Conocimiento y lenguaje

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– Comunicación como paso (trasmisión) de información que se desarrolla de forma analítica en la posguerra cuando surge la necesidad de medir la información y comprender cómo se puede conseguir una mayor eficacia en la trasmisión de información, que concede la mayor relevancia posible a la fuente e implica la existencia de soportes tecnológicos para vehiculizar los flujos de información que presenta características específicas en la nueva sociedad de la información. En este ámbito explicativo se puede incluir el desarrollo de la teoría de la comunicación realizado por U. Eco.

– Comunicación como participación. En este caso, el proceso comunicativo debe entenderse como el envío de mensajes y, sobre todo, como el acto social de participación. Se trata de un sistema en el que los interlocutores producen su propia percepción de la realidad.

– Comunicación como inferencia. Es una acepción alternativa al concepto y modelo informacional que defiende que el proceso comunicativo no se sustancia en la trasmisión de información, sino más bien una actividad compleja de construcción de indicios y producciones de conjeturas (inferencias, implicaturas) sobre los indicios producidos por los interlocutores. La actividad deductiva consiste, pues, en la producción de instancias de pertenencia.

– Comunicación como intercambio que también se relaciona con el concepto de cooperación y, quizás, de competición. En esta acepción se incluyen formas particulares de comunicación tales como las estrategias de marketing o los ritos de carácter antropológico. Este concepto de intercambio implica que ambos polos poseen determinadas características.

– Comunicación como relación social. Constituye un caso particular de intercambio y tiene una evidente relevancia sociológica: la formación de una unidad social se realiza a partir de cada uno de los individuos mediante el uso del lenguaje o de los signos. Esta acepción es la base de muchas hipótesis de carácter psicológico.

– Comunicación como interpretación. Está basada en los presupuestos de la Hermenéutica y su idea central es que el disfrute de un texto no puede reducirse al acto de escuchar ni para aquél que lo descodifica; es necesario, en cambio, una actividad muy compleja que defina un proyecto, precomprensión, sobre la base de la hipótesis sobre el significado de profundo. En resumen, el concepto de interpretación recoge un proceso de reelaboración de todas las posibles direcciones de la comprensión. En este ámbito se incluyen teorías que están incluidas en el círculo hermenéutico y en las tesis, como la de Eco, relacionadas con la interpretación y el uso, así como teorías semióticas ligadas a la elaboración de descodificación aberrante.

Aún valorando la riqueza teórica que supone la gran variedad de definiciones de comunicación, preferimos optar, en consonancia con otros autores, y referirnos únicamente a aquellas definiciones que inciden en la concepción de la comunicación como proceso e interacción entre los agentes que participan en el mismo, como emisor/emisores y receptor/es, como productores y receptores e intérpretes de los textos o productos que albergan determinados mensajes codificados de formas plurales y variados. Esta opción se debe básicamente a la relevancia de esa forma de concebir, explicar e interpretar la comunicación a la hora de construir su definición como síntesis de elementos constantes que, debido a su propia e ineludible dinámica, aparece configurado de formas diferentes en función de las variadas situaciones comunicativas que, por otra parte, constituye el supuesto fundamental para realizar una aproximación coherente y adecuada a las formas y niveles de la comunicación que actualmente todos los autores reivindican como parte del objeto de las teorías y de la Ciencia de la Comunicación.

Ya hemos aludido a la definición de la comunicación humana dada por Rosengren (2001: 52-53) y que se deriva de los requisitos siguientes:

Interacción (influencia recíproca) que sea intersubjetiva (conocida mutuamente) e intencional, voluntaria y se realiza a través de un sistema de signos basado fundamentalmente en un sistema de símbolos verbales caracterizados por la doble articulación que, a su vez, se basa en sistema completo que incluye la fonética, la sintaxis, la semántica y la pragmática; en otros términos, «la comunicación es una interacción intersubjetiva y voluntaria mediante un lenguaje humano basado en la doble articulación y en un sistema simbólico».

