Argumentación y pragma-dialéctica

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2.2 Análisis como reconstrucción

Por varias razones, la realidad argumentativa no siempre se asemeja al ideal de una discusión crítica. Así por ejemplo, de acuerdo con el modelo ideal en la etapa de confrontación el antagonista de un punto de vista debe enunciar sus dudas de forma clara y sin ambigüedades, pero en la práctica eso puede ser irrespetuoso para ambas partes, por lo que conviene obrar con circunspección.26 Analizar pragma-dialécticamente el discurso argumentativo consiste en interpretar el discurso desde la perspectiva teórica de una discusión crítica. Semejante análisis es pragmático por cuanto considera el discurso como esencialmente un intercambio de actos verbales; y es dialéctico por cuanto considera este intercambio como un intento metódico de resolver una diferencia de opinión. Un análisis pragma-dialéctico tiene como fin reconstruir aquellos y sólo aquellos actos verbales que potencialmente jueguen un papel en llevar la diferencia de opinión a una conclusión. El modelo ideal de discusión crítica es una herramienta valiosa a la hora de lograr un análisis sistemático. Al indicar qué actos verbales son relevantes en las varias etapas del proceso resolutorio el modelo tiene la función heurística de indicar qué actos verbales necesitan ser considerados en tal reconstrucción.

Van Eemeren, Grootendorst, Jackson y Jacobs desarrollaron el componente analítico de la pragma-dialéctica en el libro Reconstrucción del discurso argumentativo (1993). Los autores enfatizan que es crucial que las reconstrucciones propuestas en el análisis estén de verdad justificadas. Las reconstrucciones deben ser fieles a los compromisos que se asignen debidamente a los participantes sobre la base de lo que contribuyen al discurso.27 A fin de no “sobre-interpretar” lo que parece implícito en el discurso, el analista debe ser sensible a las reglas de uso del lenguaje,28 los detalles de la presentación y las restricciones contextuales inherentes al acontecimiento verbal de que se trate. Pero si queremos ir más allá de una lectura ingenua del discurso, nos resultará benéfico el conocimiento empírico acerca de la manera en que se conduce el discurso oral o escrito.29 De allí que convenga acrecentar las intuiciones del analista con los resultados de la investigación empírica, sea cualitativa o cuantitativa.30

En la práctica, la primera pregunta es si y en qué medida un dado discurso oral o escrito es de verdad argumentativo. Algunas veces el discurso, o parte de él, se presenta explícitamente como argumentativo.31 Algunas veces no se presenta como tal, y sin embargo es claro que tiene una función argumentativa. Y puede haber incluso casos en los que el discurso sea claramente no argumentativo, o al menos no primariamente. El criterio de demarcación más decisivo es si se propone o no una argumentación, de forma tal que el discurso está, al menos en parte, dirigido a superar la duda —real o proyectada— acerca de un punto de vista. Un discurso puede ser justificadamente analizado como argumentativo, aunque no necesariamente en su totalidad, solamente si, sea directa o indirectamente, se lleva a cabo en él un acto verbal complejo de argumentación.

(a) Sinopsis analítica del discurso argumentativo

A fin de hacer posible la evaluación responsable del discurso argumentativo se requiere una sinopsis analítica de todos los elementos en el discurso que sean relevantes a la resolución de una diferencia de opinión. Lograr tal sinopsis es por ende el fin del análisis. En una sinopsis analítica necesitamos atender a los siguientes puntos:

(1) las cuestiones que en la diferencia de opinión están en juego;

(2) las posiciones que adoptan las partes y sus puntos de partida procedimentales y materiales;

(3) los argumentos planteados por las partes de forma explícita o implícita;

(4) la estructura de la argumentación que tiene el complejo de argumentos planteados en defensa de un punto de vista;

(5) los esquemas argumentales utilizados en los argumentos individuales para justificar un punto de vista.

