara y consistentemente, al tiempo que identificamos falacias “nuevas” que habían pasado desapercibidas.

(c) Violaciones del código de conducta para discusiones críticas

Cuando se trata de detectar falacias, el análisis pragma-dialéctico procede siguiendo una serie de pasos. Un enunciado debe primero interpretarse como un tipo particular de acto verbal realizado en un contexto de discurso cuyo fin es resolver una diferencia de opinión. Entonces debe determinarse si la realización de este acto verbal está de acuerdo con las reglas de la discusión crítica. Si el acto verbal resulta ser una violación de cualquier de las normas pertenecen a tal o cual estapa particular del proceso resolutorio, entonces el tipo de violación se tipificará determinando cuál es el criterio específico de satsifacción de la norma es el que no se ha cumplido.

La regla de libertad (primer mandamiento) puede violarse —en la etapa de confrontación— de varias maneras, tanto por parte del protagonista como por parte del antagonista. Una de las partes puede imponer ciertas restricciones con respecto a los puntos de vista que pueden proponerse o cuestionarse; una de las partes puede negar que el oponente tenga derecho a proponer o a criticar un cierto punto de vista. Una violación del primer tipo significa que ciertos puntos de vista se declaran sacrosantos o factualmente excluidos de la discusión. Una violación del segundo tipo se dirige al oponente de manera personal y tienen por fin eliminar al oponente como un contrincante serio en una discusión. Esto puede hacerse presionando al oponente, amenazándolo con sanciones (argumentum ad baculum) o jugando con sus sentimientos de compasión (argumentum ad misericordiam), pero también desacreditando su carácter de experto, su imparcialidad, integridad o credibilidad (argumentum ad hominem).

La regla que obliga a defender el punto de vista presentado (segundo mandamiento) puede violarse —en la etapa de apertura— por parte del protagonista si este evade o desplaza la carga de la prueba. En el primer caso, el protagonista intenta crear la impresión de que no tiene sentido cuestionar el punto de vista ni es necesario defenderlo, lo cual hace presentando ese punto de vista como evidente de suyo, dando una garantía personal de su corrección (variante del argumentum ad verecundiam) o bien inmunizándolo contra la crítica. En el segundo caso, el protagonista desafía al oponente a que pruebe que el punto de vista del protagonista es incorrecto (variante del argumentum ad ignorantiam) o que el punto de vista opuesto es correcto.

La regla de puntos de vista (tercer mandamiento) puede violarse —en todas las etapas— por parte del protagonista o del antagonista. En una discusión con diferencia mixta de opinión49 cada una de las partes puede cometer la violación sea imputando a la otra parte un punto de vista ficticio o bien distorsionando el punto de vista de la otra parte (falacia del espantapájaros o del “hombre de paja”). El primer efecto se logra sea presentando el propio punto de vista como lo contrario de lo que efectivamente es o bien creando un oponente imaginario; el segundo sacando de contexto lo que dice la otra parte sea mediante una simplificación excesiva (ignorando matices y restricciones) o bien mediante la exageración (absolutizando o generalizando).

La regla de relevancia (cuarto mandamiento) puede violarse —en el estado de la argumentación— por parte del protaginista de dos maneras: (1) proponiendo argumentaciones que no se refieren al punto de vista presentado en la etapa de confrontación (argumentación irrelevante o ignoratio elenchi); (2) defendiendo un punto de vista mediante el uso de medios de persuasión no argumentativos. Ejemplos de ello son la manipulación de las emociones del auditorio (variante del argumentum ad populum) y la exhibición de las propias cualidades (variante del argumentum ad verecundiam). Si se explotan las emociones positivas o negativas (tales como el prejuicio), entonces el páthos substituye al lógos. Por esta razón, a tales violaciones de la regla de relevancia se las llama a veces falacias patéticas. Si los protagonistas intentan que sus puntos de vista sean aceptados por el oponente por la autoridad que les concede el auditorio en vista de su carácter de expertos, su credibilidad, su integridad o alguna otra cualidad, entonces el éthos substituye al lógos. Por esta razón, a tales violaciones de la regla de relavancia se las llama a veces falacias éticas.

