El bebé prematuro y sus padres

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2.7 El futuro padre

Diferentes autores ubican los nueve meses de gestación del ser humano, desde un punto de vista fenomenológico o psico­dinámico, como un período de preparación psicológico, ambiental y social para los futuros padres.

¿Pero qué ocurre con el futuro padre durante la gestación de su hijo? Si bien la cuestión de la paternidad es tan compleja como la maternidad por estar atravesadas por ejes históricos-culturales que confluyen en su determinación, se debe señalar que la maternidad, con su anclaje biológico dado por el embarazo y parto, conserva cierto orden de registro y de legitimidad “natural”.

Antes del nacimiento, al niño no se lo declara ni se lo inscribe en los registros civiles; no existe legalmente. Luego de producido el nacimiento, el bebé adquiere un status legal, y el padre también como tal.

Winnicott (1960) plantea la función paterna ligada a la creación de un medio ambiente que beneficie en los primeros momentos de la vida del niño la “convivencia madre-bebé”, determinando que la madre, por su parte, podrá cumplir mejor sus funciones si es objeto ella misma de cuidados. Los cuidados satisfactorios que brinde a su bebé estarán en estrecha relación con los cuidados que ella misma reciba. Esta última función estará en parte a cargo del padre como sostén de la díada.

Stern (1995), por su parte, continúa esta línea de Winnicott planteando que el padre tiene un importante papel en la organización de la “constelación maternal” como protector del ambiente en el cual ésta se desarrolla, brindando cuidados especiales a la madre, cubriendo sus necesidades vitales y permitiéndole retirarse durante algún tiempo de las exigencias de la realidad externa. La función paterna se vincularía así con un rol de protector y amortiguador físico y práctico, brindando apoyo psicológico a la madre, permitiéndole dedicarse a la organización de los temas subjetivos que se despliegan y que constituyen la constelación maternal mencionada anteriormente.

Por otra parte, Benedik (1970) se plantea, cuando aborda el desarrollo de la condición psicobiológica de progenitor, que el conflicto básico de la paternidad no se sitúa en la función procreadora, sino en su retoño, en la función de proveedor de seguridad, y esto involucra un esfuerzo de trabajo para lograr un entorno de seguridad.

En la sociedad moderna se encuentran padres que se comprometen en el cuidado y crianza de sus hijos, así como en los primeros momentos del embarazo de su mujer. En los últimos 30 años, según Oiberman (1999: 34), se puede observar “un modelo de padre”, denominado “New Father”, que se compromete como agente emocional del desarrollo de sus hijos, más allá de la función paterna ligada al sostén de la díada (Winnicott, 1960). Así se encuentra un nuevo criterio de filiación que implica la posesión del estado de la identidad paterna ante la presencia afectuosa y formadora del hijo, que viene a constituir el vínculo paternal.

El padre, que es reconocido por su presencia afectiva cotidiana, da lugar a otro registro desde lo corporal, y define una nueva proximidad entre padre e hijo. Esto ya es experimentado durante el embarazo, y hay padres que relatan la comunicación que establecen con el bebé en gestación a través de caricias, palabras, música, etc.

Es necesario puntualizar las vivencias del futuro padre durante el embarazo de su mujer, para luego poder analizar el lugar del padre en el nacimiento prematuro.

Soifer (1971) ya mencionaba que en el período del embarazo, cuando la embarazada comienza a percibir los movimientos fetales, surgen ciertas fantasías por parte del futuro padre en relación a la envidia que le produce el gestar de su mujer, o el sentirse excluido en esa relación tan cercana y especial.

Brazelton y Cramer (1990) hacen referencia a lo que serían los albores del vínculo entre el futuro padre y el bebé en gestación, y señalan la identificación central del futuro padre con su propia madre, así como con su capacidad de tener y criar hijos, para luego identificarse con el padre y su pasaje a la masculinidad.

De acuerdo con sus experiencias clínicas, no todos los padres aceptan la renuncia a su falta de capacidad de tener hijos, porque se sienten excluidos del proceso de gestación del bebé e inconscientemente compiten con la madre, exhibiendo síntomas que nos recuerdan ciertas ceremonias de los pueblos primitivos, como la couvade. Por ello, no se muestran empáticos ante las necesidades internas de la embarazada.