Los términos y conceptos que se refieren a los componentes de una sinopsis analítica, tales como premisa inexpresa, estructura de la argumentación y esquema argumental, se definen desde una perspectiva pragma-dialéctica.32 A la hora de tratar con premisas inexpresas, por ejemplo, se hace primero que nada una diferenciación entre el “mínimo lógico”, es decir el “condicional asociado” (“si Premisa, entonces Conclusión”) y el “óptimo pragmático”, es decir una especificación o generalización del condicional asociado que esté justificado por el contexto y otras consideraciones pragmáticas relevantes.33 Y a la hora de analizar la estructura de la argumentación se distinguen las estructuras múltiple, coordinativa y subordinativa y se asocian con las diferentes clases de respuestas a las cuestiones críticas que el argumentador anticipa o a las que reacciona cuando apoya un punto de vista.78 A su vez, estas cuestiones críticas se asocian con los esquemas argumentales que se usen: dependen pues de si los argumentos y puntos de vista individuales están conectados mediante una relación causa, sintomática o comparativa.34

Los elementos incluidos en una sinopsis analítica son inmediatamente relevantes a la evaluación del discurso argumentativo. Si no es claro de qué diferencia de opinión se trata, entonces no hay manera de decir si se ha resuelto la diferencia. Si no es claro cuáles son las posiciones adoptadas por las partes de la discusión, entonces será imposible decir a favor de quién terminó la discusión. Si no se toman en cuenta razones y puntos de vista implícitos o indirectos, entonces se pasarán por alto argumentos cruciales y la evaluación será inadecuada. Si la estructura de la argumentación que apoya un punto de vista no se devela, entonces no puede juzgarse si los argumentos propuestos a favor del punto de vista constituyen un todo coherente y propiamente dicho. Si no se reconocen los esquemas argumentales empleados para apoyar los varios puntos y sub-puntos de vista, entonces no se podrá determinar si los vínculos que unen los argumentos individuales y los puntos de vista resisten a la crítica.

(b) Transformaciones analíticas en la reconstrucción de un discurso argumentativo

En general muchas cosas quedan implícitas en el discurso argumentativo. No solamente se hace rara vez referencia a las reglas de discusión o los puntos de partida compartidos, sino que en general no se indican tampoco otros aspectos estructurales del proceso resolutorio.35 En parte porque se consideran evidentes por sí mismos, pero en parte por razones menos honorables, hay ciertos elementos indispensables del proceso resolutorio que a menudo se dejan sin expresar, incluyendo la naturaleza exacta del desacuerdo, la division de los roles, la relación entre los argumentos que se plantean en defensa del punto de vista, la manera en que se supone que las premisas apoyan el punto de vista, e incluso algunas de las premisas. Estos elementos suelen quedar ocultos o disfrazados en le discurso y necesitan recobrarse en el análisis.

Un análisis reconstructivo del discurso argumentativo como el que favorece la pragma-dialéctica implica un número de operaciones analíticas específicas que son instrumentales en identificar los elementos en el discurso que juegan una parte en la resolución de diferencias de opinión. Cada tipo de transformación representa un modo particular de reconstruir parte de discurso en términos de una discusión crítica.36 Las transformaciones son herramientas analíticas para externalizar aquellos compromisos de los participantes que deben tenerse en cuenta en una evaluación de los méritos y deméritos del discurso. Debido a las transformaciones, el discurso tal como es puesto por escrito o transcrito de una grabación y el discurso que es reconstruido pueden diferir en varios respectos. Dependiendo de las transformaciones que se lleven a cabo, estas diferencias pueden caracterizarse como resultado de eliminación, adición, permutación o substitución.

La eliminación implica identificar elementos en el discurso que no sean relevantes para resolver la diferencia de opinión —p.ej. las interrupciones o digresiones inatingentes— así como omitir esos elementos en el análisis. Cualesquiera repeticiones disfuncionales que sólo repiten el mismo mensaje también se omiten. Esta transformación se reduce a remover información que es redundante, superflua o por alguna otra razón irrelevante al fin buscado, que es resolver la diferencia de opinión.

