Conocimiento y lenguaje

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4. Lenguaje y cultura

Ricard Morant Marco

Universitat de València

4.1 Introducción

En el siguiente capítulo nos proponemos reflexionar sobre la interacción existente entre el modo de expresión y el entorno cultural de un grupo humano. Para demostrar cómo el lenguaje se adapta a las necesidades comunicativas de sus hablantes abordaremos en el primer apartado la definición de los conceptos clave. A continuación, presentaremos los principales aspectos culturales que tienen una incidencia lingüística; en el tercer subapartado examinaremos los ámbitos del lenguaje marcados culturalmente. Acabaremos el tema con el análisis lingüístico de dos subculturas: la de los reclutas y la de los estudiantes.

Antes de entrar en materia creemos necesario advertir que no vamos a realizar un estado de la cuestión sobre la etnolingüística, la antropología lingüística o la lingüística antropológica. Para ello basta con revisar los trabajos de M. Casado (1988), J. A. Argente (1996), A. Duranti (1997) y J. A. Díaz Rojo (2004). Tampoco vamos a razonar sobre lenguas y culturas exóticas. No recurriremos, por tanto, a comunidades lejanas cuyo idioma desconocemos, a pesar de que nos pueden proporcionar ejemplos tan llamativos como éste de M. Gardner (1988: 13-14):

Los zulúes, por ejemplo, viven inmersos en un mundo de formas redondeadas. Las cabañas son redondas, y también lo son las puertas. Al arar, sus surcos trazan líneas curvas. Raramente tienen ocasión de ver líneas o ángulos rectos, y su idioma no contiene ningún vocablo que signifique «cuadrado».

Finalmente, al plantear las explicaciones de los casos presentados intentaremos ser cautelosos y prudentes. Así, para justificar la distinta manera de decir la hora en castellano («Son las tres y media») y en catalán («Són dos quarts de quatre») aceptaremos la interpretación de J. Tuson: se trata de convenciones puras y simples, y no de una diferente manera de concebir el paso del tiempo (unos mirando hacia el pasado y los otros con proyección hacia el futuro). En este último sentido huiremos de opiniones como la de L. Graves, para quien la fórmula temporal catalana constituye una prueba evidente de que sus usuarios «sempre estan pensant per endavant i es recorden del pas inexorable del temps i de la brevetat de la vida».

Estudiar la relación lenguaje-cultura implica enfrentarse de inmediato a una difícil cuestión, la polivalencia del término cultura. A pesar de los múltiples significados que se le atribuyen a este término, nosotros partiremos de una definición sencilla, la de E. Sapir. Para este lingüista, la cultura es lo que una sociedad hace y piensa. En otras palabras, la cultura hace referencia al patrimonio distintivo que identifica a una comunidad, y que está constituido por los modelos de conducta propios, por la formas de actuación aprendidas y compartidas por el grupo desde que se nace hasta que se muere. Tomemos un ejemplo práctico, el rezar y el ayunar. Estas dos acciones no se cumplen de idéntica manera en la cultura musulmana y en la cristiana. Para dirigirse a Alá sus seguidores se descalzan, se lavan y se postran en dirección a la Meca, cosa que no hacen los cristianos. Sin embargo, éstos, a diferencia de aquéllos, cuando ayunan por motivos religiosos (miércoles de ceniza, viernes santo) lo hacen durante todo el día, incluso después de que haya caído el sol, mientras que los musulmanes durante el Ramadán (mes del ayuno) no pueden comer, beber ni fumar desde el alba hasta «que el negro se confunda con el blanco», o sea, hasta el ocaso.

El otro aspecto definitorio de una comunidad cultural es su forma de pensar, en la que se incluyen desde las creencias hasta las supersticiones. En nuestra sociedad, por ejemplo, todavía existen muchas manías relacionadas con el embarazo. Así, se cree que si una embarazada «tiene un antojo» (un deseo vivo y pasajero de una cosa) y no lo cumple, se produce en el feto una mancha con la forma del objeto apetecido que no se satisfizo. Por otro lado, abundan las creencias populares referidas al matrimonio como la de llevar huevos al convento de Santa Clara para evitar así un chaparrón que desluzca la boda prevista.