En términos similares se expresa Livolsi (2000) cuando afirma que la comunicación, como hemos dicho, es el proceso por el cual Q1 dice alguna cosa a Q2 sobre la base de motivaciones particulares y para conseguir objetivos determinados en una específica situación-contexto. La parte ‘dice alguna cosa’ significa que Q1 usa uno o más códigos lingüísticos (por ejemplo, la palabra) para expresar los contenidos. Los códigos son los instrumentos utilizados para comunicar. Casi siempre la atención (especialmente de los no especialistas) se refiere más a qué cosa se dice que a cómo se dice. Esto sucede en todo tipo de comunicación, desde el saludo a la relación íntima, a la ficción televisiva, etc. En resumen, también el modo de decir las cosas está determinado por el contexto en el que se desarrolla la situación. El efecto contexto determina la elección de los códigos particulares y tiene en cuenta, entre otras cosas, la eventual asimetría de poder entre los dos partner cuando uno de ellos tiene más prestigio o poder que otro.

Para este autor (Livolsi, 2000: 16), no obstante, sólo

hay comunicación cuando Q1 dice algo a Q2, pero sólo si se trata de la fase inicial del proceso de comunicación pero, en realidad, la comunicación se realiza verdaderamente cuando Q2, que ha recibido la información, la descodifica, la comprende, la valora y, consecuentemente, responde a Q1, cualquier tipo de respuesta, aunque sólo sea una inclinación de cabeza para expresar acuerdo o desacuerdo. Sólo después de la respuesta de Q2 se puede hablar, efectivamente, de proceso de comunicación; de lo contrario, se debe, como máximo, afirmar que Q1 ha emitido señales que no han sido recibidas. La comunicación presupone tanto el envío como la recepción de una señal, es decir que Q2 haya sido implicado y haya recibido una señal que ha interpretado, no importa si de forma absolutamente exacta.

Serrano (1984: 37-51) en el primer capítulo de la Semiótica presenta una delimitación de la comunicación, de sus elementos y del proceso de comunicación desde una perspectiva semiótica que expresa de esta manera:

Si en la historia del pensamiento, afirma, de los últimos treinta años hemos de buscar una palabra clave, sin duda esta palabra es «comunicación». Ya señalábamos en el primer capítulo la importancia excepcional que ha tenido el tema de la comunicación, verbal y no verbal, en el desarrollo de la semiótica. En realidad, y como es natural, el estudio de los signos siempre ha sido relacionado con el concepto de comunicación, así como con el de pensamiento. Decíamos: no hay pensamiento sin signos: y decimos: no hay signos sin comunicación. En estricta lógica podemos decir: no hay pensamiento sin comunicación. Todos estaremos de acuerdo en que buena parte de nuestra actividad resulta ser una actividad comunicativa. Es tan natural en nosotros que incluso prácticamente no le damos importancia. Nos es tan natural y familiar como el respirar. Pues bien, este proceso tan común y tan familiar se había simplemente aceptado hasta hace poco pero no se había intentado analizar de una forma rigurosa a fin de explicitarlo. Esto es lo que se empezó a hacer a partir de los años cincuenta. Ahora, paradójicamente, estamos en condiciones de afirmar que este proceso tan común y familiar es extraordinariamente complejo y heterogéneo. Que en él intervienen una gran cantidad de factores y que las estrategias que rigen el comportamiento de los elementos son de lo más variadas.

Desde esa perspectiva, y como operación previa al análisis de los elementos que componen la estructura de la comunicación e interactúan en su dinámica, este autor define la comunicación como

Proceso por el cual unos seres, unas personas, emisor y receptor (es), asignan significados a unos hechos producidos y, entre ellos, muy especialmente al comportamiento de los otros seres o personas. Un caso particular, naturalmente, es el de la lingüística, y aún de ésta la que se establece, en este momento, entre el autor de este libro y el lector. El concepto de comunicación presupone, pues, otros dos conceptos: el concepto de relación y el de transmisión. La relación es entre seres, entre personas, y la transmisión es de información, de significado.