La adición implica un proceso de completamiento. Esta transformación consiste en tomar el discurso tal como él se presentó explícitamente y suplementarlo con alquellos elementos que se dejaron implícitos pero son inmediatamente relevantes a la resolución de la disputa. La adición se reduce a hacer explícitos los elementos y presupuestos elípticos así como a añadir jugadas que no se hiceron explícitas en el texto pero resultan necesarias para que el discurso tenga sentido, tales como los argumentos implícitos que se suelen llamar premisas inexpresas.

La permutación implica ordenar y reacomodar los elementos tomados del discurso original de tal manera que el proceso de resolución de una diferencia de opinión se plantee tan claramente como sea posible. En un análisis pragma-dialéctico, los elementos que no son directamente relevantes a la resolución de la diferencia se registran en el orden que es más apropiado para hacer la evaluación del discurso. A diferencia de un registro descriptivo, el análisis no necesita seguir por fuerza el orden en que las cosas ocurrieron en tiempo real. Algunas veces puede conservarse la cronología real; otras conviene hacer un reordenamiento a fin de retratar mejor el proceso resolutorio. Hay translapes entre las diferentes etapas de una discusión crítica que reajustamos; y lo mismo ocurre con jugadas anticipativas y referencias a etapas más tempranas del discurso. En esta empresa de reacomodo, los elementos confrontacionales que en el discurso se posponen hasta la conclusión se mueven de lugar y se colocan en la etapa de confrontación mientras que las jugadas argumentativas que se propusieron durante la confrontación se ponen en su lugar apropiado, es decir en la etapa argumentativa.

 

La substitución implica un intento de producir una presentación explícita y clara de los elementos que son potencialmente instrumentales en la resolución de una diferencia de opinión. Las formulaciones ambiguas o vagas se reemplazan por frases estándar, bien definidas y más precisas, produciendo así elementos que cumplen exactamente la misma función discursiva, pero están formuladas de manera diferente. Así por ejemplo, diferentes formulaciones del mismo punto de vista se registran con las mismas palabras y en lugar de preguntas retóricas se substituyen expresiones directas de puntos de vista o argumentos. Este proceso de traducir elementos del discurso mediante frases estandarizadas se reduce a substituir formulaciones pre-teóricas del habla coloquial con formulaciones que son teóricamente significativas en el lenguaje técnico de la pragma-dialéctica.

En la práctica analítica estas transformaciones reconstructivas a menudo se llevan a cabo cíclicamente. Por ejemplo, al reconstruir ciertos actos verbales no asertivos como puntos de vista indirectos, se dan las dos transformaciones de substitución y adición: un acto directivo se reconstruye primero como un asertivo indirecto mediante substitución y luego su función comunicativa de punto de vista se añade explícitamente mediante adición. Puede ocurrir que sólo tras haber realizado una cierta transformación se vuelve claro que otra transformación es también necesaria y está justificada, con lo cual el proceso de reconstrucción es recurrente y puede decirse que el análisis tiene un carácter cíclico.

(c) Un ejemplo de reconstrucción del modo indirecto de hablar

A fin de ejemplificar el uso de transformaciones en los casos en que se habla indirectamente, veremos más de cerca las transformaciones por substitución y adición. En la teoría de los actos verbales es un hecho reconocido que en el discurso ordinario la función comunicativa —o, como la llama Searle, la “fuerza ilocutiva”— de un acto verbal no se expresa en general de manera explícita. En muchos casos esto no presenta un gran problema. Al escucha o lector se le lleva en la dirección de la interpretación deseada por medio de indicadores verbales tales como “puesto que” o “por lo tanto”. En ausencia de tales indicadores el contexto verbal o no verbal suele proporcionar pistas suficientes. Pero a veces el hablar indirectamente crea problemas. Considérese el siguiente ejemplo:

Tomemos un taxi. No querrás llegar tarde a la obra, ¿o sí?

En una reconstrucción orientada a la resolución el analista diría sin duda que esto es argumentación; pero, ¿dónde está el punto de vista y qué es lo que constituye la argumentación? El punto de vista lo encontramos en la primera oración y la segunda contiene la argumentación. Sin embargo, de entrada el primer acto verbal tiene la función comunicativa de una propuesta y el segundo la de una pregunta. ¿Cómo podemos justificar el atribuir la función de punto de vista a la primera oración y la de argumentación a la segunda?

