El baile de los demonios y el poeta

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El baile de los demonios y el poeta
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© Ismael Calle

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1114-408-7

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PRÓLOGO

El baile de los demonios y el poeta es una alegoría de intenciones artísticas-revolucionarias denominada como las alegorías del precursor, donde el autor nos narra la vida del poeta, en representación de ciertos personajes como Sócrates, Jesús de Nazaret, y otros grandes pensadores o líderes de buena conducta cuyos movimientos han cambiado al mundo. Personajes que se unen a través de las injusticias y de las controversias; y que se caracterizan por su tenacidad para entregar su propia vida, sin temor alguno, en defensa de sus ideales. De esta forma, el autor nos presenta a un poeta perseguido por los demonios, entidades que no celebran el arte ni la poesía. Y nos habla, durante la persecución y el viaje, de vida, de muerte, de amor y de Dios; y, por supuesto, de la poesía incomprendida y acechada por los demonios.

La virtud del poeta es el éxodo; y su convicción, cambiar el mundo. Y en el ínterin, aglutina a sus seguidores, dispuestos a acompañarlo y a no abandonarlo nunca. Es su guía. Y el motivo que los mueve, puesto que los ha cambiado y les ha cambiado la vida. El poeta es también acompañado de legiones de versos, muchos de ellos preparados, llenos de rima, admirables por su decadencia; otros tantos, con espíritus valientes e inquebrantables. Y su sabiduría comenzó a llenar la tierra. Nada podía detenerlo. Salvo que puedan hacerlo los demonios, enemigos acérrimos del arte y de su poesía. Y de la liberad de los hombres que eligen su propio camino… Si los demonios lo derriban, es probable (y deseable) que se levante con más fuerza.

Porque donde la palabra de las artes abunda, nace la esperanza; donde nace la esperanza, se vislumbran las obras; y donde están las obras, la prosperidad se abre paso. No es poca cosa lo que el poeta se propone: iluminar las sombras y alumbrar al mundo, lo que viene a ser un solo objetivo. Pero no es camino sin obstáculos ni objetivo sencillo, porque será perseguido, apresado y juzgado por los demonios que pueblan (y parece que dominan) el mundo. Al menos el suyo.

El castigo es excesivo y, por tanto, injusto. El poeta no se merece que lo persigan, aunque sea comprensible, para los demonios, pretenderlo. Pero los hombres valientes no se preocupan por los riesgos de la muerte sino por la honradez de sus acciones. El autor nos dice que no hay libertad (plena) para los que buscan construir sus propios caminos. Nietzsche lo dejó escrito: «El hombre libre es aquel que piensa de otro modo de lo que podría esperarse en razón de su origen, de su medio, de su estado o de su función; y de las opiniones reinantes en su tiempo». Y el poeta es minoría en la sociedad en la que sufre pero vive. Mark Twain nos puso sobre aviso: «Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar». Así el poeta continúa su odisea. La que nos narra el autor de esta obra.

El autor, a través de una incontenible y, por lo tanto, arriesgadísima prosa poética, nos azuza, nos aguijonea y nos pregunta: «¿Quién como el poeta, que a lo largo de su vida se ha entregado por amor al arte?». Y finalmente exclama: «¡Cuán hermosa es la canción del gran poeta! ¡Todos somos poesía!».

Como dijo André de Chénier, «el arte hace los versos, pero solo el corazón es el poeta». Y por ello es casi siempre incomprendido (y no solo por los dragones y los demonios).

TOMO I

.

AL CANTOR DE AMORES

sublime bálsamo de valentía y fortaleza

líder inspirador de los más grandes pensadores

y refugio de los pobres.

NAASÓN JOAQUÍN GARCÍA.

Con un sentimiento de profunda gratitud

y ante las más grandes injusticias, dedico

LAS ALEGORÍAS DEL PRECURSOR.

No quiero insultar con mis torpes palabras a quienes han sido labrados en gloria. Sus obras se asientan en cielos eternos y su gente rebosa de gran emoción. Cuando cae la lluvia y se inundan las calles, con el favor de sus dones, de orgullo y victoria, detienen la historia que escribe sus nombres.

EXORDIO

AL HONORABLE

Eleva tu voz, dulce poeta. Vine presto para escuchar las melodías de tu boca que una vez me cautivaron. Permíteme contar tu historia como si fuera también mía y compartir lo que has sufrido, aunque muy pocos lo entiendan. Llámame una y otra vez y te escucharé mil veces. Encerrado en esta celda lúgubre y sombría donde solo los demonios bailan… ellos parece que festejan.