El concepto de comunicación presupone, para este autor, otros dos conceptos: el concepto de relación y el de transmisión. La relación es entre seres, entre personas, y la transmisión es de información, de significado. El proceso de comunicación se fundamenta, pues, en los conceptos de relación entre seres y de transmisión de un mensaje. Existen unos elementos que forman parte del proceso de comunicación y justamente ponen en contacto la relación y la transmisión, son el contexto y el feed-back (retroalimentación). El término contexto se refiere, en sentido amplio, a la situación en que el mensaje es producido por el emisor e interpretado por el receptor. El contexto incluye un conjunto de factores de tipo psicológico, sociológico y físico que configuran el entorno en que tiene lugar el acto (relación + transmisión) comunicativo, incluye el contacto, es decir, condiciones que hacen posibles la comunicación, el referente, realidad objetiva a la que se refiere el mensaje y el entorno, ecológico, biológico, sociológico y psicológico de la relación.

A modo de resumen, las claves del planteamiento de S. Serrano (1984: 43) serían que: a) los conceptos base del acto de comunicación son proceso y participación; b) un proceso es un concepto abstracto que designa una relación dinámica entre objetos concretos, una secuencia organizada de hechos o acontecimientos; c) el proceso es de transmisión de información mediante el mensaje. [...]; en la comunicación, todos sus componentes sufren cambios constantemente, y de manera especial los elementos más importantes del proceso, los participantes en el acto, los actores. Es decir:

 

La comunicación, el acto comunicativo, lo podemos considerar, pues, como un proceso de participación. La realización de este proceso puede resultar exitosa o un fracaso. Como en el proceso intervienen un conjunto de elementos, de cada uno de ellos depende, en cierto modo, el éxito o el fracaso del acto.

Finalmente, Rodrigo (2001), comentando la definición de Gifreu según el cual «la comunicación humana es un proceso histórico, simbólico e interactivo por el cual la realidad social es producida, compartida, conservada, controlada y transformada», explica que la comunicación:

– Es un proceso: «cualquier hecho comunicativo es un episodio contingente, que empieza y acaba y sigue un determinado desarrollo; esta característica procesual vale tanto para el individuo como para los grupos o las colectividades o sociedades». Efectivamente la comunicación es un proceso que se inicia, tiene un desarrollo y acaba. Sin embargo, las características del proceso serán distintas si se trata de individuos o de sociedades. En la comunicación interpersonal o en el teatro, por ejemplo, en el propio proceso comunicativo se establecen las señales de inicio y de final. En el caso de las colectividades o sociedades, excepto en casos de hitos emblemáticos (y aún en este caso podría cuestionarse), es más difícil establecer el inicio y el final.

– Es un proceso histórico. «No hay comunicación en abstracto, sino en concreto, todos los fenómenos de comunicación se producen en la historia y en una historia particular de los pueblos y las culturas». Toda realidad social está enmarcada en un momento histórico determinado y con los referentes propios de aquel momento histórico para una cultura determinada. Muchos fenómenos comunicativos han evolucionado dentro de una misma sociedad y son bastante distintos de los que se producen en otras sociedades. Aunque también puede haber puntos de contacto e hibridaciones.

– Es un proceso interactivo: «comunicar es un hecho social por definición que pone en contacto sujetos sociales capaces de hablar y capaces de actuar; comunicar es una relación, no una cosa». Incluso en el caso de los medios de comunicación de masas cada vez se tiene más claro que se produce una relación entre el receptor y el medio de comunicación. Llevado al extremo podríamos decir que hablar de comunicación interactiva es un pleonasmo. Si la comunicación es la relación, la producción del mensaje, el mensaje en sí mismo y el efecto serían la materialización de la relación: el producto / el resultado de la comunicación.

