Arkoriam Eterna

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—¡No! ¡Maldición! —gruñó Scar mientras se ponía de pie. Habían perdido a uno y otros dos se encontraban desarmados, uno de ellos incluso había perdido su armadura, habían recibido ya varias heridas y la fatiga se hacía evidente. Todo esto iba muy mal.

Sacaron la flecha del cuerpo inerte de Thárivol y lo envolvieron con la manta lo mejor que pudieron y mostraron sus respetos al cadáver. Lamentaron no poder hacer algo más decoroso, pero la situación lo impedía por todos lados. De no ser por las palabras del druida y la unción con unas especias para retardar la descomposición del cuerpo, su alma se habría ido sin paz al otro plano de existencia. Repartieron las dos espadas del semielfo entre Slain y Efrand para que por lo menos estos tuviesen con qué defenderse. Scar encendió una antorcha para iluminar mejor el lugar y se sentó en el borde de la cama mientras trataba de poner en orden sus ideas.

—Dame la antorcha, revisaré el lugar —dijo el joven de la guadaña extendiendo la mano.

—Nadie saldrá de la habitación, debemos descansar. El elfo curará las heridas de Efrand que son las más graves y mañana a primera hora continuaremos, no podemos exponernos a más bajas, y menos en las condiciones en que nos encontramos.

—¿Esperas que nos quedemos toda la noche junto a un cadáver? —respondió incrédulo el joven.

—¡Respétalo! —dijo amenazante Slain señalando al muchacho, quien de inmediato mostró remordimiento por su brusquedad, pues fue Thárivol quien lo había rescatado del gusano carroñero en el desfiladero.

—Agradece que no se trata de un orco. Si piensas ser un aventurero tendrás que acostumbrarte a este tipo de cosas, a dormir con la muerte..., a perder amigos… —Estas últimas palabras las dijo con un dolor nacido del alma y su mirada se perdió en los recuerdos.

—¡Que me la des! —gritó el joven y de un manotazo le arrancó la antorcha de la mano. Scar se levantó de la cama enceguecido por la ira. Erguido en su enorme estatura y más ancho que un soldado promedio, se enderezó como una montaña iluminada por el fuego ante el joven, que en ese momento se veía pequeño e insignificante. Los demás se pusieron atentos y llamaron a la calma, pero ya era demasiado tarde; el mercenario había descargado un potente puñetazo sobre la humanidad del joven golpeándolo justo en la cabeza. Fue una suerte que no le destrozara la mandíbula aun cuando lo dejó inconsciente en el acto. Antes de tocar el piso fue auxiliado por Efrand, quien miró con reproche al guerrero. Este, respirando algo agitado, miró a cada uno de sus acompañantes y sintió un poco de remordimiento. Solo un poco. No era la primera vez que tenía que irse a los golpes con alguno de sus compañeros de aventuras. Ignoró las miradas de reclamo de los demás y tomando la antorcha del piso se dirigió a ellos:

—Descansaremos hasta mañana, cuando nuestras heridas se encuentren mejor y nuestros músculos respondan conforme al esfuerzo que se viene por delante. El que no esté de acuerdo puede salir cuando quiera, no trataré de evitar que haga una estupidez como la este niño que juega con la herramienta de arado de su padre.

Una vez más ninguno discutió. Ya era claro que Scar se haría con el mando así fuera por la fuerza y nadie hasta el momento quería o le importaba tomar dicho mando; igual, reconocían la sinceridad y buen juicio de sus decisiones.

CAPÍTULO VI Gremio del Murciélago

Valentine caminaba por el mercado principal de la gran ciudad de Tabask. Se sentía un poco inquieto, como si quisiera saltar o festejar. Pero sabía que no debía, sabía que debía continuar su camino con la misma normalidad de siempre. Iba comiendo una fruta mientras con sus ojos agudos revisaba todo su entorno.

Ya estaba claro que no lo seguían y sabía entonces que su trabajo había sido perfecto, lo cual le preocupaba. «¿Tan silencioso? ¿Tan ágil y exacto he sido?». Con un movimiento de su cabeza alejó todo pensamiento de su mente y simplemente se enfocó en disfrutar el trayecto hasta la posada donde se albergaba.

