Juramento de Cargo

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Aus der Reihe: Un Thriller de Luke Stone #2
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Juramento de Cargo
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JURAMENTO DE CARGO
(UN THRILLER DE LUKE STONE – LIBRO 2)
J A C K   M A R S
Jack Mars

Jack Mars es el autor bestseller de USA Today, autor de las series de suspenso de LUKE STONE, las cuales incluyen siete libros (y contando). También es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE y de la serie de suspenso del espía AGENTE CERO.

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Copyright © 2016 por Jack Mars. Todos los derechos reservados. Excepto en lo permitido en la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia únicamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o si no lo ha comprado sólo para su uso, devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, asuntos, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente una coincidencia. Imagen de la cubierta Copyright STILLFX, utilizaba bajo licencia de Shutterstock.com.

LIBROS POR JACK MARS

LUKE STONE THRILLER SERIES

POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)

JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)

SERIE PRECUELA LA FORJA DE LUKE STONE

OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)

MANDO PRINCIPAL (Libro #2)

LA SERIE DE ESPÍAS DE KENT STEELE

AGENTE CERO (Libro #1)

OBJETIVO CERO (Libro #2)

CACERÍA CERO (Libro #3)

CAPÍTULO UNO

6 de junio

15:47 horas

Dewey Beach, Delaware

Todo el cuerpo de Luke Stone temblaba. Miró su mano derecha, la mano del arma. La vio temblar mientras descansaba sobre su muslo. No podía hacer que se detuviera.

Sintió náuseas, lo suficiente como para vomitar. El sol se desplazaba hacia el oeste y su brillo lo mareaba.

Se iban en trece minutos.

Estaba sentado en el asiento del conductor de un Mercedes SUV negro de la Serie M, mirando hacia la casa donde podría estar su familia. Su esposa, Rebecca y su hijo, Gunner. Su mente quería evocar sus imágenes, pero no se lo permitió. Podrían estar en otro lugar, podrían estar muertos. Sus cuerpos podrían estar encadenados a pesados bloques de hormigón, pudriéndose en el fondo de la bahía de Chesapeake. Durante una fracción de segundo, vio el cabello de Rebecca moviéndose como las algas, de un lado a otro con la corriente, bajo el agua.

Sacudió la cabeza para alejar esa imagen.

Becca y Gunner habían sido secuestrados anoche, por agentes que trabajaban para los hombres que habían intentado derribar el gobierno de los Estados Unidos. Fue un golpe de estado y sus planificadores habían tomado a la familia de Stone como moneda de cambio, con la esperanza de evitar que él derrocara al nuevo gobierno.

No había funcionado.

–Ese es el lugar —dijo Ed Newsam.

–¿Seguro? —dijo Stone. Miró a su compañero en el asiento del pasajero. —¿Tú lo sabes?

Ed Newsam era puro músculo, grande, negro y tenso. Parecía un defensa de la NFL. No había suavidad en él por ninguna parte. Llevaba una barba muy corta y un corte de pelo militar. Sus enormes brazos estaban cubiertos de tatuajes.

Ed había matado a seis hombres ayer. Había sido alcanzado por fuego de ametralladora. Un chaleco antibalas le había salvado la vida, pero una bala perdida había encontrado su pelvis y se la había fisurado. La silla de ruedas de Ed estaba en el maletero del coche. Ni Ed ni Luke habían dormido durante los dos últimos días.

Ed miró la tablet que tenía en la mano y se encogió de hombros.

–Esa es la casa, seguro. Si están ahí o no, no lo sé. Supongo que estamos a punto de averiguarlo.

El edificio era una antigua casa de playa de tres dormitorios, un poco laberíntica, a tres calles del Océano Atlántico. Daba a la bahía y tenía un pequeño muelle. Se podría llegar con un bote de nueve metros hasta la parte de atrás, caminar tres metros de muelle, subir unos pasos y entrar a la casa. La noche era un buen momento para hacerlo.