La couvade consiste en un ritual donde los hombres simulan dolores de parto y alumbramiento. El término proviene del vocablo francés “couver”, que significa: empollar, incubar y lo aplicó por primera vez el antropólogo inglés Sir Edward Taylor, en 1865 (Oiberman, 1999).

Según Cramer y Brazelton (1990), los hombres que pueden sublimar satisfactoriamente estos deseos, experimentan una renovada creatividad y nuevas energías e, igual que para la mujer, el hijo representa para el hombre un deseo narcisista de ser completo y omnipotente. Por ello desea producir un hijo e identificarse con él, reproducir una imagen de sí, o reparar o continuarse en él.

Es interesante rescatar la opinión de estos autores en relación a ciertos fenómenos psicológicos que pueden observarse en aquellos padres que intervienen activamente en el embarazo de su mujer, en las entrevistas prenatales y/o parto, y se refiere a cierto grado de competencia que puede darse entre los futuros padres por desear la exclusividad en la “posesión del hijo”.

En general, estos aspectos se relacionan con los procesos de apego al futuro hijo. Observaciones clínicas de Brazelton y Cramer refieren, durante el tercer trimestre del embarazo (momento en el cual puede producirse un nacimiento prematuro), un aumento de la ansiedad del futuro padre, en relación a la salud del bebé. Esta ansiedad encubre ciertas fantasías inconscientes que pueden ser vinculadas a su ambivalencia, rivalidad y resentimiento frente a la capacidad de la mujer de poder gestar en su cuerpo al futuro bebé.

Videla (1973) plantea que al no poder comprobar en su cuerpo los movimientos del niño y no poder compartir el desarrollo embrionario del mismo, como le sucede a la mujer, el padre queda más librado a sus fantasías y ansiedades.

Hablan de la actitud de “guardabarreras de las madres” (Brazelton y Cramer, 1990: 75), haciendo referencia a la interferencia que producen en el vínculo entre el padre y su hijo, no propiciando la triangularidad.

Según Lebovici (1989), el padre necesita apoyo afectivo por parte de la madre para volverse un padre interesado, ocupado de sus hijos.

El lugar del padre se desarrolla a lo largo del proceso del embarazo. No es un sustituto materno frente a una madre no continente, ni se reduce sólo a ser el compañero de la misma. Existe un placer corporal y psicológico del padre hacia ese nuevo rol, en interacción con su mujer y con su bebé en gestación. Así, encontrará placer al sentir sus movimientos en el vientre de la embarazada, o en las palabras dichas.

Al referirnos al bebé prematuro y sus padres, veremos cuántas de estas experiencias prenatales servirán de guía al bebé para reconocer entre el sin fin de voces de una Unidad de Cuidados Intensivos a sus padres, y así se reconocerá que el embarazo es el primer peldaño en el vínculo entre los futuros padres y el bebé.

Las fantasías y temores de los padres, sentidas durante el embarazo, pueden ser movilizadas, adquiriendo diferentes matices si el nacimiento se produce antes del tiempo previsto. La madre, por lo explicado anteriormente, se volverá a su propia madre para poder comprender qué le está sucediendo y cómo ser madre. A su vez, el padre encontrará en la presencia del hijo una señal acerca de qué es ser padre, situación que lo remitirá a su propia historia.

Pero qué ocurre cuando el nacimiento ocurre antes de tiempo y no hay experiencias familiares que indiquen qué camino seguir. Los padres, junto con el recién nacido prematuro, iniciarán un nuevo recorrido que exigirá de todos un esfuerzo de reorganización ante esta situación fuera de lo esperado e imaginado por todos. Período de búsqueda tanto interna como externa, que se intentará descifrar a partir de los relatos de los padres y del reconocimiento de las capacidades de adaptación y regulación del niño prematuro.