Eran cerca de las siete de la noche; la mayoría de los mercados estaban cerrados y se oía un cierto bullicio típico de ciudades portuarias como estas: se trataba del sonido generado por docenas de marineros dispuestos a embriagarse mezclado con el de los visitantes de otras ciudades que buscaban un buen lugar donde comer o desde el cual apreciar el mar y las estrellas.

El aventurero llegó a su destino, arrojó una fruta a uno de los hijos del posadero, quien la atrapó con agilidad, miró con picardía al exmarinero y salió corriendo a esconderse para comer tranquilo el manjar sin que sus hermanos trataran de arrebatárselo. Valentine sonrió y saludó al hombre tras la barra.

«Qué bien me sienta tierra firme —pensó el aventurero—, qué agradable es recorrer las calles de una ciudad... Me siento como pez en el agua». Se echó a reír pensando en la ironía del dicho.

En las semanas que llevaba en el lugar había conocido las calles y las guardias y aprendió también un poco respecto de la política y modo de gobierno, aprendió con quiénes podía tratar abiertamente y de quiénes debía cuidarse. Descubrió asimismo que la ciudad se encontraba repartida entre siete grandes gremios de comerciantes y supo de inmediato que era en uno de estos grandes gremios que encontraría su estabilidad económica.

Sus habilidades podrían ser de mucha utilidad a uno de estos señores, y si sus lugartenientes no se habían fijado en él durante estas semanas, pues tendría entonces que forzar un encuentro «fortuito».

Valentine sonrió una vez más y comió con gusto. Los dados ya se habían lanzado sobre la mesa, ahora solo debía esperar a que terminaran de rodar.

Subió las escaleras de la posada para dirigirse a su cuarto y justo antes de introducir la llave en la cerradura de la puerta pudo notar algo que no estaba bien. Era un detalle pequeño, pero él había logrado verlo: se trataba de un pequeño rayón en la cerradura. La posada en la que se hospedaba era una de las más costosas de la ciudad y su pulcritud y belleza eran conocidas en toda Tabask: se fijaban en todos los detalles, incluso en los más mínimos, y este rayón no se encontraba allí cuando salió en la mañana; y muy seguramente había sido hecho después que asearan el lugar... O causado por una de las empleadas al entrar a ordenar el cuarto. Tal vez se estaba volviendo algo paranoico. Fuera una u otra cosa, no se arriesgaría.

Revisó minuciosamente la puerta para asegurarse de que no encontraría ningún tipo de trampa y al mirar con más detalle la cerradura pudo ver unas pequeñas mellas, imperceptibles para el ojo no entrenado, en el orificio de la llave, lo cual le indicaba que alguien había forzado la entrada. Finalmente abrió la puerta estoque en mano y con todos sus sentidos al máximo se adentró en el cuarto. Estaba muy oscuro, lo cual utilizó como ventaja desvaneciéndose en las sombras para ocultarse de aquel que hubiese entrado a su dormitorio. Pero nada escuchó, en el lugar no había nadie además de él. Ya más tranquilo envainó el estoque y encendió las velas del dormitorio para examinar con detalle qué podría haber pasado. Pero todo estaba en su lugar. Valentine soltó un suspiro que parecía más una pequeña risa, colocó las manos en la cintura y negó con la cabeza.

Y entonces lo vio. Justo detrás de una de las patas de una mesa que se encontraba en una de las esquinas del cuarto pudo ver un lánguido y fugaz brillo, delgado y fino como el de una tela de araña. El aventurero asomó el candelabro con el fin de observar mejor de qué se trataba. Sus sospechas se habían confirmado, se trataba de un cabello, un cabello rubio, largo y lacio.