La CIA había utilizado el lugar como casa franca durante décadas. En verano, Dewey Beach estaba tan abarrotada de turistas y universitarios de fiesta que los espías podrían colar allí a Osama bin Laden y nadie se daría cuenta.

–Cuando llegue el momento, no quieren que participemos —dijo Ed—, ni siquiera tenemos una misión. Eres consciente de eso, ¿verdad?

Luke asintió con la cabeza. —Lo sé.

El FBI era la agencia encargada de esta redada, junto con un equipo especial de intervención de la policía estatal de Delaware, que había venido de Wilmington. Habían estado desplegándose en silencio por el vecindario durante la última hora.

Luke había visto desarrollarse estas cosas cien veces. Una camioneta Verizon FIOS estaba estacionada al final de la calle, tenía que ser el FBI. Un barco de pesca estaba anclado a unos cien metros en la bahía, también federales. En unos minutos, a las 16:00 horas, ese bote haría una carrera repentina hacia el muelle de la casa franca.

En ese mismo instante, un camión blindado del equipo especial de intervención aparecería rugiendo por esta calle, otro vendría por la otra calle una manzana más allá, en caso de que alguien intentara escapar por los patios traseros. Iban a actuar fuerte y rápido y no dejarían ningún margen de maniobra.

Luke y Ed no estaban invitados. ¿Por qué iban a estarlo? Los policías y los federales iban a manejar esto según el manual y el manual decía que Luke no tenía objetividad, porque era su familia la que estaba allí. Si entraba, perdería la cabeza, se pondría en peligro a sí mismo, a su familia, a los demás oficiales y a toda la operación. Ni siquiera debería estar en esta calle en este momento, ni tan solo cerca de aquí. Eso es lo que decía el manual.

Pero Luke sabía el tipo de hombres que había dentro de esa casa. Probablemente los conocía mejor que el FBI o los grupos especiales de intervención. Estaban desesperados en este momento. Lo habían apostado todo para derrocar al gobierno y el complot había fallado. Se exponían a cargos por traición, secuestro y asesinato. Trescientas personas habían muerto en el intento de golpe de estado hasta el momento, incluido el Presidente de los Estados Unidos. La Casa Blanca había sido destruida, en un ataque radiactivo. Pasarían años antes de que se reconstruyera.

Luke había estado con la nueva Presidenta la noche anterior y esta mañana, y no estaba dispuesta a mostrar misericordia. La ley estaba muy clara: la traición se castigaba con la muerte, la horca, el pelotón de fusilamiento. El país podría aplicar los procedimientos de la vieja escuela durante un tiempo y, si era así, los hombres como los que estaban dentro de esa casa iban a recibir la peor parte.

De todos modos, no entrarían en pánico. Estos no eran delincuentes comunes. Eran hombres altamente cualificados y entrenados, hombres que habían entrado en combate y que habían ganado, contra todo pronóstico. La palabra rendición no formaba parte de su vocabulario. Eran muy, muy inteligentes y serían difíciles de desalojar. Una redada corriente del equipo especial de intervención no iba a ser suficiente.

Si la esposa y el hijo de Luke estaban allí y si los hombres de dentro se las arreglaban para repeler el primer ataque… Luke se negó a pensarlo.

No era una opción.

–¿Qué vas a hacer? —dijo Ed.

Luke miró por la ventana el cielo azul. —¿Qué harías tú en mi lugar?

Ed no se anduvo por las ramas. —Entraría tan fuerte como pudiera. Mataría a todos los hombres que viera.

Luke asintió con la cabeza. —Yo también.

*

El hombre era un fantasma.

Estaba de pie en una de las habitaciones del piso de arriba, en la parte trasera de la vieja casa de playa, mirando a sus prisioneros. Una mujer y un niño pequeño, escondidos en una habitación sin ventanas. Estaban sentados uno al lado del otro en sillas plegables, con las manos esposadas a la espalda y los tobillos atados juntos. Llevaban capuchas negras sobre sus cabezas, para que no pudieran ver. El hombre les había quitado las mordazas, para que la mujer pudiera hablar en voz baja con su hijo y mantenerlo tranquilo.

