Equilibrium

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

PROYECTO TIERRA

El último desafío que había despertado el apetito de Alexander Grodding comenzó a tomar cuerpo en el año 2017. Tenía por objeto la promoción y financiación de un proyecto de investigación científica, cuya finalidad era estudiar el estado de los recursos naturales del planeta y su relación con el problema de sobreexplotación que había creado el hombre, así como analizar con rigor la relación existente entre la actividad solar y el aumento de la actividad sísmica en determinadas partes del planeta en pocos meses, así como comprobar la veracidad de la información que aseguraba que el agotamiento de los recursos naturales del planeta era una realidad. Se había reconocido como un hecho constatado que en los últimos doce meses la actividad sísmica había experimentado un aumento anormal, y aquel trabajo pretendía dar luz a las posibles causas de ese cambio.

Un mes antes de iniciar aquel proyecto, había recibido en su mansión de Londres la visita de Louis Van Horn, un ejecutivo holandés, directivo de una importante empresa multinacional que ya había prestado sus servicios a Grodding en otras ocasiones. Aquel sujeto llevaba en su mano una gran exclusiva mundial: su representada se había hecho con parte de un Informe Confidencial del Departamento de Estado de los Estados Unidos, que, señalando fuentes científicas solventes, anunciaba la insostenibilidad de la sociedad global humana y que había comenzado un periodo de inestabilidad sísmica, provocado por los efectos de la actividad solar sobre el planeta.

Grodding no pudo resistirse a la idea de hacerse con ese documento. Sin embargo, antes de tomar alguna decisión, necesitaba contrastar aquella información. Su máxima era no publicar bulos o noticias de dudosa procedencia y, para asegurarse de la veracidad de lo que iba a dar a conocer a la opinión pública, emprendió una misión: dar vida al llamado Proyecto Tierra, una cruzada científica cuya finalidad era estudiar los efectos de la actividad solar sobre la tierra y su relación con el periodo de desestabilización que estaba viviendo la corteza terrestre en los últimos años.

La noticia de que aquel proyecto había llegado a su fin, junto con el contenido de sus conclusiones, fue la señal inequívoca que Grodding esperaba para convocar aquella reunión con urgencia. Tres años después de que hubiesen comenzado los trabajos, el Grupo de los Milenaristas debía volver a reunirse.

Aquel ambicioso proyecto iba a ser canalizado a través de Louis Van Horn, a fin de cuentas se trataba de la persona que había filtrado el informe del Departamento de Estado. Aquel sujeto tenía plenos poderes para gestionar el proyecto, pero el patrocinador le impuso la condición de que la dirección científica fuese asumida por dos científicos de la confianza de Grodding: uno Alfons Demirel, desde Suiza, y el otro, Thomas Torgessen, desde Noruega. Ellos se encargarían de coordinar los distintos grupos de trabajo que el propio Van Horn se ocuparía de contratar.

Las conclusiones de aquel estudio hacía que tomasen cuerpo las preocupantes noticias que desde hacía meses llegaban con relación a la desestabilización que se estaba experimentando en la corteza terrestre. Por fin empezaban a tener explicación los acontecimientos ocurridos en la costa este de Francia y en el norte de la península itálica, así como el devastador temblor de tierra sufrido en Dodona, Grecia, ocurridos todos ellos en un periodo inferior a 20 días. A estos debían unirse los temblores producidos a lo largo del centro y la costa oeste de los Estados Unidos y, en especial, el sufrido a unos 100 kilómetros de San Diego, en la zona de influencia de la falla de San Andrés.

Durante más de tres años, varios equipos compuestos por decenas de científicos habían trabajado sobre el terreno: unos en Europa, África y Asia y otros en territorio de los Estados Unidos, Sudamérica y Oceanía. Habían recopilado un mar de datos y aportado miles de valoraciones físicas, todos ellos suficientes como para sacar punta a lo que podía ser la noticia entre las noticias.

El cúmulo de informaciones compiladas, relacionadas con la inestabilidad que estaba sufriendo la corteza terrestre, iban en aumento. Pero la cuestión era encontrar, sin género de dudas, las causas de dicho cambio planetario, algo que conllevaría un precioso tiempo del que la humanidad ya no disponía.