Aparte de lo que se hace y de lo que se piensa, también forma parte de la cultura lo que se dice. Los cuentos, los refranes, las formas de hablar, los chistes, etc., reflejan el mundo que nos rodea y fotografían nuestros deseos y nuestros miedos. Últimamente, han adquirido un gran protagonismo las leyendas urbanas, unas historias verosímiles e inverificables que transcurren en un tiempo cercano y en lugares concretos y que al narrador le ha contado «el amigo de un amigo». Entre ellas tenemos desde la del joven al que le roban un riñón, hasta la de la chica que hace el amor con un joven recién conocido en la discoteca, y al día siguiente desaparece dejándole escrito en el espejo: «Bienvenido al club del sida».

Definida la cultura y sus tres componentes fundamentales pasamos a comentar nuestro principal instrumento de trabajo, el lenguaje. Éste nos servirá porque constituye una fuente de conocimiento de la realidad cultural de un pueblo. Primero, porque es un baúl donde se guarda toda la experiencia histórica de un grupo humano. Basta acudir a la etimología de las palabras y de las frases hechas para demostrar esta idea. El libro de C. Aranda (2002:72) lo deja muy claro al explicar el origen de la expresión Me lo ha contado un pajarito:

Decimos esto cuando conocemos una cosa, pero no queremos decir quién nos ha informado. Los pájaros son, desde tiempos inmemoriales, portadores de noticias. Una paloma avisó a Noé de que el diluvio universal había terminado. Los antiguos también creían adivinar el futuro por el vuelo de los pájaros. Las palomas se han utilizado muchas veces para enviar mensajes y se dice que a los niños los traen las cigüeñas. En fin, tradicionalmente son los pájaros los que traen las noticias, buenas y malas, a los hombres.

Aparte de un baúl, el lenguaje es una ventana abierta a la cultura actual, una herramienta trascendental para su estudio. A través de él se puede ojear la personalidad de un pueblo. Por ejemplo, si paseamos por la ciudad y observamos detalladamente los rótulos de los negocios se infiere la pluralidad étnica en la que vivimos hoy. Las palabras de E. García Escalona (2002: 184) son muy reveladoras:

Se ha incorporado al espacio madrileño la palabra ‘tetería’ (es otra cosa que el salón de té), el colmado, los locutorios (hasta de video-conferencias), las agencias de traspaso de divisas, billetes específicos, peluquerías especiales para cabellos rizados y carnicerías musulmanas.

En el mismo recorrido, si nos fijamos en el lenguaje urbano además de la multiculturalidad reinante, advertiremos que nos encontramos inmersos en una cultura de la integración, que lucha por el respeto hacia las personas que sufren alguna discapacidad. Con esta finalidad se han colocado semáforos sonoros (con indicador acústico del tiempo de paso para viandantes) y suelos guía (constituidos por baldosas punteadas que comunican de forma táctil el camino adecuado para atravesar el paso de peatones a las personas ciegas).

Aclarado el concepto de cultura del que partiremos y justificado el uso que vamos a hacer del lenguaje a lo largo del tema, conviene puntualizar varias cosas antes de abordar la relación entre la forma de ser de un colectivo y su modo de expresión. En primer lugar, que el lenguaje y la cultura no son entidades idénticas, pues aquél es una parte integrante de ésta; tal vez, la llave que nos permite el acceso al resto de la cultura. Entre ambas realidades además no existe una relación biunívoca. O sea, pueblos con lenguas diferentes pueden tener una misma cultura (el islam es la cultura de árabes, turcos, indoiranios) y la misma lengua puede ser hablada por culturas diferentes (el inglés es la lengua oficial de británicos y estadounidenses). Al emplear en este caso los vocablos cultura y lengua asumimos la siguiente consideración de J. A. Díaz (2004) :

Estos términos son vagos e imprecisos, porque, cuando hablamos de la cultura de un pueblo, ¿dónde fijamos los límites geográficos o sociales de dicho pueblo? Cuando nos referimos a la cultura española en concreto, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Existe, como una unidad delimitable, la cultura española, la cultura hispanoamericana o la cultura hispana? En el caso de la comunidad lingüística del español1, no existe una homogeneidad cultural entre todos sus hablantes como para que puedan ser tomados como una unidad cultural. Por tanto, debe prescindirse de considerar que existen unos valores y creencias propios de una supuesta cultura compartida por todos los hablantes del español. Con esto no negamos que quizás exista algún rasgo común a toda nuestra comunidad lingüística que pueda estar presente en algunas categorías lingüísticas; más bien rechazamos la idea de que, globalmente considerada, la lengua española de hoy sea el reflejo o la cristalización de una cultura específica (¿hispana, española?), tomada también en su totalidad.

