Conocimiento y lenguaje

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Esta diferencia evolutiva entre el área de Broca y la de Wernicke era de esperar: todos comprendemos más de lo que somos capaces de expresar y muchos animales domésticos, como los perros y los gatos, llegan a comprender lo que se les dice, aunque sean totalmente incapaces de hablar. Por cierto que la asimetría entre ambos hemisferios, el izquierdo (donde se asientan el área de Broca y la de Wernicke) y el derecho, constituye otra notable característica neurológica de la especie humana, que se suele llamar lateralización. Desde luego, no es una casualidad que la lateralización del cerebro parezca estar precisamente al servicio de la facultad lingüística.

2.2 El origen de la mente comunicativa

2.2.1 De los primates a los homínidos

Según lo anterior, el cerebro fue evolucionando, en el sentido de incrementar su tamaño y sobre todo su complejidad estructural, conforme aumentaban las necesidades cognitivas de la especie humana. Sin embargo, es evidente que en este panorama todavía no necesitamos el lenguaje. Un ser inteligente no desarrollará el lenguaje a menos que tenga necesidad de hacer partícipes a otros congéneres de sus descubrimientos. En el planteamiento formalista esto se da por supuesto, pero siempre de manera que la fase comunicativa se considera posterior a la cognitiva. El naturalista alemán Haeckel formuló una célebre ley que afirma que la morfogénesis de cualquier especie recapitula el proceso evolutivo de las especies que la precedieron: por ejemplo, los embriones de cualquier mamífero, incluido el ser humano, muestran unas branquias incipientes, las cuales son un recuerdo de los peces de los que procede. Y así parece ocurrir en los niños, pues en los primeros años son autistas, es decir, hablan para sí mismos, para representarse el mundo en la conciencia, y sólo más tarde, hacia los seis años, llegan a comunicarse con los adultos.

Hay que decir, no obstante, que esta primacía de lo biológico-cognitivo sobre lo comunicativo-cultural, está lejos de haber sido demostrada. S. Mithen (1996) ha estudiado lo que llama la mente primigenia y ha llegado a la conclusión de que en los primates existen tres tipos de conocimiento, los cuales se han desarrollado de forma muy irregular. Mientras que el conocimiento social (S) es muy complejo, el conocimiento tecnológico (T) y el del medio natural (N) son sólo incipientes:


Figura 2

Hay abundantes evidencias de esto entre los primates. Las observaciones que la primatóloga Jane Goodall (1990) realizó sobre la vida de gorilas en libertad muestran que es habitual que desarrollen complejas relaciones sociales (S): suele haber un jefe al que se subordinan los demás miembros de la manada, pero cuando un macho joven intenta reemplazarlo, en vez de hacerlo brutalmente, aprovecha las ausencias de aquel para contraer alianzas con las hembras y con otros machos jóvenes haciendo uso del halago y del engaño hasta que entre todos logran derrocarlo. En los otros dos ámbitos cognitivos no hay nada parecido: los chimpancés y los gorilas no fabrican herramientas (T), aunque suelen cascar nueces con piedras y cortar ramas delgadas para alcanzar la miel del fondo de los panales; tampoco conocen su medio natural (N) más allá del instinto de supervivencia, si bien suelen recordar las zonas en las que había alimento o peligro, es decir, memorizan mapas mentales.

La situación de los seres humanos es completamente diferente. Hace unos cincuenta mil años apareció la agricultura en Sumeria y para desarrollar esta actividad era necesario que los tres tipos de conocimiento, S, T y N, estuviesen equilibrados y bien desarrollados. Piénsese que cultivar un campo de trigo es algo que se hace en equipo (se siega, siembra, labra, etc., entre varios), con herramientas (hoces, azadas, trillos) y con un conocimiento pormenorizado de las semillas y de sus ciclos naturales. Para coordinar toda esta labor y para transmitir los conocimientos necesarios de una generación a la siguiente resulta imprescindible un instrumento del que carecen los animales: el lenguaje. La hipótesis de Mithen es que el lenguaje L surgió como un puente capaz de relacionar los tres compartimentos estancos S, T y N, haciéndolos mutuamente permeables:

Esto no quiere decir que la especie humana apareciese entonces. Antes de las sociedades agrícolas sedentarias hubo sociedades de cazadores, mucho menos numerosas, en las que ya se fabricaban instrumentos y se conocía el medio, pero no sabemos hasta qué punto fue necesario el lenguaje, tal y como hoy lo conocemos, para el desarrollo de sus actividades. Al fin y al cabo los grupos de primates también cazan conjuntamente, se ayudan a veces de palos y conocen qué presas les convienen y cuáles no. Esto no quiere decir que la especie humana apareciese entonces. Antes de las sociedades agrícolas sedentarias hubo sociedades de cazadores, mucho menos numerosas, en las que ya se fabricaban instrumentos y se conocía el medio, pero no sabemos hasta qué punto fue necesario el lenguaje, tal y como hoy lo conocemos, para el desarrollo de sus actividades. Al fin y al cabo los grupos de primates también cazan conjuntamente, se ayudan a veces de palos y conocen qué presas les convienen y cuáles no.


Figura 3

2.2.2 Del Australopithecus ghari al Homo erectus

Nuestros antepasados más próximos son los chimpancés (Pan troglodytes y Pan paniscus, respectivamente ubicados al norte y al sur del río Congo), de los que nos separamos hace unos seis millones de años: como nosotros, son omnívoros, viven en tierra y no sólo en los árboles y tienen una vida social y sexual bastante animada. Menos parecidos son los gorilas (Gorilla gorilla) y los orangutanes (Pongo pygmaeus), siempre herbívoros: el primero vive en Kenia, en pequeñas comunidades asentadas a ras de suelo y se separó hace diez millones de años; el segundo vive en Borneo, es sólo arborícola y solitario y se separó hace quince millones de años.

De ahí hasta los seres humanos actuales hay un largo trecho evolutivo jalonado por un complejo registro paleontológico. Parece que el primer paso hacia la evolución lo dio la postura bípeda, consecuencia de un cambio de clima provocado por una catástrofe geológica. Al hundirse el valle del Rift, que es una falla gigantesca que va de Afganistán hasta Etiopía, los primates de selva tropical quedaron aislados de sus congéneres orientales, condenados a vivir en un clima mucho más seco. Ello les obligó a bajar de los árboles, donde habitualmente vivían y encontraban su dieta vegetariana, y a buscarse el alimento en las grandes praderas de la sabana. Allí la vida era peligrosa y el alimento escaseaba. En consecuencia, tuvieron que acostumbrarse a recorrer enormes distancias siguiendo las manadas de los grandes herbívoros al objeto de aprovechar sus descuidos y sobre todo sus cadáveres. Así surgieron varias especies de homínidos carroñeros que andaban sobre los cuartos traseros y de los que son restos paleontológicos el Ardipithecus ramidus (Etiopía, de hace cuatro millones y medio de años), el Australopithecus anamensis (Kenia, cuatro millones de años), el Australopithecus afarensis (Tanzania, Chad y Etiopía, tres millones y medio de años) y el Australopithecus africanus (Sudáfrica, tres millones de años). Se trata de seres pequeños (medían un metro y pesaban unos 30 Kg.), con un cerebro similar al de un chimpancé, pero que podían correr con notable agilidad.

El bipedismo se tradujo en una serie de cambios espectaculares en el aparato óseo, sobre todo en lo relativo a la longitud de los huesos de la pierna y a la forma de la pelvis:


Figura 4

También cambió el aspecto exterior, pues, al correr tras las presas, hubo necesidad de eliminar el exceso de calor, lo cual provocó la caída del pelo que cubría el cuerpo para permitir una sudoración abundante. No obstante, lo más importante fue que, al quedar libres las extremidades anteriores, pudieron aprovecharse para otra cosa. El paso siguiente fue, pues, el desarrollo de la mano, la cual sirvió para agarrar objetos (trozos de carne, las crías durante los largos desplazamientos y, seguramente, palos usados como armas). Pero la incipiente sofisticación de la mano prehumana encerraba el germen de un progreso espectacular. Un aparato de precisión como éste podía usarse para fabricar instrumentos, lo que abrió el portillo a un desarrollo tecnológico que no ha parado hasta hoy. Dichos instrumentos deben proyectarse hacia el futuro; el que fabrica un cuchillo tiene en mente lo que hará con la pieza que desea cortar. Así, los restos paleontológicos que atestiguan los primeros instrumentos son correlativos de un aumento de la caja craneana, señal inequívoca de que el cerebro crecía a la vez.