Ahora entendía lo que había pasado: alguien se había tomado la molestia de entrar con el mayor sigilo posible en la habitación y había examinado con un cuidado pasmoso cajones y baúles tratando de dejar todo en su lugar para no despertar sospechas, pero Valentine, al abrir el cajón de la mesa esquinera, pudo ver que su astrolabio, un regalo del capitán Baka, ya no apuntaba a la estrella de Aurim que señala el norte para los marinos en el mar Ivinie, como a él le gustaba dejarlo, sino que se encontraba apuntando ligeramente al noreste, lo que quería decir que el intruso lo había desplazado de izquierda a derecha para revisar si debajo de este se encontraba lo que fuera que anduviera buscando y, al ponerlo de nuevo en su sitio, no se fijó en la posición correcta en la que estaba, o fue incapaz de dejarlo como antes, pues a fin de cuentas no cualquiera sabía usar un astrolabio.

Pero lo que andaba buscando el intruso siempre viajaba en uno de los bolsillos de Valentine. El humano tenía ahora la ventaja y sabía que vendrían a buscarlo directamente, así que trataría de aprovechar su ventaja.

***

La noche estaba bastante oscura, no había lunas y las pocas estrellas que no estaban cubiertas por enormes nubes titilaban débilmente, con pereza, como si no quisieran estar allí si no se encontraban acompañadas de las lunas de Arkoriam. Pero esto no era un impedimento para el intruso ya que sus ojos fueron hechos para adaptarse a la poca luz de la noche, así como los ojos de los animales nocturnos, que podían atrapar la poca luminiscencia de la noche cerrada y reflectarla al doble de su intensidad para ver mejor su entorno.

La criatura ya había estado en el lugar con anterioridad y lo había revisado con calma y por eso sabía que la ventana contaba con cerrojos bastante fuertes y difíciles de violar, así que optó por la puerta. Con un cuidado y una paciencia ancestrales logró quitar el seguro y abrir la puerta en un silencio absoluto, fijó su mirada en la cama donde yacía su víctima y sacó su afilada daga dispuesto a cumplir con su trabajo. Pero entonces una débil ráfaga de viento rompió su concentración. Miró el lugar de donde había venido el viento, se trataba de la ventana, estaba abierta ¡cómo no se dio cuenta desde el primer momento! Había volcado tanto su atención sobre su enemigo que había ignorado por completo el resto de su entorno; estaba tan confiado en su superioridad que olvidó por completo las reglas básicas del acecho. De golpe una advertencia llegó a su cabeza y corriendo hacia la cama, de un solo y rápido tirón, quitó las cobijas para solo encontrar almohadas formando el bulto que creía era su objetivo. Maldijo en silencio, ahora su presa podría estar a horas del lugar.

 

Pero de pronto sus ojos entrenados vieron una sombra pasar frente a la ventana, a gran velocidad. Sin perder un segundo el asesino corrió hasta allí y agarrándose del marco superior de la ventana hizo una pirueta con fuerza y elegancia que lo dejó de inmediato sobre el tejado de la posada.

Una búsqueda rápida con la mirada le permitió dar con su objetivo, que se desplazaba torpemente por entre los techos planos de la ciudad. Sin perder una fracción de segundo empezó a correr hacia él, seguro de alcanzarlo en pocos pasos, pero, de repente, cuando tenía a Valentine a un brazo de distancia este aumentó su velocidad en un abrir y cerrar de ojos, su andar dejó de ser torpe y errático y salió despedido hacia la pared alta de una casa que se encontraba a su izquierda, la cual usó de apoyo para dar dos pasos rápidos y así impulsarse hacia el siguiente techo que se encontraba justo frente a él. El perseguidor no se quedó atrás a pesar de haber sido cogido por sorpresa; aceleró al máximo y en vez de usar la pared como trampolín hacia el siguiente techo, saltó, se colgó de forma similar a la cornisa de la ventana y empezó a correr por el techo de esa casa, paralelo al aventurero.