La regla de premisas inexpresas (quinto mandamiento) puede violarse —en la etapa de argumentación— por parte del protagonista negando una premisa inexpresa y por parte del antagonista distorsionando una premisa inexpresa. Cuando niega una premisa inexpresa (“Yo nunca dije eso”), el protagonista lo que hace es tratar de evadir la responsabilidad asumida en la argumentación negando estar comprometido con una premisa inexpresa que se ha reconstruido correctamente como tal. Los antagonistas son culpables de la falacia de distorsionar una premisa inexpresa si han producido una reconstrucción de la premisa inexpresa del protagonista que va más allá del “óptimo pragmático” con el que podemos considerar realmente comprometido al protagonista en vista del contexto verbal y no verbal.

La regla de puntos de partida (sexto mandamiento) puede violarse —en la etapa de argumentación— cuando el protagonista presenta falsamente algo como punto de partida compartido o cuando el antagonista niega una premisa que representa un punto de vista compartido. Al presentar falsamente algo como punto de vista compartido, el protagonista intenta evadir la carga de la prueba. Las técnicas utilizadas para este propósito incluyen presentar falsamente una premisa como evidente de suyo, envolver una proposición como parte de lo que una pregunta presupone (falacia de la pregunta múltiple [many questions]), esconder una premisa en o dentro de una premisa inexpresa y proponer argumentaciones que se reducen a lo mismo que dice el punto de vista a defender (petitio principii, también llamado circulus in probando o razonamiento circular, y en inglés begging the question). Cuando el antagonista por su parte niega una premisa que representa un punto de vista compartido, lo que hace es negarle al protagonista la oportunidad de defender su punto de vista ex concessis [a partir de lo que se ha ya concedido], lo cual no es sino negar una condición necesaria de toda argumentación exitosa.

La regla de validez (séptimo mandamiento) puede violarse —en la etapa de argumentación— por parte del protagonista de varias maneras. Algunos casos de invalidez lógica ocurren de forma regular y a menudo no se los reconoce inmediatamente. Entre ellos está el confundir una condición necesaria con una suficiente (o viceversa) en argumentos que utilizan una premisa del tipo “Si…, entonces…” (entonces se habla de la falacia de afirmar el consecuente o negar el antecedente). Otras violaciones se reducen a atribuir erróneamente una propiedad de un todo (una propiedad relativa o dependiente de la estructura) a sus partes constituyentes o viceversa (falacias de composición y división).

La regla de esquemas argumentales (octavo mandamiento) puede violarse —en la etapa argumentativa— por parte del protagonista cuando este se apoya en un esquema argumental inapropiado o bien cuando usa un esquema argumental apropiado pero lo usa incorrectamente. Las violaciones pueden clasificarse de acuerdo con las tres princiales categorías de esquema argumental: (1) argumentación sintomática o de tipo “instancia” [token], en la cual se establece una relación de concomitancia entre las premisas y el punto de vista (“Daniel es actor [y los actores son típicamente vanos], de manera que es ciertamente vano”); (2) argumentación comparativa o de tipo “semejanza”, en la cual se establece una relación de parecido (“La medida que propongo es justa, ya que el caso que se nos presentó el año pasado se trató de la misma manera [y ambos casos se parecen]”; y (3) argumentación instrumental o de tipo “consecuencia”, en la cual se establece una relación de causalidad (“Dado que Tomás ha estado bebiendo una cantidad excesiva de whiskey [y beber demasiado alcohol conduce a jaquecas terribles], debe tener ahora una jaqueca terrible”).