Hasta hace poco se creía que la fabricación de instrumentos era exclusiva del género homo, pero en 1997 se descubrió en Etiopía una nueva especie de homínido, el Australopithecus ghari de hace dos millones y medio de años, el cual usaba piedras talladas y las transportaba consigo. Sea como sea y trátese o no del célebre eslabón perdido, lo cierto es que desde entonces hasta ahora mismo los restos de especímenes del género homo trazan una trayectoria nítida que nos lleva con seguridad hasta nuestra especie. El Homo habilis de hace dos millones de años usaba piedras toscamente talladas por una sola cara (es la cultura de Olduwai) y tenía un cerebro de unos 600 c.c. Se extinguió hace 1,2 millones de años y fue sustituido, hace un millón y medio de años, por tres especies emparentadas que ya no se reducen al solar africano: el Homo antecessor en Europa (Atapuerca), el Homo erectus en Asia (antes llamado de Java y de Pekín) y el Homo ergaster en la propia África; son bastante parecidos, de metro y medio de estatura, cerebro de unos 750 c.c. y una cultura lítica evolucionada (acheuliense) con hachas de dos caras.

 

2.2.3 El Homo sapiens

Entre estas especies y la nuestra se sitúa el Homo neanderthalensis, aparecido hace 150.000 años y que parece proceder, como el Homo sapiens, de una rama distinta del Homo antecessor. Los neandertales tenían un cerebro más grande que los sapiens, eran bajos (metro y medio), pero mucho más fuertes, y desarrollaron una cultura llamada musteriense. Parece que comían carne cruda de animales que cazaban en la helada tundra europea de la última glaciación, lo que les obligó a desarrollar una mandíbula robusta con grandes molares: esta circunstancia, así como algún otro dato relativo al hioides, han hecho pensar que probablemente no hablaban o que sólo poseyeron un protolenguaje incipiente antes de extinguirse hace 30.000 años. En la última fase convivieron con los sapiens, los cuales llegaron de África en varias oleadas migratorias y que, más inteligentes y seguramente ya en posesión del lenguaje, acabaron con ellos sin que llegaran a cruzarse.

Al salir de África los Homines sapiens se instalaron primero en Oriente Medio, luego en el sureste de Asia, de donde pasaron a Australia, y finalmente en Europa. Eran nómadas recolectores que vivían de la miel silvestre, de ordeñar bóvidos y de recoger semillas de gramíneas con las que fabricaban pan. Estos grupos humanos de entre dos docenas y un par de centenares de individuos, desarrollaron una cultura notable, con uso del fuego e instrumentos de piedra pulimentada (auriñacense), de madera y de hueso, así como una industria textil rudimentaria. Sin embargo, un cambio climático dio al traste con esta forma de vida: el fin de la última glaciación condujo a una mayor sequedad y a que en Oriente Próximo el mar inundase grandes zonas terrestres. Los humanos para sobrevivir tuvieron que volverse sedentarios; así surgió la agricultura y con ella un aumento de las proporciones del grupo social (la ciudad), una cultura material desarrollada en la que aparecen la cerámica y el arte (magdaleniense), así como la religión y los ritos funerarios. Es la cultura de la cueva de Altamira y, ya con la invención de la escritura, la de los primeros imperios mesopotámicos.

