Cómo investigar en educación

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Aus der Reihe: Pedagogía dialogante
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Método de estudio: en las ciencias sociales prácticamente no son posibles los experimentos, las variables no se pueden manipular o controlar directamente, los impactos buscados pueden demorar largo tiempo en aparecer y por ello, hay que recurrir a estrategias alternativas y aproximativas (Carretero, 1995). Asimismo, son ciencias en las que la influencia ideológica del investigador es bastante amplia y en la que existe un alto relativismo en enfoques, estrategias y contenidos a abordar.

La sociología nos indica que la realidad social se configura a partir de normas, que en su origen son esencialmente diferentes de las leyes naturales. “La realidad social es un producto humano y como tal no está sujeta a leyes inmodificables, sino a grandes tendencias institucionalizadas de comportamiento que varían con el tiempo y con las diferentes culturas” (Bonilla y Rodríguez, 1995).

Cervo y Bervian (1997) nos refieren que, dado que las acciones del hombre están condicionadas por la voluntad, se restringe o limita la promulgación de leyes, situación que es menos evidente en otras ciencias. Añaden estos autores que, aun así, las ciencias sociales pueden verse como una ciencia, ya que estudian fenómenos reales no abordados por otras ciencias y, a la vez, por cuanto las causas y leyes formuladas expresan relaciones entre los hechos. Adicionan que el fenómeno humano tiene mayor complejidad que los fenómenos físicos y de allí la dificultad de su estudio. Su mayor complejidad deriva de la multiplicidad de variables involucradas en sus acciones individuales y colectivas.

En contraposición, la Economía y la Psicología muestran algunos niveles de mayor afinidad y acercamiento con las matemáticas y el uso de procedimientos estadísticos, hasta el punto de que en la primera se han planteado diversas generalidades, como la ley de la oferta y la demanda, la ley de la distribución de los ingresos, la ley de la división del trabajo o del crecimiento de los precios, entre otros. Leyes que, a pesar de sus niveles de generalidad, son leyes sociales y, en consecuencia, dependen de la época, la cultura y la historia. Hoy existen, pero mañana pueden desaparecer; así como siglos atrás no existían.

Divergencia metodológica: las ciencias naturales muestran mayor acuerdo en cuanto a los métodos de investigación, por tanto, la cuantificación, la construcción de modelos, la experimentación y el uso de la matemática y la estadística son en general acogidas en la física, la química, la biología y en las diferentes ramas que de ellas se derivan. Por el contrario, las ciencias sociales deambulan en un disenso metodológico, ya que si bien, en algunos casos, emulan los métodos aplicados en las ciencias naturales como ocurre en algunas corrientes de la Economía y en algunas ramas de la Psicología, otras consideran que las ciencias sociales deben tener un carácter esencialmente reflexivo y cualitativo. Ello ha llevado a que un grupo de investigadores ni siquiera acepte el método científico como un procedimiento universal, argumentando que cada ciencia debe definir para sí misma lo que puede y debe hacer en su propio y particular marco investigativo. Al interior de las ciencias sociales hay discrepancia también acerca de si se debe estudiar a los hombres por su comportamiento, o si se puede recurrir a la introspección por parte del investigador o a la fenomenología, en este último caso preguntándole directamente a las personas ¿por qué hacen lo que hacen? (Seiffert, 1977).

Este sentir de muchos sociólogos lo plasma Eisner (1998) así: “Reconocemos que lo que creemos que es el caso goza sólo de un estatus temporal. Las situaciones sociales están en un estado de inestabilidad”... “Esto significa que los indagadores cualitativos no buscan leyes naturales eternas, universales e invariables representadas por los propósitos de los físicos”… “…muchos estudios cualitativos se realizan no como proyecto para demostrar hipótesis, sino como esfuerzos por proporcionar explicaciones ex post facto”.

