Desafueros

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Desafueros
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DESAFUEROS

Literatura de emergencia

para una época sin tiempo

Norberto Chaves


Segunda edición

corregida y aumentada

ISBN: 978-84-15930-66-2

© Norberto Chaves, 2015

© Alejandro Ros, 2015, diseño de cubierta e interiores

© Punto de Vista Editores, 2015

http://puntodevistaeditores.com

info@puntodevistaeditores.com

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

El autor

Nací en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en 1942. Soy un fiel representante de la generación del 68. Me formé en la UBA (Filosofía y Arquitectura); pero no del todo: a poco de comenzar comprendí que estudiar no era lo mío. Emigré en 1976 huyendo de la dictadura y vivo en Barcelona desde 1977. Integrado social y laboralmente en España, el país me abrió un nuevo horizonte profesional: la asesoría en imagen y comunicación. Técnicamente, soy un subproducto de la transición democrática española. Desarrollo desde entonces una intensa actividad docente y he publicado varios libros relacionados con mi temática profesional (ver www.norbertochaves.com). Paralelamente, persevero en la escritura no técnica: la reflexión cultural, la crítica social, la evasión poética. He publicado un libro de prosa poética (“INSTANTES”, Ed Pigmalión, Madrid), un ensayo sobre la homosexualidad (“La homosexualidad imaginada. Vigencia y ocaso de un tabú”, Ed. Maia, Madrid, que ha visto su segunda edición corregida y ampliada en “El sexo entre hombres” Ed. Punto de vista editores) y un libro de aforismos (“DESAFUEROS. Literatura de emergencia para una época sin tiempo”, Ed. Gustavo Gili, Barcelona). La presente es una segunda versión de éste último, corregida y ampliada: 500 aforismos contra los 300 de la primera edición.

GRATITUD

De este libro tiene la culpa el editor, mi amigo Gustavo Gili, que me sugirió esta recopilación de ocurrencias. Conocedor y degustador del género, me ha hecho el homenaje de incluir mis “desafueros” en HIPÓTESIS, la colección que está bajo su cuidado personal. Si alguna virtud tiene la catástrofe es potenciar las satisfacciones que te da la vida: ésta ha sido una de ellas. Gracias Gustavo.

Algunas de las frases aquí acumuladas provienen de servilletas de papel y cuadernos de apuntes; otras fueron halladas, como agujas en un pajar, dentro de textos extensos. Y otras las inventé ad-hoc. Suelen denominarlos “aforismos”; pero esta palabra no acaba de convencerme. Dado el tono que predomina en ellos, he preferido “desafueros”.

La tarea me ha llevado mucho tiempo, lo que me ha significado una continuada relectura de las frases y, por lo tanto, su corrección permanente. Esta práctica, obsesiva, llegaba unas veces a disolverles el sentido y, otras, a multiplicárselo, desvelando significados latentes, como atrapados entre las sílabas. Ha sido una experiencia para mí inédita, que ha hecho aflorar, para mi propia sorpresa, una parte de mi persona que yo desconocía. Espero que algo similar le procure su lectura al lector.

También ha sido de Gustavo Gili la idea de incluir en el libro un artículo que brinde contexto a este género en que he venido a incurrir. Y esa tarea la ha asumido, entusiastamente, Miguel Marinas, amigo y correligionario en el juego - irresponsable pero no insensato - con las palabras. Como era de esperar, su texto ha venido como anillo al dedo.

Mi gratitud hacia Gustavo Gili, por instigador y realizador del proyecto, la hago extensiva entonces a Miguel Marinas. Y también a otro gran amigo, el diseñador Alejandro Ros, cuya capacidad de volver visibles las ideas me ha deslumbrado desde siempre. Él ha sido el autor de los caligramas que ilustran cada portadilla. La ilustración de la portada, en cambio, me la he inventado yo. Consideré que cierto regodeo en el lugar común, en este caso, venía de perlas.

Finalmente, he de citar a Jorge Lovisolo, amigo de la juventud – que a estas alturas ya se confunde con la infancia –. Él me ha regalado, de sus nutridas alforjas literarias, algunas citas de grandes escritores que nunca he leído y que lo más probable es que no lea jamás.

Norberto Chaves

Índice

El autor

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

AMOR

ARQUITECTURA

ARTE

CIUDAD

CONSCIENCIA

CONSUMO

CULTURA

DEMOCRACIA

DISEÑO

ECONOMÍA

ESTÉTICA

ÉTICA

EUROPA

HISTORIA

INTELIGENCIA

JUSTICIA

LENGUAJE

LIBERTAD

LITERATURA

MASA

MODA

MODERNIZACIÓN

MUERTE

MÚSICA

PODER

PROGRESO

RAZÓN

RELIGIÓN

SEXO

SOCIEDAD

SUJETO

TECNOLOGÍA

TURISMO

VERDAD

VIDA

PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Publicar “Desafueros”1 fue como abrir una brecha en un dique: el bloqueo cedió y abrió paso a un torrente de frases que combinan obviedades con despropósitos. Esta segunda edición incluye íntegra a la primera, con algunos retoques y muchos agregados. Entiendo que es lo que los editores significan con “corregida y aumentada”. El aumento es significativo: unos doscientos aforismos más, que han reclamado una clasificación más detallada: 35 capítulos en lugar de los 25 iniciales.