—¡A quién le importa el sentimiento! —dicen en su oscuro canto—. ¡Ni a la más humana de las artes! Dinos cuántos buscan compartir lo que han sufrido los poetas, cuántos gustan de las letras que han sangrado en su dolor; o si importará la forma con la que han pintado el mundo. ¿Quién los quiere?, ¿quién indaga?, ¿quién comprende sus colores y reconoce su valor? ¿A quién le importa el sentimiento? Ni a este mundo «tan humano» que ha cambiado los vestidos del que busca con el arte descubrir su corazón.

Mis rodillas han tocado el suelo juntamente con las tuyas, nuestra mente se ha fundido con el infinito en busca de la libertad. Pero yo te he abandonado, fiel poeta. Ahora reposo tranquilo mientras los demonios bailan mucho más fuerte en tu celda.

—¡Cuántos te tildan de bohemio! —vuelven a decir con crueles burlas—. Has dejado tu gozo en las alturas donde las palabras no llegan, donde los galardones quedan más allá de las riquezas y las riquezas duermen más allá de lo esperado. ¿Han de reclamar tus pensamientos un lugar entre la tumba?

Como un anónimo sin rostro derramas tus lágrimas mientras sonidos estremecedores me hacen llegar tus palabras. Eleva tu voz, dulce poeta, permíteme contar tu historia como si fuera también mía. Desde aquí, desde este horrendo lodazal con el que nos han vestido, escucho tu armoniosa y fuerte voz cual tierna melodía:

—¡Yo lo llamo sacrificio! Desde otrora los hombres han nacido para dar y lo último que entregan es la muerte, hasta entonces viviré para mi fe.

Cuán hermosas tus palabras, pueden trascender hasta el final del orbe, pero los demonios no descansan. Osan contener la eternidad de tu presencia con su boca que no alcanza a descifrar las simples cosas. ¿Una imagen guardaría el corazón de los guerreros y los versos del poeta? Si así fuera, ya ninguno buscaría preguntar. Lo real es más palpable que un reflejo y no se alumbra con antojos… ¡Deja tanto incontenible, deja tanto que ya voy! Interrumpiré su baile.

—Por las brumas del recuerdo has de vibrar con la razón que, sobre osados sentimientos, cabalgando, ya se yergue —me sugiere uno de ellos mientras caigo en su acechanza, utilizo sus palabras y me visto de desprecio.

—¡A vosotros os maldigo! —les entono con su canto—, generación incoherente y llena de veneno; os maldigo desde mis entrañas y sabré que prontamente la muerte os alcanzará. No lo digo con la sed de la venganza que podría sosegarme ni tampoco con el odio que en vosotros se ha formado; os lo digo con la fuerza que sostiene la verdad de la justicia de los cielos. Mirad pues que nunca más habrá perdón para vosotros, porque no sois ignorantes y sabéis lo que habéis hecho. Os maldigo fuertemente, no confío en vuestra ciencia ni tampoco en vuestra ley, pues jamás seréis perfectos como un griego lo creyó. Si me dejan esperar, esperaré vuestra condena, mucho después de ver la mía.

Los demonios bailan en tu celda. Allí… ellos parece que festejan. Pero tú no te distraes ni tampoco te lamentas. ¿Cómo puedes tener fuerzas para sostenerte en pie? No soy capaz de llevar tu nombre. Si para ser como tú eres, hay que adentrarse en lo profundo de la sensibilidad y entregarse por completo, no sé si pueda sentir tu amor. ¿Me atreveré a contar tu historia? Considero que hay preguntas que hasta ahora son inciertas y en afán de dar respuesta me lamento; pues me apremian otras cosas que me alejan de tu esencia, cerca de mi ambiente interno que, en lugar de disfrutar, algunas veces aborrezco… Esa mezcla entre lo que soy —que no será— y lo que quiero ser —que desconozco—. Un instinto y una razón que me han llevado al desconcierto con el mismo son que tocan.

Ahora yo estoy intranquilo mientras los demonios dicen, señalando:

—¡Pobres, pobres los poetas! ¿Es posible que en su muerte logren abrazar la fama y recibir un galardón?, ¿podrán comprender el cielo con alguna editorial?