Añade que en las ciencias naturales se diseña la investigación en su totalidad antes de la toma de datos, mientras que en las ciencias sociales “…aunque los investigadores puedan tener un tema general en el que están interesados, el enfoque normalmente es emergente. Muchas veces los investigadores no saben realmente qué van a estudiar hasta que no están ellos mismos inmersos en el contexto”. Es decir que, en últimas, hay más flexibilidad en la definición de los objetivos y las técnicas de investigación y unos y otros pueden ser modificados sobre la marcha del estudio. Agrega este autor que mientras las ciencias naturales se fundamentan en la experimentación, “Tanto en la historia como en la ciencia política, las posibilidades de pruebas experimentales son remotas; es muy difícil manipular de manera experimental la conducta política de los poderes extranjeros e imposible reproducir la política de la Italia renacentista”.

Gordon considera que al tener las ciencias sociales tanto componentes objetivos como subjetivos, deben estudiarse de forma complementaria con técnicas cualitativas y cuantitativas (posición compartida por Bonilla y Rodríguez, 1995), aunque cabe referir que hay una brecha histórica no resuelta entre los científicos sociales que propugnan por una posición única de naturaleza cualitativa o cuantitativa.

Briones (1998) diferencia las investigaciones referidas así: Cuantitativa: “parte con problemas y objetivos claramente definidos y utiliza instrumentos de recolección de informaciones y medición de variables muy estructurados”. Cualitativa: “no parte de hipótesis y, por lo tanto, no pretende demostrar teorías existentes. Más bien pretende generar teoría a partir de los resultados obtenidos.”… “Utiliza un “diseño emergente” sencillo, que se va modificando o ampliando según las necesidades de la marcha del estudio.”

Para Morin (Morin, et al, 2003), sin embargo, la sociología del conocimiento está aún poco desarrollada, dado que es menos potente que la ciencia que estudia, dificultando un tratamiento plenamente científico. Este autor formula varios principios de incertidumbre: “un principio de incertidumbre sociológica (la sociología del conocimiento no puede darnos el criterio de lo verdadero y lo falso; a lo sumo puede informarnos sobre las condiciones históricas, sociales y culturales favorables a la búsqueda de la verdad y la detección del error); un principio de incertidumbre noológica (la noología puede ilustrarnos sobre los sistemas de ideas, pero no puede decidir su verdad); un principio de incertidumbre lógica (ni la contradicción es necesariamente señal de falsedad, ni la no contradicción señal de verdad); un principio de incertidumbre racional (la racionalidad corre el riesgo incesante de caer en la racionalización), y un principio de incertidumbre antropológica (nuestra naturaleza antropológica genera múltiples fuentes de incertidumbre)” (Morin, 1991 en Solana, 1998).

Objetividad: en las ciencias naturales se asume que el método científico está orientado a elevar los niveles de objetividad de la investigación, por lo que diversos observadores deberán tender a converger en conclusiones similares. Tal como explicamos anteriormente, la ciencia intenta acercarse al objeto y a la objetividad, aunque en sentido estricto sólo podrá aproximarse a ella. Los científicos del área social muestran diversidad teórica a este respecto; algunos consideran que toda investigación es subjetiva en tanto nace y se desarrolla desde una cosmovisión ideológica, cultural, paradigmática e histórica particular; otros recalcan que las ciencias sociales están invadidas por juicios de valor y posiciones ideológicas, por lo que el carácter de sus proposiciones está lejos de ser científico; otros más se dedican a proponer o a suponer el deber ser de la humanidad, más que a explicar su realidad.

Tal como se ha ilustrado previamente, hoy día las ciencias sociales disienten de las naturales, por cuanto consideran que la generalidad no es un objeto primordial de éstas, ya que se reconoce que las sociedades y los individuos pueden actuar de manera diferente por circunstancias históricas, ideológicas o culturales y, de otra parte, cada una de ellas marcha hacia distinta dirección. Las ciencias sociales son multiparadigmáticas y el carácter contextual, histórico y cultural, es esencial en cualquier estudio social.

Percepción y representación

Dada la importancia de la percepción y la representación en el desarrollo de las ciencias naturales y sociales, cabe hacer un recorrido por algunas teorías actuales sobre ellas.

