Lo femenino en debate

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Dos referencias de lo femenino como alteridad

La primera referencia de lo femenino como alteridad la podemos ubicar en el momento del predominio de lo simbólico en la enseñanza de Lacan durante los años cincuenta. Será el estatuto del inconsciente lo que adviene como abordaje de la diferencia radical, considerado como Otro por excelencia. El inconsciente como discontinuidad haría emerger Otra cosa de lo que se quería hacer o decir, es la experiencia del tropiezo. Introduce el inconsciente por medio de la estructura de una hiancia.

El inconsciente estructurado como un lenguaje tiene cuerpo de palabras, es el discurso del Otro y está ubicado del lado femenino.

Ya desde el inicio de su enseñanza, Lacan señalaba que algo en alguna parte en el ser que habla sabe más que él, en “Función y campo de la palabra y del lenguaje en Psicoanálisis”, ubica al inconsciente como “ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado.” Lugar donde está escrita esa historia que hace falta leer, que está escrita “en monumentos”, tal como comparaba Freud a los síntomas histéricos, mientras decía que los enfermos sufrían de reminiscencias. Se trata de leer, vía la transferencia, la verdad de la historia.

En la “Conferencia en Bruselas”, Lacan se pregunta “¿…a dónde se han ido las histéricas de antaño, esas maravillosas mujeres…?[...] Cuando Freud se puso a escucharlas, fueron quienes permitieron el nacimiento del psicoanálisis[…] el inconsciente se origina del hecho de que la histérica no sabe lo que dice”. Lacan separa la histeria de su etimología original, (útero/histero) y la aproxima a la definición de la histérica basada en la formalización topológica de la figura del toro, con la historia. El inconsciente histérico, histórico, transferencial, es el sujeto que produce historia causado por el deseo del analista. La histérica construye novelas, revelaciones como historias de verdad mentirosa.

La segunda referencia es lógica, la sostiene Lacan en el Seminario 20 con la Paradoja de Zenón. Se trata de Aquiles y la tortuga: “[…] el goce del Otro, del cuerpo del Otro, solo se promueve por la infinitud […]”. Aquiles no alcanza del todo a la tortuga en su goce, que siempre quedará como una alteridad, pero Lacan agrega algo más. La tortuga, que es no-toda para Aquiles, también es no-toda para ella misma, su paso es cada vez más pequeño y nunca llegará tampoco al límite. La tortuga se mueve en el espacio de los números reales, es el espacio propio del goce femenino, no fálico, que es siempre un espacio Otro también para ella.

Aquiles se mueve en el espacio de los números naturales. Pero, entre el uno y el cero hay un espacio imposible de recorrer por entero como un todo, es el problema del número real al que Lacan se refiere también respecto de esta paradoja. Aquiles sigue paso a paso el espacio métrico, propio del falo, con la contabilidad de los números naturales que, aunque tiendan al infinito, son contables y la tortuga camina en otro espacio, el espacio de lo real que sucede entre cero y uno “…en el intervalo donde viven por ejemplo seres tan extraños e irrepresentables como el famoso número π 3,1416…”.

El estatuto del no-toda hace posible la emergencia de lo singular de ser considerada en él una por una, distinto del Uno de la fusión universal, “si la mujer no fuese no-toda, si en su cuerpo no fuese no-toda como ser sexuado, nada de esto se sostendría”.

A la diferencia entre los sexos se le incluye además una reciprocidad imposible en el campo del goce. Diremos que, del lado femenino, más allá del género, el goce es irreductible por excelencia, hay un suplemento que no queda cernido por el goce fálico, un exceso que se escapa de la contabilidad imposible de nombrar. El principio de la imposibilidad lógica es la alteridad irreductible del goce del lado femenino, siempre más acá o más allá de la unidad fálica.

El falo no es un objeto, no tiene localización física, su materialidad es ser un significante. Se inscribe por su ausencia, perdido por estructura, en el origen, es un semblante ligado a los efectos de la palabra.

Litoral

Lacan llama litoral al borde entre el saber y el goce. Aquello que del saber no puede recuperar del (a). La dimensión de la escritura le permite ubicar lo que de la letra hace borde al saber. En “Lituratierra”, Lacan se refiere al “vacío cavado por la escritura […] pliegue siempre listo a acoger el goce o, al menos, a invocarlo con su artificio”. J.-A. Miller escribe el matema del litoral a partir del matema de alienación/separación que Lacan desarrolla en el Seminario 11.

