Historia y nación

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Aus der Reihe: Ciencias humans
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Las bases del conocimiento académico

El quehacer de los miembros de la Academia situó la constitución de la historia como una disciplina dentro de un marco metodológico homogéneo. La Academia recogió, sentó y difundió las bases de una práctica y una visión de la historia que predominó sin oposición ni disensión interna en la primera mitad del siglo XX. Una preocupación permanente en este sentido consistió en el reordenamiento de las fuentes documentales y la publicación de algunas de ellas, unido a la organización de los archivos nacionales, que permitió el despliegue de un trabajo factual dentro de cánones establecidos.22 Estos cánones se refieren a una orientación metodológicamente documentalista y positivista; es decir, aquella tradición empirista que tenía un marcado interés por buscar pruebas documentales para definir desde allí el hecho histórico, y con lo cual se le dio un sello característico a la conformación de las primeras etapas de la disciplina histórica en el país.

A principios del siglo XX el cultivo de la escritura de la historia en Colombia adoptó aquella tendencia que ya había madurado en Europa y Estados Unidos. La historia positivista y documentalista consagró unas reglas que debía seguir todo historiador para alcanzar un ideal epistemológico: el de la objetividad. La aceptación de este modelo epistemológico y escriturario permitió que simultáneamente se conformaran ciertos modos de aproximarse al pasado. La consagración de la objetividad como el ideal al que debía plegarse todo el trabajo de la escritura de la historia. La tarea estableció una normatividad que permitió reunir los criterios suficientes para distinguir los textos históricos de otro tipo de aproximaciones al pasado y asentó los fundamentos sobre los que se constituyeron las “asociaciones de historiadores” como verdaderas comunidades científicas.23

La Academia impuso un pasado e instauró una tradición histórica a través del reconocimiento de ciertas obras y autores que admitió como fundadores de esta tradición. La Academia glorificó escritos decimonónicos como los de José Manuel Restrepo, José María Vergara y José Manuel Groot, en particular por la afinidad interpretativa hacia el pasado. Ellos les brindaron los héroes que iban a tratar, la imagen de la nación, las pautas estilísticas y los periodos importantes. La visión en torno a la realidad social y cultural de la nación, y de la cultura colombiana esbozada en aquellas aproximaciones hacia el pasado nacional, fue asumida como suya por los miembros de la Academia. Estas interpretaciones fueron las bases de las perspectivas acuñadas en el proyecto regeneracionista.

Las temáticas y preferencias que centraron la atención de los miembros de la Academia, como el periodo colonial y la Independencia, por ejemplo, fueron abordadas a partir de la recopilación de fuentes, de biografías, que a menudo se originaron por la relación de parentesco entre el escritor y la personalidad biografiada. Por supuesto, también predominaron los temas concernientes a los acontecimientos políticos y militares; destaca la tarea de precisar detalles, de ubicar el accionar de un determinado personaje en un momento dado o establecer el origen de los nombres de ciertas poblaciones o lugares geográficos, pero sin cuestionar los parámetros generales adoptados de las obras canónicas. Debido a la metodología que acogieron los trabajos producidos por la Academia, se obvia todo análisis socioeconómico y cualquier referencia explícita a las problemáticas contemporáneas. Si bien estas ausencias pueden ser criticadas desde una perspectiva temporal posterior, no pueden hacer olvidar que tales perspectivas y sus ausencias están fundadas en la homogeneidad metodológica de los trabajos publicados por la Academia y la constancia de este esfuerzo.24

La difusión del conocimiento histórico y la Academia

Una de las consecuencias más notables de la creación de distintas corporaciones culturales a fines del siglo XIX, como las academias de la Lengua, Música, Bellas Artes e Historia, fue la consagración de los gustos, los ideales y el patriotismo de unas capas dirigentes que mitificaron ciertas individualidades ejemplares. Estos individuos sintetizaron en sí mismos los rasgos esenciales de la comunidad nacional y en ellos descansó también la “responsabilidad histórica” de la República. Por este camino, se establecieron los modelos a los que debían referirse los individuos cuando se evocaran los sentimientos de la pertenencia a una colectividad nacional en las conmemoraciones cívicas, con lo cual se dio paso a la conformación de una “nación cultural”, antes que a una “nación política”.25