Por consiguiente, no siempre –y este es el caso del español–, existe una superposición perfecta entre comunidad cultural y comunidad lingüística.

Tampoco ambas se mantienen estables con el paso del tiempo. Por eso, A. Giovannini y sus colaboradores (1996:35-36) no dudan en afirmar:

La cultura es como un ser humano, algo que evoluciona día a día. Actualmente vivimos en un mundo de cambios constantes: valores, ideas, tecnología, forma de vivir, de pensar, de sentir, etc. Esto implica que la cultura y la lengua también evolucionan. Hemos de tener en cuenta el momento histórico presente, pero siempre relacionado con el pasado. Así, por ejemplo, no se podría entender que todos los españoles que ahora tienen entre veinte y cincuenta años tengan santo, si no conocemos la historia reciente de España.

 

El paso de una sociedad tradicional y conservadora a otra laica y global está alterando la onomástica y otros aspectos lingüísticos. Sin embargo, hemos de insistir en que no todo cambio cultural comporta necesariamente una transformación lingüística. Aún decimos que el sol sale o que el sol se pone, como si este astro fuera el que da vueltas alrededor de la tierra y no al contrario. En opinión de A. de Miguel (1994: 138) parece que «nada ha cambiado en este lenguaje después de Copérnico o Einstein».

En síntesis, la cultura y el lenguaje no mantienen una correlación, pero sí un vínculo estrecho como se demostrará en los próximos apartados.

4.2 Lenguaje y entorno

El lenguaje de cualquier grupo humano se adapta normalmente a los cuatro pilares de cualquier cultura, a saber, al entorno natural, al social, al material y al ideológico.

4.2.1 Lenguaje y entorno natural

El espacio físico que rodea a una determinada comunidad influye en su modo de expresión. Al indagar en este aspecto descubriremos los elementos del paisaje que juegan o han jugado un papel fundamental en ese pueblo. Si analizamos el benasqués, la modalidad lingüística autóctona de los habitantes del Valle de Benasque, advertimos cómo estos dominan con precisión su paisaje, diferencian cada rincón de la montaña, poseen un vocabulario detalladísimo para describir hasta el último recoveco del espacio que les rodea. Este rasgo es señalado por A. Ballarín (1974: 77):

Así, el benasqués tiene palabras para designar todos los ríos, riachuelos, barrancos, torrentes, arroyos, regatos, pozos, aguazales, ibones, balsas, cascadas, chorreras, fuentes, manatiales, hontanares, acequias, cauces, puentes, etc. Igualmente las tiene para nombrar las vertientes, montañas, crestas, peñas y gargantas, picos, puertos, collados, oteros, espolones, etc., sin olvidar las partidas de terreno, los caminos y senderos, los pueblos, aldeas, ermitas y humilladeros.

Esta cantidad de nombres para designar su medio natural demuestra la gran importancia que el espacio posee para los hablantes. En opinión de J. A. Saura (1998: 32), esta extensa matización de los lugares, las piedras, los bosques, las praderas, en suma de los accidentes geográficos confirma que eran puntos de referencia esenciales «para unas gentes que vivían de ese espacio natural, que nacían y morían en él, entrelazadas, fundidas con el medio físico».

Otros ejemplos ilustrativos de la incidencia del paisaje en el lenguaje los obtenemos al establecer una comparación entre los montañeses y la gente de mar. Si cotejamos la forma de expresarse de los habitantes de ambas zonas observaremos importantes diferencias. Así, el concepto de montaña no es el mismo para ambas poblaciones. Para la gente del llano, la montaña es el territorio comprendido desde el pie hasta la cima de una elevación; para la gente que vive en el corazón de una serranía, en cambio, la montaña solamente comienza por encima de los prados, ellos van a la montaña cuando salen del terreno cultivado de la elevación. El significado del término pronto varía también de un territorio a otro. En las zonas de alta montaña las 10 de la mañana constituye una hora temprana, por eso los niños comienzan en ese momento el horario escolar. Podemos pensar en el frío que hace antes de esa hora en aquellos pueblos en los que la nieve efectúa regularmente su aparición a principios de diciembre. En otras zonas no montañosas, sin embargo, la primera clase de los escolares comienza a las 8 o a las 9 de la mañana, porque la temperatura ambiente es superior.