La alienación es la operación constitutiva de la dialéctica del sujeto. Allí, en la intersección entre el sujeto ($) y el Otro (S2), el sujeto cae debajo del significante amo (S1).

La operación de separación se dirige a lo pulsional. El sujeto se separa del Otro (S2), queda la huella, la pérdida de la extracción de goce del cuerpo del Otro donde el sujeto puede ver a que significante del Otro quedó sujeto. Se recupera la mortificación del sujeto por la huella del goce y del objeto pulsional (a).

El litoral presenta el borde que separa la letra (a), del saber (S2), tenemos dos cosas heterogéneas (S2 y a). El efecto de sentido (S2) y el lugar del goce (a) que viene a limitar, separación entre un interior y un exterior, distinta a la reciprocidad de la frontera que separa dominios similares, pasibles de franqueamiento. “La letra produce un pasaje del litoral a lo literal, inscribe una huella, cifra en el inconsciente. Lo “dibuja” como borde del agujero del saber”.


Cuando el sujeto ya no es representado por el Otro, donde se alienaba, se aferra a lo que resulta ser su punto de amarre, el objeto a y la letra, se vuelve litoral.

“Entre centro y ausencia, entre saber y goce, hay litoral que solo vira a literal si pudiesen a ese viraje, considerarlo el mismo en cada instante”. (1) El litoral no implica reciprocidad. Siguiendo a Claudio Godoy, se puede ubicar que no hay intersección entre saber y goce, más bien hay una discontinuidad, una ruptura, cada uno esta descentrado, bordeando el agujero respecto del otro.

“Saber y goce no se recubren, si el saber ocupa el centro, el goce –que no se atrapa en las redes del saber– aparece como ausencia. Por el contrario, si la irrupción de ese goce enigmático ocupa el centro, el saber se ausenta. Entre centro y ausencia, en un litoral en un constante dinamismo”. (2)

La letra indica un borde, extraído el objeto a, solo queda ese borde que designa lo que del saber no puede recuperar del a.

La dimensión de la escritura, como erosión del sentido le permite referirse a lo que de la letra hace borde al saber “[…] vacío delimitado por la escritura misma, por el litoral infranqueable entre la huella de la pérdida que viene a funcionar como marca de este goce y lo que se puede inscribir dentro de la lengua”. (3) Se trata de transformar la pérdida en la anulación de la significación, para inscribir el goce perdido y poder mantenerse en los momentos de ruptura como experiencia de separación entre el goce y el saber.

Lo femenino <> Litoral

Sigamos a Lacan en el Seminario 19:

“No por nada debo primero apoyarme en el Otro. El Otro, escuchen bien, es entonces un entre…Es curioso que al plantear ese Otro, lo que hoy debí proponer no concierne más que a la mujer. Ella es por cierto la que, de esta figura del Otro, nos brinda la ilustración a nuestro alcance, por estar […] entre centro y ausencia […] ella no está contenida en la función fálica sin empero ser su negación. Su modo de presencia es entre centro y ausencia. Centro es la función fálica, de la cual participa singularmente, debido a que el al menos uno que es su partenaire en el amor renuncia a la misma por ella […]”. (4)

En “Lituratierra”, como se ubicó hace un momento, Lacan transmite que, entre centro y ausencia, entre saber y goce, hay litoral que solo vira a lo literal si se pudiese, a ese viraje, considerarlo el mismo en todo momento. En ese espacio singular, se sitúa a la mujer y eso presenta la paradoja respecto de la cual si hay centro el borde es una ausencia y si hay borde ya no hay centro posible. Ese borde tiene otro estatuto que la frontera bien establecida entre un espacio y otro.

El goce del Otro, más allá del falo, no funciona según la lógica binaria del uno y del cero, de la presencia y la ausencia. Entre centro y ausencia se abre así un espacio Otro que ya no responde a la lógica del significante. El espacio de lo femenino se produce entre el centro simbolizado por el falo y la ausencia más radical, la que se produce especialmente en la soledad del goce femenino, cuando el sujeto queda confrontado a su propia ausencia. Hay algo de más, otro goce se manifiesta en relación a una ausencia y no con la función falo castración, algo que no obedece a lo fálico.

Hay cierta homología entre lo femenino y lalengua…se puede vislumbrar como resuena lalengua en el cuerpo del sujeto. El litoral de lalengua nos conduce a la cuestión de lo femenino.

Considerar lo femenino desde la perspectiva del objeto a, más allá del significante, permite dejar emerger una dimensión de objeto a-sexuado, entonces no es solo un asunto de mujeres, se trata de otra lógica para el ser hablante en tanto tal.