Ese crecimiento no es fruto de ningún proyecto editorial; es simplemente el producto de una suerte de “vicio hermenéutico” que me acompaña desde que tengo memoria: una ininterrumpida mirada vivisectora que provoca al verbo. Antes y después de los libros, la palabra sigue corriendo al lado de los hechos gritándoles su verdad: una carrera sin meta que no promete nada bueno.

Desde la primera edición de Desafueros, aquel infierno del que nos hablaba Ítalo Calvino ha ampliado sus instalaciones para atender la demanda de una creciente masa de condenados. Con ello, en escasos tres años, mis pronósticos más exagerados han devenido simples titulares de periódico. La sociedad “avanzada” – o sea, la más próxima a la catástrofe – ha confirmado con creces mis anatemas: una amarga satisfacción que me da la vida.

Pero la adrenalina, la cortisona y la cocaína (la droga es femenina) tienen algo en común con la testosterona. Pues en medio del infierno convocan al Eros: esa alegría que hay en el descubrirse vivo y amante de la vida, a pesar de estar viendo el horror de frente. Que la felicidad del imbécil no es de envidiar. Y aquí paro.

Estas frases, en su práctica totalidad, fueron escritas en España; por lo tanto, se contagian con su contexto real y verbal: el pensamiento es situacional. Ello reclama cierta colaboración del lector: situarse. O no hacerlo; que el equívoco es, al final de cuentas, insorteable: siempre entenderemos lo que nos dé la gana.

 

Si al decir de Cristina Santamarina, “Chaves es un aforismo”, con estas quinientas frases entrego un manojo de llaves a quien quiera probarlas en sus cerraduras… o cerrazones. Y con ellas, espero provocar nuevas sonrisas de complicidad en la persona que me incitara a cometerlas – aunque ya no está con nosotros –, mi amigo Gustavo Gili.

Incluyo aquí mi agradecimiento a Mónica Gili, que me ha autorizado a esta segunda edición digital; a Alejandro Ros, que tuvo que agregar diez ilustraciones más; y, obviamente, al editor Alberto Vicente, que acogió el texto entusiastamente.

Norberto Chaves

1 Gustavo Gili. Colección Hipótesis. Barcelona, 2008.

AFORISMOS Y DESAFUEROS:

UN COMBATE MORAL CONTRA LA LENGUA COMÚN

Miguel Marinas

Chaves es un aforismo (Cristina Santamarina)

Aforismo es un término que en sí mismo lleva lo que hace: horismós es el horizonte, lo que limita. Pero ya ven qué lábil es la raya del fondo del paisaje: basta con moverse un poco y entonces… ese maldito horizonte sigue estando ahí. Esa es la paradoja indesmallable del aforismo. No estaba, parece ligero, cosa de ingenio, pero en cuanto anuda sus términos (muchos o pocos, más bien escasos) ya no te libras de él.

Apo-horismós: un enunciado que delimita, que acota lo que pone para que no se confunda con lo que no es él, o sea con el resto del mundo. Acota respecto de lo de fuera, y en eso es intransigente: el aforismo es sin mezcla, no contemporiza.

Pero por dentro es más fuerte aún. Porque no representa nada exterior: inventa un mundo.

Es poético y es filosófico. Poético porque pone algo en el mundo que antes no estaba en él. Por eso la mejor traducción de poeta es hacedor. Filosófico porque se justifica sólo en la sorpresa, en ese vértigo suspendido e inevitable que produce mirar de un cierto modo el mundo. Pues ¿y si lo que se suele decir que es así (doxa), si lo que parece normal, fuese por un momento de esta otra manera? Por eso la mejor traducción de filósofo es sorprendido. Hay que saber mantener la capacidad de hacer y de sorprenderse, de hacer algo con la propia sorpresa, para poder componer aforismos. No son para sorprender. Vienen de la sorpresa.

Si en el supuesto aforismo mandan las ganas de sorprender, se nota y decimos que es una frase ingeniosa. Pero si en lo que se enuncia hay algo que no se deja gobernar ni por quien escribe ni por quien lee, decimos que ha brotado un aforismo. Y entonces – hagamos falsos hermanos, que para eso estamos – la frase cobra aforo, se emplaza, se placea, desplaza, e incluso reemplaza mucho dicho hecho. Por eso Norberto Chaves puede hablar de desafueros: el enunciado desaforado (forcluido, fuera del fuero, a contraley). Esto es muy importante, creo yo, pues en ello está la sal del desafuero.