2.2.4 Lenguaje, arte, religión, escritura

Estos fenómenos tienen un enorme interés histórico y arqueológico, pero aquí sólo los valoraremos en relación con el lenguaje. Los planteamientos biológicos que hemos examinado arriba se apoyan en datos anatómicos o neurológicos que sólo pueden hablarnos de la forma del lenguaje, pero no de su contenido. Quiere decirse que el canal vocal se usa para hablar, pero también se puede usar para recitar la tabla de multiplicar y algo parecido cabe afirmar de los circuitos neuronales. Al fin y al cabo, el lenguaje no es lo único que nos diferencia de los animales, tampoco estos saben sumar las cuentas de la compra, aunque nuestro perro sea muy hábil al traernos el periódico en la boca y llevarle la cantidad exacta al quiosquero. El planteamiento culturalista que estamos examinando ahora fija su atención en el hecho de que el lenguaje, por su contenido, se caracteriza por ser simbólico. Naturalmente los símbolos del lenguaje hablado no dejan huella, de manera que tenemos que esperar hasta el surgimiento de la escritura, hace cinco mil años, para toparnos con las primeras muestras lingüísticas. Sin embargo, el arte, la religión o los adornos indumentarios también manejan símbolos.

Hay toda una corriente de pensamiento que, desde Cassirer (1923-1929), se ocupa del surgimiento de los símbolos como manifestación de las capacidades humanas y considera que el lenguaje forma parte de las mismas, sin que sea necesario atribuirlo a ningún módulo mental específico. En este sentido son de destacar investigaciones recientes sobre las pinturas de Altamira y de Lascaux que muestran cómo hay una serie de esquemas de acción (Agente-Paciente, Instrumento-Objeto, etc.), los cuales subyacen a la fabricación de instrumentos y a las representaciones plásticas de índole mágica o funeraria. El lenguaje, en sus primeras fases, tuvo que acomodarse -se afirma- a estas formas primigenias de simbolización. Ello explicaría, por ejemplo, que las estructuras predicativas básicas (los esquemas actanciales) sean comunes a todas las lenguas, mientras que otras propiedades (flexión, orden de palabras) diverjan notablemente de unos idiomas a otros.

2.3 El origen del lenguaje

Tanto si se adopta la perspectiva biologista como si se prefiere la cultura-lista, lo cierto es que el lenguaje o, mejor dicho, la facultad que nos permite hablar, es una característica exclusiva de la especie humana que necesariamente debe estar codificada en nuestro genoma. Esta postura se suele considerar consustancial a los planteamientos formalistas, como el de Chomsky (1975, 1988) para quien la facultad del lenguaje es innata. Con todo, no hay contradicción entre el planteamiento culturalista y el innatismo: se puede ser partidario de la hipótesis de que el lenguaje es una creación cultural, sin dejar de reconocer por ello que la especie humana se terminó adaptando a la misma y que hoy cualquier pareja transmite esta capacidad a sus descendientes. Realmente parece difícil atribuir la adquisición del lenguaje por los niños a la mera acción de su inteligencia general inespecífica –la misma que les sirve para aprender solfeo o para hacer ecuaciones de segundo grado–, y ello por varias y buenas razones:

a)Todos los seres humanos normales poseen lenguaje y sólo los seres humanos lo poseen. El lenguaje es una condición necesaria y suficiente para que se pueda hablar de ser humano. El hombre no es ni un animal racional (los delfines tienen inteligencia), ni un animal social (las hormigas viven en sociedad), sino un animal lingüístico, es el homo loquens.

b)Argumento de uniformidad: todas las lenguas revisten idéntico grado de complejidad, la cultura de las sociedades que se sirven de ellas no es determinante.

c) La lengua materna se adquiere en un periodo crítico (entre los 2 y los 10 años) con unos auxilios exteriores claramente insuficientes en relación a su complejidad: es el llamado argumento de la pobreza del estímulo. Además, aunque las distintas culturas varíen en relación con la ayuda prestada por los adultos (el llamado maternés), el resultado es siempre el mismo.

d) El argumento de la disociabilidad. El lenguaje y la cognición son disociables: puede estar afectado el primero y no la segunda (como en las afasias) o al revés (como en muchas enfermedades mentales).

e) Los niños adquieren el lenguaje siguiendo fases o etapas muy parecidas en todos ellos y en todas las lenguas. Este desarrollo prefijado es típico de las capacidades genéticas, como el volar en las aves.

f) Los enunciados lingüísticos tienen una estructura jerárquica formal que no resulta inmediatamente de la cadena lineal, la cual la enmascara. Es el argumento de la estructura latente. A pesar de ello, los niños infieren dicha estructura con notable habilidad, habilidad que no demuestran para captar otras secuencias estructurales más simples, como la estructura tonal de las canciones, por ejemplo.

g)Y lo más importante de todo, la gratuidad: dichas estructuras formales carecen de justificación funcional.