 

Bassols afirma que “Lo femenino es un intento de encontrar este objeto a-sexuado como puro goce del cuerpo del ser que habla. Pero es un goce que no cesa de no escribirse, no cesa de no representarse en la lógica fálica”. (5)

Otredad

Decir que la mujer no existe significa que no es posible conformar el conjunto que incluya a todos los individuos agrupados a partir de la mujer como un universal. Cada una es en sí misma, se contarán una por una. El conjunto preserva su apertura, no se cierra tal como lo permite la contabilidad métrica propia del falo donde una excepción hace la regla y permite cerrar el conjunto como un todo.

El goce Otro, femenino, sin simetría ni reciprocidad, presenta otro modo de inscripción del goce en el ser hablante. Se trata de la alteridad radical del goce en cuanto tal, irreductible a la lógica significante relativa a los géneros o identidades sexuales.

El Otro goce situado por Lacan, el goce del uno solo que nada tiene que ver con el Otro, hace referencia a la posibilidad de la invención singular frente a lo imposible. A diferencia del goce fálico, que implica el tratamiento posible que normativiza el goce sostenido en el Otro.

Para el ser que habla, hay dos posiciones en relación al goce: el goce fálico que pasa por el lenguaje y el goce femenino, que pasa por el cuerpo, más allá del falo y del que no tenemos representación posible.

Bibliografía

Bassols, M., Lo femenino, entre centro y ausencia, Grama, Buenos Aires, 2017.

Godoy, C., (Comp.) “El síntoma, el sentido y lo real”, en El sentido y lo Real en la experiencia analítica, JVE, Buenos Aires, 2016.

Lacan, J., “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.

Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1984.

Lacan, J., “Lituratierra”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.

Lacan, J., (1971-72) El Seminario, Libro 19, …o peor, Paidós, Buenos Aires, 2012.

Lacan, J., (1972-73) El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1981

Lacan, J., (1975-76) El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006,

Lacan, J., Seminario 24, L´insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre, (1976-77), texto establecido por J.-A, Miller en Ornicar?, N°12 al 18.

Lacan, J., (1977) Conferencia en Bruselas, inédito.

Laurent, É., “El Tao del psicoanalista”, en El caldero de la Escuela, Nº 74, Nov-Dic/1999, p. 16.

1- Lacan, J., “Lituratierra”, en Otros escritos, op. cit., p. 25.

2- Godoy, C., (Comp.) “El síntoma, el sentido y lo real”, op. cit., p. 35.

3- Laurent, É., “El Tao del psicoanalista”, en El caldero de la Escuela, Nº 74, Nov-Dic/1999, p. 16.

4- Lacan, J., El Seminario, Libro 19, …o peor, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 118.

5- Bassols, M., Lo femenino, entre centro y ausencia, op. cit., p. 46.

El goce es queer

La elección inconsciente del género Patricio Álvarez Bayón (*)
Historia del género y el transgénero

Históricamente, el psicoanálisis ha apoyado y compartido su camino con el movimiento LGTB+ y el feminismo. Desde sus comienzos, Freud fue el primero en hacer la distinción entre el sexo anatómico y el psíquico, y fue un inspirador fundamental de lo que más adelante serían los estudios de género. (1)

Los logros conseguidos en el mundo de los movimientos LGTB+, del feminismo, el alcance de la Ley de identidad de género argentina, única en el mundo por sus avances en los derechos adquiridos, han tenido grandes consecuencias para la vida de las personas trans, pero, además, han modificado culturalmente la percepción del género y han tocado en todos los estamentos a las formas patriarcales y misóginas de conformación de la sociedad.

El psicoanálisis está atento a esas modificaciones producidas en el Otro social, y desde el principio se ha ocupado de colaborar con los movimientos feministas, y con los movimientos de género y transgénero después.

En 1955 John Money plantea el término gender como estereotipos de masculinidad y feminidad, a partir de lo que una persona define de si misma.

En 1968, Robert Stoller introduce la distinción sexo/género (sex/gender) para diagnosticar a aquellas personas que, teniendo un cuerpo de hombre, se sentían mujeres, introduciendo el concepto de “identidad de género” y presentando casos de transexualismo. Son casos donde el género puede no coincidir con el sexo. (2)

En los años 70, el término gender se extiende en los textos del feminismo. La investigación feminista recurre a la oposición sex/gender como un instrumento de análisis de las relaciones entre los sexos. Así, el término gender va a utilizarse para hacer patente que los comportamientos, las actividades, los papeles y, en general, lo femenino y lo masculino son construcciones sociales/culturales. (3)

Esta diversidad de géneros abre la vía a una tercera posición, la perspectiva deconstructivista de Judith Butler, una de las referentes teóricas del movimiento queer. Butler sobrepasa el género y afirma que el sexo lejos de ser algo natural es, como el género, algo construido: es desde el género que se piensa al sexo como natural.

