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Perspectivas Críticas de la Contabilidad Contemporánea

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Parte III

Divulgación de información no financiera: discurso contable, transformación y legitimación económica

Presentación de los editores

Divulgación de información no financiera: discurso contable, transformación y legitimación económica

La divulgación de información no financiera, en general, y sobre responsabilidad social corporativa (RSC), en particular, se ha convertido en uno de los aspectos de especial interés abordados en los estudios desde una perspectiva crítica de la contabilidad. ¿Qué tipo de información divulgan las empresas?, ¿por qué y para qué lo hacen?, ¿cuál es el lugar de esa información en las decisiones que afectan los intereses comunes? Preguntas como estas son las que tejen los hilos conductores de los textos realizados por Stella Maldonado, Yaismir Adriana Rivera, Juan Vianey Gómez y Natalia Parrado. Dichas investigaciones reconocen la divulgación como un acto desarrollado en un determinado contexto económico, social y político y, en tal sentido, como un fenómeno que trasciende su carácter técnico y adquiere dimensión de acto social con el poder de influenciar la modelación y la normalización de las prácticas empresariales, los movimientos del mercado, y, en consecuencia, la economía de las sociedades.

Uno de los lugares comunes, en la diversidad de miradas de los autores, es la pregunta por la intensión real tras el acto de divulgar información por parte de las empresas y organizaciones corporativas. ¿Les interesa divulgar información para aportar en la resolución de problemáticas colectivas y sociales?; ¿les motiva comunicar información veraz sobre el comportamiento ambiental y social de las empresas?; ¿manipulan la información como estrategia para legitimar sus acciones y aportar estabilidad al orden establecido? Develar una intensión en la acción de divulgar, configura la información contable como discurso y como acto comunicativo y traza una importante perspectiva de análisis que consideramos de necesario estudio. La evolución en la divulgación de información sobre capital intelectual, es uno de los aspectos significativos abordados en el capítulo ofrecido por los profesores Juan Vianey Gómez y Natalia Parrado. ¿Dónde está el conocimiento y cómo lo definimos?, ¿cuándo y a través de cuáles dinámicas se estructura el conocimiento como capital intelectual?, ¿cómo se gestiona?, ¿comunican las empresas avances en investigación e innovación tecnológica? Debido a que el conocimiento es el intangible más importante para las empresas, el lugar que ocupa en el proceso de generación de riqueza y valor en las organizaciones, así como el reflejo de esto en la información divulgada, es la preocupación principal del estudio de tipo empírico que nos presentan ambos autores.

En el texto, se hace referencia al impacto que los avances tecnológicos generan en la economía y cómo los medios de comunicación facilitan a las organizaciones divulgar información en el contexto de la sociedad del conocimiento. No obstante, en Colombia, la evolución de la divulgación de información corporativa en la Internet ha sido lenta y se reconocen muchos aspectos por mejorar, lo que deja en evidencia que las empresas aún no aprovechan plenamente la web para divulgar información oficial.

Luego de identificar el grado de divulgación de información que han tenido las empresas que hacen parte del Índice General de la Bolsa de Valores de Colombia, en el periodo comprendido entre 2005 y 2011, los autores encuentran que la información divulgada es asimétrica, siendo los aspectos menos divulgados por las empresas aquellos sobre recursos humanos, actividades relacionadas con el medioambiente o de sus convenios con los competidores y clientes, y de desarrollo e innovación. Este resultado llama bastante la atención de los autores, considerando que se trata de empresas que cotizan en bolsa, y de las cuales se esperaría una mayor divulgación de tales aspectos, al estar expuestas a la opinión de muchos interesados.