Los grupos de trabajo de Grodding coincidían en que la posibilidad de que se estuviese fraguando un cambio en la orientación de la polaridad planetaria era poco probable, y no consideraban que, por tanto, aquella fuese la causa del aumento de la actividad sísmica en del planeta. Dicha hipótesis no podía ser científicamente constatada pero, sin embargo, abrieron una línea de investigación que ponía de manifiesto una relación directa entre el aumento de la actividad sísmica y la actividad solar.

A Grodding le causó especial sorpresa comprobar cómo las versiones que estaban facilitando al respecto los diferentes organismos oficiales y agencias espaciales coincidían con la información de la que él mismo disponía a través de un proyecto que pensaba dar a conocer a la opinión pública mundial en pocos días. Sin embargo, el Irlandés disponía de informes secretos que llegaban a la conclusión de que el cambio que estaba experimentando el planeta no tenía un origen natural y que estaba siendo provocado por un plan sistemático y programado. De ahí la importancia de dar a conocer aquella información a la opinión pública. Ese fue el motivo de la precipitada convocatoria del Grupo de los Milenaristas en Ginebra.

Ante el giro de los acontecimientos, Grodding decidió ponerse en contacto con su viejo amigo Thomas Torgessen, científico y catedrático de la Universidad de Stavangen que se había ocupado de coordinar y organizar los distintos grupos de trabajo junto con Alfons Demirel. Grodding necesitaba tener de primera mano la confirmación de que los datos que arrojaba el informe se ajustaban a la realidad.

Torgessen y Grodding se conocían desde su época universitaria. El noruego era un científico vocacional y un apasionado oceanógrafo que había flirteado en tiempos con el mundo de la política. Como miembro militante del Partido Verde, fue Ministro de Medio Ambiente en Noruega durante tres años, y en la actualidad era director de un grupo de investigación multidisciplinar adscrito al Departamento de Biología Oceánica de la Universidad de Stavangen.

Ambos se conocieron en Oxford en 1968 y trabaron una gran amistad. Les unían las mismas inquietudes renovadoras y modernistas, nacidas en aquella generación al albor de los nuevos tiempos, pasado el oscuro periodo de posguerra. Las nuevas corrientes de pensamiento habían calado en aquella generación de estudiantes que estaban llamados a ser el ariete que nos facilitaría la entrada en el cercano siglo XXI. Europa se había pasado gran parte de su historia desangrándose en guerras fratricidas y, ahora, a punto de comenzar la década de los setenta, un nuevo espíritu de concordia y colaboración impregnaba gran parte de los Estados europeos, que hasta entonces solo habían entendido como solución a sus problemas el enfrentamiento militar. El nacimiento del germen de una gran Europa unida era inquietante y apasionaba a los entonces europeístas más visionarios.

Thomas Torgessen amaba su tierra, sus islas entre montañas escarpadas, sus fiordos situados entre acantilados profundos, sus caminos enrevesados, sus glaciares y los cielos embellecidos por el resplandor de las auroras boreales. Noruega era un país con gran parte de su territorio ubicado en zonas glaciales, un territorio vasto y poco poblado. Torgessen adoraba la naturaleza que le rodeaba pero sobre todo amaba el mar, aquel mar de un azul oscuro intenso y profundo. Se sació estudiándolo, amándolo, viviéndolo, sintiéndolo, y cuando hubo satisfecho su curiosidad, se encerró en un oscuro despacho y brindó el resto de su vida a salvarlo de la acción del hombre, a apartarlo de las garras de aquella especie que llevaba menos de 100.000 años sobre la tierra y que se había arrogado el título de dueña y señora de todo cuanto había en aquella maravillosa y frágil esfera azul.

Desde su acceso a la política, Torgessen intentó sensibilizar al pueblo noruego de la importancia que debía darse al respeto de los distintos ecosistemas que coexistían en el país. Como diputado del Partido Verde, en coalición con los socialdemócratas, fue nombrado Ministro de Medio Ambiente. Desde el poder, impulsó una política de defensa y conservación de las especies que habían adoptado aquellas aguas y aquellas tierras como su santuario de vida.