2.8 Bibliografía

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Capítulo III
La maternidad y la paternidad prematura
3.1 Introducción

Nuestro propósito es esclarecer ciertos interrogantes que se plantean a partir del trabajo clínico con recién nacidos prematuros, con menos de 33 semanas de gestación y un peso inferior a los 1550 gramos, y sus padres. A partir de relatos clínicos se irá desentrañando la problemática de la prematurez, que será objeto de consideraciones teóricas.

Por su parte, el recorrido de diferentes investigaciones realizadas acerca de las necesidades de los padres, cuando sus hijos prematuros estaban internados en una Unidad de Cuidado Intensivos y en años sucesivos, facilitará la incorporación de aportes teórico-clínicos a modo de integración de lo planteado. Secundariamente, estos recorridos permitirán un abordaje del tema desde una perspectiva preventiva.

Se ha planteado cómo los nueve meses de gestación del futuro hijo, son acompañados por un proceso paralelo de gestación psicológica de la futura paternidad. Pero ¿qué ocurre cuando el nacimiento se produce antes de ese período?

Muchos de estos nacimientos, producidos antes de la “fecha probable para el parto”, no son programados. La madre es internada de urgencia en la Maternidad; en algunos casos con riesgo de vida para ella, o para su futuro hijo. Otras veces, el parto es provocado luego de un período de espera. Por ejemplo, cuando se encuentra asociado con una inadecuada condición materna, como puede ser la hipertensión arterial grave o la localización placen­taria inadecuada, o bien la desnutrición fetal marcada. En estos casos, la madre permanece internada con el objetivo de prolongar el embarazo. Con ello se intenta evitar el parto de un niño que aún no se encuentra en condiciones de vivir fuera del útero.

En este período se suele estimular la madurez pulmonar del feto con el fin de que el futuro recién nacido no precise asistencia respiratoria mecánica en las unidades de cuidados intensivos neonatales.

Por otro lado puede tratarse de jóvenes madres sin antecedentes previos, o madres de mayor edad que han vivido un largo tiempo de infertilidad, y el embarazo puede ser el resultado de un largo proceso de aplicación de técnicas de fertilidad asistida. Las experiencias son múltiples y singulares.

Las circunstancias singulares que acompañan el nacimiento antes de término dependerán por un lado de cuestiones biológicas, pero también de las posibilidades de reconstrucción fantasmá­tica de la familia, a partir del hecho más o menos grave y real de la prematurez.

El nacimiento prematuro puede ser pensado así como un hecho traumático por excelencia, tanto externo como interno, para la madre, el padre y todo el entorno familiar, así como también para el bebé.

3.2 Los primeros momentos posteriores al nacimiento

Desde sus primeros trabajo sobre la histeria, Freud (1893) se refirió al trauma como un agente externo que irrumpe en el aparato psíquico. Más tarde, en “Más allá del principio de placer” (1920) definirá al trauma de manera específica. Allí lo considera desde una manera económica, y se referirá a él como la “consecuencia de una herida en la barrera protectora de estímulos” esta es producida por incitaciones exógenas de caracter mecánico. Maldavsky (1994) amplía estos conceptos refiriéndose a otro tipo de incitaciones tales como las endógenas, que se contraponen a un plan vital ligado a la autoconservación, y otras incitaciones pulsionales, químicas, ajenas, vueltas intracorporales, y plantea diferentes destinos de la intrusión que podrá ser tramitada como agotamiento o transmudación en una erogeneidad improcesable, tóxica, como se da en las afecciones psicosomáticas, adicciones, epilepsias u otras alteraciones afines.

Posteriormente, Freud en “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) , agrega que si el Yo es precario en su desarrollo, el impacto del trauma es más difícil de regular y de investir al aparato con angustia señal; y que los progresos del desarrollo del Yo permiten amortiguar y desplazar los efectos de situaciones peligrosas. Así, para cada época del desarrollo del Yo se daría una situación peligrosa especial –traumática–, que tendría adscripta cierta angustia adecuada a ella. De esta manera, lo trau­mático estaría enlazado con la estructura pulsional y anímica preexistente.