La mirada que, desde la teoría de la economía política de la contabilidad, plantea la profesora Stella Maldonado, llama la atención sobre el fenómeno de la divulgación de información social empresarial y sus posibles impactos en la sociedad, en la cual la normalización de prácticas irresponsables de divulgación por parte de las empresas puede generar altos costos. Los distintos enfoques de las teorías económicas y sociales han estado presentes en la visión que conlleva la información social a divulgar por parte de las empresas, aspecto que se evidencia en el exhaustivo análisis que hace la autora de un número importante de trabajos académicos publicados en el tema de la divulgación de información social. En esta línea de investigación, el papel de la teoría de la legitimidad resulta preponderante, por su potencial para analizar el rol institucional de la información contable. No obstante, la autora destaca la teoría de la economía política como el marco analítico más apropiado para explicar el fenómeno de la divulgación de información social empresarial. En cualquier caso, el trabajo de la profesora Maldonado constituye un llamado a los investigadores para involucrar el análisis del contexto en los estudios relacionados con el tema de la divulgación, para no verlo como un mecanismo técnico de comunicación, sino como un fenómeno social.

En este hilo argumentativo, la profesora Yaismir Adriana Rivera concibe el discurso contable como un acto comunicativo para obtener legitimidad del entorno. Las organizaciones construyen su imagen a partir de sus conveniencias, controlando los medios de comunicación para la conservación de su imagen, manipulando así la opinión pública y dirigiendo la información contable exclusivamente a los agentes económicos y legales, dejando a un lado a la sociedad civil.

Dicho discurso es considerado como un discurso tirano, el cual ha excluido a la palabra y ha puesto en su lugar a la imagen. De manera que el texto hace un llamado a enriquecer el lenguaje para la construcción de un discurso contable coherente, donde la contabilidad debe transformar sus prácticas y revaluar sus técnicas de registro, para que la información que produce y divulga sea útil para la toma de decisiones de interés público y, así, ejercer el control de los bienes y derechos de interés común.

Avances en la divulgación de información sobre capital intelectual: un análisis comparativo en las empresas del Índice General de la Bolsa de Valores de Colombia

Juan Vianey Gómez Jiménez y Natalia Parrado Muñoz

Introducción

Algunos acontecimientos de las últimas décadas del siglo XX, como el surgimiento de la Internet, el desarrollo del software, las diversas maneras de utilizar Internet para realizar transacciones, vender y publicitar, y la unión que tuvieron las computadoras con las telecomunicaciones, además de generar un gran impacto en las operaciones y actividades de las empresas, constituyeron el origen de una “nueva economía” (Holland, 2004). Aspectos como: (i) la globalización de la economía; (ii) la creciente innovación y habilidades de conocimiento; y, (iii) la difusión de las tecnologías de la información y la comunicación, entre otros, modificaron tanto el proceso de creación de valor, como la forma de gestionar los recursos en las organizaciones (Cordazo, 2007; Houghton y Sheehan, 2000).

Aunque factores productivos como tierra, capital y trabajo siguen siendo protagonistas en la economía, su importancia ha variado con el transcurso del tiempo. En la actualidad, el conocimiento se ha convertido en el soporte que garantiza la construcción de riqueza y de valor en las organizaciones. El crecimiento, la permanencia y los elementos diferenciadores que se pueden conseguir como bases de ventaja competitiva de una empresa, solo son posibles si las empresas pueden aprovechar al máximo su intangible más preciado: el conocimiento.

Desde los principales filósofos (Sócrates, Platón y Aristóteles, entre otros) se ha tratado de establecer una definición de conocimiento, sin que a la fecha exista consenso. El punto de partida para definir este concepto fue la espiritualidad y la verdad. Hoy, el pilar para ello es el ser humano, y el énfasis se ubica en la organización. Para Davenport y Prusak (1998), el conocimiento es una combinación de experiencias, valores personales e información del contexto que, gracias a las apreciaciones expertas que realiza el individuo, le permiten formar un marco desde el cual procesar información y construir un nuevo conocimiento. Ese conocimiento pasa a las organizaciones cuando el individuo se vincula a ellas, principalmente a través de la relación laboral.