Su trabajo al frente del ministerio caducó en menos de tres años, harto de darse golpes contra el muro de la incomprensión mostrada por sus colegas europeos y seriamente afectado por los desengaños políticos sufridos dentro de su propio país. Siempre cansado de remar a contracorriente, Torgessen abandonó la política y se encerró en sí mismo, en sus estudios y en su bendita universidad. Stavangen era su santuario y aquella universidad era lo que le quedaba en su vida. Nunca se planteó formar una familia, el trabajo absorbió su tiempo por completo y se convirtió en un ermitaño que consagró el resto de su vida a la investigación y al conocimiento.

Desde que abandonó la vida pública, Torgessen volcó todos sus esfuerzos en la investigación y siendo todavía catedrático en la Facultad de Ciencias y Biología de la universidad, solicitó una excedencia para llevar a buen puerto uno de los proyectos de investigación más ambiciosos que jamás le habían planteado. Debía estudiar la situación de los ecosistemas marinos a nivel planetario y valorar sus posibilidades de supervivencia en relación con la ausencia de sostenibilidad de la actividad humana.

 

Cuando Grodding tuvo conocimiento de las conclusiones de aquel informe, no pudo por menos que releer el contenido de un pasaje de las mismas:

«Los cambios que estaba experimentando el planeta a escala global, el aumento de la actividad sísmica en todos los continentes, el evidente agotamiento de los recursos naturales, la esquilmación de los bosques tropicales (en especial la deforestación experimentada en la selva amazónica) y el agotamiento de las especies marinas por una brutal sobreexplotación, sin que se respetasen las épocas de veda reservadas a la época de cría, estaban llevando al planeta a un punto de no retorno […].

Se estaba experimentando un cambio inexorable en el rumbo de los ciclos solares que las agencias oficiales no querían reconocer (sobre todo la NASA), cambio que estaba afectando de forma indefectible a la estabilidad de las placas continentales y actuando sobre el campo magnético terrestre […]».

COMIENZO DEL PROYECTO

Mansión de Grodding, campiña de Gales, verano de 2017

Carber leía de forma despreocupada la prensa del día sentado en una terraza exterior situada frente a un hermoso jardín, mientras tomaba un café que desprendía un intenso aroma. Con el paso de los años, la relación entre los cinco milenaristas había perdido frescura. Pese a ello, todos mantenían una conexión especial y les unía un interés común; sin embargo, Carber y Grodding conservaban desde su época universitaria una profunda amistad que se había ido reforzando con el paso de los años. Por ello, cuando el director de la FEMA recibió la invitación de su amigo, no pudo resistirse a la idea de pasar unos días con su mujer Martha en la campiña galesa junto a su viejo amigo. Además, sentía la necesidad de tomarse un respiro, apartar la agencia de su cabeza y dejar de lado las presiones de su cargo durante una semana.

El castillo de Gwydir, situado en el noroeste de Gales, era una mansión que tenía una larga historia que lo asociaba con fenómenos sobrenaturales y apariciones fantasmagóricas, como la de una joven sirvienta que, según la tradición local, fue asesinada en aquel lugar después de quedar embarazada.

Se trataba de una hacienda ligada desde sus orígenes a la más rancia aristocracia británica y que Grodding había adquirido a precio de ganga, gracias a las historias y supersticiones que arrastraba desde hacía siglos y no hacían sino ahuyentar a posibles compradores.

El anfitrión se encontraba en Gwydir desde hacía varios días y esperaba la llegada de Carber. Quería hacerle una importante propuesta y, para ello, debía aprovechar un momento idóneo en el que plantearle al director de la FEMA la ejecución de un gran proyecto; aquel verano de 2017 le brindó la ocasión oportuna.

Grodding había ido encerrándose en sí mismo y recortando su vida social. Sin embargo, entre él y William Carber perduraba un vínculo especial, el mismo que les había mantenido unidos desde los comienzos de aquel lejano otoño de 1968.

Eran dos de los principales miembros del Grupo de los Milenaristas y, con diferencia, a los que mayores vínculos y afinidades les unían. Su contacto era habitual, raro era que no hablasen tres o cuatro veces al mes, y mantenían una correspondencia regular a través del correo electrónico.

Por eso, cuando Carber recibió aquella invitación para pasar seis días de agosto en aquel refugio de la campiña inglesa, no se lo pensó dos veces. Él y Martha habían llegado la madrugada anterior, por lo que no habían podido coincidir todavía con Grodding.