Las diferencias determinadas por el entorno físico no se reflejan solamente en el significado, sino que también se advierten en la forma. Pensemos, por ejemplo, en la manera de cuantificar socialmente la riqueza de una persona. Al recorrer distintas comarcas comprobamos que en los pueblos vitivinícolas, como Re-quena o Utiel (Valencia), se pregunta(ba): «¿Cuántas cepas tienes?». En las zonas de grano como Izagre (León), la pregunta era distinta: «¿Cuántas cargas tiene?».

En Bulnes (Asturias), por otra parte, donde hasta hace unos años (antes de la construcción del funicular) se veían obligados a transportar casi todo lo necesario para vivir sobre sus espaldas o a lomos de borricos, la riqueza se medía, principalmente, por el número de jumentos que cada cual poseía. En muchos otros pueblos españoles el poderío de una familia se conocía por el número de cerdos que se sacrificaban durante la tradicional matanza. Recordemos que hasta hace bien poco, el puerco era en el mundo rural sinónimo de abundancia y prosperidad: poseer uno o varios era como tener hoy un fondo de inversión o una cuenta de ahorro. No es de extrañar, pues, que las primeras huchas cobrasen la forma de un cerdito, como símbolo de ahorro. Si en nuestro país el cochino, el borrico y la vaca eran animales de gran valor, en la economía del nómada del desierto del Sáhara mauritano, la riqueza gira en torno a la camella, por su leche. F. Pinto (1997) sostiene que antaño con unos 25 camellos se tenía una posición media, con 50 se era rico, y con unos 100, muy rico.

La incidencia del medio ambiente en el lenguaje se advierte también en las amenazas de los padres a los estudiantes vagos, cuando éstos estudian poco. En tal caso, los progenitores de zonas de predominio agrario les recuerdan a sus hijos: «¡Te sacaré de la escuela y te irás al campo!». A aquellos de las comarcas de secano les dicen: «¡Si no sacas el curso, ya sabes, a plantar ribazos al monte!». Y a los de zonas turísticas, con gran desarrollo en el ámbito de la construcción, la temida frase es: «¡Si no apruebas, te irás a la obra!».

Otra área del lenguaje en la que incide el paisaje es la de los genitales. En las zonas de mar al órgano de la mujer se le llama almeja; en el territorio donde se hace horchata, se le denomina chufa, y en las comarcas de hongos, recibe el nombre de seta. Y es que las personas acuden a los elementos de su entorno para designar las cosas y para dar cuenta de sus experiencias. El escritor V. Blasco Ibáñez (1981: 70-71) en su novela Cañas y barro lo expone con sencillez al describir a uno de sus personajes:

Todas sus comparaciones se las facilitaban los pájaros de la Albufera. ¡Las hembras...! ¡Mala peste! Eran los seres más ingratos y olvidadizos de la creación. No había más que ver a los pobres ‘collsverts’ (patos) del lago. Vuelan siempre en compañía de la hembra, y no saben ir sin ella a buscar la comida. Dispara el cazador. Si cae muerta la hembra, el pobre macho, en vez de escapar, vuela y vuela en torno del sitio donde pereció su compañera, hasta que el tirador acaba también con él. Pero si cae el pobre macho, la hembra sigue volando tan fresca, sin volver la cabeza, como si nada hubiese pasado, y al notar la falta de acompañante se busca otro.

La importancia de distintos animales en las diferentes culturas no sólo influye en el lenguaje coloquial, sino también en las traducciones de libros como la Biblia. Zuluaga (2001: 68) lo deja muy claro al afirmar:

Así, por ejemplo, ‘pingüino’ puede ser equivalente de agnus (= «cordero»): en la traducción de la Biblia para un pueblo en cuyo entorno no existen los corderos (el ejemplo es de Nida, 1964), ‘agnus Dei qui tollis peccata mundi’ se tradujo por ‘pingüino de Dios que quitas los pecados del mundo’; se optó, pues, por el nombre de ‘pingüino’ para ‘agnus’. Estos dos lexemas no se corresponden ni desde el punto de vista de sus significados básicos ni de sus denotaciones, pero son buenos equivalentes desde el punto de vista clasemático (animal) y desde el de la valoración social (mansedumbre) en las respectivas lenguas y culturas; en otras palabras, la pertenencia a la clase animal y la connotación de mansedumbre constituyen, en este caso, las invariantes.