El problema es que la indubitable capacitación de los seres humanos para el lenguaje se compagina mal con la teoría de la evolución, pues esta supone cambios suaves y graduales que exigen millones de años, mientras que el lenguaje, como hemos visto, se nos presenta en todo su esplendor en un periodo brevísimo.

2.3.1 La hipótesis adaptacionista: los darwinistas

Lo más sencillo sería suponer que cada generación va incorporando al genoma los logros de la generación anterior: en una generación se incorporarían las estructuras predicativas, en otra, los tiempos verbales, en la siguiente, el género nominal, etc. Así es, en efecto, como aprendemos las segundas lenguas y también la lengua materna, a base de ir complicando progresivamente un esquema más simple. Por desgracia, este planteamiento constituye una grave herejía para la teoría de Darwin: el lamarckismo. Lamarck, un contemporáneo de Darwin, supuso que los caracteres adquiridos pueden heredarse, esto es, que si aprendo a tocar el piano, mi hijo nacerá sabiendo tocarlo ya. Como es obvio, dicho supuesto es falso y hay que buscar una explicación diferente.

La ortodoxia darwinista ha encontrado una salida en lo que se conoce por efecto Baldwin. Consiste en que, al cambiar de entorno, se potencian ciertas variaciones que sólo posteriormente son destinadas a otra finalidad (exaptación). Así, las ballenas son mamíferos que al desplazarse a un clima frío privilegiaron, en un proceso adaptativo, a algunos ejemplares más recubiertos de grasa para proteger el cuerpo; con el tiempo esta característica, potenciada por la selección natural y presente en el genoma, fue aprovechada para flotar en el agua y para nadar. En relación con el lenguaje se ha supuesto por Calvin y Bickerton (2000), que el cálculo social tan corriente entre los grupos de primates, venía acompañado de ciertas vocalizaciones y sostenido por circuitos neuronales específicos, hasta que llegó un momento en el que dichas vocalizaciones se convirtieron en el lenguaje, con lo que las instrucciones genéticas originariamente destinadas a soportar el cálculo social sirvieron de base a la facultad lingüística.

El problema de estas explicaciones, sin duda ingeniosas, es el carácter absolutamente excepcional que el efecto Baldwin presenta en el conjunto de la teoría darwinista. La exaptación en Biología es poco frecuente y afecta a cualidades más bien accesorias. ¿Cómo explicar que algo tan complicado como el lenguaje se haya podido producir de dicha manera? Para entenderlo se ha propuesto toda una serie de exaptaciones sucesivas, cada una garante de una categoría o regla gramatical, lo que va claramente contra el darwinismo y lo que es peor, contra el simple sentido común.

2.3.2 La hipótesis saltacionista: los antidarwinistas

Los biólogos clásicos, contrarios a la teoría de la evolución, consideraban que el paso de unas especies a otras es absoluto, tal y como reflejan las clasificaciones zoológicas y botánicas de Linneo. Pero una vez aceptada –y resulta difícil no hacerlo– la evolución, no había otra alternativa que el saltacionismo, esto es, la hipótesis de que unas especies proceden de otras mediante un salto brusco, sin etapas intermedias. Hasta que la Genética no vino a completar el paradigma darwinista dicha propuesta pudo mantenerse sin problemas. Sin embargo, Mendel demostró que la herencia consta de caracteres discretos, los genes, y que éstos no se mezclan (lo cual haría desaparecer las variaciones favorables en pocas generaciones), sino que se combinan diversamente, a veces permaneciendo latentes, pero siempre sin perder su identidad. En estas condiciones, ¿cómo puede pasarse bruscamente de unas especies a otras? Mediante un mecanismo –aducen los saltacionistas– que completa el gradualismo adaptativo de Darwin y que ciertamente se ha comprobado en la naturaleza: la mutación. De repente la identidad de una secuencia de ADN cambia en el proceso de replicación por un error que suprime una base nucleotídica, la cambia de posición o la añade al genoma.