Butler plantea que la subjetividad es una construcción, y el hecho de apegarse a una sola identidad puede llegar a oprimir la identidad misma, por lo que afirma que no hay necesidad de fijar una identidad de una vez por todas. (4)

La Queer Theory, a partir de Butler, plantea el rechazo al pensamiento binario hombre-mujer y cuestiona la identidad de género, proponiendo en su lugar la idea de transgénero, término que acoge una multiplicidad de rasgos y modalidades que signifiquen un rechazo al ordenamiento sexual establecido. Este último apunta a la concepción de una sociedad en la que sus miembros se construyen sin la dicotomía femenino-masculino.

De este modo, si inicialmente la diferencia sexo/género de las teorías de género revolucionó las teorías biologicistas, pero continuaba con un binarismo, la teoría del transgénero multiplica la nominación de las identidades y las sitúa como no fijas. Alberga a gays, lesbianas, transexuales, travestis, andróginos, intersexo… todo aquello que signifique un rechazo a los ordenamientos sexuales establecidos.

Gabriela Rodríguez, en su libro Lacan entre las feministas, (5) plantea que el movimiento que se produce en el debate feminista, es que el eje de la diferencia, considerado como la diferencia de poder entre hombres y mujeres y la lucha por empoderar a las mujeres, se corre hacia el eje del género, considerado como la crítica hacia la bipartición hombres-mujeres y la lucha por incluir a todas las identidades de género. Así, los dos ejes de diferencia y género a veces conviven, o a veces generan conflictos en el debate feminista. (6)

El género y el transexualismo desde el psicoanálisis

En “El inconsciente es político”, (7) Miller sentó las bases de lo que luego se llamó la feminización del mundo, señalando una modificación clave en la civilización. El sistema político clásico, sostenido desde la excepción paterna, ubicaba al líder como el que funda un todos iguales. La caída de ese sistema es correlativa a la declinación del padre, que ya no funciona como garante de la excepción. Su consecuencia es la tendencia a la lógica del no-todo, que tiene las características de lo múltiple, lo ilimitado, lo contingente y lo deslocalizado.

En la medida que la lógica falo-castración no distribuye como medida unívoca, observamos el estallido de las formas del género. En los años 60 los estudios de género se rebelaban contra la norma heterosexual, pero esa lógica reafirmaba la medida fálica al negarla. Desde los 90, los estudios trans-género afirman la multiplicación (hasta ahora 52 géneros, en una serie que cada vez agrega nuevos nombres) y la no-identidad (en el sentido que se puede ser un tiempo de un género y luego de otro).

Ese modelo que Miller aplicaba a la feminización del mundo, está tomado de la lógica de “L´Etourdit”, (8) sobre el empuje a La mujer. Lacan dice que en la medida en que el cuantor de la excepción paterna no se escribe del lado hombre, se produce un forzamiento a inscribir del lado derecho una otra excepción, la excepción de La mujer con mayúscula. Si bien Lacan lo aplica sólo a los fenómenos forclusivos, este empuje a La mujer confluye en nuestra época con la feminización del mundo.

La elección inconsciente

La antropóloga mexicana Marta Lamas propone una tercera categoría para pensar el tema del género: además de la oposición sexo/género, en tanto oposición entre lo anatómico y la cultura, propone introducir la categoría psicoanalítica de la diferencia sexual, entendida como el elemento que pone en juego los órdenes del inconsciente, el goce, el deseo y la castración. La diferencia sexual apunta a la singularidad de cada sujeto en relación al deseo y el goce, que no pasa por lo anatómico ni lo puramente cultural o simbólico. Esa categoría, junto al sexo y el género, permite ampliar mucho más las teorizaciones sobre la identidad de género. (9)

La infancia es el momento fundamental donde se producen todas las elecciones a nivel del inconsciente, que determinarán el género tanto en la adolescencia como en la adultez. Esto ya lo había planteado Freud en toda su obra, principalmente en el texto mencionado, “Tres ensayos de teoría sexual”. (10)

Años más tarde Lacan ubicó, en diferentes momentos de su enseñanza (Lacan 1957-58, (11) 1962-63, (12) 1972-73 (13)), tres dimensiones en que el género se conforma:

-Primero, a nivel de las identificaciones que se producen en el pasaje por los tiempos del Edipo, que dan la identidad autopercibida homo o hétero, y los rasgos simbólicos del objeto de atracción,

-Segundo, a nivel del objeto que se fija en el fantasma, que establece la satisfacción pulsional, y que posibilita un lazo de deseo y de goce con el objeto; esa elección no define la identidad autopercibida, pero si define los rasgos de goce del objeto de atracción,

-Tercero, a nivel de la sexuación, que implica un posicionamiento en relación al goce fálico o al goce no-todo fálico, y que establece el modo de goce de cada uno, que es singular.