–Rebecca —dijo el hombre—, podríamos tener un poco de revuelo aquí dentro de un rato. Si eso pasa, quiero que tú y Gunner os quedéis callados, sin gritar ni pedir auxilio. Si lo hacéis, tendré que venir aquí y mataros a los dos. ¿Entiendes lo que digo?

–Sí —dijo ella.

–¿Gunner?

Debajo de su capucha, el chico emitió una especie de gemido.

–Está demasiado asustado para hablar —dijo la mujer.

–Eso está bien —dijo el hombre—. Debería tener miedo. Es un chico inteligente. Y un chico inteligente no hará ninguna tontería, ¿verdad?

La mujer no respondió. Satisfecho, el hombre asintió para sí mismo.

Tiempo atrás, el hombre tenía un nombre. Luego, con el tiempo, tuvo diez nombres más. Ahora ya no se preocupaba de los nombres. Se presentaba como “Brown”, si esas sutilezas eran necesarias. Sr. Brown, le gustaba ese nombre, le hacía pensar en cosas muertas. Hojas muertas en otoño, bosques quemados y estériles, meses después de que un incendio lo destruyera todo.

 

Brown tenía cuarenta y cinco años, era corpulento y todavía era fuerte. Había sido un soldado de élite y se mantuvo así. Había aprendido a soportar el dolor y el agotamiento hace muchos años, en la Academia Navy SEAL. Había aprendido a matar y a no dejarse matar, en una docena de puntos calientes en todo el mundo. Había aprendido a torturar en la Escuela de las Américas. Había puesto en práctica lo que aprendió en Guatemala y El Salvador y más tarde, en la Base de la Fuerza Aérea de Bagram y la Bahía de Guantánamo.

Brown ya no trabajaba para la CIA. No sabía para quién trabajaba y no le importaba. Era un profesional independiente y le pagaban por su trabajo.

El dinero, en grandes cantidades, llegaba en efectivo. Bolsas de lona llenas de billetes nuevos de cien dólares, depositadas en el maletero de un sedán de alquiler en el Aeropuerto Nacional Reagan. Un maletín de cuero con medio millón de dólares, en billetes variados de diez, veinte y cincuenta, de series de 1974 y 1977, esperando en una taquilla de un gimnasio en los suburbios de Baltimore. Eran billetes viejos, pero nunca antes habían sido tocados y eran tan buenos como cualquier General Grant emitido en 2013.

Hace dos días, Brown recibió un mensaje para venir a esta casa. Sería su casa hasta nuevo aviso y su trabajo era dirigirla. Si alguien aparecía, él estaba a cargo. Bien, Brown era bueno en muchas cosas y una de ellas era ser el jefe.

Ayer por la mañana, alguien voló la Casa Blanca. El Presidente y la Vicepresidenta escaparon al búnker de Mount Weather, con aproximadamente la mitad del gobierno civil. Anoche, alguien hizo explotar Mount Weather con todos dentro. Un par de horas después, una nueva Presidenta subió al escenario, la anterior Vicepresidenta. Bien.

Un cambio total, de liberales a conservadores, dirigiendo el espectáculo y todo sucedió en el transcurso de un día. Naturalmente, el público necesitaba a alguien a quien culpar y los nuevos dueños apuntaron con sus dedos hacia Irán.

Brown esperó para ver qué sucedía después.

A última hora de la noche, cuatro hombres llegaron al muelle trasero en una lancha motora. Los chicos trajeron a esta mujer y al niño. Los prisioneros pertenecían a alguien llamado Luke Stone. Aparentemente, la gente pensaba que Stone podría convertirse en un problema. Esta mañana, quedó claro cuán problemático era.

Cuando el humo se disipó, todo el derrocamiento se vino abajo en cuestión de horas. Y allí estaba Luke Stone, de pie sobre los escombros.