 

La argumentación sintomática se usa incorrectamente cuando, por ejemplo, se presenta un punto de vista como correcto porque una autoridad irrelevante o una cuasi-autoridad lo dice (variante especial del argumentum ad verecundiam) o porque todo mundo dice que es así (variante populista del argumentum ad populum y también variante especial del argumentum ad verecundiam), o cuando un punto de vista es una generalización basada en observaciones que no son representativas o son insuficientes (falacia del secundum quid o generalización apresurada). La argumentación comparativa se usa incorrectamente cuando, por ejemplo, al hacer una analogía no se cumplen las condiciones de una comparación correcta (falsa analogía). Finalmente, la argumentación instrumental se usa incorrectamente cuando, por ejemplo, un punto de vista descriptivo se rechaza por sus consecuencias no deseadas (argumentum ad consequentiam); cuando se infiere una relación causa-efecto de la mera observación de un acontecimiento que tiene lugar después de otro (post hoc ergo propter hoc); o cuando se sugiere injustificadamente que al decidir un curso de acción iremos de malo a peor (falacia de la pendiente resbaladiza o en inglés slippery slope).

La regla de conclusiones (noveno mandamiento) puede violarse —en la etapa de conclusión— por parte del protagonista cuando este concluye que un punto de vista es correcto simplemente porque se lo ha defendido con éxito (falacia de absolutización de la defensa) o por parte del antagonista cuando del hecho de que no se ha probado que algo sea el caso el antagonista concluye que no es el caso, o bien cuando del hecho de que no se ha probado que algo no sea el caso el antagonista concluye que algo es el caso (falacia de absolutización del fracaso de la defensa, una variante especial del argumentum ad ignorantiam). Al absolutizar el éxito de la defensa el protagonista comete un doble error: en primer lugar asigna a los puntos de partida compartidos un estatuto injustificado de hecho establecido, cuya verdad es indiscutible; en segundo lugar se toma una defensa exitosa y se le otorga un estatuto objetivo en vez de inter-subjetivo. Al absolutizar el fracaso de la defensa, el antagonista comete igualmente un doble error: en primer lugar confunde los roles de antagonista y protagonista; en segundo lugar, asume erróneamente que una discusión debe siempre terminar en una victoria para el punto de vista positivo o negativo, de manera que si no se tiene un punto de vista, eso automáticamente significa que se adopta el punto de vista negativo y viceversa, con lo cual se ignora la posibilidad de asumir un punto de vista “cero”.50

La regla de uso del lenguaje (décimo mandamiento) puede violarse —en todas las etapas— por parte de protagonista o antagonista si se toma una ventaja indebida de la obscuridad (falacia de falta de claridad) o ambigüedad (falacia de ambigüedad, equivocidad o amfibolía). Pueden ocurrir varios tipos de obscuridad, según provenga de de la manera en que está estructurado el texto, del carácter implícito de lo que se dice, de indefinición, falta de familiaridad, vaguedad, etc. Igualmente hay varios tipos de ambigüedad: referencial, sintáctica, semántica, etc. La falacia de ambigüedad está estrechamente relacionada con la de obscuridad, y puede ocurrir tanto sola como combinada con otras falacias (tales como las de composición y división).

Baste este breve panorama para mostrar que el análisis pragma-dialéctico de las falacias tradicionales como violaciones de las reglas de la discusión crítica es más sistemático que el tratamiento estándar criticado por Hamblin. En lugar de dar explicaciones ad hoc, se entienden aquí las falacias como subsumidas bajo una o más reglas de la discusión crítica. Las falacias que nos contentamos con agrupar por nombre en las categorías tradicionales se muestran aquí como teniendo algo en común o como claramenta distintas. Por su lado, se juntan falacias genuinamente relacionadas que en el tratamiento tradicional estaban separadas. Así por ejemplo, cuando distinguimos dos variantes del argumentum ad populum —una que viola la regla 4 de relevancia, la otra que viola la regla 8 de esquemas argumentales—, hacemos claro que estas variantes no son de hecho del mismo tipo. Igualmente, cuando analizamos una variante particular del argumentum ad verecundiam y una del argumentum ad populum como violaciones de la regla de esquemas argumentales, hacemos claro que estas variantes realmente son del mismo tipo una vez que se ven desde la perspectiva de la resolución de diferencias de opinión.