La difusión y la incorporación de los esfuerzos de integración y de unificación de una memoria histórica, así como de los sentimientos de identidad nacional, se desplegaron en el trabajo educativo. A principios del siglo XX, la modernización se entendió como el fortalecimiento del Estado y se tradujo en la centralización y la profesionalización de la burocracia, siempre insuficiente e ineficaz pero omnipresente, debido a la constante injerencia de la política clientelista y los intereses privados que deseaban participar de los beneficios del Estado. Como parte de esta modernización unificadora, el Estado colombiano quiso abarcar el ámbito del conocimiento. Para ello formuló un programa central de educación que a pesar de estar centralizado, dependía de las condiciones económicas y sociales del fisco nacional; por lo tanto, la educación básica y secundaria descansó en el presupuesto departamental y municipal. La educación se convirtió en un fortín de la política y sentó las bases de la presencia local de la Iglesia católica a partir del Concordato firmado entre el Estado colombiano y el Vaticano, en el que se responsabilizaba a la institución clerical de la educación nacional, así como la tarea de “civilizar” a las comunidades indígenas existentes en el país.26 En esta institución religiosa también reposó desde 1887 todo el programa de asistencia social del Estado.27 En este sentido, el proyecto regeneracionista era coherente con una concepción de la educación a la que se le hizo suficiente publicidad en esta época:

Avigorar el sentimiento religioso al mismo tiempo que se inculcan nociones científicas, tanto vale como dar amenidad á las arideces del estudio y hacer fecundo en frutos de salud. Aliviando el alma del peso de terrenales preocupaciones, la contemplación religiosa reanima el espíritu despeja el entendimiento, y lo fortifica y habilita para las grandes especulaciones científicas. La experiencia muestra que cuanto mejor se cultive y más se ilustre el sentimiento religioso, mayor seguridad llevará en sus progresos la inteligencia, más elevada será en sus miras, menos peligros correrá de que la extravíe ningún género de falsas teorías y opiniones extravagantes. […] La religión, como reguladora de la moral, ha de ocupar lugar eminente en los estudios, ha de llevar á todas partes su calor benéfico.28

Las directrices del proyecto regeneracionista querían determinar de una manera más precisa los alcances del Estado dentro del país y la necesidad de una más amplia homogeneización de la sociedad colombiana. En este proceso centralizador y homogeneizador se inserta el principal trabajo de presencia pública y difusión del conocimiento del pasado nacional impulsado por la Academia Colombiana de Historia, la publicación del manual: Historia de Colombia para la enseñanza secundaria (1911), elaborado por los académicos Gerardo Arrubla y Jesús María Henao.

Para conmemorar el centenario de la Independencia, la Academia convocó en 1908 un concurso para textos de enseñanza de la historia nacional. Al evento solo se presentaron dos trabajos escritos por los académicos Henao y Arrubla. Su propuesta era la de un Compendio de historia de Colombia, para la enseñanza primaria, y una Historia de Colombia in extenso, para la secundaria. La convocatoria del concurso había señalado que el trabajo ganador dictaminado por la Academia debía acogerse por el Estado como texto para la enseñanza de la historia nacional en las escuelas y colegios oficiales del país. Así ocurrió cuando el gobierno nacional adoptó el trabajo de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla como el manual oficial de enseñanza de la historia de Colombia en 1910. El escrito se convirtió en la matriz de todos los textos escolares hasta la década de los setenta.