Pero Brown todavía tenía a la esposa y al hijo de Stone y no tenía ni idea de qué hacer con ellos. Las comunicaciones estaban cortadas, por decirlo suavemente. Probablemente debería haberlos matado y abandonado la casa, pero en lugar de eso esperó órdenes que nunca llegaron. Ahora, había una furgoneta Verizon FIOS frente a la casa y un barco de pesca camuflado a unos cien metros en el agua.

¿Pensaban que era tan tonto? Jesús. Podía verlos venir a un kilómetro de distancia.

Salió al pasillo. Dos hombres estaban allí de pie. Ambos mediaban la treintena, cabello enmarañado y largas barbas, operadores especiales de por vida. Brown conocía ese aspecto. También conocía la mirada en sus ojos. No era miedo.

Era emoción.

–¿Cuál es el problema? —dijo Brown.

–Por si no lo has notado, estamos a punto de ser atacados.

Brown asintió con la cabeza. —Lo sé.

–No puedo ir a la cárcel —dijo el Barbudo nº 1.

El Barbudo nº 2 asintió. —Yo tampoco.

Brown estaba de acuerdo con ellos. Incluso antes de que esto sucediera, si el FBI descubriera su verdadera identidad, se enfrentaría a múltiples cadenas perpetuas. ¿Ahora? Olvídalo. Les llevaría meses identificarlo y, mientras tanto, se sentaría en alguna cárcel de algún condado, rodeado de matones barriobajeros. Y, tal como estaban las cosas en este momento, no podía contar con un ángel que interviniera y lo hiciera desaparecer todo.

Aun así, se sentía tranquilo. —Este lugar es más inaccesible de lo que parece.

–Sí, pero no hay salida —dijo el Barbudo nº 1.

Eso era cierto.

–Entonces, los mantenemos a raya y vemos si podemos negociar algo. Tenemos rehenes. —Brown no se lo creyó, tan pronto como las palabras salieron de su boca. ¿Negociar qué, un salvoconducto? ¿Salvoconducto hacia dónde?

–No van a negociar con nosotros —dijo el Barbudo nº 1. —Nos mentirán hasta que un francotirador tenga un blanco claro.

–Está bien —dijo Brown—, entonces, ¿qué queréis hacer?

–Pelear —dijo el Barbudo nº 2— y, si nos hacen retroceder, volveré aquí y meteré una bala en la cabeza de nuestros invitados antes de meterme una yo mismo.

Brown asintió con la cabeza. Había estado en muchos apuros antes y siempre había encontrado una salida. Todavía podría haber una salida de este. Él pensaba que sí, pero no se lo dijo. Solo algunas ratas podrían salir de un barco que se hunde.

–Muy bien —dijo—, eso es lo que haremos. Ahora, a vuestros puestos.

*

Luke se encogió de hombros con su pesado chaleco táctico. El peso se apoderó de él. Se abrochó el cinturón del chaleco, aliviando un poco el peso sobre sus hombros. Sus pantalones militares estaban forrados con una ligera armadura Dragon Skin. En el suelo, a sus pies, había un casco de combate con máscara facial.

Él y Ed estaban detrás del maletero abierto del Mercedes. La ventana trasera ahumada los ocultaba un poco de las ventanas de la casa. Ed se apoyó contra el coche, mientras Luke sacaba su silla de ruedas, la abría y la colocaba en el suelo.

–Genial —dijo Ed, sacudiendo la cabeza. —Ya tengo mi carro y estoy listo para la batalla. —Se le escapó un suspiro.

–Este es el trato —dijo Luke. —Tú y yo no estamos jugando. Cuando entre el equipo de intervención especial, probablemente ametrallarán la puerta del porche que da al muelle y derribarán la puerta del patio trasero. No creo que eso funcione, supongo que la puerta del patio trasero es de acero doble y no se moverá, por lo que el porche se convertirá en una tormenta de fuego. ¿Hay espías fantasma allí y no van a tener las puertas cubiertas? Venga, hombre. Creo que nuestros muchachos serán repelidos. Esperemos que nadie salga herido.

–Amén —dijo Ed.

–Voy a intervenir después de la acción inicial. Con esta. —Luke sacó una ametralladora Uzi del maletero.