El conocimiento que está en las personas, denominado por la literatura como “tácito”, no pertenece a las organizaciones. Cuando el conocimiento se plasma en documentos, bases de datos o cualquier medio que pueda ser usado por otras personas, es decir, cuando el conocimiento se ha explicitado, se origina el conocimiento organizacional, el cual se consolida o concreta cuando los conocimientos tácitos y explícitos de la organización se mezclan o combinan con los flujos de conocimientos externos y con aspectos y elementos particulares de la organización (cultura, procesos, rutinas, filosofía corporativa, tecnologías incorporadas, etc.). Este conocimiento organizacional es el insumo necesario para crear o acrecentar los recursos y actividades intangibles.

De acuerdo con Bueno (1998), ese conjunto de intangibles que la empresa posee, es lo denominado por la literatura como capital intelectual (en adelante CI). El CI representa el conjunto de competencias básicas y de carácter intangible que permiten crear y sostener la ventaja competitiva. Algunos autores han tratado de explicar el CI como la diferencia entre el valor de mercado y el valor en libros (contable) de la organización (Brooking, 1997; Edvinsson y Malone, 1999; Ordóñez de Pablos, 2005; Sveiby, 2001, entre otros). Esta definición ha encontrado eco en investigaciones cuya conclusión es que aproximadamente el 70 % del valor de la empresa es explicado por factores y elementos diferentes a los tangibles. Es decir, los activos intangibles que están fuera de los estados financieros son los principales conductores de valor de las empresas (Buck, citado por Branswijck y Everaert, 2012).

 

Los grandes cambios que se han dado al interior de las empresas, especialmente en el diseño e implementación de estrategias, lo mismo que en los procesos conducentes a crear valor, han hecho más complejo el problema de la divulgación de información y han contribuido con la asimetría informativa (Holland, 2004). En este nuevo esquema de economía, donde lo tangible ha pasado a un segundo plano, la teoría de la legitimidad cobra mayor importancia, pues una empresa informa de manera voluntaria sobre sus actividades empresariales, considerando que eso es lo esperado por la sociedad, es decir, las organizaciones intentan actuar bajo los lineamientos y normas que la sociedad les impone (Branswijck y Everaert, 2012).

Trabajos como los de Bozzolan et al. (2003), Brennan (2001), Dumay y Tull (2007), Guthrie y Petty (2000), Hidalgo y García (2009), Kamath (2008), Singh y Kansal (2011), White et al. (2007) y Yi y Davey (2010), entre otros, están enfocados en la medición del nivel de divulgación de información, la calidad de la información y la importancia de medios como la Internet y los informes anuales para divulgar información sobre el CI. No obstante, en Colombia no se encuentra evidencia de estudios comparativos sobre la divulgación de información sobre CI.

Esta investigación pretende medir el grado de divulgación de información sobre intangibles que realizan a través de Internet las empresas que hacen parte del Índice General de la Bolsa de Valores de Colombia (IGBVC), en 2011, para determinar el avance que se ha tenido con respecto al nivel de divulgación del año 2005, y cuya medición fuera realizada por Gómez et al. (2005b).

Fundamentos teóricos

Las tecnologías de la información y la comunicación en la difusión del conocimiento

Lo que hoy es llamado por muchos como la era del conocimiento, nueva economía o economía del conocimiento, es el resultado del desarrollo de la tecnología del hardware, que, acompañado principalmente por el desarrollo de la industria del software y el surgimiento de las bases de datos, dieron origen al sector de las Tecnologías de la información y la comunicación (TIC), el cual se nutrió de la digitalización de los contenidos. El principal sector beneficiado con estos desarrollos fue el de las comunicaciones.