Los órganos sensoriales jugaron un papel esencial en la evolución de las especies (principalmente animales), pues a través de ellos se transfirió información del medio exterior al interior de los organismos. En las especies más simples tal información es canalizada a través del sistema nervioso central como sensaciones subjetivas y desatan respuestas bioquímicas, fisiológicas o incluso comportamentales (Humphrey, 1995). Es así como variaciones incluso pequeñas de la temperatura, la pluviosidad o la humedad, o la presencia de diversos aromas desencadenan respuestas de movimiento, apareamiento, alimentación, desove o desarrollo, principalmente. Hasta aquí hay una relación estrecha entre el genotipo y el fenotipo, incluidos en estos últimos, los comportamientos.

La ventaja de contar con los aditamentos referidos fue favorecida por la selección natural y, gradualmente, se fueron haciendo más y más complejos, lo que, a la par con un mayor desarrollo del cerebro y la posibilidad de aprender, permitieron incorporar procesos cognitivos, como memorizar, reconocer y clasificar: lo que es y no es de comer, el depredador del no depredador, la pareja, las crías, el agua, la sombra, el espacio, etc.

 

Con ello surgieron sensaciones de agrado, de malestar y de dolor, entre otras, “en pocas palabras, los animales empezaron a tener “mentes” cuando llegaron a ser capaces de almacenar –y probablemente de recordar y de reelaborar– representaciones basadas en la acción, referidas a los efectos de la estimulación ambiental sobre sus propios cuerpos. El sustrato material de la mente era tejido nervioso, que en organismos más evolucionados se concentró en ganglios o cerebros.” (Humphrey, 1995). De este modo, muchos fenómenos adquirieron el estatus de significativos para el bienestar corporal de los organismos que, por demás, diferenciaron su propio ser corporal del mundo exterior, lo que dio inicio al camino de su interpretación. Con ello, a lo largo del proceso evolutivo, las sensaciones (inconscientes) dieron paso a las percepciones (conscientes).

En el espectro evolutivo, el sistema nervioso tiene su cúspide en el cerebro humano, cuyas capacidades cognitivas superan por amplio margen a las demás especies.

En 1974 el científico colombiano Rodolfo Llinás postula una hipótesis, similar a la que años atrás había formulado Brown, según la cual el sistema nervioso central (SNC) puede operar intrínsecamente y la entrada sensorial, más que informar, modularía este sistema semi-cerrado. Esta tesis se oponía a la formulada por William James desde 1890, la cual representaba la perspectiva reflexiológica, mediante la cual el cerebro se veía como un sistema abierto, en el que el SNC reacciona a partir de los estímulos externos que nos llegan a través de los sentidos. La tesis de James ha sido dominante en neurología y de allí la originalidad de la tesis formulada treinta años atrás por Llinás.

Para sustentarlo, Llinás recurre al carácter cerrado del cerebro, el cual se puede considerar teniendo en cuenta que no tiene contacto con el mundo externo, ya que está cubierto por el cráneo. En este sentido, el cerebro sólo podrá conocer el mundo externo de manera indirecta y mediante los órganos sensoriales especializados. La entrada sensorial desempeña un importante papel de contextualización y un rol menor en el suministro de “información”. De esta manera, las neuronas organizan e impulsan el movimiento del cuerpo y crean imágenes sensomotoras y pensamientos.

Teniendo en cuenta lo anterior, la actividad eléctrica intrínseca conforma, según la teoría de Llinás, una estructura isomorfa con la realidad externa, realidad virtual que será la esencia de la predicción.

De allí, Llinás (2003) concluye que la predicción de eventos futuros es la función esencial del cerebro, el cual surgió y se complejizó por selección natural, para que la locomoción de los animales no fuera inútil o azarosa, sino eficiente. A manera de ejemplo, un boxeador envía puños a una enorme velocidad al lugar en el que prevé estará la cara del contendor, en tanto si necesitara ver el golpe, dada la alta velocidad (100 milisegundos), sería golpeado por su contrincante. De la misma forma, un tenista colocará la raqueta en el lugar donde supone que se encontrará la bola que viaja hacia él a más de 100 km/h, una fracción de segundos después. Por tanto, el cerebro es un simulador y moldeador de la realidad inmediata.