De pronto el perseguido trató de dar un giro inesperado hacia la derecha, resbalando un poco. El asesino tuvo mejor suerte y aprovechó el giro y la altura para dar un gran salto con su daga en alto para estocar al joven hombre, pero este ya había recuperado el impulso y logró escapar del feroz ataque con apenas un rasgón sobre su gabán y, dando un respingo, saltó directamente sobre otro techo que se encontraba frente a él, cruzando una calle angosta. El salto fue largo, pero gracias a su espigada estatura lo logró por los pelos. Dando una voltereta para amortiguar los golpes, rodó unos pasos más antes de ponerse de pie y seguir corriendo. El asesino, por el contrario (y siendo una palma más bajo que Valentine), se quedó corto en el salto; sin embargo, a medio vuelo logró corregir su postura para atravesar una pequeña ventana que estaba a punto de ser cerrada por una mujer regordeta que, con un grito de espanto, se agachó en el momento preciso para que el delgado y atlético elfo entrara, rodara y, con ese mismo impulso, continuara corriendo. Destrozó una puerta con un tacle y gruñendo a causa del dolor siguió sin descanso hasta saltar por la siguiente ventana hacia la pared de enfrente y, apoyándose en un par de bisagras, subió rápidamente al techo.

Una mirada rápida le permitió dar con su objetivo quien, al parecer, confiado, nuevamente había aflojado el paso. Esta vez decidió no ir directamente tras él y escondiéndose entre en la noche empezó a acechar al aventurero. Este parecía claramente confuso y miraba hacia todos lados intentando dar con su victimario mientras trataba de no detenerse.

De pronto, como salido del mismo infierno, el elfo asesino saltó de entre las sombras de un edificio de dos plantas que se encontraba a su izquierda, arrojando dos dagas hacia su humanidad. Con un esfuerzo que quemaba sus músculos, Valentine logró esquivar ambas armas con un rollo hacia la derecha, cuando vio cómo el asesino se acercaba empuñando espada y daga.

El aventurero creía que su enemigo lo superaba marcialmente, así que pensando rápido y tratando de ajustar su plan a la situación, dio una patada a la empuñadura de una de las dagas que yacían en el suelo, arrojándola hacia elfo quien, al no esperar el movimiento, se vio en dificultades para bloquearla, teniendo que retroceder y encogerse. Al ver que el humano no se había movido mucho y que solo había cortado su primer impulso, de inmediato se abalanzó sobre él y este, en un rápido movimiento, lo tomó por la chamarra y ayudándose con el impulso del rival se dejó caer de espaldas para, con sus pies, arrojarlo lejos. De hecho, de no ser por el poste de un viejo tendedero de ropa, el asesino hubiese terminado en la calle con algún tipo de fractura. Este pequeño lapso fue aprovechado por el humano para emprender carrera nuevamente, y fue seguido en el acto por el enfurecido asesino.

En el siguiente movimiento, ambos descendieron a las desoladas calles de Tabask y en un momento inesperado Valentine giró hacia su izquierda y entró a un pequeño callejón sin salida.

El elfo no perdía de vista a Valentine. Cuando este giró hacia la izquierda, el asesino sonrió perversamente pues conocía muy bien las calles de la ciudad y sabía de antemano que su presa se había metido en un callejón sin salida. Lo haría sufrir, lo iba a torturar antes de matarlo por haberlo hecho quedar como un idiota. Pero eso tendría que esperar... Cuando entró al callejón, este se encontraba vacío. «¿Qué demonios?». El rostro del elfo se encontraba sumido en la total confusión, pero después de unos segundos lo entendió.

El perseguido había girado hacia su izquierda, entrando al pequeño callejón donde, sin perder un momento, usó toda la fuerza y agilidad para impulsarse de una pared a la otra hasta subir los tres pisos de alto, terminando en el techo del edificio derecho dispuesto a emprender carrera una vez más. El elfo entonces comenzó el ascenso de manera similar, pero cuando llegó al final no pudo ver a su presa por ninguna parte. Saltó de un techo a otro y volvió al edificio de la derecha del callejón, mas no podía encontrarlo. Empezó a maldecir su suerte cuando sintió un punzón en la nuca, un punzón frío y firme. El elfo sabía que había sido derrotado. El humano se había descolgado por una de las cornisas del edificio pegándose a la pared para desaparecer y cuando escuchó al asesino maldecir supo que era su momento.