– Es un proceso simbólico: «la interacción se produce por medio de símbolos cargados de significación y ordenados en forma de texto o discurso; el fundamento básico de esta significación es el lenguaje natural». Con la primera parte de la afirmación no puedo estar más de acuerdo; pero desearía hacer alguna puntualización sobre la importancia del lenguaje natural. En primer lugar, la distinción entre los lenguajes naturales como inmanentes al ser humano y los lenguajes artificiales como una construcción humana puede hacernos olvidar que el lenguaje natural es también convencional. En segundo lugar, Gifreu se centra sobre todo en el lenguaje verbal. El título del primer capítulo de su libro es suficientemente esclarecedor de su postura: «Comunicar, es decir, hablar» (Gifreu, 1991: 15). Para la cultura occidental, el verbo es seguramente el principio. Pero otras culturas pueden valorar más otro tipo de formas de comunicación, como por ejemplo el gesto.

– Por el cual la realidad social es producida: «hablamos de realidad social como equivalente a “sociedad” en el sentido de sistema de relaciones entre sujetos socializados; y hablamos de producir entendiendo tanto las estructuras profundas de la socialidad como las estructuras históricas de las sociedades que resultan de procesos y relaciones de comunicación». En mi opinión, éste es el corazón de la propuesta de Gifreu, y me atrevería a decir que estamos ante una propuesta básicamente constructivista.

– Es compartida: «en la medida que la realidad social es una realidad celebrada y ritualizada por los miembros y grupos que la integran». Aquí también desearía hacer una matización. Efectivamente la realidad social es compartida por los miembros de un grupo o grupos que la integran, pero también puede ser negociada por grupos que inicialmente no la integran. Se puede intentar compartir la realidad social mediante la comunicación con personas de otras culturas. En la comunicación intercultural, el hecho que no se comparta totalmente la realidad social hace que sea una comunicación más dificultosa, pero no deja de ser comunicación. Quizás yo hubiera preferido señalar que es compartida y/o negociada.

– Es conservada: «la realidad social necesita ser reproducida permanentemente, misión que se encarga a las instituciones de la comunicación (y no a las económicas, por ejemplo)». Aquí podríamos referirnos a los aparatos ideológicos del estado según Althusser (1974: 105-170). Recordemos que para la reproducción de las relaciones de producción los estados se valen de una serie de aparatos ideológicos: escolar, familiar, religioso, jurídico, político, sindical, de la información y cultural.

– Es controlada: «todo proceso de comunicación tiene una dimensión de control o responde a unas estrategias de control y de interés para influir en el grupo o la colectividad». Esta característica es prácticamente un corolario de la anterior. Para la conservación es imprescindible un control, o al menos un intento de control. De hecho hasta en el acto de comunicación más simple se pretende causar determinado efecto en el interlocutor. Si hago un aseveración espero ser creído, si hago una pregunta espero una respuesta, si cuento un chiste espero al menos una sonrisa aunque esté llena de condescendencia.

– Es transformada: lo mismo que sirven para conservar la realidad social, los procesos de comunicación la ponen constantemente en cuestión forzándola a la renovación y a la transformación de acuerdo con las alternativas emergentes». Evidentemente, si aceptamos que es producida hay que pensar que puede ser transformada; sin embargo, no está de más señalarlo explícitamente, sobre todo en la época actual.

1.3 La construcción de la Teoría de la comunicación

Una vez presentada, en el apartado anterior, la dimensión plural de la comunicación y las propuestas de su delimitación o definición, es preciso realizar una revisión de los diferentes modelos de aproximación a la realidad comunicativa como objeto científico. Es decir, ofrecer un panorama, diacrónico y sincrónico, de la construcción de la Ciencia de la Comunicación que, en realidad, se presenta como un complejo mosaico formado por múltiples teorías, opuestas o simplemente complementarias, que afrontan los fenómenos o hechos comunicativos desde perspectivas y supuestos fundamentados y enraizados normalmente en los contextos sociales y científicos en los que surgen y se desarrollan.