 

No quisiera abandonarte. La música sigue sonando como quien quiere interrumpir la noche, ¿tus párpados podrán cerrarse para yo dormir tranquilo? Angustioso es no saberlo. Déjame llevar tu pena si no podré sentir tu amor. ¡Que vengan los demonios a mi celda! Seré algún poeta muerto que no encuentre su sentido; el oculto, rezagado y taciturno que no puede describir su soledad, ni mucho menos puede dibujar al mundo, porque nunca se ha entendido ni conocerá su voz. Si es necesario vivir para la posteridad o morir sin tan siquiera haberla visto, no me importa que descargues sobre mí tu pena y que enciendas mi boca con tu aliento. Eleva tu voz, dulce poeta. A ti te conjuro para que mis palabras hagan hueco entre la tierra y hablen lo que no has podido hablar. ¡Que callen los demonios mientras celebro tu presencia!

—No podrías ser poeta —con más fuerza se pronuncian—, ni sentir por cada cosa que en su gloria se presente —los escucho desde el fondo del abismo mientras busco comprender tu faz serena—. Mucho menos disfrutar de los placeres que del cielo rechazamos una vez.

¡¿Hasta cuándo sonarán esas palabras?! ¿Quién me diera poder regresar el tiempo y contemplarnos nuevamente? Levántate desde la majestad que has construido desde el suelo. Ilumina la oscuridad con tus palacios y tus piedras preciosas. ¡Cuánta maldad hemos encontrado en los que te juzgan!

—No hay motivos más allá de los que vemos en la tierra, pues la vida es un respiro —eso dicen, y se confabulan—. ¿Qué sentido encontrarás para tu fe? ¿Dónde puedes abrazar el resplandor? La oscuridad ha dominado tu sendero mientras esperas a la muerte —siguen siendo sus palabras.

Es allí cuando escucho tu voz. Por segunda vez derramas tiernos versos. Pones un poco de tu luz en mis cadenas y buscas llevar mi pena nuevamente. Vuelves a ser esclavo de la verdad. Te atribuyes mi condena porque en la vida hay poesía, y el que escribe es ese siervo que también pierde el encanto cuando pasan los momentos, para los que no lo ven. ¡Vale mucho el sentimiento!, pero aquellos no comprenden. Siguen todos insistiendo con su voz terrible y fuerte mientras logras soportarlo.

Ellos vuelven a empezar el baile. No han cambiado su canción desde tiempos remotos, pero ahora está más fuerte el estribillo. Simplemente nos desprecian, o nos tildan como locos. Desde el frío de su putrefacción se invocan mientras el mayor de ellos dice:

—¡Oh!, demonios, dulces acompañantes de todos los mortales, celebremos el festín de este buen hombre que a nosotros ha llegado. Devoremos todo el fondo de su espíritu para saciar nuestra boca, que del bien no puede atormentarse. Todos, todos, vengan todos. Si el dolor es abundante, con nosotros lo acostumbran. Escapamos de la esencia por crear nuestras maldades y aunque algunos se arrepientan no se pueden retractar. ¡Todos, todos, vengan todos! Todos, todos, vengan ya.

Quieren acabar con nuestras fuerzas. Se han buscado en su mentira y aparentan ser unidos, mas ninguna ley los rige. Desde el lugar de tu morada se levantan contra ti; y también contra los tuyos. Parecían tus amigos. Alimento les brindaste cuando estaban a tu lado, pero ahora te han mostrado sus verdaderos rostros. Aún deseas perdonarlos. Vienen en multitud. ¡Cuánto quieren ser oídos!

—Me presento con el nos… —dicen todas las legiones—, porque somos y yo soy. El que busca el dulce cuerpo para descansar un poco del cansancio que llevamos por los tiempos tan eternos. ¿Ya tenemos un donante?… ¡Por favor, que sean más!

Luego sigue, desde el fondo, ese que parece un ángel. Sus ojos se recubren de poder y el sol se muestra, puede consumir lo que a su paso se levante sin ninguna distinción. Subestiman la potencia de sus alas y lo esperan como a luz del mediodía, pero ya rodeó la vida como quién perdió el placer… Ahora quiere destruir. Enciende el fuego que reposa en las cenizas y nos mira dirigiendo su calor, las razones que ha perdido nos susurran… ¡Un momento! Quien no agache la cabeza, puede arder junto a sus ojos.