Como indica la teoría de los actos verbales, realizar una propuesta presupone que el hablante la cree una buena propuesta. De acuerdo con las condiciones de corrección para la realización de una propuesta, el hablante quiere que el escucha acepte su propuesta; de otra manera no tendría sentido hacerla. Una manera de hacer que se acepte la propuesta sería mostrarle que satisface los intereses del escucha. Al preguntar retóricamente si el escucha quiere llegar tarde a la obra, el hablante proporciona indirectamente una razón potencialmente conclusiva: el hablante bien sabe que el escucha no quiere llegar tarde (asumiendo siempre la premisa inexpresa que no tomar el taxi causará este efecto no deseado). Con añadir la pregunta retórica a la propuesta el hablante trata de resolver una disputa potencial anticipadamente. Esto justifica que transformemos su propuesta en el punto de vista de que una buena idea tomar un taxi y su pregunta retórica en el argumento de que de lo contrario llegarán tarde a la obra (lo cual es indeseable).37 Espero que esta reconstrucción baste para mostrar lo meritorio de una perspectiva pragmática que nos ayude a llevar a cabo apropiadamente las transformaciones de substitución y adición. Sin la teoría de los actos verbales no podríamos proporcionar un análisis satisfactorio.

2.3 Reglas para la discusión crítica

En pragma-dialéctica utilizamos un conjunto de reglas dialécticas para dar cuenta de las normas críticas de razonabilidad que justifican los actos verbales realizados en las distintas etapas de una discusión crítica. Modelo y reglas constituyen juntos una definición teórica de discusión crítica. En una discusión crítica los protagonistas y antagonistas de los puntos de vista en cuestión no solamente atraviesan todas las cuatro etapas del proceso resolutorio sino que también deben observar en cada etapa las reglas que sirven para resolver una diferencia de opinión.38 El procedimiento dialéctico propuesto por van Eemeren y Grootendorst en Actos verbales en discusiones argumentativas (1984) estipula las reglas que son constitutivas de una discusión crítica en términos de realización de actos verbales.39 Estas reglas cubren todo el discurso argumentativo estipulando todas las normas pertinentes para resolver una diferencia de opinión, las cuales van desde prohibir que un participante impida a otro expresar cualquier posición que quiera asumir en la etapa de confrontación hasta prohibir que en la etapa de conclusión se generalice el resultado de la discusión.

El proponer un modelo ideal con reglas para la discusión crítica puede llevarnos a correr el riesgo de que se nos identifique con aspirantes a una utopía inalcanzable. Pero la función primaria del modelo pragma-dialéctico es muy diferente. Al indicar sistemáticamente cuáles son las reglas para conducir una discusión crítica, el modelo proporciona una serie de guías a quienes desee cumplir el rol de personas que discuten razonablemente. Aunque se formulan a un alto nivel de abstracción y se basan en un ideal filosófico claramente articulado, tales guías pueden en gran medida ser las mismas que las normas que quienes discuten quisieran de cualquier manera que se observasen.

A las reglas pragma-dialécticas de la discusión crítica que han de seguirse a fin de conducir la discusión con efectividad las debemos juzgar por su capacidad de servir bien a ese propósito; esta sería su “validez resolutoria”.40 Para que las reglas sean prácticamente significativas deben ellas ser también aceptables intersubjetivamente, de manera que adquieran “validez convencional”.41 La pretensión de que esas reglas son aceptables no se basa en alguna necesidad metafísica ni se derivan de alguna autoridad externa ni tienen un origen sacrosanto, sino que descansa en su efectividad cuando se aplican a resolver una diferencia de opinión. Puesto que las reglas se han redactado con el fin de promover la resolución de diferencias de opinión, si asumimos que se han formulado correctamente, entonces deberían ser aceptables para cualquiera que persiga ese fin. Vistas filosóficamente, la razón para aceptar las reglas puede entonces caracterizarse como pragmática.