–Y esta. —Sacó una Remington 870 recortada.

Sintió el gran peso de ambas armas. Ese peso era tranquilizador.

–Si los policías entran y aseguran el lugar, genial. Si no pueden entrar, no tenemos tiempo que perder. Las Uzi llevan munición anti-blindaje de sobrepresión fabricada en Rusia. Deberían atravesar la mayoría de las armaduras que los malos pudieran llevar. Tengo media docena de cargadores llenos, por si los necesito. Si termino en una pelea en el pasillo, usaré la escopeta. Entonces voy a destrozar piernas, brazos, cuellos y cabezas.

–Sí, pero ¿cómo planeas entrar? —dijo Ed. —Si los policías no están dentro, ¿cómo entras?

Luke metió la mano en el maletero y sacó un lanzagranadas M79. Parecía una gran escopeta recortada con la culata de madera. Se lo entregó a Ed.

–Tú me meterás.

Ed tomó el arma en sus grandes manos. —Precioso.

Luke metió la mano y agarró dos cajas de granadas M406, cuatro por caja.

–Quiero que te sitúes calle arriba, detrás de los coches que están estacionados al otro lado de la calle. Justo antes de que yo llegue allí, ábreme un bonito agujero en la pared. Esos tipos se centrarán en las puertas, esperando que los policías intenten derribarlas. Vamos a poner una granada justo en su regazo.

–Bien —dijo Ed.

–Después de que explote la primera, dales otra de buena suerte. Luego, retírate del peligro.

Ed pasó la mano por el cañón del lanzagranadas. —¿Crees que es seguro hacerlo de esta manera? Quiero decir… tu familia está allí.

Luke miró a la casa. —No lo sé. Pero en la mayoría de los casos que he visto, la habitación de los prisioneros está arriba o en el sótano. Estamos en la playa y el nivel freático es demasiado alto para que haya un sótano. Así que, supongo que, si están en esta casa, están arriba, en el extremo derecho, el que no tiene ventanas.

Miró su reloj. 16:01 horas.

En el momento justo, un automóvil blindado azul rugió a la vuelta de la esquina. Luke y Ed lo vieron pasar. Era un Lenco BearCat con blindaje de acero, escotillas, focos y todos los adornos.

Luke sintió un cosquilleo en el pecho, era miedo. Era pavor, había pasado las últimas veinticuatro horas fingiendo que no sentía ninguna emoción por el hecho de que los asesinos a sueldo tuvieran retenidos a su esposa y a su hijo. De vez en cuando, sus sentimientos reales al respecto amenazaban con abrirse paso. Pero los pisoteó de nuevo.

No había lugar para los sentimientos en este momento.

Miró a Ed, sentado en su silla de ruedas, con un lanzagranadas en el regazo. La cara de Ed era dura, sus ojos eran fríos como el acero. Ed era un hombre que vivía sus valores, Luke lo sabía. Esos valores incluían lealtad, honor, coraje y la aplicación de una fuerza abrumadora del lado de lo que era bueno y correcto. Ed no era un monstruo. Pero en este momento, también podría serlo.

–¿Estás listo? —dijo Luke

La cara de Ed apenas cambió. —Nací listo, hombre blanco. La pregunta es, ¿estás listo tú?

Luke cargó con sus armas y cogió su casco. —Estoy listo.

Se puso el suave casco negro sobre la cabeza y Ed hizo lo mismo con el suyo. Luke bajó la visera. —Intercomunicadores conectados —dijo.

–Conectados —dijo Ed. Parecía que Ed estuviera dentro de la cabeza de Luke—. Te escucho alto y claro. Ahora, terminemos con esto. —Ed comenzó a alejarse por la calle.

–¡Ed! —le dijo Luke a la espalda del hombre. —Necesito un gran agujero en esa pared. Algo por donde pueda entrar.

Ed levantó una mano y siguió adelante. Un momento después estaba detrás de la línea de coches aparcados al otro lado de la calle y fuera de la vista.