El objetivo último de la Historia era establecer la convivencia y la unidad cultural y espiritual del “pueblo colombiano” sobre las diferencias políticas. En este aspecto, el trabajo de Henao y Arrubla se circunscribe al proyecto de constitución de una “nación cultural”. Por eso, la tarea principal del texto era describir el proceso de unidad nacional y la demostración de este logro de parte de la República centenaria. La Historia buscaba instruir a la población colombiana a través de la moralización, el fomento del patriotismo, el cultivo de la memoria y, especialmente, la ilustración acerca de “la capacidad de formar opiniones precisas y sanas, para quedar a cubierto de las influencias dañosas de la ignorancia y de la credulidad que oscurecen la verdad y comprometen la paz y el orden”.29

El carácter moral de las afirmaciones subrayadas se inscribe en el mejor espíritu de los escritos históricos decimonónicos. Estos textos y sus autores examinaron moralmente los acontecimientos que describieron. Henao y Arrubla establecen una continuidad temática y de sentido general con respecto a los textos históricos del siglo XIX colombiano. Los autores de la Historia, como la Academia misma, se vieron a sí mismos como herederos de ese legado y como sus legítimos continuadores. Al asumir tal lectura de los escritos históricos decimonónicos, Henao y Arrubla mantuvieron la concepción de que la enseñanza de la historia tenía un carácter pragmático con miras a la constitución de un orden nacional. La base de esta didáctica residía en una información “fidedigna” aportada por “muchos compatriotas” que con base en su trabajo sobre el pasado, ya le habían dado una forma en torno a ciertas figuras y héroes que impregnaron las virtudes que constituyen el patriotismo y el mito del patriota. Tras el discurso apologético de los trabajos académicos, se construye la figuración de un culto que establece con el pasado una relación de imitación y de identificación reforzada mediante la “momificación simbólica” de la estatua y el monumento.30

 

El interés que despertó la enseñanza de la historia en la segunda mitad del siglo XIX latinoamericano se basaba en el convencimiento de que la historia lograba formar caracteres morales en la medida que los niños y los jóvenes podían reconocer en ella lo bueno y lo malo. La historia era una magistre vitae que se desplegaba como un tribunal justo de los acontecimientos. Por lo tanto, en la historia los hombres podían descubrir los errores que se cometieron en el pasado para no repetirlos y servía como un medio a través del cual podía descubrirse la esencia de la pertenencia social y cultural y el sentido de su devenir: “He puesto especial cuidado en ser parco en comentarios y en episodios, bien que muchas veces me haya provocado hacerlos o narrarlos, y en lo general, solo me he detenido en aquellos de los cuales pudiera desprenderse alguna enseñanza moral para los niños”.31

Para los intereses instructivos de fines del siglo XIX, los escritos de historia no podían ser una herramienta idónea de enseñanza, no solo por la extensión de esos esfuerzos intelectuales, publicados en gruesos tomos, sino porque la historia patria debía ser una narración sintética de hechos que debía tratar de aglomerar una enorme cantidad de acontecimientos. Desde esta perspectiva se acuñó el significado de la historia patria. La denotación de la expresión se reducía al ejercicio pedagógico de enseñanza de la historia. Por esta razón, el trabajo sinóptico de los manuales de historia nacional se tradujo en una conjunción de nombres propios y fechas compendiados cronológicamente, que hicieron de la historia una fría crónica considerada el modelo apropiado para alcanzar los fines morales y cívicos, que debían ayudar a implementar los relatos del pasado en la sociedad. Al respecto, Quijano Otero era muy claro en la presentación de su manual:

Comprendo que en una obra formal de la Historia de Colombia debería el autor empezar estudiando la civilización, los usos y las costumbres que los conquistadores traían de España á nuestro territorio; que los sucesos deberían ser presentados con todos sus antecedentes y sus consecuencias para poder apreciarlos, y que de ellos se desprendiera filosóficamente alguna enseñanza para el porvenir; pero también comprendo que este sería un trabajo inútil para los niños, a quienes se debe enseñar lo principal y necesario, dejando para más tarde lo accesorio […] mi libro es más bien un compendio de cronología que de historia, pues he creído que no hay derecho para influir de manera alguna sobre el ánimo de los niños, antes de que ellos hayan formado su criterio, con la apreciación de sucesos que pudieran ser parte para inclinarlos á esta ó á aquella opinión política.32

Los esfuerzos de síntesis de las obras históricas crearon imágenes perdurables de la nación y recalcaron el carácter excepcional y único de los diversos Estados latinoamericanos. Estos relatos establecieron los elementos identitarios de los diferentes Estados nacionales. El carácter cívico de la enseñanza de la historia pretendía, entonces, formar ciudadanos en la medida que ese conocimiento permitiera valorar