—Ha robado a la gente equivocada, pirata. No habrá un día en que su cabeza no esté en juego: muchos lo están buscando, ha ofendido a familias poderosas.

—Por el contrario —contestó Valentine sonriendo—, he robado a las personas correctas. «Cuando llegues a una ciudad nueva, la mejor carta de presentación es que en poco tiempo hablen de ti. Entonces no buscarás trabajo, el trabajo te buscará a ti» —citó y sin dejar de presionar la nuca del elfo con su estoque y buscó algo entre sus bolsillos.

—¿De qué está hablando? —preguntó el elfo sin entender muy bien a qué iba todo este juego.

—Tenga, son dos de los anillos que tomé de la casa de uno de sus señores —dijo Valentine arrojando una pequeña bolsa a los pies del asesino—. Diles que devolveré los demás con gusto, que solo quiero una… oportunidad de entrar a su interesante gremio de comerciantes.

—¡Está loco! Nadie roba la Casa del Murciélago y sale impune. —Valentine finalmente quitó el estoque del cuello del elfo y lo envainó, a lo que el elfo recogió la bolsa y, tras confirmar su contenido, encaró al aventurero.

—Diré que se los arrebaté.

—¿En serio? ¡Ha de ser muy listo!, pues tendrá que explicar cómo es posible que haya fallado en el intento de matarme o, mejor aún, si dice que me mató se preguntarán dónde están los demás objetos robados. Y entonces, ¿qué dirá? —La sonrisa que se dibujaba en el rostro de Valentine era una mezcla de seguridad y peligro, como pocas había visto el elfo en su vida—. No, no dirá que hizo bien tu trabajo, tendrá que decir que falló y entregar un premio de consolación, y entonces algún día un mensajero anónimo dirá que lo vio con uno de los anillos robados. ¿Y qué hará entonces? —Cuando dijo esto, la cara del elfo, que trataba de mantenerse impávida ante los acontecimientos, sucumbió en una mueca de perplejidad y confusión; fue entonces cuando Valentine, sin perder su encantadora sonrisa, señaló uno de los bolsillos del asesino. El elfo de inmediato palpó el bolsillo izquierdo de su chamarra y encontró otro de los anillos robados. Sus ojos se abrieron tanto que parecía que se iban a salir de sus órbitas. Fue justo cuando daban el bote, la única vez que habían tenido contacto en toda la persecución, fue cuando Valentine le plantó el anillo robado. Entonces, como si una ola descomunal lo hubiese golpeado, comprendió que toda la persecución, todo el camino, que todo el trayecto recorrido, había sido previamente planeado por el exmarinero; incluso la fugaz reyerta y, de no ser porque él mismo le advirtió del anillo, lo hubiese llevado sin saber hasta sus habitaciones y entonces... ¿qué hubiera pasado si se lo encontraban oculto entre sus ropajes?

El elfo no pudo más que mirarlo con odio y admiración.

—Ah… parece que ahora entiende mi punto. Hable con sus superiores, mis habilidades pueden ser de gran ayuda a su gremio. Los demás objetos están a salvo… y sobre esta noche… bueno, sé que será prudente con lo que tenga que decir.

—¿Qué le hace creer que te contratarán y que no le matarán y arrancarán de tu cuerpo frío los demás anillos?

—Son hombres de negocios, son hombres prácticos. —Ambos sabían que tenía razón, que las probabilidades jugaban a favor del pícaro y ahora el elfo empezaba a verlo como un aliado y como una amenaza. De ahora en adelante se andaría con más cuidado.

Al finalizar estas palabras, Valentine hizo una pequeña reverencia y se deslizó hacia el callejón donde comenzó a perderse en la noche.

***

Habían pasado ya varias semanas desde aquel «incidente», las cuales se habían reportado sin novedades. No habían vuelto a entrar en la habitación de Valentine y no había visto que lo estuviesen vigilando. Los días habían transcurrido tan normales que la monotonía empezaba a aburrir al aventurero. «Una semana más, tal vez un par, y me voy a otro lugar», pensaba cada día al volver de las calles.