De los órganos sensoriales, la vista es el más importante en la especie humana y está sesgada, tal como nos lo explica Hoffman (2000), quien relata que el mundo que vemos es una construcción cerebral que parte de una imagen plana, invertida, carente de colores, formas, texturas o movimiento, que se proyecta en la retina. Por tanto, todas las cualidades que observamos en los objetos del mundo obedecen a un proceso biológico de construcción que, de hecho, es diferente al de otras especies. Lo mismo sucede con las demás formas de sensación-percepción. Por lo anterior, lo que vemos, oímos, olemos, saboreamos o palpamos, no ocurre en los ojos, los oídos, la nariz, la boca o la piel, todo ocurre en el cerebro y por ello podemos ver imágenes mientras dormimos o cuando tenemos los ojos cerrados.

En adición, Newton (en Hoffman, 2000) nos dice que los rayos de luz carecen de color; a pesar de ello, los humanos percibimos el mundo a color, ya que nuestro cerebro le imparte a cada cosa u objeto tal característica con base en tres tipos de pigmentos que traducen el rojo, el verde y el azul; ellos son respectivamente el critrolabio, el clorolabio y el cianolabio (Coren et al., 2001) y sus puntos de absorción están aproximadamente en 570, 535 y 445 nm del espectro electromagnético, en su orden (Brown y Wald, en Schiffman, 1997).

Por lo anterior, al ser la sensación-percepción una construcción cerebral, no es en sentido estricto un reflejo de la realidad, lo que lleva a Hoffman a concluir que hay dos realidades: la relacional o real, y la fenomenológica o del individuo. Una y otra no son necesariamente iguales.

Hay que tener en cuenta que la construcción visual del entorno no solamente cambia entre las especies, sino también entre las personas; a manera de ejemplo, algunos sujetos ven los colores de forma diferente, otros más con algún daño cerebral generan patrones de colores distintos o pierden la capacidad de ver a color, o incluso hay quienes pierden la posibilidad de percibir el movimiento (Gardner, 1997), o de reconocer los objetos o las personas (Luria, 1979).

Otros aportes distintos a la percepción visual fueron planteados por los padres de la Gestalt, Max Wertheimer, Kurt Koffka y Wolfgang Köhler. Estos científicos encontraron que poseemos mecanismos biológicos automáticos que organizan y agrupan la imagen percibida atencionalmente, con el propósito de permitirnos componer una figura significativa y congruente. Para ello, el cerebro extrae características de forma, color, brillantez, orientación, longitud y curvatura que conducen a la construcción de un todo que nos resulte coherente (Coren et al., 2001). Ello nos lleva a agrupar o a clasificar las cosas y los objetos por patrones tales como la proximidad, la similitud, la buena continuación, la región común, la pregnancia y la conectividad. Es por ello que vemos un círculo donde sólo hay trazos de éste, o reconocemos un único objeto aunque esté parcialmente oculto entre múltiples figuras, o conservamos la forma o el color de los objetos (constantes perceptuales) en situaciones cambiantes de estos. Por consiguiente, una cosa son las ondas electromagnéticas que llegan a la retina, y otra las construcciones que realiza el cerebro con ellas (Figura 1).


Figura 1. Ejemplos clásicos de la construcción visual.

Otros aportes importantes a la percepción visual provienen de Dondis (1982) y de Arnheim (1985), quienes nos aclaran que la identificación de objetos no debiera ser una tarea simple, ya que cada percepto es diferente al almacenado en la memoria, por lo que la forma es siempre una abstracción, pues ver consiste en la captación de los rasgos estructurales más que en el registro indiscriminado de los detalles; opera entonces al nivel cognitivo de la formación de conceptos.

Por lo anterior, cuando vemos por ejemplo, un árbol o un perro que no hemos visto antes, podemos de manera inmediata, fácil y rápida, identificarlos como tal, a pesar de las enormes diferencias que puedan tener con un árbol o un perro más típico o representativo de la clase. Lo interesante de tal hecho es que en la memoria no tenemos árboles o perros promedio que se modifican con cada nuevo elemento que percibimos ni tampoco almacenamos a todos ellos. Con todo, en apenas una fracción de segundo reconocemos la clase a la cual pertenece el objeto visualizado.