La sinopsis analítica revela también que el acercamiento pragma-dialéctico hace posible identificar obstáculos a la resolución de diferencias de opinión que son “nuevos” en el sentido de que no se habían reconocido ni nombrado como falacias: el declarar sacrosanto un punto de vista (violación de la regla 1 de libertad), el evadir la carga de la prueba mediante inmunización de un punto de vista frente a la crítica (violación de la regla 2 que obliga a defender puntos de vista presentados) o el presentar falsamente una premisa como evidente de suyo (violación de la regla 6 de puntos de partida), el negar una premisa inexpresa (violación de la regla 5 de premisas inexpresas), el negar un punto de vista aceptado o el presentar falsamente como punto de vista compartido (violaciones ambas de la regla 6 de puntos de partida), el absolutizar el éxito o el fracaso de una defensa (violación de la regla 9 de conclusiones), etc.

2.4 Usos del maniobrar estratégico

Por más justificado que esté el ver la pragmática como la versión moderna de la retórica, eso lleva a que se descuiden ciertos logros de la retórica clásica que son vitales para el estudio de la argumentación. De acuerdo con van Eemeren y Houtlosser, el método pragma-dialéctico de analizar y evaluar el discurso argumentativo puede enriquecerse si tomamos las enseñanzas retóricas y las integramos sistemáticamente al marco teórico dialéctico (1998, 1999, 2000a, 2000b, 2002b). Para remediar la separación exstente entre dialéctica y retórica, es necesario hacerse cargo de que las dos perspectivas no son incompatibles e incluso pueden ser complementarias.51 Conducir una discusión de forma razonable no es en general, dentro del discurso argumentativo el fin único de los argumentadores, sino que estos tienen también el de hacer que se acepten sus puntos de vista. Los intentos retóricos de los argumentadores para salirse con la suya son parte integral de sus esfuerzos por realizar la aspiración dialéctica de resolver la diferencia de opinión de acuerdo con los estándares propios a una discusión crítica.

Vistas las cosas pragma-dialécticamente, en el discurso argumentativo las partes en todo proceso resolutorio andan buscando el resultado retórico óptimo en la etapa por la que pasan, pero al mismo tiempo podemos presumir que mantienen el objetivo dialéctico de esa etapa de la discusión. De esa manera, el fin dialéctico de las cuatro etapas del proceso resolutorio tiene presumiblemente un correspondiente retórico. Para reconciliar la búsqueda simultánea de esos dos fines diferentes, los argumentadores hace uso de maniobras estratégicas encaminadas a disminuir la tensión potencial entre ambos (van Eemeren y Houtlosser, 2002b). Los aspectos básicos del maniobrar estratégico que distinguimos en pragma-dialéctica son: (1) hacer una selección oportuna a partir del “potencial tópico”, es decir del conjunto de alternativas disponibles en tal o cual etapa de la discusión; (2) adaptar de manera óptima la propia contribución a las “demandas del auditorio”, es decir a las preferencias y expectativas de los escuchas y lectores; y (3) usar los más efectivos “dispositivos de presentación”, es decir los varios medios estilísticos y en general los varios medios verbales y no verbales de comunicar un mensaje. Si la selección resulta en una sucesión concertada de “jugadas” en la cual lo que se elija respecto de los tres aspectos está coordinado, entonces se está usando una estrategia argumentativa plenamente desarrollada.52