De las distintas asociaciones de los animales en las diferentes culturas también saben mucho las multinacionales. Así, McDonald’s, que según datos de V. Verdú (2003: 17) sirve diariamente a 45 millones de clientes en 30.000 establecimientos de 120 países,

[...] sirve siempre el Big Mac, pero a su lado emplaza la ensalada miçoise en Francia, el feta en Grecia, el pollo frito en Singapur, el pollo al curry en Gran Bretaña y la comida kosher en Israel. O transcorporeiza su unidad de culto en el McLaks de Noruega a base de salmón en vez de carne o en el Maharaja Mac de la India con cordero y no buey para respetar a los hindúes.

4.2.2 Lenguaje y entorno material

Nuestra manera de expresarnos se ve afectada por el paisaje pero también por los objetos que utilizamos. Las cosas que nos rodean tienen un papel importante en el desarrollo de nuestro lenguaje. Para demostrar esta idea nos referiremos a tres aparatos básicos actualmente: el coche, el ordenador y el móvil. El primero llegó gracias a la sustitución de los animales por los vehículos a motor. Con este proceso de mecanización se ha alterado el lenguaje. De hecho, la aparición del automóvil ha supuesto la jubilación del lenguaje dirigido a las caballerías. Hasta hace poco todos conocían el significado de los gritos ¡So! (orden para detener el animal) o ¡Arre! (interjección para iniciar el paso o acelerar). En la actualidad estas señales auditivas ya no se oyen, ahora predomina el rumor y el escándalo provocado por los tubos de escape, claxons y sirenas.

Con la motorización llegó asimismo el cambio de significado de la palabra coche. Este medio de transporte tirado por caballos se convirtió poco a poco en un vehículo impulsado a motor. Ya quedan pocos cocheros y pocos carros. Estos han ido desapareciendo de las carreteras y del lenguaje. Antes se empleaban a menudo las expresiones tirar del carro, aguantar carros y carretas o la frase ¡Eh, tú, para el carro! Hoy se van jubilando lentamente estos modismos y se están incorporando otros como frenar o aparcar un proyecto, dar luz verde a una iniciativa, dejar en punto muerto una ley o acelerar un recurso.

Con la llegada de la automoción creció la familia de las palabras compuestas por auto-: autobús, automóvil, autocar, automotor, autovía, autoescuela, autolavado, autocine, autopista, autostop, etc. También se han incorporado nuevas siglas : ITV (Inspección Técnica de Vehículos), ORA (Ordenanza de Regulación de Aparcamiento), GTI (Gran Turismo Inyección) y vocablos como gorrilla (guardacoches ilegal), servofreno (freno cuya acción está amplificada por un dispositivo eléctrico o mecánico), airbag (peto de seguridad o neumático), jeep, etcétera.

Otros dos objetos actuales con una honda repercusión en nuestro lenguaje han sido el ordenador y el móvil. Estos nuevos avances han ampliado nuestras posibilidades de comunicación y han comportado hasta la transformación de los hábitos comunicativos tradicionales. A estos cambios, sobre todo al hablar a través de la pantalla, se refiere Tony Cortés Díaz en El Magazine (17-2-2002: 8):

Tengo 27 años, trabajo frente a un ordenador y en casa tengo otro PC, una consola última generación, televisión por cable. Las nueve horas diarias de trabajo me las paga la compañía por lo que trabajo, pero las restantes antes de descansar se pasan entre internet, la consola y la televisión. Mi vida circula por un cable de fibra óptica que me conecta al mundo. Mi círculo de amistades es cada vez más grande gracias a la red, pero a mis amigos de toda la vida los veo en contadas ocasiones. Sólo me sé comunicar por e-mail, incluso llamar por teléfono se me hace pesado.