[…] lo que significa en el mundo el pedazo de tierra que ocupan; porque solo así podrán amarlo, explotar e interesarse en su conservación; que sepan el camino que han recorrido nuestros padres para llegar a conquistar la autonomía y las libertades que hoy disfrutamos, pues tal conocimiento no solo nos hará apreciar los bienes inestimables que poseemos, sino que robustecerá la fe para marchar hacia el porvenir, fortificándonos con el ejemplo de los que nos han precedido y que tuvieron que vencer obstáculos más poderosos que los que hoy se nos presentan.33

La historia debía enseñarse a los niños y jóvenes también para mostrar “el progreso” a través de comparaciones entre el presente y el pasado, siguiendo un orden cronológico y organizando el relato en torno a un “gran objeto” o una “gran invención”. Se pueden encontrar recomendaciones como las que hacía el mexicano Justo Sierra, que señalaba que los maestros no debían “falsear” los hechos en las narraciones breves que debían elaborar para enseñar las biografías de los hombres célebres. Además, proponía Sierra que debían reforzar tales narraciones con el uso de estampas y dibujos, elaborar cuestionarios, repetir las lecturas de las biografías para que se grabaran estos acontecimientos en la memoria de los alumnos.34

Pese a las consideraciones expuestas hasta aquí, el sentido que predominó en los manuales de “historia patria” fue otro. A la historia le incumbía consagrar el ideal de que la muerte o el sacrificio en “aras del honor nacional” era un acto digno de imitación. Cada país latinoamericano utilizó los relatos históricos para crear un panteón nacional de sacrificados y sacrificadores que constituían la base de la moral patriótica. La relación de los sucesos militares y de los héroes que salieron triunfantes de allí se convirtió en el baluarte de la nacionalidad:

Los Próceres tuvieron que sostener dos grandes campañas: la de las armas, que concluyó en Ayacucho, después de trece años de diario batallar; y la social, que hoy todavía dura. Para la primera solo se necesitaban mártires y héroes, y por cierto que no escasearon; para la segunda necesitaban ciudadanos patriotas é ilustrados, y formarlos ha sido la tarea de la República […]. No extrañéis, sin embargo, el oír de cuándo en cuándo la voz destémplada [sic] de alguno que, desesperanzado de que la paz se consolide, ó dominado por la ingrata impresión de las contiendas civiles, reniegue de la República y entonces pronuncie un cántico de alabanza á los antiguos tiempos coloniales. ¿Qué hemos ganado con la República? Preguntan ellos. Pues bien, contestadles que cuando menos ellos, los que arrojan á su propia frente la sangre de sus padres que sirvió para alcanzarla, han ganado el derecho y la libertad de renegar a la patria, ya que ni ese desahogo tuvieron en la servidumbre sus mayores, á quienes insultan y de cuya obra blasfeman […]. Á los patíbulos de la pléyade de mártires que se sacrificaron por la República, habrá de suceder la narración de hechos que la honran; y al temeroso batallar de la madre y las hijas, sucederá el canto de triunfo por glorias que el amor hace comunes hoy entre las antiguas colonias que, con razón, quisieron sacudir y sacudieron el yugo de la Metrópoli, y el hosanna de la paz, ya que la madre abrió los brazos para recibir en ellos, como á hija, á nuestra patria.35

Los relatos escolares mantuvieron un criterio de linealidad allí donde los héroes eran la parte fundamental de la trama histórica y establecieron una diacronía cuyos cortes temporales se mantuvieron durante todo el siglo XX.36

Las características de los manuales de historia patria y los intereses pedagógicos acuñados a fines del siglo XIX encuadraban con el proyecto y el desenvolvimiento de la Academia Colombiana de Historia. El manual de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla trazó y difundió una línea de continuidad con el proyecto regeneracionista.