—Soy más verdad de lo que creen —eso dice—. Y soy menos cruel que la verdad. Me llaman ángel de la luz y vivo en sombras, no me apremia descubrir al fiel secreto. Soy un dios mejor que todos porque reino sobre el hombre, desde antaño yo jugaba por tomar su corazón, y ahora que ha llegado el tiempo se ha perdido; en prisión los he dejado y en su muerte voy a abandonarlos para jactarme de su bien, para aprovechar sus miedos con los cuales alimento los aspectos de mi siervo, que sale a correr al mediodía. ¡Devorados han de ser!, ¡sí!, devorados han de ser por el saurópsido reptil que con dolores di a luz.

»En caminos de mentira donde brilla la verdad, voy mirando lo difuso que oscurece lo que soy. Yo corono a mis pecados con vestidos inefables y distingo la silueta que no puedo reflejar. «Si aparentas, sobrevives», una vez un sabio dijo. Y ese sabio no era yo. —Se ríe malvadamente para luego revelarse—. No me crean, soy mentira; y eso sí que fue sincero… La verdad también gobierna, pero yo soy superior.

Así se expresan todos ellos, llenos de rencor y de malicia. Por sus poros elevan el aliento de su voluntad y cierran las puertas de las artes para que nadie entre, ellos tampoco entran y luego se lamentan. Son engaño y no lo dicen. Quieren manifestar lástima, y no esperan estar solos, pero la maldad brota de sus labios como si fueran ríos de agua pura. ¿Quién pudiera descubrir su ruin secreto? Ciertamente tú, dulce poeta, has sabido iluminarme para conocerlos. Tu sol ha llegado hasta lo profundo de mis tuétanos como la suave luz de la mañana y tu calor me ha cobijado como el amor de una madre a su recién nacido.

Una vez, ellos hablaron con el hombre, y quisieron convencerlo:

—¿Conque buscas algo más allá de lo que ves? —eso expresaron—. Abundantes son las penas de los hombres para que sigan sufriendo de esperanzas tan inciertas. ¡Imposible es, viandante, encontrar lo que no existe! Con exhortación abrimos tu carísimo entendimiento. ¿Qué haces tú por este sitio? Sus jardines son el paso de la vida y sus caminos son la muerte. ¿Quieres ser como los grandes? ¡Es absurda su existencia! Si legiones de nosotros hemos gustado de la tierra, no entendemos qué han buscado los mortales en el cielo. ¡El lenguaje limitó tu libertad! ¿Crees que el conocimiento más supremo se ha escondido con las artes? ¿En serio crees que, consideradas, te abrirían cualquier puerta en tus cadenas? ¡Tal vez debas buscarlo donde siempre lo encontraste! ¡Ve, regresa! Mira el fruto de aquel árbol que una vez se te negó cuando querías conocer más de la ciencia.

—¿Quiénes son todos ustedes? —respondió asustado el hombre—. ¿Por qué creen conocerme?

Mientras ellos replicaron:

—Somos ángeles caídos para conocer el suelo y disfrutar sus miedos, anhelamos cada cielo que se acerca; sentenciamos a la muerte y la muerte nos sentencia. Parecemos al poeta, criaturas especiales del dolor y el sufrimiento. Fuimos hechos por formar en tanto caos lo imperfecto, lo sensible de la vida, pero ahora estamos muertos. Somos seres condenados sin lugar a dónde ir.

Muchos creen que son dueños del infierno, pero dadas sus facciones han sufrido un gran tormento. Sin embargo, quieren arrastrar a su condena a todo aquel que pueda conocer la luz. Los llevan a las profundidades del océano donde solo reinan las tinieblas.

—Ciertamente te decimos lo que ayer atestiguamos —esto fue lo que expusieron—. ¡No es tan malo resbalarse desde el cielo! Antes éramos las sombras, pero ahora somos reinos. El Señor sostiene a todos los que caen y levanta a todos los oprimidos, déjate caer desde lo alto que aquellos que han lamido el polvo se levantarán desde las ruinas para gobernar sus propios cielos.