Aquel jardín desprendía un agradable olor a flores y a hierba recién cortada. La temperatura era fresca pero ciertamente agradable, nada que ver con el caluroso verano de Washington, con temperaturas que rondaban los 32 ºC en las horas centrales del día y no bajaban de los 20 ºC por la noche. Además, en aquel lugar se respiraba una especial tranquilidad que invitaba a la meditación y al descanso.

Carber sintió como una mano se posaba sobre su hombro derecho, ejerciendo una leve presión. Al darse la vuelta, encontró a Alexander Grodding. Se levantó y ambos se fundieron en un fuerte abrazo, después se sentaron, reconfortados por el reencuentro, con la vista puesta en aquel hermoso edén.

A Grodding se le notaba ciertamente inquieto, parecía ansioso por hablar con Carber y contarle sus nuevos proyectos.

—¿Cómo estás, Carber? El viaje supongo que habrá sido placentero. ¿Y Martha? ¿Tan hermosa como siempre? Tenía muchas ganas de volver a verte, amigo.

—Me alegro de volver a verte, Grodding. Todos estamos bien. Gracias, compañero. Hacía tiempo que necesitaba un cambio de aires, por eso no dudé en aceptar tu invitación. Sé que tenemos que tratar asuntos que no pueden esperar más tiempo, ¿cierto? —preguntó Carber—. La verdad es que te noto inquieto desde hace tiempo. Tú y tus conspiraciones… Sin embargo, debo adelantarte que la situación en la agencia no indica que nada especial vaya a suceder en breve. Wilcox acaba de tomar posesión de su cargo y puedo garantizarte que no existe ninguna situación de emergencia encubierta ni plan alguno de contingencia relacionados con esta posibilidad.

—Tenía la necesidad de hablar contigo en persona, hay temas que no podemos tratar por email o por teléfono. Una de mis agencias de noticias ha abierto una vía de investigación inquietante. Se está produciendo un aumento de la actividad sísmica en el planeta, algo que no pasaría de ser un mero dato físico objetivo, si no fuese porque esa inestabilidad se está produciendo fundamentalmente en zonas que históricamente carecían de dicho riesgo. He tenido acceso a un informe secreto del Departamento de Estado de los Estados Unidos, en él se detalla un apocalipsis en un plazo no superior a 10 años y debo contrastar esa información antes de publicarla, dado que mi fuente no puede garantizarme la veracidad del documento.

—¿Habéis llegado a alguna conclusión, Grodding? —preguntó Carber.

Grodding negó con un gesto de cabeza. Sabía que existían algunos cabos sueltos pero aquella era una noticia de calado y, para llegar hasta el fondo, tenía la intención de poner en marcha un proyecto de investigación que arrojase alguna luz a las incógnitas que hacía varios meses le obsesionaban. Aquel informe del Departamento de Estado contenía unas conclusiones ciertamente inquietantes y Grodding sentía que debía poner en marcha aquel trabajo de investigación para respaldar la veracidad del documento que le había sido filtrado.

Con el paso de los años, Grodding se había obsesionado con las teorías que había compartido con sus compañeros de universidad durante su estancia en Oxford aquel curso de 1968. Pensaba que el hombre había incomodado al planeta y que solo era cuestión de tiempo que la tierra se revolviese. Sin embargo, los últimos acontecimientos apuntaban a que algo inquietante estaba empezando a suceder.

—¿Qué conocimiento tienes de la existencia de pruebas nucleares subterráneas controladas en lugares habitados? ¿Qué hay de cierto en esa práctica? Sinceramente, no creo que esto tarde en irse al carajo, a lo sumo, supongo que sucederá en un plazo no superior a diez años. Las autoridades mundiales ya no pueden mantener oculta la verdad a la población por más tiempo. Tengo intención de poner en marcha un proyecto de investigación y quiero que seas el primero con quien comparta la idea. Mi intención es difundir un informe en el que se ponga a la luz de la opinión pública la verdad de lo que le está haciendo el hombre al planeta. Luego propagaré a los cuatro vientos que estamos siendo engañados por nuestros gobiernos y que nos están conduciendo de una forma programada a la extinción —prosiguió Grodding—. El informe del Departamento de Estado de los Estados Unidos así lo acreditará. Además, sabrás que Wilcox quiere hacerte desaparecer de su administración. Nadie oculta que no eres de su agrado, es más, quiero pensar que le estorbas.