No es sorprendente que algunos autores como Pinker hayan pretendido explicar el origen del lenguaje de esta manera: una mutación gigantesca habría alterado el genoma de un homínido (de uno de esos australopitecinos examinados arriba) dando lugar al primer homo loquens. Es lo que los biólogos llaman con ironía una «esperanzadora historia de monstruos». Porque mutaciones, haberlas, haylas, pero para que aprovechen al organismo deben ser levísimas, de manera que afecten a una o pocas bases tan sólo. La supresión o el cambio de todo un gen –consistente en miles de bases– siempre acarrea la muerte del organismo. Realmente los autores que han propuesto la mutación como explicación del origen del lenguaje sin duda sabían mucho de Lingüística, pero casi nada de Genética. Y hay otro factor: dicha mutación tuvo que afectar simultáneamente a varios homínidos a la vez para que pudieran comunicarse, y hacerlo además en el mismo sentido, esto es, dentro de lo que sería la misma lengua. En estas circunstancias, el mito de Babel sigue suministrando una explicación más verosímil de la variación fenotípica del genotipo lingüístico humano.

 

2.3.3 El equilibrio interrumpido: una solución de compromiso

No debe pensarse, empero, que el saltacionismo es del todo erróneo. Excluida la explicación basada en una mutación gigantesca, la idea de que la evolución no es tan suave y gradual como quería Darwin tiene bastante fundamento. Lo demuestra el registro fósil. Es verdad que muchos procesos evolutivos son plenamente graduales, tal y como predecía la teoría de Darwin (de hecho Darwin llegó a ella comparando los fósiles de ciertos animales de Sudamérica con sus descendientes actuales: por ejemplo, se llega suavemente al caballo moderno (Equus) a partir del Pliohippus de hace cinco millones de años, a éste desde el Meryohippus de hace veinte, a éste desde el Mesohippus de hace treinta y cinco y a éste, en fin, desde el Hyracotherium de hace cincuenta, sin más que constatar un aumento gradual del tamaño y una reducción del número de dedos:


Figura 5

Pero esto no es siempre así y otras veces el registro fósil no nos permite trazar la sucesión. Siempre se había dicho que las lagunas eran imputables a deficiencias en la conservación de dicho registro. No obstante, Eldredge y Gould (1972) constataron varios casos en los que el registro fósil, muy bien conservado, prueba lo contrario del gradualismo, esto es, que en un tiempo breve (en términos geológicos) se pasó de una especie a otra, mientras que durante los larguísimos periodos de existencia de cada especie prácticamente no hubo cambios. Un ejemplo esclarecedor lo suministra la llamada explosión cámbrica de hace 530 millones de años, en la que desaparecieron miles de organismos de simetría radial (como las actuales estrellas de mar) y aparecieron los antecesores de casi todos los animales actuales, ya con simetría bilateral. El esquema temporal de esta teoría que se conoce con el nombre de «equilibrio interrumpido» (punctuated equilibrium) es el siguiente:


Figura 6

Hay que decir que esta hipótesis ha sido aplicada con éxito a la evolución de las lenguas por Dixon (1997) y por otros autores: así, el paso del latín a las lenguas románicas fue gradual en lo relativo al componente fonético, pero más bien brusco en su sintaxis textual, la cual dio un salto desde el modelo ciceroniano del latín clásico hasta una sintaxis protorromance, calcada del griego, en la versión latina de la Vulgata (siglo IV dC). Pero una cosa son las lenguas (la sintaxis textual de los evangelios latinos no deja de ser el resultado de una decisión consciente de San Jerónimo) y otra, el origen del lenguaje. Los cambios bruscos de que hablan Eldredge y Gould suponen una reorganización profunda del plan orgánico, como hemos dicho. Sin embargo si, como se suele aceptar comúnmente, el lenguaje aparece con el Homo sapiens, no se entiende cómo es posible que una innovación tan notable apenas afectase a las demás características del organismo, pues los sapiens no difieren demasiado de los erectus ni éstos de los habilis ni éstos de los australopithecus ghari, etc. El misterio sigue abierto.