La marcada presencia del conocimiento en las actividades humanas, sociales y económicas nos condujo, finalmente, a lo que ahora conocemos como la sociedad del conocimiento, en la cual las formas de pensar, consumir, operar, administrar e informar en individuos y organizaciones cambiaron sustancialmente. El conocimiento ha logrado desempeñar un papel preponderante en la creación de riqueza, y no solo ahora. Siempre ha estado presente, aunque hoy su rol es considerado por todos como protagónico. No obstante, la riqueza no es poseerlo, sino darle un uso eficaz y explotarlo en las distintas formas de la actividad económica (Houghton y Sheehan, 2000).

De acuerdo con Houghton y Sheehan (2000), la revolución de las tecnologías de la información fortaleció la tendencia a la codificación del conocimiento, facilitando su transmisión en todo el mundo a un costo relativamente bajo. Del mismo modo, los avances y nuevos desarrollos de las TIC posibilitaron el crecimiento de las tasas de acceso de las poblaciones a los conocimientos, a la vez que generó efectos positivos en el crecimiento económico.

Internet, una de las principales manifestaciones o resultados del desarrollo de las TIC, se ha convertido en un medio clave para mostrar, además de los productos y servicios originados como consecuencia de nuevo conocimiento, los continuos y profundos cambios en consumidores, organizaciones, ciudadanos, empresarios y directivos. Además, la red se ha convertido en el instrumento más utilizado para ofrecer información continua y en tiempo real por parte de las organizaciones (Gómez et al., 2005a).

Para 2005, en Colombia, existían 688.000 suscriptores a Internet (Comisión de Regulación de Telecomunicaciones, citada en Gómez et al., 2005b). Si se tiene en cuenta que el promedio de población por vivienda es de aproximadamente 3,6 personas, y que se contaba con 42 millones de habitantes en ese año, podría considerarse que el 7 % de la población accedía a Internet1. Según datos de Colombia TIC (s.f.), en el primer trimestre de 2011 existían 5.054.877 suscriptores en total (aproximadamente el 12 % de la población) y el promedio mensual de navegación era cerca de 21 horas por persona. Para el primer trimestre del año 2017, según el Ministerio de las TIC, MINTIC (2017), existían 28,4 millones de suscriptores a Internet, lo que se traduce en un índice de penetración del 57,6 %.

El conocimiento organizacional

No existe consenso con respecto a la definición de conocimiento. Pensadores clásicos como Sócrates, Platón y Aristóteles sentaron las bases conceptuales desde la perspectiva de la espiritualidad y la verdad, a partir de las cuales otros autores modernos han construido sus propuestas. Para Polanyi (1974), el conocimiento es un proceso, un flujo, en principio creado por la mente, y para el que el lenguaje resulta insuficiente al explicitarlo. En esa línea, Davenport y Prusak (1998) consideran que “el conocimiento es una mezcla fluida de experiencias, valores, información contextual y apreciaciones expertas que proporcionan un marco para su evaluación e incorporación de nuevas experiencias e información. Se origina y aplica en las mentes de los conocedores” (p. 5).

Por su parte, Nonaka y Takeuchi (1995) conciben que el conocimiento organizacional se origina como resultado de la interacción entre los conocimientos tácito y explícito; el conocimiento tácito es generado por la experiencia directa de cada individuo, por lo que se hace difícil formalizarlo y articularlo. Además, se dirige a la mente no racional, por lo que compartirlo y comunicarlo con otros se hace complejo. Es más fácil transmitir el conocimiento explícito, pues está conformado, en esencia, por conocimientos técnicos, de ciertas capacidades o habilidades y de pocas actitudes (Bueno, 1998).

Según Bueno (2004), cuando se utiliza la palabra conocimiento, se puede estar haciendo referencia a una de las tres perspectivas que permiten dinamizar el conocimiento humano: la base que constituye la vida sensitiva (conocimiento sensorial), la conciencia de la propia existencia (visión y misión de las personas) y el entendimiento y la razón (conocimiento explicitable). El conocimiento humano es aquel que poseen las personas, luego aportado a la organización como resultado de su incorporación a esta última. En la medida en que la organización se apropie del conocimiento, se genera conocimiento organizativo, el cual se transforma en tecnología, gracias al desarrollo y la transferencia de este.