—Grodding, no sé a dónde quieres llegar, no tengo constancia de ningún informe secreto. Por mi posición al mando de la FEMA, cualquier mínima información al respecto me habría llegado a la vez que al propio presidente. No creo que sea más que una burda falsificación. Sinceramente, creo que te ha dado un ataque de paranoia. ¿Explosiones nucleares subterráneas? ¿Conspiraciones globales? No creo que la situación sea para tanto, puedes estar tranquilo. Pruebas nucleares subterráneas se han realizado desde siempre, pero se han practicado en zonas deshabitadas y bajo un estricto control de seguridad. Desconozco con qué otro acontecimiento quieres conectarlas pero te aseguro que el director de la FEMA lo conocería —aseguró Carber—. Tú y tus conspiraciones, Grodding. Siempre en busca de la última exclusiva, de la gran noticia. Lo que tú llamas informe, únicamente parece un trabajo de campo, un señuelo con una finalidad de distracción que te ha confundido. Lo único cierto de cuanto me has dicho es que el presidente no me quiere en la agencia pero no se atreve a tomar una decisión drástica recién comenzado su mandato; sin embargo, me ha colocado un topo. ¿Qué sabes de Nicholas Pope?

—Sé que es un halcón de Wilcox, un tipo despreciable, un medrador profesional que ambiciona algo más que la dirección de la FEMA. Auguro que durante el mandato de Wilcox será nombrado Secretario de Estado y se convertirá en la mano ejecutora del presidente.

—Tu información se ajusta bastante a la realidad. Pope me controla, vigila mis movimientos y se adelanta a todos los pasos que doy dentro de la agencia. Posiblemente aspire a algo más dentro del Gobierno Federal. A pesar de ello, no puedo llegar a conectar esa circunstancia con la existencia de conspiración global alguna.

—De cualquier forma, la única manera de conocer la veracidad o no de este documento es elaborar un informe paralelo. Si la información que contiene fuese veraz, los combustibles fósiles se agotarían en menos de 20 años y los recursos naturales colapsarían en un plazo no mucho más largo.

—Yo solo puedo ofrecerte mi ayuda, Grodding. Facilitaré en lo posible el trabajo de los científicos que desarrollen el proyecto en territorio americano, pero creo que estás malgastando tus esfuerzos en balde, pues la información contenida en ese documento que me has mostrado no deja de ser un simple bulo, una fotocopia, un documento sin el menor valor. Como mucho, un trabajo de campo que analiza posibles escenarios como una hipótesis.

Grodding entendió que Carber no tenía intención de entrar en el juego que le había planteado, por eso no quiso profundizar en el contenido de aquel documento que había llegado a sus manos. A fin de cuentas, sabía que con el tiempo, el propio Carber se vería afectado por aquel comunicado confidencial que había salido del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Por ello, dejó pasar de largo el tema y se limitó a contarle las últimas amenazas de muerte que había recibido y cómo ciertamente temía por su vida. Grodding puso la mano sobre el hombro de su invitado y juntos bajaron las escalinatas que daban acceso al jardín. Estuvieron una larga hora paseando entre la fronda arbolada, haciendo tiempo hasta la hora del almuerzo.

De cualquier forma, Carber apoyaba el proyecto de Grodding y en aquel momento se comprometió a utilizar todas sus influencias en el Gobierno Federal para facilitarle las cosas a los grupos de trabajo desplegados por Grodding en los Estados Unidos; sin embargo, mostró su escepticismo con relación al proyecto. La finalidad era conseguir que aquel informe viese la luz, del resto se ocuparía Grodding. Sus agencias se encargarían de difundir la noticia por el mundo, por encima de lo que pudiesen comunicar las diferentes agencias oficiales.

La primera intención de Grodding fue desistir y dar carpetazo a aquel proyecto, enterrando la información que le había facilitado Van Horn. A fin de cuentas, tampoco tenía certeza de la autenticidad de aquel documento del Departamento de Estado. Sin embargo, se tomó un tiempo para meditar su decisión, se recostó en la butaca de su escritorio y realizó una profunda inspiración para llenar los pulmones de aire. Acto seguido, levantó el auricular del teléfono y dio las pertinentes instrucciones a Van Horn:

—Louis, soy Grodding. Pon en marcha el Proyecto Tierra.

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?