La memoria es entonces un medio mucho más fluido que la percepción porque está más alejada de las comparaciones con la realidad (Lewin, en Artheim, 1985). Por esto, algo tan elemental como la habilidad de formar la idea general de un triángulo requiere un gran proceso cognitivo, ya que éste no deberá ser oblicuo, ni rectangular, ni equilátero, ni isósceles, ni escaleno; sino todos y ninguno a la vez (Locke, en Artheim, 1985).

Las percepciones entonces las interpretamos como etiquetas o conceptos (planta, animal, perro...) y de allí pasamos a las relaciones entre etiquetas, con las cuales alcanzamos las teorías. “Las etiquetas y las teorías no están, sin embargo, libre de costes. El mismo orden que proporcionan genera estructuras explicativas que, a menudo, dificultan una percepción nueva. Las etiquetas y las teorías proporcionan una forma de ver. Pero una forma de ver es también una forma de no ver” (Eisner, 1998).

“Las teorías son estructuras explicativas complejas diseñadas para satisfacer la racionalidad humana, su necesidad de orden y su deseo de anticipar el futuro –si no de controlarlo–. Las etiquetas y las teorías, dice Jerome Brunner (1964), están entre las más útiles ‘tecnologías de la mente’” (Eisner, 1998).

En general, lo que percibimos y muchas de las distinciones perceptuales que hacemos, están bajo un gran influjo del ambiente en donde fuimos criados (Coren et al., 2001). Las construcciones y las representaciones mentales, también cambian cuando estamos bajo influencia del alcohol o de drogas alucinógenas; en uno u otro caso, aunque la vista sigue viendo lo mismo, el cerebro cambia lo construido. Por tanto, lo que usted percibe en cualquier situación, no es necesariamente igual a lo que percibe quien está a su lado (Coren et al., 2001). También es de gran importancia el balance endocrino del organismo, ya que durante el embarazo puede agudizarse bruscamente la sensibilidad olfativa, mientras que descienden la visual y la acústica (Luria, 1984).

Como si fuera poco, Luria nos refiere que los niños tienen capacidades cinestésicas que se pierden progresivamente durante el crecimiento; tal capacidad señala que podemos, por ejemplo, ver con la audición o con el tacto y, de hecho, en algunas personas se prolongan tales capacidades hasta la edad adulta. Este autor nos refiere además, que tenemos vestigios de foto-sensibilidad en la piel y por ello las yemas de los dedos pueden en ocasiones percibir los matices de colores.

Por lo anterior, hoy día muchos científicos aceptan que las cosas no son como realmente creemos que son, por cuanto lo que percibimos es un mundo de partículas y ondas y, en consecuencia, la imagen del mundo no es más que una re-construcción particular llevada a cabo por nuestro cerebro (Cravero, 1992).

Una visión ampliamente diferente al respecto nos muestra Rescher (1994), quien se cuestiona sobre la clase de ciencia que podría entonces construir una civilización distinta a la especie humana o extraterrestre. Este autor supone que diferirá en términos prácticos entre especies acuáticas, subterráneas y terrestres, no solamente por la dotación perceptual de cada una de ellas sino, también, por sus propios intereses y necesidades. Tales ciencias estarían, además, íntimamente vinculadas al modelo particular de su interacción con la naturaleza y a la constitución física, biológica y social que expresen. Su ciencia estará conectada con su dotación biológica, su herencia cultural y su nicho ambiental. Por lo anterior, probablemente nuestro tipo humano de ciencia sea sui generis, por lo que anota que “parece que en la ciencia, como en otras áreas de la empresa humana, somos prisioneros del mundo de pensamiento que nuestra herencia biológica y social e intelectual nos proporciona”.

Complementa Rescher que “La tesis de Immanuel Kant es válida: hay buenas razones para creer que la ciencia natural, tal como la conocemos, no es algo universalmente válido para todas las inteligencias racionales como tales, sino una creación del hombre correlativa a nuestra inteligencia específicamente humana”. Esta posición concuerda con Morin (1981) quien nos refiere que “Todo conocimiento, cualquiera que sea, supone un espíritu cognoscente, cuyas posibilidades y límites son los del cerebro humano...”; añade, que no hay un punto objetivo desde donde se pueda contemplar el universo, puesto que nosotros, los observadores, constituimos un punto subjetivo.