Porque al aforismo, como al bicho viviente, le salen trampas y señuelos, para reducirlo al zoo de los dichos hechos, aquellos que comenzaron siendo metáforas vivas y ahora son metáforas muertas o de cartón. Pero si el aforismo resiste no hay manera de domesticarlo, no hay manera de volverlo refrán. Hemos de advertir que el refrán, este pariente menenstral del aforismo, es notablemente poderoso, precisamente por sus trazas mansurronas, por su pelaje gris, por su terno de ir al colmado después de misa de nueve.

Hay un salto grande entre decir: quien come y canta / algún sentido le falta y proclamar: Böse Menschen haben keine Lieder: los hombres malvados no tienen canciones, como quien dice que no gastan canciones, que no suelen, tal como replicó el otro cuando le ofrecieron un cigarrillo: Gracias, no gasto.

Ese aforismo popular (¿los aforismos son populares o de autor?) le sirve a Friedrich Nietzsche para consagrarse como aforista o aforizontal, pues vuelve del revés los dichos para darles otro son, otro destello nuevo. El dice que filosofa con el martillo, convierte la tarea del hacedor sorprendido en una fragua. Nietzsche, como todo aquel que compone aforismos, hace cosas con palabras. Para empezar: ponerles en el camino de inventar un sentido nuevo.

Pongo un ejemplo un tanto libresco o erudito, pero es un ejemplo amigo, pues habla del interés por las palabras que es lo que venimos aquí a aprender y a cultivar leyendo a Chaves. El ejemplo es un aforismo de Séneca: lo que era filosofía se ha convertido en interés por la palabra (si me autorizan a traducir así el original latino Quae philosofia fuit philologia facta est). Pues va Nietzsche y le da un giro de tuerca: Quae philologia fuit philosofia facta est y nos pone mirando en otra dirección: resulta que el interés por las palabras… ¡es el verdadero oficio del filósofo!

El aforismo es una operación de mudar la lengua materna sin que se note.

Ya el bendito Roland Barthes habla, pero poco, de esta cosa de ser la lengua de uno precisamente llamada lengua materna. No conviene descuidar esta dimensión al hablar del trabajo, o de las andanzas, o de las travesuras del aforismo. Porque nos da la otra vertiente que Don Rolando descubre: A quienes están lejos del poder (y son legión) no les queda otra que practicar el robo del lenguaje.

Robar el lenguaje y maquillarlo. Como quien roba un pan y lo escamotea, lo esconde en la faltriquera. Como aquella mujer rural que con una compinche, cada cual con su cestito, afanan una gallina en corral ajeno y, sorprendidas in fraganti, le apostilla la primera a la segunda: Manola Tapalacola ¿has visto la gallina de la señora?

El aforismo parte de una evidencia mayor: el cierre del lenguaje. Que se diga “lengua materna” no alivia la cerrazón. A Nietzsche mismo le debemos una puntada mayor sobre el particular, que esta sí que sí: Mientras exista la gramática Dios no desaparecerá. Poderosa forma de decir, coherente con la visión tan atenta al inseparable vínculo entre decir y ser. La gramática más que decir, organiza todo decir nuestro. Expulsa lo indecible. Obliga a decir. Por eso Barthes dice que es como el fascismo: obliga a decir las cosas de una manera.

El aforista, o aforizontal, lo tiene en cuenta y se mide con el mayor de los monstruos. El poder del decir común, que parece sin sujeto y nos sujeta a todos, inadvertidos como solemos andar. Ya nos lo decían los aforismos más añejos, esos que se transportan en ánfora fenicia y emergen en el fondo de la costa de Ampurias, del Emporio. Andamos como amantes amentes (amadores y locos), como que en lo fundamental atendemos al argumentum baculinum (el de palo y tente tieso), haciendo a veces las tareas por las buenas o por la cara (gratis et amore), tanteando entre las cosas del mundo para captar lo propio de cada una de ellas, lo peculiar, y reparando en que no podemos hacerlo sin compararlas, sin ver lo común que tienen con otras, eso si: mutatis mutandis, caeteris paribus (juntos pero no revueltos). Ese es el suelo refranero en el que crece el desafuero, el aforismo vivo, el aforismo de Chaves.

El aforismo delimita, acota, hace por sorpresa, muda la lengua común buscando resquicio vivo. Es escritura y poesía y por eso pide e inventa un modo nuevo de leer, de decir. Pide como Zaratustra no discípulos sino lectores que se lo aprendan de memoria. Que renuncien al efecto de sorpresa pasiva, para incorporarlo como reservorio de estimulante, en el propio cuerpo.