1.3.1 Propuesta de reconstrucción epistemológica

Las reconstrucciones de la evolución de la ciencia y de las teorías de la comunicación suelen ser realizadas por la mayoría de los historiadores de acuerdo con una perspectiva cronológica, historicista y fundamentalmente descriptiva. Por nuestra parte, creemos necesario ensayar dicha reconstrucción de acuerdo con los criterios epistemológicos asumiendo los principios o supuestos que los filósofos, historiadores y sociólogos de la ciencia formulan para explicar el, por ellos denominado, cambio científico o, de forma más genérica, historia de la ciencia. Esto constituye un paso indispensable para la investigación en el campo de la historia de la comunicación ya que en él pueden verse reflejadas coincidencias y discrepancias en torno a 1) las unidades consideradas fundamentales para estudiar el cambio o progreso científico; 2) la evaluación de las teorías o modelos explicativos dentro de un momento determinado del desarrollo de una ciencia; 3) la racionalidad del cambio.

Existen, aunque no abundan, intentos de reconstruir la historia de los estudios, investigación y explicación de la comunicación con criterios similares a los que han planteado o establecido los epistemólogos o filósofos de la ciencia. No obstante, es difícil encontrar un desarrollo completo de acuerdo con los supuestos y, como es lógico, no es posible que esa operación pueda realizarse en el espacio y contexto de este trabajo. A pesar de todo, aunque sea de forma sucinta, consideramos importante señalar algunas líneas o pautas que podría seguir la reconstrucción del cambio científico en el campo del saber de la comunicación con criterios eminentemente epistemológicos en el que concurren factores y elementos externalistas e internalistas.

La reconstrucción de la historia de las teorías y de la ciencia de la comunicación, a nuestro entender, debe centrarse en el proceso de complementación y superación de los paradigmas que la comunidad científica acepta como más coherentes y eficaces para responder a las exigencias explicativas de la realidad comunicativa en función de los contextos en que se desarrollan los sistemas comunicativos y los propios paradigmas que pretenden representarlos, analizarlos e interpretarlos. Con este supuesto, debería concederse relevancia histórica básicamente a aquellos paradigmas realmente significativos tales como el Funcionalismo, la Teoría de la información, la Teoría crítica, el Estructuralismo, la Semiótica, el Interaccionismo simbólico, los Estudios culturales, la Teoría sistémica, etc. y, por el contrario, perderían relevancia aquellas propuestas que, por razones diversas, han de ser consideradas fragmentarias o parciales, normalmente dependientes o en conexión con los paradigmas dominantes.

La revisión epistemológica del proceso de formación y consolidación del estudio científico de la comunicación que, de forma sucinta, presentaremos a continuación incluye una triple operación: el planteamiento y desarrollo de una secuenciación de las etapas de la evolución de esa ciencia, la presentación de los paradigmas comunicativos que los especialistas consideran más importantes y, en último lugar, el establecimiento de algunas conclusiones en torno a las exigencias que debe cumplir la demarcación de la Teoría o Ciencia de la Comunicación.

Acorde con lo dicho anteriormente, la periodización del proceso de construcción de la Ciencia de la Comunicación debe superar la perspectiva cronológica, descriptiva y positivista, dominante en la elaboración de la historia de las teorías de la comunicación y asumir los supuestos históricos e histórico-científicos que la Filosofía de la Ciencia exige para construir la evolución y el cambio científico (Estany, 1990).

A nuestro entender, la historia de las teorías de la comunicación deberá contemplar, en primer lugar, una etapa precientífica en la que la comunicación es afrontada desde diferentes ámbitos que, sin aportar resultados sistemáticos desde el concepto moderno de ciencia, ofrecen el soporte y las pautas para el tratamiento científico posterior de la comunicación. En segundo lugar, la etapa propiamente científica dentro de la cual es preciso distinguir tres momentos o períodos fundamentales: el inicio, la consolidación y la normalización. El primero corresponde a los primeros intentos de conceder estatuto científico a los estudios de la comunicación; el segundo se caracteriza por el establecimiento del estatuto y por la creación de tendencias de investigación que tendrán continuación hasta nuestros días; el tercero, en fin, supone la total aceptación de estos estudios en la comunidad científica y académica además de la pluralidad paradigmática como perspectivas de aproximación a los fenómenos de la comunicación.