2.3.4 Lenguaje y visión

En todo caso parece difícil imaginar que el lenguaje, cualquiera que fuera su primera ocurrencia, no entronque con capacidades funcionales de los animales que nos han precedido. Por supuesto que las aves vuelan porque los reptiles de las que proceden ya poseían unas extremidades membranosas con las que podían batir el aire, y a su vez los primitivos reptiles proceden de los peces porque había especies de peces que se acostumbraron a vivir en aguas poco profundas y de vez en cuando salían fuera de ellas. Cuando se plantea la cuestión de los antecedentes del lenguaje –que es diferente de la de su origen– nos encontramos una vez más con dos explicaciones alternativas: los cognitivistas, convencidos de que las lenguas sirven ante todo para re-presentar el mundo, señalan el mecanismo de la visión como el precedente más obvio; los funcionalistas, al insistir en que una lengua es sobre todo un medio de socialización, se han fijado más bien en las pantomimas gestuales que suelen practicarse en los grupos de primates. Ni qué decir tiene que ambas características son típicas de los grandes monos: se trata, junto con el ser humano, de los animales que mejor ven (en relieve y en color) y también de los animales que más tiempo invierten en imitar los gestos de sus congéneres.

Que la visión constituye un antecedente neurológico del lenguaje es un hecho probado. Los cinco sentidos tradicionales se alinean en una escala de complejidad creciente, de manera que los animales inferiores sólo poseen olfato y tacto, los intermedios añaden el gusto, y los superiores desarrollan un oído y, finalmente, una vista muy sofisticados. Por ejemplo, las orugas o los caracoles que atraviesan un camino no nos ven ni nos oyen y por eso no salen huyendo, pues no advierten nuestra presencia: es necesario que los toquemos para que se enrollen sobre sí mismos o para que se escondan en el caparazón. Estos animales se relacionan entre sí y con el entorno mediante el olfato y el gusto: el apareamiento se facilita con señales químicas (feromonas) y la nutrición probando los alimentos circundantes. Los seres humanos manifestamos la huella de estos estratos antiguos de la evolución en nuestras relaciones íntimas, en las que el olfato, el gusto y, sobre todo, el tacto, es más importante que lo que se dice o que lo que se ve.

Los animales superiores, en cambio, se basan en el oído y en la vista: ¿qué sería de una gacela si no saliese huyendo disparada ante el menor ruido sospechoso, cómo se alimentaría un águila que no fuese capaz de descubrir un conejo entre la hierba a kilómetros de distancia? Pero los sentidos no son otra cosa que procedimientos para percibir el mundo: el predador descubre que se acerca a una presa, digamos un cebú, porque huele a cebú, porque oye el típico mugido del cebú o porque ve la imagen de un cebú. El lenguaje cumple una función parecida: si otro predador le pudiese explicar que detrás de aquellos árboles hay un cebú, el primero obraría en consecuencia. No es sorprendente, por tanto, que ya en el siglo XIV el filósofo mallorquín Ramón Llull escribiese un tratado (De affatu sive de sexto sensu) en el que se propone tratar el lenguaje como el sexto sentido. Hoy en día ello resulta evidente. Comparando el lenguaje con el más desarrollado de los sentidos, que es la visión, podríamos decir que, mientras que el ojo reproduce en la retina y luego en el cerebro una imagen de una escena del mundo, el lenguaje reproduce una representación alternativa mediante una oración:


Figura 7

¿Pudo influir el sustrato neurológico de la visión en la aparición del sustrato neurológico del lenguaje? Hasta cierto punto sí, aunque no hay que olvidar que en el ser humano moderno ambos procesos cognitivos son relativamente independientes, como ya notó Aristóteles cuando advirtió que los ciegos de nacimiento no tienen ningún problema para aprender a hablar. Sin embargo, hay datos que apoyan una correlación estrecha entre ambas facultades. Por ejemplo, las áreas cerebrales del lenguaje y de la visión son diferentes, las del lenguaje se asientan en el lóbulo frontal (área de Broca) y en el temporal (área de Wernicke), mientras que el córtex visual se sitúa en el lóbulo occipital. No obstante, últimamente se ha descubierto que el nervio óptico procedente de la retina no termina en el córtex visual, sino que continúa hacia adelante y se divide en dos ramas, una dorsal que pasa junto al área de Broca y otra ventral que es contigua al área de Wernicke:


Figura 8