La primera dimensión se juega a nivel del deseo, y las dos siguientes a nivel del goce, uno pulsional y el otro sexuado.

En esos tres niveles se configuran la sexualidad y el género a partir de las marcas contingentes y determinaciones que se producen en la infancia y también en la pubertad, pero lo que Lacan sitúa en relación al género, es que los tres niveles no se articulan entre sí de modo unívoco: se puede tener una identificación masculina con un deseo homosexual, se puede autopercibir una identidad femenina en un cuerpo biológico masculino y sentir atracción por las mujeres, etc., es decir que los tres niveles identificatorio, de objeto y de sexuación pueden ser paradójicos y contradictorios entre sí, lo cual conforma todas las dificultades que conocemos en la asunción de un género, el cual nunca, en ningún caso, se asume sin dificultades. Aún en una persona que luego será heteronormada al modo clásico-patriarcal, la determinación de la sexualidad y el género son difíciles y transcurren por diversos caminos hasta que se llega a su asunción y su ejercicio.

En este punto, es necesario aclarar que hablamos de una elección inconsciente, que se produce según cómo se articulan esos tres niveles, la cual es distinta de la elección consciente, que será el producto de la primera. Cuando hablamos de una identidad autopercibida conscientemente, esta es el resultado de un proceso, de una elección que ya ha sido hecha a nivel del inconsciente: la persona recibe esa elección en algún momento de su vida, y puede asumirla, reprimirla, actuarla o no actuarla, pero el momento de la elección consciente es diferente del momento donde se constituyó la elección inconsciente a partir de las marcas contingentes que la determinaron.

 

En relación a esto, hemos escuchado a veces una crítica injustificada al psicoanálisis, por la que supuestamente se patologiza al género. Respondemos categóricamente que no. De ningún modo el género puede simplificarse a un correlato con alguna patología, tal como hemos situado.

El psicoanálisis despatologiza al género al considerar que éste se constituye en ese complejo entramado de identificaciones, elecciones fantasmáticas y sexuación, y en ese entramado puede haber síntomas, o no. En caso de que los síntomas produzcan sufrimiento, un analista responderá con su intervención, la cual implica un diagnóstico para orientar la dirección de la cura. Pero ese diagnóstico no se hace a priori: el género no determina estructura.

A posteriori, una vez realizado el diagnóstico en transferencia, podremos decir si ese sujeto se inscribe en la neurosis o la psicosis, y ello orientará nuestras intervenciones. Pero, de todos modos, esto implica considerar que no hay ninguna relación necesaria entre el género y las estructuras clínicas, sino que cada heterosexual, homosexual, transexual, bisexual, etc., puede ser neurótico o psicótico, y ese diagnóstico se establece a posteriori. Este, es uno de los modos en que el psicoanálisis contribuye a despatologizar el género.

En nuestra época, observamos que las modificaciones producidas en el Otro social actual implican que la posición identitaria y sexual del género es interpelada: en el nivel de las identificaciones sexuales dadas por la norma del Ideal del yo edípico, en el del objeto de deseo y amor, y en el de la escritura de la sexuación. Ocurre así que los sujetos deben encontrar como pueden, y mediante soluciones no estandarizadas, sus modos de inscripción y de regulación de goce.

En ese momento se sitúa el psicoanálisis, el cual acompaña a cada sujeto que solicite una ayuda, a escuchar las determinaciones inconscientes que marcaron su identidad, y a asumirlas del mejor modo posible. Como los tres niveles no son unívocos, sino que tienen paradojas y contradicciones, un analista intenta escuchar el recorrido del sujeto a través de esas paradojas, ayudando a que éste encuentre sus soluciones, que no necesariamente siguen el camino heteronormativo propio del discurso amo. Ese acompañamiento y ese respeto por las soluciones singulares es mucho más necesario aún en el momento actual, por lo que un analista debe tener mucha más prudencia y escucha ante las modificaciones del género.

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