Estos nuevos medios están generando además lenguajes específicos en los que prevalece la rapidez de la escritura frente a la corrección ortográfica. Pensemos en cómo los portátiles han originado un nuevo sistema de interacción, el denominado mensajeo. Las normas de uso de estos mensajes cortos, los nuevos telegramas basados en la omisión de los elementos redundantes por razones económicas, se recogen en el libro Qrs hablar:

La ch pasa a x: Noche = NXE

La ll se transforma en y: Llama = YM

Las cifras y los signos valen por lo que significan o suenan: Más = +

No se usan los acentos y los signos de interrogación sólo se colocan al final: ¿Dónde? = DND?

Hay un grupo de abreviaturas fijas: Mañana = MÑN; besos = BSOS; un minuto = 1MNT.

A estas reglas hay que añadir una serie de símbolos, los emoticonos, que están hechos de signos de puntuación y que pretenden expresar de forma taquigráfica el estado de ánimo del emisor. Con estos símbolos de puntuación-emoción se ha generado una gestualidad y una paralingüística digital, que es captada a partir de la vista. Pocos ignoran el significado de alucinas (@-@), el de o el de

 

Por otra parte, con la expansión de otro objeto, el ordenador, vino la revolución informática que dio origen al ciberlenguaje. Esta modalidad lingüística se distingue por el uso de la @, (en las direcciones de correo electrónico une el nombre del usuario y el de su servidor), por la formación de términos encabezados por ciber- (cibersexo, cibercafé, cibernauta, ciberrelaciones, etc.) o por la utilización de palabras de la vida real que cambian de nombre o de significado al entrar en la vida virtual. En este sentido, A. Grijelmo (1999: 167) apunta que lo que en la vida real llamamos orden, en el terreno virtual se convierte en comando, o lo que en cualquier otra actividad humana se llama simplemente copiar se transforma en bajar. También las voces navegar, pirata, ratón, menú, etc., alteran su significado al pasar de la lengua general a la red de redes. Tan enorme ha sido el influjo de Internet que ha dejado su marca hasta en el lenguaje coloquial, que se vale de las expresiones ser una IBM (inmensa bola mantecosa), cambiar de chip, se te ha fundido el disco duro, eres más inútil que un teclado sin enter, me he quedado bloqueado, estás en off, vas a 42 bytes por segundo (muy lento) o eres un tonto.com.

4.2.3 Lenguaje y entorno social

El modelo de articulación social y parentesco, que va cambiando con el paso del tiempo, también deja su huella en el lenguaje. Para demostrarlo analizaremos la evolución de dos instituciones milenarias: el matrimonio y la descendencia. En la sociedad tradicional, la que imperaba en nuestro país hasta hace poco, la unión matrimonial, tenía una enorme importancia sobre todo para el colectivo femenino. De hecho se decía que «la carrera de la mujer era casarse y tener hijos». Por eso, antaño cuando las niñas tomaban la primera comunión, las mujeres se dirigían a las madres de las criaturas con la expresión «ahora ya lo que le hace falta es que la vea usted casada». El gran deseo de las progenitoras lo expone J. A. Pérez Rioja (1990: 21) en el siguiente texto: «La gran ilusión de las madres era dejar “recogidos” a los hijos, es decir, casados; y si se trataba de las hijas, ese anhelo se trocaba en verdadera obsesión».

Para cumplir esa pretensión, las madres o las hijas, si hacía falta, hasta acudían a los santos y santas casamenteros (se recurría a menudo a S. Antón o a la Virgen de Guayente). Todo menos oír que a su hija la llamaran solterona o que le recordaran: «Te has quedado para vestir santos».

Tan mal le solía sentar esta palabra o expresión a la aludida o a su madre que ante esa acusación solían contestarle a la casada con un: «Vale más vestir santos que desvestir borrachos».

Han transcurrido los años y estamos asistiendo a una mayor aceptación social de la vida en solitario, por eso ha aumentado el número de personas solteras, de las llamadas impares. Junto a este hecho somos testigos de la pérdida de importancia del matrimonio como institución. La gente se casa menos y más tarde, no en vano en las invitaciones a la boda y en los carteles humorísticos que pegan los amigos para anunciar el inminente enlace predominan fórmulas del estilo de «¡Al fin se casan/ nos casamos!». A los jóvenes cada vez les cuesta más dar el paso para formar un nuevo hogar porque su periodo de formación se prolonga más, porque cuesta encontrar un puesto de trabajo digno y porque acceder a una vivienda les resulta muy difícil. Ante tantas dificultades muchos optan por el apalanque, por la prolongación durante el mayor tiempo posible en el nido familiar.