¿Qué clase de persona estará dispuesta a proporcionar validez convencional a las reglas de discusión? Serán personas que acepten la duda como una parte integral de su modo de vida y que usen la crítica hacia ellos mismos y hacia otras personas a fin de resolver problemas por ensayo y error. Tales personas usan el discurso argumentativo como medio para detectar debilidades en puntos de vista que se refieren a conocimientos, valores y objetivos, y para eliminar esas debilidades donde ello sea posible.42 Debe tenerse en cuenta que el fin primario de una discusión crítica no es maximizar el consenso sino poner a prueba puntos de vista controvertidos de forma tan crítica como sea posible.43

El procedimiento pragma-dialéctico para conducir una discusión crítica es demasiado técnico como para poder usarse en la práctica ordinaria. Para propósitos prácticos y basándonos en la visión crítica que se expresa en dicho procedimiento, hemos por ello desarrollado un código de conducta para personas que deseen resolver sus diferencias de opinión mediante la argumentación. Este código de conducta consiste en diez requerimientos básicos para el comportamiento razonable, a los que nos referimos algo profanamente como los Diez Mandamientos. Me restrinjo aquí a presentar una recapitulación sucinta de las reglas para la discusión crítica que constituyen esos Diez Mandamientos.

(a) Los Diez Mandamientos de la discusión crítica

El primer mandamiento del código de conducta es la regla de libertad:

Quien discuta no debe impedir que el otro proponga puntos de vista ni que ponga en cuestión puntos de vista.

El primer mandamiento está diseñado para asegurarse de que los puntos de vista y las dudas relativas a puntos de vista se expresen libremente. Una diferencia de opinión no puede resolverse si no es claro para las partes involucradas que de hecho existe una diferencia y qué es lo que implica tal diferencia. En el discurso argumentativo las partes deben por ello tener amplia oportunidad de dar a conocer sus posiciones respectivas. De esta manera, se aseguran de que la etapa de confrontación de una discusión crítica se ha completado adecuadamente.

El segundo mandamiento es la regla que obliga a defender:

Quien discuta y en la discusión proponga un punto de vista no debe rehusarse a defender ese punto de vista cuando se le pida que lo defienda.

El segundo mandamiento está diseñado para asegurar que los puntos de vista propuestos y cuestionados se defiendan contra ataques críticos. Una discusión crítica se queda atorada en la etapa de apertura y la diferencia de opinión no puede resolverse si la parte que ha propuesto un punto de vista no está dispuesta a cumplir el rol de protagonista de ese punto de vista.

El tercer mandamiento es la regla de puntos de vista:

Los ataques a puntos de vista no deben referirse nunca a un punto de vista que no haya sido realmente propuesto por la otra parte.

El tercer mandamiento está diseñado primariamente para asegurar que los ataques —y por consiguiente las defensas mediante argumentación— estén relacionados con el punto de vista que efectivamente ha sido propuesto por el protagonista. Una diferencia de opinión no puede resolverse si el antagonista critica un punto de vista diferente y el protagonista se pone a defender un punto de vista diferente del que él mismo ha propuesto.

El cuarto mandamiento es la regla de relevancia:

Los puntos de vista no deben defenderse ni mediante algo que no sea argumentación ni mediante argumentación que no sea relevante al punto de vista.

El cuarto mandamiento está diseñado para asegurar que la defensa de puntos de vista tenga lugar solamente mediante argumentación relevante. La diferencia de opinión que está en el corazón del discurso argumentativo no puede resolverse si el protagonista propone argumentos que no pertenecen al punto de vista o recurre a medios retóricos en que el páthos o el éthos tome el lugar del lógos.44

El quinto mandamiento es la regla de premisas inexpresas:

Quien discuta no debe atribuir falsamente premisas inexpresas a la otra parte ni tampoco debe rehusar responsabilidad por las propias premisas inexpresas.

El quinto mandamiento asegura que el antagonista pueda examinar cada parte de la argumentación del protagonista críticamente —incluyendo aquellas partes que han quedado implícitas en el discurso. Una diferencia de opinión no puede resolverse si el protagonista trata de evadir la obligación de defender elementos que ha dejado implícitos o si el antagonista tergiversa una premisa inexpresa, por ejemplo exagerando su alcance.