Para que se produzca conocimiento organizacional, deberán interactuar los conocimientos tácitos con los explícitos, pero, además, se requiere la participación de aspectos claves que le son propios a cada organización: cultura, filosofía, dotación tecnológica, forma de interactuar con el entorno, estrategias diseñadas e implementadas. En fin, un sinnúmero de factores existentes en la organización (Cegarra y Rodrigo, 2005). Sin embargo, dicho proceso no se ejecuta de manera exclusiva al interior de la organización, sino que se surte del flujo externo de conocimientos (Figura 1).

Figura 1. Creación de conocimiento organizacional


Fuente: elaboración propia.

El conocimiento en las organizaciones no solo está en los documentos y bases de datos, sino también en las rutinas organizacionales, los procesos, prácticas y normas (Davenport y Prusak, 1998). El conocimiento organizacional, al igual que el conocimiento individual, cambia constantemente, es acumulable y requiere de gestión. Además, es el único insumo para desarrollar intangibles.

Del conocimiento al capital intelectual

Existe un número considerable de definiciones del concepto de CI (Sujan y Abeysekera, 2007), algunas similares y otras con marcadas diferencias como consecuencia del motivo u origen disciplinar de la definición. Autores como Stewart (1997) y Viedma (2007) lo conceptualizan como los intangibles y conocimientos que generan valor o riqueza a la organización en el presente y en el futuro, y le permiten generar ventaja competitiva. También, apuntando a la ventaja competitiva, Bueno (1998) lo define como el conjunto de competencias básicas distintivas de carácter intangible, que no solo crean ventaja competitiva, sino que son capaces de mantenerla y sostenerla.

Mientras que para Ross et al. (2001), el CI no es solo conocimiento, porque abarca otros factores intangibles, algunos incluidos dentro de los estados financieros; para Salazar et al. (2006), es “conocimiento útil, entendido como opuesto a la simple colección de datos, pues se trata de conocimiento estructurado que sirve para un fin determinado, además, es conocimiento valioso, pues a partir de él, la empresa es capaz de crear valor y obtener rentas superiores”(p. 4).

Otros autores han aportado – más que una definición– una explicación a partir del valor de la organización, para lo cual han considerado al CI como la diferencia entre el valor de mercado y el valor contable (Brooking, 1997; Edvinsson y Malone, 1999; Sveiby, 2001; Ordóñez de Pablos, 2005). Siguiendo a Upton (2001), esa diferencia no se le puede asignar al CI, pues los mercados no son eficientes y el valor de las acciones depende de múltiples variables. Además, porque los activos están siendo valorados a costo histórico y, en el balance general, se incorporan algunos intangibles.

La parte de la definición con mayor coincidencia en la literatura, es la que hace referencia al CI como la suma o conjunto de intangibles que posee la empresa (Gómez, 2007), convergencia que se pierde cuando los autores anteceden al término “intangible” otros como “activo”, “recurso” o “actividad”. Este ha sido el origen de la “jungla semántica” que, actualmente, encontramos alrededor del CI (Bueno, 2004).

Así pues, los activos intangibles son aquellos que pueden generar beneficios económicos futuros. Se caracterizan por carecer de sustancia física y ser controlados por una organización, como resultado de transacciones pasadas (Cañibano, 1999). El término activos intangibles posee limitaciones, ya que omite las inversiones en intangibles que no gozan de reconocimiento contable. Esto ha influenciado en que definiciones que incorporan únicamente el término activo intangible, no sean aceptadas globalmente2.