Han aflorado además nuevas maneras de vivir y de establecer relaciones con el prójimo. Y en estos momentos, tal vez las palabras clave sean unión de hecho y cohabitación. Esta última, en opinión J. González Anleo (1999: 161-162):

[...] tiene un sentido múltiple, es concepto polisémico: ensayo juvenil o matrimonio de prueba, tolerado ya en muchos países, decisión final de divorciados o separados que no quieren repetir un matrimonio tras el fracaso del primero, una relación de transición previa a ulteriores nupcias de quienes quieren evitar nuevos fracasos matrimoniales tras una separación siempre traumática [...].

Por tanto, hoy además de los matrimonios religiosos, tenemos los civiles, y junto a éstos existen otras fórmulas convivenciales como los sin papeles (se juntan), las parejas de hecho o las parejas mecano (parejas reconstituidas con otro nuevo cónyuge y puesta en común de los respectivos hijos). Además de la aparición de esta nueva terminología, ante la nueva realidad social, como reconoce I. Morant (2000: 3-10), se han tenido que inventar nuevos modos para nombrar situaciones antes inconfesables. Y así:

Las instituciones políticas, por ejemplo, envían ahora sus invitaciones dirigidas al Sr. o la Sra. X y acompañante, y no y esposa, como ocurrió en otro tiempo.

Últimamente se está luchando por conseguir el matrimonio entre personas del mismo sexo. El día en que se logre, el diccionario habrá de modificar la definición de matrimonio como ‘unión de un hombre y una mujer’. ¿O se creará un nuevo término específico para designar la unión homosexual? Es probable que surja una polémica terminológica, como de hecho ya se vio en un debate sobre la cuestión en un foro del Centro Virtual Cervantes, del Instituto Cervantes, en que algunos contertulios se negaban a aceptar que la unión entre homosexuales se denominara con el mismo término que el matrimonio tradicional, cuyo nombre, para ellos, sólo es digno de la unión heterosexual. Quienes así piensan, creen que la unión entre personas del mismo sexo será lo que sea, cualquier cosa menos matrimonio.

En resumen, junto a la familia nuclear (esposa, esposo, hijos) tenemos la familia extensa (con tres generaciones viviendo juntas), la familia monoparental (sólo con padre o madre más descendencia), la homoparental (dos madres o dos padres más hijo o hijos), etc.

Por lo que respecta a la descendencia se ha pasado de una época en la que se afirmaba «Hijos, los que Dios nos dé» o «los que Dios quiera», a un período en el que predomina el lema «Hijos, cuando se pueda». Antes tenían mala fama los casados sin descendencia porque una de las funciones básicas de la familia era la de la reproducción. J. Eslava (1993: 73) lo ratifica:

Algunos matrimonios recitaban una piadosa jaculatoria para desagraviar al Señor antes de cumplir con el débito conyugal: Señor, no es por vicio ni fornicio, que es por dar hijos a tu servicio.

En algunos municipios valencianos se pregona que «el casar no fóra res, si al cap de l’any no foren tres», equivalente al «no hi ha dos sense tres». Y a la recién casada se le anuncia que va para monja de san Agustín, basándose en el dicho «Monja de Sant Agustí, tres caps en un coixí» (la mujer, el hombre y el bebé que llegará). Y es que un matrimonio sin hijos era como un arroz sin aceite, y a la esposa, fuera o no estéril, si no paría se la acusaba de machorra. Actualmente, sin embargo, la presión social para ser padres y madres ha disminuido en nuestra sociedad, la fecundidad ha caído en picado, el niño es un «bien escaso», más voluntariamente deseado que en otros tiempos. Hoy, ante la llegada masiva de mujeres al mundo laboral, las parejas se lo piensan más, porque, sobre todo para las mujeres, resulta difícil compaginar su vida familiar y laboral. Algunas de ellas, como Consuelo León, sostienen que para conciliar el doble papel de madres y trabajadoras, «sería ideal crear un pacto social entre empresas y Gobierno para cambiar los horarios, y que la Administración distinga con el certificado de empresa familiarmente responsable al que aplique estas políticas».

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