Para Rescher, el desarrollo de la Astronomía está asociado al hecho de que vivimos sobre la superficie del planeta, a que los ojos son nuestra principal vía de comunicación con el entorno y a que la agricultura juega un rol esencial en nuestra supervivencia.

Ahora bien, ¿cómo se hubiera construido la ciencia en el planeta Tierra si la evolución hubiese llevado a que la inteligencia hubiese recaído por ejemplo, en los tiburones, los búhos o los topos? Los tiburones son marinos y fundamentan gran parte de su percepción en la detección de ondas eléctricas y en el olfato; los búhos dominan el espacio aéreo y se valen del oído y la visión nocturna; los topos viven enterrados y por ello han perdido casi completamente la vista relegándole al olfato buena parte de su mundo perceptual. Es decir, la percepción que cada una de dichas especies hace del entorno es completamente diferente y, por ello, la representación que harían del universo sería también distinta.

 

Lo anterior nos conduce a que nuestra ciencia es, simplemente, una entre muchas más y el que asumamos que todas las formas de vida posibles en otros planetas se basan en el carbono y además que alcanzan una representación científica como la nuestra, nos sitúa en sobre-inducción. Así como Seiffert nos advierte que no podemos asegurar que todos los cisnes son blancos porque vemos un cisne blanco, tampoco podemos presuponer que la inteligencia será, en los demás planetas, como lo es en la Tierra.

En las últimas décadas y gracias a los avances tecnológicos, hemos podido ampliar muchas de nuestras propias percepciones y con ello hemos modificado las representaciones mentales que tenemos del universo. Así, por ejemplo, en un reciente documental de televisión se instalaron cámaras submarinas programadas para tomar fotos cada cierto tiempo, con el objeto de estudiar el comportamiento de las estrellas de mar, el cual hasta ahora no había ofrecido mayor interés a los científicos, dada la muy lenta movilidad que expresan estas especies, lo que lleva a suponer que no hacen nada. Con esta técnica se logró registrar en segundos la conducta de varias horas, situación que develó un comportamiento dinámico con relaciones de búsqueda, agresión, depredación y canibalismo al estilo de las que observamos, por ejemplo, entre leones, hienas, gacelas y ñus. La conducta de estas especies resultó similar a la de otras especies de alta movilidad, sólo que no la habíamos descubierto porque ocurre a un ritmo de tiempo diferente al nuestro.

Ejemplos como el de las estrellas de mar han sido reconocidos no solamente en escenas de cámara rápida como la anterior, sino de cámara lenta, de películas infrarrojo, ultravioleta o térmicas. Igual ha ocurrido con la invención del microscopio y el telescopio, los rayos X, el radar, el sonar, la ecografía, la resonancia magnética, la fotografía satelital y muchos más. Es decir que, con la tecnología hemos ampliado la capacidad sensorial y perceptual con que reconocemos el universo y, gracias a ella, estamos reconstruyendo las representaciones que habíamos forjado desde sólo nuestros aditamentos biológicos.

Para Jonas (2000), el tiempo surgió en los seres vivos a partir de los mamíferos cazadores que planean sus ataques, debiendo estimar las distancias y trayectorias de sus presas, junto con las velocidades mutuas. Sea así o en otro punto de la evolución, diversas investigaciones sobre la percepción del tiempo señalan que se trata de un acto individual que está afectado por el contexto cultural, e incluso, por la edad de las personas.