Con el Proyecto Meritum (2002) tomó fuerza el término recurso intangible. Este comprende no solo las inversiones reflejadas en el balance, sino también aquellas que no poseen el privilegio de ser reconocidas contablemente, como son el conjunto de capacidades (saberes y competencias) que posee una empresa. Para mantener y mejorar los recursos intangibles ya existentes, o para crear nuevos, es necesario llevar a cabo determinadas acciones. En ese sentido, podemos establecer que el CI es el conjunto de recursos y actividades intangibles que tiene, adquiere o desarrolla una organización, y le sirve para crear y mantener ventaja competitiva, y que son la base para crear valor o riqueza en el presente y en el futuro (Proyecto Meritum, 2002). Cuando una organización armoniza los conocimientos tácitos (individual y colectivo) y explícitos con los flujos de conocimiento externo, haciendo uso de los recursos tangibles e intangibles de que dispone, se forman elementos diferenciadores que se convierten en conductores de valor (Figura 2).

 

Figura 2. Transformación del conocimiento en capital intelectual


Fuente: Gómez y Maldonado, 2012.

Taxonomía y modelos de capital intelectual

La taxonomía de mayor aceptación en la literatura es la propuesta por Bontis (1996), para quien el CI está conformado por tres tipos de capital: humano, estructural y relacional. El conocimiento de las personas, al igual que su capacidad de aprender y compartir dichos conocimientos con los demás es el capital humano. Los conocimientos de las personas que han sido explicitados, sistematizados e interiorizados por la organización constituyen el capital estructural. Mientras que el capital relacional hace referencia al conjunto de conocimientos generados y acumulados como consecuencia de todos los intercambios que realizan las personas de la organización con los stakeholders3 (inversionistas, clientes, proveedores, competidores, socios tecnológicos, administración pública, etc.) y la sociedad en general.

La dirección de las empresas pone especial atención a la gestión del CI, porque lo consideran la principal fuente de riqueza de las organizaciones (García et al., 2004). El núcleo del CI es el conocimiento, pero el objetivo de la gestión del CI no solo radica en gestionar el conocimiento, sino en manejar el desarrollo y dispersión de él, es decir, los recursos y actividades intangibles que de él se originan (Ding y Li, 2010).

Para gestionar algo, primero se debe medir; y para medir algo, primero se debe tener claro el objetivo de la medición, es decir, se debe gestionar lo que tiene impacto o efecto (Liebowitz y Suen, 2000). Entre mediados y finales de la década de 1990, comenzaron a gestarse diversos esfuerzos con la finalidad de desarrollar herramientas nuevas y adecuadas para medir, informar y gestionar los recursos organizativos basados en el conocimiento. Dichos esfuerzos condujeron, finalmente, a la aparición de modelos de medición, gestión y divulgación del CI de las organizaciones (Bueno y Salmador, 2002). Entre estos se destacan el Skandia Navigator (Edvinsson y Malone, 1999); Intellectual Assets Monitor (Sveiby, 1997); Technology Broker (Brooking, 1997); University of Western Ontario (Bontis, 1996), el Modelo Intelect (Euroforum, 1998), el Modelo NOVA (Camisón et al., 2000), Danish Ministry of Science, Technology and Innovation (2003), The Nordika Project (2001), el Proyecto Meritum (2002) y el Modelo Intellectus4 (Centro de Investigación sobre la Sociedad del Conocimiento [CIC], 2003).

Capital intelectual e información desde la perspectiva contable

Para Mattessich (2006), la contabilidad debe anteponer como prioridad el problema ético y la restauración de la confianza; y como hoy la única certeza es la incertidumbre, la contabilidad tiene la responsabilidad de reducirla con información no solo oportuna y útil, sino confiable.