Luke dejó la puerta del maletero abierta. Se agachó detrás de ella. Acarició todas sus armas. Tenía una Uzi, una escopeta, una pistola y dos cuchillos, por si acaso. Respiró hondo y miró hacia el cielo azul. Él y Dios no estaban exactamente en buena onda. Sería útil si algún día pudieran ponerse de acuerdo sobre algunas cosas. Si Luke alguna vez había necesitado a Dios, era ahora.

Una nube gorda, blanca y de movimiento lento flotaba en el horizonte.

–Por favor —dijo Luke a la nube.

Un momento después, comenzaron los disparos.

CAPÍTULO DOS

Brown estaba de pie en la pequeña sala de control, justo al lado de la cocina.

En la mesa detrás de él había un rifle M16 y una Beretta semiautomática de nueve milímetros, ambos completamente cargados. Había tres granadas de mano y una máscara con respirador. También había un walkie-talkie Motorola negro.

Una serie de seis pequeñas pantallas de circuito cerrado de televisión estaba montada en la pared sobre la mesa. Las imágenes le llegaban en blanco y negro. Cada pantalla le daba a Brown una transmisión en tiempo real de cámaras colocadas en puntos estratégicos alrededor de la casa.

Desde aquí, podía ver el exterior de las puertas correderas de cristal, así como la parte superior de la rampa que iba hacia el muelle; el muelle en sí y el enfoque desde el agua; el exterior de la puerta doble de acero reforzado en el costado de la casa; el vestíbulo en el interior de esa puerta; el pasillo de arriba y su ventana que da a la calle; y por último, pero no menos importante, la sala de interrogatorios sin ventanas del piso de arriba, donde la esposa y el hijo de Luke Stone estaban sentados en silencio, atados a sus sillas, con las capuchas cubriendo sus cabezas.

No había forma de tomar esta casa por sorpresa. Con el teclado en el escritorio, tomó el control manual de la cámara del muelle. Levantó la cámara solo un pelo, hasta que el bote de pesca en la bahía quedó centrado, luego se acercó con el zoom. Vio a tres policías con chalecos antibalas en la borda. Estaban recogiendo el ancla. En un minuto, ese bote iba a acercarse aquí.

Brown cambió a la vista del porche trasero. Giró la cámara para mirar hacia el costado de la casa. Solo podía ver la rejilla delantera de la furgoneta al otro lado de la calle. No importa, tenía un hombre en la ventana de arriba apuntando a la furgoneta.

Brown suspiró. Supuso que lo correcto sería llamar a la policía por radio y decirles que sabía lo que estaban haciendo. Podía llevar a la mujer y al niño abajo y ponerlos de pie justo enfrente de la puerta corredera de cristal, para que todos pudieran ver lo que se ofrecía.

 

En lugar de comenzar un tiroteo y un baño de sangre, podría pasar directamente a negociaciones infructuosas. Incluso podría perdonar algunas vidas de esa manera.

Sonrió para sí mismo. Pero eso arruinaría toda la diversión, ¿no?

Comprobó la imagen del vestíbulo. Tenía tres hombres abajo, los dos Barbudos y un hombre al que llamaba el Australiano. Un hombre cubría la puerta de acero y los otros dos cubrían la puerta corredera trasera de vidrio. Esa puerta de cristal y el porche exterior eran las principales vulnerabilidades. Pero no había razón para que los policías llegaran tan lejos.

Se estiró hacia atrás y recogió el walkie-talkie.

–¿Señor Smith? —le dijo al hombre agachado cerca de la ventana abierta de arriba.

–¿Señor Brown? —llegó una voz sarcástica. Smith era lo suficientemente joven como para pensar que los alias eran divertidos. En la pantalla del televisor, Smith agitó la mano.

–¿Qué está haciendo la camioneta?

–Está rockanroleando. Parece como si estuvieran teniendo una orgía.

–Bueno. Mantén los ojos abiertos. No… repito… No dejes que nadie llegue al porche. No necesito saber de ti. Tienes autorización para actuar. ¿Entendido?