En esa ocasión, el hombre fue llevado junto a ellos… Sus palabras lo engañaron malinterpretando todo asunto y se cubrió con las sombras de sus perversidades. Luego se escuchó decir en su aflicción:

—Soy un ente que deambula sobre el infinito de la nada, no soy de aquí. Yo soy del limbo. Puedo morir, mas no lo siento, porque el que muere tuvo vida, pero yo soy un no nacido, sin sangre por las venas, sin cuerpo y sin espíritu; una milésima de segundo en la eternidad, un recuerdo infructuoso de lo atemporal en las memorias perdidas. Soy el vacío, vacío como el átomo, sin materia entre sus órbitas y también sin energía. La vida es muy absurda desde aquí. Soy insensible. Ni siquiera lo que digo sufrirá de algún sentido. Mis palabras son inexistentes, si acaso existirá el sonido, pero no hay significado para mí.

No obstante, tú, ¡oh, buen poeta! Descendiste para salvarlo de la simpleza en la que se vio sumido. Te humillaste hasta lo sumo con el fango de su ropa y le brindaste historias nuevas. Tu luz pudo traspasar la profundidad de los océanos hasta llegar a él, para sacarlo de la ruina.

Ahora estás allí, en su celda. Te hicieron responsable de su error, mientras los demonios llegan… Ellos siguen festejando. ¡Ah! ¡Quién pudiera ser tan fuerte! Tu amor se ha manifestado como ningún amor en esta era. Eleva tu voz, dulce poeta. Enséñame por tu bondad a dar misericordia y a seguir iluminando en las tinieblas, para proclamar el arte de los dones celestes. Enséñame una y otra vez… y mil veces estaré, si quieres.

Los demonios siguen celebrando. Todos ellos se congregan para atormentar al justo. Nos persiguen como a la madre que voló al desierto y se hacen dueños de la justicia eterna.

—¡Alegraos, siervos todos! —habla uno con engaño—, ya llegué con muchas ansias. Los que buscan la belleza, yo soy madre de Cleopatra, soy mejor que cualquier Venus y de Helena soy canción. Desde antaño a mis antojos se ha rendido todo hombre, porque soy la seducción que se levanta abiertamente para dominar al mundo. ¡Tiempo es ya de que agradezcan!, que no rindan pleitesía a aquellos dioses que han formado con su sangre la justicia. Si es que existe la justicia, ni el supremo la practica… A nosotros, creadores de los males que también son necesarios, nos olvidan sin piedad. Puede parecer injusto, mas no existe su verdad. ¡La justicia es solo nuestra, que ni Dios venga a juzgarla!

Mientras tanto, el mayor de ellos se levanta desde el cieno eterno, y los recibe con palabras fraternales por su misma perdición:

—¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos sean todos! Recordamos las historias de un pasado oscuro… ¡He ahí!, un buen señor, tan déspota y despiadado como siempre; cruel atormentador de las almas que sienten y respiran, esas almas que, por ello, también crean. ¡¿Qué condena es la que sufren?! Un amor entre las sombras o las sombras del amor. El demonio busca el cuerpo y solo en cuerpo se transforma mientras reine la materia; pues allí encontramos paz ante la ausencia del Señor. Y es ahora, hijos míos, que el buen Dios nos ha premiado, pueden descansar un poco. ¡Ese hombre es muy valioso!, ¡miren bien cómo tenerlo porque nunca sienta paz!

Así comienza tu martirio… Como quien diera su vida por un ideal, soportas el peso del mundo y sigues conservando la calma. ¡Cuántos vesen levantados contra ti! No reconocen el don que se te ha sido dado y quieren llenarte de terror. ¿Te podrán amedrantar alguna vez? ¡Ah! Dulce fulgor de los caídos que han de resurgir de las cenizas con la potencia del origen de las cosas. Se alzan en tu espalda las alas de la genialidad porque fuiste llamado para ser creador en los mortales, pero pocos reconocen. ¿Cuántos han creído a tus anuncios? Yo lo he comprendido desde aquella vez primera cuando conocí tu rostro. Juntos hemos sufrido, pero juntos también gozamos. Y aquí, desde esta celda sombría y estrecha, nadie puede aprisionar tu libertad. La faz de los cielos se abre y los demonios se espantan cuando escuchan la voz del que les dio una vez la vida. Como tú, él también fue traicionado. Se separaron de su esencia por la ambición de cosas vanas y se encontraron con sus propias cadenas, condenándose a sí mismos y echando la culpa al conocimiento. Ahora solo buscan corromper la historia y engañar a otros: ya los llaman «sus testigos». Los he visto como se pasean por las noches, revestidos de oscuridad y sin vergüenza. Su habitación es una cueva cimentada en los parajes de amargura, construida con envidias y rencor. En lo profundo de sus perversiones se camuflan porque no les interesa que los vean. Aun así, ellos se acercan al que escucha. ¡Son absurdos! Sin embargo, los he visto —no pretendan que les crea si reflejan falsedad—. Los he visto destruyendo muchas vidas, arruinando cada cosa que refriegan y por eso los descubro.