Para Ladrón de Guevara (1981), el tiempo es también un referente de acontecimientos pasados, presentes o futuros que cambia entre las especies. Al respecto, Schrödinger (1983) señala que el que percibamos el espacio como lo hacemos y el tiempo en un antes y un después, “no es una cualidad del mundo que percibimos, sino que pertenece a la mente perceptora”, por lo que “el mundo objetivo se queda en una hipótesis”. Pero este autor nos destaca un punto aún más relevante y es que el acto perceptual nos ilustra sobre un fenómeno externo pero no nos dice nada sobre la naturaleza física del fenómeno. Así, por ejemplo, de una percepción visual no reconocemos cómo operan los ojos, cómo lo hace el cerebro, qué características muestran las ondas de luz, cuál es la velocidad de ésta, si es absoluta o relativa, etc., por lo que el fenómeno perceptual por sí mismo no desentraña aspectos profundos del conocimiento que requieren de operaciones cognitivas altamente complejas.

Es un hecho fáctico que todos los seres humanos que hemos habitado el planeta hemos visto, a lo largo de nuestra existencia, que el sol se mueve alrededor de la Tierra. Nadie nunca observó lo contrario; fue desde tal percepción que construimos y aceptamos la teoría (obvia) de que el sol giraba alrededor de la Tierra. Esta teoría estaba además soportada por un contexto histórico, en el cual la Religión señalaba que el hombre era el centro del universo. En contra de tales percepciones y del contexto vigente, algunos invidentes (Aristarco, Copérnico, Bruno, Galileo) plantearon lo contrario, con lo cual nos demostraron a todos los demás mortales, que estábamos equivocados. Igual ocurrió con la redondez de la Tierra, con la separación de los continentes, con la elevación de las cordilleras, con la evolución, e incluso con la construcción del conocimiento. A través de la historia, los sentidos y las percepciones nos han conducido a elaborar teorías que nos han permitido explicar el universo en el cual existimos, pero, con el paso del tiempo, las representaciones contrafácticas nos han demostrado que las percepciones nos engañan.

Ya Heráclito 500 años antes de Cristo nos señalaba que: “Los ojos y oídos son malos testigos para el hombre si la mente no puede interpretar lo que dicen” (Farrington, 1979), por lo que la esencia de nuestro conocimiento no está en nuestros sentidos. Planteamientos similares fueron referidos por Parménides al anotar que los cambios del mundo fenomenológico son sólo ilusiones de nuestros sentidos y por Demócrito quién expresó que las propiedades de los cuerpos como color, sabor, ruido, olor o textura, no son intrínsecas de los objetos sino son atribuidas por nuestros sentidos (Dampier, 1972; Cid et al., 1977; Asimov, 1984).

Estos pensamientos claramente nos sitúan ante una paradoja, pues son precisamente los sentidos la puerta que nos comunica con el mundo exterior.

El conocimiento vulgar, es decir, no científico, se basa en nuestras percepciones (Tamayo-Tamayo, 2000), a las cuales les damos total certidumbre y las asumimos como verdades (Maturana y Varela, 1996). La ciencia nos muestra que múltiples veces hemos aceptado como verdaderas estas percepciones.

A comienzos del siglo XX, Vigotsky había llegado a una diferenciación similar entre los conceptos cotidianos y los conceptos científicos, esencial en un trabajo educativo en la actualidad.

Los conceptos cotidianos se adquieren empíricamente, comparando las características externas y partiendo de lo concreto y perceptible visualmente; por ello, pueden ser adquiridos sin existir las escuelas. Los conceptos científicos –como demostró Vigotsky (1993)– expresan las características internas de la naturaleza y la sociedad y, por lo tanto, no son percibidos directamente de la realidad. Así por ejemplo, la ley de la gravitación no es visible al ojo humano, como tampoco lo son los átomos, las micropartículas, la relatividad, el poder, las revoluciones sociales, los agujeros negros o la relación entre la inflación y la devaluación de las monedas. Los conceptos científicos no se forman a partir de nuestra experiencia y vivencias cotidianas. Si así fuera, no serían necesarios las escuelas ni los docentes.

Los conceptos científicos adquieren su sentido y validez en tanto hagan parte de un sistema de proposiciones organizado y jerarquizado, ya que son teóricos y abstractos. Por ello, no son aprehendidos en la experiencia cotidiana. Requieren de un mediador para que los podamos aprehender, requieren de un maestro y una escuela que deliberada e intencionalmente estén interesados en que sus estudiantes logren aprehenderlos. Como afirmara Vigotsky (1928, edición de 1993):

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