–Recibido —dijo Smith. —Fuego a placer, nene.

–Buen chico —dijo Brown—, quizás te vea en el infierno.

Justo entonces, el sonido de un vehículo pesado llegó desde la calle. Brown se agachó. Se arrastró hasta la cocina y se agazapó junto a la ventana. Afuera, un automóvil blindado se detuvo frente a la casa. La pesada puerta trasera se abrió de golpe y grandes hombres con chalecos antibalas comenzaron a amontonarse.

Pasó un segundo. Dos segundos. Tres. Ocho hombres se habían reunido en la calle.

Smith abrió fuego desde arriba.

Bum-bum-bum-bum-bum-bum.

El poder de los disparos hizo vibrar las tablas del suelo.

Dos de los policías cayeron al suelo al instante. Otros se escondieron dentro del camión, o detrás de él. Detrás del vehículo blindado, tres hombres salieron de la camioneta de televisión por cable. Smith les disparó. Uno de ellos, atrapado por una lluvia de balas, hizo un baile loco en la calle.

–Excelente, Sr. Smith —dijo Brown al Motorola.

Uno de los policías había cruzado la mitad de la calle antes de que le dispararan. Ahora se arrastraba hacia la acera cercana, tal vez con la esperanza de llegar a los arbustos enfrente de la casa. Llevaba una armadura corporal. Probablemente fue alcanzado donde terminaban las protecciones, pero aún podría ser una amenaza.

–¡Todavía tienes uno en el suelo! Lo quiero fuera de juego.

Casi de inmediato, una lluvia de balas golpeó al hombre, haciendo que su cuerpo se retorciera y temblara. Brown vio el disparo mortal a cámara lenta. Alcanzó al hombre en la parte posterior de su cuello, entre la parte superior de la armadura de su torso y la parte inferior de su casco. Una nube de sangre rociada llenó el aire y el hombre se quedó completamente quieto.

–Buen disparo, Sr. Smith. Encantador disparo. Ahora mantenlos a todos a raya.

Brown volvió a la sala de mando. El bote de pesca se estaba deteniendo. Antes incluso de que llegara al muelle, un equipo de hombres con cascos negros y chalecos comenzaron a saltar.

–¡Máscaras en la planta baja! —dijo Brown—, entrando por esa puerta corredera. Preparaos para devolver el fuego.

–Afirmativo —dijo alguien.

Los invasores tomaron posiciones en el muelle. Llevaban pesados escudos balísticos blindados y se agacharon detrás de ellos. Un hombre apareció y levantó una pistola de gas lacrimógeno. Brown tomó su propia máscara y observó el proyectil volar hacia la casa. Atravesó la puerta de cristal y cayó en la sala principal.

Otro hombre apareció y disparó otro bote. Entonces un tercer hombre disparó otro más. Todos los botes de gas lacrimógeno atravesaron el cristal y entraron en la casa. La puerta de cristal ya no estaba. En la pantalla de Brown, el área cerca del vestíbulo comenzó a llenarse de humo.

–¿Estado abajo? —dijo Brown. Pasaron unos segundos.

–¡Estado!

–No te preocupes, amigo —dijo el australiano—, un poco de humo, ¿y qué? Nos hemos puesto nuestras máscaras.

–Disparad cuando estéis listos —dijo Brown.

Observó a los hombres de la puerta corredera abrir fuego hacia el muelle. Los invasores estaban atrapados allí afuera. No podían levantarse de detrás de sus escudos balísticos. Y los hombres de Brown tenían montañas de munición.

–Buen tiro, muchachos —dijo en el walkie-talkie. —Aseguraos de hundir su bote.

Brown sonrió para sí mismo. Podrían aguantar aquí durante días.

*

Fue una derrota. Había hombres caídos por todas partes.

Luke caminó hacia la casa, observando cuidadosamente. Lo peor del tiroteo venía de un hombre en la ventana de arriba. Estaba haciendo queso suizo con estos policías. Luke estaba cerca del costado de la casa. Desde su ángulo no tenía tiro, pero el hombre probablemente tampoco podía verlo.