La etapa precientífica se refiere al tratamiento que, desde diferentes ámbitos del saber y disciplinas vigentes o dominantes en épocas anteriores al siglo XX, se ha dado a la comunicación como elemento o factor determinante de la propia naturaleza humana y, sobre todo, conformación de la convivencia y sociabilidad de las personas. Al reivindicar la relevancia de ese momento precientífico nos colocamos, sin duda, del lado de planteamientos que aparecen en algunos teóricos de la comunicación, provengan del campo de conocimiento que provengan, en consonancia con el planteamiento gnoseológico (Bueno, 1992-1994, 1995) de la ciencia como cierre categorial donde esas aportaciones no tienen un significado meramente anecdótico al que hay que aludir como expresión de lo que no es propiamente científico desde un criterio de demarcación de la ciencia excesivamente restringido, si no prejuiciado.

 

Las aportaciones más relevantes de esta etapa precientífica con respecto a la comunicación y a sus manifestaciones plurales (Serrano, 2001) tienen que ver especialmente con las reflexiones que algunos filósofos, de forma individual o como miembros de determinados movimientos filosóficos, han llevado a cabo fundamentalmente en torno al lenguaje como elemento de interacción humana y en torno a la comunicación como basamento de la sociabilidad; lo mismo ocurre con aquellos autores que, centrados en la delimitación de la acción política, recurren a la comunicación como fundamento de la construcción de los sistemas sociales y políticos y, de forma especial, de la conformación de lo que posteriormente se denominará opinión pública.

Mención especial, sin duda, merecen las aportaciones de fundadores y creadores de la gramática, la poética, la oratoria y la retórica por cuanto que, en cierto modo, son los precursores de la pragmática, factor y componente comunicativo de la ciencia comunicación y la teoría del texto y del discurso y, según otros, de la propia publicidad, al menos de lo que en ella hay de organización del discurso y, especialmente, de estructura argumentativa encaminada a la persuasión de los receptores. No es menos cierto, en fin, la trascendencia que diversos historiadores de las teorías de la comunicación han querido conceder tanto a los avances tecnológicos anteriores al XX como a la interpretación que de los mismos se hizo en su momento a la hora de construir posteriormente una ciencia de la comunicación e información.

Para la etapa científica algunos autores establecen una fragmentación muy puntual y de carácter eminentemente cronológica que difícilmente puede sostenerse desde los supuestos que los filósofos y sociólogos e historiadores de la ciencia establecen para explicar el cambio o progreso científico; entre otras razones, porque suponen cortes o rupturas drásticas que quizás no respondan a la lenta y compleja dinámica de la evolución de los paradigmas y teorías científicas y, en este caso, de las teorías de la comunicación.

Por esa razón, y sin minusvalorar los recorridos cronológicos detallados que suelen hacerse en las historias de las teorías de la comunicación, nos parece más coherente y adecuado proponer una periodización de tiempo largo que concuerde más con la propia evolución de esas teorías que, por otra parte, mantienen entre sí una especie de circularidad debido a las relaciones de complementariedad que poseen a lo largo de la historia. Esa periodización incluye un período inicial que se extiende desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del siglo XX; un período de consolidación que transcurre entre la segunda década y 1960 y, por último, la etapa de normalización que se inicia en torno a 1960 y se mantiene en la actualidad.