En esta ocasión su andar era más lento de lo normal, llevaba las manos apoyadas en el cinturón y miraba hacia la calle principal que llevaba a la puerta de salida oriental de la ciudad. Se encontraba algo aburrido pues en verdad le agradaba la ciudad, pero sus fondos empezaban a agotarse y aun no lo contactaba de ninguno de los gremios ni casas mercantes.

Al entrar en la posada saludó a los dueños de buen agrado, pero rechazó la invitación a cenar argumentando que se sentía cansado y que solo quería recostarse un rato. Había estado preguntando por las ciudades vecinas y necesitaba un tiempo a solas para decidir cuál de todas estas sería la que más le convendría como nuevo destino.

Al llegar al segundo piso pudo ver que la puerta de su habitación se encontraba abierta, lo que le produjo curiosidad pues nunca la mucama llegaba tan tarde a hacer aseo. No le dio mayor importancia y continuó hasta el marco de la puerta, donde quedó detenido en seco. Sus manos ahora se encontraban empuñadas a los costados y, aunque no se sentía amenazado, sí puso todos sus sentidos a trabajar en caso de llegar a necesitarlos.

Dentro de la habitación se encontraba un hombre de gran tamaño; alto y corpulento, de cabello negro y corto peinado hacia atrás, que vestía unas ropas elegantes y una fina capa púrpura; en su mano derecha sostenía el hermoso astrolabio de Valentine. Recostado contra el marco de la ventana se encontraba aquel elfo asesino con cara de muy pocos amigos. A la entrada del aventurero, el único en voltear a mirar fue el elfo, mientras que el humano siguió mirando el astrolabio como si nada hubiese pasado.

Tras recomponerse de la sorpresa, Valentine sonrió al elfo mientras asentía ligeramente con la cabeza, a lo cual el asesino frunció más su ceño y desvió la mirada.

—Me habían informado que tiene algo que me pertenece, joven…

—Valentine, señor. Espero no haberlo ofendido… en demasía, solo busc...

—La muerte. Pero no se preocupe, me ha impresionado, no cualquiera sobrevive a Udólanan Silentread. Es más, no cualquiera se burla de Udólanan Silentread —dijo el hombretón mientras miraba al elfo quien, a su vez, rojo de rabia, volteó a mirar a Valentine para luego salir de la habitación hecho una furia. Valentine vio todo el rencor y odio que Udólanan sentía por él y lo tuvo muy en cuenta.

—Mi intención no era burlarme de nadie.

—No me importa, lo hizo, pero para su fortuna nadie más que mi círculo íntimo se ha enterado de lo que ha pasado así que, felicitaciones, ahora hace parte del gremio del Murciélago. Recoja sus cosas, devuélvame las mías y vaya a mi hogar en cuanto esté listo —dijo el noble señor y de inmediato empezó a salir de la habitación. Cuando ya se encontraba junto al aventurero, se detuvo. Sosteniendo en alto el astrolabio lo miró y agregó—: Esto me lo quedaré como pago por sus agravios. —Valentine no pudo más que hacer una reverencia de agradecimiento.

 

—Agradezco la oportunidad, mi señor... —empezó a decir el joven de ojos azules.

El hombre giró su cabeza y, mirando de reojo, le contestó:

—Karl Torím. —A Valentine casi se le desprende la quijada. El mismo dueño de la Casa del Murciélago en persona había venido a amenazarlo, a ofrecerle trabajo… y a quedarse con su preciado astrolabio.

Al llegar Torím al primer piso, se despidió amablemente de los dueños del lugar. Valentine desde la segunda planta observó cómo el posadero hacía miles de venias y agachaba la cabeza mientras la esposa agradecía por la visita. Karl Torím entonces sonreía amablemente mientras le respondía algo a la mujer y dejaba el lugar. Al salir, la pareja de esposos se abrazó fuertemente llena de alegría y los empleados se mostraban muy orgullosos de haber servido al gran señor de la Casa del Murciélago.