Anteriormente, la información financiera representaba un instrumento privado de comunicación entre administradores y accionistas. Con los cambios acontecidos en el mundo, no solo a nivel de las empresas sino también de los consumidores, legisladores e inversionistas, (entre otros actores que crearon nuevas demandas a las organizaciones), la información financiera se convirtió en el puente que viabiliza la comunicación hacia una multiplicidad de interesados, pasando así a tener la naturaleza de bien público (Cañibano, 2004). Sin embargo, la información financiera no da cuenta exacta de las actuaciones de la empresa, especialmente en lo relacionado con el medioambiente, la responsabilidad social y la innovación. De acuerdo con Hoogervorst (2012), haciendo alusión a la falta de precisión en la contabilidad, los informes financieros no comunican el valor de la organización que informa, pero proporcionan información que ayuda a los usuarios a estimar el valor de la entidad informante.

Los estudios realizados en la última década del siglo pasado dan cuenta de que los tangibles explican en un 30 % el valor de las organizaciones, mientras que el 70 % restante corresponde, en buena parte, a los intangibles (Buck, citado por Branswijck y Everaert, 2012). Si la contabilidad reconoce y revela información principalmente sobre tangibles, es evidente que está dejando de lado gran parte de lo que le genera y representa valor a la empresa. La presencia permanente e intensiva de los intangibles en el diario quehacer de las organizaciones, ha acrecentado la polémica sobre el modelo contable actual.

El déficit de información, generado como consecuencia de la incapacidad de la contabilidad para dar cuenta sobre aspectos clave como lo ambiental, social e intangible, es objeto de continuos e intensos debates. Al respecto, el análisis mundial converge hacia dos posturas. La primera, conocida como la postura financiera, plantea el rediseño de la contabilidad, es decir, nuevas formas y normas que permitan el registro de los tangibles. Para los defensores de dicha postura, no se puede seguir considerando a los intangibles como un problema de registro y valoración, sino como información sustancial, cuantitativa y cualitativa (López y Rodríguez, 2004).

Ante la complejidad que un nuevo modelo supone, surge la otra postura, considerada como la no financiera, que le reconoce a la contabilidad la función de reflejar unas actuaciones y de evidenciar mediante información adicional las actuaciones que no pueda reflejar. De esta concepción se deriva la presentación de informes medioambientales, de responsabilidad social y de CI, de los cuales, el informe del Global Reporting Initiative (GRI) constituye un buen ejemplo, aunque su énfasis no se encuentra justamente en los intangibles.

En Colombia, se ha dado paso a la implementación de las Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF)5. Con la Ley 1314 (2009), el Congreso de la República reguló los principios y las normas de contabilidad e información financiera y de aseguramiento de información, que serían aplicadas a todas las personas naturales y jurídicas obligadas a llevar contabilidad, de acuerdo con la normativa vigente. Según esta ley, el principal propósito al implementar las NIIF es que:

los informes contables y, en particular, los estados financieros, brinden información financiera comprensible, transparente y comparable, pertinente y confiable, útil para la toma de decisiones económicas por parte del Estado, los propietarios, funcionarios y empleados de las empresas, los inversionistas actuales o potenciales y otras partes interesadas. (Artículo 1°, Ley 1314, 2009).

Sin embargo, con la implementación de las NIIF no se están supliendo las necesidades de información de los diferentes stakeholders, básicamente, porque la convergencia apunta a suministrar información financiera, la cual es muy útil a los inversionistas, en especial a los inversionistas extranjeros que requieren uniformidad en la información.

En la contabilidad, el concepto de CI se ha usado como sinónimo de activos intangibles, y desde el enfoque de la NIC 38, solo son reconocidos como activos intangibles aquellos activos que sean identificables6, de carácter monetario y sin apariencia física (Pacheco, 2008). En la misma norma, se presenta la definición de activos, indicando que es un recurso controlado por la entidad como resultado de sucesos pasados y del cual la entidad espera obtener, en el futuro, beneficios económicos. Si algún elemento (intangible) no cumple con la definición de activo intangible establecida en la norma, el pago realizado por su adquisición o generación interna, se recocerá como un gasto en el periodo. De acuerdo con Hoogervorst (2012), la norma es rudimentaria ya que se basa en costo histórico que no necesariamente representa el valor real del intangible.