El mayor porcentaje del texto estaba dedicado a la vida republicana; sin embargo, Henao y Arrubla no repudiaron a España y su accionar en el periodo de la Conquista y la Colonia. Pese a la ruptura que implicaba la Independencia, el trabajo unificador del manual cohesionó dos momentos opuestos: las desavenencias con España y el proyecto hispanizante de la Regeneración. Los logros de la “obra civilizadora” de España en los procesos de Descubrimiento y Conquista y la larga hegemonía colonial constituyen elementos fundamentales en la Historia.

El texto trató de explicar también cómo la herencia española tiene un papel fundamental en la constitución de la nacionalidad colombiana, vislumbrado ya en la obra de Quijano Otero y encadena con los principios interpretativos de la Academia. La Historia de Henao y Arrubla exalta los rasgos españoles y católicos que sobreviven durante la República; por ejemplo, cuando enuncian el siguiente juicio sobre el periodo liberal radical:

La Constitución de Rionegro, separándose de las anteriores, borró de su preámbulo el nombre de Dios que el Estatuto liberal de 1853 había escrito así: “En el nombre de Dios legislador del Universo y por autoridad del pueblo”; el de 1863 dice: “En nombre y por autorización del pueblo”. Esta novedad hería hondamente el sentimiento religioso de un pueblo esencialmente católico, que ha tenido y tiene como principio fundamental de su credo, que toda potestad viene de Dios (Non est potestas nisi a Deo).37

La Historia sellaba una interpretación hispanizante, jerárquica y conservadora de la nación colombiana y de paso reafirmó una ruptura histórica: el carácter provisional de los postulados del liberalismo radical decimonónico, extendido al siglo XX mediante la postura marginal que tuvo el partido liberal en el panorama político colombiano hasta 1930. Como lo ha indicado lúcidamente el trabajo de Cristina Rojas, si bien no había un distanciamiento profundo en el tipo de cosmovisiones entre los dos partidos políticos hegemónicos en Colombia, es determinante la imposición de mecanismos de representación excluyentes que generaron posteriormente formas de la violencia.38

Los puntos de partida para explicar la conformación de la nacionalidad expuestos por la Historia de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla consagraron también una línea de continuidad que entroncaba con dos momentos anteriores: con los postulados de José María Vergara y Vergara y José Manuel Groot, de tal forma que el principio unificador de la nacionalidad era el legado español de la lengua y la religión.39 De allí a dar un paso más atrás a una temporalidad verdaderamente originaria estaba muy cerca y en eso la historia literaria elaborada en el siglo XX no escatimó esfuerzos:

Para este país constituye una fortuna el haber sido conquistado, no por un aventurero ignorante y brutal, sino por un hombre culto y letrado […] Aún cuando nacido en España, Jiménez de Quesada pertenece a Colombia, no solo por haber sido conquistador del nuevo Reino de Granada, sino porque imprimió, de manera indeleble, los rasgos típicos de su persona en la nación que fundó.

Su profesión fue la de hombre de leyes; y este país ha sido profundamente legalista, enamorado de las fórmulas de la ley escrita y amigo del régimen civil en el gobierno. Esa tendencia legalista cuando degenera, conduce al rabulismo, parodia ominosa del recto ejercicio de la jurisprudencia. Quesada fue militar de ocasión, como lo ha sido la mayor parte de nuestros grandes guerreros […].40

Gómez Restrepo llevó a la pluma una consideración generalizada dentro del ámbito letrado, el padre de la nacionalidad colombiana era un español y, con ello, se definía la visión criolla e hispánica como la de la nación.

No se puede perder de vista que las referencias a la herencia hispánica y católica en el texto de Henao y Arrubla expuestas en las interpretaciones de la nación y la cultura colombiana, estaban ligadas al peligro que representaba la presencia creciente de los Estados Unidos en el país. Los Estados Unidos aparecen en la Historia no solo como el ejecutor de la injusticia que llevó a la separación de Panamá —suceso al que el libro solo le dedica unos cuantos párrafos—, sino como una “amenaza a nuestra gloriosa raza latina que por doquiera ostenta hermosos sarmientos en todo lo que vivificó España con su aliento”.41 El enemigo no era el accionar bélico e imperial de la potencia del norte, sino lo que implicaba ese accionar en contra de una herencia antigua y pura: la hispánica.42