Se levantan en tu contra sin que les des una razón. Los inconformes necesitan enemigos, pero en ti la paz se anuncia. No podrías declararles una guerra. Tú no tienes enemigos. Ellos luchan con su propia esencia repleta de raíces de amargura. ¿Ya reclaman los demonios una batalla contra el cielo? ¿Quieren ser los redentores de su propia rebelión? ¡Ah! Si supieran… Del cielo no desciende fuego con el fin de consumirlos, no se siente amenazado el don supremo. Si buscaran redención la encontrarían. Pero ellos se destruyen con sus propios elementos y se hunden en el infierno de sus propias raíces. Mientras tú, ¡oh, fiel poeta!, solo puedes ver la luz que ha sido parte de tu esencia… Ellos fueron carcomidos por su propia malicia, y las palabras inocentes pueden ser algún motivo para compartir su repulsión. Sin embargo, tu silueta solo ha sido espectadora en esta épica batalla de lo malo contra el mal.

 

Eleva, pues, tu dulce voz, oh, buen poeta. ¡Pronto estaré listo para declamar tu historia!

Una vez te conocí. Pero dos veces he creído… ¡Que el ejército a caballos se presente!, la blancura es muy perfecta y en sus alas estará. Cabalgando por su esencia nos ha dado un nuevo nombre con la espada que forjaba, grata plenitud de gloria. Muchos más lo han recibido, otros tantos como yo; sin hablarme son testigos por un número compuesto divisible por el siete, que es primero a los demás. ¡Hoy resurge nueva ciencia que descubre el paso al cielo!

GRACIA Y LEY

¡Y tú!, ¡arte celeste!, ¡canta! Tras el anterior exordio pronuncio a ti mis palabras, para culminar la introducción de las alegorías del poeta, recurro a tu conocimiento con el fin de dar la iniciación al verso. ¿Quién se atreve a limitar tus pinceladas de fuego en vanos conceptos retóricos? ¿Quiénes son aquellos que se creen dueños de la historia inmortal y etérea? Pensarán que sus razones son dispuestas por los dioses para dejarnos en el sitio en donde miden su desprecio. Mas no pueden definir entre sus ojos el asilo de los valientes. ¡No han comido nuestras luchas ni sufrido nuestras ropas! Empieza a fluir desde la inmaterialidad la melodía de los hijos del supremo. ¡Canta, arte celeste, canta! Que si aquellos no te entienden, engendrados en la posteridad se encuentran las multitudes de los sabios que han de interpretar tus notas.

Allí estaba el gran dragón que quiso destruirte en tu primer momento, su veneno se derramó como el mar furioso sobre una débil barquilla para silenciar el arte. Quiso arrastrar con su cola las estrellas del cielo y establecer su reino sobre siete colinas. Nadie podía acercarse a su imperio y tuviste que escapar para salvarte de su horror. Dominó todo el orbe. ¿Quién podía detenerlo? Todavía no era el tiempo de acabarlo en su miseria y no estuviste para ver la destrucción que traería.

—¡Soy el dios que los gobierna! —declaró salvajemente—. ¡Abran paso a la gran época que hemos ansiado! ¡Rindan gloria! ¡Rindan honra! ¡Obedezcan desde hoy! Crearemos nuevas razas para la inmortalidad.

Cual tirano estableció sus crueles reglas, humillando a todo aquel que lo enfrentaba. ¡Ah! Tiempo terrible e insano. Los demonios reinaban sobre todo, como quieren hacerlo ahora, pero con más libertad para forjar su cruel engaño. Propiciadores del terror y la desgracia. Represores de los sueños que a los pobres han sumido en la miseria y han dejado reposando en el olvido, donde hasta ahora se camuflan como quien quiere salvarlos.

Solo el hombre atormentado se escuchó gritar con fuerza:

—¡Aléjense de mí que yo estoy cuerdo! ¡Déjenme morir en paz! No hay sudor, ya no hay sudor. ¡Aléjense de mi cabeza! ¡Se lo ruego! Si me diesen a elegir, elegiría aquella planta que se siembra en el cerebro con un plato de pólvora; sin sentir que mis entrañas se deshagan en el fondo y sin mirar que mis adentros se derramen como vómitos de sangre.