El sexto mandamiento es la regla de puntos de partida:

 

Quien discuta no debe presentar falsamente algo como un punto de partida que ha sido aceptado ni tampoco debe negar falsamente algo que ha sido aceptado como punto de partida.

El sexto mandamiento está pensado para asegurar que, cuando se ataquen o defiendan puntos de vista, los puntos de partida de la discusión se utilicen con propiedad. Ni debemos presentar como punto de partida aceptado algo que no ha sido aceptado como tal, ni debemos tampoco negar un punto de partida algo que sí ha sido aceptado como tal. De otra manera es imposible para el protagonista defender su punto de vista conclusivamente y es imposible para el antagonista atacar con éxito el mismo sobre la base de compromisos que la otra parte ha concedido.

El séptimo mandamiento es la regla de validez:

El razonamiento que en una argumentación se presente de forma explícita y completa no debe ser inválido en el sentido lógico.

Para que los antagonistas y protagonistas estén en posición de determinar si de verdad los puntos de vista defendidos se siguen lógicamente de la argumentación propuesta es necesario que el razonamiento usado en tal argumentación se verbalice plenamente. El séptimo mandamiento está diseñado para asegurar que los protagonistas que razonan explícitamente con el fin de resolver una diferencia de opinión solamente utilice razonamientos que sean válidos en un sentido lógico.45 Cuando el razonamiento es válido, el punto de vista defendido se sigue lógicamente de las premisas que el protagonista usa, explícita o implícitamente, en su argumentación. Si no se expresa plenamente cada parte del razonamiento, entonces el séptimo mandamiento se no se aplica.

El octavo mandamiento es la regla de esquemas argumentales:

Un punto de vista no debe considerarse como defendido de forma conclusiva si su defensa no tiene lugar mediante los esquemas argumentales apropiados aplicados correctamente.

El octavo mandamiento está diseñado para asegurar que los puntos de vista pueden ser defendidos de forma realmente conclusiva una vez que protagonista y antagonista se ponen de acuerdo en un método para calar la corrección de los tipos de argumento que se usan y que no son parte del punto de partida común.46 Esto implica que ambos deben examinar si los esquemas argumentales que se usan son admisibles a la luz de lo acordado en la etapa de apertura y si esos esquemas se han desplegado correctamente durante la etapa de argumentación.

El noveno mandamiento, relativo a la etapa de conclusión, es justamente la regla de conclusiones:

Si un punto de vista se defiende de forma no conclusiva, entonces no debe seguirse sosteniendo, y al revés si un punto de vista se defiende de forma conclusiva, entonces son las expresiones de duda respecto de ese punto de vista las que no deben seguirse sosteniendo.

El noveno mandamiento está diseñado para asegurar que en la etapa de conclusión los protagonistas y antagonistas establezcan correctamente el resultado de la discusión. Una diferencia de opinión queda resuelta solamente si las partes se ponen de acuerdo en que la defensa de los puntos de vista en cuestión ha sido o no exitosa.

El décimo y último mandamiento es la regla general de uso del lenguaje:

Quien discuta no debe usar formulaciones que sean insuficientemente claras o que confundan por su ambigüedad, ni tampoco deben malinterpretar de forma deliberada las formulaciones de la otra parte.

Problemas de formulación e interpretación pueden ocurrir en cualquier etapa de una discusión crítica. El décimo mandamiento está diseñado para asegurar que evitemos los malentendidos que surgen de formulaciones obscuras, vagas o equívocas. Una diferencia de opinión se puede resolver únicamente si cada parte hace un esfuerzo real por expresar sus intenciones con tanta precisión como sea posible, de manera de minimizar las probabilidades de malentendidos. Igualmente, una diferencia de opinión solamente puede resolverse si cada parte hace un esfuerzo real por no malinterpretar ninguno de los actos verbales de la otra parte. Si no se actúa así, entonces los problemas de formulación e interpretación podrían llevar a una pseudo-diferencia de opinión o bien a una pseudo-solución.