Un análisis pragma-dialéctico puede beneficiarse de varias maneras si usa esta concepción de maniobrar estratégico cuando intenta reconstruir el discurso argumentativo. Si se toma en cuenta el maniobrar estratégico, se obtiene una visión más clara de la dimensión retórica del discurso y con ello se abarca una mayor parte de la realidad argumentativa. Al comprender de forma más completa y sutil cuáles son las razones que subyacen a las diferentes jugadas en el discurso, hacemos más profundo nuestro análisis. Y combinando estas enseñanzas de la retórica con la visión pragma-dialéctica que ya se había logrado en el proceso de reconstrucción, nuestro análisis estará mejor justificado.53

(a) Falacias como descarrilamientos del maniobrar estratégico

El maniobrar estratégico que tiene lugar en el discurso argumentativo para mantener el equilibrio entre objetivos dialécticos y retóricos puede a veces llevar a inconsistencias y “descarrilarse”. Tales descarrilamientos generalmente coinciden con aquellas jugadas no constructivas en el discurso argumentativos a las que la tradición llamó falacias. Uno de los problemas cruciales a la hora de detectar falacias es el de cómo distinguir entre discurso argumentativo correcto y discurso argumentativo falaz. En la pragma-dialéctica las jugadas argumentativas se consideran correctas si están de acuerdo con las reglas que se aplican a la etapa de una discusión crítica en la que se realizan, y se consideran falaces cuando violan alguna de esas reglas.54 Sin embargo, para determinar sistemáticamente y para todas las etapas del proceso resolutorio si las jugadas argumentativas violan o no una regla, se necesitan criterios claros que permitan decidir cuándo exactamente se ha violado una cierta norma encapsulada en una discusión particular. El concepto de maniobrar estratégica puede coadyuvar en la identificación de tales criterios.

En principio, todas las jugadas hechas en el discurso argumentativo están motivadas tanto por el fin de argumentar razonablemente como por el fin de salirse con la suya, pero estas dos aspiraciones no se encuentran siempre en perfecto equilibrio. Por un lado, los hablantes y escritores pueden descuidar sus intereses persuasivos, por ejemplo por miedo a que se les perciba como no razonables; por otro lado, pueden descuidar su compromiso con el ideal crítico debido a su hábito de convencer a la otra parte. Si se descuida la persuasividad el argumentador sale perjudicado pero no su adversario, y por tanto no se puede “condenar” al primero como falaz. En cambio, si una de las partes de la discusión permite que su compromiso de llevar a cabo un intercambio razonable de jugadas argumentativas sea superado por el fin de persuadir a la otra parte, entonces el maniobrar estratégico se descarrilla, ya que la otra parte se vuelve una víctima del proceso. En ese caso el maniobrar estratégico se debe condenar como falaz.55

Cada modo de maniobrar estratégico se asocia a un cierto continuo de acción entre correcta y falaz, y a menudo la línea de demarcación entre ambas características solamente puede determinarse por el contexto.56 Los criterios para determinar si una maniobra estratégica es falaz pueden ser especificados de forma más plena y sistemática si somos capaces de apoyarnos en una clasificación bien motivada de los diversos modos de maniobrar estratégico en las diversas etapas de la discusión. Por ejemplo, si para la etapa de confrontación puede establecerse cuáles son las maneras de las que las partes de la discusión disponen para modular a su favor sea los temas en los que tienen una opinión diferente o las posiciones que asumen, y si se pueden especificar los modos de maniobrar estratégico que estén al servicio de ciertos fines retóricos “locales” y asociados a la etapa en cuestión, entonces se vuelve posible investigar con mayor precisión cuáles son las condiciones de corrección que se aplican. Cuando ponemos en relación los modos de maniobrar estratégico propios de la etapa de confrontación con el fin dialéctico de esa etapa, podremos establecer criterios apropiados que haya que tener en cuenta a la hora de decidir si una particular instancia de maniobrar estratégico se ha descarrilado o no, y por ende si se ha cometido o no una falacia.