Mientras Luke miraba, el chico malo acabó con un policía caído con un disparo mortal en la nuca.

–Ed, ¿tienes ángulo sobre ese tirador de arriba?

–Puedo ponerle una directamente en la garganta. Estoy bastante seguro de que no me ve por aquí.

Luke asintió con la cabeza. —Hagamos eso primero. Esto está complicado aquí afuera.

–¿Seguro que quieres eso? —dijo Ed.

Luke estudió el piso de arriba. La habitación sin ventanas estaba al otro lado de la casa del nido del francotirador.

–Todavía estoy asumiendo que están en esa habitación sin ventanas —dijo.

Por favor.

–Di la palabra —dijo Ed.

–Vamos.

Luke escuchó el distintivo sonido hueco del lanzagranadas.

¡Dunk!

Un misil voló desde detrás de la línea de coches al otro lado de la calle. No dibujó un arco, solo una línea recta y nítida que se acercaba en diagonal. Impactó justo donde estaba la ventana. Pasó una fracción de segundo, luego:

BUM.

El costado de la casa voló y expulsó hacia afuera trozos de madera, cristal, acero y fibra de vidrio. La pistola en la ventana quedó en silencio.

–Buen disparo, Ed. Realmente bueno. Ahora, hazme ese agujero en la pared.

–¿Qué dices? —dijo Ed.

–Grande, por favor.

Luke corrió y se agachó detrás de un coche.

¡Dunk!

Otra línea recta se acercó, a un metro del suelo. Impactó en el costado de la casa como un coche estrellado y abrió una brecha a través de la pared. Una bola de fuego estalló dentro, escupiendo humo y escombros.

Luke estuvo a punto de saltar.

–Espera —dijo Ed—, falta otro.

Ed volvió a disparar y este entró profundamente en la casa. Rojo y naranja brillaron a través del agujero. El suelo tembló. Bueno, era hora de irse.

Luke se puso de pie y comenzó a correr.

*

La primera explosión fue por encima de su cabeza. La casa entera se sacudió. Brown echó un vistazo al pasillo de arriba en su pantalla.

El extremo más alejado había desaparecido. El lugar donde Smith estaba posicionado ya no existía. Solo había un agujero irregular donde antes estaban la ventana y el Sr. Smith.

–¿Señor Smith? —dijo Brown—, Señor Smith, ¿estás ahí?

Sin respuesta.

–¿Alguien ve de dónde vino eso?

–Tú eres los ojos, Yank —dijo una voz.

Tenían problemas

Unos segundos después, un cohete golpeó el frente de la casa. La onda expansiva derribó a Brown. Las paredes se derrumbaban. El techo de la cocina se hundió de repente. Brown yacía en el suelo, entre los escombros que caían. Esto era lo contrario de lo que esperaba. Los policías derribaban puertas, no disparaban cohetes a través de las paredes.

Otro cohete, este llegó hasta el fondo de la casa. Brown se cubrió la cabeza. Todo se sacudió, la casa entera podría derrumbarse.

Pasó un momento. Alguien gritó, por lo demás, estaba tranquilo. Brown saltó y corrió hacia las escaleras. Al salir de la habitación, agarró su pistola y una granada.

Pasó por la sala principal. Era una carnicería, un matadero. La habitación estaba en llamas. Uno de los Barbudos estaba muerto. Más que muerto, hecho pedazos esparcidos por todas partes. El Australiano había entrado en pánico y se quitó la máscara. Su rostro estaba cubierto de sangre oscura, pero Brown no podía decir dónde le alcanzaron.

–¡No puedo ver! —gritó el hombre— ¡No puedo ver!

Sus ojos estaban muy abiertos.

Un hombre con chaleco antibalas y casco atravesó tranquilamente la pared destrozada. Calmó al Australiano con una horrible serie de disparos automáticos. La cabeza del Australiano se abrió como un tomate cherry. Permaneció sin cabeza por un segundo o dos y luego cayó desplomado al suelo.