Al primer período, el de los inicios de la Ciencia de la Comunicación, se le atribuye una gran trascendencia epistemológica debido a que supone la aparición de los primeros intentos de sistematización de los estudios de la comunicación de forma global o parcial desde las diferentes perspectivas. Según Mattelart (1997: 13), los inicios de la etapa científica deben atribuirse a las aportaciones realizadas por autores o tendencias pertenecientes básicamente al continente europeo a finales del siglo XIX que es considerado:

El siglo de la invención de sistemas técnicos de base de la comunicación y del principio del libre cambio, ha visto nacer nociones fundadoras de una visión de la comunicación como factor de integración de las sociedades humanas. La noción de comunicación, centrada primero en la cuestión de las redes físicas y proyectada en el corazón mismo de la ideología del progreso, ha abarcado al final del siglo la gestión de multitudes humanas. El pensamiento de la sociedad como organismo, como conjunto de órganos que cumplen funciones determinadas, inspira las primeras concepciones de una «ciencia de la comunicación».

Álvarez (1991: 105-106) defiende, aludiendo a los cambios acaecidos en la práctica comunicativa, que en el transcurso del siglo XIX se conforma la transición del viejo al nuevo orden informativo, ya que:

En esos momentos se sitúan cronológicamente la segunda y tercera fase de la gran revolución liberal contra el Antiguo Régimen, es decir, el asalto al poder político del absolutismo y su sustitución por regímenes liberales constitucionales, y la llegada de la industrialización como forma de producción alternativa de la manual y gremial. Pero, además, los cambios afectan a los más distintos aspectos de la vida. [...]

Del Antiguo Régimen venían establecidas las variables fundamentales sobre las que la información se mueve, a saber, el papel del estado (legislación y censura), la estructura de la información (tipos de medios, organización, etc.), la infraestructura tanto económica como tecnológica o de comunicaciones y la forma (presentación o imagen, lenguaje, etc.). Sobre esas variables, las revoluciones atlánticas provocaron una ruptura con el pasado haciendo desaparecer el monopolio y prepotencia estatal que definía los sistemas informativos absolutistas, dando pie a un inestimable equilibrio entre ellos generando dos grandes bloques de medios, que dominarán desde el principio los nuevos sistemas. Un bloque caracterizado por la utilización de los medios como arma política, lo que tradicionalmente se ha conocido como periodismo liberal, cumpliendo decisivas funciones en la consolidación de los sistemas políticos liberales y en el desarrollo de las sociedades democráticas contemporáneas. Otro bloque paralelo y no antitético caracterizado porque sus objetivos más inmediatos eran los beneficios económicos y el negocio. Aquí la definimos como prensa «de negocio» para diferenciarla de la anterior o «prensa política». La diferencia entre ambos bloques es mucho más que teórica. Mientras la primera será dominante en la primera mitad de siglo, manteniéndose estabilizada después en los regímenes democráticos, la «de negocio» evolucionará hacia la gran prensa de masas propia del siglo XX. No son, naturalmente, medios antitéticos. Un medio «de negocio» consolidado influye políticamente y viceversa.

Los estudiosos de la historia de las teorías de la comunicación afirman, casi unánimemente, que entre los años 1917 y 1960 se constituye un área académica específica pero sin estatuto científico propio y, por lo mismo, asistimos a la consolidación de la Ciencia de la Comunicación. Una primera generación de investigadores: los creadores de la investigación comunicativa, ya que la teoría de la comunicación se define por ser una modalidad de investigación social muy reciente orientada hacia un objeto de estudio muy antiguo. Según Saperas (1998: 95):

En este apasionante período se estudian los nuevos medios de comunicación desde las aportaciones específicas de cada ciencia social sin voluntad de crear un corpus teórico unificado y cada ciencia social se aproxima a la comunicación de masas para resolver problemas concretos o para llevar a cabo una crítica global del sistema comunicativo y de la industria de la cultura. Esos estudios, por otra parte, pueden considerarse, en cierto modo, las primeras construcciones teóricas y metodológicas que darán lugar posteriormente a las principales líneas de desarrollo de la investigación comunicativa.