»¡Apártense de mi cabeza y de mis ojos! ¿No son estas voces los gusanos de mi conciencia?, ¿no son estas luces los delirios de mi recogimiento?

Mientras este moría infamemente, otros proclamaban con reverencia sus palabras insensibles:

—¡Oh, mi amada! Mi columna verdadera. ¡Tú, la fiel y la real!, mi baluarte y mi sostén. ¡Sé que me escuchas!

»Add life in each day, ¡add life! And restore the art, ¡the art!

»Salve, regina, mater misericordiae. Vita, dulcedo, et spes nostra, salve. Ad te clamamus, exsules filii Terra. Ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle. Eia, ergo, advocata nostra, illos tuos misericordes oculos ad nos converte. Et Terra, benedictum fructum ventris tui nobis post hoc exilium ostende. O clemens. O pia.

»Dulce gloria de los hombres que al vivir verán la muerte para proclamar el todo.

Sin embargo, aquel dragón que había usurpado un gran lugar, en aras de mostrar misericordia para las generaciones subyugadas, le declaraba desde el fondo de su engaño un falso reposo:

—¡Siervo mío! ¡Siervo mío! ¡Cuántas lágrimas derramo por tu muerte! No me dejas más remedio que mostrar mis cataclismos. ¿Hasta aquí te ha confortado el conocimiento y el saber? Unos han perdido el sueño en esperanzas ilusorias; y otros tantos, ya corruptos, han gastado sus sentidos en acciones maliciosas de su gran curiosidad.

»No contenderá mi espíritu contigo para siempre, porque ciertamente eres de carne y tus caminos son muy cortos. Pero si postrado me adorases, te daré todos los reinos que ninguno puede darte.

Al mismo tiempo, dirigía su mirada infernal a la multitud y preguntaba:

—¿Quién podrá crear las arcas por que mueran más poetas? ¿Habrá un justo entre mis brazos que se quiera arrepentir?

—¡Alabado sea Dios! ¡Ya no hay justos en la tierra, todo hombre es pecador! —exclamaban los demonios.

¡Ah! ¡Cuántos reptiles fueron engendrados desde entonces! Ascendieron como azufre anaranjado para atormentar el sueño de los miserables. Desde los coliseos llenos de fuego hasta los templos que expedían podredumbre, sus legiones dominaban cada costa y contagiaban de terror al mundo. Todo aquel que los buscaba era marcado con sus sellos de desprecio. Condenaron a la ciencia, enmudecieron a los dioses y cortaron cada lengua de los pobres políglotas. Quemaron el conocimiento de los sabios en los grados de su infierno y torturaron la enseñanza con sus viles herramientas.

Hoy los sueños reprimidos se levantan furiosos y su sed de venganza solo quiere destruir. Sin saber que, en ese tiempo, tú no estabas gobernando. ¡Qué limitado me parece medir a todos con la misma regla! Si por sus padres los marcaron con gran violencia y amargura, alimentando sus decepciones con una prohibición impuesta, que no se augure la venganza sobre los que se conservan inocentes. Sé que pretenden promover su variedad y que protestan contra aquel estereotipo. Si quieren diversificar al mundo, nunca, ¡nunca!, lo sometan a su antojo. Los salvajes desprecian a los que no piensan como ellos, y ¿han de cubrirse ahora con el cieno que desechan? Aunque la ira los consuma porque esa falsa salvación los condenó, hoy es tiempo inalterable de volver al todo sobre las alas de la libertad.

¡Canta, arte celeste, canta! Repara el duro caos que han causado los demonios y demuestra que la voluntad que se derrama de tu boca es más humana que todas las artes. Porque luego de llegar el tiempo, tu segundo tiempo, subiste del desierto como columna de humo para iluminar el orbe nuevamente. Mientras tanto, los que te conocieron alzaron voz de júbilo en medio de esta guerra, sin guardar ningún rencor, diciendo:

—¿Y quién es esta que desciende desde el monte, encumbrada sobre las ruinas del Olimpo? Su rostro brilla como la luna y sus ojos se levantan como la aurora imponente que anuncia lontananza para nuevos mundos. ¿Habéis visto sus portentos?