Lo traumático de la interrupción de la gestación movilizará en cada madre y padre aspectos ligados a su historia subjetiva, siendo esto vivenciado de manera particular. Sin embargo, más allá de las diferencias individuales, se puede señalar que el nacimiento prematuro es vivido por los padres como un acontecimiento traumático, de interrupción de un proceso; encontrándo los no preparados para la separación que la internación del recién nacido en las unidades de cuidado intensivo requiere, ni para el “anidamiento” psíquico de un recién nacido “especial”.

Por lo anteriormente señalado, los padres se encuentran atravesando un momento psicológico muy especial, y de acuerdo a lo planteado por Brazelton y Cramer (1990), en el momento en que se produce el alumbramiento prematuro, los padres estarían atravesando la etapa de “aprendizaje sobre el futuro bebé”, que corresponde a los últimos meses de embarazo. Durante esta etapa se da en ambos padres un proceso por el cual comienzan a pensar en el bebé como ser diferente, personificado a través de la elección de nombres, compra de ropa, etc.

Stern (1995) plantea que la madre, alrededor del 7º mes del embarazo hasta el nacimiento del niño, ajusta su mundo repre­sentacional (“modelos sobre el niño”) de la mejor manera, a fin de crear un espacio constructivo para sus representaciones futuras; protege intuitivamente al futuro bebé y a sí misma de una posible discordancia entre el bebé real y el bebé representado, facilitando las posibles representaciones del niño a partir de lo que este “es” y no de lo que ella “representó internamente”. Estos procesos se verán interrumpidos por la prematurez, en la que la presencia real del niño produce un desfasaje en las representaciones maternas. El bebé se ve así doblemente en desventaja: por un lado por su inmadurez, al tener que luchar para sobrevivir en un ambiente extrauterino, y por el otro por las representaciones (de hijo y de madre), por constituirse en la mente de su madre a través de la constitución de su propia organización maternal.

Se puede señalar así que cuanto menor sea el tiempo de gestación del bebé, menor será la identificación por parte de ambos padres del mismo como ser diferente. En forma especial, la madre lo vivenciará como una parte de su cuerpo que se pierde, lo cual implica un mayor riesgo de desorganización psíquica ante lo traumático del nacimiento.

Independientemente de la causa médica del parto prematuro, se encuentra en la mayoría de los relatos de las madres un signo de culpabilidad ante un hijo prematuro que viene a reflejar no sólo su inmadurez, sino su imposibilidad de retener a alguien que es sentido como parte de su cuerpo. Esta idea es confirmada por la experiencia del alumbramiento (parto o cesárea). Todo es rápido en la sala de partos, la incubadora está lista para recibir en su interior al bebé, que la madre verá pasar; hay algo del orden de la pérdida, del desgarro en sus relatos.

Kaplan y Mason (1960, citados por Klaus y Kennell 1975: 101) observaron las reacciones de las madres frente al nacimiento de un niño prematuro como “una reacción aguda frente a un trauma, de un proceso patológico que se perpetúa”. Ellos definen esta experiencia como una “crisis”, como un período de tensión, en el cual la persona afronta el problema y desarrolla recursos nuevos en base a sus reservas internas y con el sostén de otras personas. Estos recursos se destinan, entonces, a encarar al factor desencadenante, y la persona recupera su estado anterior. Plantean que las reacciones frente a un acontecimiento de tal índole pueden ser influenciadas por factores de la personalidad preex­istentes y las diferentes prácticas hospitalarias.

Los factores de riesgo psicosocial mencionados por diferentes investigadores (Papiernik, 1983; Newton y Hunt, 1984; Rousseau, 1994; Oiberman y colaboradores, 1998) en relación al parto prematuro, bajo peso u otras complicaciones durante el embarazo, podrían dar lugar a una vulnerabilidad biopsicosocial de la madre que determinaría “un déficit de base” como “terreno fértil a vivencias traumáticas”, y no exclusivamente al parto prematuro desde lo biológico, sino a la posibilidad de tramitación psíquica de situaciones límites que los padres, y en especial la madre, deberán atravesar durante la larga internación de su recién nacido. Se puede pensar así la complejidad de fenómenos que pueden entretejerse en este nacimiento antes de tiempo.

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